MADDOX, John

Lo que queda por descubrir: una incursión en los problemas aún no resueltos por la ciencia, desde el origen de la vida hasta el futuro de la humanidad

Debate, Madrid 1999, 375 pp.

 

 

I. INTRODUCCIÓN

 

John Maddox, fue profesor de física teórica en la Universidad de Manchester de 1949 a 1973. Dirigió la revista Nature durante 21 años y ha formado parte de numerosas comisiones oficiales sobre contaminación ambiental y manipulación genética. Es autor de libros de divulgación científica y de numerosos artículos en revistas especializadas y de alta divulgación. En esta obra se propone descubrir el estado de la ciencia a finales del siglo XX y los campos que quedan abiertos a la investigación, bien por contradicciones teóricas, bien por imperiosas necesidades prácticas.

 

 

II. RESUMEN DEL CONTENIDO

 

El libro se divide en tres partes. Las dos primeras están más trabajadas; el valor de la tercera está sobre todo en la información que aporta y en la variedad de temas en los que el autor se adentra. Si de la primera parte se puede decir que es la más teórica de todas, la tercera se distinguiría por tocar temas más vitales, más cercanos a las inquietudes del hombre del siglo XXI.

 

1- PRIMERA PARTE: "LA MATERIA"

Trata sobre la física del universo y la física fundamental o de partículas. El primer capítulo examina la física del Universo, con la descripción de los descubrimientos y formulaciones más notables del siglo XX. Algunos de estos hitos son la expansión del universo, demostrada por Edwin T. Hubble en 1929, el descubrimiento de las supernovas, los quásares, los agujeros negros y la teoría del Big Bang, que ha conocido varias reformulaciones. Estas grandes teorías de la física se refieren a la cuestión que el autor considera central, y a la que dedica más atención: el origen y la formación de nuestro universo. Maddox trata, aunque a veces sólo sea con un par de pinceladas, todas las teorías y correcciones de las teorías que ofrecen algún interés, y expone con claridad la credibilidad científica que puede darse a cada una de estas propuestas.

Otro ámbito temático que aborda es el de la física fundamental, de partículas. Si en el capítulo anterior el ánimo del lector se sobrecoge al tratar de imaginar miles de millones de estrellas, de años luz, de planetas, galaxias y formaciones estelares, en éste debe habituarse a un mundo microdimensional, hecho de partículas atómicas y subatómicas, que no logran visualizarse ni con los microscopios más potentes y que, sin embargo, son los constituyentes primordiales de todo nuestro universo físico. La historia de los descubrimientos de la física de partículas en el siglo XX, se alterna con la formulación de las teorías que han proporcionado el marco teórico necesario para la explicación de muchos de los fenómenos observados o provocados. La mecánica cuántica -desarrollada en los años 20-, el principio de incertidumbre de Heisemberg -formulado en 1925- o la electrodinámica cuántica -que tiene su momento de esplendor después de la 2ª Guerra Mundial-, son algunos de los hitos especulativos, no libres de puntos oscuros y de algunas contradicciones, que el autor expone.

Al llegar a este punto, Maddox, recogiendo el interrogante que en su momento se plantearon algunos físicos, da entrada a una serie de preguntas de carácter más teorético: ¿se podría explicar desde unos mismos principios lo grande y lo pequeño?, ¿no deberían ser de algún modo compatibles los principios con los que estudiamos la constitución del universo a gran escala y las partículas fundamentales de la materia, cualesquiera que estas sean? Al fin y al cabo, hubo un momento en que todo era lo mismo... Este es el punto de partida de los intentos de explicaciones globales -como la Teoría de la Gran Unificación- o, de un modo más realista, de la búsqueda de una teoría que explique de forma conjunta las fuerzas más importantes de la naturaleza.

Maddox, que no oculta su entusiasmo por la ciencia, no deja de señalar en distintas ocasiones el talón de Aquiles de la física de comienzos del siglo XXI: la teoría general de la relatividad de Einstein y la mecánica cuántica parecen incompatibles. A esto se suman otras dificultades para los investigadores, puesto que la estructura misma del espacio y del tiempo -y los instrumentos matemáticos de que disponen en la actualidad- parecen encontrarse en el límite de sus posibilidades conceptuales. La situación hace inevitables algunas preguntas de carácter filosófico, como la naturaleza del espacio-tiempo, la reversibilidad del tiempo o las posibilidades reales de nuestro conocimiento. Otras cuestiones a las que se refiere Maddox, son calificadas impropiamente de metafísicas, ya que se trata de problemas puramente físicos -potencialmente capaces de ser abordados con el método de la física- aunque, por el momento, la física no logre resolverlos.

En parte, el autor hace también referencias fugaces a las implicaciones filosófico-teológicas que pueden tener los descubrimientos científicos sobre el origen y la constitución del universo. Maddox olvida con frecuencia que los experimentos científicos nunca podrán concluir a favor ni en contra de la existencia de Dios. Es desacertada también la comparación que hace entre la descripción de los orígenes transmitida por el Génesis y la explicación que ofrece la cosmología actual (cfr. por ejemplo, págs. 35, 65 y 123). Maddox no advierte que se trata de exposiciones que están en planos epistemológicos diversos, y que la finalidad de la Sagrada Escritura no es ofrecer una explicación científica del Universo.

 

2- SEGUNDA PARTE. "LA VIDA"

A lo largo de cuatro capítulos el autor presenta el origen de los seres vivos sobre la Tierra, las diferentes formas de autonomía y cooperación entre ellos, el genoma humano y su centralidad en la explicación del funcionamiento de la vida y la investigación sobre el origen de las especies.

Puede considerarse ésta como la parte central de la obra, y, probablemente, la que más interés suscitará en muchos lectores. Maddox comenta que ninguna disciplina científica ha llegado tan alto en la actualidad como la biología (cfr. pág. 192), aunque al mismo tiempo no duda en señalar la limitación de los conocimientos en muchas de las cuestiones, y lo que -a su juicio- han sido equivocaciones en el desarrollo de las investigaciones. Hace notar que lo verdaderamente importante no es poner nombre a los 100.000 genes humanos, sino desentrañar la función de cada uno de ellos, una tarea mucho más ingente y en la que se invertirá un tiempo al menos 10 veces mayor. Respecto a la biología celular y molecular, las limitaciones son aún mayores; puesto que la identificación de componentes y moléculas producto de procesos celulares -que en los últimos años ha avanzado notablemente-, no ha hecho sino poner de manifiesto que es mucho lo que desconocemos del funcionamiento celular.

El autor critica especialmente en este campo la resistencia de los biólogos para elaborar modelos físico-matemáticos que expliquen el comportamiento de los distintos sistemas celulares y que permitan realizar predicciones y experimentos que conduzcan a un verdadero conocimiento de dichos sistemas.

Sin embargo, Maddox señala que estos problemas son sólo pequeños puntos oscuros en un brillante expediente. Los modernos avances de la genética, de la embriología, de la biología molecular, de la paleontología y de tantas otras ramas de la biología, hacen aparecer la vida como un panorama exuberante de variedad y sofisticación. Una célula de la piel -con miles de componentes moleculares distintos contribuyendo, cada uno, a una misión específica- es más compleja que cualquier máquina que puedan construir los seres humanos. En la mitad del genoma humano hay 3000 millones de nucleótidos, y entre 80.000 y 100.000 genes, de los cuales sólo una pequeña parte -aproximadamente el 3 %- parece tener importancia funcional.

En estas páginas dedicadas a los seres vivos, se advierte un cierto reduccionismo de lo biológico a lo físico-químico. Se intenta explicar exhaustivamente todas las formas de vida -desde la más sencilla hasta la más sofisticada- a partir de las moléculas que constituyen, más allá de las células y formaciones orgánicas más elementales, todo ser vivo. En último término, se decanta por la aparición espontánea de la vida sobre la Tierra; hipótesis con probabilidad infinitesimal, pero comprobable -según Maddox- y que la ciencia del nuevo milenio está en condiciones de afrontar.

Algo semejante cabría decir del origen de la especie humana. Al igual que S. J. Gould y otros paleontólogos, piensa que es completamente casual: el hombre ha surgido en la Tierra como podría haber aparecido otra especie; y puede desaparecer, análogamente a como ha sucedido con otras especies. Atribuye a la materia propiedades increíbles, casi mágicas: de la materia contenida en la explosión que dio lugar a nuestro universo, habrían surgido tanto las estrellas y las galaxias, como el planeta Tierra con todas las especies de seres vivos que lo pueblan, y el hombre inteligente y capaz de comprender todo esto. Y todo ello espontáneamente y por puro azar.

Por lo que se refiere a los avances en el ámbito de la genética, desciende a sus actuales y posibles aplicaciones: por ejemplo la prevención y curación de graves enfermedades de origen genético -como el cáncer-. También pone sobre la mesa difíciles cuestiones de carácter ético, como el diagnóstico genético prenatal con fines selectivo-abortivos, la fecundación in vitro, la clonación de embriones, etc. Al afrontar estas cuestiones, Maddox cae de nuevo en un reduccionismo cientificista, esta vez en nombre del progreso y bienestar material a ultranza. Su postura es menos ambigua en esta parte que en la primera, y en sus afirmaciones se muestra partidario de un avance sin freno de la ciencia. Sólo las leyes del Estado, la opinión pública o lo políticamente correcto, y lo que técnicamente sea irrealizable, pueden constituir límites para la ciencia. La ausencia de principios éticos que guíen la actividad científica, sobre todo en relación con la persona humana, se advierte especialmente en los siguientes temas:

Justifica el recurso al aborto tras un diagnóstico prenatal, en las primeras fases embrionarias, por motivos sociales de inadaptación y para preservar el bienestar de la familia (pág. 229). Reconoce que esta práctica es un modo de eugenesia negativa justificado que se ha impuesto en la práctica en muchos países (pág. 228-229).

Por lo que se refiere a la fecundación in vitro, reconoce la existencia de problemas éticos (pág. 224), entre los que nombra la selección genética de los embriones que se implantan en el útero de la madre, el almacenamiento de embriones para su posterior utilización y la filiación incierta de los nacidos por este procedimiento. Sin embargo, la sensibilidad que lleva a rechazar estas prácticas se atribuye a la opinión pública, o a un modo de ver la vida propio de personas religiosas. La valoración social de estos hechos puede cambiar en el futuro y, en cualquier caso, no parece -según el autor- que deba impedir que se sigan realizando.

En cuanto a la clonación, se menciona tanto la de embriones humanos como la de personas adultas. Y también en este tema, considera más las dificultades científicas que las éticas (págs. 225-226).

Sobre la manipulación genética, señala en distintos momentos la posible inestabilidad del genoma humano por los errores en su replicación, que, entre otras cosas, dan lugar a las distintas enfermedades genéticas. Frente a esa posibilidad, el autor sugiere la manipulación del genoma humano, tanto para solucionar una enfermedad concreta, como para corregir la supuesta inestabilidad (págs. 347-348).

 

3- TERCERA PARTE: "NUESTRO MUNDO"

Aquí trata de temas heterogéneos. El primero de los capítulos está dedicado a la neurología. Muestra los descubrimientos más importantes sobre el cerebro realizados en el siglo XX. El funcionamiento del cerebro es para Maddox una cuestión enigmática, por la que siempre se ha preguntado el hombre desde la antigüedad. Las modernas investigaciones nos ponen en camino hacia su comprensión, aunque a la vez, hay conciencia de que queda un largo camino por recorrer.

De los dos restantes capítulos, uno está dedicado a las matemáticas -a las que se presta menor atención por su carácter instrumental-. El otro trata del modo de evitar grandes calamidades como la caída de meteoritos a la Tierra o las epidemias.

En cualquier caso, las preguntas verdaderamente importantes de esta parte no surgen de estos dos capítulos, sino del primero. Es el que tiene más implicaciones filosóficas. El autor se pregunta si no debería estar el alma en la cabeza, puesto que es ahí donde se encuentra la mente, y afirma en distintas ocasiones que el cerebro humano no se distingue cualitativamente del de un perro o un gato, reduciendo la inteligencia humana a una adaptación favorecida por las fuerzas de la selección natural. Sus afirmaciones sobre la constitución de la mente son materialistas, sin que tengan cabida aspectos inmateriales en el acto de conocimiento, que viene a ser un mero conjunto de procesos físico-químicos y neuronales. Lo que, en definitiva, falta a Maddox -no solo en este capítulo sino en todo el libro- es una visión filosófica de la persona y de la realidad que permita situar los datos científicos en el lugar que les corresponde.

 

 

III. VALORACIÓN CONCLUSIVA

 

En resumen, la obra es una exposición del estado actual de la ciencia en sus ámbitos más importantes, con todos sus avances, contradicciones, compromisos y perplejidades. Maddox siente admiración por todos aquellos que han contribuido a la construcción de la ciencia tal como ha llegado al siglo XXI y comparte muchas características de su talante: el afán de conocer la verdad científica, el valor del esfuerzo constante, de la paciencia... Pero al final, lo que él llama "realismo" viene a identificarse prácticamente con el materialismo cientificista.

El libro deja un regusto de escepticismo en el lector. Con sus constantes comentarios a favor y en contra de teorías y modos de realizar la actividad científica, manifiesta -sin duda- que las afirmaciones deben estar bien probadas. En cambio, ante las opiniones contrapuestas que suscita cualquier descubrimiento, viene a decir que cada uno piensa de una manera, y que casi todo es válido, menos lo que se opone al progreso de la ciencia. En este contexto, aparecen referencias puntuales a la Iglesia Católica y a las posturas que califica de "oficiales", o también simplemente al modo de pensar de personas "religiosas" o tradicionales. Más que argumentar contra las afirmaciones del Magisterio, las utiliza en favor de sus propios argumentos, o las critica con frases puntuales. Un ejemplo se encuentra en la pág. 224, nota 54, donde se refiere a la encíclica Evangelium vitae como a una encíclica sobre embriología en la que el Vaticano prohibió oficialmente la fecundación in vitro. Unas páginas más adelante en cambio, en la pág. 232, alaba la actitud del Papa Juan Pablo II cuando -al entender de Maddox- declaró que la teoría de Darwin debía juzgarse exclusivamente por su valor como teoría científica.

El planteamiento que subyace en la obra es la visión positivista de la ciencia y del progreso. El progreso científico y técnico sería la única verdad irrefutable, de modo que todo lo demás -incluido el hombre- debe someterse a éste. Desconoce la capacidad de la libertad humana para guiar el progreso de acuerdo con lo que constituye el auténtico bien de la persona humana.

Las afirmaciones de carácter filosófico que aparecen a lo largo de la obra no son profundas, y el autor tampoco las desarrolla. El planteamiento cientificista subyacente lo advierte con facilidad una persona con formación.

Análogamente, en las referencias al Magisterio de la Iglesia, es patente el tono superficial y la falta de conocimiento sobre el tema.

 

M.D.S - M.A.V. (2000)

 

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