MARX, Karl - ENGELS, Friedrich

Revolución en España

Ariel (Caracas-Barcelona), 1960. Publicaciones del Seminario de Derecho Político de la Universidad de Barcelona, bajo la dirección del Prof. M. Jiménez de Parga. Trad. del inglés y alemán por M. Entenza, 254 pp.

 

ÍNDICE [1]

Prólogo (pp. 5-18)

Parte primera

Karl Marx: Correspondencia para la «New York Daily Tribune» sobre la «Vicalvarada» (1854).

I.  La insurrección de Madrid (p. 21).

II.            Noticias de la insurrección de Madrid (pp. 22-27).

III.           Proclamas de Dulce y O'Donnell. Exitos de los insurrectos (pp. 28-29).

IV.           La revolución española. La lucha de partidos. Pronunciamientos en San Sebastián, Barcelona, Zaragoza y Madrid (pp. 30-37).

V.            Espartero (pp. 37-46).

VI.           La contrarrevolución en acción (pp. 46-47).

VII.         Reivindicaciones del pueblo español (pp. 48-49).

VIII.                La revolución española en Rusia. La cuestión de las colonias. Corrupción de los hombres públicos. Anarquía en las provincias. La prensa de Madrid (pp. 49-55).

IX.                     Convocatoria de las Cortes Constituyentes. La ley electoral. Desórdenes en Tortosa. Sociedades Secretas. El Gobierno compra armas. La hacienda española (pp. 56-62).

X.                        La reacción de España. Constitución de la República Federal Ibérica (pp. 62-69).

XI.                     Las recientes medidas del Gobierno. La prensa reaccionaria habla de los asuntos españoles. Superabundancia de generales (pp. 70-74).

Parte segunda

Karl Marx: España revolucionaria («Revolutionary Spain»). Artículos de fondo de la «New York Daily Tribune» (1854).

I.   Antecedentes (pp. 77-86).

II. El Alzamiento de 1808 (pp. 86-94).

III.                      La Junta Central (pp. 95-101).

IV.                     Actuación de la Junta (pp. 102-109).

V.                       La Junta Central y la Guerra (pp. 110-116).

VI.                     La Constitución de 1812 (pp. 116-129).

VII.                  Las Cortes (pp. 129-136).

VIII.                La sublevación de Riego (pp. 137-145).

Parte tercera

Karl Marx: Revolución en España («The Revolution in Spain»).

Correspondencia para la «New York Daily Tribune» (1856).

I.   La caída de Espartero (pp. 149-156).

II. Comparación entre la revolución de 1854 y la de 1856 (pp. 156-162).

Parte cuarta

Artículos de «Putman's Magazine» y de la «New American Cyclopedia».

I.   (Marx). Bolívar y Ponte (pp. 165-184).

II.                        (Engels). El ejército español (pp. 184-188).

III.                     (Engels). Badajoz (pp. 189-192).

IV.                     (Engels). Bidasoa (pp. 193-197).

Parte quinta

Friedrich Engels: La guerra mora («The moorish war»). Artículos de fondo de la «New York Daily Tribune» (1860).

I.   Inactividad española (pp. 201-205).

II.                        Comienzo de la campaña. Castillejos (pp. 205-212).

III.                     Juicio sobre la campaña (pp. 212-219).

Parte sexta

Friedrich Engels: Los bakunincitas en acción. Informe sobre la sublevación española del verano de 1873.

I.   Los bakunincitas ante las elecciones (pp. 224-228).

II.                        La huelga general (pp. 229-236).

 

CONTENIDO DE LA OBRA

«Este volumen -se lee en el prólogo-, contiene veintinueve artículos periodísticos y tres de enciclopedia, todos ellos referentes a temas españoles, escritos por Marx y Engels entre 1854 y 1856, en 1858, 1860 y 1873». Estos escritos están precedidos de un prólogo (pp. 5-18), fechado en mayo de 1959, sin firma.

La primera parte, es decir, los artículos de Marx sobre la Vicalvarada, es una sucesión de nombres, fechas y pequeños incidentes, con los que se intenta dar a conocer a los lectores americanos del New York Daily Tribune los sucesos ocurridos en España en julio de 1854, cuando O'Donnell se pronunció con algunas tropas contra el gobierno y, tras unas semanas, acabó victorioso junto con Espartero, terminando con el gobierno de los moderados y retornando el de los progresistas. Va narrando los acontecimientos prolijamente, intercalando de vez en cuando textos de algún periódico (por lo general no español) escritos por corresponsales, y dedicando alguna mayor atención a las sublevaciones de San Sebastián, Barcelona, Zaragoza y Madrid. A la de San Sebastián le da importancia por haberse originado, dice, «en el seno de las municipalidades» de modo que se armó al pueblo y «unos mil vecinos armados y acompañados por alguna tropa salieron hacia Pamplona para organizar la sublevación en Navarra». En Barcelona el pronunciamiento fue militar, pero «la espontaneidad de su actuación resulta muy dudosa», pues «cedieron a las manifestaciones del pueblo». También en Zaragoza se trató de un pronunciamiento militar, aunque -añade Marx- «la afirmación resulta refutada por la noticia adicional según la cual se decidió inmediatamente constituir un cuerpo de Milicia Nacional». El más elaborado de los capítulos es el dedicado a hacer la semblanza de Espartero.

La segunda parte, compuesta por los artículos de Marx sobre el período 1808-14 y 1820, es más legible, pues da una visión global sin perderse en demasiados detalles insignificantes. En el primer capítulo, de antecedentes, hace un recorrido por la Historia española, mencionando algunas insurrecciones medievales y modernas (contra el Marqués de Villena, contra el Virrey Santa Coloma, la de los Comuneros), la formación de la monarquía absoluta por los Reyes Católicos, la transformación efectuada por Carlos I procediendo «contra los dos pilares de la libertad española» (las Cortes y los Ayuntamientos); habla del nacimiento de las Instituciones a lo largo de la Reconquista para explicar las peculiaridades propias de la Historia española, con el fin de explicar que en 1808, después de cuatro siglos de monarquía absoluta, todavía «sobrevivan más o menos las libertades municipales de España» y no haya conseguido echar raíces la centralización. A esto lo llama «la primitiva historia revolucionaria de España».

En el capítulo II habla del divorcio entre la alta nobleza y la vieja administración, de una parte, y el pueblo de otra; de las minorías ilustradas y «los campesinos, los vecinos de las pequeñas ciudades del interior y el numeroso ejército de mendigos -harapientos o no- imbuidos todos ellos de prejuicios políticos y religiosos» que formaban la gran mayoría del partido nacional; del nacimiento de las Juntas provinciales, de las que dice que fueron elegidas por sufragio universal (p. 93).

El capítulo III lo dedica a la Junta Central, compuesta no de «revolucionarios de nuevo estilo», sino de nobles, prelados, antiguos ministros, altos oficiales civiles y militares. De Jovellanos dice que jamás fue hombre de acción revolucionaria, sino tan sólo un reformista bien intencionado; algunos pocos de la junta (aunque sólo cita a Calvo de Rozas), si bien adheridos a Jovellanos, querían una acción revolucionaria. Las dos preguntas que Marx se plantea en orden a la actuación de la Junta Central son éstas: ¿qué influencia tuvo en el desarrollo del movimiento revolucionario español?, ¿cuál fue el que tuvo en la defensa del país?

A esta segunda cuestión responde en el capítulo V diciendo que, en orden a la guerra contra los franceses, su gestión fue un fracaso: «La Junta Central fracasó en la defensa de su país porque fracasó en su misión revolucionaria» (p. 110). No supo aprovechar la ocasión que le deparaba «la buena disposición de la Nación», el rápido ritmo de los acontecimientos y el peligro inmediato, y ello se puede inferir -dice- de la gestión de los Vocales enviados a varias provincias, entre los que cita al Marqués de la Romana en Asturias y Galicia, a Villel en Cádiz, a Satasona en Valencia. La junta, que no encontró obstáculo en otras autoridades; que podía -como el comité de salut publique de la Francia revolucionaria- apoyar la revolución en las necesidades de la defensa extranjera; que pudo, so capa de defensa del país, traspasar «la propiedad y el poder de manos de la Iglesia y de la aristocracia a las de la clase media y de los campesinos», no lo hizo y actuó contrarrevolucionariamente.

Tras un resumen, bastante claro, de la Constitución de 1812, examina los partidos existentes en las Cortes (serviles, liberales y americanos; estos últimos apoyaban a unos o a otros de los primeros según sus propios intereses), algunas de las medidas adoptadas, la vuelta de Fernando VII y la abolición de la Constitución.

En el último capítulo analiza el pronunciamiento de Riego y alguno de sus antecedentes (los pronunciamientos entre 1814-20).

La caída de Espartero -tercera parte del libro y también debida a Marx- no tiene gran cosa que resumir, pues como ocurre con la Vicalvarada, en la parte propiamente histórica es una acumulación de datos, y en sus teorizaciones, comparándola con otras revoluciones, es demasiado general.

El artículo sobre Bolívar es una biografía del «Libertador» a grandes rasgos, en la que da una gran extensión a la guerra contra España. Más que biografía, este artículo de Marx tiene algo de caricatura, hasta el punto de resultar totalmente inexplicable el papel que Bolívar, de ser como Marx lo retrata, desempeñó en la emancipación de Venezuela. Vanidoso (pp. 168 y 179) y cobarde (entrega de Miranda, p. 166); huida en Amposta en 1814 (pp. 169 y 170); huida a Jamaica ante Morillo (p. 171); huida ante Morales en 1816 (pp. 172-73); empujado por unos o por otros, Bolívar da la impresión de ser tan sólo un títere ambicioso. Santiago Mariño es «un joven ignorante» que, cuando las circunstancias llevaron a la muerte a su amigo Piar, «lo calumnió públicamente» en una «carta abyecta». La semblanza de Bolívar con que termina el artículo, tomada de Docondrey-Holstein, es el colofón a tono con todo lo anterior y no es, desde luego, la que más favor hace a Bolívar.

Por lo que se refiere a los artículos de Engels, parecen tener todos ellos mayor intención que los de Marx. En el que trata del ejército español (que era parte de un artículo más amplio sobre los ejércitos de Europa), además de dar su composición y efectivos, lo que costaba al presupuesto español y el modo de reclutamiento, hace a Narváez autor de la organización que tenía a mediados del siglo XIX (p. 186), contrapone la alta oficialidad (vestida «con brillantes casacas con cordones dorados o plateados, o incluso con fantasiosos uniformes desconocidos por la ordenanza») con los soldados («en harapos y sin calzado»). El desorden económico explica el estado de rebelión casi ininterrumpida del ejército desde 1808.

El artículo sobre Badajoz se centra casi totalmente en la pérdida de la plaza ante los franceses y su reconquista durante la guerra de la Independencia. El que versa sobre Bidasoa, análogamente, sirve tan sólo para narrar la batalla de San Marcial.

Los artículos sobre la guerra de África narran algunas vicisitudes, pero sobre todo se centran en lo que, a juicio de Engels, podía haber hecho (para hacerlo mejor) el ejército español: así, por ejemplo, en las pp. 204, 210, 211 y 213. No aportan gran cosa.

Los cuatro artículos sobre el movimiento cantonalista son los que tienen mayor carga doctrinal. En realidad, más que mostrar unos hechos históricos, la intención de Engels parece ser la de demostrar, tomando como base la revolución cantonalista, el fracaso de la fracción bakunista de la Internacional. Tiene más de querella que de historia; más que de dar a conocer unos hechos, Engels trata de demostrar la radical incapacidad de los bakuninistas para alcanzar el fin que pretenden. En las conclusiones (pp. 246-47) Engels muestra cómo los anarquistas hicieron todo lo contrario de lo que sostenían; termina diciendo: «En una palabra, los bakuninistas nos han dado en España un ejemplo insuperable de cómo no se hace una revolución».

 

VALORACIÓN CRÍTICA

Por lo que se refiere al contenido de los artículos de Marx, el autor del prólogo trae esta cita de A. Ballesteros Beretta (Historia de España, VIII, 99), que conoció algunos de estos artículos en la Ed. de Andrés Nín (Madrid, 1929): «Sus recorridos históricos de los siglos anteriores contienen errores de bulto en cuanto a los hechos se refiere»: El autor del prólogo recoge los de situar a Don Alvaro de Luna a fines del siglo XIV en lugar del XV (p. 77); hacer morir al Virrey Santa Coloma en Zarazoga cuando la sublevación fue en Barcelona siendo él Virrey de Cataluña (p. 78); creer a ciegas en la autenticidad de los fueros de Sobrarbe (p. 124). Por su cuenta señala, además, en los artículos no conocidos por Ballesteros, la confusión entre Bravo Murillo y González Bravo (pp. 54 y 66), la de Buceta con Pucheta (p. 53). Son muchos más los que pueden señalarse: sitúa San Sebastián en Vizcaya (p. 33), hace Embajador en Viena en 1854 a Alejandro Mon (p. 54) y también a González Bravo (p. 56), llama Vitel al Marqués de Villel, Labazora a Sabasona, afirma que las Juntas provinciales en 1808 fueron elegidas por sufragio universal (p. 93), habla de las Cortes de 1824 que dieron una Constitución (sin duda quiso decir 1812), y un recorrido minucioso podría multiplicar abundantemente la cita de errores.

    Pero, a juicio del autor del prólogo, el valor de estos escritos no reside en el contenido, sino en el método. Cuando Marx escribió estaba «ya en posesión de todos los elementos de su metodología» (p. 7), y «probablemente el valor capital de estos escritos radica en la luz que arrojan sobre la metodología de Marx» (p. 7). «El método puesto en obra por Marx en estos artículos podría, pues, cifrarse en la siguiente regla: Proceder en la explicación de un fenómeno político de tal modo que el análisis agote todas las instancias sobreestructurales antes de apelar a las instancias económico-sociales fundamentales» (p. 15).

    Por método se entiende el procedimiento que se sigue en las ciencias para averiguar la verdad, según opinión general. Evidentemente la materia sobre la que trata Marx en estos escritos es la Historia. Un análisis de estos artículos muestra, en este punto, que el método utilizado por Marx no es en absoluto un método histórico, y se presenta por completo insuficiente e inadecuado: no hay manera, mediante su aplicación, de averiguar la verdad histórica, y una prueba de ello son los errores y las ligerezas que se encuentran.

    Si se trata, no de la investigación de la verdad histórica, sino de una interpretación de la realidad histórica, entonces la cosa cambia. La realidad se supone ya conocida en este caso; se trata tan sólo de explicarla, y Marx lo hace acudiendo al análisis exhaustivo de las instancias sobreestructurales antes de apelar al fundamento económico-social. Esto es ya una petición de principio: el fundamento está en el substrato económico-social, y la sobreestructura es -con respecto a él- algo en cierto modo superficial y relativamente poco importante; pero este hecho todavía no ha sido demostrado ni establecido históricamente. De todos modos, cualquier interpretación histórica tiene siempre un cierto subjetivismo, en el sentido de que la concepción que se tenga de Dios, del mundo y del hombre pesa de modo muy intenso en la interpretación que se haga de un acontecimiento histórico.

    En todo caso, una interpretación supone siempre el conocimiento de los hechos que interpreta. ¿Fue éste el caso de Marx? Parece ser que no. Al escribir sobre la Vicalvarada dice: «Las noticias que recibimos de la insurrección militar de Madrid siguen siendo de carácter muy contradictorio y fragmentario. Todos los despachos telegráficos procedentes de Madrid son, naturalmente, comunicados del gobierno, y de fe tan dudosa como los boletines publicados en la Gaceta. Por tanto; todo lo que puedo ofrecer es un resumen del escaso material que tengo a mano». Material escaso, fragmentario y de dudosa veracidad; la ayuda de los corresponsales en Madrid de periódicos parisinos o belgas tampoco es mucha, puesto que no siempre coincide. Sobre unos hechos muy generales y mal conocidos se puede hacer, sin duda, una interpretación. Pero ¿hay alguna garantía de que sea verdadera?

Más claramente se manifiesta aún esta debilidad de la metodología de Marx en sus artículos sobre el período 1808-14. Utilizó como fuente a Marliani, a quien cita explícitamente así como a Martignac y Pradt, pero es muy difícil a base de estos autores y alguna que otra lectura, sin la más leve crítica por otra parte, trazar un cuadro histórico de una época o de un acontecimiento. Con semejante ausencia de crítica, la base para una interpretación es tan endeble que cualquier rectificación substancial en los hechos la echa por tierra. No se puede afirmar por simple intuición que «la Constitución de 1812 es una reproducción de los antiguos fueros, pero leídos a la luz de la Revolución Francesa y adaptados a las necesidades de la sociedad moderna», porque entonces -y éste es el caso-, tan sólo se demuestra desconocimiento de los fueros, de la Constitución española y de las francesas (p. 124). Tampoco se puede hablar de los pronunciamientos entre 1814 y 1820 dando por hecho lo que estaba sin demostrar y que luego se demostró falso (p. 144); ni es buen método interpretar el carlismo sin tener conocimiento de él, o decir de la monarquía de Fernando VII que era teocrática, o hablar del «pueblo» cuando se trata de revolucionarios y del «populacho» cuando actúa en otro sentido (p. 132 y 134), o decir de Isabel II que, «fríamente cruel, cobardemente hipócrita, ha mostrado ser digna hija de Fernando VII» (con referencia a los sucesos de 1856) (p. 160), o tachar de «estúpido y vanidoso» al Marqués de Villel cuando ni siquiera escribe bien su nombre. No se puede comprender el derecho público español sin haberlo estudiado, y Marx demostró ignorarlo. También en este punto se podrían multiplicar las citas. Y no es buena metodología interpretar hechos poco o erróneamente conocidos, al menos por lo que a historia se refiere, porque entonces se está interpretando algo irreal.

Engels comete menos errores porque se aventura menos; la interpretación que da de los sucesos de 1873 se basan en un informe de los adversarios de los anarquistas y sus deducciones son lógicas siempre y cuando se admita la exactitud del informe, y lo que escribió sobre la guerra de Africa, así como sus artículos de Encicopledia son simplemente «histoire des batailles». Pero de Marx se podría decir algo análogo a lo que Engels escribe como su última conclusión de la sublevación de 1873: En una palabra, ha dado un ejemplo insuperable de cómo no se debe escribir de historia.

F.S.V.

 

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[1]              Los capítulos de las Partes II, III, V y VI van numerados, pero sin título. Para facilitar la consulta hemos puesto títulos entre paréntesis, seguidos de las páginas que comprende el capítulo.