MARX, Karl

Tesis sobre Feuerbach

(Orig.: Thesen über Feuerbach en «Karl Marx Frühe Schriften» 2 band, pp. 1-4, Cotta Verlag, Stuttgart, 1971. La versión castellana utilizada se encuentra en Tesis sobre Feuerbach y otros escritos filosóficos, Ed. Grijalbo, S. A., México, 1970, pp. 9-12)

 

CONTENIDO DE LA OBRA

Este brevísimo texto (once tesis) parece ser el resultado de las reflexiones filosóficas de Marx durante el año 1845. Escritas en ese mismo año, o en el invierno de 1845-46, las Tesis sobre Feuerbach vienen a ser como una síntesis del contenido fundamental del Manuscrito de París (1844) y de la Ideología alemana (1845).

El texto fue editado por primera vez por Engels en 1888. Sin embargo, más tarde se encontró el original, con algunas diferencias respecto a la edición de Engels. Ese texto original fue publicado por Rjazanov (edición MEGA, del Instituto Marx-Engels, de Moscú), y a él se remiten habitualmente las ediciones posteriores.

La brevedad del texto permite reproducirlo aquí íntegramente, con algunas notas aclaratorias sobre su significado. La importancia de estas tesis es absolutamente excepcional. De hecho, se puede decir que toda obra de verdadero valor del marxismo teórico o de su crítica se inicia con la reflexión sobre ellas. Así, por ejemplo, Historia y conciencia de clase, de Lukács, que puede quizá considerarse como la última gran obra producida por el marxismo teórico; y lo mismo puede decirse del pensamiento de Ernst Bloch.

Primera tesis

«El defecto fundamental de todo el materialismo anterior (incluyendo el de Feuerbach) es que sólo concibe el objeto, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto [objekt] o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como tal. Feuerbach quiere objetos sensibles, realmente distintos de los objetos conceptuales; pero tampoco él concibe la actividad humana como una actividad objetiva. Por eso, en La esencia del cristianismo sólo considera la actitud teórica como la auténticamente humana, mientras que concibe y plasma la práctica sólo en su forma suciamente judaica de manifestarse. Por tanto, no comprende la importancia de la actuación revolucionaria, práctico-crítica».

El defecto principal de todas las anteriores formas de materialismo es, pues, para Marx, su conexión con el pasivismo. Si Feuerbach ha tenido el gran mérito de negar que lo real existente sea un simple momento del proceso cognoscitivo de la idea (por haber criticado lo que comúnmente suele llamarse panlogismo hegeliano), ha tenido también el grave error de no concebir la actividad humana como actividad objetiva que pone los objetos, como actividad que transforma lo real. La sensibilidad no debe considerarse desde un punto de vista pasivo, como reflejo de los objetos, sino desde un punto de vista activo, como actividad sensible que pone los objetos (el trabajo que se ejerce en el mundo sensible para transformarlo).

Según Marx, Feuerbach, en La esencia del cristianismo, sólo considera como estrictamente humano el comportamiento teórico, en cuanto describiría la condición del hombre como un ser que aliena su esencia proyectándola en un mundo más allá; y, por tanto, Feuerbach se sitúa en un punto de vista puramente explicativo de la realidad, sin pensar que esta misma realidad podría ser modificada; con eso, la praxis quedaría abandonada a la forma sórdidamente judaica. ¿Qué querrá decir este «sórdidamente judaica»? Hay que recordar que, como es sabido, Marx era de familia hebrea, convertida alrededor de 1815 por razones simplemente prácticas, no por motivos religiosos. Sobre este juicio de Marx sobre los hebreos, hay que referirse a La cuestión judía, publicada en 1843. Según ese escrito, el fundamento moral del judaísmo es la necesidad práctica, el egoísmo; el culto mundano del hebreo -dice Marx- es el tráfico comercial; su dios mundano es el dinero. Es importante notar que en La cuestión judía aparece, por primera vez, el concepto de burguesía definido en sus líneas esenciales. Los caracteres del judaísmo, según Marx, encuentran en la sociedad burguesa la ocasión para desarrollar sus peores aspectos. Es fácil ver que no se trata de una cuestión racial; el hebreo será verdaderamente emancipado sólo en la revolución comunista y antiburguesa. En esto se puede ver también una interpretación ante litteram del nazismo: una revolución que quiera contenerse en los límites de la sociedad burguesa, rechazando la idea de la lucha de clases, deberá sustituir el concepto de clase por el de raza.

Según las últimas líneas de esta primera tesis, Feuerbach no comprende el significado revolucionario de la actividad práctico-crítica, porque permanece anclado a la distinción entre una filosofía teórica, solamente explicativa, y una realidad práctica. En cambio, Marx intenta la unificación de filosofía y praxis; y esta unificación se realiza, según él, en el pensamiento revolucionario. Estos textos tienen una importancia extrema porque manifiestan la sustitución, en el marxismo, del tipo del filósofo por el tipo del revolucionario. Respecto al tipo clásico del filósofo, piénsese en el conócete a ti mismo de Sócrates o en el verso virgiliano felix qui potuit rerum cognoscere causas. En lugar de éste, Marx pone el tipo del revolucionario, no en el sentido de prescindir del filósofo, sino que éste es sustituido por el tipo del revolucionario que incluye en sí y sobrepasa al tipo del filósofo.

Segunda tesis

«El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento aislado de la práctica es un problema puramente escolástico».

Esta segunda tesis, que es muy breve y muy clara, afronta el problema de si al pensamiento humano corresponde una verdad objetiva. Según Marx, es en la praxis donde el hombre debe demostrar la verdad, la realidad, la potencia y la concreción de su pensamiento. La controversia sobre la realidad o no-realidad del pensamiento separado de la práctica es puramente escolástica. Por tanto, en esta tesis se esclarece el paso desde la filosofía especulativa o propiamente teórica, dirigida a comprender lo real y caracterizada por el primado de la contemplación o al menos de la comprensión, a la filosofía de la praxis, a la filosofía caracterizada por el primado de la acción.

Para Marx, el problema de si el pensamiento humano tiene una verdad objetiva no es teórico, sino práctico. En otras palabras, la experiencia histórico-práctica es asumida como criterio de verificación de la concepción del mundo. Por lo que se refiere al primado de la acción, no se trata -para Marx- de contraponer la praxis a la teoría ni de oponer la vida al conocimiento, según el significado particular que el irracionalismo da a esa oposición. El padre del irracionalismo no es Marx, sino Nietzsche. Se trata, por el contrario, de hacer que la praxis (es decir, la experiencia histórico-sensible) llegue a ser parte integrante del mismo proceso teorético.

Todo esto se aclara más recordando a Hegel, cuya filosofía puede tomarse como ejemplo típico de filosofía post-factum, es decir, de una autoconciencia de una realidad ya acabada. Para Hegel, la idea, después de haber atravesado esa odisea que es la historia, llega a la conciencia de sí, del espíritu. Por eso, una filosofía post-factum se asemeja, como dice Hegel en la Introducción a la filosofía del derecho, al pájaro de Minerva que se alza en el crepúsculo. La filosofía, en cierto modo, es el crepúsculo del mundo.

La posición de Marx es, en este aspecto, absolutamente opuesta. Utilizando la misma terminología, debería hablarse de una filosofía ante-factum; no de una filosofía que sea conocimiento de una totalidad ya realizada, sino de una filosofía que es realización de una nueva totalidad, de un mundo nuevo. Se trata, pues, de una revolución total. La revolución política y social, actuada por el marxismo, se sigue de esta revolución filosófica, y no es en modo alguno disociable de ella.

Sin embargo, en esta tesis se manifiesta la radical diversidad que separa a Marx de Feuerbach y la que separa las críticas de ambos a Hegel. Para Feuerbach se trata de reivindicar lo sensible dentro del pensamiento, entendiendo por el primero lo concreto, lo existente, y por el segundo, lo abstracto. Para Marx, en cambio, el pensamiento racional se sobrepasa hacia una realidad sensible que él mismo pone.

Tercera tesis

«La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación distinta, olvida que las circunstancias se hacen cambiar precisamente por los hombres y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente a la división de la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por ejemplo, en Roberto Owen).

La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria».

Este texto se refiere a la postura de Marx frente al materialismo del siglo XVIII, según el cual -sobre todo según Holbach y Helvetius- el hombre es el fruto de determinadas circunstancias y condiciones históricas; el fruto, en cierto modo, del ambiente, y, según otros, incluso fruto de la educación. Para Marx, en cambio, en la tesis en cuestión se pierde de vista que las circunstancias y el ambiente son cambiados por el hombre y que el educador debe ser educado; es decir, ese materialismo es típicamente pasivista. La consecuencia práctica de ese materialismo es, según Marx, la división de la sociedad en dos partes, de las cuales una se coloca por encima de la misma sociedad. En otras palabras, el materialismo pasivista conduce hacia la sociedad burguesa, en cuanto conduce a una dualidad de clases; a una dualidad de partes, de las que una (la parte educadora) se coloca por encima de la otra (la parte receptora). Este materialismo naturalista o pasivista está subordinado al idealismo porque no explica la figura del educador. Por un lado, en efecto, el materialismo naturalista sostiene que todo está determinado por el ambiente, y por otro lado niega que esté, él mismo, determinado por el ambiente. De ahí, como consecuencia política, la distinción de dos clases en la sociedad, que alcanza su máxima expresión en la sociedad burguesa, tal como ha sido constituida con la revolución francesa. Así se explica la crítica de Marx a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 y a la Constitución más radical de 1793 (por ejemplo, en La cuestión judía, de 1843).

Es de notar que el materialismo de tipo pasivista y naturalista, precisamente por su confianza en la educación, con mucha frecuencia va unido al reformismo. El educador, por medio de la ciencia y de las ciencias sociales, puede reformar y remodelar la sociedad como quiere. A este reformismo Marx opone el materialismo revolucionario, la idea de la praxis revolucionaria. El materialismo de Marx conduce a la coincidencia entre el variar de las circunstancias y la actividad humana. Con este nuevo materialismo (como filosofía de la praxis), la autotransformación de la realidad sólo puede concebirse y entenderse como praxis revolucionaria. Mientras que antes la educación partía de ideales ya existentes, para forjar los sujetos de acuerdo con esos ideales; después de esta crítica materialista a los ideales, la transformación de lo real no puede hacerse conforme a ideales que reflejen una determinada situación histórica, sino que ha de ser entendida como destrucción o derribo de la situación de lo real, es decir, como praxis revolucionaria.

Cuarta tesis

«Feuerbach arranca del hecho de la autoenajenación religiosa, del desdoblamiento del mundo en un mundo religioso, imaginario, y otro real. Su contenido consiste en disolver el mundo religioso, reduciéndolo a su base terrenal. No ve que, después de realizada esta labor, falta por hacer lo principal. En efecto, el hecho de que la base terrenal se separe de sí misma y se plasme en las nubes como reino independiente, sólo pude explicarse por el propio desgarramiento y la contradicción de esta base terrenal consigo mismo. Por tanto, lo primero que hay que hacer es comprender ésta en su contradicción y luego revolucionarla prácticamente eliminando la contradicción. Por consiguiente, después de descubrir, v. gr., en la familia terrenal el secreto de la sagrada familia, hay que criticar teóricamente y revolucionar prácticamente aquélla».

En la cuarta tesis, Marx continúa y supera el razonamiento feuerbachiano sobre la autoalienación religiosa. La concepción de Feuerbach es una interpretación psicológica de la religión (teoría de la proyección: el hombre proyecta en un mundo más allá todos sus deseos, necesidades... insatisfechos). Esta teoría de la proyección es contraria a la tesis kantiana de las dos realidades: el materialismo feuerbachiano afirma que existe sólo una realidad, la terrena. Pero, según Marx, a Feuerbach le falta una verdadera y auténtica crítica de la filosofía especulativa, el paso a la filosofía de la praxis; su teoría no conduce a la transformación del mundo. Para Marx, en cambio, la idea del más allá no sólo se suprime, sino que se sustituye por la de futuro, por la de porvenir.

Según Marx, por tanto, Feuerbach se limita a disolver el mundo religioso en su base profana, se limita a comprobar una ilusión necesaria, la ilusión de la autoalienación, del desdoblamiento, pero, al no ser reducida esa ilusión a un determinado condicionamiento histórico, adquiere las características de un hecho eterno. Para Marx, por el contrario, el desdoblamiento se explica solamente según determinadas condiciones históricas que pueden ser modificadas. A través del proceso revolucionario pueden cambiarse las condiciones históricas que hacen necesaria la ilusión religiosa en un determinado periodo.

Quinta tesis

«Feuerbach, no contento con el pensamiento abstracto, apela a la contemplación sensorial; pero no concibe la sensoriedad como una actividad práctica, como actividad sensorial humana».

Esta tesis reanuda sustancialmente el razonamiento de la primera (relación entre pensamiento e intuición). Feuerbach opera la inversión de lo abstracto a lo concreto. Disuelto en una pura dialéctica de ideas, a Hegel se le habría escapado lo concreto (lo concreto como dato de la experiencia sensible intuitiva). Marx comparte esta crítica. Pero Feuerbach concibe siempre la sensibilidad como receptividad, pasividad, no como actividad práctica del hombre sensible, no como actividad dirigida a transformar lo sensible, que parte de lo sensible y vuelve a lo sensible, con la humanización de la naturaleza. Marx, en cambio, lleva la atención hacia la actividad práctica sensible, es decir, sobre el trabajo humano como acción negativa sobre el dato sensible y su transformación. En consecuencia -y entonces se entiende por qué Marx repite la sustancia de la primera tesis en la quinta-, se establece también una diversidad de posiciones respecto a la crítica de la religión. Para Marx, el ateísmo, entendido como desaparición del problema de Dios, se sigue de la desaparición de aquella realidad económica que hace posible la superestructura religiosa. A partir de aquí se ve otro aspecto de la conexión entre Marx y Hegel. Es sabido cómo para Hegel el Absoluto es un resultado. Análogamente, para Marx, la desaparición del problema religioso, que es un aspecto de la alienación, es el resultado del paso a la sociedad comunista y a la decisiva transformación de la condición humana que ella comporta.

Sexta tesis

«Feuerbach diluye la esencia religiosa en la esencia humana. Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales.

Feuerbach, que no se ocupa de la crítica de esta esencia real, se ve, por tanto, obligado:

1) A hacer caso omiso de la trayectoria histórica, enfocando de por sí el sentimiento religioso y presuponiendo un individuo humano abstracto, aislado.

2) En él, la esencia humana sólo puede concebirse como «género», como una generalidad interna, muda, que se limita a unir naturalmente los muchos individuos».

 En esta sexta tesis se encuentra la clave para entender todo el pensamiento marxista. Por el modo con que se distingue de Feuerbach, Marx manifiesta lo esencial de su pensamiento. Mientras Feuerbach habla de esencia humana, Marx dice que la esencia humana no es algo abstracto que resida en el individuo singular, sino que, en su realidad, es el conjunto de las relaciones sociales. ¿Qué quiere decir esto? Con rigor estricto, se debería llegar a la conclusión de que no se puede siquiera hablar de la realidad del hombre, en cuanto que no existe un hombre que entra en relaciones sociales, sino que existe, en cambio, la sociedad como realidad global, de la que los individuos son los elementos; cuando es abstraído de la sociedad de la que hace parte, el individuo se desvanece en la nada. Si hablamos de una esencia del hombre, es decir, de un elemento eterno presente en cada hombre, tenemos el hombre, el individuo que luego entra en las relaciones sociales. Esto hace del individuo una persona autónoma, que entra en relaciones sociales, pero manteniendo su propia autonomía personal.

Si -al modo de Marx- no se admite esto, tenemos una realidad global, la sociedad, de la que los individuos son elementos. No se puede hablar rigurosamente del hombre, sino que se debe hablar de un proceso, que para Marx es el proceso de la praxis, el proceso de la actividad transformadora de la naturaleza o (con una fórmula siempre imprecisa, aproximada) de un hombre colectivo u hombre total, que sustituye al hombre individual. Pero si el hombre es una abstracción, si lo que existe es el conjunto de relaciones sociales, falta toda justificación a una esfera o ámbito de lo privado, distinta de la esfera pública; falta, por tanto, toda justificación, en el fondo, a una propiedad privada distinta de una propiedad colectiva.

El resto de la tesis, después de lo ya señalado, es muy claro. Feuerbach, según Marx, al no criticar la esencia real, se ve obligado a prescindir del curso de la historia, a fijar en sí el sentimiento religioso, y a suponer un individuo humano abstracto, aislado. Fijando en sí el sentimiento religioso y razonando en términos de esencia (razonamiento típico de toda filosofía especulativa), no hace más que hablar de una esencia humana naturalmente eterna. Pero entonces se hace también eterno el sentimiento religioso, aunque sea como ilusión, pero como una ilusión que no puede ser disipada. Así, la aparente atenuación del ateísmo de Feuerbach en Marx es, en realidad, un ateísmo más profundo, porque llevar a cabo una crítica radical de la religión significa cambiar las condiciones sociales que la hacen nacer.

Por tanto, la crítica de la esencia-hombre, como punto fundamental de la critica de Marx a Feuerbach, es el fundamento del materialismo histórico. Excluida del proceso histórico toda referencia a la esencia y a los ideales, el proceso revolucionario se realiza por el movimiento mismo de la historia. Y este materialismo coincide también con el primado de la economía, ya que si son abolidos los ideales, las esencias, permanece el hombre económico, el puro hombre económico. De ahí, en fin, la explicación de la historia, para la que la economía constituye la estructura, mientras las demás expresiones de la vida -arte, religión, moralidad- son la superestructura. No son, pues, las ideas las que mueven la historia, sino las fuerzas económicas. El sujeto de la revolución es por eso la misma historia: ahí está la diferencia entre el socialismo utópico o ético y el socialismo que Marx y Engels llamarán después científico. Lo absurdo del socialismo ético radica en su pretensión de partir de «ideas morales» falsamente absolutizadas, cuando son un producto histórico.

Séptima tesis

«Feuerbach no ve, por tanto, que el “sentimiento religioso” es también un producto social y que el individuo abstracto que él analiza pertenece, en realidad, a una determinada forma de sociedad».

Tenemos aquí el paso del humanismo al historicismo. La filosofía de Feuerbach se opone a la de Hegel como el humanismo al historicismo. Pero este hombre de Feuerbach es todavía un hombre abstracto, hombre-esencia, al que Marx contrapone el hombre social: no existe el hombre en abstracto, sino el hombre de esta o aquella realidad social. La postura de Feuerbach es todavía reformista, ya que cree que reformando la cultura, «las cabezas», se producirá también un cambio social: reformismo típico, como el señalado en la tercera tesis cuando Marx comenta la doctrina de la transformación a través de la educación. Para Marx el reformismo es un proceso que pretende ir desde las cabezas y desde la cultura hacia el mundo social, mientras que sólo la revolución político-social puede operar el paso.

Esta séptima glosa manifiesta el progreso del pensamiento de Marx desde 1844 a 1845. En los Manuscritos de 1844, en efecto, no se encuentran las ideas sobre el carácter histórico del hombre y sobre el carácter social de su ser sensible. El punto de llegada del materialismo histórico explica el sucesivo paso a El Capital, obra filosófica, histórica y económica.

Supuesto que la historia se reduzca a la historia económica, la economía política se expande y se constituye en la ciencia del hombre. Todo lo demás es superestructura. A partir de la critica a la esencia, a lo eterno, se llega a la idea de que la historia es historia económica.

Octava tesis

«La vida social es esencialmente práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esta práctica».

Por tanto, la historia económica explica, da razón, de las superestructuras éticas y morales, metafísicas y religiosas.

Novena tesis

«A lo que más llega el materialismo contemplativo; es decir, el materialismo que no concibe la sensoriedad como actividad práctica, es a contemplar a los distintos individuos dentro de la “sociedad civil”».

Parece que aquí se repita la afirmación de la primera tesis, según la cual el defecto de todo materialismo hasta ahora ha sido el objetivismo. Se tiene, pues, la impresión de que esta tesis novena no contenga nada nuevo, no sólo respecto al pensamiento de Marx, sino tampoco respecto a la crítica del materialismo vulgar, objetivista, pasivista.

Pero, observando con más atención, se ve que hay algo más. Es necesario fijarse en las palabras iniciales de esta tesis («el punto más alto») y en las finales («la sociedad burguesa»). O sea, el pensamiento materialista tiene, como mérito propio, el desenmascarar (lacerare le maschere); es decir, en él la empiria político-social no está mistificada con una justificación teológica ni con su deducción a partir de una necesidad racional; se muestra tal como es. El materialismo marxista pretende por eso ir más allá del materialismo de la izquierda iluminista, no negarlo simplemente: también en la historia del materialismo hay una continuidad. Que el materialismo marxista no se reduzca a un simple desarrollo del materialismo precedente no significa que el materialismo pueda ser eliminado del pensamiento revolucionario. El materialismo del siglo XVIII es inadecuado porque después de desenmascarar debe limitarse a «mirar» la sociedad sin revolucionarla realmente. Sin embargo, esto no significa que pueda excluirse del socialismo el momento materialista, como, por el contrario, pretendían hacer sucesivamente sus intérpretes revisionistas, que querían compaginar el pensamiento político y social de Marx con la moral kantiana, o sustituir el materialismo por el humanismo, o considerar el marxismo como la última etapa del pensamiento iusnaturalista, o afirmar que la aceptación del socialismo puede prescindir de cualquier tipo de filosofía.

La valoración del marxismo contenida en esta tesis explica la atención y la simpatía que la, historiografía comunista de hoy muestra hacia los materialistas del siglo XVII, como Diderot y Holbach.

Décima tesis

«El punto de vista del antiguo materialismo es la sociedad “civil”; el del nuevo materialismo, la sociedad humana o la humanidad socializada».

La décima tesis no añade gran cosa a lo que ya se ha dicho. El materialismo naturalista («el viejo materialismo») se sitúa desde el punto de vista de quien observa la realidad. Desde este punto de vista especulativo, el mundo se presenta compuesto de individuos sensibles, egoístas, con una actitud combativa y competitiva entre ellos. Es inevitable que se presente así cuando, descartada toda metafísica, se concibe la intuición como pura intuitio sensible. Esta realidad, vista con los ojos del simple materialismo, aparece formada por individuos aislados, que no son movidos más que por intereses egoístas. Este materialismo expresa la realidad de la sociedad burguesa, como realidad de individuos singulares animados por intereses egoístas, pero no quiere mostrar su necesidad filosófica. De aquí nace la oposición entre metafísica y ciencia, que se irá haciendo cada vez más acusada en Marx: la metafísica altera, mistifica lo real. Cuando Marx habla de metafísica, tiene en la mente -como metafísica- la filosofía de Hegel.

Es de notar cómo el nuevo materialismo, que es el fundamento teórico de la revolución total, debe conducir desde una humanidad individualista a una humanidad social. Pero sin referencia a ningún concepto ético.

Undécima tesis

«Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo».

La filosofía hegeliana parece coincidir con el final de la historia, en contradicción con su idea de la realidad como devenir. Como ya se ha recordado, en la introducción a la Filosofía del derecho, Hegel habla de la filosofía como del pájaro de Minerva que se alza en el crepúsculo. Para Hegel, la historia procede desde oriente hacia occidente, que es crepúsculo, donde la filosofía alcanza la plena conciencia del proceso histórico. Para Marx hay una reapertura de la historia, que en Hegel parecía haberse concluido. Esta reapertura no puede presentarse entonces más que como ruptura absoluta, como revolución. A la realidad que se había hecho total, es necesario contraponer otra realidad. Con el hegelianismo se llega a una crisis de la tradicional idea de verdad, de participación, de correspondencia, de revelación del principio racional de lo real (primado del verbo). Dentro de esta filosofía del Logos, Hegel introduce la historia, y sólo a través del proceso histórico la idea toma conciencia de sí misma en el hombre. Mientras para la filosofía precedente el mundo ideal es idéntico para todos los hombres y para todas las naciones, para Hegel es sujeto del devenir histórico. Antes era necesario descubrir la verdad inicial, alcanzar una revelación primitiva; para Hegel, en cambio, la verdad está al final de la historia. El absoluto es el resultado; la verdad se conoce sólo al final de la historia. No siendo posible ir más allá de Hegel, permaneciendo dentro del mismo hegelianismo, tiene lugar, en la filosofía posterior a Hegel, el paso desde el primado del Logos al primado de la acción. La revolución corresponde a estos dos tipos de pensamiento opuestos y no conciliables. La filosofía del primado de la acción termina identificándose con la acción dirigida a transformar el mundo político-social; es decir, con la revolución.

Es importante observar que la oposición entre filosofía especulativa y filosofía de la praxis tiene significado sólo en el horizonte del inmanentismo hegeliano. No se puede generalizar, como si se tratase de categorías esenciales, a todo pensamiento filosófico.

 

VALORACIÓN GENERAL

Un análisis crítico completo de las Tesis sobre Feuerbach sería prácticamente una crítica de todo el pensamiento marxista. Aquí nos limitaremos al análisis de los aspectos más significativos, en torno a la idea de Revolución, que en estas tesis aparece como la noción central de la filosofía-praxis marxista.

Ordinariamente, el término revolución se usa en varios sentidos. El más antiguo -y es la única acepción usada hasta el final del siglo XVIII- lo asocia a la idea de desorden; por eso, revolución equivaldría a tumulto popular y acéfalo, o dirigido desde fuera por demagogos sectarios. Bajo este aspecto tiene un significado puramente político o social, como cambio de gobierno realizado por la fuerza y la violencia. En este caso el acento se pone sobre todo en el aspecto destructivo, sin que se establezca una distinción neta entre «revuelta» y «revolución». Es el sentido utilizado generalmente hasta la revolución francesa.

Un segundo sentido es el jurídico, en el que se entiende por revolución cualquier cambio de la organización política de los Estados, actuado mediante la violación de principios del derecho constitucional en el que se concreta la misma organización, o bien sin respetar los procedimientos que regulan sus legítimos cambios parciales. Este sentido es diverso del primero, porque al primero le es esencial la violencia -como violencia destructora-, y al segundo no. En el primero, la revolución es un hecho irracional; en el segundo puede ser consentida o exigida por principios jurídicos metapositivos.

Un tercer sentido es el ético-político: el nacimiento de un nuevo orden, como realidad inseparablemente moral y política, no explicable por simple evolución del pasado. En este sentido se suele decir, por ejemplo, que el Risorgimento italiano fue un proceso revolucionario, en cuanto fue un nacimiento (sorgimento).

En un cuarto sentido, Revolución es una categoría ideal a la que se llega a través de un proceso filosófico. Significa la liberación del hombre -por vía política- de la alienación a la que se ve ligado por los órdenes sociales hasta entonces realizados, y que tiene su raíz sólo en la estructura de esos órdenes. Por eso, según este sentido, es necesaria, en la liberación del hombre, la sustitución de la religión por la política, ya que el mal es consecuencia de la sociedad (constituida así en sujeto de imputabilidad) y no de un pecado original. Por diversas que puedan ser las formas revolucionarias, entendidas en este sentido, su hecho común es la correspondencia entre la elevación de la política a religión y la negación de lo sobrenatural. En este sentido, la Revolución, con mayúscula y sin plural, es el acontecimiento único, doloroso, que es el paso del reino de la necesidad al de la libertad, considerado éste -no puede ser de otro modo- como simple negación de las instituciones y de las ideas del pasado; negación que engendra un porvenir en el que no habrá nada semejante a la vieja historia. Resulta superfluo observar que el único sentido que interesa verdaderamente a la filosofía es este último, y que el proceso de incubación de esta idea ha sido relativamente breve: desde Rousseau hasta Marx, en quien encontramos la formulación completa e insuperable de la idea de revolución total.

Considerando esta idea de revolución total en el sentido marxista vemos que su carácter antitético con la idea de tradición es primario y condicionante. De hecho podemos definir la idea revolucionaria, en el sentido dicho, como la sustitución de la búsqueda de la metafísica (de la racionalidad interna de lo real, con el consiguiente primado de la contemplación de un orden, con el que hay que procurar conformarse prácticamente) por la instauración de una meta-humanidad, caracterizada por la recuperación de aquellos poderes de los que el hombre había debido alienarse -para proyectarlo en Dios- en la fase hasta ahora recorrida por el proceso histórico. Si se quiere usar el lenguaje religioso, podemos hablar así, refiriéndonos a la Redención, de una autoliberación de la humanidad a través de la historia; o mejor, de una liberación operada por la historia, porque en la segunda fase del pensamiento de Marx, que se inicia con las Tesis sobre Feuerbach, desaparece la misma noción de naturaleza o esencia del hombre; la humanidad, más que redimirse a sí misma, es redimida por la historia, sin que por eso se pueda hablar de fatalismo. Por eso, el futuro sustituye al más allá. En relación a esta sustitución-oposición, en el pensamiento revolucionario retornan todos los conceptos teológicos, pero cambiados cumplidamente de valor.

Respecto a los temas esenciales del pensamiento revolucionario (en orden alfabético: Alienación, Dialéctica, Filosofía de la Praxis y Primacía de la acción, Materialismo, Primacía de la economía, Resolución total de la ética en la política, Supresión de los problemas metafísicos y afirmación de la Ciencia, Sociedad sin Estado y sin clases, Sustitución -que es a la vez resolución- de la filosofía por la revolución y de la ética por la Historia de la filosofía, Totalismo), lo importante para obtener una comprensión exacta de ellos es definir su orden sistemático. El primer puesto hay que conferirlo ciertamente al paso a la filosofía de la praxis; pero hay que mostrar cómo este paso coincide con la afirmación del ateísmo como presupuesto trascendental; ateísmo que significa eliminar en el hombre todo rastro de lo divino, sea inmanente o trascendente (reducción del hombre a actividad práctico-sensible): eliminación que es necesaria para que el futuro realice el eritis sicut dii («seréis como dioses»).

Las condiciones para la revolución se establecen exactamente, sobre todo, en las tesis cuarta y sexta sobre Feuerbach, como «derribo de la totalidad». Para que la revolución, como transformación radical del hombre y del mundo, sea posible, es necesario eliminar todo residuo de platonismo: también el que todavía persiste en Feuerbach, a pesar de ser el crítico del platonismo de Hegel. Ese último residuo anida en la idea, que Feuerbach mantiene, de una esencia del hombre como principio que reside en los individuos singulares. En rigor, para Marx no se puede hablar ni siquiera de la realidad del hombre, ya que no existe un individuo humano como persona autónoma que entre en las relaciones sociales manteniendo, sin embargo, su autonomía, sino que existe sólo la sociedad como realidad global de la cual los individuos forman parte.

El «derribo de la totalidad», por tanto, sólo podrá ser operado por la historia, y es así resultado y objeto de la revolución. Es verdad que Marx no ha usado el término de superhombre, que fue introducido por Nietzsche; pero la idea de la superhumanidad circula en todo el siglo XIX bajo la forma de mito prometeico. En el marxismo se reencuentra en términos de paso del reino de la necesidad (o de la dependencia) al de la libertad; a un porvenir cualitativamente tan diverso del presente, que sólo puede ser prefigurado a través de negaciones. Pero entonces está claro que el hombre no puede pasar a este estadio superior haciendo palanca sobre lo «divino» (que implica «participación» y «dependencia») que cree que hay en él: sería como pensar que puede liberarse de la dependencia, apoyándose precisamente en los principios que la fundan. Se ve, pues, cómo para el marxismo cualquier forma de pensamiento teológico debe ser, por su propia naturaleza, «conservador» del estado de dependencia de la humanidad; y cómo la crítica revolucionaria ha de aplicarse también a las ideas «racionales» de «justicia» y de «libertad».

Estas observaciones pueden servir para corregir algunas ideas equivocadas. Por ejemplo, a menudo se repite que el marxismo es «una herejía cristiana», y se quieren buscar sus precedentes en la historia de los movimientos heréticos. Si hereje es aquel que escoge, no veo qué ha escogido Marx del cristianismo. Pero si a toda costa se quiere hablar de herejía, habrá que referirse no al cristianismo, sino al mesianismo hebreo; y ver en Marx una continuación separada (y en ese sentido herética) de todos los elementos que preludian el cristianismo.

Es importante observar que es a partir de la idea de revolución total como encuentra explicación el materialismo marxista, y que el nexo que une estas dos tesis es inseparable. Para que sea posible la inversión dialéctica de la miseria a la grandeza (y aquí también se ve la inexorabilidad del momento dialéctico) es necesario acentuar la miseria del hombre hasta el mayor grado posible. Esta acentuación significa la liberación del hombre de toda traza de lo divino y su reducción a actividad práctico-sensible. Sólo así, a través de esta concepción materialista, se realiza un historicismo integral, en el sentido que la historia resulte el único sujeto; y sólo así sea posible el derribo de la totalidad.

No es casualidad que en la síntesis global que Engels[1] presenta del pensamiento filosófico de Marx en el escrito sobre Feuerbach, la idea de la dialéctica esté inmediatamente unida con la de la extensión máxima de la «mortalidad de lo finito». Ahora bien, según esta extensión también la situación de dependencia que caracteriza la realidad humana es provisional. Es tal que debe ser superada, si no se quiere abolir la misma idea de «futuro». Ernst Bloch escribió una vez una frase singularmente feliz sobre las relaciones entre Hegel y Marx: Hegel negó el futuro, pero ningún futuro negará a Hegel. Es decir, por una parte la filosofía de Hegel representaría la forma definitiva que puede asumir la teología grecocristiana, su definitiva superación racionalista; por otra parte, Hegel es aún prisionero de esta teología, y consecuencia de esta contradicción es la negación del futuro, y, por tanto, la incompleta reconciliación con la realidad mundana e histórica. Ir más allá de Hegel no es posible, por tanto, más que a través del paso de la filosofía especulativa (el mundo acabado) a la filosofía de la praxis (el abatimiento revolucionario de la totalidad).

A partir de aquí se comprende que la crítica al marxismo sólo puede tomar dos formas:

1)  La de «incorporarlo a la verdad»; es decir, dejando intacta la idea de un proceso unitario en el desarrollo del pensamiento desde la filosofía griega hasta Hegel y Marx, afirmar después que el marxismo debe superarse en una ulterior fase de pensamiento.

2)  La de la crítica del horizonte histórico hegeliano y marxista; es decir, de la tesis del proceso unitario del desarrollo; crítica que, en mi opinión, lleva a reafirmar la filosofía del primado del ser.

Aquí hay que preguntarse sobre la posibilidad de una incorporación a la verdad cristiana del pensamiento revolucionario marxista. La respuesta a esto es absolutamente negativa; y, a mi juicio, la crisis actual de las confesiones cristianas (comprobable en la teología y en la moral), en último análisis, depende totalmente de esa idea de asunción.

Sin embargo, hay que preguntarse por qué, a pesar de tantos intentos fallidos, éstos continúan. El hecho es que el término ateísmo tiene dos significados diversos. Según el primero, quiere decir: respuesta negativa al problema de Dios. Según el segundo: desaparición del problema de Dios. Llamaré al primero sentido débil, y al segundo, sentido fuerte. Marx conoce hasta tal punto esta distinción (por otra parte, no sólo él, sino también algunos de sus contemporáneos, por ejemplo, Comte), que en algunos pasajes rehusa incluso llamarse ateo (por ejemplo, en aquel de La sagrada familia donde el ateísmo es considerado como «el último grado del teísmo, reconocimiento negativo de Dios»). A esto corresponde la conocida tesis según la cual el ateísmo es un resultado de la transformación revolucionaria de la humanidad (resultado, por tanto, no en el sentido de que sea algo secundario o incluso algo de lo que se pueda prescindir manteniendo el pensamiento revolucionario).

 

 Sin embargo, muchos teólogos y filósofos de orientación religiosa (pero hay que decir que esta vez se han equivocado más los teólogos que los filósofos) han entendido el ateísmo marxista como ateísmo en sentido débil: es decir, Marx, al considerarse ateo, habría pretendido protestar contra la deformación burguesa de la religión; pero en el fondo del ateísmo revolucionario habría un teísmo y un cristianismo inconscientes o, como otros prefieren decir, anónimos. Un cristianismo «desmitizado», «secularizado», etc., saldría al encuentro de sus justas exigencias.

¿Cómo se ha podido llegar a este equívoco y, lo que es peor, cómo ha podido persistir, hasta dar lugar (éste es al menos mi parecer) a las consecuencias más peligrosas?

La línea directriz originaria ha sido ésta: «la filosofía moderna es el conjunto de las verdades cristianas separadas unas de otras, y contrapuestas por esta separación, y por eso enloquecidas»; tesis que suena así en su traducción docta: «la filosofía moderna es una continuación herética del pensamiento cristiano». Esta tesis, a primera vista puede parecer favorable al pensamiento cristiano, mostrando que no se logra salir del cristianismo, por más que se quiera: por más esfuerzos que se hagan, se permanece al menos en la herejía (en la elección). Se piensa, además, que el pensamiento herético es recuperable: entre el ateísmo revolucionario y el cristianismo se tiende el puente -que se considera viable- de la herejía. Pero pronto esta tesis tiende a convertirse en su contraria (en mi opinión puede verse este proceso en el pensamiento de K. Löwith): como el pensamiento moderno no hace más que prolongar el pensamiento cristiano, es imposible retornar desde su desenlace (por catastrófico que fuese) al pensamiento religioso trascendente. A esta etapa sigue después otra: la de la desmitización... del pensamiento religioso para ponerlo de acuerdo con el proceso, supuesto irreversible, del pensamiento moderno. No es una simple curiosidad recordar que en este momento del proceso aparece también, con gran alegría de las medias-conciencias cristianas, el semiherético marxista Ernst Bloch, para intentar resolver no ya el marxismo en el cristianismo, sino, al contrario, el cristianismo en el marxismo; y por lo que se refiere a ciertas posiciones tomadas por pensadores religiosos, tiene razón: el puente de la herejía es así transitable, pero en sentido inverso.

Por otra parte, es fácil comprender qué puede haber conducido al error de ver en las categorías del pensamiento de Marx una versión laicista de temas cristianos, tal que permita recuperar, sin embargo, aquellos motivos escatológicos que una larga tradición habría dejado en la sombra; versión, por tanto, que es posible volver a traducir acercándose al texto original: el proletariado que toma el puesto de Cristo Redentor, la historia como historia de la salvación, la lucha final entre Cristo y el Anticristo en la última época, etc. (de hecho, no hay ningún tema del pensamiento de Marx que no pueda ser, y no lo haya sido, interpretado o traducido en estos términos). Sin embargo, se trata de una simetría bastante fácil de explicar; basta pensar que el cristianismo y el marxismo son ambos mensajes de liberación; pero lo que importa saber es de qué quieren liberar. Basta esta sencillísima pregunta para comprender que el abismo no es colmable. Debe decirse que los temas de Marx no son traducciones ni son susceptibles de ser traducidos.

Sobre lo que más bien debe insistirse -y quizá es éste el punto que, en la enorme literatura existente sobre el marxismo, es todavía el menos estudiado- es en la curiosa coincidentia oppositorum por la que en el pensamiento filosófico de Marx se encuentran no eclécticamente todas las actitudes del pasado (y también posteriores) opuestas al cristianismo, aunque opuestas o irreductiblemente diversas entre sí, como consecuencia de una extrema radicalización, que coincide con el grado máximo de su ruptura con la trascendencia y con el cristianismo.

En el fondo todo esto es la más fuerte crítica externa al pensamiento de Marx: la inseparabilidad de la revolución total y el ateísmo en sentido fuerte; es decir, su insanable oposición a la Verdad Primera: Dios.

Las críticas internas se refieren, en cambio, a las contradicciones del marxismo considerado en sí mismo. Y pueden hacerse de diversos modos. Primariamente se puede partir del criterio de verdad atribuido a la verificación histórica. En su realización, ¿el marxismo se ha verificado a sí mismo o más bien ha sido desmentido radicalmente? Si se considera el modo en que el marxismo ha alcanzado la realidad efectiva, es imposible observar otro ejemplo de heterogénesis de fines con proporciones tan gigantescas. Basten dos ejemplos, entre los muchos que se podrían aducir. Según Marx, la revolución universal era posible porque el capitalismo y la gran industria habían realizado por primera vez un mercado mundial y con él una historia universal (cfr. L'ideologia tedesca, trad. ital., p. 58). Por tanto, el comunismo debe realizarse universalmente, y ningún comunismo nacional puede ser verdadero comunismo ni etapa hacia el comunismo universal. En cambio, se realizó exactamente lo contrario: el socialismo en un solo país. Y, verdaderamente, no parece que este y los sucesivos socialismos nacionales puedan verse como momentos de un proceso hacia la revolución mundial.

Pasemos al otro punto. En su polémica, Bakunin y Marx se intercambian continuamente la crítica de autoritarismo. Comentando en 1874-75 Estado y anarquía y Principios fundamentales del orden social del futuro, de Bakunin, Marx dice textualmente que la tesis de su adversario conduciría a un comunismo de cuartel, en el que todo estaría regulado por un vértice, el Comité, anónimo y desconocido, que haría las veces de director supremo; y que la autoridad centralizada propuesta por Bakunin se resolvería en un instrumento de una organización política que mantendría todas las características del Estado político. Así, Marx describe exactamente, en una crítica ante litteram, la forma en la que su misma propuesta revolucionaria ha encontrado posteriormente todas las realidades que pretendía negar (Estado, clase, nación, ideología, imperio); además, la infusión del espíritu revolucionario les ha conferido un enorme aumento de poder y un correspondiente aumento de fuerza opresiva; de tal modo que, al final, se da la razón a la fórmula de Bertrand de Jeuvenel, según la cual, en último análisis, las revoluciones se hacen no por el hombre, sino por el poder.

Se podría responder, siguiendo a Trotsky, que eso ha sido consecuencia de la traición staliniana a la revolución. Pero a esto se puede replicar (cfr. J. Ellul, Autopsye de la révolution, Calmen-Levy, París, 1969) que no lograrse más que a condición de no ser «traicionada» es esencial a las revoluciones en el sentido de la historia, es decir, de tipo marxista. Esta traición en realidad comienza con Lenin y su concepción del partido, introduciendo la teoría de las élites, guías extrañas a la clase proletaria; teoría que (como se sabe) surgió en el clima de la crítica burguesa del marxismo; de ella se seguía necesariamente la recepción en el movimiento proletario de todas las categorías burguesas, y de ahí la descomposición de la revolución mundial, hasta la tesis del socialismo en un solo país, con una subordinación real del socialismo al nacionalismo. En otro lugar (cfr. Tramonto o eclissi dei valori tradizionali?, Ed. Rusconi, pp. 215 ss.) he intentado mostrar cómo, al hacer esto, Lenin obedeció a una precisa necesidad teórica: el camino que él proponía era, después de la crisis revisionista-socialdemócrata de los años noventa, la única posibilidad de reafirmación de la idea de revolución en el sentido fuerte de paso a una nueva humanidad a un «nuevo eón».

En el terreno de la verificación histórica, no se trata propiamente de ver si el derrumbamiento del marxismo puede suceder o no. Simplemente hay que decir que en Occidente ya ha sucedido. En Occidente, donde -en la segunda posguerra- ha impregnado la cultura, y donde, aunque de modo parcial respecto de los estratos de la población a que ha llegado, ha producido en la sociedad burguesa la «desaparición del problema de Dios», ciertamente de un modo no previsto por la Teoría de Marx.

Es patente que el eclipse occidental del problema de Dios está en conexión con las varias formas antimetafísicas presentes hoy día, cualquiera que sea el modo como se las quiera llamar; usando un término global genérico, nuevo positivismo o praxismo tecnológico, o como sea. Pero está claro que este pensamiento antimetafísico no es más que el derrumbamiento del racionalismo gnóstico de Marx hacia la otra forma de racionalismo, el agnóstico[2]. Derrumbamiento en el que se realiza una forma de empirismo racionalista que, eliminando toda referencia a una verdad absoluta, se separa del escepticismo, pero cierra a la vez el camino a aquel posible lugar para la fe que concedía el viejo empirismo. El nuevo está en conexión con el espíritu burgués (como fácilmente podría mostrarse), que llegado al estado puro, puede ya separarse completamente de todo residuo de alianza con el espíritu tradicional. La sociedad opulenta o tecnológica, o como se la quiera llamar, se rige completamente por las categorías de la mercancía y del consumo, es decir, por aquel dominio de lo económico que Marx pretendía eliminar con el paso final al reino de la libertad.

Sin embargo, bien mirado, aquel pensamiento antimetafísico que es su fundamento ideal es sólo una filosofía más allá de Marx, que el marxismo se encuentra impotente para refutar, tanto teórica como prácticamente, ya que es exactamente el desarrollo hasta las consecuencias extremas de uno de sus aspectos, el materialismo histórico disociado del pensamiento dialéctico. En efecto, si consideramos el materialismo histórico en sí mismo, llegamos a una forma de relativismo absoluto (que es útil designar con el término relacionismo), que es precisamente el inverso del pensamiento revolucionario; y que es la negación más absoluta y radical de la tradición (entendida como «entrega» de verdades meta-históricas), pero dentro de la sociedad burguesa.

He hablado antes de una heterogénesis de los fines a la que estaría sujeta la revolución marxista, como revolución que no puede realizarse más que a condición de traicionarse a sí misma. Pero, generalmente y de ordinario en este contexto se suele considerar sólo el comunismo ruso, y se ha hablado del poder siempre creciente del Estado, de burocratización, de totalitarismo, de imperialismo, etc. Todo eso es verdad, pero no es decisivo. En realidad no hay actualmente una revolución marxista en curso (¡lo estaría desde 1917!) todavía en proceso de extensión al plano mundial. Esta revolución mundial ya ha sucedido, pero en este terreno el marxismo ha logrado hacer que emerja el espíritu burgués en su estado puro, y ha permitido su hegemonía en Occidente, en lugar de abatirlo. Hoy es la sociedad opulento-tecnológica la que avanza, y no ya el marxismo, que está -por el contrario- en crisis.

Me refería antes al desarrollo hasta sus consecuencias extremas del materialismo histórico aislado del pensamiento dialéctico; es de notar que lo mismo vale para el desarrollo hasta las últimas consecuencias del momento dialéctico de Marx, en cuanto se distingue del hegeliano. También este desarrollo ha tenido lugar; de hecho, una de las muchas fórmulas que pueden usarse para definir la situación histórica del actualismo es la siguiente: un desarrollo tal del momento dialéctico, reformador del hegelianismo, que exige la cancelación del momento materialista. El pensamiento filosófico marxista no puede sustraerse a la descomposición por el desarrollo radical de uno u otro aspecto, y en esa descomposición pierde su significado revolucionario.

Pero volvamos al eclipse occidental del problema de Dios. ¿Por qué ha faltado una resistencia válida por parte del pensamiento metafísico? Aquí mi respuesta puede resultar desconcertante: los pensadores de orientación metafísica generalmente han concentrado su atención en Heidegger, pues la de Heidegger es la única entre las diversas formas de filosofía de la existencia desde los años treinta que ha permanecido en pie, o al menos es la única a la que se ha prestado atención. Ahora bien: la filosofía de Heidegger es una filosofía más allá de Marx, en el sentido de que está condicionada por el marxismo, en la negación que pronuncia respecto a las filosofías anteriores, desde Platón en adelante; y de este condicionamiento procede su singularidad, que me vería en la tentación de definir como la de un ontologismo sin Dios. Esto puede parecer extraño y, sobre todo, inexacto. Sin embargo, veamos. Se ha llamado ya varias veces la atención sobre la relación entre Historia y conciencia de clase, de Lukács, y Ser y Tiempo, de Heidegger. Si confrontamos estas dos obras, resulta innegable que la de Heidegger es la versión, en términos de gnosis especulativa, de la de Lukács. Pero esto no significa en absoluto debilitamiento; es más, en Ser y Tiempo tenemos la revancha de la gnosis especulativa sobre la gnosis revolucionaria.

Que esta revancha es incuestionable lo prueba el hecho de que Lukács, aún sin mencionar a Heidegger, haya renegado prácticamente de esta obra suya. Se dio así el caso extrañísimo de que aquélla, que es, con mucho, la obra más importante que el marxismo teórico ha producido después de la revolución, haya sido retractada por su autor y por casi todos los marxistas. Pienso que es superfluo detenerse sobre la enorme importancia teorética de este hecho. Historia y conciencia de clase es la obra más coherente y rigurosa del marxismo hegeliano y antipositivista: con la obra de Heidegger se tiene la victoria de la gnosis especulativa, que cierra el paso de la gnosis especulativa a la gnosis revolucionaria, aunque esto comporta el abandono del hegelianismo. Sin embargo, insisto aún en el término «versión»; en Ser y Tiempo está ya presupuesta, aunque no desarrollada, aquella visión del proceso histórico de la filosofía, que mucho más tarde se hará pública en la obra de Heidegger sobre Nietzsche (1961). En definitiva, con Heidegger no se vuelve a lo que el marxismo ha juzgado como superado, por lo que se refiere en modo particular al pensamiento grecoclásico y al cristianismo.

A más de medio siglo desde que la filosofía de Marx ha intentado hacerse historia, a través de la revolución, y efectivamente se ha hecho tal, es posible dirigir una mirada sobre la situación espiritual que, extendida ahora a escala mundial, ha sido su contragolpe. Dos causas opuestas parecen derrotadas -desde el punto de vista de la verificación histórica-: el ateísmo revolucionario y la metafísica clásica, con el conjunto de valores a la que estaba unida. El ateísmo en sentido fuerte, la desaparición del problema de Dios, parece, en efecto, caracterizar la sociedad burguesa occidental que ha asumido la forma de esa civilización tecnológica, que es el principio de la unificación mundial. Las críticas al nihilismo, al praxismo, al pensamiento técnico... hechas por Heidegger, parecen perder eficacia porque de derecho -con relación a la filosofía de que dependen- se sitúan, por así decir, dentro de aquella sociedad tecnológica que es la única que puede permitir el más-allá-del-marxismo. Por eso, esta sociedad ni siquiera las combate porque, en la ineficacia a la que están reducidas, parecen resolverse en nuevas (y menos inadecuadas a su función) fórmulas retóricas; la filosofía de tipo heideggeriano se «alberga» hoy en la sociedad tecnocrática y sirve para bloquear el retorno a la teología y a la metafísica clásicas.

Pero todavía hay que ir más allá y establecer mejor en qué orden deben situarse -para adquirir un verdadero valor racional- las críticas de las que el marxismo es susceptible.

Una condición preliminar es reconocer la excepcional potencia filosófica del marxismo: en cuanto a su verdad fenomenológica, que no corresponde, naturalmente, a su verdad real. La filosofía de Marx ha esclarecido verdaderamente la naturaleza del ateísmo radical (es decir, del ateísmo separado del pesimismo) y su nexo con la revolución total. Es decir, ha sacado a la luz la esencia del racionalismo, entendido como negación sin pruebas de lo sobrenatural; y la secuencia en virtud de la cual debe pasar a la filosofía del primado del devenir, que tiene como eslabón conclusivo la filosofía revolucionaria de la praxis (sobre esta secuencia cfr. A. Del Noce, Il problema dell'ateismo, Bolonia, 1964). Su crítica muestra que está sujeto a la descomposición en forma de materialismo neopositivista, que es la cobertura del conservadurismo burgués llegado a su integralidad. Lo intolerable de ese conservadurismo explica la permanencia y la necesidad de la aspiración revolucionaria; pero esta salida no puede asociarse ya a la filosofía del primado del devenir, sino que, por el contrario, debe conectarse -naturalmente, dando lugar a formas prácticas nuevas- a la metafísica del primado del ser. Mientras no se resuelve el problema de este nuevo nexo, el deseo revolucionario seguirá apuntalando la existencia del marxismo, desviando la atención de las críticas a las que está sujeto; y, en efecto, hoy día no se le considera como vencido, sino querido como ideología (en los países donde los partidos comunistas han llegado al poder) o como mito que promete la negación del orden existente (en los otros países). El razonamiento que el marxismo había hecho sobre la religión se puede, pues, invertir: la permanencia del marxismo es la permanencia de una ilusión; y el misterio de esa permanencia debe ser esclarecido a partir de su fundamento monótono y servil.

Pasemos ahora a enunciar los momentos que debe atravesar la crítica al marxismo. La heterogénesis de los fines que se ha verificado históricamente, al dar lugar al totalitarismo y al sistema de la superpotencia, no es un argumento suficiente, puesto que puede considerarse dependiente de interpretaciones inadecuadas o de errores y culpas de los hombres. Este tipo de crítica histórico-sociológica debe ceder el paso a la crítica filosófica; pero tampoco ésta es suficiente, por las razones ya indicadas; a lo que puede llevar por sí sola es a la consideración de los aspectos catastróficos del mundo presente, del agotamiento de un ciclo de la historia, etc. Por otra parte, decir que la crítica marxista no afecta a la metafísica del primado del ser es acertado; pero no basta para demostrar que ese primado pueda volverse a encontrar a partir de los problemas que plantea el mundo presente. Ahora bien: es necesario -y posible- demostrar que situar al marxismo en el lugar que le corresponde en la historia de la filosofía exige una nueva comprensión de la historia del pensamiento y de la historia en general, que no puede convenir más que a la metafísica del primado del ser. Sólo sobre la base de esta nueva comprensión de la historia puede después proceder una nueva filosofía de la política (sobre este punto A. Del Noce, Il problema dell’ateismo, op. cit.).

El punto de vista que aquí se propone es exactamente el inverso del de esos nuevos teólogos que, en cambio, quieren hacer compaginar la teología con la visión de la historia propia del pensamiento moderno en sentido no cristiano, con los resultados que ya se conocen. El pensamiento religioso debe, por el contrario, reconquistar hoy día la razón con el ser, a través de los problemas estrictamente racionales de la filosofía de la historia y de la filosofía de la política.

AUGUSTO DEL NOCE

 

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[1]              Pienso que entre el pensamiento de Marx y el de Engels hay una plena identidad; la tesis de la «superficialidad» de la interpretación engelsiana no tiene, en mi opinión, fundamento.

[2]              Forma gnóstica y forma agnóstica de racionalismo: en estos términos se resuelven, a mi juicio, las nociones clásicas de racionalismo y empirismo. La forma gnóstica se caracteriza por la superación de la religión, que puede expresarse en el paso a la inmanencia de lo divino, o en una horizontalización de la trascendencia, que conduce precisamente a resolver la religión en acción política. Teóricamente la forma agnóstica no excluye la posibilidad de lo sobrenatural; pero su proceso histórico lleva a eliminar de hecho la pregunta sobre él, como «sin sentido», o en cualquier caso, como extraña a las preguntas que plantea la vida. Esta tesis puede encontrar confirmación en el otro opuesto desenlace praxista y radicalmente inmanentista del hegelianismo, el actualismo de Giovanni Gentile, en cuya formación concurrió el marxismo filosófico, ya que a Gentile se debe el primer comentario que se hizo en el mundo a las Tesis sobre Feuerbach (La filosofía di Marx, 1899). Entre las muchas definiciones que pueden darse del actualismo, todas convergentes, está también aquella según la cual el actualismo, en su integridad, sería la realización de la filosofía marxista de la praxis disociada del materialismo. Es decir, el contenido esencial de la tesis del libro juvenil de Gentile, tal como se puede entender releyéndolo hoy, es el siguiente: en la filosofía de la praxis de Marx coexisten dos principios que, llevados a sus consecuencias extremas, se revelan contradictorios: el momento dialéctico y el momento materialista. Gentile lleva a sus consecuencias extremas el momento dialéctico, en el mismo aspecto en que el marxismo lo había ya separado del sentido que tenían en Hegel (es decir, para Gentile, la dialéctica hegeliana es todavía dialéctica del «pensamiento pensado» que es necesario substituir por una dialéctica del pensamiento pensado fundada sobre la identidad de actividad teorética y actividad práctica), suprimiendo el momento materialista. El neopositivismo y el sociologismo, y las líneas de pensamiento afines, representan la posición opuesta: la de un relativismo tan radical que excluye aquel escepticismo que era, en cambio, el desenlace del materialismo naturalista tradicional.