MASCALL, Eric L.

Theology and the Gospel of Christ (An Essay in Reorientation)

SPCK, Londres 1978, 254 pp.

El Doctor Eric L. Mascall, antiguo profesor de Teología histórica en la Universidad de Londres, es muy conocido en el mundo anglicano por varios libros, como p. ej. He Who Is, Corpus Christi y Openess of Being. Su trabajo más reciente analiza algunas tendencias actuales en Teología y quiere ofrecer algunas sugerencias para una consideración más fructífera de las verdades básicas del Cristianismo.

        Este libro puede ser, por tanto, una respuesta serena y meditada a la turbación producida por otro libro, dirigido por John Hick, cuyo título es The Myth of God Incarnate. El editor del libro nos avisa en efecto que las dos obras, la de Mascall y la de Hick, salieron a la luz casi al mismo tiempo y que precisamente por esto "frente a unas peticiones tan exigentes en favor de una drástica revisión de las doctrinas tradicionales, Mascall expone con lucidez y con profundo convencimiento sus tesis. El autor entiende que la doctrina ortodoxa del cristianismo, lejos de ser estéril o ya agotada, ofrece respuesta a muchas necesidades y problemas actuales, y tiene una rica e inexplorada profundidad".

CONTENIDO DEL LIBRO

        En la misma introducción, que lleva un título en francés: Trahison des Clercs, Mascall señala ya uno de los temas centrales de este libro: en los últimos años se ha dado una progresiva traición de la doctrina cristiana, y muchos de los llamados teólogos "intelectuales" han de-sobrenaturalizado a Jesús, con grave daño para sus hermanos espirituales y para las almas a ellos confiadas. Las causas de esta eliminación de lo sobrenatural son complejas, pero dos son las áreas particularmente afectadas: la filosófica, por la evidente carencia de fundamentos filosóficos y teológicos que se detecta en muchos autores; y la ecuménica, debido a una confusión muy difundida acerca de la verdadera naturaleza del ecumenismo.

        Es interesante señalar que Mascall, al abordar el tema de las causas de la trahison des Clercs, lo hace desde la perspectiva más difícil y más conflictiva: la doctrina social cristiana.

        En efecto, el anglicanismo se ha señalado siempre por su preocupación humanitaria: pero esta preocupación "no ha sido simplemente un manifestación de bondad y de compasión... sino algo sólidamente apoyado en un doctrina cristiana bien establecida y que ha sido expresada mediante un pensamiento disciplinado y teológicamente penetrante". La preocupación social y misionera cristiana, que en Inglaterra tuvo en años recientes como destacados representantes a F. D. Maurice, C. Gore, W. Temple, P.E.T. Widdrington y otros muchos, menos conocidos, ha entrado en crisis. Y amplios sectores de la intelectualidad anglicana han llegado hasta repudiarla. Este fenómeno de rechazo ha tenido como manifestación el olvido, y hasta la puesta en discusión, del término mismo "sociología cristiana", Mascall entiende que esta crisis del entero planteamiento ético del anglicanismo se debe a que "la teología ha tomado bastante en serio el orden natural, pero ha rebajado lo sobrenatural a ese mismo nivel". La confusión natural-sobrenatural es la fuente y la raíz de las "teologías secularizadas" o "secularizantes" y esto se da por otro lado, añade Mascall, no sólo en el anglicanismo, donde los casos de A. T. Robinson, G. Vahanian, W. Hamilton, T.J.J. Altizer y H.Cox son paradigmáticos, sino también en el Catolicismo, donde se asiste a una theological desintegration, porque la fundamentación de la doctrina social no se busca en las fuentes auténticas del pensamiento cristiano sino en la situación cultural contemporánea.

        El ecumenismo, por su parte, ha sufrido mucho por todo este fenómeno secularizante: los autores han buscado establecer una base común de modo irónico y ficticio, apoyándose en el humanitarismo y dejando de lado los temas doctrinales. Mascall entiende, en cambio, que el verdadero ecumenismo debe tener un fundamento adecuado y tener un soporte teológico, de modo que "los miembros de las diferentes iglesias lleguen, mediante el estudio común y el intercambio de ideas, a una comprensión más profunda tanto de la propia tradición como de las de los demás." Esta profundización podrá permitir detectar prejuicios u opiniones preconcebidas que quedaban ocultas, obviar a eventuales deficiencias y corregir desviaciones hasta llegar a un verdadero y benéfico enriquecimiento. Pero —repite el autor— la consecución de esta objetivo exige que los problemas se planteen y se resuelvan, hasta donde es posible, en el terreno teológico.

        Definido así el marco general de su intervención mediante una vigorosa llamada a volver a hacer teología y a no perderse en lo filantrópico, Mascall pasa a los temas candentes de la Teología. No sin señalar antes que el problema del método teológico depende en el fondo de la contestación que se dé a la pregunta acerca de Jesucristo.

        En el primer capítulo, por tanto, cuyo título es The Nature and Task of Theology (la naturaleza y la tarea de la Teología), el autor se refiere al primero de los dos sectores señalados, es decir, a las relaciones entre lo natural y lo sobrenatural. La crisis contemporánea en el pensamiento teológico (y Mascall afirma con toda claridad que tal crisis existe) está caracterizada por la división de la Iglesia en dos alas extremas, una de "izquierda" y otra de "derecha", por la pérdida generalizada de mentalidad cristiana en Occidente y por un profundo prejuicio que ha penetrado en las Facultades universitarias, en base al cual se da más importancia a la evidencia experimental que a los principios teológicos. hace urgentemente falta, insiste el Autor, volver a la Teología como actividad eclesial, desarrollada como algo que está en continuidad con los compromisos contraídos en el bautismo. Al analizar las obras de varios autores ingleses, franceses y alemanes, Mascall indica el peligro y la falsedad del nuevo "sentido común" de las teologías historicistas.

        Por esto examina con más detenimiento las posturas de Lonergan y de Torrance que corresponden a unos sistemas teológicos "trascendentales". El pensamiento del profesor escocés le parece a Mascall muy oportuno por haber señalado con claridad el peligro de un vuelta al protestantismo liberal inclusive en el pensamiento católico. No todas las tesis de Torrance son compartidas por nuestro autor: pero su enfoque fundamental merece —según él— respeto y atención. Se trata de reivindicar para la Teología la naturaleza de ciencia en sentido estricto, gracias a la unidad y peculiaridad de su objeto que es Dios. Torrance supera, por otro lado, la postura bultmaniana, así como la de la "nueva teología de J.A.T. Robinson, porque busca y defiende un planteamiento "objetivo" de la Teología y no un refugiarse en el mero sentimiento religioso, lleno de romantic irrationality y bloated subjectivity. Lonergan, por otro lado, tiene el mérito de haber señalado que la Teología supera y culmina todas las demás actividades cognoscitivas del hombre. Esto es cierto, admite Mascall, pero se debe al philosophical Sound de Lonergan: la Teología obedece al esquema general de toda actividad gnoseológica que es, de por sí, metodológicamente trascendental. No queda suficientemente garantizado, según Mascall, en el pensamiento lonerganiano el carácter gratuito de la Revelación.

        A este punto Mascall ofrece su personal solución. Volviendo a las grandes tesis de Santo Tomás (armonía entre razón y fe; unidad entre Sagradas Escrituras, Padres y Magisterio), la Teología se debería definir como "una actividad eclesial relativa a la revelación hecha por Dios al hombre a través de Cristo en su Iglesia".

        La conclusión de este notable capítulo es, sin embargo, un poco decepcionante. En lugar de establecer unas tesis claras y netas sobre la Teología, el Autor prefiere investigar las relaciones entre la "tradición" y el cambio en la Iglesia. Esta investigación desemboca lógicamente en la admisión de que en la historia del pensamiento teológico ha habido verdaderos "cambios", aunque Mascall rechace el principio hermenéutico de la necesidad de una re-interpretación de los dogmas. Por este motivo los ejemplos que da de lo que él llama "cambios" en la doctrina católica son fruto de una visión equivocada. Mascall por ejemplo afirma que la doctrina según la cual Escritura y la Tradición deben ser consideradas como dos fuentes independientes de doctrina se hizo general sólo desde el siglo XIV en adelante; lo mismo repite a propósito de la doctrina de la identificación entre sacrificio e inmolación en la Eucaristía; de la doctrina, que llama "medieval" (?), según la cual Cristo no es el oferente principal de la Misa; de la doctrina relativa al estado de naturaleza pura y de la doctrina de la infalibilidad del Papa.

        Frente a la inseguridad, tanto dogmática como metodológica, que deriva de estas admisiones, Mascall se refugia en la esperanza en que el Espíritu Santo sabrá siempre conducir a la Iglesia hacia la verdad, pero la misma comparación de la acción rectora del Espíritu Santo en la iglesia con un sistema de control (as analogous to the cybernetic or `negative feed-back' controls) resulta incompleta, ingenua y un tanto burda.

        El núcleo central del libro de Mascall está dedicado a los problemas relativos a la divinidad de Cristo, tanto en su aspecto de teología positiva (cap. 2: Historia y los Evangelios) como especulativa (cap. 3: La cristología hoy).

        En el segundo capítulo, Mascall examina con cierto detalle de las afirmaciones principales de la escuela de la crítica histórica. Mascall, citando a muchos autres, demuestra que tanto Bultmann como muchos de sus discípulos más fieles (como por ejemplo, S.M. Ogden, F. Buri y J. Knox) suelen rechazar todo elemento sobrenatural en la vida de Cristo por un puro prejuicio. En realidad —añade Mascall— el problema es todavía más grave porque la crítica histórica del Nuevo Testamento ha desembocado en el escepticismo hacia cualquier tipo de historia, negando la posibilidad de pasar de los documentos a los hechos y de las interpretaciones a los acontecimientos. El escepticismo hacia la veracidad de los relatos evangélicos no es más que un caso concreto de la pérdida de la esperanza de conseguir la verdad.

        Por otro lado, junto al escepticismo existencial de tipo bultmaniano, conviven, en el mundo de la exégesis neo-testamentaria, algunas corrientes de cuño neo-positivistas. Así, por ejemplo, D.E. Nineham está convencido que los autores de los Evangelios estuvieron totalmente condicionados por las comunidades cristianas en medio de las cuales vivían, y que las mismas comunidades cristianas "crearon" los relatos evangélicos plasmando en un forma literaria mítica sus sentimientos religiosos. Según Nineham todo intérprete "traiciona" su fuente debido a las influencias del ambiente.

        Asimismo los defensores de la historia de la redacción (redaction-criticism), como n. Perrin y R.H. Fuller, piensan poder llegar a los datos "auténticos" sobre Jesús a través de una complicada serie de procesos de análisis literario.

        Mascall opera en primer lugar una reductio ad absurdum apoyándose en las ideas de Carnley y de otros autores: el criticismo histórico no tiene ni puede ponerse un límite y corta de raíz cualquier posibilidad de saber algún día si los Evangelios tienen base histórica. Pero, al mismo tiempo, impide afirmar que no la tienen, porque no podemos pretender tener ahora más informaciones de las que tenían entonces los redactores. Así que las afirmaciones de las distintas escuelas crítico exegéticas son ellas mismas una demostración de falta de verdadero espíritu crítico. Por otro lado tampoco es cierto (como afirman los existencialistas) que la fe no se apoya para nada en los acontecimientos históricos, puesto que estos acontecimientos no ofrecen nunca una certeza. Es más bien verdadero lo contrario: de algunos acontecimientos es posible tener una suficiente seguridad y en ellos apoyar la fe.

        Una vez establecido un fundamento gnoseológico suficiente y después de haber devuelto al lector la confianza en la fuerza y la verdad de la razón, Mascall pasa a lo que llama "el verdadero punto central del panorama teológico actual": la Cristología.

        El tercer capítulo trata en efecto de varias teorías cristológicas, teniendo como punto de referencia al Concilio de Calcedonia. Mascall entiende que muchos de los puntos de vista actuales en Inglaterra son adopcionistas, puesto que niegan la divinidad de Cristo. La primera parte de este capítulo está dedicada a la "la escena contemporánea" y es un amplio status questionis de la situación cristológica en el anglicanismo. Nuestro Autor cita a J. Knox y J.A. Robinson como ejemplos de distintas opiniones muy extendidas en los ambientes académicos ingleses. La base común es la crítica de la fórmula de Calcedonia. Hick, a partir del rechazo de esta fórmula, que le parece estática e incomprensible actualmente, busca una definición de Cristo en el sentido de un hombre en el cual se manifestó de modo único el amor de Dios Padre y llega a la conclusión que la Encarnación es "una expresión mítica de la experiencia salvífica a través de Cristo", Knox afirma, por su parte, que toda Cristología es casi inevitablemente adopcionista y que la "divinidad" de Cristo debe ser entendida como una humanidad transformada, redimida y redentora. Robinson, por fin, aunque defienda en su obra más reciente la divinidad y la humanidad de Cristo, las entiende no como realidades sino como way of speaking acercándose así a una especie de neo-nestorianismo de tipo cultural-linguístico.

        Mascall aboga, en cambio, en favor de una vuelta a los término de Calcedonia y en este sentido alaba a Claude Tresmontant y a Luis Bouyer por sus tratados sobre la Encarnación, así como dedica un entero apartado a los trabajos de Jean Père Galot, que él admira mucho por sus análisis de la Trinidad y de la Encarnación en base a la noción de la Persona entendida como "ser relacional" (relational being).

        En último término, para Mascall, Calcedonia mantiene todo su valor, pero no tanto por su contenido positivo como por ser punto de referencia fijo que nos ofrece una terminología común en base a la cual podemos entendernos.

        Una vez terminado el análisis de los principios metodológicos de la Teología, de la interpretación de la Sagrade Escritura y de las teorías cristológicas, Mascall vuelve al tema eclesiológico. Sin embargo, allí donde cabría esperar un brillante remate de todo el trabajo anterior, el lector encuentra, en cambio, la parte más heterogénea y confusa del libro.

        El cuarto capítulo, en efecto, de modo algo inesperado, se desvía hacia el doble tema del carácter sacramental y de la colegialidad en la Iglesia. Mascall reconoce en teoría el valor de la consideración del carácter como una calidad que inhiere en el alma, pero dedica a este aspecto muy poca atención. Prefiere considerar el carácter (especialmente en el caso del Sacramento del orden) como una nueva y "vibrante" relación con la Iglesia y con Dios. Además considera que el sacerdote es más una persona incorporada a una asamblea que el receptor de un carácter o calidad individual.  Del mismo modo, al tratar el tema más general de la colegialidad, el Autor considera la asamblea de obispos más como una cuerpo moral o una corporación que como un grupo d e individuos que están en sucesión directa con los apóstoles. En este sentido, llega a decir que en la Iglesia Romana existe cierta ambigüedad por lo que se refiere al poder del Papa; no se puede decir con seguridad si el obispo de Roma recibe su autoridad del colegio episcopal o de una fuente más personal.  Mascall termina el capítulo haciendo una aplicación del concepto de relación a las bendiciones y a la Eucaristía.

        Es evidente, a la luz de esta breve resumen, que el concepto de relational being, que parecía ser tan útil en los temas cristológicos, ha desbordado los límites de lo correcto. Todo parece ser "relacional" o apoyarse en una "relación nueva". Pero Mascall olvida que la relación es subsistente sólo en la Trinidad. En los demás entes la relación nunca constituye un ente, sino que le afecta extrínsecamente.

VALORACIÓN CIENTIFICA

Al examinar en conjunto el libro del profesor anglicano, hay que decir que nos encontramos frente a un ensayo brillante y de notable profundidad, y, lo que es más importante, apoyado en una filosofía realista y sólida. pero, al mismo tiempo, sus defectos son patentes y sus límites muy claros. Mascall posee —si se puede decir así— el sentido de la ortodoxia, como otro connacional suyo, C.S. Lewis: una especie de "sexto sentido" que le hace detectar los errores y desviaciones. No sólo esto, sino que empleando un método filosófico metafísico, está en condición de criticar las posturas equivocadas o incompletas de modo bastante radical y profundo. A esto hay que añadir su estilo agradable, brillante y rico de paradojas. Mascall es un escritor con talento y lo sabe emplear no sólo para mantener viva la atención del lector sino también para subrayar y dar fuerza a los puntos que favorecen sus tesis. Por esto se lee con gusto. Su lectura de los autores es aguda y parece tener el don de detectar los elementos comunes a pesar de los planteamientos más dispares. Con lo cual tiene gran fuerza didáctica y una gran capacidad de poner por obra el espíritu de l "philosophia perennis". Pero ya en esto notamos una primera limitación. Mascall critica relativamente poco a los autores que cita; manifiesta así cierta tendencia ecléctica o, por lo menos, la falta de un punto de apoyo fuerte y vigorosos. Por esto, a pesar de la fundamental solidez de sus opiniones, Mascall manifiesta en su libro cierta falta de conexión y de unidad. la conclusión, por ejemplo, del primer capítulo es muy débil; se tiene la impresión de que nos se saca todo el partido posible a todo lo que se ha amontonado en las páginas anteriores a propósito de la verdadera naturaleza de la Teología. Tampoco está del todo claro cuál es el hilo conductor de su ensayo. Su libro parece una colección de artículos y reflexiones de carácter monográfico más que una obra orgánica. Sobre todo se echa de menos, al final de cada capítulo, una conclusión que refleje la opinión personal del autor.

        Así, por ejemplo, la crítica de las posturas neo-arrianas o neo-adopcionistas e mucho más consistente y convence más que las propuestas que Mascall ofrece para la Cristología.

        El profesor anglicano se detiene bastante en el examen de la postura de K. Rahner al dogma de Calcedonia y a la Cristología en general. Mascall relata las tesis principales de Rahner agrupándolas bajo dos afirmaciones: la Encarnación y la Creación no pueden ser considerados como dos actos distintos y adyacentes de Dios ad extra, sino que entre ellos hay una continuidad; el conocimiento que Cristo tiene de sí mismo como Hijo consustancial con el Padre no es distinto de los momentos del proceso de todo conocimiento humano, en el aucla se pasa de un autoconocimiento a-temático (o pre-consciente) a un conocimiento explícito de sí mismo; la ciencia de Cristo es, en este sentido, una unión directa de su autoconciencia humana con Dios, pero no es una visión beatífica. Mascall, frente a estas afirmaciones, no plantea a Rahner la verdadera y fundamental pregunta: ¿cómo puede ser compatible el atribuir toda la ciencia de Cristo (sin entrar en el tema de si el conocimiento es autoconocimiento) a su naturaleza humana con la afirmación de la existencia en Cristo de una sola persona divine? Sino que se limita a dar un rodeo: señala que Rahner y los defensores de la "antropología teológica trascendental" hablan según modelos culturales alemanes, muy distintos de los términos y de la mentalidad inglesa. Por otro lado, añade Mascall, si no se puede dudar de la buena intención de Rahner (y, en cambio, mucho habría que decir del "tomismo" rahneriano...), sí en cambio cabe sospechar que los miembros del movimiento de la teología trascendental hayan caído en una notable confusión.

        Con esto, sin embargo, no queremos quitar al profesor anglicano un mérito muy notable. La lucha, con valor y tenacidad, para buscar una síntesis que pueda, al mismo tiempo, ser respetuosa de los datos revelados, estar en continuidad con la tradición del pensamiento cristiano y apagar las exigencias de la razón. La obra de Mascall es, en este sentido, un fuerte llamamiento, desde las filas del anglicanismo, a elaborar una teología, y en nuestro caso una cristología, con la razón y la fe al mismo tiempo.

        Como cosa más notable se puede decir que el libro llega a transmitir una visión fundamentalmente sana de la Teología, y proporciona una buena base de argumentación para rebatir los errores modernos sobre la divinidad de Cristo y la verdad histórica de los Evangelios. Pero que su límite científico más claro es la falta de referencia a un Magisterio autorizado —lo que es obvio tratándose de un anglicano— y el consiguiente peligro de eclecticismo.

VALORACIÓN DOCTRINAL

Si desde el punto de vista científico el libro es interesante, desde el punto de vista doctrinal no se pueden dejar de lado algunas lagunas bastante serias. En primer lugar cabe señalar los límites del ecumenismo de Mascall. El ecumenismo de Mascall quede en efecto insatisfactorio, a pesar de las buenas intenciones de nuestro autor y de la seriedad de su planteamiento. Mascall parece convencido de que las distintas "iglesias" (un plural ya muy significativo) están destinadas a convivir de un modo que podríamos llamar "paralelo". Así, por ejemplo, se expresa en la pág. 9: los miembros de las distintas iglesias podrán conseguir mediante el diálogo ecuménico que "without any of the parties abandoning the special insights, both in thought and in practice, which under the providence of God it had been privileged to achieve, there would be a real sharing and an enrichment of life from which both parts and whole would benefit." Con lo cual casi parece que la existencia de varias confesiones religiosas se debe a la Providencia divina (1). No parece que Mascall haya aplicado aquí el principio de que la verdad es necesariamente una. El enfoque anglicano es sin duda el límite más notable de su intervención cultural.

        La falta de un claro convencimiento, o al menos de una formulación decidida, de que la verdad es una sola influye también en el juicio sobre la situación actual. Mascall declara en efecto con pena pero con claridad que existe una sima en el interior de la especulación religiosa anglicana, y que se trata de un fenómeno que se extiende a "todas las confesiones Cristianas" (p.15). No es algo peculiar a una confesión, sino algo común a todo el mundo cristiano. La crisis, añade Mascall, es doble: teológica y eclesial. En Teología el interés se ha desplazado de Dis al hombre y a las ciencias humanas. En el ámbito eclesial hay una separación muy clara entre clero y laicado, entre teólogos y párrocos y entre la intelectualidad eclesiástica y el mundo académico. La denuncia de Mascall es de agradecer, frente a tanto optimismo sin fundamento que considera la secularización como algo positivo. Sin embargo, la óptica de Mascall se demuestra de nuevo parcial: la unidad doctrinal de la Iglesia no depende de las posturas doctrinales que se dan de hecho. Mascall, si aceptara acríticamente la situación de división que denuncia, se vería obligado a condividir la famosa tesis rahneriana sobre el pluralismo: nuestra época tendría como elemento característico un pluralismo teológico insalvable. Lo que es manifiestamente un error.

        Lo mismo cabe decir, también desde un punto de vista meramente terminológico, a propósito de la división de la Iglesia en una "ala izquierda" y otra "derecha". Así se expresa el mismo Autor. Hay un "left-wing, courageous, liberal, radical and democratic", según dicen sus partidarios. y a ello se opone un "right-wing, cautious, conservative, traditional, reactionary and authoritarian" (p.25). Mascall afirma que "it is impossible today to discuss any topic of Christian faith, ecclesiastical policy or religious practice without finding oneself allocated, if not by oneself then by one audience, into one of two sharply opposed camps". La afirmación nos deja algo perplejos: quizá pueda ser verdadera desde un punto de vista puramente fáctico. Lo que de todos modos no nos convence es en cambio la atribución de tal división a un mecanismo histórico de releasing of authoritarianism que habría producido por un lado un brote de individualismo irresponsable y un endurecimiento reaccionario por otro. No: la división existente, o mejor dicho el alejamiento de la ortodoxia por parte de algunos sectores culturales se debe a causas filosóficas profundas.

        Por lo que se refiere a la metodología teológica, Mascall señala con acierto el peligro del "positivismo" práctico. Pero hay que añadir que no es sólo el empirismo el enemigo de la Teología. Bastaría considerar, por ejemplo, el peligro que supone el idealismo, que quiere llevar a cabo un aufhebung de la Revelación. Pero, repetimos, Mascall contempla el problema sólo así como se da en el mundo de habla inglesa. Por esto su análisis resulta poco profundo en algunos casos que pertenecen a un contexto cultural distinto.

        Mascall examina, por ejemplo, per summa capita el pensamiento de Rahner en las páginas 42-45, centrándose en la afirmación de que el pluralismo dogmático es actualmente y definitivamente ineliminable y radical. El profesor anglicano, después de haber lamentado las manifestaciones de intolerancia que subyacen a determinados planteamientos "pluralistas" en apariencia, objeta que considera que "el entendimiento mutuo entre sistemas teológicos diferentes en una situación de pluralismo teológico, aunque difícil, no debería ser en última instancia imposible". No parece que Mascall haya detectado con claridad el sofisma gnoseológico que supedita el razonamiento rahneriano. Aunque las filosofías sean muchas, la verdad siempre es una sola.

        En general, Mascall quiere defender que la Teología es una actividad "eclesial", que se desarrolla con y en la gran tradición cultural de la Iglesia. Por esto acepta con gusto las sugerencias, muy confusas, de Gabriel Moran. Moran, que sigue en el fondo las ideas de E. Merschm piensa que el "topos" propio de la Teología es la ciencia humana que Cristo tenía y tiene de los misterios divinos. la tarea del teólogo es conseguir "participar" de esta ciencia: sobre todo de la ciencia que posee ahora Cristo mediante su Humanidad glorificada. Mascall añade (p.36): "Seguiré la línea de pensamiento de Moran al describir el desarrollo de la doctrina cristiana como una traducción progresiva, en el entramado lingüístico y conceptual de nuestros modos terrenos de conocer y de hablar, de los aspectos sucesivos e interrelacionados de la verdad contenida en el pensamientos del Cristo glorificado, el cual es la misma Verdad y la Palabra del Padre". pero, más allá de Moran, entiende que la consideración del Cristo se extiende al Christus totus, a la Iglesia, de cuya tradición e historia el teólogo no puede prescindir. Mascall, sin embargo, no condivide las ideas de J. Knox (The Church and the Reality of Christ). Allí donde Knox habla de una adhesión del teólogo al pensamiento de la iglesia (que Mascall llama con algo de ironía ecclesiastical psychology), Mascall prefiere hablar de un "pensar teológicamente en el seno de la vida de la Iglesia" (thinking theologically within the life of the Church). Es evidente que con esta última afirmación Mascall, a pesar de tantos buenos propósitos, vuelve a caer en el subjetivismo y en el eclecticismo, porque, desde un punto de vista anglicano, hablar de la "vida de la Iglesia" puede decir todo y no decir nada.

        Esta postura ecléctica hace particularmente "frustrante" para el lector el capítulo tres, que debería ser, en teoría, el más importante. Es indudable que este capítulo proporciona muchas informaciones, pero no está bien conectado con los dos anteriores. Y las perspectivas que, según Mascall, abre el relational being de Cristo, así como la defensa de Calcedonia y el rechazo de la deshelenización del Cristianismo hubieran merecido un desarrollo mucho más profundo.

        Es cierto que, citando ampliamente a Galot, Mascall quiere demostrar la validez actual de la fórmula calcedoniana, sobre todo por la fuerza "dinámica" que tiene el concepto de persona. Pero nos se trata tanto de un desarrollo de los que dijo el Concilio de Calcedonia, como de los que Calcedonia no dijo aunque lo hubiera podido decir. Si se quiere, podríamos condensar nuestras dudas acerca del valor "positivo" del trabajo de Mascall en las siguiente preguntas: ¿en qué cree Mascall que la noción de relational being puede realmente añadir algo a la noción clásica de perfectissimum in genere substantiae que se da de la persona? Poner el acento en lo "relativo" al hablar de la persona ¿no supone un olvido del principio de la prioridad de lo actual(actus essendi), para recaer en cambio en lo formal? ¿No es eso un volver a privilegiar el quid est frente al quo est? Tal vez Mascall nos podría contestar que las ideas que él expone son de Galot y no son suyas: relata refero. Pero es evidente que las hace suyas, aunque con cierta reserva, y que, además, precisamente su rehuir de una afirmación personal no puede disipar del todo la acusación de eclecticismo.

        El capítulo cuarto es, por último, una tentativa de aplicar el principio de la relación, que ha despertado un gran interés en el Autor, a varios terrenos teológicos, pero da la impresión que le falta estudio y profundidad. Mascall subraya, por ejemplo, la ventaja de considerar el carácter sacramental como una relación, pero nada dice de la perdurable conveniencia de considerarlo como una cualidad. Tal vez sea precisamente en estas páginas donde se nota de modo más evidente que el Autor no consigue entender bien algunas doctrinas de la Iglesia Católica Romana, como, por ejemplo, la naturaleza inmutable de la Tradición, la sucesión apostólica y el origen del primado del Papa.

        Los límites de la visión que Mascall tiene del Magisterio se ponen en evidencia cuando se considera lo que dice a propósito de la ideas de M. Wiles. Wiles, en efecto, afirma que la Revelación no es un conjunto de proposiciones (set of propositions) sino sencillamente un esquema de expresiones (pattern of expressions) relativas a la vida religiosa. Para Wiles la doctrina trinitaria no es una deducción de premisas reveladas, ni una hipótesis para explicar la experiencia cristiana, sino "an arbitrary, important, and dispensable speculation". Mascall contesta, frente a este brutal ataque contra Nicea y Calcedonia, con las siguientes palabras, demasiado blandas en verdad para ser una contestación (cfr. p.61): "... me limitaré a sugerir lo siguiente: considerando la extraordinaria falta de concordancia que se ha producido hasta en torno a los temas más básicos, después de un siglo de investigaciones críticas llevadas a cabo por muchos centenares de estudiosos muy expertos y competentes, tal vez se pueda justificar que alguien dude de su aun hoy haya podido ser establecida una metodología técnica adecuada para estudiar los orígenes del Cristianismo". En cuanto a la inspiración se repite la misma consideración. Wiles opina que la Iglesia se ha visto obligada, en los últimos años, a repudiar en práctica el modo en que la iglesia primitiva entendía la Escritura por la exigencia de adoptar un método moderno de accesos al conocimiento (a modern approach to knowledge). Mascall explica simplemente que "El respeto a la tradición no implica, como es obvio, que la tradición misma no pueda a veces sufrir una pérdida de la recta orientación o de vitalidad, ni que las autoridades eclesiásticas (ecclesiastical officials) no puedan ser miopes, temerosas o tiránicas... Lo que yo considero como esencial para el teólogo es que su quehacer teológico debería ser una aspecto de su vida de miembro del Cuerpo de Cristo" (p.60). Pero, añadimos nosotros, es desgraciadamente demasiado evidente que una llamada a la unidad y a la vida interior no es suficiente para subsanar divergencias de fondo que tienen una raíz hondamente metafísica y existencial. Aparte de que, como resulta evidente, Mascall no cree en la infalibilidad de la Iglesia in docendo. En el mismo sentido resulta claro que también que Mascall opina que toda la autoridad que el Papa actualmente ejerce sobre la Iglesia deriva de una concession de la Iglesia misma y que no le inhiere intrínsecamente como sucesor de Pedro.

        En definitiva y resumiendo, hay tres elementos equivocados que dejan en el libro cierto sabor de cosa incompleta. Mascall no tiene una regula fidei clara, su punto de referencia son el sentido común y la tradición del pensamiento cristiano. En segundo lugar la Tradición se reduce, según él, a una venerable continuidad de opiniones y de espíritu. Y en tercero y último lugar no supera los límites de un planteamiento cultural: buscar la verdad no en base a las cosas, sino en base a lo que los hombre opinan de las cosas.

 

                                                                                                                   C.B (1981)

 

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