MEINECKE, Friedrich

La idea de la razón de Estado en la Edad Moderna

Instituto de Estudios Políticos, Madrid 1959, 467 pp.

INDICE

1. Meinecke: biografía y formación histórica

2. La etapa de Estrasburgo

3. Cosmopolitismo y Estado-nacional

4. La Primera Guerra Mundial

5. La idea de la razón de Estado en la Edad Moderna

6. Contenido de la obra

7. Los orígenes de la razón de Estado

8. La razón de Estado en Alemania

9. El maquiavelismo en la Alemania del siglo

10. El relativismo de los valores

11. El historicismo

12. Conclusión

13. Bibliografía

14. Anexo: Prólogo al Tomo XII de la Historia Universal de Eunsa

1. Meinecke: biografía y formación histórica

Considerado por algunos como uno de los mejores historiadores alemanes de los últimos siglos —después de Ranke y Burckhardt— Friedrich Meinecke (1862-1954) es sin duda una personalidad de gran interés dentro del mundo intelectual germánico de nuestra era.

Nacido en la Prusia sajona en el seno de una familia acomodada, fue educado en los principios tradicionales del conservadurismo alemán del que eran pilares firmes el luteranismo y la fidelidad a la monarquía prusiana. Muy pronto, sin embargo, su formación intelectual habría de chocar con las convicciones adquiridas en su infancia. Él mismo describe en sus Memorias su primera crisis de fe surgida en torno a la recepción de la Confirmación, siendo apenas un adolescente.

Había tenido por esa época su primer contacto con el pensamiento científico de su tiempo a través de la poesía didáctica de W. Jensen y Wilhelm Jordan. Recibió por esta vía una vaga "Fe Germana" opuesta al cristianismo y cuyos componentes básicos eran el mecanicismo materialista mezclado con un sentimiento mítico nacionalista. Esta pseudofilosofía actuó sobre él como un catalizador intelectual despertando y activando un deseo de conocimiento exacto del mundo y de las cosas.

Junto con la aceptación del cientifismo mecanicista que le llevó a abandonar su fe en una religión revelada, conservó de su pietismo inicial la intuición de la existencia de algo divino en su propio interior; tal vez por ello se interesó, también desde muy joven, por todas las formas de pensamiento idealistas, desde el platonismo hasta el idealismo alemán de su tiempo. Ambos elementos serían decisivos en toda su vida posterior.

Él mismo hace en sus Memorias un claro resumen de toda esta primera etapa de su formación afirmando que abandonó la escuela convertido en un librepensador pero "sintiendo la necesidad de interpretar el mundo según líneas idealistas" (Erlebtes 1862-1901, 81. Cit. por Carl Hinrichs en F. MEINECKE, Historism (London 1972) "Introduction", xxi. En adelante citaremos este trabajo como Hinrichs).

Sus preocupaciones intelectuales le orientaron hacia la Historiografía precisamente en el momento en que se debatía en Alemania el problema del Método de las llamadas Ciencias del Espíritu. Ligadas a los representantes más significativos de la Escuela Histórica, Ranke y Droysen, recibió de ambos el rigor metodológico para el análisis histórico y la importancia de las ideas y de las grandes figuras del pensamiento dentro del acontecer histórico.

Droysen especialmente le ayudaría a clarificar su postura acerca de una metodología adecuada para el conocimiento histórico y desligada de la estricta causalidad aplicada a las Ciencias de la Naturaleza, a través de un curso de conferencias sobre "La aproximación metodológica y enciclopédica a la Historia". A él debe precisamente su famosa ecuación A = a + X, en que A representa el hecho histórico dado; a, aquello que el tiempo histórico aporta, perfectamente cuantificable, y x el factor espontáneo que manifiesta la existencia de una conciencia individual libre. Para Meinecke esto supuso el descubrimiento de "ese secreto de la personalidad que forma la base de toda realización histórica" (Erlebtes...,87, Hinrichs, xxii).

Precisamente escribiría su tesis doctoral, en 1887, sobre estas cuestiones: "Una comparación entre los métodos en las Ciencias Naturales y en las Humanidades". El fondo del problema estribaba en conseguir romper la cerrada malla del mecanicismo extendida sobre el campo de la historia. Según Meinecke, por la influencia recibida a través de Droysen de clara inspiración kantiana, solamente la autoconciencia podía escaparse de este mundo de la causalidad: "Es una misteriosa sensación. La escena contemplada desde la alta torre de nuestra mente observadora es el mundo de la causalidad. Solamente desde aquí, en su elevado sitial está nuestra autoconciencia, de donde toda percepción y todo pensamiento procede —la negación misma de esa ley que lo determina todo abajo— ...Esta reivindicación de nuestro sentimiento inmediato no nos lleva bajo la jurisdicción de la razón. No es el caso de un demandante y un defensor ante un Juez, sino de dos partes confrontadas entre sí, cada una de las cuales tiene igual derecho a defender su derecho a la vida... Hay dos hijos desiguales de una misma madre, ambos arraigados en la vida mental del hombre. Sentimiento y conciencia moral están enfrentándose contra la red de la causalidad, en donde la razón debe obrar mediante la búsqueda de procesos estrictamente lógicos" (Erlebtes...,132, Hinrichs, xxvi).

El concepto de individuo en Meinecke es por tanto fuertemente dualista; por una parte, las facultades intelectuales sometidas a la ley, y por otra, las facultades intuitivas individualizadoras cuya acción es plenamente libre y espontánea. Este es precisamente el problema central de Meinecke y de su obra, el contraste entre ley universal y espontaneidad individual.

Más adelante enriquecerá su propio concepto de individualidad a partir de las tesis de Dilthey para quien el individuo no es sólo un ser dotado de autoconciencia moral sino —y sobre todo— de una enorme riqueza psicológica, única e irrepetible, de tal forma que cada uno de ellos "contiene dentro de sí mismo el infinito reino de la naturaleza".

De Dilthey tomaría precisamente la frase individuum est ineffabile, que hallaría también en Goethe, recogiendo la herencia del neoplatonismo, con un significado más preciso dentro de la corriente nacionalista germana. En adelante vería en ella la más alta expresión de lo que durante toda su vida consideró su más preciado descubrimiento, no sólo como historiador sino, sobre todo, como hombre.

Su primera gran obra de investigación se inscribe en este período y en su realización se ponen de manifiesto todas sus preocupaciones metodológicas y vitales. Se trata de la biografía de Hermann von Boyen, ministro prusiano de la Guerra en la época napoleónica, publicada en dos volúmenes entre los años 1896 y 1898.

El indudable interés y mérito de esta obra le valió el reconocimiento general como un gran historiador, y muy probablemente a este éxito se deba un decisivo cambio en su vida profesional. Hasta entonces —según alguno de sus biógrafos debido a un defecto de dicción— había permanecido alejado de toda actividad docente, alternando la dirección de la revista especializada Historische Zeitschrifts con sus trabajos al frente del Archivo secreto prusiano, en una casi pura labor de estudio e investigación.

2. La etapa de Estrasburgo

En 1901 es llamado a la Universidad de Estrasburgo para enseñar en la cátedra de Historia Moderna. Con esta fecha se abre para él una nueva era en la que se decantará definitivamente su pensamiento sobre la Historia. Allí entrará en relación con un grupo de filósofos que más adelante, con añoranza, denominará "aquella constelación espiritual del Alto Rin" y a los que dedicará en 1936 su última gran obra El historicismo y su génesis. Destacaban entre ellos personalidades muy representativas dentro de la historia de la Cultura, especialmente Wilhelm Windelband, Heinrich Rickert, Max beber y Ernst Troeltsch.

Los doce años siguientes, hasta 1913 en que regresa a Berlín para incorporarse a su Universidad, serán los más fecundos de su vida. Repartidos entre las universidades de Estrasburgo y Friburgo, siempre en estrecho contacto con estos pensadores, son los años en que asienta las bases de una personal teoría de la historia.

Porque sus ya viejas preocupaciones sobre el método histórico adquirirán nuevo relieve al ser contrastadas con las teorías de Windelband y Rickert, en las que encuentra planteada su misma concepción dualista del individuo y, como consecuencia, también de la ciencia histórica.

En su Discurso sobre "Historia y Ciencia Natural" pronunciado en 1894 en la Universidad de Estrasburgo, Windelband había expresado con gran precisión el núcleo del problema que consistía en "descubrir hasta qué punto un individuo debía la riqueza esencial de su vida a su propio yo o a las circunstancias de su entorno. Universalismo e Individualismo de nuevo planteados en un conflicto violento como en el Renacimiento". En esa misma ocasión había diferenciado dos métodos de conocimiento: de un lado el método deducido de la ley, propio de las Ciencias Naturales y de otro el método individualizador e ideográfico aplicado a la historia. Pero lo que iba a suponer un gran descubrimiento para Meinecke fue la afirmación de que las ciencias naturales estrictamente sometidas a leyes no tenían ninguna relación con valores, mientras que la historia debería ser estudiada en términos de valores de cultura y civilización.

Rickert había posteriormente desarrollado esta teoría de los valores culturales en dos importantes obras publicadas en 1899 y 1902. Meinecke seguirá en líneas generales sus tesis. Considera exclusivamente los valores culturales que nacen en la historia, ya sean "intencionalmente" producidos, ya sean valores culturales "de hecho", producto de las necesidades de la vida práctica.

A esta teoría de los valores unirá además otro elemento derivado de su concepto del individuo, el principio de la individualidad: en la historia todo aquello que une o liga a los seres humanos individuales tiene en sí mismo ese núcleo de vida espontánea y libre que permite estudiar esa realidad como un organismo vivo, y asimismo considerado de una forma dualista, por una parte aquello que se ajusta a las leyes mecanicistas de la causalidad, y por otra, la razón vital peculiar de cada una de esas individualidades, que debe ser contemplada en toda su espontaneidad y originalidad. La historia es el ámbito en el que aparecen y se desarrollan esas individualidades que, a su vez, permiten, favorecen, el nacimiento y permanencia de los valores, que no son sino manifestaciones del espíritu que, a través de muy diversos caminos, se abre paso desde la naturaleza a la cultura.

En este sentido afirma que la más perfecta de estas individualidades es el Estado nacional, que posee "una idea vital peculiar" (La idea de la razón de Estado en la Edad Moderna, 3) "cuya fuerza no se mantiene plenamente más que si le es posible desenvolverse y crecer" (ibidem). Un crecimiento que le viene impuesto por su propia razón de Estado, en donde se contiene toda su potencialidad y es ley de vida para sí mismo porque "aquello que procede de lo más profundo de la naturaleza individual de un ser no puede ser inmoral" (Weltbürgertum und Nationalstaat (ed.1915), 89, Hinrichs, xlvi).

Estos serán los puntos claves de su teoría de la Historia. En el Estado es donde el individuo encuentra esos valores que le sirven de punto de referencia para su propia vida; el Estado, por tanto, debe ser respetado en lo que es, exige la colaboración de todos para alcanzar su plenitud, objetivo que sólo se consigue aplicando correctamente su razón de Estado. Y esta aplicación del principio de la razón de Estado es plenamente moral —y es la única fuente de moralidad— por cuanto responde a la esencia del propio Estado.

3. Cosmopolitismo y Estado-nacional

De acuerdo con estos nuevos planteamientos publica en 1908 su obra Cosmopolitismo y Estado-nacional que él mismo considerará hacia el final de su vida como la primera de una trilogía sobre el pensamiento histórico. Las otras dos serían La idea de la razón de Estado en la Edad Moderna (1924) y El historicismo y su génesis (1936).

En su obra anterior sobre von Boyen había prestado ya una especial atención a las corrientes de pensamiento en el estudio biográfico del personaje. Ahora insistirá más decisivamente en la importancia histórica de las ideas, de su génesis y desarrollo; esto le llevará a poner en práctica un nuevo método que ha podido ser denominado "biografía de las ideas" y que consiste en el análisis de vida y pensamiento, estrechamente enlazados, de grandes hombres. En esta ocasión se apoya en aquellos que considera particularmente representativas del Romanticismo e Idealismo alemán, estudiando en ellos las ideas que habrían hecho posible la creación del Estado nacional prusiano: cosmopolitismo y nacionalidad.

De esta obra se derivan cuestiones de interés cuyo estudio él mismo trató de continuar en los años inmediatos a su publicación. La más importante: comprobar hasta qué punto lo peculiar de cada Estado se contiene ya potencialmente en sí mismo, en su nacionalidad y aflora con la correcta aplicación, en cada época histórica, de la razón de Estado, o bien si existe una interacción de los intereses de los distintos Estados que pueda producir resultados imprevisibles en su desarrollo. Es decir, partiendo de que "los contactos mutuos entre naciones y Estados-nación pueden tener profundísimos efectos en su desarrollo" tratar de resolver "si hay categorías de cualidades o solamente cualidades peculiares ligadas a las naciones particulares (...) y si las influencias procedentes del exterior pueden determinar notablemente el curso del desarrollo de una particular nación o Estado-nación" (Weltbürgertum..., 15, Hinrichs, xlii y xliii).

4. La Primera Guerra Mundial

Este era precisamente el tema que le ocupaba cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Un trabajo cuyo título iba a ser "Arte político e Historiografía" y con el que trataba de "poner en claro la conexión entre arte político e idea de la historia y (...) exponer la teoría de los intereses de los Estados como estadio preliminar del historismo moderno" (La idea..., 22). Pero el hecho mismo de la guerra le iba a obligar a revisar sus planteamientos y a cambiar el rumbo de su investigación; le obligó, según sus propias palabras, a "retroceder ante el cometido más importante de mostrar los cambios en la idea de la razón de Estado" (La idea..., 401, nota 34).

Precisamente la Gran Guerra se presentaba como un violento choque entre diversas razones de Estado, expresión a su vez de Estados construidos sobre bases y con elementos muy diferentes entre sí.

Sus reflexiones durante los años de la guerra, enriquecidas con sus conversaciones con Troeltsch, giraron sobre todo en torno a este hecho capital: analizar cuidadosamente las bases del Estado nacional alemán —bien conocidas por él— y las de los Estados occidentales contra los que Alemania sostuvo la guerra. El problema del contraste entre la mente alemana y la de Europa occidental.

Esta última, representada en el análisis de Meinecke fundamentalmente te por el ejemplo francés, habría evolucionado en una dirección muy distinta a la propia Alemania, ya desde comienzos de la Edad Moderna. Desde una base cultural común de tradición clásico-cristiana esta evolución habría seguido líneas muy similares hasta la Ilustración. Desde entonces Occidente había caído en una democracia igualitaria, barredora de tradiciones, a partir de un concepto racionalista del individuo, al que se le aplicaba sin distingos la ley universal iusnaturalista expresada en las Declaraciones de Derechos. El Estado sería una creación artificial basada en el pacto social.

Por el contrario, el individualismo arracional propio de Alemania era "aristocrático en sentido espiritual e intelectual" y estaba comprometido con "la liberación y desarrollo de todo lo mejor en el hombre". El Estado alemán era a su vez un organismo natural con idéntica misión ya que —según había mostrado recientemente— se podía descubrir esa misma individualidad "en todo aquello que une a los seres humanos individuales" (Weltbürgertum... 9 y 295, Hinrichs, xi).

La Gran Guerra era en definitiva el choque entre dos mundos que no se habían comprendido. Dos mundos que habían sido levantados, uno sobre los principios abstractos y generalizadores del iusnaturalismo y otro sobre la idea individualizadora y concreta de la razón de Estado. El primero, un Estado ideal tendiendo en su desarrollo hacia un deber ser abstracto e inalcanzable; el segundo, un Estado real, cuyo crecimiento vendría perfectamente marcado por su precisa razón de Estado.

5. La idea de la razón de Estado en la Edad Moderna

Todas estas preocupaciones expresadas ya en los mismos años de la Guerra reaparecerán formando parte de su segunda gran obra de la trilogía citada: La idea de la razón de Estado en la Edad Moderna, publicada en Alemania en 1924.

Se trate se una obra compleja en la que se vierten juntamente investigaciones muy documentadas realizadas con gran rigor científico y reflexiones sobre temas diversos de teoría política y metodología histórica, expuestos con un cierto carácter de urgencia y que corresponden —intencionalmente o no— a finalidades distintas.

El objetivo principal lo muestra el propio Meinecke en la Introducción: "En los primeros años de la guerra de 1914 con sus profundas, pero, esperanzadas emociones, concebía el proyecto de poner en claro la conexión entre arte político e idea de la historia, y de exponer la teoría de los intereses de los Estados como estadio preliminar del historismo moderno. Las conmociones de la derrota hicieron que avanzase más y más al primer plano en todo su terrible carácter el problema esencial de la razón de Estado. La visión histórica había cambiado" (La idea..., 22).

Al menos había cambiado para Alemania, o mejor, para los historiadores alemanes herederos de la escuela de Ranke; aquellos que habían dedicado su esfuerzo a cantar las glorias del Estado nacional prusiano, entre los que se encontraba Meinecke. El cambio consistía precisamente en el hundimiento del Imperio, de la obra maestra del pensamiento y hacer políticos alemanes de la segunda mitad del siglo XIX.

Y el avance a primer plano del problema esencial de la razón de Estado se había producido porque esa idea era precisamente el fundamento del Estado alemán quebrado por la guerra. Era pues de capital importancia comprender bien su trayectoria histórica.

Era también vital, desde la Alemania de Weimar "mancillada por manos propias y extrañas" (La idea..., 442) poner en claro la responsabilidad de los países implicados en la guerra, salvando en lo posible el honor de la propia Alemania. "Se nos ha reprochado a los alemanes habernos entregado en exceso al culto del poder y de la razón de Estado, y se ha extraído de aquí el derecho a tratarnos, no como a un pueblo derrotado con honor sino como se trata a un criminal. Esta acusación era en sí misma, sin duda, máscara de la política de poder y de la razón de Estado de nuestros adversarios" (La idea..., 403).

Y, de forma mucho más acuciante para Meinecke, se hacía necesario comprobar la validez de su personal método de conocimiento de la Historia.

La idea de la razón de Estado en la Edad Moderna trata de dar respuesta con más o menos acierto a estos objetivos.

6. Contenido de la obra

Se inicia con una larga Introducción en donde se plantean apretadamente todos estos problemas, y se cierra con una reflexión muy extensa sobre la situación europea del momento, apuntando posibles soluciones futuras.

El cuerpo central de la obra está formalmente dividido en tres libros. Los libros I y II estudian respectivamente La época de constitución del Absolutismo y La época de madurez del absolutismo, aunque estos títulos no son indicativos. De hecho lo que en ellos se presenta son dos exposiciones distintas entremezcladas sin respetar la estructura del índice: de un lado, la historia de la idea de la razón de Estado desde su aparición a comienzos del siglo XVI y su choque "con las concepciones del mundo y los modos mentales durante los siglos de la Edad Moderna" (La idea, 22). De otro, un estudio muy detallado sobre los intereses de los Estados en los siglos XVII y XVIII.

El Libro III lleva el titulo Maquiavelismo, idealismo e historicismo en la Alemania Contemporánea. Estudia las relaciones entre la idea de la razón de Estado y el pensamiento histórico y filosófico alemán del siglo XIX.

La primera de las exposiciones a que se ha aludido constituye en sí misma una historia de la idea de la razón de Estado en los siglos XVI y XVII a través del pensamiento de teóricos políticos significativos, pero sirve además de base para las otras partes de que consta la obra. Es el punto de arranque para el estudio de los intereses de los Estados, planteado en estrecha conexión y en el mismo tono que su obra anterior, Cosmopolitismo y Estado-nacional, es decir, desde "la perspectiva de los años de la preguerra" (La idea..., 381), y es también el fundamento del estudio sobre el maquiavelismo en la Alemania del siglo XIX.

Se puede afirmar, por tanto, que esta obra reúne hasta cuatro estudios diferentes, escritos desde perspectivas históricas distintas:

El más antiguo es la teoría de los intereses de los Estados, iniciado con anterioridad a 1914 y concebido como una continuación de Cosmopolitismo y Estado-nacional, y para el que se habla acuñado ya un titulo propio: Staatkunst und Geschichtsauffassung (Arte político y concepto de la Historia).

En segundo lugar, la idea de la razón de Estado en los siglos XVI y XVII, comenzado al parecer en los años de la guerra, al comprender Meinecke —según él mismo dice— que con su trabajo sobre los intereses de los Estados se había encaminado por una rama secundaria abandonando el tronco principal, que tratará de recuperar ahora.

En tercer lugar, un estudio conjunto del Idealismo y el Historicismo alemán del siglo XIX, desde la perspectiva de la derrota de Alemania en 1918, tratando de encontrar en en ese análisis una explicación de la misma. Es la idea de que el maquiavelismo, inicialmente aceptado tan sólo como meramente instrumental por algunos príncipes alemanes en los siglos XVI y XVII, se infiltró en el siglo XIX con todas sus consecuencias al ser vivido de forma radical. Para Meinecke este hecho es la causa de la crisis alemana de 1918 por cuanto implicó el abandono de las líneas más originales del pensamiento político alemán.

Y finalmente, una extensa reflexión del propio Meinecke recogida en la Introducción y en el capítulo final, escritos en 1924, fecha de edición de la obra, en donde se vierten conjuntamente sus opiniones sobre algunas cuestiones puramente coyunturales, como la situación de Alemania tras el tratado de Versalles y sus relaciones con los Estados vencedores, y otras cuestiones mucho más decisivas en relación con su propia tarea científica, en torno a su personal idea del mundo y de la Historia; cuestiones éstas últimas que se le presentan hasta tal punto graves que le llevan a considerar estas páginas como una contribución a un "autoexamen del historismo" (La idea..., 437). Su encuadre exacto se encuentra en relación con otros dos ensayos, uno de 1923, Ernst Troeltsch y el problema del Historicismo y otro de 1925, Causalidad y valores en le Historia, en los que Meinecke trata casi con angustia el tema capital derivado de su postura historicista, el relativismo de los valores.

En el conjunto de la obra destacan sobre todo estas dos últimas partes del trabajo, quedando muy en segundo plano, a pesar de su calidad, los otros estudios. Se podría afirmar que se impone como objetivo primordial la comprensión del hecho histórico de la derrota alemana en la Gran Guerra y la crítica del Historicismo.

Nos parece que el camino más recto para entender la obra es enfocare la desde esta perspectiva y en este sentido destacaremos sus aspectos más significativos.

En primer lugar el estudio de la aparición en la historia de la idea de razón de Estado. Meinecke desarrolla este proceso a lo largo de casi veinte páginas. Precede a éstas, en un breve resumen de apenas cuatro páginas, una panorámica sobre el mundo clásico y la Europa medieval que utiliza para plantear el problema fundamental que desarrollará a lo largo de toda la obra y que se revelará, en definitiva, como un problema de carácter moral, por cuanto quedará sometida a su correcta resolución la verdadera concepción del mundo y de la historia.

Para ello se sirve de la contraposición de las dos visiones del mundo que han servido de base a la cultura europea, en las que observa y subraya actitudes opuestas respecto a un mismo tema: la acción política en el sentido de la razón de Estado —aunque entendida entonces como "simple técnica de Estado" (La idea..., 9). Destaca así la coincidencia de Ética y Política en el mundo clásico que había permitido actuar por razón de Estado sin que se derivara de ello ningún problema moral. Y destaca, por oposición,la orientación del hombre hacia valores transcendentes realizada por el cristianismo, formulando "un imperativo moral universal al que habla que someterse también el Estado" (La idea..., 29).

La herencia que recibe el mundo moderno de la Europa medieval cristiana estaría marcada por "el agudo y doloroso sentimiento por los conflictos entre la razón de Estado y la Moral y el Derecho" (La idea...,31). Y precisamente en los comienzos de este mundo moderno nace la idea de la razón de Estado que supondrá "un giro decisivo en la historia del espíritu europeo" (La idea...,41) convirtiéndose en el núcleo de una nueva moral.

Hasta entonces era conocido y hasta frecuente el obrar político por razón de Estado, pero "siempre que se llegó a alcanzar conciencia de ella, no traspasó nunca los límites del ámbito personal, justificando, es cierto, la forma de obrar que la fuerza de la situación dictaba al titular del poder, pero sin alcanzar nunca el rango de una entelequia de carácter supraindividual e independiente" (La idea..., 28 y 29).

7. Los orígenes de la razón de Estado

Ahora, sin embargo, "por su aprehensión como principio" iba a recibir "toda su fuerza de penetración, elevándose a lo que puede llamarse idea" (La idea...,41). Se daban las circunstancias históricas favorables para su nacimiento: "la razón de Estado sólo es aprehendida en un determinado estadio del desenvolvimiento histórico, cuando el Estado se ha hecho suficientemente fuerte (...) para imponer frente a todas las demás potencias vitales su propio e incondicionado derecho a la vida" (La idea...,27).

Este hecho decisivo tuvo lugar en la Italia del Renacimiento en la mente del estadista florentino Nicolás de Maquiavelo, dentro del clima político de los problemas de supervivencia de los pequeños Estados de la península frente a la hegemonía española.

En adelante la historia del mundo occidental podrá ser reducida en último término al choque de dos sistemas de valores: el derivado del obrar por razón de Estado, cambiante según las circunstancias históricas, y el que se ajusta a valores absolutos, transcendentes o no, pero inmutables y válidos para todos los tiempos.

Este choque es seguido por Meinecke a través de los teóricos de la política más significativos. Todos ellos serán estudiados desde la perspectiva de asimilación o rechazo del principio de razón de Estado, barreras que oponen y fundamento de esa oposición. Dos serán sobre todo los apoyos de estas barreras: el Derecho positivo de inspiración cristiana, fundamentado en el Dogma y por tanto transcendente, y el iusnaturalismo ilustrado, fundamentado en la Razón e inmanente.

Se suceden así por orden cronológico los estudios sobre Gentillet y Bodino (Libro I cap 2), Ammirato, Botero y Boccalini (Libro I cap 3). Campanella (Libro I cap 4) Grocio, Hobbes y Spinoza (Libro II cap 1). Con estos últimos se cierra propiamente el estudio de este proceso. A continuación comienza el dedicado a los intereses de los Estados en los siglos XVII y XVIII.

Se inicia entremezclado con el anterior (Libro I cap 6) con un trabajo sobre la Francia de Richelieu que comprende el Discours anónimo de 1624 y la obra y teoría política del duque de Pohan, esta última a través de De l'Interest des Princes et Estats de la Chrestienté de 1638 y otras obras menores como Le parfait capitaine. También al siglo XVII francés pertenecen otros teóricos del tema: Gabriel Naudé (Libro I cap 73 y Courtilz de Sandras (Libro II cap 2). Y ya en pleno siglo XVIII el francés —radicado en Holanda— Rousset (Libro II cap 4) y Federico el Grande de Prusia (Libro II cap 5).

El estudio de Federico el Grande destaca sobre todos los demás en extensión y en profundidad. Une en sí mismo los dos rasgos fundamentales que le hacen ser un personaje decisivo en la historia del pensamiento político moderno: la condición de político en su más alto nivel de jefe de Estado y la de filósofo. El es quien en el siglo XVIII asentó las bases del nuevo Estado alemán moderno. Ciertamente había recibido la herencia del Gran Elector pero, sobre todo, llegó a captar todo el poder contenido en la teoría de los intereses de los Estados —y en la razón de Estado misma— para situar a Prusia a la cabeza del Imperio.

Con Federico el Grande finaliza el Libro II y el estudio sobre la teoría de los intereses de los Estados. Comienza a continuación lo que según nuestra perspectiva consideramos la parte más significativa de la obra de Meinecke, compuesta por el tercer y último libro: el estudio de los fundamentos del Estado alemán contemporáneo.

8. La razón de Estado en Alemania

Intencionadamente hemos reservado para esta ocasión el comentario al capítulo 5 del Libro I por considerarlo el nexo entre el primitivo estudio básico sobre la idea de razón de Estado y esta última parte del trabajo. Dicho capítulo lleva el título de "La difusión de la doctrina de la razón de Estado en Italia y Alemania" y contiene,como veremos, interesantes afirmaciones en relación con el tema que nos ocupa.

Se ha podido observar que los autores estudiados en los capítulos anteriores al que ahora comentamos, pertenecían en su totalidad al ambiente cultural latino: franceses e italianos. La idea de razón de Estado asimismo había nacido en ese ambiente y dentro de unas peculiares circunstancias históricas a las que eran ajenos los Estados alemanes contemporáneos.

Sin embargo, dada la fuerza con que esta idea arraigó en la Alemania del siglo XIX, Meinecke dedica toda su atención a estudiar los motivos y el modo en que se llevó a cabo ese trasvase. Descubre ya algún escritor temprano dentro del Imperio —Clapmar en 1604— pero observa sobre todo un gran florecimiento en la segunda mitad del siglo XVII y encuentra una explicación histórica de interés para este fenómeno. La paz de Westfalia —1648— había acrecentado las prerrogativas de los príncipes alemanes de tal modo que el nuevo Imperio abandonó su tradición aristocrática en beneficio del absolutismo de los príncipes. Estos tenían a su vez en la Francia de Richelieu todo un ejemplo de la eficacia de la aplicación práctica de la idea de razón de Estado, de ahí el interés que el tema despierta en jefes de Estado y en sus inspiradores y consejeros políticos.

Sin embargo deja bien claro que se trata de algo extraño al propio pensar germánico: "La razón de Estado se consideró, desde un principio, como una idea de importación románica, como una doctrina a cuya fuerza no era posible sustraerse, que se trataba de adaptar a las circunstancias alemanas, pero que, a la vez, se miraba con miedo y desconfianza "(La idea..., 135); y más adelante: "Ya los representantes de la teoría de la razón de Estado en el siglo XVII habían tenido la sensación de tener ante sí una planta que no había crecido en suelo alemán" (La idea..., 358).

Asimismo deja patente, al analizar uno a uno la gran mayoría de escritores políticos sobre el tema, que el maquiavelismo, esto es la doctrina de la razón de Estado con toda su fuerza destructora, no fue asimilado en Alemania, aún cuando algunos de los autores más importantes se atuvieran en primer lugar a criterios empíricos en su análisis sobre el Estado, pero sin abandonar por ello valores absolutos: "La teoría del Estado real, tal como es, figuraba así al lado de la teoría del Estado tal como debía ser" (La idea,143).

En líneas generales también sobre esta teoría se fundamentó todo el pensamiento y obrar políticas de Federico el Grande, pese a todas las contradicciones que plantea el análisis de sus obras y su personal política de poder. Aunque actuó frecuentemente por razón de Estado siempre tuvo presente el iusnaturalismo al que refería también su acción.

Por tanto al espíritu germánico, al menos hasta finales del siglo XVIII, le era ajena la entraña del maquiavelismo. Poco más de un siglo después, pudo ser acusado por el mundo entero de haber llevado la ambición de poder propia del actuar según la razón de Estado, a sus últimas consecuencias provocando la Primera Guerra Mundial.

9. El maquiavelismo en la Alemania del siglo XIX

Lo ocurrido a lo largo de esos cien años y con esa perspectiva es precisamente el objeto del tercer y último libro de que consta la obra. Se apoya este estudio en dos filósofos y dos historiadores que, pese a sus indiscutibles diferencias, están conectados estrechamente entre sí. Los cuatro pertenecen a la corriente filosófica idealista alemana si bien Meinecke —siguiendo a Dilthey (La idea...,413)— distingue entre el idealismo objetivo de Hegel y Ranke y el idealismo subjetivo de Fichte y Treitschke. En cada caso el historiador, atento en primer término a lo inmediato, a lo contingente, tendrá en el filósofo la explicación última de las cosas, su visión del mundo.

La elección precisa de estos cuatro pensadores viene dada por la atención prestada en sus obras a Maquiavelo y a su doctrina de la razón de Estado. Atención sugerida por motivos eminentemente prácticos ya que fue provocada en unos por la propia situación de Alemania —mejor, de Prusia— a comienzos del siglo XIX tras su hundimiento frente a la invasión napoleónica, y en otros, por el deseo de su engrandecimiento, mediado el siglo, con la creación del Imperio.

Ellos fueron los guías, los inspiradores de un resurgimiento que se debió a una muy original manera de aplicar esa idea de la razón de Estado identificándola con el Volksgeist, con el espíritu del pueblo, con el nacionalismo germano que a su vez crecía con fuerza en el seno del Romanticismo alemán.

Al ser asumida la idea de la razón de Estado por una filosofía monista de la Idea, en la Que naturaleza y espíritu de identificaban, se convirtió en el núcleo mismo de esa concepción del mundo, respaldada a su vez por el principio de la individualidad cuya más alta expresión era el Estado. Este hecho había podido producir "lo nuevo y terrible: que el maquiavelismo quedó insertado en la conexión de una concepción del mundo idealista, que abarcaba y, a la vez, sustentaba todos los valores éticos" (La idea...,357).

El problema ético que se había planteado con la aparición en la historia de la idea de la razón de Estado, y que a lo largo de la Edad Moderna había supuesto el choque entre dos sistemas de valores, dando lugar a dos concepciones distintas del Estado —el Estado real, que es y el Estado mejor, que debe ser— se había resuelto en la Alemania contemporánea con la superación de ambos en la Filosofía de la identidad. Pero esta aparente superación no hubiera podido producirse o, al menos, no habría tenido tan graves consecuencias si no estuviera apoyada en el concepto de individualidad tal y como lo desarrolló el historismo alemán.

A esta corriente precisamente pertenecen los dos historiadores analizados por Meinecke: Ranke y Treitschke. Ambos reconocen con su peculiar sentido de lo histórico al Estado como la más elevada de esas individualidades que incluye a todas las demás. No son tan radicales como los filósofos debido en parte a su propio quehacer científico que les lleva a obrar con cautela ante las construcciones lógicas y en parte también a sus propias creencias religiosas que rompen en algunos puntos la visión del mundo ideal-inmanente en que se apoyan. Pero ambos también contribuyeron decisivamente —von Treitschke en mayor medida— a encaminar a Alemania hacia una política de poder. Meinecke se esfuerza por matizar esta contribución sin conseguir plenamente exculpar a sus maestros

10. El relativismo de los valores

La obra se cierra con un capítulo: "Ojeada retrospectiva. El presente", en el que Meinecke vierte a lo largo de veinticinco páginas sus reflexiones sobre la situación del mundo desde la perspectiva de 1924. Los temas de fondo son los propios problemas que le vienen dados por su peculiar enfoque historicista.

A modo de resumen del libro pone de relieve la insuficiencia de las soluciones que se han ido dando al problema moral que se desarrolla a lo largo de toda la obra. Para él, el Derecho natural el Derecho cristiano y el iusnaturalismo han sido ya superados aunque perduren todavía en los Estados occidentales. Pero tampoco debe prevalecer una moral fundamentada en la pura razón de Estado comprobada históricamente —la reciente experiencia de la guerra— como brutal y aniquiladora. Es preciso encontrar las barreras adecuadas a esta moral pero no dice cómo. "La angustiosa necesidad de nuestra época refuerza a la razón en este empeño, exige de nuevo y apremiantemente que se imponga a la razón de Estado aquellas barreras por las que se han esforzado en vano los siglos pasados. Es posible que esta exigencia sólo pueda cumplirse de modo imperfecto, pero el mismo acercamiento a un ideal inalcanzable puede ya estimarse como una ganancia" (La idea...,445).

Por otra parte no renuncia a su carísimo principio de la individualidad, base de su concepción histórica :"los conocimientos permanentes e ineluctables del historismo sólo podrían ser abandonados con un sacrificio, que sería, en el fondo, un sacrificio de la verdad de las cosas" (La idea...,437), y cae indefectiblemente en el relativismo, en la "anarquía de los valores" como él mismo dice siguiendo a Dilthey. "El conocimiento de lo individual en la ética ha hecho más rica la vida moral, pero más peligrosamente rica. Una ética complicada ofrece más tentaciones que la vieja ética simple que llega hasta el imperativo categórico kantiano. En ésta, en la ética general, en la ética moral de validez general, lo que hay de divino en el hombre habla a éste de manera pura e incontaminada. En la ética individual, en cambio, oye la ley moral mezclada con las oscuras resonancias de la naturaleza. Aquella ética es la más sagrada y estricta, ésta la más viva" (La idea..., 339 y 340).

Consciente de los peligros del monismo hegeliano y de la filosofía de la identidad propugna un dualismo de naturaleza y espíritu: "la inseparable unidad causal de espíritu y naturaleza, pero a la vez (...) la diferencia esencial (...) entre espíritu y naturaleza" (La idea..., 441), pero en su inmanentismo no le es posible ir más lejos, ser más explícito; es más, llega a decir: "la x que explica simultáneamente esta unidad y esta diferencia, la dejamos sin resolver porque es irresoluble"(La idea...,441).

Mantiene aquella necesidad de "interpretar el mundo según líneas idealistas" y recurre a falsas soluciones metafísicas cargadas de sentimiento romántico: "Es, empero, une necesidad tanto teórica como práctica recuperar la fe en la existencia de un absoluto, porque la pura contemplación se convertiría sin esa fe en un mero juego con las cosas, abandonando sin salvación el obrar práctico al imperio de todas las potencias elementales de la vida histórica" (La idea...,445). El hombre siente este absoluto "oscuramente por doquier en su mundo, pero es incapaz de desentrañarlo de la envoltura temporal y perecible bajo la cual se le aparece. Nosotros no vemos a Dios en la historia, sino que lo adivinamos sólo en la nube que lo envuelve" (ibid.).

Estas preocupaciones ya no le abandonarán sino que se irán haciendo más agudas a lo largo de su vida. En adelante todo su pensamiento estará polarizado por la necesidad de escapar al relativismo y de encontrar valores firmes para su vida. Son muchas las reflexiones vertidas en artículos dedicados a estos temas —los recoge, ampliamente comentados, Carl Hinrichs en la obra ya citada— pero destacamos aquí algunas ideas contenidas en el ensayo que nos parece más representativo, publicado en 1933 bajo el titulo Historia en relación al presente (Geschichte und Gegenwart). Reconoce en él que el historicismo "ha indeterminado gradualmente toda la firme base de ideales definidos y absolutos sobre los que la humanidad se había asentado sólidamente hasta entonces", y se pregunta "¿tiene (...) el historicismo, y el relativismo que es su especial producto, el poder por sí mismo de remediar las heridas por él mismo infligidas?" (Hinrichs, l y li). La respuesta que encuentra en su concepción inmanente de la historia es que ésta carece de soluciones. Trata de buscarlas en sentido horizontal, primero en el pasado, y mirando después hacia el futuro, para concluir que la cuestión precisa ser contemplada verticalmente. Y al apuntar esta solución vuelve a su primitivo concepto ético del individuo en sentido kantiano, citando a Droysen y acuñando él mismo expresiones muy próximas a este autor, "en última instancia, todos los valores eternos de la historia emergen desde las decisiones éticas de los hombres en acción" y que parecen un eco del "yo transcendental" de Kant.

Pero no sólo el hombre, dice, sino también la historia debe tener ese punto de referencia "porque una interpretación de la historia sin un firme fundamento ético está meramente a merced de las olas" (Hinrichs, li). Sin embargo estas alusiones a la necesidad de fundamentos sólidos no le llevan a romper son su Concepción inmanente del hombre y de la historia y se mantiene, a pesar de todo, ligado a sus presupuestos historicistas.

11. El historicismo

Historicismo es, en general, cualquier interpretación inmanente de la Historia. En el caso de Meinecke, el término historicismo o historismo se aplica a una teoría de la historia particular dentro de esa corriente inmanentista. Está en relación estrecha con los problemas clave de la filosofía moderna y, más concretamente, del idealismo alemán del siglo XIX, y con el tema del método de las ciencias aplicado al acontecer histórico tal y como lo entendió la Escuela Histórica alemana.

Parte de una concepción idealista del mundo reconociendo en él la presencia de dos polos: espíritu y materia, pero deja a la filosofía la explicación del origen de ambos y su mecanismo de acción.

Las cuestiones que ha tratado de resolver son, sobre todo, detectar las conexiones entre ambos polos que indistintamente denomina "espíritu y materia", "ideal y elemental", "historia y naturaleza"... Ese espíritu se manifiesta inicialmente en la mente de los grandes hombres como una "conversión de impulsos naturales en ideas" (La idea...,12) que "representan lo que el hombre reflexivo ha hecho de su experiencia histórica" (La idea..., 22). En este proceso confluyen muchos elementos que le vienen dados al hombre desde su entorno porque estas ideas son "sangre viva de las cosas inserta en la sangre viva de los hombres llamados a dar expresión a lo esencial de su época" (La idea..., 22).

Estas ideas, en su desarrollo, configuran las "individualidades" o "entelequias suprapersonales" que se van sucediendo históricamente según un proceso idéntico con alteraciones y modalidades debidas a las oposiciones y resistencias que encuentren en su desarrollo. Y precisamente la tarea del historiador, según el historicismo, consiste en descubrir "esta conversión de impulsos naturales en ideas" y comprobar después como se abren paso a través de la realidad existente. Observar "lo general del proceso y lo individual dé sus orígenes (MEINECKE, El historicismo y su génesis, 15).

Estas individualidades están concebidas con unas características muy peculiares que se remontan a las ideas del neoplatonismo revividas en las mónadas de Leibniz y en la inward form de Shaftesbury, y en el Pietismo, Romanticismo e Idealismo alemán; es decir, siguen la trayectoria del pensamiento occidental ideal-inmanentista, pero se cargan de contenidos míticos y nacionalistas de carácter sentimental en el marco del Romanticismo germánico. Al igual que los individuos que ellas agrupan poseen leyes que le son propias, que emanan de su "forma íntima" de su peculiar "idea vital" y de las que se deriva su propia moralidad.

El historicismo como método de conocimiento histórico de desarrolla dentro de la llamada Escuela Histórica alemana, a lo largo de todo el siglo XIX y se nutre de la Filosofía Idealista cuya terminología utiliza. Su aplicación como tal método quedó consumada con la Primera Guerra Mundial ya que todas las tendencias individualizadoras observadas e investigadas por los historiadores —y muy probablemente debido a los puntos de arranque de sus estudios— convergieron en una sola de esas individualidades que comprendía a todas las demás: el Estado alemán. De ahí la abundante historiografía sobre el Estado que se produce en Alemania entre 1870 y 1914.

Ante el hundimiento del Estado tras la derrota alemana en 1918 se comprobó también la ineficacia del método y quedaron al descubierto sus fallos. La idea de la razón de Estado en la Edad Moderna que había sido concebida para ser mostrada como la fase preliminar del historismo moderno, a través de la teoría de los intereses de los Estados, se convirtió, paradójicamente, en la muestra del fracaso de ese método de conocimiento.

Queda al descubierto, como un fatal error, lo que sostenía toda la tesis de las individualidades y permitía su estudio como tales: que poseen una ley para sí mismas y que esa ley no puede ser inmoral. De hecho la idea de razón de estado, núcleo, fuerza vital de la individualidad-estado se había revelado tan inmoral que llevó al Estado mismo a su propia destrucción.

Bien es verdad que Meinecke se apresuró a detectar la causa exacta de que esto se hubiera producido, hallándola en la filosofía de la identidad. En consecuencia rechaza como historiador la construcción lógica, pero no renuncia al principio de la individualidad: "La idea de la identidad y la idea de la individualidad crearon de consuno el nuevo idealismo e historismo, que abarcaba el cielo y el infierno, la realidad y el ideal en la vida histórica como momentos que se correspondían necesariamente entre sí (...). Esta unidad, empero, comenzó de nuevo a deshacerse cuando la idea monista de la identidad comenzó a desintegrarse, mientras que la idea histórica de la individualidad seguía en pie como clave indispensable para la comprensión de fenómenos espirituales-naturales. Esta idea no podemos ni debemos abandonarla..." (La idea,438)

Con esta decidida afirmación no parece querer comprender que del principio de la individualidad, tanto o más que del monismo hegeliano, se derivan graves problemas irresolubles: el del relativismo de los valores e incluso el del sentido mismo de la historia.

Un mundo en constante fluir —"todo está conspirando" como diría en 1936 siguiendo a Leibniz y Herder— en el que las ideas emergen desde la naturaleza y desaparecen en ella sin llegar en muchos casos a desarrollarse, o —como él mismo pudo atestiguar con su vida y comprobar con su ciencia— habiendo alcanzado la plenitud deseable, y habiendo podido ser consideradas por sus excelentes condiciones como el "logro" histórico más perfecto —según aconteció con el Estado alemán de su tiempo— fueron estrepitosamente destruidas y a causa de sí mismas. Un mundo así no parecía tener finalidad alguna.

En la práctica, consciente o inconscientemente, renunciará a todo quehacer histórico. Sus obras posteriores son científicamente poco significativas, quedando reducidas a reflexiones más o menos profundas sobre el relativismo de los valores, el sentido de la historia y la propia validez del historicismo como método de conocimiento. Finalmente mostrará con su propia obra —y tal vez involuntariamente— que el quehacer histórico ajustado a los principios inmanentes del historicismo, queda reducido a "un deleite estético en la riqueza de los siglos" (El historicismo..., 505), lo cual equivale a negarle a la historia un sentido en sí misma. La historia será tan sólo "una cadena de oro general y al mismo tiempo individual" (ibidem, 511).

Esto es precisamente lo que él presenta en 1936 como su última obra propiamente histórica, un estudio que recoge el pensamiento de aquellos filósofos, poetas, artistas... que contribuyeron de alguna manera al nacimiento de su teoría. El historicismo y su génesis es una obra de arte magistral, pero sin utilidad alguna, realizada sólo para ser contemplada y admirada en un puro placer estético.

12. Conclusión

La idea de la razón de Estado en la Edad Moderna de F. Meinecke es una larga reflexión sobre teoría y metodología históricas. Aunque el título sugiere un estudio sobre teoría del Estado, no tiene apenas relación con ese tema, tocado sólo tangencialmente; Estado y razón de Estado en Meinecke son conceptos que se refieren a su peculiar enfoque de la Historia y aún del hombre mismo.

La obra está redactada en un momento de crisis, desde una perspectiva historicista y en la que se cuestiona ante todo el propio método historicista de conocimiento. Por tanto, los contenidos objetivos quedan subordinados a esta autocrítica, aún cuando están realizados muy correctamente desde el punto de vista científico: análisis profundos rigurosamente documentados en fuentes abundantes.

El autor, agnóstico pero de formación y ambiente protestante, muestra frecuentemente a lo largo de la obra su actitud de rechazo de toda religión revelada, manifestado en un tolerante respeto en algunos casos, y en ataques indirectos en otros —a través de los juicios positivos que emite sobre puntos de vista erróneos en los autores analizados.

Por su formación filosófica idealista utiliza la terminología propia de esta Escuela, frecuentemente equívoca, por lo que son necesarias las cautelas oportunas. Términos como Dios, divinidad, naturaleza, espíritu, conciencia, persona, razón, individuo, idea, entelequia, etc. tienen un sentido preciso propio de la filosofía moderna y hay que entenderlos en ese contexto.

13. Bibliografía

Por la complejidad de la obra estudiada se ha utilizado bibliografía de distintas materias: teoría del Estado, Filosofía de la Historia, conceptos básicos de la Filosofía moderna, antropología cristiana y algunas Introducciones de las obras del propio Meinecke.

Teoría del Estado: SAMPAY, Arturo Enrique, Introducción a la Teoría del Estado, Argentina, 1961; FRAGA IRIBARNE, Manuel, La crisis del Estado, Aguilar, Madrid, 1958; THUAU, Etienne, Raison d'état et pensée politique a l'époque de Richelieu, Colín, Paris, 1966.

 Filosofía de la Historia: BALIÑAS, Carlos A., El acontecer histórico, Rialp, Madrid, 1965 y la voz "Historia V"  en la GER; SUAREZ FERNANDEZ, Luis, Grandes interpretaciones de la Historia, Eunsa, Pamplona, 1976 y la Introducción al Tomo I de la Historia Universal de Eunsa; Voces de la GER correspondientes a Historicismo, Historia, Neoplatonismo, Dilthey, Troeltsch, Teología de la Historia...

Filosofía moderna: CARDONA, Carlos, René Descartes: Discurso del método, "Crítica filosófica", E.M.E.S.A., Madrid, 1975; VERNEAUX, R., Inmanuel Kant: Crítica de la razón pura, "Crítica filosófica", E.M.E.S.A., Madrid, 1978

Para una visión correcta del hombre: VERNEAUX, R., Filosofía del hombre, Herder, Barcelona, 1975; GARCIA DE HARO, R., La conciencia cristiana, Rialp, Madrid, 1971; REDONDO, Gonzalo, Historia Universal, Tomo XII, Eunsa, Pamplona (en prensa)

Introducciones a las obras de Meinecke: MEINECKE, F., Historism. The Rise of a New Historical Outlook, Routledge & Kegan, London, 1972. Introduction by Carl Hinrichs; MEINECKE, F, La idea de la razón de Estado en la Edad Moderna, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1959. Estudio Preliminar por Luis Diez del Corral.

14. Anexo

Bajo la concepción historicista que sostiene Meinecke subyace una antropología peculiar que es, en líneas generales, la misma que se encuentra en la ideología liberal. Por considerar que esa precisa visión del mundo está muy claramente explicada en el Prólogo del Tomo XII de la Historia Universal de EUNSA, del Prof. Gonzalo Redondo.

Tiene la ventaja de que esta exposición de la ideología liberal está hecha en relación a su choque con el concepto cristiano del hombre, constituyendo, por tanto, una buena síntesis de la antropología cristiana correcta y de los errores de la antropología liberal analizados desde una perspectiva cristiana.

 

                                                                                                              C.D-L. (1984)

 

Volver al Índice de las Recensiones del Opus Dei

Ver Índice de las notas bibliográficas del Opus Dei

Ir al INDEX del Opus Dei

Ir a Libros silenciados y Documentos internos (del Opus Dei)

Ir a la página principal