ORTEGA Y GASSET, José

Misión de la Universidad

Obras Completas (12 vol.), t. IV, pp. 313-353, Alianza, Madrid 1987.

No es fácil describir sucintamente la posición filosófica de José Ortega y Gasset, entre otras cosas porque no pretendió una teoría filosófica concreta. Escribía sobre distintos argumentos, con pluma fácil, entre culta y castiza, buscando más que la reflexión el diálogo con el lector. No obstante, se la suele calificar de perspectivista y racio-vitalista. El primer epíteto nos sitúa en una posición cognoscitiva entre subjetiva y objetiva: cada conocimiento lo es de una persona, en una situación concreta, y por tanto es una de las muchas perspectivas que pueden darse; la verdad "absoluta" debería ser la integración ordenada de todas las perspectivas posibles, lo que no es realizable. El racio-vitalismo habla de la vida como valor fundamental, no en perspectiva biologista, sino como lugar en que se da la experiencia, y la construcción del hombre; quiere alejarse tanto de una posición idealista como del vitalismo, que negaría valor a todo ejercicio de la razón. En su análisis social suele destacar el papel dirigente, o de liderazgo, que están llamados a desempeñar los mejores, los intelectuales: Puede verse su ensayo La rebelión de las masas. En cuanto a su concepción del hombre, se la puede llamar historicista; en el primer ensayo escribía una frase, que después popularizó al invocarla como resumen de su pensamiento: «Yo soy yo y mi circunstancia». No puede hablarse en términos absolutos del bien del hombre, pues este variaría según los diversos momentos históricos.

Durante sus años como profesor colaboró con la Institución Libre de Enseñanza, aún sin formar parte de ella. Formaba parte del Patronato, como vocal, en su nacimiento; y su primer libro —Meditaciones del "Quijote"— fue una de las publicaciones iniciales de la Residencia de Estudiantes. Ortega veía esta colaboración con un timbre de orgullo[1].

Su aportación acerca de la Universidad puede encontrarse en el ensayo titulado Misión de la Universidad, que data de 1930, y que ahora comentaremos: indagación acerca de la misión de la Universidad, delimitación de su función primaria, estudio del modo en que llevarla a la práctica, articulación con otros fines secundarios de la Universidad.

Al pensar en cuáles son los requerimientos que la sociedad hace a la Universidad, Ortega habla de dos de ellos en primer lugar: aprendizaje de las profesiones intelectuales, y formación de investigadores científicos. Sin embargo, en casi todos los estudios se da la presencia de algunos cursos de la llamada cultura general que en realidad son residuo de los antiguos estudios de "Artes", antes condición previa de cualquier estudio universitario. Al realizar un análisis crítico de la evolución de la Universidad, juzga negativamente tanto la complicación de la enseñanza profesional que ha ido albergando, como el deslumbramiento que ha padecido en el último siglo ante la ciencia. No es cuestión de añorar situaciones pretéritas de la Universidad, pero sí es preciso, para que siga desempeñando su función crucial, abogar por su dedicación a la transmisión de la cultura. No pretende Ortega que se abandonen las otras dos finalidades, que también resultan necesarias para la sociedad, pero considera que la sociedad precisa en primer lugar hombres cultos, que serán los que la dirijan, quizá detentando el poder político, pero más generalmente influyendo con su talante en el cuerpo social. La pasión por la ciencia ha interferido en el campo de la cultura, y en el de la preparación profesional universitaria. Es verdad que no son tres campos cerrados en sí mismos, pero la preponderancia científica ha resultado un pesado fardo para el desarrollo de las otras facetas, y la Universidad —opina Ortega— debe librarse de ella.

¿Cómo se relacionan y se separan cultura y ciencia en la Universidad? Primero necesitaríamos dirigir nuestra mirada al concepto orteguiano de "cultura", que deberá darnos nuevas luces para entender sus afirmaciones ¿Qué es la cultura para Ortega y Gasset?: «Cultura es el sistema vital de las ideas en cada tiempo»; o bien: «Cultura es el sistema de ideas vivas que cada tiempo posee. Mejor: el sistema de ideas desde las cuales el tiempo vive». La cultura no es sólo un conjunto de conocimientos. Ya hemos dicho que, reconociendo un valor real al conocimiento racional, Ortega le adjunta una componente de provisionalidad. La cultura es algo unido a la vida, a la existencia individual y colectiva; y hace referencia necesariamente a "valores", y "convicciones", incluye tanto datos de sentido común, como de esfera religiosa; tanto principios de moral transcendente, como principios filosóficos o sociales comúnmente aceptados. Ningún hombre puede vivir ni actuar sin contar con un marco de referencia como el que acabamos de indicar; y aunque se negase a reflexionar sobre ello, de hecho lo tiene y lo utiliza en todas sus acciones inteligentes. Esta concepción de cultura, a nuestro juicio, junto con la ventaja de concebir la cultura a la medida del hombre, y no tratar de imponerle a éste unos cánones culturales alejados de su experiencia, tiene el grave lastre de ser pensada como esencialmente relacionada con la historia, de ser definida como función radical del tiempo. Dios no parece ocupar un lugar destacado en ese horizonte cultural. Ciertamente, no se niega que la religión forme parte de la cultura, ni que su papel no pueda ser el central en algún momento de la historia, pero el reconocimiento de Dios, la religión revelada, no aparecen como constitutivos definitivos de la cultura. Reciben el tratamiento de cualquier otra convicción coyuntural.

Este modo de concebir la cultura como en función esencial de la historia no debe extrañarnos, ya que también al hombre atribuye una constitución histórica: «El hombre pertenece consustancialmente a una generación». Este punto de vista no lo compartimos, pero veremos cómo su ensayo nos proporciona unas reflexiones de abundante interés.

Ahora ya podemos preguntarnos de nuevo, ¿qué relación mutua debe haber entre cultura y ciencia en la Universidad? Es innegable el peso de la ciencia en la cultura actual. Además de conseguir nuevos logros técnicos al servicio del bienestar de todos, las ideas científicas más firmemente asentadas se difunden en la sociedad, y ayudan a construir una percepción nueva del entorno natural o social. Por lo tanto, opina Ortega, si deseamos dar a los universitarios una visión orgánica de las ideas directrices de la mentalidad de nuestro tiempo, no podemos dejar de lado la ciencia. Todos los que frecuentan una Universidad necesitan recibir esta cosmovisión del mundo que les hará hombres cultos. Independientemente de cuál vaya a ser su ocupación profesional futura, e independientemente de que se dediquen profesionalmente o no al cultivo de las ciencias empíricas. Todos, sea cual sea su especialidad universitaria, deben ser instruidos en las principales ideas de las ciencias, así como en las de otras disciplinas humanísticas. No se trata de que tengan que adquirir todas las ciencias, hasta poder alcanzar, siguiendo el estricto método científico, los resultados deseados: no se trata pues de hacer un científico de cada universitario, sino una persona que conoce y sabe valorar los principales resultados, que hayan trascendido a la vida social. La ciencia será utilizada por la cultura.

Por otra parte, según Ortega, también el cientifismo universitario ha sido perjudicial para la preparación profesional adecuada que deben dar las universidades. La profesión, en la Universidad, «después de la cultura es lo más urgente»; pero para ser un buen médico no es preciso un conocimiento pormenorizado de la ciencia correspondiente; se espera del médico que aporte soluciones, no que se ocupe en el análisis de situaciones problemáticas. La adecuada formación de quienes desempeñarán profesiones intelectuales, supondrá revisar a fondo los programas universitarios, dejando a un lado el fardo científico innecesario, cuyo peso perjudique, más que ayude a la consecución de los fines prácticos deseados en el ejercicio de esas profesiones. El estudio pormenorizado de cada ciencia, siguiendo estrictamente el propio método, es necesario solamente a quienes pretendan dedicarse a ella.

Basándose en estas ideas, Ortega piensa que es precisa una aligeración de la estructura universitaria, para pasar en un segundo momento a una estructura unitaria distinta. Plantea la reforma de la Universidad que deberá hacerse desde la perspectiva del alumno. Las enseñanzas no deben enfocarse desde la visión de las ciencias: de su completitud. No debe enfocarse desde la perspectiva del profesor: lo que puede enseñar un profesor determinado. El criterio debe ser la persona del alumno: lo que un alumno medio necesita aprender, y al mismo tiempo, está en condiciones de aprender. Intentar otra cosa es adoptar un enfoque que se declara fallido desde su inicio. Este principio, que llevará consigo la aligeración del núcleo constitutivo de la Universidad, es lo que llama el principio de economía en la enseñanza. La reducción de enseñanzas que plantea, para formar un núcleo básico de educación universitaria, no está guiado por criterios utilitaristas. Es cierto que pretende cribar con dos medidas sucesivas: primero lo que el alumno necesita para la vida, después lo que el alumno es capaz de aprender; pero el objetivo es dotar a todo estudiante universitario de una fundamental formación cultural —aparte de la posible formación profesional—, de unos principios culturales vivos, plenamente incorporados y madurados por cada uno. Es inútil alimentar la ilusión de haberlo dotado de un cúmulo ingente de ideas que no haya tenido ocasión de asimilar, y hacerlas principios vivos de sus coordenadas intelectuales.

Los criterios que deberán guiar la reforma de la Universidad son: A) Que debe buscar en primer lugar la instrucción superior que ha de recibir un hombre medio. B) Que debe hacerlo, ante todo, un hombre culto. C) Que ha de lograr hacer de él un buen profesional. D) Que no hay ninguna razón para hacer del hombre medio un científico. Además, detalla las grandes disciplinas culturales en que todo universitario, a su juicio, debe ser versado:

«1. Imagen física del mundo (Física).

2. Los temas fundamentales de la vida orgánica (Biología).

3. El proceso histórico de la especie humana (Historia).

4. La estructura y funcionamiento de la vida social (Sociología).

5. El plano del Universo (Filosofía)».

Eso constituiría el núcleo central de la Universidad, hasta el punto de formar una común Facultad de la Cultura, sobre la que se vertebrarían el resto de las enseñanzas.

Una percepción amplia de la cultura actual es necesaria también en la formación universitaria de aquellos que trabajarán después en el cultivo de las ciencias. Podría incluso decirse que, teniendo en cuenta su influencia en nuestra sociedad, es más necesaria la cultura para ellos que para otros muchos —«Los demás, inevitablemente, seguirán sus pasos. La merina sigue siempre al carnero adalid»[2]-. Y esa formación cultural de los científicos no es importante sólo para su desarrollo personal, sino también para un desarrollo razonable de su propia ciencia. Una ciencia ocupada sólo de sí misma pierde contacto con la realidad, con los intereses vitales, corre el riesgo de perderse en su formalismo y no contestar a las preguntas que en su principio el hombre le dirigía. Ortega es muy sensible a este peligro, y subraya la urgencia de realizar en la Universidad una síntesis de la ciencia. Podríamos preguntarnos ¿cómo se plantea esta integración? ¿cuál es el criterio unificador? ¿se declara a una disciplina con capacidad rectora sobre las demás?: No. Esta sistematización que propone, en consonancia con lo anteriormente dicho, debe estar centrada en la enseñanza, en lograr que el alumno reciba una visión coherente del todo. Y si se nos objetase que para transmitir una educación unificada su contenido debe formar previamente una unidad, para buscar la unidad de la educación que Ortega propugna deberíamos acudir de nuevo a su visión omniabarcante de la cultura: «sistema vital de las ideas en cada tiempo»[3]; el autor no nos da más indicaciones.

El trabajo de síntesis debe hacerse en primer lugar dentro de cada ciencia; un científico no puede impartir sus clases con la misma actitud del que investiga, ni con la misma metodología. Debe ser capaz de exponer sólo aquello que es útil al alumno para captar los contenidos de la ciencia tal y como son, pero sin los añadidos propios de la tarea de investigación. Para lograr esto debe velarse por la selección, opina Ortega, del profesorado universitario. No puede descuidarse su metodología de enseñanza, ni pensar que todo buen investigador puede ser un buen profesor de Universidad.

Muchas de las cosas dichas hasta ahora podrían llevarnos a pensar que Ortega y Gasset padecía de una incurable desconfianza hacia las ciencias y los científicos. Y sin embargo no es así. Es cierto que negaba a la ciencia el exclusivo papel guía de la cultura, pero tiene gran confianza en su capacidad de conocer la realidad, y de impulsar el crecimiento social y cultural. ¿Y qué papel considera que debe desempeñar la ciencia en la Universidad? Si bien Ortega cree que, como tal, la ciencia no debe estar presente en el núcleo o minimum de la Universidad, debe estar inseparablemente unida a ella. La ciencia debe estar en contacto con los intereses vitales; pero también la cultura y la profesión —los dos objetivos primarios de la institución universitaria— necesitan estar en relación con la ciencia, ya que en buena parte se alimentan de ella. Aunque el cultivo de la investigación científica no va dirigido al estudiante medio, sino a los «estudiantes superiores al tipo medio», la relación entre este ámbito universitario y el resto, es visto como crucial para que el otro pueda desempeñar eficazmente su labor. Así, se afirma que «la Universidad tiene que ser antes que Universidad, ciencia».

Al final de su ensayo, Ortega y Gasset dedica unos párrafos a la actuación de saber universitario sobre el cuerpo social. Lo hace desde un enfoque esencialmente polémico frente a la prensa; o, sería mejor decir, ya que él mismo fue como hemos dicho un habitual colaborador de prensa, frente a una concepción consumista de la prensa, que se agota en la noticia, sin dar cabida a la reflexión ponderada. La Universidad no sólo influye en la sociedad a través de sus alumnos, preparándolos para cumplir su papel en ella, sino que debe situarse en el centro de intereses de la sociedad, en la opinión pública, no por mero protagonismo, sino porque entre las funciones que Ortega le atribuye, como en general a la clases cultas, está la de ser leader del resto del cuerpo social.

Resumiendo lo dicho, nos encontramos con una concepción de Universidad centrada en la educación de la persona: en el empeño de ayudarle a ser culto, en el sentido ya explicado —si bien haciendo este fin compatible con el de la preparación profesional, y entretejiendo ambos con el cultivo de la ciencia, pero sin confundirlos con él—. Si el rigor científico tiene importancia en esta educación, lo decisivo es la integración vital de esas enseñanzas. Su punto más débil, la no referencia expresa a la verdad trascendente y a Dios como componentes necesarios de una cultura verdaderamente humana, además de la total provisionalidad de los contenidos culturales que propugna.

 

                                                                                                                J.J.A. (1996)

 

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[1] «Los que propugnábamos una reforma y proponíamos que se desecharan métodos anticuados, éramos violentamente atacados como "enemigos de la Universidad". Por defender nuevas instituciones como la Residencia de Estudiantes, creada precisamente para conseguir la mejora de la Universidad estimulando la fermentación del pensamiento, se nos acusaba de enemigos oficiales de la Universidad. Inútil es añadir que hoy los que más duramente nos injuriaban son precisamente los que más se apresuran a imitar a la Residencia de Estudiantes». Palabras de Ortega, cit. en, JIMÉNEZ Alberto, Historia de la Universidad Española, Alianza, Madrid 1971, p.450.

[2] Misión, p.347.

[3] Misión, p.322.