PEREZ GALDOS, Benito

Fortunata y Jacinta

Ed. Aguilar, 5ª ed., Madrid 1967. Obras completas, tomo V, pp. 9-548.

CARACTERISTICAS

Fortunata y Jacinta puede considerarse la obra maestra de Galdós y una de las más importantes novelas españolas del siglo XIX, juntamente con La Regenta de "Clarín".

En esta extensa novela —en longitud y en profundidad—, se toma el pulso a la vida de Madrid, que viene a ser como espejo o paradigma de la vida social de España entera. Los personajes son múltiples pero cada uno tiene su puesto en la novela. El espectro que presenta Galdós es amplio y generoso: abarca desde los negociantes de la alta burguesía hasta el bajo pueblo, pasando por todo tipo de comerciantes de menor cuantía, tertulias de café y personajes populares pintorescos.

La rica y variada vida social sirve de contrapunto a los amores de Juanito Santa Cruz —el protagonista masculino— con Fortunata primero y con Jacinta después. Ambas son algo así como las dos mitades de un carácter que —aunque mantienen una permanente rivalidad, puesto que los objetivos que persiguen no pueden lograrse sin herir una a la otra— al final de la novela, con Fortunata a punto de morir, se armonizan y comprenden.

Esta novela es la más extensa de las que Galdós escribió. No se limita a presentarnos la singularidad de algún caso humano o fenómeno social; los personajes secundarios no atraen la atención menos que los protagonistas. No sólo Fortunata, Juanito Santa Cruz, Jacinta y Maximiliano Rubín existen por derecho propio; otros seres mucho menores ocupan un espacio vasto de esta galería. Galdós tiene, además, el extraño capricho de sacar a colación con cualquier pretexto a personajes de novelas anteriores, incluso algunos de sus famosos Episodios Nacionales.

Fortunata y Jacinta son como tres largas novelas entrecruzadas. Las dos primeras aparecen delimitadas perfectamente: la de las bodas de Juanito Santa Cruz con Jacinta, culminante en el viaje de novios y confidencias del protagonista; y la del casamiento de Fortunata con Maximiliano. La tercera —más difícilmente definible— contiene la pasión amorosa y muerte de Fortunata y la pasión y enloquecimiento de Maximiliano.

Las dos primeras comienzan como crónicas de familia. Galdós nos habla primeramente de la familia de los Santa Cruz y de los Arnaiz, con sus entronques; en la segunda, de los Rubín, estirpe de menos interés histórico.

ARGUMENTO

Juanito Santa Cruz era hijo único de don Baldomero Santa Cruz, acaudalado comerciante retirado del ramo de tejidos, y de su esposa, doña Bárbara Arnaiz (Barbarita), de idéntica clase social. Después de terminar sus estudios de Derecho y Filosofía, Juanito, el Delfín, se dedicó de un modo exclusivo a sacar de la vida el mejor partido posible, divirtiéndose por todos los medios.

Don Plácido Estupiñá, comerciante arruinado que se ocupaba de corretajes y de traer y llevar noticias y cuentos, pues era un hablador incorregible, tenía gran amistad con la familia Santa Cruz y, habiendo enfermado, recibe la visita de Juanito en su casa de la Cava de San Miguel; el joven se tropieza en la puerta del entresuelo con Fortunata, sobrina de segunda Izquierdo, pollera de la Cava. Juanito queda tan impresionado por la muchacha que, como no era muy bien tratada por su tía, consigue con facilidad que acepte la proposición de fuga que le hace.

Don Gumersindo Arnaiz, comerciante de lencería, hermano de Barbarita y marido de doña Isabel Cordero, tenía dos hijos varones y siete hijas, una de las cuales, Jacinta, fue designada por los matrimonios Santa Cruz y Arnaiz para ser la esposa de Juanito. Aceptado el noviazgo por los muchachos, no tardan en realizarse los proyectos paternos, y durante el viaje de bodas Jacinta se entera, por boca de su esposo, de las relaciones de éste con Fortunata, a la que había abandonado tranquilamente después de tener un hijo con ella.

Pasan los meses y los años. Jacinta, cuya vida estaba amargada por las veleidades de Juanito y por no tener sucesión, se entera de la existencia de un Pituso que vivía al cuidado del señor José Izquierdo, hermano de Segunda, la pollera. La convencen de que era el hijo de su marido y de Fortunata, y recoge a la criatura. Pero su marido le cuenta la verdad: el hijo que tuvo con Fortunata murió antes de cumplir el año. El niño que ha recogido es hijo de la difunta Nicolasa, hijastra de José Izquierdo, y de un ciudadano que debía hallarse en Ceuta cumpliendo una condena.

Hasta aquí la primera parte, que comprende: la vida de Juanito, un vistazo histórico al comercio madrileño, perdición y salvamento del Delfín, casamiento y viaje de novios, conocimiento de la existencia del Pituso, y aparición de Guillermina, piadosa mujer, fundadora de una asociación que ayuda a personas necesitadas.

Mientras tanto, Fortunata hacía una vida muy poco ejemplar, hasta que el infeliz y enamorado boticario Maximiliano Rubín, sobrino de doña Lupe la de los pavos —prestamista y sobrina del usurero Torquemada—, de acuerdo con su tía, decide procurar la regeneración de la pecadora, enviándola a pasar una temporada de recogimiento en las Micaelas, institución que dirige doña Guillermina Pacheco, protectora de los pobres. Después, Maximiliano se casa con Fortunata; antes habían convivido en concubinato.

Esta segunda parte trata de Maximiliano Rubín, de sus afanes y contratiempos para redimir a Fortunata; de doña Lupe la de los pavos, las Micaelas por fuera y por dentro, y la boda y luna de miel de Fortunata y Maximiliano.

Por dos veces vuelve el inconstante y veleidoso Juanito a sus relaciones con Fortunata y por dos veces ésta abandona el domicilio conyugal. En la primera de estas escapatorias, cuando Juanito se harta de ella, es protegida por el pintoresco viejo Feijoó, quien acaba convenciéndola de que vuelva a unirse con su marido y sea más cauta en su comportamiento. El desventurado Rubín acepta la reconciliación, pero los celos y la tristeza de no verse querido por Fortunata lo enloquecen, y se hace tan temible que su mujer lo abandona de nuevo cuando, después de otro período de relaciones ilícitas con Juanito, siente que lleva en su seno el fruto de esa nueva falta.

Convaleciente del parto, Fortunata recibe la noticia de que el voluble Santa Cruz andaba enredado con Aurora la Samaniega y, dominada por la ira y los celos, se levanta de la cama para ir a pegarse con su nueva rival. Como consecuencia de su arrebato, le sobreviene una hemorragia y muere poco después. Antes, entrega a su hijo a Estupiñá para que se lo lleve a Jacinta, junto con una carta conmovedora.

Esta recibe al hijo y abandona a su marido Santa Cruz, desengañada por su última fechoría que ha causado la muerte de Fortunata.

El regente de farmacia Segismundo Ballester, enamorado de Fortunata, padrino del último hijo de ésta, paga el entierro y la lápida del cementerio de la desventurada. Galdós utiliza en esta tercera parte, como recurso, un café y las gentes que aparecen por allí. Un personaje secundario importante es el hermano de Maximiliano Rubín, Nicolás (sacerdote).

EL TIEMPO

En esta especie de crónica, el tiempo se tiene muy en cuenta. Es lenta la entrada en materia: hay precisiones cronológicas sobre cosas y sucesos de todo tipo. El tiempo de las peripecias se reduce a los años en que cae la primera República y comienza la Restauración, entre 1873 y 1876, período corto, en cierto modo, para tal desbordamiento de historias. La primera etapa de las relaciones adulterinas entre Santa Cruz y Fortunata dura un par de meses. Galdós nos hace medir, dentro de hitos históricos, la extensión de su aventura: el golpe de Pavía, la entrada de Alfonso XII en Madrid...

En la primera parte, Galdós está muy presente en la novela. Hace, en propia persona, observaciones y reflexiones sobre los personajes. Presenta un costumbrismo histórico de la mejor calidad. Al modo de Mesoneros, es la más alta cima del costumbrismo español. El comienzo maravilloso así lo atestigua, como recuerdo de infancia de uno de los personajes. Excelente todo lo que se refiere a la transformación del comercio de Madrid: carnicerías, pescaderías y otros mercados, tiendas de telas, grandes almacenes; inolvidables las descripciones de su calle preferida, la de Toledo. El estudio del color preside siempre aquellos pasajes en que se trata de "trapos".

Por empezar como crónica de familia, presta gran atención al estudio de genealogías y entronques familiares: de modo óptimo, con las tres generaciones de Santa Cruz. Galdós nos hace asistir al advenimiento de una burguesía liberal.

En este medio se destaca una simpática familia de comerciantes acaudalados. Sabemos la cuantías de sus rentas, cómo viven, lo que piensan, la situación de la casa... Son los Santa Cruz. Las vidas de don Baldomero y su esposa se nos ofrecen con detalle. Tras una entrada larga y pormenorizada, se aborda luego el tema de la luna de miel de Juanito y Jacinta. Pero el señorito Santa Cruz va a visitar a Estupiñá doliente, y conoce a Fortunata. Cierra un epílogo con una sentencia: "Por donde quiera que el hombre vaya, lleva consigo su novela, pero ésta no."

Novela amplia, de todos, con muchas vidas entrecruzadas: Santa Cruz, Fortunata, Jacinta, Maximiliano... Si al Delfín no le hubiera pasado lo que le pasó, hubiera sido Fortunata quizá digna esposa de un honrado albañil.

AMBIENTES Y PERSONAJES

Entre los protagonistas, el primero que Galdós nos presenta es Juanito Santa Cruz, grandísimo botarate, pero botarate brillante. Es el fruto de aquella educación progresiva que practicaba don Baldomero, su padre. Lo vemos actuar poco a poco, salvo en sus fechorías maritales y extramaritales. Pero los datos que nos da Galdós —severísimo con este tipo de señoritos— nos bastan para identificarlo y conocerlo a fondo.

1. Juanito Santa Cruz. Es el protagonista masculino, el ser frívolo que sirve de eslabón necesario entre las dos mujeres. Es el clásico "niño bien" de la época y su moral es hipócrita como resultado de una mala formación. Crece en un ambiente de mimo y de dinero, donde nadie le corrige. Mantiene relaciones ilícitas con Fortunata y con otras mujeres, sin importarle su estado: casadas, solteras. Pérez Galdós presenta a Juanito como un seductor "cien por cien", que lo único que busca es doblegar a la mujer virtuosa, y persigue hacerlas fracasar en la lucha por defender el honor. Es un golfo incorregible, un vividor, el hombre que no tiene preocupaciones espirituales ni morales. Su conducta adolece de cosas positivas. Resulta un personaje falso y superficial. Sus rasgos principales son los siguientes:

Santa Cruz pasa por los diferentes avatares que pasó su generación. Fue un muchacho de efímeras curiosidades intelectuales, discutidor, dado a todo tipo de lecturas. Esto presta al protagonista cierta destreza dialéctica que él —y los demás— confunden con la verdadera inteligencia. Es guapo, galán y simpático, pero sus ideales son mezquinos.

En la primera parte de la novela, da cierta impresión de aniñamiento, de inmadura juventud, de temperamento caprichoso y antojadizo, consecuencia de las blanduras de la educación recibida de sus progenitores, faceta ésta en la que su padre llega a exceder a su madre. Por fortuna, el chico les quiere, les tiene cariño que se vuelca en un respeto externo y en un deseo de disimular su conducta errada. No llega a entenderse por qué dice Galdós aquello de que los desvaríos de Juanito "no eran ninguna cosa del otro jueves."

Tras el sarampión intelectual, común de esos jovenzuelos engreídos e inútiles, desaparece esa pose puramente imitativa y circunstancial. Juanito, entonces, troca la cultura por la acción: para Santa Cruz consiste en entregarse a un ocio sólo interrumpido por liviandades.

Por los días de su boda, el padre le ofrece dinero para jugar a la Bolsa u otra "especulación cualquiera". Pero aquel joven no era derrochador, nos dirá Galdós. Si hubiera sido más generoso, distinta habría sido la vida de Fortunata. El "espléndido" donativo que le hace al abandonarla son cuatro mil reales, y esto compárese con lo que debió costarle armar la trampa en la que la hace caer: montar una casa, sobornos a celestinas y cómplices, etc.

Cuando tiene veintitrés años, abandona el intelectualismo, poco antes de conocer a Fortunata, cuando comienza realmente la novela. Santa Cruz, dado a paradojas, dice que entre esas dos maneras de vivir —la de la acción y la del intelecto— existe la "diferencia que hay entre comerse una chuleta y que le vengan a contar a uno cómo y cuándo se la ha comido otro."

Con este hombre da Fortunata en un día aciago para su felicidad. Llegamos a conocer este encuentro directamente. Luego, por el relato que de todo lo ocurrido hace el Delfín a Jacinta, su mujer.

Por influencia de aquel hallazgo sobreviene en Juanito un período de achulamiento. Hasta la madre nota con horror cómo el hijo adopta maneras de hablar y de vestir indignas de su clase social, que a ella le repugnan.

Fortunata, mujer del pueblo fogosa y elemental, concibe una pasión instantánea. Juanito, siempre vanidoso, se regodea en el recuerdo: "Un día le dije: si quieres probarme que me quieres, huye de tu casa conmigo. La respuesta fue coger el mantón y decirme: Vamos."

Esto no dura mucho. El Delfín, de corto aguante, se cansa pronto. Conoce luego a Jacinta y se enamora de ella, en la medida en que él es capaz de enamorarse. Durante el viaje de novios, pasan muchas cosas extraordinarias y conocemos —en palabras de Juanito— el comienzo de la desastrosa historia de Fortunata.

Todo el capítulo resulta habilísimo y admirable. Vemos un personaje que ha de ser central visto en el espejo de otro, y no poco deformado por la reflexión. Además, aparece ya una Jacinta en el crecimiento de su felicidad.

Lo que más nos interesa es lo que Santa Cruz dice de Fortunata en esa visión retrospectiva de sus culpas pasadas: "Era un animalito muy mono, una salvaje que no sabía leer ni escribir."

Jacinta, alma burguesa, no comprende bien aquello de que Fortunata siguiera a su marido. Las razones que Juanito da de su conducta son de una frivolidad muy suya: "fue el maldito capricho por aquella hembra... Una demencia ocasional que no puedo explicar."

Perdurará siempre el resquemor que todo esto deja en el alma de Jacinta. El nuevo matrimonio una vez de regreso en Madrid, se instala en el viejo caserón de los Santa Cruz, y el novelista —fiel en todo momento a su misión— nos habla con pormenores de aquel interior de burgueses ricos.

Fortunata atrae a Juanito como la fruta temprana, inmadura aún y un poco ácida. Jacinta lo atrae por su pureza inextinguible. Entre aquellos dos tipos de mujer va a pendular su vida. Santa Cruz es el vicioso cíclico, como un alcohólico inveterado. El mismo comparará sus escapadas de adúltero y sus necesidades de volver al orden con las vicisitudes por las que atraviesa la política española de entonces.

Jacinta contempla todo eso con resignación. Presencia la infidelidad de su marido mientras él despliega su orgullo y miente y finge para hacerse valer. El novelista destaca a cada paso dos vicios del protagonista: su soberbia y su amor propio. Y, en el fondo, hay un gran desprecio por la mujer que se presta a su juego, que él —en cada caso— disfraza de compasión irónica.

Como a un don Juan, le atraen esas mujeres por las circunstancias en que se le aparecen, no por ellas mismas. Fortunata, enamorada de una vez para siempre, no puede interesarle por mucho tiempo. Vivir con ella le parece aburridísimo, pues —piensa Juanito— habiendo nacido para menestrala, no puede ofrecer otra vida: "nació para hacer la felicidad de un apreciable albañil". El sólo pretendía quitarle la esposa al esposo en sus propias narices, y dar lugar a penosas escenas. Cuando ella vuelve a su domicilio conyugal, y se reconcilia con el marido, Juanito se inmiscuye otra vez en su vida, para dejarla nuevamente, una vez satisfecha su vanidad. El último abandono le costará a Fortunata la vida, pues la hemorragia que la mata se debe a otra trastada de su Juanito, y muere cuando el parto le hace sentir la culminación de su vida.

Pero la última fechoría, la que cuesta la vida a Fortunata, le costará también el amor de Jacinta, causará una definitiva separación moral. Ya no le valdrán más sus argucias ni sofismas. El hijo de Fortunata, que ya es suyo, saca a Jacinta de su error o la despierta de su ensueño.

Galdós vuelve la espalda a la valoración moral a lo largo de su novela. Las conductas serán valoradas por los lectores; él pretende escribir los hechos con neutralidad. De Santa Cruz nos da los datos precisos y es fácil hacerse cargo de la índole del personaje. Resulta lejano y antipático.

2. Fortunata. Tiene un sino desastroso. Ella, que enloquece a Maximiliano Rubín, su marido, termina en la prostitución clandestina. Conserva su hermosura y su rudeza popular. Nunca pisó la escuela. Lo ignora todo. Cuando Juanito la conoce es analfabeta. Al casarse con Maxi "no sabía lo que es el Norte y el Sur". Hace hincapié Galdós en la dificultad de hacerle adoptar las formas cultas. Es torpe, poco inteligente. Además, tiene un carácter siempre extraviado y confuso en los laberintos de la vida: "Pueblo nací y pueblo soy, quiero decir, ordinariota y salvaje."

Fortunata siente el drama de que esos señoritos frívolos se estén divirtiendo a su costa. Ella necesita ser amada y ser honrada, pero no por el hombre que el destino le otorga.

Y se hace mala. Sus tiempos de vida airada la desasosiegan, y lo que ella llama venganza es un deseo de destruirse a sí misma.

El sentido moral de Fortunata merece estudio. Está convencida de la omnipotencia del amor y no da la menor importancia a convencionalismos, leyes, ritos o ceremonias, usos sociales en general. Piensa que así se conduce como nuestro bajo pueblo. A veces, muestra muy vivo el sentido moral: ante trampas y engaños. Bien le había dicho a Maxi, su marido, que el amor no dependía de la voluntad. Su angustioso delatarse con nociones de honra, de respetabilidad, sus arrepentimientos, en fin, aparecen en la novela como sobrepuestos a su conciencia. Para su alma pagana el amor lo justifica todo.

Desde el momento en que Fortunata tiene una clara visión de Jacinta, ésta ejerce sobre ella una poderosa fascinación. La distinción, el señorío, la dulzura y la bondad de la señora de Santa Cruz son notas que hipnotizan a la pobre Fortunata. Quisiera parecerse a ella, sus sentimientos son una mezcla de odio y amor. Este tema da lugar a muy bellas páginas. Aquella honradez de Jacinta —que Fortunata hubiera querido negar— se convierte para ella en un auténtico mito.

Fortunata, sin apenas formación religiosa, "a la Virgen, a Cristo y a San Pedro los tenía considerados como Buenas personas."

Se ha enterado de los anhelos maternales de Jacinta. Jacinta, que por desgracia es estéril, nada hay que desee tanto como un hijo. Se contentaría con adoptarlo. "Cambiar el nene chico por el nene grande": se lo daría Fortunata. Es al final de la tercera parte donde la idea va cobrando fijeza.

El primer encuentro con Jacinta hace reaccionar con violencia a Fortunata. Es una fiebre que le va consumiendo. El relato de su muerte es una de las páginas más bellas de la novela. Fortunata cede su hijo a Jacinta en una carta que es un portento y morirá proclamándose ángel por la transformación que en ella operan la maternidad y el sacrificio.

En síntesis, una de las heroínas de la novela. Desde el principio se nota cómo es comprendida y justificada por el autor. Su casorio es por conveniencias; tiene un hijo con Juanito Santa Cruz, lo que Maxi, su marido, no ignora. Fortunata es un personaje de gran corazón, pero se deja llevar por los instintos y pasiones. Fortunata es una mujer bondadosa que, por falta de cariño, se arrima a quien sea. La situación social en que vive es miserable y sólo mejora con la boda. Es fiel a Maximiliano, pero cede ante el impulso de Santa Cruz. Tiene también una relación algo rara de amistad con un viejo, don Evaristo González Feijoó. Luego las monjas Micaelas la recogen en un beaterio, para la recuperación de mujeres de vida irregular. Galdós hace todo el tiempo un portentoso alarde literario para justificar a Fortunata y presenta su comportamiento como producto de una situación económico-social.

3. Jacinta. Es una "niña bien", de buena familia, que se casa con Juanito Santa Cruz. Galdós la presenta con un carácter psicológico débil. Además, Jacinta es estéril y conoce los engaños amorosos de su marido. Su vida es una martirio constante, permanente su sufrimiento existencial. Jacinta llega a aceptar el hijo adulterino que tiene Juanito Santa Cruz con Fortunata. Ansía llegar a ser madre, pero no lo puede conseguir.

Jacinta tiene un carácter débil y desmedrado. Nunca llega a la altura de la otra. Fortunata gana, gana siempre: por temperamento y por convicciones. En Jacinta, Galdós ha estudiado de modo admirable un tipo de mujer madrileña representante de la clase media, bien intencionada pero de cortos alcances.

Jacinta es una persona sumamente agradable, "de estatura media, con más gracia que belleza". Su educación, como la de todas las señoritas de su clase, ha sido muy descuidada y apenas ha recibido un escaso barniz social.

Dice Galdós que "no tenía ninguna especie de erudición: había leído muy pocos libros". Lo que aprende lo adquiere en el trato con su marido y en aquel extraordinario viaje de novios, que luego es matizado en profundas vivencias, con mucho poder evocador: la llegada a Burgos en una bonita noche fría, el paseo por las desiertas plazuelas de Zaragoza. Pero, entre Burgos y Zaragoza, ocurre algo muy grave en la experiencia de Jacinta: Juanito confiesa, instigado por ella, el enredo con Fortunata sin omitir detalles. Hasta se le escapa un "¡pobre nena!".

Jacinta vive anhelando ser madre, deseo que casi se cumple a la muerte de Fortunata, pero el hijo —fruto de los amores de Juanito con Fortunata— hace que Jacinta abandone al padre, porque resignada a un matrimonio intermitente, tratando de adivinar siempre las infidelidades de su marido, decide cortar por lo sano.

4. Maximiliano Rubín. Es un loco singular. Nació sietemesino y su flaqueza fue siempre grande: mil achaques, jaquecas, es feo, se queda calvo antes de los treinta años, tiene la piel lustrosa, un cutis de niño, el hueco de la nariz hundido, la dentadura desigual, "cada pieza estaba donde le daba la gana."

Sus compañeros de facultad, estudiantes de Farmacia, se burlan de él y le llaman "Rubinius vulgaris." Maxi es poco inteligente, le cuesta estudiar, sobre todo las materias de farmacia, que exigen memoria.

A este hombre —tan poca cosa—, se le aparece Fortunata. Golfa, callejera, esa mujer le intimida, le atrae. Se le acerca y le dice: "si usted me quiere querer, yo la querré más que a mi vida."

Maxi rompe una hucha donde ha ido reuniendo sus ahorros de niño bueno, educado por su tía Lupe. Descubre que tiene un dinerillo para alquilar una casa y comprar unos muebles baratos. Y se va a vivir con Fortunata en aquel nido improvisado.

De la experiencia de esos días de concubinato sale otro Rubín, con una voluntad y una energía que nunca tuvo. Y concibe la idea de la reforma moral de Fortunata como una necesidad propia. Es después de la purificación de ella en las monjas Micaelas, cuando la hará aparecer más digna y se casarán.

Caballero novel, decide contar todo a su tía, doña Lupe, aunque le aterroriza, por su timidez y sumisión a los dictados de ella. Pero la tía ya conoce lo ocurrido. Rubín, deslumbrado por la Fortunata ideal, ve en ella lo que necesita. Le hace conocer el dolor que para él representa el adulterio.

La aparición de Santa Cruz en la vida del nuevo matrimonio es una revulsión muy violenta para Maximiliano. Su modo de reaccionar es muy propio de este tipo de personajes: los errores de su vida pasada, los celos constantes, las conjeturas sobre el paradero de su mujer... Maxi otorga a Fortunata el "perdón espiritual pero le niega el otro, el social, que equivale a la reconciliación".

5. Guillermina Pacheco. Es la "santa fundadora". Consigue dinero de los ricos que invierte en hospitales para pobres y desamparados. La visión que Galdós ofrece de la Religión es pobre y raquítica: todo lo bueno es reducido a una caridad oficial, separando la vida de las creencias religiosas. Guillermina, de esta manera, es una persona distinta de los demás, buena, terciaria de organizaciones pías.

En la novela, lo verdaderamente auténtico y noble es esta figura de la "santa" Guillermina. La lección que Galdós viene a sacar de la heroica conducta de aquella mujer es ésta: nada de monjíos extáticos; caridad, acción, sacrificio.

6. La familia Rubín. La crónica de los Rubín los supone de origen judaico, apellido éste muy frecuente entre los judíos de muchas partes. Su padre, Nicolás Rubín, era cristiano viejo y, según el autor, sus hijos, espúreos con toda probabilidad. Tiene una tienda, pero, al morir, sólo deja deudas y los hijos son recogidos por parientes caritativos.

De los tres hijos, el que nos interesa más es Maximiliano, el menor. Nicolás es clérigo, al que Galdós presenta aburguesado, ansioso de dinero, glotón; figura que el novelista recarga y caricaturiza: cara desagradable, boca grande, frente espaciosa pero sin nobleza, largas manos y siempre negras, poco familiarizadas con el jabón. Ironiza también sobre sus actividades: "y practicaba su apostolado con fórmulas rutinarias o rancios aforismos."

7. Don Evaristo González Feijoó. Es inevitable decir algo de este simpático personaje, el último y más decidido amante de Fortunata, y su protector. Parece como un desdoblamiento de la personalidad del propio autor.

Hombre de edad, admirablemente conservado, más juvenil que muchos mozos. El novelista le hace morir en 1875, pocos días después de Fortunata. Su cadáver llega al cementerio mientras Rubín contempla la tumba de Fortunata, recién fallecida.

Don Evaristo es un coronel retirado, con sobrados medios de fortuna, corrido y baqueteado por la vida, con larga experiencia de todo, escéptico terrible, cínico a veces, pero siempre compasivo y bondadoso.

Lo más importante es su concepción de la moral. Llega milagrosamente a punto de librar a Fortunata de un terrible riesgo: otra temporada de meretricio callejero. Entabla con ella una relación disimulada y discreta, pues si él es un viejo libertino, no le gusta aparentarlo en público. Siente por su amiga, a la que imparte muchas lecciones, un afecto casi paternal.

Sus ideas morales son demoledoras, aunque se muestre discretísimo. Su primera regla de conducta es: observar las formas, no escandalizar... Su moral excluye todo lo atinente a la vida sexual y siente profundo odio al matrimonio, al que considera antinatural y absurdo... Una clara muestra de lo dicho se encuentra en los lamentables consejos de Feijoó a Fortunata sobre la vida conyugal.

 Hay múltiples personajes más, difíciles de sintetizar fuera de los ya señalados. Entre ellos la familia de los Santa Cruz, los padres de Juanito, burgueses madrileños, y la familia de Maximiliano Rubín, principalmente su tía Lupe. y su hermano Nicolás, el sacerdote, con quien el novelista no oculta su anticlericalismo rabioso.

8. Ambientes. En lo que se refiere a ambientes, es burgués el de los Santa Cruz, acomodaticio, con una moral muy peculiar: la caridad oficial es la máxima cota. Justifican siempre las inmoralidades de Juanito, su hijo. El ambiente es, por otra parte, típico y tópico de las novelas de Pérez Galdós.

La familia de Maximiliano Rubín es de clase media baja, y una tía, doña Lupe, viuda, mantiene a los sobrinos, tres hermanos hijos de padres dudosos.

El ambiente de Fortunata es de barrio bajo madrileño, lleno de corrales donde viven realquilados y seres miserables. El ambiente a que Galdós nos traslada es de situaciones vitales terribles, tanto psíquica como físicamente. Importa sobrevivir como sea, no hay puertas abiertas a la esperanza y nada positivo donde pueda uno agarrarse.

TECNICA LITERARIA

a) El procedimiento descriptivo, tanto en ambientes como en personajes, muestra la maestría del novelista y se vierte sobre todo en la parquedad del toque. Pone las cosas a los ojos, nos hace convivir con las criaturas de su arte. Como otras veces, sus retratos son más bien semblanzas. Veamos un ejemplo:

"Iba Jacinta tan pensativa, que la bulla de la calle de Toledo no la distrajo de la atención que a su propio interior prestaba. Los puestos a medio armar en toda la acera desde los portales a San Isidro, las baratijas, las panderetas, la loza ordinaria, las puntillas, el cobre de Alcaraz y los veinte mil cachivaches que aparecían dentro de aquellos nichos de mal clavadas tablas y de lienzos peor dispuestos, pasaban ante su vista sin determinar una apreciación exacta de lo que eran. Recibía tan sólo la imagen borrosa de los objetos diversos que iban pasando, y lo digo así porque era como si ella estuviese parada y la pintoresca vía se corriese delante de ella como un telón..."

b) El costumbrismo tiene grandes momentos, ya señalados en los que pinta con sugerencia las cosas. Clara muestra es:

"En los puestos de pescado, los maragatos limpiaban los besugos, arrojando las escamas sobre los transeúntes, mientras un ganapán vestido con los calzonazos negros y el mandil verde rayado, berreaba fuera de la puerta: '¡Al vivo de hoy, al vivito!' Enorme farolón con los cristales muy limpios, alumbraba las pilas de lenguados, sardinas y pageles y las canastas de almejas... En aquellos barrios,algunos tenderos hacen gala de poseer, además de géneros exquisitos, una imaginación exuberante, y para detener al que pasa y llamar compradores se valen de recursos teatrales y fantásticos"

c) El color logra grandes efectos en la novela. Hay descripciones e impresiones de gran poder evocativo, realizadas con un discreto colorido, más de grabador que de hombre de paleta. Galdós es, sobre todo, un impresionista:

"Jacinta veía las piezas de tela desenvueltas en ondas a lo largo de todas las paredes, percales azules, rojos y verdes tendidos de puerta en puerta y su mareada vista le exageraba las curvas de aquellas rúbricas de trapo. De ellas colgaban prendidas con alfileres toquillas de los colores vivos y elementales que agradan a los salvajes. En algunos huecos brillaba el naranjado, que chilla como los ejes sin grasa; el bermellón nativo, que parece rasguñar los ojos; el carmín, que tiene la acidez del vinagre; el cobalto, que infunde ideas de envenenamiento; el verde de panza de lagarto y ese amarillo tila que tiene cierto aire de poesía mezclada con la tisis, como en La Traviata..."

d) El viejo Madrid está siempre presente, nunca detallado ni moroso. Veamos:

"El viento pasaba con la hora en brazos por encima de la Plaza Mayor y se iba hasta Palacio, y aún más allá, cual si fuera mostrando la hora por toda la Villa y diciendo a sus habitantes: 'Aquí tenéis las doce, tan guapas'. Y luego tornaba para acá... ¡Ay, era la última hora! El viento entonces se largaba refunfuñando. Otras noches se entretenía la joven discurriendo que la hora de la Puerta del Sol y la hora de la Panadería se enzarzaban..."

e) Las figuras: demuestra su interés por lo humano, las caracteriza perfectamente. La lograda visión de las personas hace de esta novela una pieza capital por la caracterización tanto en lo físico como en lo moral:

"Cuando el niño estudiaba los último años de su carrera, verificóse en él uno de esos cambiazos críticos que tan comunes son en la edad juvenil. De travieso y alborotado volvióse tan juiciosillo, que al mismo Zalamero daba quince y raya. Entróle la comezón de cumplir religiosamente sus deberes escolásticos y aun de instruirse por su cuenta con lecturas sin tasa y con ejercicios de controversia y palique declamatorio entre amiguitos..."

f) La caricatura es otro elemento fuertemente galdosiano. Describiendo a Nicolás Rubín engullendo como un tragaldabas "los gruesos labios le relucían con la pringue y ésta se le escurría por las comisuras de la boca". Este personaje está mal tratado: busca poder, dominio, dinero. Galdós hace hincapié en el vicio de la gula y logra que produzca un rechazó en el lector. Veamos otros ejemplos:

"Caía en la lectura como en una cisterna; tan abstraído estaba y tan apartado de todo lo que no fuera el torbellino de letras en que nadaban sus ojos... Tomaba extrañas e increíbles posturas. A veces las piernas, en cruz, subían por un tablero próximo hasta mucho más arriba de donde estaba la cabeza; a veces una de ellas se metía dentro de la estantería baja por entre dos garrafas de drogas. En los dobleces del cuerpo las rodillas juntábanse a ratos con el pecho, y una de las manos servía de almohada a la nuca..." Este es el esperpento que Galdós ofrece para representar las extrañas posturas que Maxi adopta cuando lee.

g) Los sueños ocupan un gran espacio de la obra: los de Fortunata, que sueña con lo que quisiera tener; el de Jacinta, con su complejo de mujer estéril... Veamos, como ejemplo, uno de Fortunata:

"De aquí pasaba a otro eslabón de ideas: 'Y ahora estamos las dos de un color. A ninguna de las dos nos quiere. Estamos lucidas... Ambas nos podríamos consolar... porque, en mi terreno yo soy también virtuosa, quiere decirse que yo no le he faltado a nadie, y si ella se hace cargo de esto, bien podría venir a mí y entre las dos buscaríamos a la pindongona que nos lo entretiene ahora y la pondríamos que no habría por donde cogerla... Vamos a ver: ¿por qué Jacinta y yo ahora que estamos iguales, no habíamos de tratarnos? Por mas que digan, yo me he afinado mucho. Cuando pongo cuidado digo muy pocos disparates. Como no se me suba la mostaza a la nariz no suelto ninguna palabra fea. Las señoras Micaelas me desbarataron y mi marido ¡y mi marido y doña Lupe! me pasaron la piedra pómez, sacándome un poco de lustre. ¿Por qué no nos habíamos de tratar, olvidando aquellas bromas que nos dijimos?... Esto en el caso de que sea honrada, porque si no no me rebajo. Cada una tiene su aquel de honradez..."'

h) El lenguaje es interesantísimo. Lo mejor está en los diálogos. Alguna observación resulta pintoresca: dice, por ejemplo, que el acento de Madrid es mezcla del dejo andaluz y de ese dejo aragonés "que se asimilan todos los que quieren darse aires varoniles". Veamos un ejemplo de diálogo de Jacinta con el Delfín acatarrado:

"—Pero,mujer, ¿qué haces ahí detrás de mí? —murmuró él sin volver la cabeza—. Lo que digo: hoy parece que está lela. Ven acá, hija.

—¿Qué quieres?

—Niña de mi vida, hazme un favorcito.

Con aquellas ternuras se le pasó a la Delfina todo su furor de coscorrones. Aflojó los dientes y dio la vuelta y se puso delante.

—Hazme el favorcito de ponerme otra manta. Creo que me he enfriado algo.

Jacinta fue a buscar la manta... Al ponerle la manta le dijo:

—Abrígate bien, infame.

Y a Jacinto no se le ocultó la seriedad con que lo decía. Al poco rato volvió a tomar el acento mimoso:

—Jacintilla, niña de mi corazón, ángel de mi vida, llégate acá. Ya no haces caso del sinvergüenza de tu maridillo.

—Celebro que te conozcas. ¿Qué quieres?

—Que me quieras... Yo soy así. Reconozco que no se me puede aguantar. Mira, tráeme agua azucarada..., templadita, ¿sabes? Tengo sed..."

i) El autor pone oídos a los amaneramientos o tics de dicción de los personajes. Es el mejor testimonio de cómo se habló en Madrid el castellano a mediados del siglo XIX. Curioso es lo que nos dice Galdós de la persistencia del yeísmo en la Corte. Cuando el señorito Santa Cruz se achula "daba a la elle el tono arrastrado que la gente baja da a la y consonante". No hay personaje curioso que no tenga su muletilla característica: el "materialismo" de Torquemada, lo de "en toda la extensión de la palabra", de doña Lupe, los "naturalmente, francamente" de Ido, etc.

VALORA LITERARIO

Fortunata y Jacinta es la gran novela del Realismo español, de las más famosas de Galdós y, en general, de toda nuestra literatura. Los críticos coinciden en que no saben qué admirar más: los inolvidables retratos de las dos mujeres que dan título a la novela o el amplio panorama social que las enmarca. Hay que destacar que se trata de más de mil páginas de una gran riqueza narrativa y descriptiva. Es Galdós, sin dudas un poderoso pintor y captador de ambientes y recorre, con mucho corazón, las calles, las plazas, los rincones y los interiores de Madrid. Y esto lo hace y lo logra con una técnica espontánea, fácil, de pinceladas precisas que enriquecen su relato. No hay descuidos, solo aciertos, en la captación del ambiente psicológico de los personajes, a los que cala en sus miserias con una gran capacidad de comprensión.

VALORACION DOCTRINAL

Las situaciones argumentales que Galdós presenta son, muchas veces, conflictivas o confusas moralmente hablando: adulterios y concubinatos, irreligiosidad, materialismo, la justificación de actitudes pecaminosas por las circunstancias externas del ambiente. Los personajes, en definitiva, están abocados a vivir así por una especie de determinismo social. Galdós tiende a justificar las situaciones objetivamente malas, ya que presenta a los personajes como nobles y buenos maleados por las influencias ambientales, sin culpa personal.

Con excepción de Guillermina Pacheco, la madre de los pobres, los protagonistas carecen de ideales altos; son ruines y enfermizos. Galdós trata de salvar a Fortunata, con su heroísmo final, pero su conducta pecaminosa es reprobable: no bastan las buenas intenciones; hay que vivir en confomidad con ellas. Jacinta se comporta bien, pero es una persona indefensa, apocada, marcada por los celos, que sólo mueve a compasión. Al final, parece que hereda el vigor de Fortunata y decide reaccionar ante las tropelías de Santa Cruz, su marido.

Se ha señalado ya el anticlericalismo, tópico y caricaturesco, decimonónico y muy propio de Galdós. En este punto, la objetividad es pura deformación de la realidad, caricatura burlesca (cfr., por ejemplo, la malévola descripción del modo en que una mujer "piadosa" y un sacerdote atienden a una moribunda en sus últimos instantes). Parece que el novelista era incapaz de descubrir las virtudes de los sacerdotes: se ve claramente que no admite otra faceta más que el aburguesamiento.

Sólo se detiene en lo negativo de la sociedad de finales del siglo XIX: salen los vicios, los defectos, las infidelidades, las taras, los descriterios. Poco se detiene en la consideración de las virtudes de las personas, que también las hay. Es de destacar su cariño y ternura por los seres indefensos ante el medio, ante la sociedad. Ternura y cariño que, para él, justifican el desorden moral que aparece en la novela. Guillermina Pacheco es la excepción, insuficiente entre tanta miseria y corrupción. Cabe suponer que, en el Madrid de finales del siglo pasado, no todo sería degradación e inmoralidad.

 

                                                                                                               J.R.D. (1983)

 

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