PETRONIO

El Satiricón

Editorial Lumen, Barcelona 1975.

INTRODUCCION

Antes de exponer el contenido de la presente novela, conviene hacer una sencilla consideración, referente a la problemática que presenta la obra. Dejando a un lado todas las disquisiciones que se plantean al critico literario, es preciso señalar de antemano el carácter fragmentario del texto petroniano que se ha transmitido hasta nuestros días. Sólo se dispone de la décima parte de la novela e incluso dentro del texto conservado, aparecen lagunas que en no pocas ocasiones dificultan la comprensión de la novela. No debe ignorarse la reconstrucción de ciertos episodios llevada a cabo por el francés Nodot de una parte, y de otra, por el español abate Marchena.

El contenido que se expone a continuación se basa exclusivamente en el texto que de modo indiscutible se atribuye a Petronio.

Por otra parte, en lo relativo a la valoración moral del libro, se desaconseja, dada su obscenidad, la lectura de los siguientes pasajes:

                — Capítulos  20,21,23,24,25,26.

                — Cap.  79.

                — Cap.  85,86,87.

                — Cap.  92.

                — Cap.  105.

                — Cap.  114.

                — Cap.  128,129,130,131,132,134,138,140.

RESUMEN

El protagonista de la obra, Encolpio, hombre tremendamente pervertido, narra en primera persona las aventuras vividas junto a Gitón, joven con el que mantiene relaciones homosexuales.

Al comienzo del libro Encolpio pronuncia un discurso en el que arremete contra la decadente elocuencia que se enseña en las actuales escuelas de retórica. Agamenón, maestro de esta disciplina, expone a Encolpio el ideal de una enseñanza eficaz y critica el sistema educativo vigente, por el que un niño es obligado a ejercitarse en la elocuencia antes de practicar unas actividades previas, como la lectura. A continuación cita unos versos de Lucilio referentes a esta cuestión. Encolpio, durante los consejos del maestro, advierte que su amigo Ascilto se ha escapado (cap. 6). Pide ayuda a una vieja que vende verduras frescas y esta lo conduce a una casa de rameras. Allí, fuera de la casa, encuentra a Ascilto: acababa de deshacerse de un viejo que se dirigía al citado burdel.

Ambos ven a Gitón. Este descubre a Encolpio que su amigo Ascilto había intentado asaltar su pudor. Después de una discusión entre Encolpio y Ascilto, deciden emprender rumbos diferentes (cap. 10).

Una vez que Encolpio se encuentra en su cuchitril con su amigo Gitón, reaparece Ascilto, que aún no desea cortar las relaciones. Acuden a la plaza, roban una capa de costoso tejido e intentan venderla a un alto precio, cuando un campesino se acerca en actitud de comprador y los rateros observan que dicho campesino lleva en sus manos una túnica harapienta que les pertenecía. Cuando llevan ya un rato discutiendo con el supuesto comprador y su esposa, huyen con la túnica en mano (cap. 15). Vuelven a casa y aquí se presenta una prostituta llamada Cuartila, que viene acompañada de su esclava Psique y de otra joven. Cuartila los perdona por una acción digna de castigo: días atrás, mientras Cuartila ofrecía unos sacrificios en honor de Príapo, dios del amor carnal y protector de las meretrices, los tres compañeros observaban todo ocultamente y, por tanto, esta temía que desvelasen la verdad de tan vergonzosa práctica. Cuartila no los reprende: los perdona. Enseguida la ramera ata a los tres hombres y les proporciona un brebaje denominado Saturión, hasta que, con la ayuda de un varón invertido a su servicio, los conduce hasta su burdel. Allí tiene lugar un banquete (cap. 21),después del cual, ya borrachos, todos se ven inmersos en un profundo sueño. Entran unos rateros, pero son despedidos sin mayor dificultad. Ya despiertos, se reanuda el banquete y la bebida y comienzan a sucederse los actos más rastreros. (Estos capítulos —20, 21, 23 a 26— son desagradables).

A continuación se inicia el episodio central de la obra (cap. 27): la cena de Trimalción. A ella son invitados por Agamenón, el maestro de retórica a que antes se hacía referencia. Trimalción es un personaje tremendamente opulento: su hacienda es inabarcable, sus tierras ocupan superficies insospechadas y el número de sus esclavos se equipara a la población de una ciudad considerable.

Los protagonistas encuentran a Trimalción en la plaza, mientras este juega en corro a la pelota con unos muchachos melenudos. Llegan más tarde a casa de Trimalción con todo el cortejo que ha acompañado al ostentoso anfitrión en su desplazamiento desde la plaza. Al llegar a la casa Encolpio se admira de las pinturas que ornamentan la entrada: pinturas de un mercado de esclavos, de un perro feroz que atemoriza a cualquier visitante, episodios diversos de la vida de Trimalción, etc.

Antes de comenzar el banquete un esclavo solicita la intercesión de los invitados para librarse de un castigo de su amo (cap. 30). Al sentarse en la mesa para tomar el aperitivo, Trimalción aún no está presente. Los criados animan la velada con incesantes canturreos. Seguidamente Trimalción entra al compás de una vivaz melodía, pero, una vez sentado a la mesa, aprovecha para terminar su partida de terebinto. En ese momento se sirve una gallina de madera que esconde unos huevos de pavo. Entran dos etíopes melenudos portando unos odres y vierten el vino en las manos de los invitados. Entre los distintos acontecimientos, presentan luego ante la mesa un esqueleto de plata articulado, que da pie a una reflexión sobre la fragilidad del género humano.

Se llega al primer plato, que consiste en una gran fuente decorada con los doce signos del zodiaco y a cada uno de ellos les corresponde un manjar representativo. Este primer plato, según la opinión de Encolpio, asombra por su vulgaridad. Pero luego todos se sorprenden, pues cuando Trimalción levanta el piso superior de la fuente, aparecen aves cebadas, tetinas de cerdo, un manjar muy estimado en la época, y otros alimentos. Todo ello bien condimentado por la famosa salsa denominada "garum".

Durante este primer plato, Encolpio pregunta al comensal que tiene a su lado sobre la mujer de Trimalción. Este le informa de Fortunata, que así se llama su esposa y, en su opinión se trata de una mujer anteriormente esclava. Según este invitado, Fortunata es una mujer deslenguada, de escasa confianza. Asimismo enumera todas las propiedades de Trimalción, que son innumerables. Además, todos los alimentos que consume los produce en su propia casa: cría ganado, obtiene la miel, etc.

Trimalción pasa a pronunciar una plática en tono erudito (cap.35): explica las influencias de los distintos signos del zodiaco en las personas nacidas bajo cada signo. El, por supuesto, ha nacido en la época del año más propicia. Concluida su alocución, se sirve el segundo plato, consistente en un enorme jabalí del que parecen mamar unos lechoncitos. El jabalí va tocado con un píleo, especie de gorro frigio que usaban los libertos. Dionisio, un criado de Trimalción, interpreta unas canciones dionisíacas, haciendo honor a su nombre. Luego coloca el píleo del jabalí en la cabeza de su amo. Trimalción sale hacia el retrete.

Durante la ausencia del anfitrión tiene lugar una conversación entre los distintos comensales, que opinan sobre diversos aspectos de la vida social. Por ejemplo, Seleuco apunta que no es necesario bañarse todos los días; luego refiere la reciente muerte de Crisanto, un hombre a su juicio, bueno. Pero otro invitado, Fileros, tacha al difunto de avaro y deslenguado (cap. 43). Su hermano, según su parecer, sí que era bueno. Al final de su vida Crisanto dejó sus bienes a los esclavos, en los que creía como en artículos de fe, según las palabras del propio Fileros.

Ganimedes interviene para protestar contra el coste de la vida. Alaba a Safinio, un convecino ya muerto que velaba por los intereses de todos. Ganimedes ve la raíz de la crisis económica y social en la falta de religiosidad del pueblo romano: el pueblo ya no acude a los dioses; sólo se preocupa de problemas mundanos.

Otro de los comensales que muestra su opinión es Esquión, que admira la buena conducta de Tito, un rico vecino que va a organizar un fabuloso espectáculo de gladiadores. Al mismo tiempo critica la mediocridad de Norbano, cuyo espectáculo de gladiadores dio mucho que desear (la organización de este tipo de actos servía para obtener influencias en la política municipal). Esquión se dirige a Agamenón, el profesor de retórica, y bajo su magisterio quiere poner a su hijo, que ya sabe griego y ahora ha empezado con el estudio profundo del latín.

Regresa Trimalción (cap. 47). Su ordinariez se manifiesta en el permiso que concede a los comensales para asistir al retrete cada vez que lo deseen. Asimismo, les autoriza cualquier tipo de ventosidades que quieran expulsar durante el banquete. Es, en su opinión, cosa muy sana. Unos criados le presentan tres cerdos de distinta edad. Trimalción elige el mayor y ordena que lo cocinen. A continuación el anfitrión inicia una nueva plática, en esta ocasión sobre temas mitológicos, aunque siempre mete la pata. Sin más demora le traen el cerdo ya cocinado, pero Trimalción enseguida advierte que no está vaciado y decide castigar al cocinero. Aplacada su ira por los invitados, concede a este sirviente una nueva oportunidad para vaciar el cerdo. Lo hace con tal maestría que luego es colmado de honores y coronado.

Trimalción comienza a disertar sobre los bronces de Corinto (cap. 50), muy apreciados. El posee gran abundancia de los mismos. También aprovecha para enumerar todo el material de oro y plata que alberga en su casa. Un esclavo deja caer un cáliz y se rompe, pero el hecho no tiene mayores consecuencias. Otro criado lee el acta de todo cuanto ha sucedido en la vasta finca de Trimalción en ese día. Por la magnitud de su información, esta se asemeja al "Diario de Roma". También da lectura a otras disposiciones legislativas y judiciales. Seguidamente entran unos equilibristas realizando ejercicios de habilidad, con muy poca gracia, hasta que uno se cae sobre Trimalción. El alboroto no tarda en formarse, pero tampoco se hace tardar el perdón: si lo castiga, dirán que Trimalción no es indulgente con sus esclavos.

Luego mantienen una conversación poética y citan un texto de Cicerón. Pasan a discutir sobre los oficios mas difíciles después de las letras, que, a juicio de Trimalción, son los de médico y cambista (cap. 56). También se organiza una lotería para los invitados, en la que se incluyen juegos de palabras que dejan entrever un sentido obsceno.

Ascilto, el amigo de Encolpio, se ríe a grandes carcajadas de todo lo que observa. Un conliberto de Trimalción lo recrimina por su actitud y promete no dejarlo sin venganza. Gitón tampoco puede contener la risa y debe aguantar otra reprimenda del histérico conliberto, llamado Hermenote.

Calmado Hermenote por el propio Trimalción, entran en la sala unos actores de mimo que recitan versos griegos, sobre temas homéricos. Trimalción, que simultáneamente lee las traducciones en latín, interpreta todos los episodios mitológicos referidos por los versos, pero yerra por completo: confunde todos los personajes de la guerra de Troya.

En ese momento se descuelga por el artesonado del techo un disco del que penden coronas. Cuando vuelven la mirada a la mesa, la encuentran rebosante de confituras. Encolpio y sus amigos roban algo de la fuente en sus servilletas. Luego Trimalción se dirige a Nicerote, que cuenta una historia:

Cuando era esclavo se hallaba enamorado de Melisa, señora de Terencio el cantinero. Muere su marido en su casa de campo. Nicerote comienza a buscar a Melisa ansiosamente. Aprovechando un viaje de su amo, escapa en su busca con un huésped que por aquellos días se aloja en la casa. Por el camino observan unas tumbas y el huésped hace sus necesidades junto a ellas. Cuando orina desnudo sobre sus vestidos, se convierte en lobo y sus ropas en piedras. Nicerote llega por fin a casa de Melisa y esta le informa del ataque del lobo. Luego regresa al hogar de su amo y encuentra al huésped durmiendo y con perfecta figura humana.

Después de la narración (cap. 62) y ante el pasmo de todos, Trimalcion empieza a contar otra historia misteriosa:

Cuando era esclavo, se murió el niño favorito de su amo. Su madre le lloraba durante el duelo. Entretanto, aparecen unas brujas. Un tipo grandote que también trabaja al servicio de su amo sale muy enfurecido para atacar a las brujas. Les da una cuchillada, se oyen los gritos de las mujeres, pero no se las ve. El hombre regresa herido por todas partes y el niño muerto se ha convertido en un espantapájaros.

Concluidas estas historias, Trimalción se dirige a su amigo Plocamo. Este había sido un gran imitador. Ahora silva una canción horrenda. Luego Trimalción imita otros sonidos vergonzosamente y al fijarse en la perrita de Creso, otro invitado, ordena que le traigan su enorme perro Escálax. Este se pelea con la perrita y se arma un nuevo estropicio, pero a estos acontecimientos caprichosos Trimalción no les concede más importancia. Manda traer más tapas: ahora sirven una gallina cebada con huevos de oca. En esos instantes llega a casa Habinnas, otro servidor del emperador, como Trimalción, acompañado de su esposa Escintila. Venían de un banquete de octavario por la muerte de un esclavo. En primer lugar se dedican a contar los platos servidos en el banquete. Habinnas exige que se presente en la sala la esposa de Trimalción, Fortunata. Esta se reincorpora a la escena y enseña un valioso brazalete, ocasión que aprovecha Trimalción para mostrar el suyo (cap.67).

A continuación ordena que se sirvan los postres. Un esclavo de Habinnas declama un verso. Su amo pronuncia un panegírico alabando las virtudes del esclavo. Sólo encuentra en el dos defectos: está circuncidado, lo cual implica que es judío o prosélito, y ronca mientras duerme. El esclavo, por su parte, comienza a imitar unas trompetas, de un modo tan ridículo como los anteriores.

Se sirven los postres: tordos, membrillos, una oca cebada con peces, etc. Durante el postre dos esclavos se pelean llevando sendas ánforas (cap.70). No tiene mayor trascendencia.

Unos muchachos melenudos ungen con óleo perfumado los pies de los comensales, ante el asombro de Encolpio, que lo refiere en su relato. Trimalción invita a la mesa a sus esclavos más próximos. En medio de este ambiente ordena que le traigan su testamento y expone el proyecto que tiene para su tumba, proyecto que debe ejecutar su colega Habinnas. Exige una infinidad de ornamentos, una estatua grande de su figura, una perrita; un reloj para que la gente, al mirar la hora, se acuerde de él, etc. También da a conocer el epitafio que desea. Pero este pensamiento de la muerte lo entristece y profiere en un profundo llanto. Luego se olvida e invita a todos a los baños. Los tres protagonistas se equivocan de puerta, hasta que consiguen llegar a la sala indicada. Allí deben aguantar la locuacidad de Trimalción y sus horribles canturreos. Fortunata ya tiene preparado otro comedor. Aquí beben vino para celebrar la primera barba de un esclavo, mientras el anfitrión aun no se ha agotado de la intensa velada: "Prolonguemos la cena hasta el amanecer".

Enseguida canta un gallo y, creyendo que canta a deshora, lo interpretan como un mal presagio. Puede tratarse de un incendio inminente o de la muerte de un vecino. Trimalción da órdenes de que traigan el gallo y que lo cocinen.

Se relevan los esclavos (cap. 74). De pronto un joven siervo es besado por Trimalción, hecho que enfada a su esposa Fortunata. Se provoca una pelea entre ambos. Trimalción reprende a su mujer y cuenta el éxito de su vida: como compró unos barcos y se dedicó a transportar vino, hasta que consiguió acumular toda su hacienda. También cuenta las previsiones de un astrólogo sobre su futuro: aún le quedan treinta años, cuatro meses y dos días. Animado por la longitud de su vida, no siente temor porque le traigan su mortaja y así lo ordena. Luego unta a los invitados con un perfume de nardo. También se interpreta una marcha fúnebre. Encolpio, Ascilto y Gitón ven el momento oportuno para salir de la casa y así lo hacen.

Emprendido su regreso entre la oscuridad de la noche,llegan no sin dificultad a la posada. Allí ambos homosexuales, Encolpio y Ascilto, después de escenas molestas con Gitón, terminan por disputarse la posesión del mismo (cap. 80).

La disputa parece llegar a las armas, hasta que Gitón pronuncia su decisión de marcharse con Ascilto. Encolpio, desengañado y desecho por la decisión de su joven efebo, se retira al mar y allí pasa tres días en medio de sus continuos lamentos. Recapacitando sobre su actitud, opta por encontrar a toda costa a los dos amantes masculinos y dar a Ascilto su merecido. Un soldado, cuando ya está en camino, lo descubre con un puñal y se lo arrebata. Encolpio, perdido todo horizonte, visita una galería de arte y observa las célebres pinturas que allí se exponen, con intento de sosegarse. Admira las obras de Zeuxis, Protógenes y Apeles, hasta que se presenta en la sala un viejo canoso con aspecto desaliñado, con un inconfundible talante de poeta. Este, después de comparar los intereses artísticos con los económicos, relata su historia de relaciones homosexuales con el hijo del señor de la casa en la que se hospedaba en Pérgamo, cuando prestaba su servicio militar.

Después de esta narración cada vez más obscena, Eumolpo, que así se llama el viejo poeta, sostiene con Encolpio una conversación sobre arte, en la que explica la crisis del arte actual, anegado en la miseria por el afán exclusivo de satisfacer los intereses económicos. Al contemplar un cuadro en el que se representa la caída de Troya, Eumolpo declama unos versos que había compuesto sobre ese mismo tema (cap. 89). A través del relato se observa cómo siempre que Eumolpo sus constantes poemas, la gente que le rodea, indignada por su insistencia en intercalar trovas a cualquier hora, comienza a tirarle piedras sin piedad. Esta vez sucede lo mismo. Encolpio y Eumolpo consiguen escapar de la galería de arte y se dirigen al mar. Allí Encolpio invita a cenar al frustrado poeta, a condición de que este se abstenga de manifestar la genialidad lírica que todos aborrecen.

Al llegar al alojamiento, Encolpio ve a Gitón (cap. 91) y da pie a que este se arrepienta de su "deslealtad". Encolpio enjuga el llanto del joven.

Eumolpo se había quedado en los baños recitando unos poemas. Luego se introduce en la habitación y descubre a Encolpio en la compañía del joven muchacho. El poeta relata su estancia en los baños y se lleva a Gitón.

Desengañado Encolpio nuevamente por la presencia de un segundo rival, intenta ahorcarse (cap. 94). Eumolpo y Gitón, que ya se habían marchado de la habitación, reaparecen en ella y Gitón consuela a su trastornado amante para que desista del suicidio. El también había intentado desaparecer del mundo en otras situaciones embarazosas. Gitón, sin embargo, aparenta suicidarse con la navaja de un barbero, mercenario de Eumolpo, pero esta navaja no puede causar tales efectos. No obstante, se organiza un notable alboroto ante la escena.

De todas partes de la fonda acuden huéspedes para contemplarla (cap. 95). Eumolpo se pelea con el posadero y llegan a las manos, mientras Encolpio y Gitón observan todo por un agujero de la puerta. Entretanto, un pregonero promete recompensar con mil sestercios a la persona que localice a Gitón y dé noticias de su paradero. La búsqueda ha sido emprendida por Ascilto. Encolpio ordena a Gitón que se esconda debajo de la cama de un modo ingenioso. No tarda en llegar Ascilto a la habitación. Encolpio simula no haber visto al joven. El alguacil que acompaña al pregonero hace un minucioso registro por la estancia. Llegan a la cama; el alguacil mete mil veces su bastón por el suelo, pero Gitón aguanta estoicamente todos los golpes sin el más mínimo resello.

Entra de nuevo Eumolpo, una vez que se han marchado sin éxito los investigadores, y descubre a Gitón por un estornudo que este no ha podido aguantar. Allí discute con Encolpio. Al final deciden acompañar a Eumolpo en un viaje marino que está a punto de emprender. Un marinero viene a avisarles y preparan su equipaje (cap. 99).

Ya en el barco, Encolpio se consuela con diversos argumentos: si su huésped Eumolpo se ha enamorado de Gitón no es cosa extraña, pues las cosas bellas son deseadas por todos. Estando en estas reflexiones, oye, mientras finge dormir, una voz conocida. Se trata de Licas, el dueño del barco, un antiguo amigo suyo, del que se había alejado tras un serio enfado. También oye a una mujer, Trifena de nombre, una meretriz. Trifena comenta a Licas que desea encontrarse con Gitón. Este y Eucolpio se dirigen a Eumolpo y le exponen el lío en que se hallan inmersos por haber emprendido este fatídico viaje. Los tres amigos buscan una solución, por dificultosa que resulte, que les permita escapar cuanto antes de las garras de tales personajes indeseables. Se proponen varias soluciones: bajar hasta el esquife por un cable y abandonarse a la Fortuna, o bien envolver a Encolpio y a Gitón en dos pellejos y colocarlos entre el equipaje de Eumolpo, para que luego éste informe a Licas de la huida de sus esclavos, que temían un castigo. No obstante, convienen en otra salida: afeitar la cabeza y las cejas de Encolpio y el joven Gitón y marcarlos con unas señas semejantes a las que produce el hierro al rojo vivo. En efecto, este tipo de castigo se imponía a los esclavos fugitivos.

Acuerdan llevar a cabo esta última alternativa, pero mientras se afeitan por la noche, son vistos por un pasajero, el cual interpreta el hecho de afeitarse a deshora como presagio de un naufragio inminente. Este pasajero acude más tarde a Licas y a Trifena y les advierten de la presencia de dos tipos que se han afeitado de noche. Licas y Trifena, a quienes los dioses les habían revelado en sueños que Encolpio y Gitón se encontraban en la nave, comienzan de inmediato la búsqueda de ambos compañeros. Eumolpo, por su parte, intenta convencer al dueño de la nave de que el corte de pelo se debía tan sólo a que lo tenían horriblemente largo y que no habían podido cortárselo en tierra. Licas no admite tales justificaciones. Eumolpo aduce estas y otras razones para salvar el pellejo de sus amigos. Cuando Licas encuentra a los rapados y toma cuerpo su cólera. Ahora se desvela el motivo de la enemistad entre Encolpio y Licas: aquel había seducido a la esposa de éste, Hedile (cap. 106). Licas interpreta el hecho de su reencuentro como una oportunidad que le ofrecen los dioses para descargar su venganza. Eumolpo intenta convencer al iracundo dueño de que el motivo de la presencia de su adversario en el barco era reconciliarse con él tras el antiguo agravio. El castigo se hace improrrogable. No obstante, Licas y Trifena se sorprenden de que a Encolpio no le importa su suplicio sino el sufrimiento de su compañero Gitón. Finalmente tiene lugar un combate a dos bandos en medio de la nave: de un lado, Trifena y un grupo de esclavos; de otro, los tres amigos y el criado de Eumolpo. Después de esta diatriba, Eumolpo, parodiando las actas de cancillería, propone un acuerdo que es aceptado: Trifena debía olvidarse de Gitón y Licas debería ahogar todo deseo de venganza contra Encolpio. Se hace la calma en el barco y el tiempo se resuelve en una gran bonanza (cap. 109). La nave avanza serena y los pasajeros pueden practicar la pesca o entretenerse en un juego divertido.

Eumolpo recita unos poemas burlescos sobre las calvas de los dos protagonistas. Luego ameniza el viaje con un cuento (cap. 111):

Una mujer extremadamente hermosa y honrada llora la muerte de su marido. En el momento del entierro toma la decisión de morir de hambre y no apartarse jamás del mausoleo de su esposo. Nadie consigue persuadirla de la inconveniencia de su propósito. Cuando lleva varios días junto al cadáver de su marido, acompañada de su esclava, un soldado que vigilaba los cuerpos de unos crucificados antes de su sepultura, se dirige a la honesta mujer y le ofrece unos alimentos. Su esclava se rinde y acepta la invitación, hasta que consigue convencer a su dueña de la necesidad de nutrirse. Esta también se rinde. Más tarde hay unas escenas molestas del soldado con la viuda.

Los parientes de uno de los crucificados, viendo abandonada la vigilancia, desclavan el cadáver y le dan sepultura. El soldado, temeroso del castigo, informa a la mujer del suceso. Esta decide clavar en la cruz el cadáver de su difunto esposo para disimular el descuido de su amante, prefiriendo colgar al muerto antes que al vivo. Ponen en práctica su resolución y causan gran sorpresa entre las gentes.

Después de la historia, Trifena comienza a acariciar al joven Gitón (cap. 113), mientras Encolpio revienta interiormente por los celos. Entre tales carantoñas la nave empieza a sufrir los embates de un terrible tifón. Las víctimas no se hacen esperar: Licas muere ahogado en los primeros zarandeos. Trifena se establece en un bote con la ayuda de sus esclavos. Unos pescadores que acuden a contemplar la catástrofe recogen a los tres compañeros v al criado de Eumolpo, aunque el viejo poeta en medio de la tempestad se resiste a moverse porque le falta un solo verso para terminar el poema que compone. Al final consiguen llegar a tierra y se refugian en la cabaña de un pescador. Desde la playa se divisa un cuerpo muerto arrastrado por las olas. Cuando el cadáver se acerca a la orilla, Encolpio lo identifica: es el cuerpo de Licas. Este hecho arranca del pecho de Encolpio un delicado lamento, transido de dolor, al contemplar a un hombre pletórico de fuerza y de poder reducido a un trozo de carne que las aguas arrastran con desprecio. Encolpio y sus compañeros preparan una pira para el cadáver (cap. 115).

Los protagonistas siguen su camino hasta que divisan en la lejanía la ciudad de Crotona. Antes de llegar, preguntan a un campesino sobre los habitantes de dicha localidad, así como acerca de la actividad comercial allí desarrollada. Este les advierte que la ciudad se distingue por su desenfreno y que en ella sólo triunfan los deshonestos: según sus palabras, "no hay más que cadáveres que son devorados o cuervos que los devoran" (cap. 116).

Estos informes los llena de esperanza. Eumolpo expone una brillante idea: interpretar una farsa (cap. 117). Los otros aceptan llevarla a cabo. La farsa tiene a Eumolpo como protagonista, el cual acaba de enterrar a su hijo, muy valioso por su talento y sus virtudes. Para que el contacto con sus clientes y amigos, así como la tumba del difunto, no le recuerden al malogrado hijo, decide abandonar su ciudad. Más tarde atraviesa por la fatalidad del naufragio, en el que pierde más de dos millones, pero esto no le preocupa. El motivo de su desesperación reside en el hecho de encontrarse sin servidumbre, lo cual impide que sea estimado como merece. En realidad, era un hombre con una hacienda desmesurada: posesiones en África por valor de treinta millones, esclavos dispersos por tierras de Numidia, etc. Eumolpo debe toser a menudo para fingir su dispepsia y debe rechazar cualquier alimento que la gente le ofrezca. Debe hacer referencia de continuo a sus tierra y a su dinero, así como modificar su testamento sucesivamente. A Encolpio, Gitón y Córace, el verdadero criado del viejo poeta, se les asigna el papel de criados de Eumolpo.

Después de un fragmento que no se conserva aparece Eumolpo criticando la concepción poética que impera en muchos ambientes jóvenes de Roma (cap. 118). Muchos piensan que la poesía consiste en un mero ejercicio basado en unas técnicas. Eumolpo concibe el quehacer del poeta como una inspiración de origen divino, que ha de manifestarse en un lenguaje lo más distante posible del que emplea el vulgo. Asimismo, arremete contra los poetas que narran acontecimientos y sólo prestan atención a los hechos, como si se tratara de historiadores. Para ilustrar la concepción poética que él propone, recita a continuación un poema recién compuesto, que aún no ha sido limado en sus detalles. Dicho poema (cap. 119) comienza con el reflejo de la corrupción reinante en la sociedad romana, en la que están de moda la opulencia, el derroche, la usura y el apetito de dinero. Estas pinceladas que nos presentan la situación de Roma dan paso al recuerdo del triunvirato. Se describe el reino infernal; interviene Plutón. Este pide a Fortuna, promotora de la historia, que ponga remedio a la corrupción y trasmute la paz en guerra. Fortuna anuncia la guerra. Esta tiene lugar cuando César, victorioso en su lucha contra los bárbaros, decide emprender una guerra contra Roma, recelosa de sus triunfos en las Galias.

Se inicia la batalla y este episodio se describe de un modo propiamente poético. Los dioses del cielo y del infierno se distribuyen entre los dos campos que constituyen el escenario de esta guerra civil. La diosa de la Discordia expone su mandato, que en el poema aparece cumplido, aunque tal mandato no es de carácter histórico, pues realmente no se cumple.

Con la declamación de estos versos de Eumolpo consiguen llegar a Crotona. Ya en la ciudad, Encolpio y el viejo poeta se plantean la posibilidad del fracaso de esta farsa que habían decidido interpretar. Es entonces cuando Encolpio se dirige a los dioses con unas palabras que manifiestan su incertidumbre ante el futuro: "Dioses y diosas del cielo, ¡qué mal les va a los que viven fuera de la ley! Siempre están esperando lo que han merecido" (cap. 125).

En Crotona conoce a una esclava llamada Críside, la cual pone a Encolpio en contacto con su ama Circe (cap. 127). Esta desea mantener relaciones con el supuesto esclavo de la farsa. Encolpio debe salir huyendo debido a su impotencia. La huida sorprende a Circe e intenta recuperar a su amante por medio de una carta que le envía con su esclava. Encolpio decide solucionar sus problemas sexuales y se somete a las curaciones de una vieja (cap. 131). Parece recuperarse de su impotencia y mantiene nuevas relaciones con la misma mujer. Pero ella en esta nueva aventura lo despide ofendida y ordena a sus esclavos que lo azoten —no se conoce el motivo de esta reacción por la interrupción del fragmento conservado— (cap. 132). Encolpio, angustiado por la actitud de Circe, acude al templo de Príapo, dios del amor carnal, y le invoca con una plegaria llena de lastimeras ansias. En el templo la vieja que antes había intentado remediar su mal le presenta a Enotea, sacerdotisa de Príapo (cap. 134). Esta prepara los alimentos necesarios para la curación, pero un pequeño accidente —el resquebrajamiento de la silla donde se subía la vieja sacerdotisa— le hace caer sobre el fuego y lo apaga. La vieja corre hacia las casas vecinas en busca de nuevas brasas para el fuego. Entretanto, tres gansos sagrados se presentan ante Encolpio y con sus gestos parecen atacarlo. Lleno de miedo mata uno de ellos, mientras huyen los dos restantes (cap. 136). Al regresar la sacerdotisa se entera de lo sucedido y se lamenta del horrible crimen, pero, compadecida de Encolpio, se dispone a curarlo y hace del ganso muerto un nuevo ingrediente para sus guisos.

Filomena, una vieja mujer viuda, encomienda a su hijo y a su hija a la protección de Eumolpo, en espera de la herencia que podía recibir a la muerte de éste, que en la farsa aparenta ser el hombre más rico de Crotona (cap. 140). Por otra parte, Encolpio informa a este viejo amigo y poeta sobre el restablecimiento de su salud sexual.

El relato conservado termina con el testamento de Eumolpo (cap. 141), quien en la farsa que ingeniosamente interpretaba exigía a todos los beneficiarios de su herencia que, una vez muerto, hicieran tajadas de su cuerpo y se las comieran.

 

                                                                                                                 C.M. (1988)

 

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