RAHNER, Hugo

Abendland, Reden und Aufsätze

Herder, Freiburg in Br., 1966.

(Trad. castellana: Humanismo y teología de Occidente, Ed. Sígueme, Salamanca 1968).

 

CONTENIDO DE LA OBRA

El libro agrupa una serie de ensayos breves, articulados en torno a lo que podría definirse como una reflexión teológica sobre la cultura del Occidente europeo. El índice mismo da una idea del contenido:

I. Humanismo cristiano en occidente: Humanismo cristiano y teología; ¿Existe un humanismo cristiano?; El sentido de la historia; Responsabilidad de los laicos ante la cultura; El cristiano en el trabajo y en el ocio.

II. Forjadores de occidente: El comunismo de los Padres de la Iglesia; El cambio constantiniano; San Agustín; S. Bonifacio; Carlos V; El barroco.

III. La Iglesia en occidente: De la primera a la tercera Roma; La Iglesia, fuerza de Dios en la debilidad humana; Asunción de la Iglesia.

VALORACIÓN CIENTÍFICA

Los diversos capítulos recogen artículos o conferencias aparecidos anteriormente. No es pues una obra unitaria. La mayor parte de los capítulos no tienen una finalidad científica, sino divulgativa. Por regla general no se trata tampoco de ensayos especialmente profundos, aunque sí contienen observaciones sugestivas. Se nota que su autor es un historiador que conoce su oficio, y que está en condiciones de aportar citas interesantes de Padres y de otros autores.

De las tres partes, la primera es la que recoge temas de más envergadura. Se ocupa ante todo del problema del humanismo cristiano, por el que entiende la tendencia consubstancial al cristianismo de asumir todo lo humano: el cristiano no desprecia al hombre, la cultura, la filosofía, sino que las conduce a sus verdaderos fines. El modelo de tal humanismo lo encuentra en los Padres de la Iglesia, que se lanzaron a la cristianización del mundo greco-romano. Esa actitud es —dice el autor— una consecuencia de la confianza en la propia fe: “esos héroes de la teología cristiana —escribe— estaban tan seguros de su fe y de su excelencia incomparable, que se podían aventurar con tranquilidad a ir a buscar el hermoso mundo de la Hélade, para bendecirlo en Jesucristo” (p. 41). La actitud cristiana está pues lejos tanto de un rechazo de lo humano, como de una aceptación sin más de toda situación cultural, pues se trata de juzgarla desde Cristo. En última instancia la razón fundamental por la que puede haber un humanismo cristiano es porque sólo el cristiano conoce verdaderamente lo que es el hombre, ya que sólo él conoce plenamente lo que es el amor de Dios. Y sólo desde Dios se comprende el hombre. “Nisi divinitatis rationem diligenter excusseris, nescias humanitatis”, Minucio Felix, Octavio 17, 2 (CSEL 2, 21) (citado en p. 73).

Otro tema que trata con algún detenimiento es el de la filosofía de la historia. La idea de una interpretación de la historia es de origen cristiano, y depende de la fe. “La historia sólo se puede interpretar desde fuera de la historia. La historia no nos puede manifestar en su curso propio, su propio sentido” (p. 76). El autor critica así los intentos de una interpretación racionalista de la historia, e intenta dar algunos rasgos de la visión cristiana: la historia como lucha entre la fe y la incredulidad (de ahí que sea errónea toda visión de la historia que prescinda de Dios y del pecado), la pérdida del paraíso y el encaminarse hacia un paraíso nuevo y más perfecto, etc. Se nota en muchos pasajes la influencia de la visión de San Agustín, en el De Civitate Dei, a quien cita bastantes veces. A partir de esa visión providencialista, e inexplicable sin la fe (“el cristiano no se atribuye jamás la patente de una salvación intraterrena; tiene el coraje de entregarse a las manos de un consuelo extraterreno”: p. 83), el autor se esfuerza por mostrar como eso no supone una huida del mundo, sino una valoración cristiana de las cosas. Aunque hay enfoques acertados, estos capítulos resultan un poco inconcluyentes, y se ve que Hugo Rahner no consigue llegar a una verdadera teología de la secularidad.

El apartado dedicado a los Forjadores de occidente es en líneas generales flojo: se trata de semblanzas sin especial relieve. Mención aparte merece el capítulo titulado El comunismo de los Padres de la Iglesia, que es quizá el ensayo más científico del libro. Está dedicado a mostrar que los que afirman que la actitud de los primeros cristianos y las críticas de los Padres al uso de la propiedad suponen un cierto comunismo (dando a la palabra un significado político) caen en una incomprensión total del mensaje cristiano y de los textos de los Padres que citan. “Los Padres —escribe— anuncian no un programa de un nuevo orden social, sino de unos nuevos sentimientos sociales” (p. 195). Lo que hay debajo de los textos de los Padres es el mandamiento de la caridad, la necesidad del desprendimiento, y la conciencia del pecado y, por tanto, de la caducidad de todo lo presente. “La gran obra de la doctrina social de los padres consistió en que, contra el individualismo del derecho de propiedad romano, predicaron incansablemente la verdad evangélica de la obligación social inherente a toda posesión privada. El enemigo que combatieron apasionadamente era la pleonexia, el amor al dinero” (pp. 190-191). De ahí la continuidad entre los textos patrísticos sobre la propiedad, los de Santo Tomás de Aquino y de las encíclicas de León XIII.

VALORACIÓN DOCTRINAL

El tono general del libro es aceptable, y se observa bastantes veces la intención de salir al paso de ideas deformadas o erróneas.

En ocasiones, sin embargo, algunas expresiones pueden producir confusión. Por ejemplo en el artículo El cambio constantiniano, que quiere criticar las afirmaciones hechas por algunos sobre las consecuencias de la época inaugurada con la paz de Constantino, deja bien claro que eso no supuso una traición de la Iglesia al ideal evangélico, sino algo lógico y bueno, pero algunas frases resultan equívocas. Por ejemplo, ésta con la que cierra el artículo: “vistos en su totalidad, los dieciséis siglos desde Constantino significan un desarrollo imperfecto de la Iglesia. Pero el vestido de luto de su cautiverio terrenal no lo depondrá la Iglesia hasta que amanezca el día de la libertad en Cristo, que pondrá fin a los siglos” (p. 210). Tomada literalmente esta frase podría interpretarse como si la Iglesia, durante los últimos 16 siglos, se hubiera desarrollado de una manera que contradice o al menos separa de sus orígenes, lo que es histórica y doctrinalmente falso. En realidad, situada en el contexto del pensamiento del autor, lo que esa frase parece querer decir es que la Iglesia no ha alcanzado todavía la perfección que se manifestará en los cielos, que cualquier realidad histórica parece imperfecta si se la compara con lo que será la plenitud de la gloria. Observaciones similares, sobre una forma retórica de expresarse que puede confundir, cabe hacer con relación a algunas frases de los capítulos finales, donde trata del tema de la santidad de la Iglesia y el pecado de los cristianos.

J.L.I.

 

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