RULFO, Juan

El llano en llamas

Planeta, Barcelona 1974

El autor

Juan Rulfo nace en 1918 en Sayula, Jalisco (México), en el seno de una familia acomodada. Al quedar huérfano, pasa a vivir en la finca de sus abuelos, donde aprende las historias que le cuentan los habitantes del lugar.

Publicó cuentos en las revistas América (México D.F.) y Pan (Guadalajara) que más tarde se recogen en la colección El llano en llamas (1953); este libro le hizo famoso como narrador y marca un hito en el desarrollo del cuento mexicano. En 1955 publica su única novela Pedro Páramo. En ambos libros describe el mundo campesino mexicano en un estilo popular, pero trascendiendo el plano de lo estrictamente regional y social para desembocar en otros temas: dolor, ilusiones rotas, soledad, etc.

El libro

El llano en llamas recoge 16 cuentos que pretenden describir el mundo campesino mexicano, dentro, casi siempre, de una atmósfera amarga y cruda.

Los cuentos, aunque breves, están llenos de un denso contenido. En ellos se funde lo real con lo fantástico, el presente con el pasado sin aparente orden lógico, siguiendo siempre una técnica de ruptura que también se aprecia en los cambios bruscos de espacio o en los saltos entre monólogo y diálogo.

El lenguaje popular está concienzudamente elaborado. Aparecen muchos términos típicamente mexicanos, algunos desconocidos, sobre todo los referentes a vegetación, agricultura y fauna, entre otros: coanil, elote, tequesquite, guajalote, tejocote, chachalaca, zacatal, ocote, chapulines, amoles, totochilos, dulzamaras, chicalotes, camichines, hojasé, comejenes, pajonales... Lo mismo se puede aplicar a los giros y expresiones: "la apalcuachara a tablazos... " (pág. 135), "nada más por no más" (136), "sacarme esos chamucos del cuerpo" (157), "¿de dónde pepenaste esa gallina?" (145), "esta costra de tepetate" (143), "no más está tantito atarantado..." (151), "arrejolándome contra la pared" (175), "dizque eso le dijo" (185), "que se chorrié el ponche" (268).

En los cuentos predominan las narraciones en primera persona (Macario, Nos han dado la tierra, Talpa); los personajes trágicos (El hombre, En la madrugada, No oyes ladrar los perros); los ambientes desolados y hostiles (Luvina, Es que somos muy pobres). El argumento de cada cuento, que incluimos en esta reseña, permitirá dar una idea bastante aproximada del sórdido ambiente al que el autor nos transporta.

Rulfo se recrea en el lenguaje, que parece elaborar después de un lento y detenido estudio hasta dar con la palabra o expresión más adecuada. Por eso no nos extrañan tampoco los contrastes entre párrafos cuidados —que emplea, sobre todo, en relatos imaginativos, descripción de paisajes, fuerzas de la naturaleza,etc.— y las más rudas expresiones puestas en boca de estos pobres agricultores; como ejemplo, citamos algunos:

"las ranas son verdes de todo a todo menos en la panza. Los sapos son negros. También los ojos de mi madrina son negros... Felipa tiene los ojos verdes como los ojos de los gatos". (Macario, 135)

"Me acuesto sobre mis costales, y en cuanto siento alguna cucaracha caminar con sus patas raposas por mi pescuezo le doy un manotazo y la aplasto". (Macario, 139).

"Las luces se apagaron. Entonces una mancha como de tierra envolvió al pueblo, que siguió roncando un poco más, adormecido en el color del amanecer".(En la madrugada, 173)

"Las nubes están ya sobre las montañas, tan distantes, que sólo parecen parches grises prendidos a las faldas de aquellos cerros azules.

El viejo Esteban mira las serpentinas de colores que corren por el cielo: rojas, anaranjadas, amarillas. Las estrellas se van haciendo blancas. Las últimas chispas se apagan y brota el sol, entero, poniendo gotas de vidrio en la punta de la hierba". (En la madrugada, 174).

"Allá llueve poco. A mediados del año llegan unas cuantas tormentas que azotan la tierra y la desgarran, dejando nada más el pedregal flotando encima del tepetate. Es bueno ver entonces cómo se arrastran las nubes, cómo andan de un cerro a otro dando tumbos como si fueran vejigas infladas; rebotando y pegando de truenos igual que si se quebraran en el filo de las barrancas". (Luvina, 223).

"Cae una gota de agua, grande, gorda, haciendo un agujero en la tierra y dejando una plasta como la de un salivazo". (Nos han dado la tierra, 142).

"Mascó un gargajo mugroso y lo arrojó a la tierra con coraje. Se chupó los dientes y volvió a escupir". (El hombre, 164).

"Pero nosotros también les teníamos miedo. Era de verse cómo se nos atoraban los güeros en el pescuezo con sólo oír el ruido que hacían sus guarniciones... " (El llano en llamas, 202).

Argumentos de "El llano en llamas"

Macario

Macario —un niño—, mantiene a lo largo del cuento un monólogo, mientras, sentado en una alcantarilla espera con una tabla que salgan las ranas que la noche anterior desvelaron a su madrina. En la misma casa vive Felipa, personaje misterioso que se presenta cariñosa con Macario, le prepara la comida, le consuela, le da a beber de sus senos, en una descripción sensual... Felipa se confiesa todos los días, no porque ella sea mala, "sino porque estoy (Macario) repleto de demonios, y tiene que sacarme esos chamucos del cuerpo confesándose por mi". (137)

Nos han dado la tierra

Cuatro caminantes se dirigen hacia la tierra que el gobierno les ha dado. Atraviesan el llano donde no hay ni conejos, ni pájaros, y donde todo es árido. Los cuatro caminan a pie, sin caballo ni carabina, que el gobierno les ha incautado. Los cuatro se preguntan qué harán para protegerse del sol cuando cultiven la costra de tepetate que les entregaron.

La Cuesta de las Comadres

Un personaje que habla en primera persona, sin presentarse, se encarga de dar muerte a Remigio Torrico cuando éste viene a esclarecer y vengar la muerte de su hermano Odilón. El personaje desconocido que, con su monólogo, llena todo el cuento, ha colaborado con los hermanos Torrico en el asalto y muerte de un arriero y de alguna manera añora no haberse metido "en los trabajos en que ellos andaban". Cuando Remigio llega, nuestro protagonista está remendando un saco y con la aguja de arría le hiere en el vientre. Siente lástima del herido, por eso, rápidamente le saca la aguja "del ombligo para metérsela más arribita" (155). Él no había matado a su hermano y esto se lo revela al cadáver, diciéndole que fueron los Alzaraces.

Es que somos muy pobres

Una tormenta de verano arrasa una aldea. El agua se lleva una vaca, animal en el que un padre de familia tiene puestas las esperanzas de ocupar a una hija adolescente, para que atendiendo a su crianza, no sienta la pobreza ni se deje arrastrar del mal ejemplo de dos hermanas mayores que desde pequeñas "les dio por andar con hombres de lo peor, que les enseñaron cosas malas" (160), y que acabaron fuera del hogar, "de pirujas" y entregadas a la prostitución.

El hombre

El asesino de la familia Urquidi huye por el bosque. Va dejando sus huellas, por tanto, resulta fácil de perseguir. Perseguidor y perseguido mantienen sendos monólogos, que nos dan a conocer lo sucedido. Un tercer personaje, pastor de ovejas, encuentra al fugitivo, primero vivo, después muerto. Le acusan de encubridor y, al declarar ante el juez, completa el relato manifestando que él hubiese vengado a la familia Urquidi de haber sabido que el fugitivo era un asesino.

En la madrugada

El viejo Esteban, vaquero, trabaja en la hacienda de don Justo Brambila. En una madrugada, golpea a un becerro para separarlo de la madre, don Justo, al contemplar el suceso, propina a Esteban una fuerte paliza de la que resulta malherido. El mismo día don Justo aparece muerto, y se sospecha que ha sido el viejo vaquero quien lo ha matado en una pelea que ambos mantuviesen. Esteban no se acuerda pero en la pelea los dos debieron haber tenido la misma intención. Don Justo ha mantenido relaciones incestuosas con una sobrina adolescente que encuentra el cadáver.

Talpa

Natalia, mujer de Tanilo Santos, debe cuidar de la grave enfermedad de su marido. El propio Tanilo, al ver que las úlceras se hacen cada día más grandes, decide ir a la Virgen de Talpa para suplicar su curación. Natalia, Tanilo y un hermano de éste, emprenden un duro viaje, a pie, de casi dos meses de duración. Natalia y el hermano de Tanilo sienten una mutua atracción. El camino se hace insoportable y mortificante. Tanilo no puede continuar, desde este momento su hermano y Natalia le llevarán a empujones deseando acelerar su muerte. En el camino, Natalia y su cuñado pasan la noche juntos. Llegan a Talpa. Tanilo muere rezando a los pies de la Virgen. Lo entierran y regresan llenos de remordimientos y arrepentidos. Natalia llora amargamente entre los brazos de su madre. Llanto con el que parece "estuviera exprimiendo el trapo de (sus) pecados".

El llano en llamas

Se narran las peripecias de unos revolucionarios que roban y saquean para poder enfrentarse después a los federales. Casi todos los revolucionarios son abajeños, pero poco a poco se fueron sumando los indios güeros de Zocoalco y los de Mazamitla. Tras el asalto y descarrilamiento de un tren, las cosas empiezan a ir peor para los revolucionarios. Por doquier les detienen y cuelgan cabeza abajo. Hasta sus gentes los tienen ahora por enemigos. Los que pueden se dispersan. Una mujer espera la salida de la cárcel de uno de ellos: había tenido un hijo de él cuando, después de matar a su padre, la raptó de su hacienda.

Diles que no me maten

Juvencio Nava mató a su compadre don Lupe Torreros por haberle negado pasto para sus animales. Juvencio es encarcelado. Soborna al Juez. Sale de la cárcel y pasa 35 años fugitivo, terminando por establecerse en otro terreno. A los 60 años dan con él. El coronel que manda fusilarlo es hijo de don Lupe.

Luvina

Un personaje que ha abandonado Luvina describe el sórdido paraje a un viajero que pretende llegar hasta allí. Aire, sol y frío de la noche son descritos como los más feroces enemigos del poblado. Luvina es un lugar donde se oye el rasguño del aire que "hace un ruido como el de un cuchillo sobre una piedra de afilar" y que es "pardo" y "negro" y que "rasca como si tuviera uñas". A mediados del año "llegan unas cuantas tormentas que azotan la tierra y la desgarran. Luvina es un lugar "donde anida la tristeza", donde sólo viven "los puros viejos" y "mujeres sin fuerza", donde los jóvenes emigran. Luvina está olvidada de la acción del gobierno. Ellos continúan allí para no dejar a sus muertos.

La noche que lo dejaron solo

Feliciano Ruelas y sus tíos Tanis y Librado son revolucionarios. Atraviesan la Sierra y han de viajar de noche para ganar una jornada. Feliciano se detiene y pasa la noche solo, sintiendo el frío del rocío. De día prosigue su camino. De repente, se encuentra con los soldados y con sus tíos colgados de un árbol, cabeza abajo. Siente pánico y se echa a correr entre los pajonales.

Acuérdate

Un amigo trata de hacer recordar a otro la vida de Urbano Gómez, compañero de ambos, años atrás. Urbano es hijo de una mujer, apodada la Berenjena, que "andaba metida en líos y de cada lío salía con un muchacho". Era cuñada de Nachito Rivero quien abandona a su mujer tras volverse "menso" y que se dedicará desde entonces a tocar canciones desafinadas con una mandolina. A Urbano "lo expulsaron de la escuela porque lo encontraron con su prima la Arremangada jugando a marido y mujer". De la paliza que le propinó su tío Fidencio, Urbano, lleno de coraje, abandona el pueblo. Pasados varios años, regresa al lugar, convertido en policía y sin querer mediar palabra con nadie. Un día mató, con la culata de su máuser, a su cuñado Nachito que por la noche fue a darle una serenata. Eso le hace huir de nuevo, pero lo encuentran y lo ahorcan.

No oyes ladrar a los perros

Un viejo transporta en sus espaldas a su hijo Ignacio que va herido de muerte. Lo lleva, montaña arriba, hasta Tonaya, en la esperanza de encontrar allí a un médico. El viejo, suda y sufre. Su hijo es un salteador de caminos. El viejo, derrengado, continúa con él a sus espaldas. La cuesta se hace dura. No se divisa el pueblo y el viejo al menos quiere que su hijo escuche el ladrar de los perros para asegurarse de que ya están llegando. En su agotamiento el viejo comienza a decirle que eso lo hace por su madre y no por él. En el momento en que se divisa el pueblo Ignacio dejó libres sus brazos y piernas. Al llegar a la primera casa, el viejo suelta el cuerpo flojo —como descoyuntado— y destraba difícilmente los dedos con que su hijo venía sujetándose de su cuello.

Anacleto Morones

Diez mujeres, viejas, sudorosas, vestidas de negro, vienen por el camino de Amula en busca de Lucas Lucatero. Ellas quieren llevarlo hasta Amula para que certifique la santidad de Anacleto Morones, "El Santo Niño", pues Lucas estaba casado con su única hija. En la conversación que las viejas mantienen con Lucas, se va descubriendo que éste las ha poseído lujuriosamente a todas, y que el Santo Niño no tenía nada de santo y, en cambio, mucho de impostor, pues también ha poseído libidinosamente a esas mujeres, en apariencia beatas, sin ninguna formación, que quieren proclamar la fama de santidad de un embaucador. Las mujeres van despidiéndose paulatinamente. Al final, Pancha, la más vieja, se queda con Lucas, los dos juntos en la misma cama, y añora sus relaciones con Anacleto Morones, a quien Lucas Lucatero ha matado —tiempo atrás— y enterrado en su casa.

El día del derrumbe

Se narran en este cuento los sucesos de Tuxcacuexco cuando, a resultas de un terremoto, reciben al gobernador que viene a prometer ayuda. El municipio se gasta 4.000 pesos en dar de comer a sus acompañantes, convirtiéndose aquella visita a los desamparados, en "una borrachera de las buenas". Terminado el discurso del gobernador, un personaje de su séquito, ebrio, dispara al aire dos cargadores de su pistola, provocando un tumulto en el que mueren varias personas. Sofocado el suceso, todo continuó igual, se enderezaron las mesas y siguieron bebiendo y cantando.

La herencia de Matilde Arcángel

Matilde Arcángel, la mujer de Euremio Cedillo, tuvo la desgracia de morir al desbocarse un caballo, el día del bautizo de su hijo. Euremio culpa del suceso al recién nacido, pues con su llanto debió espantar al caballo. Euremio, por tanto, odia desde ese día a su hijo. Se desentiende de él hasta el punto de ir vendiendo, poco a poco, su patrimonio para consumir el dinero en bebidas y dejar así desheredado a su hijo. Euremio hijo creció, a pesar de todo, apoyado en la piedad de otras personas; gustaba de tocar la flauta mientras el padre dormía la borrachera. Un día atravesaron el pueblo unos revoltosos. Detrás llegaron las tropas del gobierno a las que Euremio padre se une para perseguirlos. Días después regresan los forajidos derrotados. Detrás viene Euremio, a caballo, tocando la flauta y portando el cuerpo muerto de su padre.

Valoración final

En líneas generales los cuentos dan a conocer un mundo hostil, árido, amargo. Por todos lados aparecen tierras duras, aldeas vacías, injusticias, miserias, crímenes, muertes, sensualidad, venganzas, odios, supersticiones, degradaciones...: un mundo desesperado y violento, presidido por el hambre, la soledad y la muerte.

Las técnicas narrativas que emplea Rulfo, tales como ruptura del desarrollo cronológico, fusión de lo fantástico con lo real, uso del monólogo interior alternado bruscamente con los diálogos, la densidad de contenido, etc., hacen su lectura dificultosa, sobre todo, para estudiantes de BUP y COU, en cuyos libros de texto se recoge la obra de este autor. No cabe duda de que Rulfo es un gran narrador, uno de los precursores del realismo mágico de la literatura hispanoamericana. Pero su lectura parece desaconsejable para alumnos de primera enseñanza por las dificultades aludidas y por la sordidez de los temas tratados.

Claramente parece desaconsejable la lectura de los cuentos titulados: Macario, En la madrugada, Talpa, y sobre todo, Anacleto Morones, donde la fantasía, la deformación religiosa casi supersticiosa, y el elemento sensual, centrado en breves pasajes donde se manifiestan acciones sensuales aunque sin ser descritas, parecen motivo suficiente para desaconsejarlos. En los restantes cuentos, las alusiones sexuales no ofrecen inconvenientes, aunque sí están presentes en: Es que somos muy pobres, El llano en llamas, Luvina, Acuérdate. En los demás cuentos lo sensual no aparece, pero sí el ambiente sórdido ya mencionado[1].

 

                                                                                                           J.M.T.P. (1978)

 

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[1] Para una valoración doctrinal más completa de la obra de este autor, consúltese la recensión impresa de su novela Pedro Páramo