SARTRE, Jean-Paul

El existencialismo es un humanismo

Editorial del 80, Buenos Aires 1982

(t.o.:  L'existentialisme est un humanisme)

A. INTRODUCCION GENERAL

Jean-Paul Sartre nació en París el 21-VI-1905 en el seno de una familia burguesa.

Huérfano de padre a los dos años, vivió en La Rochelle aunque sus estudios medios los realizó en París.

En la educación de su primera infancia influyó su madre, católica, y su abuelo materno, calvinista alsaciano de tendencias germanófilas que ridiculizaba continuamente el catolicismo. De esta doble influencia deriva posiblemente la actitud mental del filósofo. Superó la tensión religiosa incidiendo en el agnosticismo y después en un radical ateísmo: representa la posición resueltamente atea del existencialismo. Del puritanismo del abuelo protestante persistirá la preocupación moralista que aparece en todos sus escritos.

Fue alumno de la Escuela Normal Superior de París de 1924 a 1928, donde cursó sus estudios de Filosofía obteniendo el título de agregado junto con la escritora Simone de Beauvoir, con la que permaneció unido desde entonces. Su afición a la Filosofía le llevó a ejercer la docencia en esta materia desde 1929 a 1933. En esta época conoció a Kafka, primer formador de la "literatura negra" existencialista, y los novelistas americanos, y se inicia su interés por el Marxismo.

Interrumpió la docencia en 1933 y marchó a Berlín para estudiar la filosofía alemana: este tiempo fue decisivo para su orientación intelectual. Entró en contacto con la fenomenología de Husserl y tuvo influencias de los últimos desarrollos de la misma por el nuevo movimiento existencialista de Heidegger y Jaspers. Asistió a las lecciones del primero siendo el heredero más directo y radical de su filosofía existencial. De la asimilación de la fenomenología y el existencialismo de Heidegger comenzó a elaborar su nueva construcción existencial personal e independiente.

Regresó a París y de 1934 hasta 1945 continuó dedicado a la enseñanza que dejó voluntariamente para dedicarse a escribir. En la II guerra mundial fue movilizado (1939) cayendo prisionero casualmente (1940) y liberado en 1941. Ante los acontecimientos mundiales su mentalidad se transforma y radicaliza y aparece su nuevo modo de pensar existencialista revolucionario. Tomó parte en el movimiento de resistencia contra las fuerzas de ocupación alemana y este hecho influye como elemento decisivo en su obra filosófica y literaria: la resistencia hace de él un revolucionario, en concomitancia y simpatía con los comunistas. Pero en los años siguientes rechaza la dogmática marxista en nombre de la libertad existencial.

En el movimiento existencialista desarrollado en Francia, Sartre y sus seguidores representan la corriente atea. Aunque los autores franceses desarrollan este sistema de una manera propia e independiente y con nuevos modos de expresión, deriva este existencialismo y recibe su fuente de inspiración general de los fundadores germanos.

El movimiento existencialista alemán se desarrolla desde los principios del siglo XX hasta la II guerra mundial y está en decadencia desde entonces. Utilizando el método de Husserl (el existencialismo enlaza directamente con la "fenomenología"), el existencialismo se inspira en temas de Kierkegaard (existencia individual, subjetividad, libertad, elección) pero a la vez intenta hablar no sólo del hombre sino del ser como tal. Representa un esfuerzo de restauración metafísica, pero dentro de los límites del inmanentismo.

Los existencialistas consideran que el hombre está sumido en el "tiempo", en la historicidad y lo relativo; pero se niegan a construir un sistema de la Historia al estilo de Hegel y a hablar del Absoluto o del Infinito. Sus estudios son un análisis de la finitud; de ahí que casi todos ellos vean el individuo singular sumergido en el tiempo, en lo finito, de un modo trágico y angustioso, de cara a la nada y a la muerte.

El cuadro presentado por los existencialistas es en general sombrío. Reconocen que el hombre, la historia, la ciencia, la cultura, el mundo, no son el Absoluto; que el propio hombre es la finitud, la precariedad, la muerte, el fracaso. Pero al no admitir a Dios, caen en un pesimismo trágico y desconsolado.

Como ya dijimos Jean-Paul Sartre representa la posición atea y nihilista del existencialismo. Proclama el nihilismo absoluto: "el hombre es una pasión inútil". Pero este nihilismo procede precisamente de la ausencia de Dios: "el existencialismo no es más que un esfuerzo por sacar todas las consecuencias de una posición atea coherente".

El sistema filosófico ideado por Sartre se basa en la fenomenología de Husserl (modo científico —según este filósofo— de hacer que la realidad aparezca a nuestra mirada tal y como es en nuestra conciencia; no acepta el ser; para Husserl, todo objeto es tal en cuanto se presenta a la conciencia que hace la reducción fenomenológica; "toda transcendencia se constituye en la vida de la conciencia", con lo cual condena al movimiento fenomenológico y al existencialismo asociado a él a la cárcel inmanentista en la que el humanismo de la filosofía moderna se halla confinado); en la dialéctica de Hegel (sobre todo, la negatividad); y en un rígido dualismo de conciencia y ser (Descartes: pensamiento y extensión).

Para Sartre hay dos realidades contrapuestas:

1) el ser en-sí son las cosas exteriores a la conciencia humana: lo estático, inerte, objetivo, fáctico, opaco o "lleno"; también es ser en sí el cuerpo humano y el pasado que ya no se puede cambiar; con la muerte triunfa en cada hombre lo fáctico del en-sí: la esencia de cada uno queda fijada, fosilizada.

2) el ser para-sí es la conciencia dinámica, la libertad, que en cuanto tal no es nada, pero capta el en-sí y lo hace objeto de su "proyecto": Sartre interpreta erróneamente la intencionalidad, como si el pensar fuera un "vacío" que se llena del "objeto pensado", no como un acto positivo espiritual.

El dualismo entre en-sí y para-sí es absoluto. Son dos polos que se niegan dialécticamente: el en-sí se "hace" para-sí al ser pensado y así se destruye; el para-sí se "hace" en-sí al pensar algo, y así se objetiva y pierde la libertad. Tampoco hay intersubjetividad o comunicación yo-tú, pues el para-sí no puede penetrar en otro para-sí, pues todo lo que se piensa es en-sí: "el infierno son los otros".

Por tanto, el hombre se encuentra en una situación contradictoria, y la vive como angustia; si no se reconoce esta angustia, se vive en situación de "mala fe". Al para-sí (mi yo libre) le gustaría convertirse en una síntesis total: un en-sípara-sí, que sería Dios; es decir, al hombre le gustaría ser Dios... Pero "Dios" es contradictorio, porque en-sí y para-sí se excluyen mutuamente. Por tanto, el hombre se ve abocado a una pretensión imposible, "condenado a la libertad", y es una "pasión inútil".

B. CONTENIDO DEL LIBRO

Se trata de un ensayo publicado en 1946 en el que Sartre intenta hacer una apología del existencialismo saliendo al paso de los ataques dirigidos contra su filosofía. Estos ataques, según afirma él mismo, provienen de dos fuentes:

a) Por un lado, y a pesar de ser existencialista-marxista, están las críticas comunistas que "han reprochado el invitar a las gentes a permanecer en un quietismo de desesperación, porque si todas las soluciones están cerradas, habría que considerar que la acción en este mundo es totalmente imposible y desembocar finalmente en una filosofía contemplativa, lo que además, dado que la contemplación es un lujo, nos conduce a una filosofía burguesa"; y marxistas que reprochan el que "subrayamos la ignominia humana, que mostramos en todas las cosas lo sórdido, lo turbio, lo viscoso, y que desatendemos cierto número de bellezas risueñas, el lado luminoso de la naturaleza humana."

"Los unos y los otros nos reprochan que hemos faltado a la solidaridad humana" (p.11).

b) Por otro lado se encuentran las críticas de los católicos: "y del lado cristiano, se nos reprocha que negamos la realidad y la seriedad de las empresas humanas, puesto que si suprimimos los mandamientos de Dios y los valores inscritos en la eternidad, no queda más que la estricta gratuidad, pudiendo hacer cada uno lo que quiere y siendo incapaz, desde su punto de vista, de condenar los puntos de vista y los actos de los demás" (p.12).

En ambos lados encuentra el reproche esencial de presentar una visión sombría de la vida, que acentúa el pesimismo al poner "el acento en el lado malo de la vida humana" (...) "se asimila la fealdad a existencialismo" (p. 12).

Sartre quiere responder a estos reproches afirmando que "el existencialismo es un humanismo". El humanismo de Sartre significa que el hombre está constantemente proyectándose y persiguiendo fines trascendentes, y sólo así puede existir; pero esta trascendencia no es —en Sartre— una relación a Dios (su negación de lo sobrenatural es absoluta), sino la misma subjetividad humana que sobrepasa los objetos. Por esta razón afirma que su teoría no es materialista: la dignidad humana sería superior a los objetos materiales porque está constituida "por valores distintos del reino material, precisamente por esto el hombre no está encerrado en sí mismo, sino siempre presente en un universo humano". Además el hombre "no tiene otro legislador que él mismo, que debe decidir de sí mismo en la derelicción (delcissement) y que sólo volviendo hacia sí, y buscando fuera un fin que es tal liberación, o realización particular, se realizará precisamente como humano".

Sartre califica su doctrina de "humanismo porque confiere al hombre la tarea de constituirse a sí mismo y de dar un sentido al mundo por su libertad".

Y un humanismo optimista porque "entendemos por existencialismo una doctrina que hace posible la vida humana y que, por otra parte, declara que toda verdad y toda acción implican un medio y una subjetividad humana" (p.12); es decir, define al hombre por la acción y el destino del hombre lo pone en él mismo. Lejos de desanimar al hombre a obrar (reproche de los comunistas) afirma que no tiene más esperanza que la acción, "la sola cosa que permite al hombre vivir" ya que el hombre no es más que el conjunto de sus actos.

Después de exponer lo que no es el existencialismo —niega que sea una visión pesimista del hombre—, pasa a resaltar algunas tesis principales de esa filosofía. Recalca en especial su ateísmo radical: Sartre niega la existencia de Dios y como consecuencia considera al hombre dueño del bien y del mal ("Si considero que tal o cual acto es bueno, soy yo el que elegiré decir que este acto es bueno y no malo" p.19), de la verdad y de la mentira, y llega a concluir que la existencia se identifica con libertad (elección-acción). Realmente para Sartre no existe el bien ("No está escrito en ninguna parte que el bien exista": p 21), y su ateísmo (el "hombre es una 'pasión inútil' que está condenado a la libertad") tiene siempre necesidad de un activismo amoral.

I) El punto de partida es la afirmación —que dice ser común a todos los existencialistas— de que la "existencia precede a la esencia", es decir, que hay que partir de la subjetividad: "si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre" (pp. 15 y 16). No hay naturaleza humana por que no hay un Dios que la pueda concebir. Por tanto la afirmación de que la existencia precede a la esencia significa que el hombre empieza por existir, empieza por no ser nada, surge en el mundo y después se define: "el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Este es el primer principio del existencialismo. Es lo que se llama subjetividad".

II) A partir de esta afirmación pasa a declarar su "humanismo". En la concepción existencialista del hombre, el hombre es el único que no sólo es como se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia. Es ante todo un proyecto y nada existe previamente a éste; el hombre será, ante todo, no lo que querrá ser, sino lo que habrá proyectado ser "porque lo que entendemos ordinariamente por querer es una decisión consciente que, para la mayoría de nosotros, es posterior a lo que el hombre ha hecho de sí mismo" (p.16).

Este proyecto lo va a realizar mediante la elección libre: el hombre es libertad. Precisamente la libertad es quizá el tema central de la antropología sartriana, pero no entiende la libertad como una cualidad que se atribuye a la esencia del hombre, sino que la libertad, esa posibilidad de hacerse a sí mismo, no es una propiedad del hombre sino su raíz. El hombre —en la concepción existencialista— no es más que libertad, y no le cabe más que actuar siempre sin que nada coarte su acción.

El hombre aparece en un continuo realizarse y el primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que es y asentar sobre él toda la responsabilidad de su existencia. El hombre se elige a sí mismo, escoge su propio ser, pero no es sólo responsable de su individualidad, sino que al elegirse elige a todos los hombres: "nuestra responsabilidad es mucho mayor de lo que podríamos suponer, porque compromete a la humanidad entera" (p.17).

Sartre niega que haya una naturaleza humana, una naturaleza universal, pero afirma que existe una "universalidad humana de condición" según las situaciones históricas de cada época.

El proyecto de existir es un "compromiso libre por el cual el hombre se realiza realizando un tipo de humanidad". Al elegir, el hombre es responsable y la conciencia de su libertad lleva consigo "ser deudor": conciencia de "ser culpable", que acompaña la realización de las existencias. El compromiso de existir se realiza, por esto, en la angustia: "el existencialismo suele declarar que el hombre es angustia. Esto significa que el hombre que se compromete y que se da cuenta de que es no sólo el que elige el ser, sino también un legislador, que elige al mismo tiempo que a sí mismo a la humanidad entera, no puede escapar al sentimiento de su total y profunda responsabilidad" (p.18). Los que tratan de rehuir esa angustia en el compromiso de realizar su vida en la libertad son tratados como gente de mala fe.

En la filosofía sartriana la angustia no es algo que conduzca al quietismo, sino algo que conocen todos los que han tenido responsabilidades. No impide obrar, sino que, por el contrario, es la condición misma de la acción. En el vértigo de la angustia el hombre se capta a sí mismo como el propio autor de sus actos, como algo sin apoyo.

Las reflexiones que hace sobre la moral responden a ese existencialismo ateo que Sartre representa: no hay moral general que pueda indicar lo que hay que hacer, no podemos decir a priori lo que hay que hacer. El hombre se hace, no está hecho desde el principio, se hace al elegir su moral: la moral es creación e invención. Para Sartre no hay cosas que tengan un valor objetivo: las cosas tienen valor porque han sido elegidas. No hay moral alguna sino un acto detrás de otro, situaciones. Si Dios no existe, todo es posible. No cabe hablar de la dignidad del hombre: en Sartre no cabe siquiera una moral natural.

III) Existencialismo humanista. Como el ensayo tiene la intención de presentar el existencialismo como humanismo, se reduce a afirmar varios puntos de vista en defensa de la posición existencialista: una serie de teorías en las que únicamente se habla del hombre.

C. VALORACION CRITICA

Analizaremos los puntos centrales en los que se basa haciendo una crítica en vista de un planteamiento recto.

(1) La primera afirmación sartriana es que la existencia precede a la esencia: "el hombre, sin ningún apoyo y sin ninguna ayuda, está condenado en cada instante a inventar el hombre". Existir significa, pues, darse el ser en la decisión, en el proyecto, de modo que nuestro ser es una actuación de la libertad de un individuo singular consciente.

Para el realismo —filosofía del ser— la existencia de las cosas es el factum o resultado de la acción creadora de Dios. Todo lo que así procede de Dios está compuesto de dos principios: la esencia como potencia de ser, y el esse o acto de ser limitado por la esencia: según esto, el acto de ser es el acto último de todas las cosas y es la esencia —unidad primordial de una cosa, el quid, lo que una cosa es, la determinación del ser— lo que determina formalmente las cosas. Es cierto que el hombre se hace pero no en el sentido que Sartre lo entiende, sino que el hombre va "haciéndose" en un "despliegue" de las posibilidades de su esencia.

(2) Como consecuencia de esto Sartre afirma que no hay naturaleza humana, ya que sabemos que la esencia de las cosas confiere a éstas su naturaleza propia. Esto va íntimamente unido al ateísmo radical de Sartre: no hay naturaleza humana porque no hay un Dios que la pueda concebir. Si no hay Dios, no hay tampoco esencias, valores objetivos: el hombre debe crear los valores; su "proyecto" los hace ser y en esto es enteramente responsable: se encuentra abandonado a sí mismo sin poder apoyarse en nada objetivo; si lo hiciera, sería de mala fe y dejaría de ser libre. El hombre libre es el que renuncia a la verdad objetiva; el que sabe que debe elegir incesantemente sin someterse a ninguna norma. El propósito de Sartre es "glorificar" al hombre; sin embargo, nunca había quedado reducido a una condición tan inferior como la de simple instrumento en manos de la humanidad.

En esta misma línea sigue afirmando —erróneamente— que el hombre se construye con su acción y esas acciones no son producto de lo que el hombre es, de su naturaleza, sino que surgen de sí mismas y son constructoras del ser del hombre: el comienzo está en la negatividad, en el no-ser. En la metafísica del ser —por el contrario— lo primero es el acto.

(3) En cuanto al ateísmo existencialista, afirma Sartre que el "existencialismo no es más que un esfuerzo por sacar todas las consecuencias de una posición atea coherente" (p.43). Hay una negación de Dios y un total apartamiento de Él. Sartre quiere dar gloria al hombre, hay que elegir entre Dios o el hombre y él elige al hombre en contra de Dios; quiere dar gloria al ser humano y no subordinarlo a otro: "es necesario que el hombre se encuentre a sí mismo y se convenza de que nada puede salvarlo de sí mismo, aun cuando hubiera una prueba válida de la existencia de Dios. En tal sentido el existencialismo es un optimismo, una doctrina de acción y sólo por mala fe y confundiendo su propia desesperación con la nuestra es como los cristianos pueden llamarnos desesperados" (p.43-46). Es ésta la afirmación más clara del ateísmo de Sartre, un ateísmo de principio base de su filosofía y fundamento de su concepción de la libertad: "Dios no existe. Dios, si existiera, seria inútil". Son declaraciones que manifiestan su actitud de rechazo frente a Dios. El ateísmo es fundamental en el pensamiento de Sartre: constituye un punto de partida de su existencialismo y llega a identificar —haciendo una generalización indebida ya que existe un existencialismo espiritualista—, existencialismo y ateísmo.

Para Sartre no hay otro universo que este universo humano, el universo de la subjetividad, y aunque habla de trascendencia, no considera este concepto como la trascendencia del ser respecto del hombre, ya que implicaría la necesidad de fundamentarlo y llevaría al descubrimiento de Dios: no, para Sartre, trascendente significa esencialmente "objeto" o la "cosa en cuanto otro": "No hay otro universo que este universo humano. Esta unión de la trascendencia como constitutiva del hombre —no en el sentido en que Dios es trascendente, sino en el sentido de rebasamiento— y de la subjetividad en el sentido de que el hombre no está encerrado en sí mismo sino presente siempre en un universo humano, es lo que llamamos humanismo existencialista. Humanismo porque recordamos al hombre que no hay otro legislador que él mismo, y que es en el desamparo donde decidirá de sí mismo; y porque mostramos que no es volviendo hacia sí mismo, sino siempre buscando fuera de sí un fin que es tal o cual liberación, tal o cual realización particular, como el hombre se realizará precisamente en cuanto humano" (p.43).

Esta trascendencia constitutiva del hombre no es pues relación a Dios, sino la misma subjetividad humana sobrepasando los objetos; el hombre está constantemente proyectándose y persiguiendo fines trascendentes y sólo así puede existir. Se ve que esta trascendencia nada tiene que ver con la auténtica trascendencia. En Sartre se da una degradación de conceptos metafísicos a nivel de una fenomenología a ras de tierra: emplea en un sentido completamente ateo términos como absoluto, libertad, trascendencia que tienen por sí mismos una significación metafísica e incluso religiosa.

Esta aparente exaltación del hombre termina, en la filosofía de Sartre, en un trágico pesimismo; al poner al hombre como absoluto, llega a afirmar que el "hombre es una pasión inútil", un ser "condenado a a libertad".

(4) Sartre concibe la moral como una "moral de situación", ajena a toda norma vinculante para la libertad humana, totalmente indiferente al bien o al mal. Es precisamente en este ensayo donde expone los supuestos teóricos de la moral de situación. El fundamento teórico de esta ausencia de norma moral es, aparte de la negación de Dios — "es muy molesto que Dios no exista, porque con él desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo ininteligible; no puede darse el bien 'a priori' si no hay conciencia infinita que lo piense; y no está escrito en ninguna parte que el bien exista" (p.21) — el hecho de que el hombre es libre: toda norma y todo valor nacen de la libertad y por la libertad, y vale sólo dentro de los límites del proyecto concreto que surge de la misma libertad.

No hay quehaceres dados ni tareas preexistentes esperándonos; no hay imperativos inscritos en el cielo metafísico, ni postes indicadores a lo largo de la ruta humana. Afirma Sartre: "no se puede tener el bien a priori", ninguna moral general puede indicar lo que hay que hacer. Las decisiones dependen de la libertad personal en cada situación; y las cosas adquieren valor al ser elegidas: la libertad es —según Sartre— el fundamento de todos los valores y es la conciencia y nada más que la conciencia la formuladora de esos valores.

Es una "moral de la libertad" sin más leyes o normas que las que surgen del compromiso de realizarse a sí mismo en la "situación" concreta en la que cada hombre se encuentra, por lo que todo lo que hace es siempre bueno: la moral existencialista es una moral "libre" y permisiva muy difundida en el mundo actual.

 

                                                                                                              C.T.G. (1984)


 

 

 

                                                                                                                       ANEXO

 

SARTRE, Jean-Paul

El existencialismo es un humanismo

EDHASA, Barcelona 1989.

(t.o.:  L'existentialisme est un humanisme)

Sartre se plantea en esta conferencia llevar a cabo una defensa del existencialismo frente a las acusaciones de que ha sido objeto, principalmente por parte de autores cristianos y marxistas, que se arrogan el título de humanistas y lo niegan para el existencialismo. Éste, para ellos, no puede ser en modo alguno un humanismo, pues al no haber esencia del hombre no hay fundamento para esa pretendida defensa de su dignidad y de sus derechos. Se trata de mostrar en qué sentido el existencialismo puede llegar a ser un humanismo.

"En realidad (el existencialismo) es la doctrina menos escandalosa, la más austera; está destinada estrictamente a los técnicos y a los filósofos. Sin embargo se puede definir fácilmente. Lo que complica las cosas es que hay dos especies de existencialistas: los primeros, que son cristianos, entre los cuales yo colocaría a Jaspers y a Gabriel Marcel, de confesión católica; y, por otra parte, los existencialistas ateos, entre los cuales hay que colocar a Heidegger, y también a los existencialistas franceses y a mí mismo. Lo que ellos tienen en común es simplemente el hecho de considerar que la existencia precede a la esencia, o, si se prefiere, que hay que partir de la subjetividad".[1]

Sartre pone a Heidegger de su lado en cuanto que para ambos la existencia debe preceder a la esencia, pero en Heidegger es clara la voluntad de superar eso que Sartre coloca como punto de partida absoluto: la subjetividad; o, al menos, el planteamiento específico acerca del punto de partida absoluto que se propone en la modernidad (el cogito cartesiano, la autocaptación inmediata del yo).

"Si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y este ser es el hombre o, como dice Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así, pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como él se concibe después de la existencia, como él se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es el primer principio del existencialismo."[2]

En realidad, el punto de partida del existencialismo de Sartre —como él mismo mostrará[3]- es que Dios no existe, en el sentido de que no hay Absoluto. Por eso, no hay esencia del hombre, la cual supondría la presencia de lo absoluto en la dimensión de lo humano. De modo que la existencia debe preceder necesariamente a la esencia (o a lo que se podrá denominar en uno de los estadios finales del proceso de realización del hombre como "esencia", cuyo concepto, claro está, difiere por completo de la noción clásica). El ser sólo aparece mucho después del "impulso" inicial hacia la existencia. Ese impulso es el propio querer del hombre, una especie de voluntad de existencia, pero que no tiene razón de ser, precisamente porque el ser arranca de la nada, y antes del ser no hay nada y, por consiguiente, no hay razón ni "fundamento". El hombre —dice Sartre— es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como él se concibe después de la existencia, como él se quiere después de este impulso hacia la existencia. Pero ese impulso arranca de la nada, de modo que no es posible dar razón de por qué la nada deba ser impulsada hacia el ser, de por qué deba arrancar un querer-ser de la nada absoluta. El humanismo de Sartre es un humanismo del proyecto del hombre, dado que lo más radical (original) del hombre es su proyecto: antes del hombre está su proyecto, su proyección desde la nada hacia la nada sin ninguna razón ni explicación.

"Queremos decir que el hombre empieza por existir, es decir, que empieza por ser algo que se lanza hacia el porvenir. El hombre es ante todo un proyecto que se vive subjetivamente, en lugar de ser un musgo, una podredumbre o una coliflor; nada existe previamente a este proyecto; nada hay en el cielo inteligible, y el hombre será ante todo lo que habrá proyectado ser."[4]

Nada existe previamente al proyecto, y por tanto nada da razón de él. La gran dificultad que se encuentra en la metafísica sartriana es la ausencia de explicación de ese "ser lanzado (de modo radical) hacia el porvenir". Imposibilidad, más que ausencia. En Heidegger, el lanzamiento es un lanzamiento "por el ser hacia la verdad del ser"[5], de tal modo que posee fundamento. Sartre se queda, por el contrario, en la constatación del puro lanzamiento. ¿Por qué "el hombre empieza por existir"? ¿No debería mejor permanecer en la no-existencia? Es decir: ¿por qué el ser (o la existencia) y no más bien la nada?

"No se puede admitir que un hombre pueda formular un juicio sobre el hombre. El existencialismo lo dispensa de todo juicio de este género; el existencialista no tomará jamás al hombre como fin, porque siempre está por realizarse. Y no debemos creer que hay una humanidad a la que se pueda rendir culto, a la manera de Augusto Comte. El culto de la humanidad conduce al humanismo cerrado sobre sí, de Comte, y, hay que decirlo, al fascismo. Es un humanismo que no queremos."[6]

El peligro del humanismo de la esencia (como el de Heidegger) es, para Sartre, el fascismo. Ante él sólo queda la posibilidad de fundarlo en la existencia. Pero la existencia no es autosuficiente, no da razón de sí, no muestra su procedencia: desde ella sólo se ve, antes que ella, la nada. La opción es radical: o el ser o la nada. O el reconocimiento de un orden de ser y de racionalidad o su negación rotunda. La segunda posibilidad deja el ser sin explicación definitiva; la primera corre el riesgo del fascismo —dice Sartre—, aunque podría cuestionarse si ese camino corresponde a una necesidad interna de la opción misma por el ser.

Para Sartre el hombre vive en desamparo, desconectado del ámbito del ser, no amparado por el ser sino "lanzado" desde la nada, que es lo absolutamente previo a todo. Este "lanzamiento desde la nada" es la clave para comprender el humanismo del hombre que vive y se hace a sí mismo en desamparo.

"Hay otro sentido del humanismo que significa en el fondo esto: el hombre está continuamente fuera de sí mismo; es proyectándose y perdiéndose fuera de sí mismo como hace existir al hombre y, por otra parte, es persiguiendo fines trascendentales como puede existir; siendo el hombre este rebasamiento mismo, y no captando los objetos sino en relación a este rebasamiento, está en el corazón y en el centro de este rebasamiento. No hay otro universo que este universo humano, el universo de la subjetividad humana. Esta unión de la trascendencia como constitutiva del hombre —no en el sentido en que Dios es trascendente, sino en el sentido de rebasamiento—, y de la subjetividad, en el sentido de que el hombre no está encerrado en sí mismo sino presente siempre en un universo humano, es lo que llamamos humanismo existencialista. Humanismo porque recordamos al hombre que no hay otro legislador que él mismo, y que es en el desamparo donde decidirá de sí mismo; y porque mostramos que no es volviendo hacia sí mismo, sino siempre buscando fuera de sí un fin que es tal o cual liberación, tal o cual realización particular, como el hombre se realizará precisamente en cuanto humano."[7]

El único legislador es el hombre, que decide en el desamparo sobre él y sobre los demás hombres. Ese desamparo es la soledad radical, desamparo del ser, desamparo del Absoluto: el hombre está desarraigado del ser y enraizado en la nada, y su destino, su sentido es la nada. El hombre es propiamente el no-hombre, está arrojado a la existencia, más que lanzado. En Heidegger, el lanzamiento debe entenderse como "colocación" cuidadosa (en el cuidado): la ec-sistencia está cuidadosamente colocada por el ser. En Sartre, la existencia es arrojada fuera de la nada para que retorne finalmente (es decir, como sentido) a la nada. El sentido de la ec-sistencia heideggeriana es el ser; el sentido de la existencia sartriana es la nada. Esta diferencia radical arranca de la opción también radical de que se parte: la opción inicial por el ser o por la nada. Heidegger parte del reconocimiento del ser y de su ámbito (el ámbito del logos), que funda el ámbito humano del saber (como sabiduría). Sartre parte de la negación inicial del ser y de su ámbito: es importante notar que su punto de partida es el cogito cartesiano, la opción por la duda radical de todo, y que su conclusión en la nada no es gratuita sino que viene a ser la realización de una exigencia intrínseca de esa duda puesta como absoluto[8].

El hombre, desgajado del ser, aparece inesperadamente en la "realidad" como "voluntad de libertad". Inesperadamente: sin motivo alguno, sin una razón "suficiente", injustificadamente. El hombre hace su entrada en el ámbito de la existencia como un impulso que no arranca de nada, como un empujón no dado por nadie. Es, simplemente, arrojado fuera de la nada, expulsado de ella, pero nada muestra la legitimidad de esa expulsión. Irrumpe de pronto en el "cielo inteligible", en el que antes nada había, como proyecto, como proyección de una luz sin foco alguno; luz que se ilumina a sí misma, porque el proyecto "se vive subjetivamente"[9].

La dimensión que Heidegger denomina dimension des Heiligen, la dimensión de lo sagrado, en el existencialismo sartriano no existe o permanece cerrada, dado que el punto de partida absoluto es la subjetividad:

"Si un ángel viene a mí, ¿qué es lo que prueba que es un ángel? Y si oigo voces, ¿qué es lo que prueba que vienen del cielo y no del infierno, o del subconsciente, o de un estado patológico? ¿Quién prueba que se dirigen a mi? ¿Quién prueba que soy yo el realmente señalado para imponer mi concepción del hombre y mi elección a la humanidad? No encontraré jamás ninguna prueba, ningún signo para convencerme de ello. Si una voz se dirige a mí, siempre seré yo quien decida que esta voz es la voz del ángel; si considero que tal o cual acto es bueno, soy yo el que elegiré decir que este acto es bueno y no malo."[10]

"Ninguna moral general puede indicar lo que hay que hacer; no hay signos en el mundo. Los católicos dirán: sí, hay signos. Admitámoslo: soy yo mismo, de todas maneras, el que elige el sentido que tienen."[11]

"No hay signos" significa también: no hay dimensión de lo sagrado, no hay ámbito en el que sea posible la apertura del hombre a lo divino, no hay plataforma desde la que el hombre pueda dar el salto a Dios. Sartre pide pruebas, signos. Heidegger ofrece el ser, desde cuya cercanía se puede penetrar en la dimension des Heiligen, en la dimensión de lo sagrado o de lo santo (de la Gracia, traducen algunos), y en ese ámbito puede hacerse posible el acceso a Dios. Pero para Sartre no hay nada fuera del hombre, no hay ser, de modo que Dios no es que no exista, sino que no tiene sentido plantearse su existencia. Así, su obra concluye con las siguientes palabras:

"El existencialismo no es más que un esfuerzo por sacar todas las consecuencias de una posición atea coherente. No busca de ninguna manera hundir al hombre en la desesperación. Pero si se llama, como lo hacen los cristianos, desesperación a toda actitud de incredulidad, parte de la desesperación original. El existencialismo no es tanto un ateísmo en el sentido de llegar a extenuarse en demostrar que Dios no existe. Mas bien declara: aunque Dios no existiera, esto no cambiaría; he aquí nuestro punto de vista. No es que creamos que Dios existe, sino que pensamos que el problema no es el de su existencia; es necesario que el hombre se encuentre a sí mismo y se convenza de que nada puede salvarlo de sí mismo, así sea una prueba valedera de la existencia de Dios."[12]

Por lo que se refiere a la cuestión de la legitimidad de una Ética, para Sartre el hombre no es más que la suma de sus actos, pues "sólo hay realidad en la acción". El hombre, para él, "no es nada más que su proyecto, no existe más que en la medida en que se realiza, no es por lo tanto más que el conjunto de sus actos, nada más que su vida"[13]. Parece que no hay lugar, por consiguiente, para ningún tipo de propuesta ética. Sin embargo, para escapar a la inevitable irresponsabilidad que se desprende de su planteamiento, Sartre intenta sostener cierta forma de moral universal fundamentada en la autenticidad de la libertad:

"Ciertamente la libertad, como definición del hombre, no depende de los demás, pero en cuanto hay compromiso, estoy obligado a querer, al mismo tiempo que mi libertad, la libertad de los otros; no puedo tomar mi libertad como fin si no tomo igualmente la de los otros como fin. En consecuencia, cuando en el plano de la autenticidad total se ha reconocido que el hombre es un ser en el cual la esencia está precedida por la existencia, que es un ser libre que no puede, en circunstancias diversas, más que querer su libertad, he reconocido al mismo tiempo que no puede menos de querer la libertad de los otros. Así, en nombre de esta voluntad de libertad, implicada por la libertad misma, puedo formar juicios sobre los que tratan de ocultar la total gratuidad de su existencia, y su total libertad. A los que se oculten su libertad total por espíritu de seriedad o por excusas deterministas, los llamaré cobardes; a los que traten de mostrar que su existencia era necesaria, mientras que ella es la contingencia misma de la aparición del hombre sobre la tierra, los llamaré deshonestos. Pero cobardes o deshonestos no pueden ser juzgados más que en el plano de la estricta autenticidad. Así, aunque el contenido de la moral sea variable, cierta forma de esta moral es universal. (...) La única cosa que tiene importancia es saber si la invención que se hace, se hace en nombre de la libertad."[14]

Desde el plano de la "estricta autenticidad" es posible formular juicios morales, es posible condenar a "los que tratan de ocultar la total gratuidad de su existencia y su total libertad". La libertad, por tanto, es el punto de referencia absoluto (inamovible) de todo lo demás, aunque sea un punto de referencia, en el fondo, sin fundamentación metafísica; pero es lo suficientemente "absoluto" para que sea posible construir un cierto esquema moral con contenido variable pero con forma fija. "La única cosa que tiene importancia es saber si la invención se hace en nombre de la libertad": ésta es la ética sartriana. Todo lo que niegue la libertad —la libertad radical: el arrojo a la existencia— es condenable desde la libertad. Sin embargo, se trata, como se ha visto, de una libertad sin sentido —origen y fin en la nada—, de modo que, al fin y al cabo, es difícil concretar qué es lo que de algún modo puede oponerse a esa total indeterminación (o más bien qué no se le opone).

Sartre intenta escapar a la irresponsabilidad del hombre desamparado del ser, mostrándole que el proyecto de sí mismo le pertenece absolutamente y que, por consiguiente, sólo él es quien deberá rendir cuentas de su realización. El hombre es responsable de su existencia en la medida en que ésta no arranca del ser sino de la nada. El dueño absoluto del ser (y el ser es sólo el conjunto de las acciones) es, pues, el hombre.

"El primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que es, y asentar sobre él la responsabilidad total de su existencia. Y cuando decimos que el hombre es responsable de sí mismo, no queremos decir que el hombre es responsable de su estricta individualidad, sino que es responsable de todos los hombres. (...)

"Cuando decimos que el hombre se elige, entendemos que cada uno de nosotros se elige, pero también queremos decir con esto que al elegirse elige a todos los hombres. En efecto, no hay ninguno de nuestros actos que, al crear al hombre que queremos ser, no cree al mismo tiempo una imagen del hombre tal como consideramos que debe ser. (...) Así, nuestra responsabilidad es mucho mayor de lo que podríamos suponer, porque compromete a la humanidad entera."[15]

"El existencialista suele declarar que el hombre es angustia. Esto significa que el hombre que se compromete y que se da cuenta de que es no sólo el que elige ser, sino también un legislador, que elige al mismo tiempo que a sí mismo a la humanidad entera, no podría escapar al sentimiento de su total y profunda responsabilidad."[16]

El hombre es, en efecto, absolutamente responsable, pero sería cuestionable el sentido de esa responsabilidad, y su contenido. El hombre es absolutamente responsable porque es absolutamente libre (es más, su definición es la libertad), es decir, es responsable de su libertad. Pero esa libertad no tiene sentido (=orientación, objetivo), pues nace de la nada y a la nada se dirige, de modo que cabría preguntar cuál es el contenido de esa responsabilidad que, en definitiva, es una responsabilidad para la nada. Podría contestarse que su contenido es el hombre y, efectivamente, el hombre es responsable de sí mismo. Pero ¿puede seguir llamándose responsabilidad a la obligación de rendir cuentas de sí mismo solamente ante sí mismo? Sartre introduce ante esta cuestión el concepto de intersubjetividad: la responsabilidad no es puramente individual, sino más bien intersubjetiva. Pero, del mismo modo que preguntamos: responsabilidad ¿ante quién?, surge también la pregunta: responsabilidad ¿sobre qué? Este problema es de más difícil solución. Si el hombre es un impulso de libertad desde la nada hacia la nada, ¿por qué debe comprometerse a nada? La existencia es un compromiso, pero ¿por qué aceptar ese compromiso si tiende irremediablemente a la nada? A fin de cuentas, la responsabilidad afecta al hombre pero sólo formalmente, es decir, sin contenido alguno: es una responsabilidad vacía, paralelamente a como la libertad es libertad sin orientación ni sentido. Porque si no hay Absoluto —y éste es el punto de partida— todo, absolutamente todo, está permitido:

"El existencialista piensa que es muy incómodo que Dios no exista, porque con él desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible; ya no se puede tener el bien a priori, porque no hay más consciencia infinita y perfecta para pensarlo; no está escrito en ninguna parte que el bien exista, que haya que ser honesto, que no haya que mentir; puesto que precisamente estamos en un plano donde solamente hay hombres. Dostoievsky había escrito: 'Si Dios no existiera, todo estaría permitido'. Éste es el punto de partida del existencialismo. En efecto, todo está permitido si Dios no existe y en consecuencia el hombre está abandonado, porque no se encuentra ni en sí ni fuera de sí una posibilidad de aferrarse. No encuentra ante todo excusas. Si en efecto la existencia precede a la esencia, no se podrá jamás explicar por referencia a una naturaleza humana dada y fija; dicho de otro modo, no hay determinismo, el hombre es libre, el hombre es libertad. Si, por otra parte, Dios no existe, no encontramos frente a nosotros valores u órdenes que legitimen nuestra conducta. Así, no tenemos ni detrás ni delante de nosotros, en el dominio luminoso de los valores, justificaciones o excusas. Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace. (...)

"El hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está condenado a cada instante a inventar al hombre."[17]

La moral, por tanto, es como el arte: en ambos casos hay creación e invención; en ambos casos la obra se hace, y no se puede determinar a priori lo que hay que hacer. Sólo se puede juzgar, una vez acabado el proceso, de lo ya hecho. El hombre no está hecho desde el principio, ni siquiera está indicado el camino de su humanidad, como pretende Heidegger, pues su ser se manifiesta al final, una vez hecho, una vez producido, esto es, conducido a la terminación de su "esencia". En este sentido, el hombre se puede definir también como un impulso de producción por la producción, porque el sentido de la producción se agota en ella misma. El hombre es creación a cada instante, en el sentido más propiamente cristiano del término "creación": producción ex nihilo, expulsión de la nada; pero a la vez producción ad nihilum, para la nada. Pero la elección (del proyecto, de la moral), dirá Sartre, no es gratuita, porque el hombre no puede dejar de elegir: el hombre se define sólo en relación con un compromiso[18]. Sin embargo, ese compromiso no posee más sentido que el que cada hombre quiera darle. Se le podrían aplicar las mismas palabras que Sartre aplica a los signos en el mundo: "Sí, hay signos. Admitámoslo: soy yo mismo, de todas maneras, el que elige el sentido que tienen"[19]. Hay necesidad de un compromiso, pero el valor de éste (su sentido) depende en último término de mi libertad, y así mi responsabilidad está vacía. "Ninguna moral general, por tanto, puede indicar lo que hay que hacer". La moral es una invención del hombre, porque el hombre es también inventado por el hombre, y en la invención se agota su esencia. Las conclusiones del existencialismo de Sartre y del de Heidegger permanecen muy lejos una de otra. El existencialismo se debate ante la opción radical por la ética del ser o la ética de la nada, sin posibilidad alguna de término medio. Dicho con otras palabras: se trata de optar por la ec-sistencia (heideggeriana) o por la existentia (de la tradición filosófica en la que nace la modernidad y que Sartre recibe). La ec-sistencia (el ser-ahí, Dasein) se funda en el ser, en cuanto que es su manifestación. La existentia, por el contrario, no se funda en nada, porque no depende de nada, no es manifestación o expresión o dicción de nada. Es la pura libertad, la más absoluta indeterminación que aparece en el universo, en el "cielo inteligible" por casualidad o sin explicación. El hombre, definido como libertad, es responsable ante la nada de nada. No es siquiera responsable ante el otro, porque lo que los otros son también lo decido yo (y ésta es la contrapartida de la intersubjetividad): "Descubrimos enseguida un mundo que llamaremos la intersubjetividad, y es en este mundo donde el hombre decide lo que es y lo que son los otros"[20]. La intersubjetividad como fundamento de la responsabilidad es insuficiente porque está ella misma insuficientemente fundada: el otro depende de mí, como yo dependo del otro. Pero lo que es el otro (y por tanto lo que debe el otro afectarme a mí) lo decido absolutamente yo, y por ello todo comienza y todo termina en mí. El único responsable soy yo, y no el otro, y soy responsable sólo ante mí y sólo de mí mismo (esto es, de nada).

La conclusión se impone por pura exigencia interna del punto de partida mismo: el cierre moderno de la conciencia ante el ser.

"En el punto de partida —dice Sartre— no puede haber otra verdad que ésta: pienso, luego soy; ésta es la verdad absoluta de la consciencia captándose a sí misma. Toda teoría que toma al hombre fuera de ese momento en que se capta a sí mismo es ante todo una teoría que suprime la verdad, pues, fuera de ese cogito cartesiano, todos los objetos son solamente probables y una doctrina de probabilidades que no está suspendida de una verdad se hunde en la nada; para definir lo probable hay que poseer lo verdadero. Luego para que haya una verdad cualquiera, es necesario una verdad absoluta; y ésta es simple, fácil de alcanzar, está a la mano de todo el mundo; consiste en captarse sin intermediario."[21]

Éste es el punto de partida para Sartre. Ahí se habla de verdad, de verdad absoluta, de la verdad como fundamento de lo probable, y esto contrasta duramente con el propio planteamiento del existencialismo, tanto que podría suscitarse la cuestión de si los presupuestos de la doctrina son contradictorios entre sí. En efecto, si el punto de partida es el cogito, el pienso, luego soy cartesiano, nos hallamos de antemano no con un proyecto de hombre sino con una realidad acabada. Cuando Sartre habla de verdad y la coloca en el lugar de las premisas de su filosofía, debemos preguntarle: ¿y qué es la verdad? ¿Qué es la verdad si lo absolutamente previo es la nada? Y si hay una verdad absoluta previa a todo (previa al planteamiento mismo de toda pregunta, tanto por el hombre como por el ser), entonces debemos reconocer que hay un Dios, esto es, que hay un orden de ser o un orden de inteligibilidad. ¿Qué puede ser, sino el ser, ese "cielo inteligible" previo al lanzamiento del hombre a la existencia y en el cual el hombre es arrojado[22].

Aunque ya se ha citado anteriormente, volvamos a prestar atención al siguiente texto:

"¿Qué significa que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así, pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como él se concibe después de la existencia, como él se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es el primer principio del existencialismo."[23]

¿Por qué el hombre empieza por existir, por qué se encuentra, cómo surge en el mundo antes de toda definición? ¿Quién o qué introduce ese comienzo? ¿Qué da lugar al surgimiento? ¿Quién da el impulso hacia la existencia, antes de que el hombre sea hecho? ¿Qué es ese "mundo" en el que surge el hombre y que parece ser previo al hombre mismo? ¿Qué es en definitiva lo absolutamente previo? Estas cuestiones quedan planteadas a la filosofía de Sartre. Heidegger atenderá a ellas en la Carta sobre el humanismo y señalará algunas de sus respuestas, aunque de un modo incompleto. La insuficiencia metafísica del pensamiento sartriano se manifiesta claramente en ese conjunto de cabos que permanecen por atar.

SINTESIS CRITICA

A modo de síntesis, podemos resumir los aspectos criticables de la obra sartriana en los siguientes puntos:

1. El punto de partida absoluto es el cogito, que se autofundamenta pero que imposibilita el acceso a "lo otro". La filosofía de Sartre constituye la máxima radicalización del planteamiento moderno del punto de partida, por lo que puede hablarse de ella como de "tardomoderna". Sartre dirá de Descartes que su filosofía expresa la "instauración del hombre radical como libre". Pero esa libertad fundante es, como se ha visto, una libertad sin sentido. La insuficiencia de las conclusiones (para dar razón del mundo, del yo, del ente en general) manifiesta la insuficiencia del punto de partida (el cogito cartesiano), como mostrará también Heidegger.

2. El lanzamiento de la existencia es un lanzamiento de la nada hacia la nada. Pero de la nada no surge nada, luego la existencia queda sin fundamentación: nace de lo desconocido y se orienta por lo desconocido. Así, pues, de la existencia sólo se puede hablar desde la existencia, que es hablar desde lo no fundamentado, de modo que lo que se impone es el silencio absoluto: no se puede hacer filosofía desde el planteamiento sartriano.

3. La filosofía de Sartre es, además, incapaz para fundar una ética sólida, porque en ella no es posible la antropología (metafísica): cada hombre construye su esencia a partir de la nada y para la nada, de modo que no tiene sentido proponer un deber que oriente el obrar. Por otra parte, la intersubjetividad es también insuficiente para fundar la responsabilidad, pues el otro depende de mí radicalmente, porque lo que el otro lo decido absolutamente yo, como se ha visto.

4. La metafísica de Sartre parte del dualismo tradicional esencia-existencia y desde sus presupuestos no es posible ni siquiera el planteamiento de su superación. Sartre opta decididamente por la existencia, pero ésta, desgajada del ser, queda sin explicación. Heidegger podría reprochar a Sartre su alejamiento de la "cercanía del ser", que le impide incluso tomar conciencia del problema. Heidegger va más allá de Sartre en cuanto que pretende superar la modernidad misma y escapar al cierre de la subjetividad mediante la apertura al ser. El rígido esquema tradicional esencia-existencia —del que no acaba de desprenderse Sartre— es ya insuficiente para dar razón última de las cosas y es necesario ahondar más, hacia el porqué de la esencia y de la existencia. Una existencia que no es más que un puro lanzamiento desde lo desconocido (desde la nada) hacia lo ignoto no sirve para elaborar una filosofía sólida y coherente.

5. Sartre representa el paso inmediatamente previo al advenimiento de la postmodernidad, en la que ya no queda nada que decir y el ser (la existencia) se interpreta como mera máscara en el teatro de la conciencia. Se puede afirmar que la modernidad llevada a su extremo es la filosofía sartriana, después de la cual el olvido del ser denunciado por Heidegger se hace definitivo y el pensar mismo se debilita hasta llegar al mínimo imprescindible para vivir. La vida vence una vez más a la filosofía, pero aquélla queda finalmente sin sentido. El hombre es una pasión inútil, pero que ahora hace epojé de sí mismo (de su "definición"), de su carácter de pasión inútil: se vuelve arreflexivo y olvida también el pensar, de modo perfectamente coherente con el planteamiento sartriano, que no había dejado lugar para el contacto con el fundamento. El hombre queda olvidado en la vida, que es sólo espontaneidad sin sentido, un instante que no se piensa ya ni como instante.

 

                                                                                                             P. G. S. (1984)

 

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[1] Jean-Paul SARTRE, El existencialismo es un humanismo, pp. 13-14.

[2] Ibid.,pp. 16-17.

[3] Cfr. Ibid. pp. 25-27.

[4] Ibid., p. 17.

[5] Martin HEIDEGGER, Carta sobre el humanismo, Ed. Huascar, Argentina, 1972 (Edición conjunta: Martin Heidegger, Carta sobre el humanismo; Jean-Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo); p. 84.

[6] Jean-Paul SARTRE, loc. cit., p. 59.

[7] Ibid., pp. 59-60.

[8] Ibid., p. 42.

[9] Ibid., p. 17.

[10] Ibid., p. 22.

[11] Ibid., p. 32.

[12] Ibid., pp. 60-61.

[13] Ibid., p. 37.

[14] Ibid., pp. 54-55.

[15] Ibid., pp. 17-19.

[16] Ibid., pp. 20-21.

[17] Ibid., pp. 25-27.

[18] Ibid., pp. 50-51.

[19] Ibid., p. 32.

[20] Ibid., p. 45.

[21] Ibid., pp. 42-43.

[22] Ibid., p. 17.

[23] Ibid., pp. 16-17.