SENDER, Ramón J.

Requiem por un campesino español

Destino, Barcelona 1977.

Es ésta casi una narración, apenas llega a ser una novela corta. Los medios expresivos están usados con una especie de sobriedad tal, que más parece cansada torpeza; no es incorrecto, pero tampoco es un ejemplo de arte literario. Podría encuadrarse dentro del realismo español tradicional, vagamente costumbrista o social. Los rasgos líricos están usados también conforme a una técnica por demás tópica y repetida, común a todos los escritores de la primera parte del siglo XX.

La técnica: contrapunteado del presente estático y de un pasado que es la anécdota principal del libro. El sacerdote Mosén Millán espera en la sacristía a los fieles para la Misa de Requiem del campesino español, Paco el del Molino. En este mudo aguardar se recuerdan, paso a paso, los escalones vitales que conducen a la muerte del campesino.

El argumento es casi lo que se acaba de relatar. El pueblo en el que sucede la acción tiene unos territorios que pagan a un lejano duque. Paco-niño será monaguillo de Mosén, y, muy pronto, manifestará una singular preocupación por el sufrimiento de los pobres: esta piedad infantil será después ímpetu revolucionario contra el duque y los cabecillas fascistas que persiguen a los republicanos que derrocaron a la monarquía. La acción, pues, transcurre a lo largo de la Monarquía de Alfonso XIII, la República y el Levantamiento con los asesinatos; uno de ellos es el de Paco.

Crítica ideológica: denota el autor un desconocimiento religioso grande, manifestado en las múltiples referencias litúrgicas, a los Sacramentos, y en general, a la realidad del sacerdocio, la fe, la Iglesia, etc. Este desconocimiento —que quizá podría decirse que excusó al autor en 1950— es hoy una pertinacia en la ignorancia un poco incomprensible en lo que se refiere a los detalles materiales; lo que se refiere a las ideas o convicciones relativas a la fe es otra cosa. No se piense que Ramón J. Sender plantea un ataque a la Iglesia Católica, sino, lo que quizá es peor, que la presenta como algo que ya no tiene ninguna trascendencia: Mosén Millán es un poco tonto, crédulo. Puede uno pensar que es cobarde, sin categoría humana ni firmeza en su fe..., es todo él y su entorno algo cansino, caduco, que se arrastra como una aburrida hora..., pero a la vez amable, como una cosa vieja, como algo que ni merece ser odiado.

En cambio Paco es, ya desde niño, el lleno de vitalidad, de amor a los pobres, él es el brioso, el simpático, el atractivo, el héroe... Dejará de ser monaguillo porque... hay que vivir: las mujeres y la justicia. (Esas pueden ser las motivaciones. La Iglesia pues, está muerta y es injusta por omisión y por su blando pacto con los poderosos, injustos poderosos; quizá la Iglesia [Mosén Millán] se lamenta, y se queja..., pero como una vieja apagada y tediosa).

Los malos, es claro, son el duque y los tres ricos del pueblo.

Los otros simpáticos son el zapatero anarquista, la alegre desprejuiciada, y el pueblo en general.

El cura, por el contrario, es bobo, tontorrón y cansado.

Ramón J. Sender cuenta todo esto como con desgana, como de lejos, muy sin pasión... pudiera parecer objetividad... y sin embargo, quitada la máscara, es todo de una simplicidad de guiñol.

La escena final es verdaderamente triste: nadie va a la Misa de Requiem por Paco, el héroe, el rebelde, el defensor de la justicia. El cura se ha quedado solo en su fría y desabrida iglesia, el cura que no sin verdad podría ser calificado de traidor. Solamente van a la Misa los tres ricos del pueblo, a los que se les llama asesinos, y quizá lo sean, que es peor.

Pero hay otro asistente: un potro, que algún bromista hizo entrar en la iglesia, porque son eso Mosén Millán y sus cosas: cosa de risa.

Este es el final.

Si desgraciadamente ha habido sacerdotes de pueblo tan idiotas que, por serlo, han parecido traidores; si los ha habido tan tibios que han hecho de su llamada y Sacramento un automatismo; si de su ambigüedad humana han hecho un cobijo cómodo junto a los ricos injustos... sea. Pero Sender simboliza, pretende universalizar y decirnos: eso es la Iglesia. Y sacar consecuencias: la fe y la vida religiosa son cosa de risa.

Lo demás (ricos, pobres, duque, gente de pueblo...) si tiene sentido es en función de lo dicho. Es curioso, pero tiene sentido en función de lo dicho: Paco el del Molino es el héroe de la justicia en pro de los pobres en vez de la Iglesia. El pueblo y sus simpáticos personajes vivos y bullangueros lo son en vez de la triste y cansina y muerta Iglesia.

Pobre artísticamente, pobre en ímpetu humano, pobre en vuelo espiritual, es sin embargo tristemente malvada. No se quiere decir que lo sea Sender; sin duda debe ser terrible la muerte de su esposa y un hermano (en la contraportada se lee que fueron fusilados en la zona nacional), pero no deja de ser este libro fruto del odio.

Apoyándose quizá en algunos hechos de experiencia —prepotencia de los ricos, situaciones sociales injustas, tibieza de sacerdotes...—, dice grandes mentiras y enuncia dañosas conclusiones: la Iglesia es algo muerto, es un disfraz para cansados e hipócritas.

Conclusión: este libro fácilmente fomenta el odio, mueve a despreciar a los sacerdotes y se burla de la Iglesia.

Todo esto está escrito como desganadamente, y puede entrar en un ánimo no alertado como entra el perfume, ante el que no hay que hacer nada para que cause efecto en el lector.

 

                                                                                                                 N.N. (1978)

 

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