STEINEM, Gloria

Revolución desde dentro. (Un libro sobre la autoestima)

Anagrama, Barcelona 1995, 473 pp.

(tít. or.: Revolution from Within. A Book of Self-Esteem, Little, Brown & Company, New York 1992).

 

I. INTRODUCCIÓN

La obra está dividida en siete capítulos, una presentación del libro (Prefacio personal), y algunas referencias bibliográficas sobre la autoestima, además de un apéndice, titulado Guía para la meditación, en el que se recogen algunos consejos para hacer operativa la autoestima.

La autora ha sido durante muchos años directora de una revista autocalificada como feminista, llamada Ms., y actualmente es asesora editorial de la misma publicación. En los agradecimientos que recoge al final del libro se encuentra el Grupo Voters for Choice, constituido en su mayoría por personas que han pertenecido o pertenecen a diferentes confesiones cristianas, y reclaman el reconocimiento de un derecho al aborto. Algunas de ellas han trabajado en colaboración con Organizaciones Gubernamentales de USA y Canadá, que han invertido en la redacción del esquema del Informe presentado por Naciones Unidas sobre Población y Desarrollo, en mayo de 1997, El derecho a optar.

Se ha incluido en el libro una explicación inicial del mismo, llamada por la autora "prefacio personal", que da una idea bastante ajustada de lo que pretende con la publicación. En un primer momento, se trataba de constatar los obstáculos existentes para hacer realidad la igualdad de varones y mujeres. En los últimos años ha habido un avance progresivo de medidas en favor de la igualdad, de manera que la propia autora reconoce el despliegue de "medidas externas". Pero al mismo tiempo, hay todavía muchas mujeres que no terminan de asumir la confianza en sus propias posibilidades, lo que implica que en muchos casos, el problema se encuentra en las "medidas internas". Por esta línea, la autora recondujo el libro, confirmando que la cuestión central está en recuperar la autoestima, teniendo en cuenta que no sólo es necesario para las mujeres, sino para todo ser humano.

Se ha utilizado la versión en castellano, que tiene una lectura bastante asequible, aunque no está claro si la traducción de los términos ha sido retocada o no.

 

II. Contenido

Como se ha dicho al principio, la obra se divide en siete capítulos, cuyo contenido se resume a continuación:

1. Qué es la autoestima

Este capítulo está dividido en tres partes:

a) La primera se denomina Parábola del Plaza. Narra la autora una infancia en una zona humilde del Medio Oeste americano, en donde "se valoraba a los hombres por sus acciones y a las mujeres por su físico, y más adelante por lo que hacían sus maridos, y toda la vida estaba organizada de fuera hacia dentro" (p. 31).

En ese contexto, la elección entre el pan o las rosas, inclinaba la balanza hacia lo primero, no siendo posible que nadie se planteara en qué consiste la autoestima.

Cuando la autora está en la treintena es cuando dice descubrir que las personas que consideraba poderosas también sufrían, aunque por razones diferentes a las que provocaban en ella el sufrimiento. Y de ahí concluye que en ambos casos, el objetivo era el mismo: el equilibrio entre el yo individual y las demás personas, entre la singularidad y la unidad, entre lo programado y lo accidental, entre nuestro yo interno y el universo" (p. 32).

A partir de este momento, la autora narra varios sucedidos en su trabajo como periodista, que tuvieron lugar en el Hotel Plaza, y en los que se manifiestan las diferencias de trato para las mujeres. Se cuestiona cómo ella misma ha sido capaz de participar en manifestaciones y protestas reclamando derechos civiles, o igualdad racial, y sin embargo, ha sido más lenta para tomarse en serio una batalla en favor de la igualdad y la no discriminación por razón de sexo. Todo su proceso de integración en esa "batalla" le lleva afirmar que empezó "a comprender que, si bien la autoestima no lo es todo, nada tiene valor sin ella" (p. 37).

b) el segundo se denomina Ideas modernas y una antigua sabiduría. Describe el proceso de creación y programación de trabajo del Equipo Operativo para la Promoción de la Autoestima, en el Estado de California.

Junto a los chistes que supuso que la Administración creara el equipo, la autora no le niega rigor y seriedad, admitiendo que ese equipo es una herramienta de prevención para problemas como la drogadicción o el analfabetismo.

La primera fase del trabajo consistió en recopilar y realizar estudios especializados, sobre la influencia de la autoestima en los siete grandes ámbitos: "crimen y violencia, abuso del alcohol, consumo abusivo de drogas, embarazos de adolescentes, malos tratos conyugales y contra los niños, dependencia crónica de la asistencia pública y fracaso escolar" (p. 40). La conclusión fue que la baja autoestima era un factor causal primario.

En una segunda fase, el equipo analizó los programas aplicados con buenos resultados en escuelas y cárceles, entre otros; y en la tercera se recogieron métodos y programas para aplicar en otros centros.

A todo ello se añade un calendario de debates a diferentes niveles, y en centros educativos: "por ejemplo, en un distrito escolar que inició actuaciones para mejorar la autoestima del profesorado, la proporción de enseñantes que declararon tener proyectos de abandonar su puesto de trabajo se redujo del 45% a un 5% en un plazo de un año" (p. 41). La experiencia positiva suscitó un interés a nivel nacional, teniendo en cuenta que el presupuesto invertido en el equipo fue inferior al coste de mantener en la cárcel a un solo joven de 21 años, con condena de cadena perpetua, según señala la propia autora (p. 42).

Sin embargo, no se consiguió extender la experiencia a otros lugares de los Estados Unidos, según la autora por culpa de la derecha religiosa (p. 43). La divergencia entre el interés de la base por la autoestima, y el escaso respaldo gubernamental, se debe a la idea de que "una autoridad personal interna resulta inquietante para las personas habituadas a recibir órdenes desde fuera, y sin duda también para quienes suelen dar esas órdenes. Al mismo tiempo, si sólo la autoridad externa merece ser tenida en cuenta, cualquier experiencia personal íntima se convierte en una frivolidad" (p. 43).

La autora recuerda que la autoestima no es una idea nueva, sino más bien antigua, que se ha expresado de modos muy diversos en la historia, y que identifica con el amor a uno mismo —en francés, amour propre— y con amor propio o buena opinión de sí mismo para los hispanohablantes. Posteriormente, hace un balance histórico parcial de cómo se ha entendido la autoestima en las distintas culturas y corrientes de pensamiento, para concluir afirmando: "cuanto más antigua es una doctrina, mayor importancia parece conceder al autoconocimiento y el autorrespeto como fuente de fortaleza, de rebeldía y de una cierta metademocracia, una unidad con todo lo viviente y con el propio universo" (p. 46). Por ello, recuperar la autoestima como natural sabiduría interna, rechazando las diferentes formas de patriarcado, o racismo, supone una verdadera revolución desde dentro.

c) la última parte de este capítulo es denominada "premisas y parábolas", en la que establece los presupuestos de los que parte para contar en los siguientes capítulos las experiencias (personales o ajenas) sobre la autoestima.

Steinem señala en primer lugar que la autoestima es personal. Cuenta su propia historia. A raíz de un trabajo intenso dentro del mundo del periodismo, y para la defensa del movimiento en favor de los derechos civiles, y del feminismo después, encuentra un libro que narra las carencias de Marilyn Monroe, y que según su autor justifican toda su conducta. Este libro[1] reaviva en Steinem su infancia. Un padre que trabajaba permanentemente fuera del hogar, y una madre depresiva y descuidada, que después del divorcio —cuando ella tenía 10 años— se convierte en un ser distante y aislado. Esta situación motiva el escape de la autora hacia el ámbito profesional, intentando olvidar las carencias. "Un recurso para volver la espalda a un pozo de necesidades que temía pudiera tragárseme si reconocía su existencia" (p. 53). Esto le lleva a concluir que las personas adultas tienden a tratarse como las trataron en la infancia. "Sólo cuando adquirimos conciencia de los viejos patrones que no hemos escogido, podemos cambiarlos, y aún así el cambio, por favorable que sea, al principio sigue despertándonos un sentimiento de fría soledad" (p. 53). Y por este motivo, termina señalando como pauta la referencia de la terapia en Alcohólicos anónimos: "o lo desentierras o repites" (p. 54).

Junto a la dimensión personal de la autoestima, Steinem se refiere a que la autoestima es contagiosa. La argumentación empieza contando la historia de Bill Hall, profesor de lengua inglesa en el Harlem hispano, y promotor de las sesiones de ajedrez para chicos y chicas en esa zona marginal de Nueva York. Aunque eso no les serviría para encontrar trabajo, la autora afirma que el profesor "les daba algo que escaseaba en sus vidas: la plena y sincera atención de una persona que creía en sus posibilidades" (p. 56).

Lo que empezó siendo una distracción, fue progresando, y la participación en competiciones con distintos colegios, así como el encargo de capitanear al grupo —que iba variando en cada competición— fomentó la mejora de los chicos y chicas, que no sólo fueron buenos jugadores de ajedrez, sino también mejores estudiantes. La lección es la frase del entrenador de fútbol americano Vince Lombardi: "la confianza es contagiosa, la inseguridad también" (p. 60).

La autoestima es —según la autora— descubrimiento de uno mismo. La afirmación inicial es justificada en la experiencia de Marilyn Murphy, cuya autoestima —a juicio de Steinem— "se inició en el momento en que se decidió a destaparse, manifestándose públicamente como lesbiana" (p. 67).

Después, pasa a contar la historia de Gandhi, afirmando que "la experiencia de la humillación de la jerarquía le condujo a abandonar la identificación con el modelo opresor, y gracias a ello descubrió un importante secreto: un dirigente que se sitúa por encima de su pueblo no puede elevar su autoestima" (p. 73).

La conclusión es que en ambos casos (Marilyn M. y Gandhi) los protagonistas intentaron vivir la mitad de sus vidas de acuerdo con un falso yo, y "conectaron con su fortaleza personal cuando decidieron seguir los dictados de su voz interior" (p. 74).

La autoestima es física: en este sentido, y a partir de la experiencia de un grupo de mujeres de la India, Steinem señala que en ocasiones se desvaloriza a las personas por su cuerpo, bien sea por la raza, o por la apariencia física, o por la discapacitación o por la edad. En todo caso, señala que "si los sentimientos de inferioridad tienen sus raíces en nuestro cuerpo, la autoestima también debe empezar por él" (p. 78).

La autoestima es amor: para explicarlo, la autora se refiere a una amiga suya, compositora, que durante muchos años buscaba en los hombres, no sólo la posible embriaguez del enamoramiento, como dice la autora, sino también lo que a ella misma le faltaba. Durante cinco años decidió no tener relación con ningún hombre, hasta no descubrirse a sí misma. Y terminó enamorándose y casándose con un hombre del que previamente había sido muy amiga, que la valoraba, le pedía opinión, y la escuchaba (p. 80). "Decir que no podemos amar a otras personas si no nos amamos a nosotras mismas es aparentemente una frase manida, pero no por eso deja de ser cierta" (p. 81).

Por último, la autoestima es cósmica. Respecto a esta última característica de la autoestima, la autora narra la historia de Tom, hijo de una madre apocada y pasiva, y de un padre acaudalado, al que fomentaron una visión de control sobre todo lo que existe; educándole en un contexto de prepotencia, de adulación con el convencimiento de estar por encima de todo. Sin embargo, esa situación llevó consigo la soledad y el apartamiento del resto del mundo, que fueron causa de una importante depresión. La contemplación de la naturaleza y de todo el universo, en la situación depresiva en que se encontraba, le hicieron reaccionar, y también el consejo de un profesor: "llevas todo el potencial del universo dentro de ti. En segundo lugar, también lo encontrarás en el interior de cada uno de los demás seres humanos" (p. 83).

2. Nunca es demasiado tarde para recuperar una infancia feliz

Siguiendo la sistemática del capítulo anterior, también éste está dividido en varios apartados.

a) La primera es llamada La criatura que llevamos dentro. En ella explica que a pesar de la situación de su madre, puso todos los medios para hacer saber a ella y a su hermana que "no debíamos hacer nada para ganarnos su cariño. Nos quería y nos valoraba exactamente tal como éramos" (p. 87). Y esto era una clara ruptura con un pasado en el que su madre creció: un ambiente donde dominaba la disciplina sobre el cariño.

Esta seguridad de ser amadas y dignas de cariño, valoradas y valiosas, tal como somos, independientemente de lo que hagamos, es el punto de partida para la forma más fundamental de autoestima" (p. 88). A partir de aquí, la autora explica el proceso de crecimiento de la autoestima en las distintas fases de la vida, desde el momento de la infancia. De otro modo, las familias y las culturas que no lo fomentan, hacen crecer el falso yo, origen de numerosísimos problemas. De hecho, afirma "el milagro de haber recibido desde pequeñas el cariño incondicional de mi madre nos ayudó a superar, a mi hermana y a mí, la posterior negligencia y los tiempos difíciles que vinieron luego, cuando ella empezó a sufrir depresiones y a encerrarse en su propio mundo" (p. 90).

Sin embargo, la autoestima esencial de la infancia no es suficiente, y es necesario también en la edad adulta "un cariño que nos diga: te juzgue como te juzgue el mundo, yo te quiero tal como eres" (p. 91). Con todo, la falta de una autoestima esencial en la infancia es mucho más difícil de curar. Y parafraseando a Hemingway, la autora hace uso de la conocida frase: "el mundo nos lastima a todos, y luego, algunos sacan fuerzas de sus heridas" (p. 91). En los sistemas autoritarios, el valor intrínseco de la persona es considerado como una amenaza, cuando en realidad la existencia de un imperativo interior es lo que impulsa a los seres humanos a desarrollarse.

b) El segundo apartado se denomina Localizar las antiguas heridas. La autora señala que en muchas ocasiones, los problemas de las personas adultas tienen su explicación en los procesos de la infancia. Aunque se ha criticado esto para estudiar las acciones criminales de muchos sujetos, que en definitiva actúan con libertad; pero casi siempre, tienen unos precedentes infantiles que no son positivos. De hecho, explica que siguiendo a Alice Miller, las doctrinas pedagógicas utilizadas en Alemania fueron la semilla perfecta para que germinara la teoría nazi. De acuerdo con esas doctrinas, se inculcaba —entre otras cosas— que el superior no se equivoca nunca, haciendo así que el grado de sumisión fuera total, y la crítica nula.

"En la vida cotidiana, la represión excesiva y el consiguiente debilitamiento y menosprecio del yo puede materializarse en algo tan habitual como la constante incitación a la imitación, el cumplimiento de instrucciones y la obediencia a rajatabla" (p. 105). En definitiva, la autora entiende que toda persona tiene un yo auténtico que aguarda el momento de salir a la luz.

c) El tercer apartado está titulado "Parábolas del retorno". Se inicia cuestionando cuál es la diferencia por la que personas que han tenido una infancia triste y penosa, en unos casos transmiten el sufrimiento a sus hijos, y en otros casos no sucede lo mismo. La razón es que "nuestras hijas e hijos son las únicas personas en quienes podemos desquitarnos sin riesgo por el daño que sufrimos" (p. 107). Pero al mismo tiempo, los estudios consultados permiten afirmar que sólo entre una cuarta y tercera parte de todas las niñas y niños maltratados reproducen la conducta con su prole.

En este contexto, para que sea posible salvarnos, "sólo se requiere una condición: que al menos una persona haya respaldado nuestros auténticos sentimientos en la infancia, indicándonos que nuestro auténtico yo era visible para los demás y realmente existía" (p. 109). A continuación, Steinem inserta algunos relatos de personas que han sido capaces de recuperarse después de un contexto infantil negativo (prejuicios, violencia, ira, humillación), o de la ausencia de ciertas cosas (atención, apoyo, respuestas, etc.).

En todos los casos narrados, los protagonistas son personas que un buen día encontraron a alguien que se fió de ellas, y que les sirvió de estímulo para iniciar el retorno. En otros casos, como también narra la autora, ha habido dirigentes comunitarias dispuestas a encabezar el retorno de pueblos enteros, en los que se ha pasado de la indiferencia entre las familias, a la colaboración estrecha para la reconstrucción de la propia comunidad.

Termina este apartado contando la propia historia de Alice Miller, que después de un proceso lento, consideró que el psicoanálisis "no solo no sirve de ayuda sino que es perjudicial" (p. 133), y ha renunciado a identificarse como psicoanalista, proponiendo como alternativa "el proceso curativo de la rememoración" (p. 134).

d) El último apartado de este capítulo se titula Toda persona puede ofrecerse los cuidados que no tuvo. Partiendo de la base de que el inconsciente es intemporal, Steinem afirma que "nuestro cerebro conserva almacenados en sus células los hologramas de todas las experiencias pasadas que nos han marcado, listas para ser recuperadas. Si logramos encontrar la vía para volver a conectar con ellas —ya sea por azar o a través de una búsqueda consciente— el pasado se hará presente en ese instante" (p. 135).

Sin embargo, no existe una sola vía. A veces, una amistad o una manifestación de confianza nos pueden ayudar a emprender el camino. Cuando las heridas son más profundas, será más difícil el proceso, y en todo caso, será necesario un entorno más seguro. "En general, cuanto más profunda sea la herida, mayor empatía deberá ofrecernos la persona que nos guíe, o al menos, será preciso entregarse con plena confianza a un proceso que nos inspire seguridad, para que el inconsciente que nos ha protegido durante años se decida a emprender el viaje de retorno" (p. 136). Teniendo en cuenta que el viaje permite no sólo curar las heridas sino también recuperar el núcleo más auténtico de la persona.

3. La importancia de desaprender lo aprendido

a) El primer apartado se llama Parábolas universitarias. Lo inicia con una afirmación categórica: "antes de poder empezar a valorarnos como somos, debemos desmitificar los poderes que nos han dictado cómo debíamos ser" (p. 141). A partir de aquí, menciona la evolución vivida por sus compañeras de promoción, que pasaron de asumir una educación tradicional, a protagonizar las protestas del feminismo inicial; de admitir como válido el esquema y los roles atribuidos a las mujeres, a cuestionarse la realización de tareas domésticas por parte de los hombres, etc. Las diferencias esenciales se daban entre las mujeres que habían tenido que trabajar y sacar adelante a sus familias —descubriendo así la importancia de la autonomía de las mujeres— y aquellas otras que se habían casado con hombres situados, con suficientes ingresos para tener a mujeres dependientes. Sin embargo, la cuestión económica no es la clave de la diferencia. "La explicación de fondo está en el tipo de educación que absorbimos las universitarias. Sus contenidos (...) nos hicieron más vulnerables a prácticas perniciosas" (p. 149). La autora cita entre esas prácticas perniciosas, el haber asimilado sistemas filosóficos basados en dualismos de género y —en muchos casos— basados en la inferioridad femenina; el haber aprendido las lecciones de los clásicos, con esquemas paternalistas; la lectura de la historia, que atribuye el poder y el protagonismo sólo a los hombres; la infrarrepresentación de las mujeres en los altos niveles de educación; y en algunos casos, el quedar relegadas como mujeres por haber recibido una educación de hombres.

A pesar de todo, la autora reconoce que son muchas las mujeres que han puesto en duda las lecciones de generaciones e incluso milenios en torno al papel de las mujeres en la sociedad. En unos casos ese proceso se ha llevado a cabo a través de la educación; en otros casos, hay muchas autodidactas que han llegado a la igualdad sin necesidad de haberla estudiado. Por supuesto, entre estas experiencias, incluye el hecho de que "no habiendo oído hablar jamás de reivindicaciones feministas, habían decidido sus propias prioridades: acceso a los anticonceptivos y al permiso de conducir; control sobre sus cuerpos y sobre la camioneta familiar. Dos formas de acceder a una mayor libertad" (p. 152).

b) El segundo apartado se titula Es peligroso aprender demasiado, y empieza con una referencia a la disociación entre la discriminación por razón de raza y de sexo. "Si la conciencia de la injusticia constituye un paso importante para avanzar hacia la justicia y la autoestima, nuestra educación sin duda mermó nuestras posibilidades de acceder a ambas" (p. 154). A esto, añade la autora otros dos factores:

— el primero, las buenas calificaciones que en muchos casos son mejores para las mujeres que para los hombres.

— el segundo, los rasgos caracterológicos que se consideran inherentes a la mujer, y que impiden su avance. "Si la abnegación, la anulación de los deseos personales, el temor al conflicto y la necesidad de aprobación se consideran parte de la personalidad natural de la mujer, para qué buscar explicaciones alternativas" (p. 154).

Según la autora, las aportaciones de los seminarios de investigación sobre cuestiones de género han supuesto una corrección de los patronos educativos utilizados hasta ahora. A partir de aquí, realiza un repaso rápido a algunos estudios que han constatado la baja autoestima de las mujeres cuando avanzan desde la infancia hacia la madurez: "los chicos lo achacan a la materia, mientras las chicas se culpan a sí mismas" (p. 158).

Gracias a los programas de educación no sexista, el planteamiento diferencial va disminuyendo, aunque el hecho de que en los cuadros directivos y en el diseño curricular haya una mayoría de hombres, supone una dificultad y resulta un modo de mantener la baja autoestima de las mujeres.

Por otra parte, "las activistas han tendido a concentrarse en la reivindicación de la igualdad de acceso a la educación existente, más que en exigir cambios fundamentales en los contenidos enseñados. Incluso una pionera intelectual como Simone de Beauvoir habló de la rebelión de las mujeres como cosa del presente y del futuro, sin reivindicar la recuperación de los testimonios de las rebeliones de nuestra historia pasada" (p. 167).

Con ello, Steinem pretende mostrar que lo importante no es sólo aumentar la incorporación de mujeres a los distintos ámbitos de la sociedad, sino proporcionar una nueva mirada. "Si el análisis del sexismo sólo se aplica a la situación de las mujeres, sólo se consigue reforzar su sentimiento de que quienes tienen el problema son ellas, sin sensibilizar a los hombres respecto a las limitaciones que también ellos sufren" (p. 168). En este sentido, es especialmente importante el papel de las Universidades que deberían fomentar la autoestima tanto de mujeres como de hombres, teniendo en cuenta que en muchos casos, la asistencia a la escuela hace decrecer la autoestima entre todos los sectores del alumnado. Por esa razón afirma la autora: "tenemos que empezar a desprendernos del respeto que nos han inculcado hacia una educación que socava nuestro autorrespeto. No estará de más examinarla detenidamente e intentar desmitificarla" (p. 170).

c) La seducción de la ciencia es el título del tercer apartado de este capítulo. Steinem parte de la necesidad de una crítica permanente a los ámbitos supuestamente más objetivos de la enseñanza: "cuanto más independientes de cualquier juicio de valor pretenden presentarse, más importante es mantener una perspectiva crítica" (p. 172).

La autora parte de la base que la autoridad de las religiones es sustituida por la autoridad de la ciencia, sobre todo a partir del siglo XIX, recayendo sobre ésta "la tarea de explicar, justificar y ofrecer normas a la sociedad" (p. 173). Teniendo esto en cuenta, los estudios realizados desde la craneología (ciencia que aglutina todas aquellas ciencias que estudian las diferencias humanas) ofertaron pruebas de la mayor capacidad "craneana" de los hombres, añadiéndolas a los tópicos biologistas que se utilizaban en el mismo sentido. La suma de todo ello "contribuyó eficazmente a legitimar la supremacía de los hombres blancos" (p. 175). Sin embargo, las contradicciones internas y externas entre los estudiosos de la craneología, hicieron que el análisis desde esta perspectiva sucumbiera —según la autora— a principios del siglo XX. "En los años siguientes, nuevas muestras más amplias y aleatorias acabaron de confirmar lo que ahora es bien sabido, esto es: que no existen diferencias raciales consistentes en cuanto al tamaño medio del cerebro, y que tanto en el caso de los hombres como de las mujeres, la inteligencia no guarda la menor relación con las dimensiones del cráneo ni el tamaño del cerebro, salvo acusadas desviaciones de la norma" (p. 179).

Lo mismo podría decirse de los estudios biologistas que han quedado claramente desacreditados. "Lo cierto es que actualmente, la craneología y otras teorías del siglo XIX encaminadas a justificar las diferencias entre diversos grupos en general parecen ridículas. Justamente por eso es importante recordar que fueron consideradas respetables en su tiempo y acoger con sano escepticismo otras teorías actualmente en boga, que con los años podrían demostrarse igualmente engañosas, nocivas para la autoestima y erróneas" (p. 181).

d) El último apartado se denomina Medidas modernas. Con ello se pretende constatar que la desaparición de la craneología o de los tópicos biologistas no ha impedido el nacimiento de nuevas teorías que han buscado una jerarquización científica entre los seres humanos.

Por ello, muchos profesionales de la psicología y de las ciencias de la educación han buscado la sustitución de las antiguas teorías en la elaboración de tests, diseñados con criterios científicos, que son fácilmente cuantificables, y de aplicación masiva. Esto posibilitó una atención más personalizada a la población, pero pronto se detectó que "había muchas similitudes entre aquellos tests escritos y los anteriores criterios craneológicos" (p. 186). "Más de veinte años de criticas contra la parcialidad e imprecisión de esos tests y la subordinación de sus predicciones generalizadas sobre grupos concretos a unos prejuicios previos, así como su incapacidad de predecir la evolución a largo plazo de los individuos, comienzan a surtir efecto" (p. 187). Y en 1989, un tribunal federal determina que la sola utilización de los test para la concesión de unas becas por méritos era discriminatorio para las mujeres. A partir de entonces, se empieza a conceder importancia a criterios como el expediente académico, la entrevista personal, el equilibrio de la propia persona, o la diversidad de experiencias. Al mismo tiempo, en los tests que se siguen utilizando, se han corregido muchos de sus contenidos. A pesar de ello, "para obtener buenos resultados en esos tests, muchas personas nos creamos un falso Yo, que utilizamos al someternos a ellos y al contexto educativo, mientras sepultamos nuestro Yo auténtico" (p. 189).

Los tests han perdido parte de su utilidad, aunque se siguen manteniendo, pero a la vez se ha empezado a desarrollar una nueva ciencia, la sociobiología: "oficialmente bautizada con ese nombre en 1975 y definida como el estudio de los fundamentos biológicos de la conducta social humana" (p. 190), encaminando los esfuerzos a mostrar que son inevitables las diferencias humanas. En todo caso, la autora menciona el trabajo de Rita Arditti, una bióloga que propone la renovación de los métodos de enseñanza, "con la introducción de formas no meramente intelectuales que tengan en cuenta la experiencia vivida, confía en un tipo futuro de educación liberadora que nos ayude a confiar en nuestro instinto y que nos permita ampliar nuestras capacidades y estudiar las posibilidades humanas en vez de concentrarnos en las limitaciones" (p. 193). Por ello, la autora remarca que lo importante es buscar asociaciones más que las jerarquías.

Y junto a ello, "decidir qué valor atribuimos a la educación recibida, en lugar de dejarnos valorar según sus criterios" (p. 195).

4. Re-aprendizaje.

Según la propia autora, "este capítulo describe diversas vías que han seguido las personas para reencontrar y volver a conocer su auténtico yo (...) Todos tenemos nuestra propia brújula interna que nos indica el camino a seguir y nos ayuda a saber qué debemos hacer. Sus señales son el interés, el entusiasmo, la alegría de comprender por el propio valor intrínseco de los nuevos conocimientos y una forma de temor que nos indica que empezamos a adentrarnos en un nuevo territorio, y por tanto, en un ámbito de crecimiento personal. (Sienta el temor y siga adelante, recomienda la psicóloga Susan Jeffers). Reconocer estas señales internas y dejarse guiar por ellas ya supone adentrarse en la nueva vía. Por definición —continúa— no existe un sólo camino, ni tan sólo un camino exactamente repetible, para redescubrir quiénes somos. Pero existe algo más importante: el camino personal de cada cual" (p. 199)

a) El primer apartado de este capítulo se llama Confiar en el yo auténtico, y se inicia con una cita de los llamados Evangelios gnósticos: "Si expresas lo que hay dentro de ti, lo que expreses te salvará. Si no expresas lo que hay dentro de ti, lo que no expreses te destruirá". A partir de aquí, confirma que los bebés a los que se ha permitido desarrollar sus propias posibilidades e intereses, terminan aprendiendo más e interiorizando mejor lo aprendido. De la misma manera, las personas adultas que tienen la posibilidad de guiarse por sus impulsos internos, se sienten reconciliadas con ellas mismas.

En definitiva, los testimonios antiguos sobre la singularidad de cada ser se están recuperando desde el punto de vista científico. "La ciencia también comienza a reconocer con ello la existencia de un misterio único, genéticamente codificado, propio de cada persona, y a valorar los métodos educativos y pedagógicos respetuosos con la esencia íntima de cada ser humano" (p. 203). A partir de aquí, se explican los métodos educativos basados en la autovaloración, y puestos en práctica en una escuela visitada por la autora. Cuenta que los niños y niñas a los que se han potenciado sus intereses, han evolucionado no sólo en el terreno propiamente educativo, sino también en los conocimientos intelectuales, y al final, la escuela se ha convertido en un lugar al que se anhela asistir.

Concluye con una serie de principios que propone como metas para hacer realidad. Entre ellas, establece "las religiones podrían dejar de decirnos que somos seres innatamente marcados por el pecado y fomentar en cambio la sublimidad y autoridad personal de cada uno de nosotros" (p. 205). Y en la misma línea, el estamento militar y las empresas podrían ofrecer una visión positiva del trabajo; o las cárceles unas vías para dar salida a los factores positivos de cada persona. "Y sobre todo, las criaturas podrían sentirse amadas y apreciadas  desde el momento de su nacimiento " (p. 205).

Confiesa la autora que estos objetivos pueden resultar irreales, "sobre todo para quiénes hemos aprendido a identificar la religión con la obediencia, el mundo de la empresa con la posición social, el estamento militar con la conquista, las cárceles con el castigo, y tener hijos con la propiedad sobre otras personas" (ibídem). Pero este tipo de sistemas opresivos —como ella los califica— son tan difíciles de crear como de mantener. Y al mismo tiempo, el primer paso para hacer algo realidad es imaginarlo. Por esa razón, la confianza en un yo auténtico es lo que posibilitará su desarrollo.

b) Viaje al pasado. Este es el segundo apartado de este capítulo. La autora narra su visita a una psicoterapeuta, con ánimo de informarse sobre el Yo interior, y con cierto temor por el dolor que a ella a título personal pueda producirle una vuelta a su propio pasado. El método utilizado fue la inducción: "una serie de sencillas y claras instrucciones positivas destinadas a facilitar el relajamiento del cuerpo, la concentración mental y el acceso a un estado designado con diversos nombres, como meditación, trance o autohipnosis" (p. 207).

Steinem describe su aprendizaje y sus conclusiones sobre la meditación, como un medio para recuperar ese yo interior al que se viene refiriendo en los capítulos anteriores. Y aconseja a los lectores que recurran a este sistema: "conectar con el inconsciente puede ayudar a evocar traumas reprimidos, un proceso fundamental para liberarse de los antiguos patronos de conducta, aunque también supone revivir los sufrimientos pasados. Si teme haber sepultado sentimientos demasiado dolorosos para afrontarlos a solas, respete su intuición y busque el apoyo de una persona en quien sienta que puede confiar antes de embarcarse en este viaje" (p. 213).

Después de explicar el proceso, Steinem se detiene en lo que entiende que es la característica más sorprendente del inconsciente: su carácter intemporal. "Esta propiedad nos permite rehacer el pasado, además de recuperarlo (...) Precisamente porque las emociones y acontecimientos del pasado han quedado almacenados en un ámbito intemporal tenemos la posibilidad de adentrarnos en la esfera del subconsciente para reelaborarlos" (p. 215). "Sólo el inconsciente puede ofrecernos una oportunidad de rehacer el pasado. Podemos volver atrás, porque una parte de nuestra persona no se ha movido de allí" (p. 217).

c) Este tercer apartado, titulado Escribir, pintar, reír, cantar como medios curativos, está dedicado a describir la experiencia de diversas personas que han empezado a conseguir la recuperación de su pasado por diferentes caminos.

Escribir es considerado como una vía para la recuperación que se pretende. "Más allá de las distintas finalidades o tradiciones, culturas diversas coinciden en destacar un aspecto: la capacidad de recordar los sueños se incrementa cuanto más se cultiva este hábito, facilitando un mayor acceso al yo auténtico" (p. 222). También dibujar es otra de las vías, entendiendo que la creación de imágenes no es una actividad exquisita, sino un modo de conseguir conectar directamente con las propias emociones, sin pasar por el intelecto. "El resultado final será una creación tan universal como la mano humana y tan singular como su huella digital" (p. 227). En tercer lugar, la risa. Reír es signo de salud, de equilibrio, de autoaceptación. "A menudo, la incapacidad de reír y la falta de sentido del humor constituyen un síntoma de alguna dolencia mental y emocional" (p. 228). Es en definitiva —según la autora— una expresión del Yo auténtico, y una señal contraria al conformismo. "La risa es un fenómeno privativo de los seres humanos: un destello de conciencia, una clave de quiénes somos" (p. 229). Por último, cantar, que es algo por redescubrir en la mayoría de las personas humanas.

Con todo, Steinem después de haber hecho el recorrido señalado, afirma: "El tejido de nuestra autoestima sufre un desgarro cada vez que, por temor o vergüenza, dejamos de utilizar cualquiera de nuestras capacidades humanas. Cuántas veces hemos dicho: no sé escribir, no sé pintar, no sé correr, no sé gritar, no sé bailar, no sé cantar. Puesto que estrictamente hablando esto no es cierto, en realidad estamos diciendo: no sé estar a la altura de unos criterios externos. No soy aceptable tal como soy" (p. 230).

d) El cuarto apartado es Crear familias psíquicas. Cuenta la autora el trabajo del Centro de Confianza, un grupo de madres solteras y mujeres divorciadas, viudas o abandonadas, que en su mayoría dependen de la beneficencia para sobrevivir, y que ofrecen ayuda a más de una persona, dándole una "familia psíquica" (p. 232). Sin embargo, los grupos afines creados en distintos ámbitos no son una novedad de nuestro siglo. Las tertulias de hombres o mujeres, o las agrupaciones de intereses son, según la autora, "una forma de reconocer que la familia biológica no es la única unidad importante en la sociedad y que tenemos necesidades y anhelos que nuestras familias no pueden satisfacer. De hecho, en algunas culturas la comunidad es más importante que la familia" (p. 235).

En general, la eficacia de la llamada familia psíquica se basa en cuatro principios:

— una persona que ha vivido algo sabe más que cualquier experto/a.

— las experiencias compartidas y el deseo de cambiar pueden crear un vínculo entre las personas.

— debe respetarse la confidencialidad y el compromiso mutuo.

— todas las personas deben participar en el grupo, sin que ninguna de ellas domine.

Son también posibles en estas familias las manipulaciones, pero los efectos positivos suelen tener un peso mayor que los negativos. Y en todo caso, son múltiples las formas de familia psíquica que pueden llegar a existir. A modo de ejemplo, por la dificultad que comportan, la autora pone de manifiesto entre otros, el caso de las personas que han ocupado cargos directivos en las empresas y tienen que jubilarse; y al mismo nivel, a los padres y madres de homosexuales que tienen "que hacer frente a la homofobia de la sociedad" (p. 237).

e) La utilidad de las analogías. Con este apartado, la autora propone confirmar que el recurso a las analogías es una manera de franquear la invisibilidad. En primer lugar, contrastando nuestras experiencias con las de otras personas que hayan pasado por lo mismo, teniendo en cuenta que se trate de dos grupos discriminados. El ejemplo al que se refiere la autora es la conocida frase de que "las mujeres son los judíos del mundo".

En segundo lugar, propone como método para contrastar nuestra visión de la realidad, "situar al grupo poderoso en el lugar de las personas privadas de poder" (p. 243). Y a modo de ejemplo se refiere a las amas de casa, contrastando su trabajo con el de las mujeres que tienen doble jornada, dentro y fuera de la casa; para concluir con el trabajo doméstico de los hombres, que al ser mínimo comparado con las mujeres, situaría a los hombres como trabajadores a tiempo parcial.

La utilización de las analogías sirve para la vida ordinaria. Steinem termina señalando que "la máxima tradicional —trata a tu prójimo como a ti mismo— da por sentado que la persona posee un grado saludable de autoestima e invita a actuar con empatía. Pero para muchas personas que han visto socavada su autoestima, lo revolucionario puede ser formularla a la inversa: Concédete el derecho a recibir el mismo trato que otorgarías al prójimo" (p. 244).

f) El gran cambio de paradigma es un apartado dedicado a constatar que más vale algo que nada, a juicio de la propia autora. Sólo será posible cambiar si los hábitos negativos se sustituyen por nuevos planteamientos positivos. Lo más importante para conseguirlo es el cambio de paradigma: "la modificación del principio organizador que informa nuestra autopercepción y nuestra concepción del mundo" (p. 245).

La sociedad en la que vivimos está dominada por el patriarcado y las divisiones raciales, y se da una concepción lineal de las relaciones interpersonales, con una jerarquía que sirve de patrón universal. Pero frente a ello, Steinem entiende que el viejo paradigma empieza a resquebrajarse "y tenemos buenos motivos para intentar cambiarlo, así como la oportunidad de empezar a atisbar el futuro a través de sus grietas. La crisis ecológica es posiblemente la motivación más clara para iniciar este cambio (...) Preocuparnos de ocupar nuestro lugar en la naturaleza en vez de intentar conquistarla (...) Significa abandonar el pensamiento binario y lineal, para adoptar un paradigma cíclico que constituye una nueva declaración de interdependencia" (p. 247).

Otro de los motores del cambio son los movimientos contra la colonización por razón de sexo y raza. Y en ello ha jugado un papel indiscutible la revolución en las comunicaciones, que ha permitido a todos el acceso a información igual. "Hasta la vaca sagrada de la competitividad ha dejado de ser tan sagrada (...) ¿Lograremos mejores resultados cuando intentamos superar a otras personas que trabajando en colaboración con ellas o a solas?" (p. 248). Y como respuesta, la autora afirma: "cuando las personas logran realizar su pleno potencial y ofrecer su auténtica aportación, surge un nuevo paradigma de la circularidad. Un círculo en estado estático y una espiral en movimiento. Una observación más detallada de cada parte revela un microcosmos del conjunto. Adoptando conscientemente este paradigma como principio organizador, obtendremos resultados marcadamente no binarios, no lineales, no jerárquicos (...) Si adoptamos el círculo como imagen organizadora de nuestro pensamiento, veremos cómo se difuminan progresivamente las líneas y límites que nos aprisionan" (p. 249).

g) El último apartado de este capítulo tiene por título Nuestro yo futuro. Cuenta la autora el último momento del proceso de su meditación, para recuperar su yo interior, cosa que hizo a través de su yo futuro, tratando de pensar en ella misma a través del tiempo. Narra también experiencias de otras personas que también han recurrido a ese yo futuro como vía para integrar su presente, o en otros casos, para tomar decisiones muy vitales.

Para convencer de que esto realmente es necesario, termina afirmando: "Integrar un yo futuro en el presente nada tiene que ver con el hábito de perder el tiempo y malgastar la vida pensando en el futuro en vez de ocuparnos del presente; de entregarnos a ensueños mágicos sobre lo que podría ocurrir; de vivir una vida aplazada. Por definición, sólo puede vivirse en el presente y lo único que existe es el transcurso del tiempo. Pero cada persona es un holograma. En otras palabras, el único medio para llegar a vernos, comprendernos y valorarnos es observarnos desde todos los ángulos, dentro de un continuum que abarque el pasado, el presente y el futuro. Los tres están en nosotros en cada instante" (p. 257).

5. La sabiduría del cuerpo

a) Empecemos por el cuerpo es el primer apartado. La postura es uno de los modos de analizar a veces las reacciones humanas. "El dualismo occidental valora más la mente que el cuerpo, el pensamiento por encima del sentimiento, con lo cual la mayoría acabamos ignorando o considerando con escepticismo la idea de la integración del soma y la psique en un solo campo energético unificado" (p. 262). Para confirmar su afirmación, la autora se detiene en analizar la función de la respiración, que según ella puede influir sobre nuestro estado de ánimo, tomando como ejemplo el uso de la respiración en yoga. Lo mismo podría decirse del tacto: "el contacto de unas manos que acarician nuestra piel o que abrazan y sostienen nuestro cuerpo es nuestra primera vía de autopercepción y constituye una necesidad permanente" (p. 264).

También la sexualidad juega un papel importante, a juicio de Steinem (p. 266).

Las imágenes físicas y la exploración del espacio son otros dos elementos a los que la autora también presta atención. De modo que en el segundo caso, "la libertad para explorar nuestro entorno y desarrollar nuestras capacidades físicas va unida al desarrollo intelectual" (p. 268). Para confirmarlo, y siguiendo la misma sistemática que en otros capítulos anteriores, la autora describe casos concretos que avalan sus afirmaciones.

La conclusión es preguntarse qué habría sido de nosotros si nuestra educación hubiese abarcado nuestro cuerpo y nuestros cinco sentidos. Y para contestar cuenta la vida de la antropóloga Margaret Mead, a la que desde niña trataron como mayor, y a la que su madre y su abuela enseñaron todo rompiendo los moldes de la enseñanza tradicional. De modo que esto le facilitó tender puentes con otras culturas, ser rápida para visualizar y comprender las cosas, y un largo etcétera que la diferenciaba de la media común. Por ello, concluye Steinem diciendo: "si preguntamos a una persona occidental dónde reside el yo, no es raro que señale la frente (escribe Houston), pero Margaret Mead respondía, sin darle mayor importancia: en toda mi persona, naturalmente. También cabe la posibilidad de que Margaret Mead no fuese una persona tan extraordinaria a fin de cuentas, sino sólo una mujer corriente que gozó de unas oportunidades que todo el mundo debería tener" (p. 283).

b) El segundo apartado se llama Juzguemos los criterios de belleza. Fundamentalmente la autora repasa los cánones que suelen utilizarse para calificar la belleza.

En un tipo de sociedad propia de países agrícolas pobres, la gordura es un ideal femenino, de modo que las mujeres delgadas son consideradas poco sensuales y no preparadas para un posible parto. De otro modo, en las sociedades que ahora son más ricas, prima el criterio de la delgadez. En todo caso, y con independencia del momento histórico, Steinem señala que siempre se ha destacado como característica femenina común la debilidad. "La culturas ricas pueden preferir a las mujeres delgadas, y las culturas pobres a las gordas (...) pero todas las culturas patriarcales idealizan, sexualizan y en general prefieren a las mujeres débiles" (p. 285).

A ello hay que añadir que el cuerpo masculino se trata como instrumento de poder, y por ello, más que por su atracción, es frecuente que se juzgue por su apariencia. Sin embargo, también los ideales físicos masculinos varían según las sociedades. Y en todo caso, puede decirse que ahora "la musculatura masculina se ha convertido en un lujo que denota ocio, disciplina, buena forma física, etc." (p. 286).

También hay que tener en cuenta que los cánones de belleza han venido impuestos casi siempre por la sociedad occidental, de manera que las mujeres de color han sido juzgadas de acuerdo con los criterios de las mujeres blancas. Además, "las normas políticas que favorecen la fortaleza física en el hombre y la debilidad en la mujer también se aplican al vestido y al adorno del cuerpo. Las versiones femeninas restringen la movilidad física, mientras las versiones masculinas favorecen la libertad de movimientos" (p. 287). Y por último, la más universal de las pautas de belleza asociadas al género es la que hace referencia a la edad. Sin embargo, "la preferencia por las mujeres jóvenes no obedece únicamente a razones sexuales. Con la edad también se adquiere mayor autoridad y los cánones de belleza a menudo constituyen un medio para marginar a las mujeres justo en el momento en que comienzan a acceder a espacios reales de poder" (p. 288).

Por estas razones, la autora concluye que la belleza más que una cuestión de apariencia física es un criterio asociado a formas de comportamiento. "En las mujeres, se privilegia el comportamiento sexual y reproductivo, mientras que en los hombres se da mayor importancia a los aspectos económicos y productivos" (p. 289). Quizá por ello, afirma que "los cánones de belleza masculinos o femeninos, en realidad expresan cómo quiere la sociedad que nos comportemos o no nos comportemos" (p. 290). Y eso explica que detrás de la forma de lo que se considera bello, se encuentre la función de los comportamientos que se consideran aceptables.

Baste pensar en la pauta establecida por las medidas de la muñeca Barbie. Al margen de este negocio, Steinem recuerda que solo en USA, unas 150.000 mujeres mueren víctimas de anorexia cada año, y en la mayoría de los casos, son jóvenes brillantes y sensibles, en todo caso presionadas por una sociedad que las sigue considerando decorativas y perfectas.

También el recurso a la cirugía estética por razones dudosas o claramente insanas está causando estragos, especialmente en Estados Unidos, aunque no es un fenómeno exclusivo de aquel país. En USA, el 87% de las personas que han sido objeto de estas intervenciones son mujeres. Quizá las propuestas feministas han servido de freno, pero no es menos cierto que siguen en aumento "desde los injertos destinados a aumentar el volumen del pecho hasta la inmovilización de las mandíbulas para garantizar la pérdida de peso" (p. 292). También por mantener la delgadez, son las mujeres el grupo más extendido de fumadores que se mantiene en Estados Unidos.

No obstante, y aunque en menor medida, también los hombres están viviendo este afán por vivir de acuerdo con los cánones de belleza establecidos, si bien en el caso de los hombres, los esfuerzos de control parecen más dirigidos al comportamiento y expresión que a la apariencia física.

"Si ni siquiera nuestros cuerpos —su salud, su libertad de movimientos, su adorno, su uso— nos pertenecen, ¿qué nos queda?" (p. 294). Y el mensaje de fondo, según la autora es siempre el mismo: el poder de una mujer no abarca ni siquiera a los confines de su piel. Es, en definitiva una pregunta que según Steinem se hacen mujeres de países en los que se controla desde fuera su reproducción, como las de aquellos países donde se les impide su poder de control; lo mismo que mujeres que aman a otras mujeres, o hombres que aman a otros hombres.

"Ante la duda sobre quién ostenta la propiedad de nuestros cuerpos es preciso reivindicar el principio jurídico, ético y social de la integridad física, que garantiza a cada persona el control sobre el universo delimitado por su propia piel" (p. 295). Y esta es otra de las vías del nuevo paradigma al que antes se ha referido la autora: "en vez de vernos bajo la luz ajena, buscamos brillar con luz propia" (p. 296).

c) Nuestro cuerpo imaginado es el tercer apartado de este capítulo, que empieza afirmando que "el primer paso es comprender que la idea que tenemos de nuestro cuerpo no corresponde a la realidad, que de hecho a menudo dista mucho de cualquier posible realidad objetiva" (p. 298). Para afirmar que la percepción de la realidad corporal no coincide con la realidad de hecho en el caso de las mujeres. Pero tampoco en el caso de los hombres, aunque en sentido inverso. "Los estudios señalan que mientras las mujeres distorsionan negativamente sus cuerpos, los hombres hacen lo mismo, pero positivamente" (p. 300).

La cirugía estética, y los procesos de adelgazamiento quizá son soluciones parciales, pero no agotan el fondo de la cuestión. Hay que cuestionarse dónde está el origen de una autoimagen corporal deficiente. Y esta es la única vía para recuperar la autoestima. A partir de la propia experiencia, Steinem cuenta cómo permaneció durante muchos años sometida a los criterios de moda establecidos desde fuera. Y tuvo que llegar el feminismo para que ella se diera cuenta de que se había venido fijando en la figura de cada momento, sin pararse a preguntar quién era ella. "Puesto que mi imagen interna era mucho más real que la realidad para mí, en ningún momento se me ocurrió examinar críticamente los orígenes infantiles de esa autoimagen (...). Empecé a envidiar, juzgar o compadecer menos a las mujeres en razón de su apariencia física, pues de pronto comprendí que es imposible saber cómo se ve a sí misma otra persona" (p. 307).

Con todo, Steinem hace un recuento rápido de sus esfuerzos por conseguir una propia imagen interior, que acepte la visión externa del cuerpo. Y después de resaltar algunos recursos de su infancia, afirma, utilizando unas palabras de Naomi Wolf: "una mujer gana cuando decide que lo que cada una haga con su propio cuerpo es exclusivamente asunto suyo" (p. 317).

d) La edad... y un canto de alabanza es el título del último apartado de este capítulo. Parte la autora de la declaración realizada por la socióloga Dorothy Dinnerstein: "criarnos en una familia nos enseña dos lecciones vitales: a amar y a convivir con otras personas que no comparten nuestros intereses, y a conocer lo que podemos esperar de cada una de las diferentes etapas de la vida" (p. 318). Y añade Steinem que lo primero era acertado, y lo segundo algo obvio, aunque ella tardó en descubrirlo.

En todo caso, ella reconoce que "mi aparente convicción de ser inmortal y tener todo el tiempo del mundo por delante no me ayudaba a planificar adecuadamente mi vida, como mínimo" (p. 319). Los reclamos del cuerpo con el paso de los años, y un diagnóstico inesperado de cáncer hicieron que cambiara de actitud: "mi primera reacción ante el totalmente inesperado diagnóstico fue decirme pensativa: conque así se acabará todo. La segunda fue pensar: he tenido una vida espléndida (...). Lo que me preocupaba era envejecer, que mi negación y mi actitud desafiante eran una respuesta ante el temor a tener que abandonar no la vida, sino una manera de vivir" (p. 321).

Después del repaso detallado a las consecuencias de la menopausia, y del envejecimiento, termina este capítulo señalando que si loamos nuestros cuerpos, recibiremos sus alabanzas.

6. Romance y amor

a) Desaprender las ideas románticas. Este es el primer apartado del capítulo seis, que empieza con un resumen del argumento de "Cumbres borrascosas". La publicación de la novela causó en su momento respuestas críticas controvertidas, que en unos casos se mantuvieron con el tiempo y en otros desaparecieron.

Con todo, Steinem viene a señalar que en la obra mencionada, Emily Brontë manifiesta el auténtico yo de cualquier ser humano, es decir una personalidad que era a la vez "masculina" y "femenina", aunque influida obviamente por las condiciones de aislamiento en las que vivió (p. 331).

Posteriormente, Charlotte Brontë publicó algunos poemas inéditos de su hermana, después de que ésta falleciera. Y resalta Steinem que en alguno de los prefacios a las obras de Emily, su hermana resalta no sólo la dimensión "femenina", sino que justifica el hecho de que su hermana atribuyera a los personajes varones, valores como la constancia y la ternura, tradicionalmente considerados femeninos. "Emily consideraba sin duda que todas estas cualidades humanas estaban presentes tanto en los hombres como en las mujeres" (p. 333). Con los personajes de Cumbres borrascosas se confirma la visión de un yo en el que lo masculino está completamente despojado de rasgos femeninos, y al tiempo una personificación de lo femenino desgajado de todo lo masculino. Esa brecha explica que la novela se mantenga a lo largo del tiempo. "Se explica que muchas mujeres necesiten el amor romántico más que los hombres. Al haberse etiquetado como masculinas, la mayor parte de las cualidades humanas, dejando la consideración de femeninas sólo para unas pocas —y además marginadas— las mujeres tienen aún mayor necesidad de proyectar en otro ser humano ciertas partes vivificantes de su yo" (p. 335).

En definitiva, viene a señalar que cada persona nace con un círculo completo de cualidades humanas, y con una versión singular de las mismas. Pero al tiempo, la sociedad impone unos papeles con una adscripción totalitaria de género, que supone una polarización de lo femenino y lo masculino, y que al final, consagra "la mutilación interna de nuestro yo íntegro" (p. 337). De manera que se admiran más las cualidades masculinas, fomentando por esa vía una clara diferencia de proceso en la autoestima de los niños y de las niñas. Y cuando la autoestima es baja, tanto hombres como mujeres se desarrollan de una forma más polarizada.

"La inflexibilidad, el dogmatismo, la competitividad, la conducta agresiva, el distanciamiento de cualquier cualidad o persona femenina, la homofobia, la crueldad o incluso la violencia, son las tradicionales máscaras de sexo que encubren una baja autoestima entre los hombres. La sumisión, la dependencia, la necesidad de aprobación masculina, el temor a los conflictos, la autoacusación y la incapacidad para expresar enfado y la ira son las tradicionales máscaras de sexo que encubren una baja autoestima entre las mujeres" (p. 338).

Con esta propuesta, la autora afirma que el enamoramiento romántico viene a ser un afán de buscar en el amor de otros, el que uno no tiene en sí mismo. Y por ese motivo, el enamoramiento originado en un yo incompleto difícilmente terminara en amor, a juicio de Steinem. "Una baja autoestima constituye probablemente la mayor barrera real contra la intimidad" (p. 339). Al igual que los celos, que suelen tener su origen en los sentimientos de inadecuación y carencia. "Tal vez la prueba más importante de la fuerza de este paradigma romántico —femenino/masculino— sea el hecho de que las parejas formadas por personas del mismo sexo tampoco son inmunes a él" (p. 341), justificando esa situación en el hecho de que "todos vivimos en la misma cultura y la mayoría hemos nacido en familias que consideraban ese modelo como el único posible [se está refiriendo al modelo varón/mujer]" (p. 341).

El resumen es que en cualquier circunstancia resulta difícil alcanzar la integridad íntima que nos deja libertad para amarnos y amar a otras personas gozosamente y sin trabas. Al tiempo que entraría dentro del panorama cotidiano la destrucción personal que supone la obsesión romántica, en los términos señalados.

Una mayor autoestima terminaría con el amor romántico. "Con un reparto equitativo del poder y de la autoestima entre mujeres y hombres, o entre amantes del mismo sexo, ambos componentes de la pareja podrían gozar del placer de aprender y enseñar de esta manera global, con los cinco sentidos, sin sentimientos de fragmentación, enfado o abandono cuando el romance hubiese completado su curso (...) Como cualquier otra enfermedad, el enamoramiento romántico nos revela muchas cosas sobre nuestras carencias y sobre las posibles vías para remediarlas" (p. 343).

A partir de aquí, Steinem cuenta su propia experiencia, enamorándose de un hombre del que no había sido previamente amiga, y sobre todo, con unas diferencias esenciales en los planteamientos más básicos de la vida. "Cometí todos los errores clásicos del enamoramiento romántico, incluido uno en el que jamás había caído: enamorarme de alguien por lo que yo necesitaba y no por quién era él" (p. 348). Y la situación "fue la señal decisiva de la necesidad de comenzar a buscar las soluciones dentro de mí misma en vez de dirigir la mirada afuera; dentro de este cambio se inscribe el presente libro" (p. 350). Por eso, concluye en que descubrir el propio yo es una experiencia mucho más fructífera y operativa que cualquier amor romántico, que se busca en cualquier momento de la vida en el que hay carencias que justificar. Y propone un ejercicio práctico: escribir las características que desearía encontrar en un amante ideal. Serán las que faltan a su persona.

b) El segundo y último apartado de este capítulo se llama Aprender a amar. Para ello, ilustra detalladamente el argumento de "Jane Eyre", escrita por Charlotte, la hermana de Emily Brontë, intentando mostrar que no aborda un amor romántico, sino otra forma distinta de relación. Utiliza como argumento decisivo, la declaración de la protagonista al Sr. Rochester, después del incendio en el que muere la esposa loca de éste: "te quiero más ahora que de verdad puedo serte útil que (...) cuando sólo aceptabas el papel de dadivoso protector" (p. 359).

El problema es que no es sencillo hacer generalizaciones sobre el amor, ni éste suele ajustarse a un argumento. "Cuando buscamos en otras personas una parte que nos falta, nos olvidamos de su singularidad" (p. 360). Y esta afirmación la corrobora, intentando demostrar las características propias de una relación homosexual:

— Cada componente de la pareja se siente amado o amada por su yo auténtico (...).

— Cada cual sabe que podría vivir sin el otro o la otra, pero no desea hacerlo (...).

— Hay abundante espacio para el juego, la despreocupación y el humor (..).

— El amor no está asociado al poder (...) (pp. 360-363).

A pesar de todo, Steinem entiende que hay muchas más personas empeñadas en encontrar a la persona adecuada, que en llegar a serlo. "Para la mayoría de mujeres y hombres, las diferencias de sexo siguen estando, no obstante, nítidamente marcadas y las consecuencias de su diferenciación se manifiestan de manera particularmente dolorosa en las relaciones entre unos y otras" (p. 364).

La única solución que a largo plazo se vislumbra está conectada con el cuidado de los hijos. "En un estudio se comprobó que los padres solteros y las madres casadas con un empleo remunerado, presentaban niveles casi idénticos de características femeninas, pese a todos los años de socialización previa" (p. 365). Qué pasaría si los hombres además de ocuparse del cuidado de los hijos, fueran educados para tal fin: posiblemente, señala la autora, disminuiría el desequilibrio que tanto hacer sufrir a hombres y mujeres y disminuiría la violencia tanto pública como privada. Cuenta su relación con un hombre negro, con el que conectó precisamente por su vertiente femenina, que de algún modo coincidía con la vertiente masculina de la autora. Después de una temporada, y tras algunas dificultades, cambió el tipo de relación. "Tanto él como yo tenemos ahora otra pareja, pero, salvo ese aspecto privado de nuestra vida, solemos consultarnos todas las demás cuestiones fundamentales" (p. 369).

La visión escéptica del amor se mantiene hasta el final de este capítulo. "Todavía concebimos el amor como algo con un final definitivamente feliz. Esto ya era un mito en el siglo XIX" (p. 370). A ello hay que añadir la autonomía económica de las mujeres, y en definitiva el hecho de que, según la autora, "más que una etiqueta, la sexualidad parece ser un  continuum" (p. 370). Quizá por esa razón, concluye "necesitamos nada menos que una reformulación del mito del amor" (p. 371).

7. Un "yo" universal

Antes de iniciar cada uno de los apartados, la autora utiliza una cita de Alan Watts, en la que se dice: "no venimos a este mundo; brotamos de él, como las hojas de un árbol (...) Cada individuo es una expresión de la totalidad del reino de la naturaleza, un acto único del universo total".

a) Aprender a conocer la naturaleza. "La mayoría de las personas conservan las huellas de alguna temprana asociación que las induce a sentir atracción o rechazo hacia la naturaleza" (p. 376). "Seguir nuestra atracción instintiva hacia tal o cual parte de la naturaleza nos conduce a nuestras raíces naturales, pero en muchos casos la educación nos ha desvinculado tanto de esos instintos que asociamos cualquier progreso con el alejamiento de la naturaleza. Hemos aprendido a responder a su fuerza con distanciamiento y temor "femeninos" o con agresividad y control masculinos" (p. 378). Sin embargo, si la educación nos ha llevado por este camino, se trata de revisarlo y a prender a desandarlo.

En este sentido, la autora se refiere:

— al cuerpo: "desde la concepción hasta su nacimiento, cada embrión humano recapitula de hecho todas las fases de la evolución humana (...) en cada uno de nuestros cuerpos están inscritos todos los procesos de la naturaleza" (p. 378).

— al lenguaje, y por ello mantenemos, a juicio de Steinem expresiones que confirman nuestra conexión con la naturaleza. "La naturaleza no es una metáfora para nosotros. Somos naturaleza" (p. 379).

— a la cultura, y en este ámbito, Steinem recuerda que una cultura en la que se subraya el postulado de la superioridad humana frente a la naturaleza no podrá proponer una concepción sobre la igualdad humana. Y seguramente por ello, es mucho más lento este proceso que el de integrar lo masculino y lo femenino.

No tener en cuenta los ciclos naturales, tanto en el caso de los hombres como de las mujeres supone "una penalización para ambos sexos, a la vez que no se fomenta la utilización positiva de los ciclos que podría lograrse aprendiendo a plegarse al ritmo natural de la energía" (p. 380). Y lo mismo podría decirse de la sensibilidad para la alternancia del día y de la noche. O la temperatura corporal o la distribución temporal de los alimentos. "Para desprendernos realmente de un yo artificial aprendido y descubrir nuestro yo auténtico, debemos complementar la comprensión racional de ejemplos con el restablecimiento de una conexión sensual inmediata con la naturaleza" (p. 381).

Para ilustrar estas afirmaciones, Steinem cuenta la experiencia de Jean Liedloff, que como otras personas asocia la pérdida del yo auténtico con una pérdida del mundo natural. Por eso, hay grupos de contacto con la naturaleza, que sirven —a juicio de la autora— para recuperar la confianza personal.

La utilización por parte de muchas mujeres de una aproximación positiva a la naturaleza ha originado el denominado ecofeminismo. Hay innumerables ejemplos y no sólo vividos por las mujeres de la "gracia salvadora de la naturaleza" (p. 386). Entre ellos, sitúa el cuidado de las plantas, que mejora la sensación de bienestar. Cita para argumentar a autoras como Robin Morgan, o Diane Ackerman, ambas naturalistas, que llegan a señalar que el cultivo de cualquier cosa es "la mejor prueba de durabilidad y regeneración de la vida, la fuente más segura de fe en una misma, en todos los aspectos" (p. 387).

b) Personas y otros animales. "Solo quienes respetaban la naturaleza podían llamarla suya" (p. 389): así inicia la autora este apartado segundo del último capítulo, parafraseando el diálogo del Jefe Seattle, en nombre de algunos pueblos indios americanos con el Presidente Pierce. En definitiva, la condición era tratar a los animales como hermanos, y respetar la naturaleza.

Esta propuesta sin embargo, se perdió con el tiempo, y la autora atribuye la pérdida a "varios siglos de religiones que demonizan la naturaleza y han creado una jerarquía ultraterrena" (p. 390). Ahí cita la autora a San Agustín, Santo Tomás, y a Descartes. Y justifica el escándalo provocado por Darwin con la teoría evolucionista, por intentar vincular a las personas con los animales. Esta indignación, a juicio de Steinem fue "alimentada también por la represión sexual, puesto que la Iglesia y muchas otras estructuras de la sociedad patriarcal insistían en denostar los instintos animales salvo con fines procreativos. Este deseo de reprimir una naturaleza sexual animal se halla en parte detrás de la insistencia de los fundamentalismos religiosos en seguir oponiéndose a las teorías evolucionistas incluso en la actualidad" (p. 391).

Sin embargo, esta posición está cambiando gracias a algunos movimientos sociales que han conseguido fomentar no sólo el respeto a la naturaleza, sino en algunos casos, el vegetarianismo, e incluso la sustitución del cuero por la lona. En este sentido, alega que las culturas antiguas utilizaban a los animales en la medida en que los necesitaban, pero "no se regocijaban causando dolor o con matanzas innecesarias, no alteraban el equilibrio del mundo natural" (p. 391). Pero esa actitud cambió radicalmente cuando las concepciones jerárquicas transformaron la vida de los seres humanos.

La situación es ahora controvertida. Y de hecho, cita el debate del Parlamento europeo para regular los posibles derechos de los animales. "Hasta las corridas de toros españolas, el más famoso de todos los espectáculos sádicos, comienzan a perder popularidad, sobre todo entre las generaciones más jóvenes" (p. 393). De un modo progresivo, la autora entiende que se está reconociendo que devaluar la vida animal constituye una forma de devaluar la vida en general.

"Establecer un vínculo con los animales es una de las vías para mejorar nuestro estado de salud y reforzar la conciencia del propio yo" (p. 394). Según Steinem hay estudios que vienen a demostrar que las personas que viven en compañía de algunos animales tienen un ritmo cardíaco más moderado, y un menor nivel de estrés, y esas personas manifiestan mayor grado de responsabilidad, independencia y seguridad en sí mismas. Entre otros ejemplos, afirma que "en Ohio, logró reducirse el índice de suicidios y depresiones entre los criminales psicópatas cuando se autorizó a los presos a tener peces y pequeños animales en sus celdas" (p. 395). Cuenta la experiencia del programa POWAR, destinado a sacar a pasear a los animales de personas enfermas que no pueden cuidarlos, y refiriéndose en concreto a la aplicación del programa en enfermos de sida, afirma que "los animales les ofrecen el don más importante: sentirse receptoras de un amor incondicional" (p. 396).

Los animales, insiste la autora, son capaces de mejorar el estado de ánimo, la comunicación y la autoestima de las personas, casi mejor que cualquier tipo de terapia. "Los seres humanos salimos ganando, sin duda, al mantener un vínculo de empatía con el resto del pasaje de la nave espacial Tierra" (p. 397).

En cierta manera, asegura que los animales son un ejemplo de autoestima en la medida en que son desinhibidos, seguros y fieles a sí mismos. "La autoestima es natural y sólo los seres humanos crean desigualdades, por la sencilla razón de que creen en ellas. Abrir nuestro corazón a los animales tal vez también pueda ayudarnos a conectar mejor con nosotras o nosotros mismos" (p. 398).

c) Religión frente a espiritualidad. Quizá sea este tercer apartado uno de los que mejor confirma la visión de la autora. Parte de una cita del Nuevo Testamento, afirmando que "el Reino de Dios está en vosotros" (Lc, 17, 20-21), al lado de citas de oraciones paganas y del Upanishads, que promueven la necesidad de buscar los misterios en el interior del propio corazón.

Empieza relatando la historia de la madre de una amiga a la que no dejan ser diaconisa de su iglesia, porque ésta da la confianza a los hombres y no a las mujeres, a pesar de que aquellos llevan en muchos casos vidas no precisamente ejemplares. "¿A cuántas mujeres han herido en el alma unas religiones que creen que Dios es un hombre, y por tanto, sólo los hombres son divinos?" (p. 400). "Por cada versículo que ella había logrado localizar sobre la igualdad de las mujeres como creyentes, ellos podían encontrar diez que predicaban la obediencia femenina" (p. 401). A ello hay que añadir la propuesta de Dios de raza blanca, y varón. Y sin embargo, "cualquier religión cuyo dios se parezca sospechosamente a la clase dominante poco tiene que ver con la espiritualidad, que honra la divinidad en cada persona y nos hace sentir y actuar de un modo distinto" (p. 401).

La autora reflexiona sobre el matrimonio de sus padres, judío-cristiano, en el que ella no apreciaba diferencias, precisamente porque ambas religiones la excluían de sus textos e imaginería, y la hacían sentir sospechosa e impura. Sin embargo, al llegar a la adolescencia, buscó refugio en la religión: “como innumerables mujeres antes y después de mí, busqué en la religión la única fuerza que me parecía suficientemente poderosa para amansar a los hombres violentos o al menos protegerme de ellos si era obediente. Pero renunciar a la libertad a cambio de protección es un trueque infantil, y la seguridad que pretendía resultó ilusoria” (p. 402).

Steinem entiende que asimiló por qué el fundamentalismo atrae a las mujeres, en la medida en que ofrece seguridad a cambio de obediencia, y respetabilidad a cambio de libertad. Por esa razón, entiende la lucha de algunas personas por reformar las estructuras de su propia religión, incluyendo ahí desde la invocación de Mahoma al margen del radicalismo, hasta los derechos de los homosexuales a manifestarse como tales sin abandonar la religión, pasando por la autonomía de los católicos de raza negra para constituir su propia iglesia. "Todas estas acciones ayudan a las mujeres y hombres de todas las razas a ver a Dios en cada una de ellas y ellos. Incluso el resurgir del fundamentalismo islámico y otros fundamentalismos nacionalistas —anacronismos que sirvieron de excusa para justificar una guerra interna contra las mujeres y una guerra exterior contra otras religiones y naciones — parece más comprensible si se entiende en parte como una reacción contra un Dios colonial que hirió en el alma a los países del Tercer mundo" (p. 403).

Todo ello llevó a la autora a la búsqueda de una espiritualidad más universal. Y a partir de ahí se plantea preguntas como, por ejemplo, cómo se ha dado la escisión entre sexualidad y espiritualidad, por qué rendir culto a un dios exclusivamente masculino, y por qué renunciar al misterio del nacimiento a cambio del concepto de la creación de la vida a partir del polvo.

Un recorrido por el Nilo le sirve para repasar el simbolismo de diosas y dioses, unido a las campañas militares y al hecho de que en la cúpula del poder hubiera habido un total de tres faraonas que enviaron misiones comerciales a diferentes lugares. Sin embargo, la pobreza y el distanciamiento del pueblo respecto a la realeza y a la religión del dios sol, supusieron el inicio del carácter sagrado del mundo. "Este descenso por el Nilo fue como revivir las etapas del patriarcado que describe Joseph Campbell en The Masks of God, su estudio sobre la mitología occidental: un mundo creado por una gran diosa, un mundo creado conjuntamente por una diosa y su consorte, un mundo creado por un varón a partir del cuerpo de la diosa y, finalmente, un mundo creado exclusivamente por un dios masculino" (p. 408).

A pesar de todo, Steinem entiende que todas las religiones conservan aún reminiscencias de una tradición atenta a la voz interior, y que reconoce el valor sagrado de cada persona individual y de la naturaleza. "Sólo debemos recordar algo: el problema está en ver la santidad sólo en los demás o sólo en nosotros. La solución es ver encarnado lo sagrado en nosotros y en todas las cosas vivas" (p. 409).

d) Posibilidades. Con este apartado termina el último capítulo del libro. "Dos características parecen distinguir a los seres humanos de otras formas de vida, incluso de los animales, nuestros parientes evolutivos más próximos, y ser orgánicamente inherentes, por tanto, a nuestra manera de vivir y de sentir" (p. 410). Con ello, Steinem se refiere a la autoconciencia y a la adaptabilidad. En el primer caso, asume que sólo los seres humanos somos capaces de reflexionar; y en el segundo, que la flexibilidad humana permite la adopción a nuevos entornos.

Ante las posibilidades de una postura pesimista u optimista, la autora opta por la segunda, afirmando que "los límites de lo que podría depararnos el futuro y lo que cada persona podría llegar a ser los marcan sobre todo nuestras convicciones sobre lo que es posible" (p. 415). Junto a ello, hay que tener en cuenta las nuevas técnicas de estudio del cerebro, que confirman la posibilidad de mejorar, y de mantener un alto nivel de autoestima.

Ante ello no faltan quienes optan por el reverso negativo de la adaptabilidad, que lleva a cerrarse al mundo y a no asumir la fe en las propias capacidades. "Cuando utilizamos nuestros talentos, somos capaces de emplear al máximo nuestras capacidades, utilizando la energía de la autoestima para activar la combinación única de características humanas que cada uno de nosotros posee, y descubrir un microcosmos del universo en nuestro interior" (p. 419). Somos, a juicio de la autora, un microcosmos del universo y el universo es una réplica macrocósmica de cada una y cada uno de nosotros. Del mismo modo que cada célula contiene nuestro ser entero, cada sueño encierra toda nuestra identidad. "Si los sueños no constituyesen ya una realidad interna, ni siquiera podríamos soñarlos" (p. 420).

"Somos una multitud de yoes (...). El lazo de unión entre todos estos yoes cambiantes de infinitas reacciones y reapariciones es éste: en todos está siempre presente una única auténtica voz interior. Confiad en ella" (p. 421).

Apéndice I. Guía para la meditación

El apéndice incluye una serie de instrucciones para la meditación, utilizando el método de la inducción. En primer lugar, propone el acceso al espacio interior y la búsqueda de la criatura del pasado, en el intento de encontrar a la criatura anterior. Con ello se pretende reformular la respuesta emocional ante hechos pasados, que obviamente no son cambiables.

Una vez realizado este ejercicio, hay que recuperar el yo futuro también a través de la meditación. "Lo extraordinario es que la comunicación con ese yo positivo le ayudará a desarrollar las cualidades que ve en ella o en él y a completar las hazañas aparentemente imposibles" (p. 432).

En definitiva, imaginar la criatura del pasado y el yo futuro es lo que permite lograr la síntesis entre pasado y futuro. El pasado aporta espontaneidad y creatividad; y el futuro sabiduría y fortaleza. Eso facilita afrontar no sólo determinadas circunstancias, sino a veces cada jornada.

Añade para finalizar una serie de lecturas complementarias, que incluyen técnicas orientales de meditación; medios para autocuración emocional y física; meditaciones guiadas y rituales para mujeres, desde técnicas de relajación, hasta rememoración de sueños y ceremonias wicca; así como teoría y práctica de la autohipnosis como vía para conectar con el niño o la niña interiores, transformar mitos familiares, favorecer la cicatrización de traumas, y desarrollar el yo auténtico.

Apéndice II. Biblioterapia

Partiendo de que los libros no pueden sustituir la experiencia propia, se proponen una relación de lecturas variadas, clasificadas por la autora: desde libros para curar heridas infantiles y otras experiencias dolorosas, hasta libros que ofrecen claves para una educación reparadora, pasando por los que pueden sugerir nuevas paradigmas.

 

III. Algunos comentarios al contenido

El libro, como ya se afirmó en otro momento, tiene una mezcla importante de ámbitos. Aunque no sería riguroso hacer un balance generalizado del contenido, sí pueden detectarse algunas ideas de fondo que se van repitiendo en los distintos capítulos.

Quizá la más significativa es la propuesta de la religión —cualquiera que sea, aunque en más de una ocasión se refiere a la católica— que se entiende como vía para imponer una sociedad jerarquizada, en la que el poder corresponde siempre a los varones; o en la que de cualquier manera, no todas las personas son consideradas en situación de igualdad. Seguramente por ello en algún momento identifica religión y fundamentalismo (p. 172). Hay una visión de las religiones siempre marcada por la idea del pecado, sin entender ni asumir el sentido del amor de Dios hacia todas las personas. Tiene una afirmación especialmente significativa y taxativa: "las religiones podrían dejar de decirnos que somos seres innatamente marcados por el pecado y fomentar en cambio la sublimidad y autoridad personal de cada uno de nosotros" (p. 205). Y la visión negativa de la religión se propone al mismo nivel que los efectos negativos de las empresas, el estamento militar y las cárceles (p. 205).

En más de una ocasión, se atribuye a la religión o a grupos religiosos la crítica hacia algunas propuestas sobre la autoestima. Muestra de ello es la narración de la autora sobre el programa llevado a cabo en California, respecto al que afirma: "Cuando el equipo operativo presentó su informe final, los medios de comunicación dedicaron más espacio a las declaraciones de siete personas del grupo que criticaron su filosofía (sobre todo por no reconocer al Dios eterno como fuente original de cualquier mérito humano) (...). La propuesta fue derrotada tras una campaña de la derecha religiosa (...) La propuesta fue anatemizada como impía y peligrosa" (pp. 42-43).

Quizá de un modo más puntual, y a raíz del comentario sobre la obra de Jane Eyre, afirma "con diez años ya posee suficiente visión ética para discutir con su compañera, mayor que ella, sobre la sabiduría de la máxima cristiana que recomienda ofrecer la otra mejilla. Debo resistirme frente a quienes me castigan injustamente (..). Esta capacidad para observarse con cierta perspectiva es lo que, de hecho, le permite narrar su historia en primera persona" (p. 356).

Probablemente esta visión deformada y peyorativa de lo que puede significar la religión, y en su caso el cristianismo, queda completada con una perspectiva antropológica que podría denominarse relativista, con la que se contempla el proceso de educación de la persona: "una vez alcanzada la edad suficiente para haber completado nuestra educación, para la mayoría el primer paso hacia la autoestima no consiste en aprender sino en des-aprender algunas cosas. Antes de poder empezar a valorarnos como somos, debemos desmitificar los poderes que nos han dictado cómo deberíamos ser" (p. 141). Y podría reforzar esta visión, la afirmación contenida posteriormente: "es importante recordar que fueron consideradas (se está refiriendo a algunas teorías evolucionistas) respetables en su tiempo y acoger con sano escepticismo otras teorías actualmente en boga, que con los años podrían demostrarse igualmente engañosas, nocivas para la autoestima y erróneas" (p. 181).

Probablemente también por esa razón, la obediencia es siempre entendida en una perspectiva negativa, que implica limitación del ejercicio de la libertad y que merma la autoestima (p. 47), lo que en ocasiones puede suponer un debilitamiento y menosprecio del yo, que se materializa "en la constante incitación a la imitación, el cumplimiento de instrucciones" (p. 105). Esta interpretación de la obediencia está unida a su concepción del poder o de quien ostenta el poder, que siempre se presenta como un medio para reprimir o imponer formas de conducta, sin respetar lo que ella denomina el yo auténtico. En esta línea señala: "los que mandan intentan convencernos de que todo el poder y el bienestar proceden de fuera, que nuestra autoestima depende de que sepamos obedecer y estar a la altura de las exigencias. Es interesante constatar, sin embargo, que ni siquiera las culturas más totalitarias han logrado persuadir a todo el mundo. Siempre ha habido visionarios y rebeldes empeñados en creer que cada ser humano posee un centro interno de poder y sabiduría, llámese alma o yo auténtico, Atman o espíritu" (p. 48).

Afirma que "el poder del Estado no puede traspasar los límites de nuestra piel" (p. 67), aunque las aplicaciones prácticas de esta afirmación al caso de la homosexualidad habría que matizarlas.

Tiene algunas interpretaciones acertadas sobre la consideración del feminismo, así como referencias gratuitas y un tanto arbitrarias. Los valores tradicionalmente atribuidos a la mujer son entendidos de un modo negativo, no mencionando siquiera las nuevas versiones del neofeminismo, en las que se propone precisamente una "feminización de la sociedad". La autora afirma: "si la abnegación, la anulación de los deseos personales, la realización a través de los demás, el temor al conflicto y la necesidad de aprobación se consideran parte de la personalidad “natural” de la mujer, para qué buscar explicaciones alternativas. Por suerte, las investigaciones feministas y la cada vez más rápida difusión de la información en el mundo han permitido mostrar la presencia de mujeres seguras y capaces en nuestra propia historia y en otras culturas" (p. 154).

Esta visión parcial del movimiento feminista coincide con la versión inicial del feminismo en el que se pretende no tanto una igualdad entre varón y mujer, sino más bien el protagonismo de las mujeres por encima de los hombres, en una especie de batalla que a finales del siglo XX ha perdido fuerza por resultar en la práctica ineficaz. Con independencia de las actuales posiciones en torno a la igualdad de oportunidades para las mujeres, se nota el activismo de Steinem con el feminismo americano potenciado sobre todo en la década de los sesenta, en el que propuestas como el amor libre, el aborto, o la no vinculación a instituciones como el matrimonio, eran consideradas como caminos necesarios para la liberación de la mujer. Se pretendió no tanto la igualdad cuanto sustituir al varón, dejando al margen la aportación de las mujeres. En este sentido, es bien gráfica la afirmación de Steinem: "el feminismo acudiría en mi ayuda y en la de millones de otras mujeres, alentándonos a intentar ser nosotras mismas, casadas o solteras, y a comprender, en la brillante frase de una feminista anónima, que podíamos convertirnos en los hombres que deseábamos como maridos" (p. 345).

En esa misma línea se sitúan las propuestas sobre la orientación sexual. Por ejemplo, Steinem parte de una visión feminista, y en definitiva, de una visión de la persona que necesariamente tiene que asumir cómo válida, en general, toda forma de relación homosexual.

La hosexualidad es planteada como un modo de vivir la sexualidad, que carece de posibles críticas. "La ocultación de cualquier parte de nuestro yo auténtico también constituye una muerte parcial. Millones de mujeres y de hombres han contribuido a investir de enorme honestidad y valor el acto de “destaparse”, manifestando públicamente su homosexualidad, hasta hacer de él un paradigma del descubrimiento de nuestro yo auténtico. Nuestra verdad interior puede ser una falsa vergüenza infantil o un auténtico talento, una identidad de grupo o singular, en cualquier caso, sea cual sea, todas las personas necesitamos “destaparnos” para manifestarnos públicamente como somos" (p. 68).

Esa declaración pública coincide con la propuesta anterior ya mencionada, en la que afirma la necesidad de des-aprender, en la medida en que lo aprendido cuando procede de una autoridad externa, jerarquizada, no respeta ese yo auténtico sino que lo limita. Y así, se permite hacer un balance comparativo entre la historia de M. Murphy a la que se ha referido anteriormente, y la biografía de Gandhi. "Gandhi continuó dividiendo su vida en un periodo anterior y otro posterior a lo que él denominó “mis experimentos con la verdad”; esto es, la renuncia a un yo falso, para aprender a confiar en su yo auténtico. La experiencia de la humillación de la jerarquía le condujo a abandonar la identificación con el modelo opresor, y gracias a ello descubrió un importante secreto: un dirigente que se sitúa por encima de su pueblo no puede elevar su autoestima" (p. 73).

De esta manera, asocia la declaración de la orientación sexual con la identificación del yo auténtico, y compara el proceso del descubrimiento de esa orientación con la organización social, en el caso de Gandhi, confirmando de esta manera la mezcla de ámbitos que se viene mencionando.

No deja de ser también significativa su visión del cuerpo y de la sexualidad. Se habla de las relaciones sexuales como una necesidad humana (pp. 294-295), y de la masturbación como una reacción instintiva (p. 266). Y a esto hay que añadir una concepción de la integridad física que dista bastante del respeto a la propia persona. "Una de las mayores esperanzas es lograr el reconocimiento de la integridad física como un derecho humano fundamental; un paraguas legal capaz de garantizar el derecho de las mujeres a decidir libremente sobre su sexualidad sin temor a ser castigadas, el derecho a la libertad reproductiva, la protección de las mujeres pobres frente a su posible utilización como madres de alquiler, de las personas pobres frente a las presiones encaminadas a convertirlas en abastecedoras de trasplantes y transfusiones para los grupos más acomodados, y todas las formas de apropiación y explotación de nuestros cuerpos" (p. 67).

De acuerdo con ello, la integridad física se identifica con el control sobre el propio cuerpo, que es un modo de encontrar el verdadero yo (afirmación contenida también en la p. 295: "ante la duda sobre quién ostenta la propiedad de nuestros cuerpos es preciso reivindicar el principio jurídico, ético y social de la integridad física, que garantiza a cada persona el control sobre el universo delimitado por su propia piel"). En ese sentido critica la prohibición de protestar contra abortos ilegales argumentando que sólo pudiera haber una persona contraria al aborto (p. 147); o señala entre las prioridades de las mujeres apalaches, al mismo nivel, el acceso a los anticonceptivos y al permiso de conducir (p. 151). Pero en todo caso, si se asume su propuesta sobre el propio cuerpo, podrían justificarse prácticas como las mutilaciones femeninas en el caso de que hubiera consentimiento de la mujer afectada, o cualquier otro tipo de práctica, que encontraría el único límite en la propia decisión personal.

Como lógica consecuencia, la orientación sexual vendría a ser considerada casi como una opción. Aunque no lo afirma de un modo tan taxativo, entiende exactamente en los mismos términos la homosexualidad, la heterosexualidad o la bisexualidad, considerando que en todo caso se trata de no reprimir los propios sentimientos. En un momento concreto se plantea por qué "algunas personas sienten atracción por las personas de su mismo sexo, otras se sienten atraídas por el sexo opuesto, y otras por determinadas personas concretas independientemente de su sexo" (p. 202). Y justifica las diferentes posibilidades entendiendo que cada ser humano tiene una personalidad única, que hay que respetar. Llegando a afirmar que los avances de la ciencia están reconociendo "la existencia de un misterio único, genéticamente codificado, propio de cada persona, y a valorar los métodos educativos y pedagógicos respetuosos con la esencia íntima de cada ser humano" (p. 203).

La sexualidad es entendida sin ningún referente objetivo, de modo que las tendencias de cada uno son las que condicionan el modo de vivirla. En todo caso, la sexualidad bien vivida requiere a juicio de la autora, dejarnos guiar por el yo auténtico: "si confiamos en él, seguimos sus indicaciones y escuchamos sus señales, nuestro cuerpo podrá transportarnos a dimensiones que nuestra mente consciente jamás sería capaz de imaginar" (p. 267). Llega a señalar que las personas privadas de "toda vía de gratificación sexual regular sufren casi siempre o muy a menudo una pérdida de la autoestima" (p. 266).

La visión de la sexualidad se presenta así desvinculada del "mito del amor" (p. 371), que en todo caso se formula como algo diferente de la propia relación sexual. La autora, contando una experiencia suya, en la que estuvo viviendo con un hombre durante varios años, relata cómo terminó, y afirma: "tanto él como yo tenemos ahora otra pareja, pero salvo este aspecto privado de nuestra vida, solemos consultarnos las demás cuestiones fundamentales" (p. 369). De esta manera, confirma la autora por la vía de los hechos la distinción entre la sexualidad y la relación personal, la diferencia a la que se ha referido en otros momentos entre mente y cuerpo, como si realmente esa diferencia fuera posible.

Probablemente, la cuestión es la propia definición de autoestima, que se confunde con otros términos. Desde un punto de vista puramente etimológico, identifica la autoestima con lo que en castellano se llamaría amor propio o buena opinión de sí mismo (p. 44), palabras que no necesariamente son sinónimas. Máxime cuando la autora señala que la autoestima es la palabra francesa amor a sí mismo, que tampoco coincidiría plenamente con las usadas en castellano (p. 44).

Por otra parte, a lo largo del libro aparece unida la autoestima al proceso del ser queridos y acogidos como personas. Concretamente en las pp. 88 y ss. narra su versión de la autoestima, que empieza en el núcleo familiar. Y relata cómo su madre, cuando tenía que decirles que no habían hecho algo correctamente, no les decía que eran malas o buenas, sino que las quería mucho pero no le había gustado lo que habían hecho las dos hermanas. "Esta seguridad de ser amadas y dignas de cariño, valoradas y valiosas, tal como somos, independientemente de lo que hagamos, es el punto de partida para la forma más fundamental de autoestima, lo que en psicología se denomina autoestima global, caracteriológica, o esencial (término más descriptivo, a mi entender, pues indica prioridad)" (p. 88).

Esa necesidad de todo ser humano se manifiesta también en la necesidad de un entorno familiar, que en su caso fracasó con la separación de sus padres, situación ésta que la autora identifica en términos muy negativos para su educación y para su autoestima (cfr. p. 52). Sin embargo, estas afirmaciones quedan diluidas posteriormente, cuando la autora introduce las referencias a la imposición de determinadas formas de conducta a través de la educación; o cuando interpreta todo lo que viene de fuera en términos de sociedad jerarquizada, como ya se ha puesto de manifiesto.

Por otra parte, desde una perspectiva puramente antropológica hay algunas incoherencias difíciles de asumir. Por ejemplo, hay un capítulo en el que se refiere a las familias ficticias como núcleos de acogida que necesitamos todas las personas, pero especialmente aquellas que no han encontrado en su familia la acogida necesitada. Por una parte, afirma que la existencia de este tipo de grupos afines muestra que la familia biológica no es la única unidad importante en la sociedad (p. 235), pero al mismo tiempo atribuye a la familia psíquica los principios que debería cubrir la familia biológica, siendo aquella un sustituto de ésta. Afirma de hecho que la eficacia de la familia psíquica se basa en cuatro principios: "que una persona que ha vivido algo sabe más al respecto que las supuestas expertas; que las experiencias compartidas y un deseo común de cambiar pueden crear un vínculo entre las personas; que debe respetarse la confidencialidad y el compromiso mutuo; y que todas las personas participen en el grupo sin que ninguna domine" (p. 235). Se busca así en el exterior un marco que de algún modo pueda suplir la carencia de un núcleo familiar. Lo que resulta paradójico, al leer las afirmaciones de la autora sobre las lecciones que se aprenden en la familia: "a amar y convivir con otras personas que no comparten nuestros intereses, y a conocer lo que podemos esperar de cada una de las diferentes etapas de la vida" (p. 318) (Teniendo en cuenta que habría que matizar esas dos lecciones).

Junto a esta necesidad, dedica un apartado íntegro a los animales, llegando en algún momento a proponer tratarlos como hermanos de los hombres, y afirmando que son el contrapunto para incrementar la autoestima y fomentar la responsabilidad en los seres humanos (p. 392 ss). Aprovecha la defensa de los animales para recalcar que las religiones los ha demonizado, creando jerarquías ultraterrenas, afirmando que "San Agustín excluyó a los animales del universo moral divino en el siglo V; Santo Tomás de Aquino afirmó, en el siglo XIII, que el hombre estaba autorizado para ejercer un poder ilimitado sobre los animales en virtud del dominio que Dios había concedido a Adán sobre ellos" (p. 390). Y junto a ello, utiliza la referencia a "lo natural" para hablar de la autoestima en este contexto, lo que implica preguntarse cómo se podría definir lo natural, si no hay nada que sea ultraterreno. "La autoestima es natural y sólo los seres humanos crean desigualdades, por la sencilla razón de que creen en ellas. Abrir nuestro corazón a los animales tal vez pueda también ayudarnos a conectar mejor con nosotras o nosotros mismos" (p. 398).

El proceso de recuperación de la autoestima requiere el recurso a la autohipnosis, y sobre todo a la conjunción del pasado y el presente, a través de las técnicas de meditación. Utiliza a modo de ejemplo las experiencias de Julie Andrews (p. 123) o de Alice Miller (p. 130), para reforzar la eficacia de este recurso.

Tiene afirmaciones que denotan la influencia de New Age en la autora. Por ejemplo, la referencia a la gracia salvadora de la naturaleza (p. 386), la consideración de que somos naturaleza (p. 379), o la descripción del conocimiento de la madre Tierra como proceso de recuperación del yo (p. 380). En la misma línea, la consideración de que la ecología es la solución a las formas de patriarcado (p. 249), o los argumentos apoyados en el llamado paradigma circular (p. 249).

Por último, resulta muy significativa la crítica abierta de Steinem a la visión de una religión que propone a Dios como hombre/varón (p. 400), lo que le lleva a reiterar la visión de la religión como un refugio respecto a los hombres, y en definitiva como una forma de fundamentalismo (p. 402).

 

IV. Valoración de la obra

Como en casi todos los textos, hay afirmaciones salvables, contradicciones, y también afirmaciones que no resultan correctas.

Si hubiera que resumir las afirmaciones que fundan la estructura del libro, podría señalarse lo siguiente:

1. Propone una visión negativa de Dios, y consecuentemente, de toda forma de religión.

2. Denota un desconocimiento de lo que significa el amor de Dios hacia todas las personas, y respecto a la propia condición de la persona.

3. Por una parte, define la autoestima en términos de amor a uno mismo; y por otra, trata de descubrir cuál es el yo auténtico que define al "uno mismo", lo que implica una labor de revisión de la propia educación, y del propio camino personal.

4. De los argumentos del libro, se deduce una búsqueda más o menos solapada de un ser que pueda trascendernos, al que identifica con el yo universal; pero al mismo tiempo, no coincide con una visión de Dios que para la autora es claramente negativa. Por ello, recurre a la naturaleza y a los animales.

Como ya se afirmó en su momento, la idea inicial del libro resulta positiva, en la medida en que la autora trata de reflexionar sobre las razones por las que hay tantas mujeres que no se incorporan a la sociedad en términos de igualdad respecto a los hombres, por su falta de autoestima. Y a partir de ahí, desentraña lo que significa la autoestima, y los medios para recuperarla. Para ello, presenta una realidad de hecho: se han puesto muchos medios en favor de la igualdad de las mujeres; se han multiplicado los mecanismos de acciones positivas para fomentar la incorporación de mujeres a los distintos ámbitos normativos; ha habido una movilización de la opinión pública mundial en favor de la igualdad... etc. Y sin embargo, todo ello constituye un paquete de medidas que la autora denomina "externas". De manera paralela, también se constata que muchas mujeres no tienen confianza en ellas mismas, o en su caso, no terminan de asumir sus posibilidades de actuación, lo que implica que hay algunas barreras a la igualdad que son "internas". Por ese motivo, hace falta repasar la propia autoestima, y poner los medios para que no sólo las mujeres, sino todo ser humano recupere la confianza en sí mismo.

Sin embargo, esta idea inicial empieza a desfigurarse cuando la autora avanza en su argumentación. Para Steinem hay que bucear en la trayectoria y en la historia de cada persona, y eso requiere un repaso a la definición de la familia tradicional (varón y mujer, como núcleo de constitución de la familia), que califica de jerárquica; a la finalidad de la educación, con la influencia clara de la religión, especialmente de la católica, a la que la autora se refiere en innumerables ocasiones a lo largo del libro; a la propia configuración de la sociedad, y a conceptos políticos tradicionales.

Tiene algunas afirmaciones buenas sobre la función de los hombres en la sociedad, o incluso sobre temas más puntuales como las diferentes formas de obediencia. Pero al mismo tiempo, carece de referencias objetivas para argumentar sobre la persona, la familia, la trascendencia, etc.

Se detecta en los argumentos un esfuerzo considerable por encontrar el por qué de todas estas cuestiones, pero la influencia de New Age, y de algunas posiciones radicales de distintos movimientos sociales, diluyen los intentos de Steinem.

En este sentido, resulta especialmente gráfica la propia presentación del libro en la contraportada, que muestra las líneas de fondo del mismo: "identifica las raíces sociales de la carencia de autoestima con una estructura familiar jerárquica, un sistema educativo uniformador basado en la competencia, el androcentrismo y etnocentrismo de la ciencia y de las religiones monoteístas que identifican la divinidad con un poder masculino. Denuncia el impacto de las estructuras de dominación sobre los sentimientos de autoridad y valía personales. Critica las formas tradicionales de crianza infantil, el uso de los tests en el sistema educativo, los contenidos de la educación, la asignación de papeles según el género y la raza, y destaca la importancia de desaprender lo aprendido cuando la educación recibida fomenta el rechazo de la persona".

Es muy significativo el intento de la autora por pensar y reflexionar sobre temas que no tienen fácil solución; y por combinar la realidad de hecho en la que vive con los argumentos para justificar ese tipo de conducta. Hay muchas formas de vida que da por válidas, especialmente en el caso de los homosexuales, por su propia existencia en el entorno social, y en todo caso, justificando que las personas hayan llegado a ello por motivos variados.

Para leer el libro, hace falta formación, no sólo en cuestiones directamente relacionadas con el movimiento feminista, sino también filosóficas y teológicas, para deslindar en cada caso de qué está hablando.

P.D.L. (1998)

 

Volver al Índice de las Recensiones del Opus Dei

Ver Índice de las notas bibliográficas del Opus Dei

Ir al INDEX del Opus Dei

Ir a Libros silenciados y Documentos internos (del Opus Dei)

Ir a la página principal

 

 



[1] Hugh MISSILLDINE, Your Inner Child of the Past, traducido al castellano como Tu criatura interior del pasado.