TAMAMES, Ramón

Fundamentos de estructura económica

Alianza Editorial, 3ª ed., Madrid 1978. 345 pp.

CONTENIDO

El autor, Catedrático de Estructura Económica en la Universidad Autónoma de Madrid, ha planteado este libro como un texto introductorio de carácter general sobre su disciplina. La materia se distribuye en tres partes: la primera (capítulos 1 a 4) trata de los fundamentos "de fondo" de la Estructura Económica; la segunda (capítulos 5 a 7) se ocupa de los fundamentos "de carácter instrumental"; la tercera (capítulos 8 a 11), añadida a partir de la 3a. edición, se refiere a cómo transformar la realidad económica.

PRIMERA PARTE

1. El concepto de estructura económica

Ante la multiplicidad de acepciones que admite la expresión "estructura económica", este capítulo examina las que ha habido sobre el particular en la historia del pensamiento económico.

Entre las concepciones clásicas, menciona en primer término el enfoque anatómico adoptado por William Petty(s.XVII) que con el tratamiento del material estadístico sentó un precedente de lo que hoy llamamos análisis estructural.

La concepción marxista se sintetiza en los conceptos de estructura y superestructura, que constituyen la base del materialismo histórico. La estructura económica —conjunto de relaciones de producción y cambio— condiciona la superestructura jurídica y política, la cual a su vez tiende a determinar las formas sociales de conciencia (cultura, religión, ideología). Frente a los que critican el determinismo económico marxista, Tamames arguye que, en la concepción materialista de la historia, la estructura económica es el factor determinante, aunque no único. Con citas de Marx y Engels como argumentos de autoridad, Tamames dedica a la concepción marxista mas del doble de páginas que a cualquiera de las otras, para insistir en su validez actual.

Dentro de los enfoques estructurales, destaca también el de economistas neoclásicos, como John Neville Keynes y Lionel Robbins, que formularon el concepto de Economia Descriptiva. Esta sería la rama que pretende describir los fenómenos económicos, en contraposición con la que tiene por objeto establecer leyes económicas.

Entre los planteamientos modernos de la estructura económica, apunta en primer término la Econometría, que integra la teoría económica, las matemáticas y la estadística para representar la realidad por medio de modelos. Se refiere después al concepto de estructura en Johan Akerman, en José Luis Sampedro y en los enfoques estructuralistas presentes en diversas ciencias.

Por último, expone su propia postura de un modo sistemático que Justifica el orden que seguirá en el libro. Entre los distintos elementos que integran la realidad económica, existen unas relaciones de interdependencia, que en muchos casos pueden ser traducidas en coeficientes técnicos sectoriales o en tensiones sociales. Estas relaciones se formalizan en instituciones que se complementan unas a otras. El marco institucional cambia a medida que se transforma la estructura económica y define el sistema dentro del cual se desarrolla ésta.

Lo que denominamos Estructura Económica es la rama del Análisis Económico "que tiene por objeto describir e interpretar rigurosamente la realidad económica con el propósito de obtener conclusiones válidas para operar sobre esa realidad" (p. 55). Para este intento, la Estructura Económica debe apreciar cinco dimensiones: material, espacial, tecnológica, temporal y social. Para el estudio y medición de los fenómenos que constituyen la realidad económica existe un conjunto de métodos e instrumentos, basados en la teoría económica y en la estadística.

2. Instituciones económicas

Este capítulo destaca la importancia del marco institucional de la economía, pues "buena parte del funcionamiento de la estructura económica discurre por los cauces de instituciones de todo tipo". En este punto, valora la aportación de la corriente de doctrina conocida como "Institucionalismo" que ha sido desarrollada fundamentalmente por autores norteamericanos (Veblen, Commons y Mitchell). Esta escuela concede un lugar preeminente a la interacción de las instituciones sociales y a los aspectos económicos de la conducta.

Por último, hace una sucinta enumeración de las instituciones que, a nivel nacional e internacional, influyen sobre el funcionamiento de la economía y forman una malla de relaciones que sirve de soporte a la propia estructura económica.

3. Sistemas económicos

El marco institucional de la economía de un pais define cuál es el sistema económico en que se inserta. A la hora del análisis estructural es preciso, pues, advertir las distintas formas de organización social que adoptan los hombres para el desempeño de su actividad económica.

Entre las distintas clasificaciones que se han hecho de los sistemas económicos, el autor reseña las de Werner Sombart, Walter Eucken, Ernst Wagemann y André Marchal. Tamames reconoce la complejidad de intentar sistematizar los sistemas económicos, pues no existen formas puras: "de hecho se combinan la autoridad y el mercado, originándose de esa manera los llamados sistemas mixtos". Sin embargo, su análisis se centra en la polarización capitalismo-socialismo.

Primero hace una somera descripción de la evolución del capitalismo, contemplado desde una óptica marxista. Señala que si antes el mercado era el centro fundamental de decisiones, ahora la autoridad económica ha pasado a desempeñar un papel de creciente importancia para impedir la aparición de crisis económicas y asegurar el crecimiento económico continuado. Al enjuiciar las formas actuales del capitalismo, recoge las críticas de Galbraith: los servicios públicos han dejado de estar a la altura del consumo privado; la producción ha pasado a considerarse como un fin en sí mismo, por lo cual los empresarios crean continuamente necesidades artificiales a través de la publicidad— el medio ambiente y el clima social (alcoholismo, drogas) se degradan cada vez más en la sociedad opulenta.

Esto es así, porque, a pesar de modificaciones secundarias, "el principio básico del capitalismo —el máximo de rentabilidad o de lucro a corto plazo— no ha variado en absoluto". El más grave inconveniente de este sistema es la alienación de las masas trabajadoras, no sólo por el hecho de la opresión directa del trabajo, sino fundamentalmente por la finalidad que la explotación capitalista asigna al trabajo. En lugar de satisfacer las verdaderas necesidades individuales y colectivas, el trabajo en el sistema capitalista "no tiene sentido sino en cuanto que es origen de la producción de beneficios, cualquiera que sea la utilidad de los productos o servicios"(p. 89).

Respecto al socialismo, Tamames lo presenta como "una corriente de pensamiento con multitud de expresiones, todas las cuales coinciden en el afán de igualitarismo entre los hombres, que teóricamente no puede ser logrado sino con una mayor o menor sustitución de la propiedad privada por la colectiva de los medios de producción" (p. 91).

Advierte que Marx y Engels dedicaron casi todo su esfuerzo al análisis de la sociedad capitalista, pero no diseñaron cómo funcionaría la economía socialista "por la aversión a resultar más utópicos que científicos". Para explicar teóricamente el proceso de edificación del socialismo, Tamames se basa en la obra de Stalin "Problemas económicos del socialismo en la URSS"; en una serie de pasajes del "Manual de Economia Política" de la Academia de Ciencias de la URSS; y en un articulo del economista polaco Oskar Lange sobre "Problemas de la construcción socialista".

El primer paso para liquidar el sistema capitalista y edificar el nuevo, exige crear un amplio sector socialista de base, mediante la reforma agraria y la expropiación de la banca, la industria básica y los transportes.

Gracias al peso del sector socialista y a la acción de las organizaciones de trabajadores, el Estado está en condiciones de asegurarse el control del sector capitalista residual (pequeñas y medianas empresas no nacionalizadas).

En una tercera fase, la producción agrícola y artesana se integra en la economía socialista, a través de la constitución de cooperativas.

De este modo, "el Estado socialista cuenta con una base suficientemente firme para la planificación económica centralizada, en la cual gradualmente las formas de organización se van haciendo menos burocráticas, más flexibles" (p. 95). Cabe entonces preguntarse por qué se ha producido un resultado exactamente opuesto, ya que la burocratización ha llegado a ser el gran obstáculo para la eficacia de las economías socialistas. Pero tanto en este epígrafe como en el resto del libro, Tamames se limita a hablar del proceso de construcción del socialismo o de las virtudes que deberá tener, pero sin analizar en ningún momento los resultados del socialismo real.

Tal vez por la misma razón, se muestra cauto al plantearse cuál de los dos sistemas —capitalismo o socialismo— acabará por ser el predominante. En lugar de intentar una comparación del crecimiento económico y del nivel de bienestar en ambas áreas, hace una digresión histórica para mostrar que las grandes transformaciones después de la II Guerra Mundial han sido consecuencia de la pugna entre ambos sistemas.

El rumbo futuro de esta confrontación es difícil de predecir. De una parte, "si una serie de sistemas económicos han existido antes que el capitalismo, no existe en principio ninguna razón para pensar que éste haya de ser eterno", afirmación que, evidentemente, podría aplicarse también al socialismo. Para el autor, "todos los indicios son contrarios a una suposición de este tipo, lo cual no significa, naturalmente, ninguna clase de resistencia a aceptar que en el momento presente el Capitalismo goza de buena salud en muchos países (p. 96).

Aunque el Capitalismo ha sabido reaccionar oportunamente ante las amenazas que se cernían sobre él, una serie de fenómenos actuales como la explosión demográfica, las nuevas fuentes de energía y la exploración del espacio— "confieren al Socialismo un porvenir que se puede calificar como muy brillante"(p. 100). Pero Tamames no se detiene a explicar por qué estos tres factores conceden una especial ventaja al socialismo.

4. Niveles de desarrollo

En este capítulo describe la situación de los países subdesarrollados, para examinar después las etapas del crecimiento económico y ver si existen unos limites a dicho crecimiento.

Resume las raíces del atraso económico en cuatro epígrafes. En primer lugar, los problemas planteados por el rápido crecimiento demográfico, típico de la mayor parte de los países no desarrollados. Esto se traduce en deficiencias de alimentación y agrava el problema de la población en paro, que nutre las filas de la mendicidad rural y del "lumpenproletariat" urbano. Reconoce que estas tensiones demográficas no pueden resolverse únicamente por la política de control de la natalidad, ya que estos países carecen del nivel cultural y de planificación indispensable para llevarlo a la práctica.

La estructura económica de estos países se caracteriza por una agricultura de tipo tradicional, cuya propiedad está concentrada en pocas manos, un bajo grado de industrialización y un sector comercial atomizado, con gran número de intermediarios. Las deficiencias de estructura económica configuran a la mayor parte de estos países como sociedades "duales": junto a unos pocos puntos de actividad económica intensa y modernizada, coexisten amplias regiones que se limitan a proporcionar mano de obra y materias primas, y donde los niveles de vida son ínfimos.

En cuanto a la renta, no sólo su nivel es mucho más bajo que en los países industrializados, sino que también su distribución es mucho más desequilibrada.

Finalmente, son países muy dependientes del exterior, ya que sus exportaciones se reducen fundamentalmente a productos básicos agrícolas o minerales, que sufren fuertes fluctuaciones de precios en los mercados mundiales. Esto determina variaciones importantes de sus ingresos en divisas, con efectos nocivos en sus balanzas de pago y, por tanto, en la cotización de sus monedas. A esta vulnerabilidad hay que añadirles dependencia tecnológica respecto a los países industrializados, que es el hecho más diferenciador entre ambos bloques.

Para explicar el proceso de desarrollo, Tamames reseña las clasíficaciones de las etapas del crecimiento elaboradas por algunos autores: F.List (las cinco fases de la economía), la concepción marxista del desarrollo social (desde la esclavitud al socialismo), las fuerzas motrices y límites estructurales señalados por Akerman, y el esquema de etapas del crecimiento propuesto por Rostow.

Al referirse a la concepción marxista, se encuentra con la dificultad de que el socialismo se ha instaurado en países con un capitalismo poco desarrollado y no en los más avanzados, en contra de lo que cabría esperar de acuerdo con la teoría. Pasa rápidamente sobre esta objeción diciendo que si los intentos socialistas no prosperaron en estos países fue porque el capitalismo ya había aceptado parte de las reivindicaciones de las clases trabajadoras.

Reconoce que "la instauración del socialismo no ha significado el cese de la lucha de clases, ni el fin de toda explotación, ni mucho menos el término de la alienación del trabajo" (p. 116). Y es que el socialismo está todavía en sus comienzos, en lucha abierta con el capitalismo, y pasará todavía mucho tiempo hasta que se consolide. El socialismo integral y planetario "no significará necesariamente la felicidad universal", pues no hay paraísos, pero, sin duda, todos tendrán unas opciones análogas y "todos serán más libres". Sin embargo, no explica por qué en los países que han avanzado más en este camino la conciliación entre socialismo y libertad se ha convertido en la cuadratura del círculo.

En el último apartado que dedica a los límites al crecimiento, reseña brevemente el segundo informe para el Club de Roma, obra de Mesarovic y Pestel, publicado en l974. Se manifiesta de acuerdo con la tesis de estos autores, que ponen en tela de juicio el crecimiento "indiferenciado" seguido hasta ahora, y preconizan un crecimiento "orgánico", en el que las diversas partes del sistema mundial contribuyen con su especialidad al funcionamiento del todo. No obstante, considera que Mesarovic y Pestel no exponen con suficiente claridad cuál debe ser la estrategia para dar este cambio cualitativo en el crecimiento y de qué modo debe regionalizarse. En este sentido, le parece más convincente el primer informe al Club de Roma, informe que, sin embargo, fue el que más criticas recibió.

A lo largo de este capítulo, Tamames se plantea también cuál es el camino más eficaz para salir del subdesarrollo: ¿la evolución paulatina o la mutación revolucionaria? Una revolución, un cambio de sistema ¿es algo rentable? Para Tamames, esta es una pregunta conservadora y necia. La única respuesta posible —desde el punto de vista marxista— es que "las revoluciones se hacen cuando las condiciones objetivas y la organización de las clases oprimidas alcanzan el nivel suficiente". En vez de esta contestación ideológica, hubiera sido posible una respuesta empírica, más acorde con el análisis económico: comparar el grado de desarrollo económico alcanzado por los países que han implantado el socialismo y el de los que han elegido otros caminos. Pero entre los países que han empezado a despuntar del mundo del subdesarrollo no se encuentran precisamente los que han optado por la revolución socialista. Y los hechos son más difíciles de manejar que la ideología.

SEGUNDA PARTE

5. Algunas observaciones metodológicas

Antes de empezar a exponer los métodos propios de la Estructura Económica, Tamames hace algunas consideraciones preliminares dirigidas a poner de relieve las ventajas del método dialéctico marxista. La digresión no tiene más interés que repetir la conocida tesis marxista sobre la contraposición entre dialéctica y metafísica. El método dialéctico es dinámico, permite explicar el devenir histórico como un conjunto de procesos de cambio continuo, que se influyen recíprocamente; en cambio, la metafísica sería la teoría de la inmutabilidad de la naturaleza, donde las cosas y conceptos son fijos y rígidos, y deben investigarse aisladamente. Según Tamames, el predominio del método aristotélico-tomista explica que "la Edad Media se caracterizara por el estancamiento científico y tecnológico", juicio que, si bien responde a un tópico arraigado, ya no sostienen los historiadores medianamente serios.

Las afirmaciones de Tamames responden a la desfiguración o ignorancia del objeto de la metafísica. Como afirma F. Ocáriz, "la metafísica, contrariamente a toda esa demagogia marxista, desde antes de Aristóteles hasta hoy, estudia el movimiento, el cambio, el surgir y el aparecer, el desarrollo... como puntos capitales. Es asombroso que el marxismo pretenda hacernos creer que la metafísica niega la realidad del movimiento, cuando sin la experiencia y estudio del movimiento no habría metafísica, ya que es de ahí de donde se obtiene el conocimiento filosófico de los principios reales metafísicos fundamentales: sustancia-accidentes, materia-forma, ser-esencia, etc. " ("El marxismo. Teoría y práctica de una revolución", p. 149).

Tras esta breve presentación, el autor pasa a exponer los métodos que se utilizan para describir e interpretar la estructura económica en sus cinco dimensiones: material, espacial, temporal, social y tecnológica.

En el aspecto material —el más importante para el análisis estructural— el problema es medir el valor de los bienes y servicios producidos por la actividad económica. Para esto se han desarrollado una serie de instrumentos, agrupados bajo el nombre de Contabilidad Social, que aplican las técnicas contables a las grandes unidades macroeconómicas.

Aquí, el autor hace una exposición somera de la base teórica y de las aplicaciones de las tres grandes ramas de la Contabilidad Social: la estimación de la riqueza y el producto nacional, las Cuentas Nacionales y el análisis Input-Output.

Las observaciones metodológicas sobre las demás dimensiones de la realidad son mucho más sucintas, y se limitan a señalar lo que es fundamental en los métodos correspondientes. En los métodos de análisis espacial, menciona tres grandes grupos: contabilidad social regional, ciclos regionales y análisis de localización. En la dimensión temporal, subraya que el análisis económico puede considerar el tiempo bajo tres enfoques: como un medio del que el hombre dispone de modo limitado, como uno de los requisitos del proceso de crecimiento y como el soporte para medir la evolución de las variables económicas.

Para el estudio de la dimensión social, es preciso tener en cuenta las relaciones de producción y cambio entre clases sociales y entre naciones. No entra en el tema de las relaciones entre clases sociales, que corresponde de lleno a la Sociología. En cambio, las relaciones económicas internacionales le dan pie para resumir la teoría leninista del imperialismo. Finalmente, apunta la estrecha relación entre el desarrollo económico y el progreso de la tecnología.

6. Medidores y rationes estructurales

En este capítulo, fundamentalmente técnico, examina algunos medidores y rationes estructurales, que conectan —entre sí dos o más variables y que, por tanto, permiten apreciar el grado de intensidad de una relación. Dentro de las innumerables rationes y coeficientes que es posible construir hoy gracias al progreso de las estadísticas, se recogen aquí los más usuales en demografía y en el análisis de los cuatro grandes sectores de la actividad económica: agricultura, industria, sector exterior y sector público.

7. Las fuentes del análisis estructural

Es un capítulo descriptivo sobre los distintos tipos de fuentes a las que hay que acudir para el análisis de la realidad económica, más algunas reflexiones sobre el modo de utilizarlas y de valorar su fiabilidad.

En síntesis, las fuentes se clasifican así:

Directas (Investigación)

— Institucionales: historia, fuentes jurídicas, sociológicas.

— Propiamente estructurales: estadística, observación directa (entrevistas y encuestas), experimentación.

Elaboradas (Información)

— tratados, manuales, monografías, informes,prensa económica.

TERCERA PARTE

Los cuatro capítulos finales del libro, añadidos a partir de la 3ª edición, se refieren a cómo transformar la realidad económica. O, más exactamente, cómo instaurar un sistema económico socialista en los países capitalistas desarrollados. Transformar la realidad económica de los países socialistas no entra dentro de las preocupaciones del autor en este libro.

8. La dinámica del crecimiento económico

El propósito de este capítulo, de sólo seis páginas, es dejar constancia de la existencia de desequilibrios que sólo pueden ser corregidos mediante la planificación.

Tamames distingue entre el crecimiento económico —mero aumento de determinadas magnitudes como el Producto Nacional Bruto— y el desarrollo económico, que implica transformaciones de la estructura económica para corregir los desequilibrios de partida. Los desequilibrios son de tres clases: sectoriales, sociales y espaciales.

El desigual progreso de los distintos sectores que integran el sistema económico lo achaca a la inadecuada distribución de inversiones, de acuerdo con criterios de lucro a corto y medio plazos propios de un sistema capitalista.

Los desequilibrios sociales se manifiestan en la desigual distribución de la renta, desequilibrio que no puede corregirse simplemente a través del mecanismo salarial, si no también con un sistema fiscal enfocado a la redistribución y mediante una serie de reformas de estructuras.

Los desequilibrios espaciales —entre zonas urbanas y rurales, o entre regiones— tienen su manifestación más visible en los movimientos migratorios.

Frente a estos desequilibrios que acompañan al modo de producción capitalista, Tamames no ve más salida que la planificación. "Planificando es posible asignar los recursos financieros, materiales y humanos, de manera más o menos directa al cumplimiento de unos objetivos determinados" (p. 243). La planificación debe romper esas desigualdades que "tienden a favorecer a las clases dominantes, cuya cúspide domina la oligarquía" (p. 246). Tamames simplifica aquí por motivos ideológicos, ya que, por ejemplo, el desequilibrio entre precios industriales y precios agrícolas beneficia también a los obreros respecto a los campesinos; y en los desequilibrios regionales es toda una población —y no una clase la que resulta beneficiada o perjudicada. Pero estas matizaciones no cuadrarían bien con el capitalismo monopolista de Estado que nos va a pintar en el capítulo siguiente.

9.El capitalismo monopolista de Estado y la democratización del crecimiento

"Los rasgos del crecimiento económico en los países más avanzados —asegura Tamames en el prólogo, p. 17— configuran el sistema como de capitalismo monopolista de Estado, en el cual la oligarquía se apodera del Estado para de este modo explotar a todo el resto de la sociedad". Este es un capítulo esencialmente ideológico, en el que Tamames desarrolla conceptos formulados por Engels y Lenin, y que ulteriormente han sido tratados por autores marxistas como Wright Mills, Arnold Rose o Paul Boccara.

"En un país prevalece el capitalismo monopolista de Estado cuando su economía se ve progresivamente dominada por un número cada vez menor de grupos capitalistas, que junto a su poderío económico propio pasan a desempeñar un papel político fundamental, utilizando a fondo el amplio arsenal de instrumentos del Estado gracias al dominio político que ejercen" (p. 250). Como principales rasgos de este capitalismo, Tamames destaca: la agudización de las tendencias monopolísticas, la creciente interpenetración industria-banca, la utilización de los instrumentos del Estado en favor de estos monopolios, el desarrollo de las empresas multinacionales, la creación de grupos de presión para influir en la política económica del Estado, y la gran influencia de los grupos financieros sobre las decisiones del gobierno.

Consecuente con su ideología marxista, Tamames afirma: "hoy cada vez son menos quienes hablando seriamente no aceptan que el Estado siempre tiene un contenido de clase. Incluso algunos llegan a considerarlo como el comité ejecutivo de las clases dominantes, que lo utilizan a modo de junta coordinadora de toda la vasta gama de instrumentos que utilizan para reforzar su dominación" (pp. 250, 251). Esta afirmación, que Tamames generaliza a todo país capitalista avanzado, si en algún sitio se aplica a la letra es precisamente en los sistemas comunistas. Allí, el Estado y el Partido único se confunden, y la oligarquía burocrática monopoliza todos los resortes del poder, para perpetuar su dominación sin contrapeso alguno.

La "fracción hegemónica de la burguesía" está formada por la oligarquía financiera, que al controlar el capital financiero domina el conjunto del sistema. Este dominio le permite utilizar en su provecho los instrumentos de la política económica (concesiones administrativas, régimen de comercio exterior, incentivos fiscales, sistema de precios, etc.)

Enfervorizado por su descripción, Tamames la redondea con las consecuencias políticas: "Tampoco es meramente casual la circunstancia de que el sistema de capital monopolista de Estado se combine con una situación política de autocracia, esto es, con la virtual desaparición de todas las libertades públicas y de cualquier vestigio de estructura democrática en las instancias del poder" (p. 259). Habida cuenta de que antes ha presentado el capitalismo monopolista como el característico de los países más avanzados, habría que concluir que en países como Estados Unidos, Alemania o Japón ya no quedan vestigios de libertades públicas ni de democracia. Pero es posible que Tamames tenga in mente, aun sin decirlo, el caso español, ya que toda esta última parte del libro se parece más a un programa político de partido que a una exposición de fundamentos de estructura económica. En tal caso, se impone reconocer que el grado de libertades públicas es suficiente, al menos, para que Tamames publique este libro en contra del sistema.

A continuación, expone las fases que atraviesa la democracia, "en correspondencia con el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas", para desembocar en el "socialismo en libertad".

En la democracia burguesa, el sistema económico estaba completamente dominado por la burguesía, que se aseguraba el control politico por medio del sufragio censitario. De ahí se pasa a la democracia capitalista reformada, donde todos los ciudadanos empiezan a disfrutar de los derechos políticos formales y en la que surgen además los derechos sociales (seguridad social, derecho al trabajo, a la educación,etc.). La tercera fase seria la democracia avanzada, en la que se inicia una importante redistribución de la renta a través del sistema fiscal, sanidad, urbanismo... El último estadio consagraría el socialismo en libertad "con la difusión del sufragio universal a todos los niveles y en toda clase de instituciones —universidades, juntas de vecinos en las grandes ciudades, extensión del cooperativismo, etc.—, con el planteamiento de formas de cogestión y autogestión en empresas y en ciertas entidades públicas y privadas, y con una planificación democrática extendida a todo el ámbito de la actividad económica" (p. 261). Los derechos, que antes eran meramente formales para la mayoría, pasan a ser reales en este nuevo contexto de democracia económica marcada por "una clara tendencia a la igualdad".

Para alcanzar este nuevo tipo de democracia, será preciso cambiar la estructura económica de la sociedad y transformar profundamente las instituciones que se apoyan en ella.

Los cambios estructurales afectan, en primer término, al uso del poder político: no sólo hay que mantener la legitimación democrática por el sufragio universal, sino también desmantelar progresivamente el Estado centralista, para contribuir a la descentralización de decisiones. En las relaciones de propiedad, dos puntos claves son la reforma agraria, para que los campesinos estén en pie de igualdad con los de más ciudadanos, y una política de suelo edificable que corte la especulación inmobiliaria. La democracia económica en las relaciones de producción vendrá favorecida por la presión del sindicalismo libre y por una política económica que dé un trato equitativo a la pequeña y mediana empresa. En las relaciones de cambio, se impondrá una profunda revisión de los circuitos comerciales y un mayor control de las entidades financieras.

Dentro de los cambios en las instituciones, lo primero es introducir la planificación, para utilizar en una determinada dirección los recursos disponibles. La verdadera democracia económica dependerá mucho de cómo se estructure la seguridad social y el sistema fiscal. En la educación,se impone una "profunda reforma" para que la tendencia a la igualdad sea real; finalmente, hay que plantearse en serio el desarrollo científico y tecnológico para salir de "la órbita del imperialismo de las multinacionales".

Como puede advertirse fácilmente, todo este capítulo tiene el sabor del típico programa electoral vago y difuso, donde se señalan los objetivos deseables sin concretar los medios. Cualquier intento de mejora social y económica se marca estas metas: descentralización de decisiones, una fiscalidad justa, igualdad de oportunidades en la enseñanza, mejora de los circuitos comerciales y financieros, un urbanismo acorde con los intereses sociales... Lo importante es concretar los criterios que guiarán el cambio, los medios que se emplearán, los mecanismos que garantizarán el buen funcionamiento de la reforma. Tamames no necesita detenerse en estas minucias, pues de entrada ha encontrado un chivo expiatorio: el capitalismo monopolista de Estado. Desaparecido el origen de todos los males, nada impide ya el buen funcionamiento económico y social.

Pero, aunque este simplismo fuera cierto, habría que plantearse al menos qué medios se van a emplear para lograr ese cambio radical. Si los países más desarrollados se caracterizan precisamente por un capitalismo monopolista de Estado; si la oligarquía domina el sistema económico,tiene en sus manos el control político, maneja los hilos de la banca, coordina en su provecho todos los instrumentos del Estado y cuenta con el apoyo del capitalismo multinacional, ¿qué puede hacer una sociedad inerme ante tan fabuloso poder?. ¿Cómo implantar la planificación democrática sin una acción revolucionaria que "expropie a los expropiadores"?

Tamames presenta la senda hacia el socialismo en libertad como una transición pacífica, a base de cambios, reformas y profundas transformaciones. Y evita cuidadosamente el uso de términos como expropiación, nacionalización, acción revolucionaria y demás fraseología que despertaría malos recuerdos. Pero en esa senda hay una falla lógica: o bien el poder económico y político está más repartido de lo que pretende hacernos creer al pintarnos ese coloso del capitalismo monopolista de Estado; o bien, si este cuadro es exacto, tendría que indicar claramente qué palancas revolucionarias es preciso utilizar para lograr esas profundas transformaciones. Pero Tamames no se detiene a explicar estas contradicciones: va por derecho hacia la planificación democrática, bálsamo que corregirá todos los desequilibrios, ya sean económicos o lógicos.

l0. La planificación capitalista

Antes de exponer su concepto de planificación democrática, Tamames dedica un capítulo a descalificar los intentos de planificación utilizados dentro del sistema capitalista. Para esto distingue tres fases en el intervencionismo económico estatal a lo largo de este siglo.

La primera estuvo caracterizada por un nuevo enfoque de la política económica, como conjunto de medidas para combatir las fases de depresión (caída de la actividad económica, paro, incertidumbre). Esta fue la actitud típica de los años treinta, durante la época de la Gran Depresión. De acuerdo con los planteamientos teóricos de Keynes, se trataba de estimular la demanda global ("cebar la bomba"), a fin de restablecer el equilibrio del debilitado sistema económico, y sentar así las bases para que el proceso de la actividad económica continuara después por sí mismo, sin mayores intervenciones, de forma autosostenida. Esta "cura de urgencia" de capitalismo pasó a convertirse en arsenal permanente de medidas económicas, al que se recurre según la situación de coyuntura económica. Tamames, afirma, con razón, que el keynesianismo no es planificación, en el sentido de que no aspira a cambiar la estructura del sistema, sino a lubrificar sus mecanismos.

La segunda fase nació con motivo de la planificación forzada por la segunda guerra mundial y la subsiguiente reconstrucción. Ante la necesidad de concentrar el esfuerzo económico en la lucha contra Alemania y Japón, las autoridades norteamericanas introdujeron métodos de planificación que proporcionaron un crecimiento espectacular del PNB. Para Tamames, el corolario de esta experiencia es claro: "una economía capitalista, sin dejar de serlo, puede llegar a planificarse de manera casi total" (p. 269).

En este caso, Tamames convierte en elogio para la planificación lo que habitualmente se utiliza como crítica del capitalismo: la guerra como medio para estimular la economía. En cualquier caso, aunque una situación de emergencia como la guerra no sea el paradigma más oportuno, esta experiencia podría incluso presentarse como muestra de la eficacia del capitalismo: un sistema económico suficientemente flexible como para transformar rápidamente una economía normal en una economía de guerra, y capaz de reconvertir de nuevo ese crecimiento para adaptarlo a fines pacíficos.

La tercera fase es la planificación indicativa, ensayada sobre todo en Francia. Este tipo de planificación, según sus creadores, "significa la programación efectiva de todo el sector público, al tiempo que proporciona una mejor información y previsión global para que el empresario pueda adoptar decisiones coherentes con el resto de la Economía nacional" (p. 271). El Plan indicativo, que alcanza su expresión más notoria en la economía concertada y en los programas de inversión pública, aparece como complementario de la economía de mercado.

Sin examinar los resultados obtenidos en los países que utilizaron la planificación indicativa, Tamames despacha la crítica de modo expeditivo y sumario. Le achaca que carece de un proyecto global de nueva sociedad, con lo cual se limita a proyectar al futuro las inercias del pasado, generando toda clase de desequilibrios. Cabría preguntarse por qué tiene que ocurrir necesariamente así; si al planificador le interesa la eficacia del sistema, su preocupación será dirigir el cambio en el camino deseado, ya que para arrastrar las inercias del pasado no se necesita ningún tipo de previsión. Lo conseguirá más o menos, según el acierto de sus previsiones, pero su directriz será anticiparse al futuro.

Pero Tamames no analiza el discutible grado de eficacia de la planificación indicativa. Lo ha condenado de antemano, en la medida en que no pretende una transformación económica que desemboque en el socialismo. Es un tipo de planificación "absolutamente acientífico", pues el único objetivo de esta distribución de recursos es "perpetuar la prevalencia de la clase dominante". "Que tales recursos se asignen con mayor o menor derroche, que las metas propuestas en la planificación queden sin cubrir de modo más o menos ostensible, que el planeamiento favorezca a unos sí y a otros no, todo ello es secundario" (p. 274). No deja de ser curioso que estos mismos reproches sean perfectamente aplicables a la planificación central de los países socialistas donde, por definición, ya no hay distinción de clases. Pero Tamames ha renunciado a ocuparse de la planificación en los países socialistas,"que presenta caracteres muy especiales". ¿Positivos, negativos, imitables? El lector no lo sabrá. El autor silencia la experiencia del socialismo real, incluso en un tema donde tanto puede aportar.

11. Las bases de la planificación democrática

Este último capítulo expone las características de la planificación democrática y los métodos para llevarla a cabo.

En primer término, Tamames aclara que este tipo de planificación no se reduce a un inventario de proyectos yuxtapuestos, sino que implica el propósito de transformar la sociedad en una determinada dirección. Para esto, "se arranca de una visión global del tipo de sociedad a que se aspira". Son los ciudadanos quienes, a través de las elecciones, escogen un modelo concreto entre los diversos programas que proponen los partidos políticos. Evidentemente, los partidos deberán presentar una plataforma electoral seria, sin concesiones demagógicas que pretenden contentar a todos para recoger más votos.

Tamames advierte que en una sociedad industrial compleja y diversificada es difícil que un partido pueda por sí solo conseguir suficientes votos para formar un gobierno mayoritario. Eso es posible en países con un sistema bipartidista —como Estados Unidos e Inglaterra—, donde las otras opciones políticas no tienen suficientes adeptos "como para poder entrar en liza con las formaciones políticas convencionales que proporcionan ofertas electorales a una sociedad básicamente satisfecha y que ha renunciado a aventuras transformadoras" (p. 281) Así, como de pasada, reconoce que en los países más capitalistas —donde, por definición, la explotación alcanza su máximo grado—, la sociedad se encuentra básicamente satisfecha, hasta el punto de haber renunciado a cambiar de sistema. Pero Tamames debe pensar especialmente en Europa, sobre todo en los países latinos, y probablemente lo que le preocupa es el caso español. Por eso advierte que en los países con menos tradición democrática son inevitables las coaliciones basadas en programas conjuntos, lo que conduce a pactar alternativas de izquierda o de derecha. No es preciso advertir que la derecha "tiende a conservar los rasgos tradicionales del sistema, aquellos que favorecen a las clases dominantes", en tanto que la izquierda "aspira a transformar el marco social y su contenido". Tamames, dirigente del partido comunista español, trasluce aquí la estrategia de su partido, que busca incansablemente la coalición con los socialistas a fin de llegar al poder y provocar un cambio social para el que no ha conseguido hasta ahora suficiente respaldo electoral por sí solo. Objetivo importante, sin duda, para el partido, aunque muy ajeno al temario propio de un manual de estructura económica.

La planificación democrática requiere el enunciado de las grandes líneas de acción, para después descender a la formulación de las políticas específicas y de los programas necesarios para realizarlas. Para calibrar la conveniencia de estos proyectos habrá que realizar los oportunos estudios sobre la relación coste/beneficio y coste/bienestar. "Pero en los casos de decisiones más trascendentales —y cuando todavía haya dudas sobre el grado de consenso— para una región,comarca o núcleo de población, habrá de recurrirse a un referéndum ad hoc" (p. 283).

Lo que intenta maximizar la planificación no es el Producto Nacional Bruto, sino el Bienestar Económico Neto (Producción menos costes sociales) que, de acuerdo con el economista francés Philippe de Saint Marc, es el resultado de considerar conjuntamente tres factores: el nivel de vida, que no se mide sólo por la renta per cápita, sino teniendo en cuenta también la distribución personal de la renta; las condiciones de vida reflejadas en la calidad de la vivienda, la clase de trabajo, la existencia o no de pluriempleo, el tiempo dedicado al transporte, etc.; y el medio ambiente, pues el bienestar general depende en gran parte del entorno físico.

A diferencia de la planificación tecnocrática, la democrática "debe ir de abajo a arriba", pues su protagonista "Ha de ser el pueblo a través de su libre representación". En el nivel del Estado, basta con una Oficina de Planificación adscrita a la presidencia del Gobierno, que se encargará de coordinar los programas y vigilar la ejecución del plan. "Todas las entidades de la sociedad, así como los órganos del poder municipal, comarcal, regional y del Estado, son otros tantos niveles a efectos de participación en el proceso de planeamiento" (p. 287). De este modo, se garantizaría "una continua ósmosis entre la Administración y la sociedad; y desde luego, tomando el concepto de Administración en un sentido no jerarquizado y represivo" (p. 288).

A continuación, esboza lo que podría ser el proceso de planificación, aunque, modestamente, advierte que es un esquema "con carácter muy preliminar". Es un sintético esquema de catorce etapas, expuestas en un par de páginas, que intenta hacer compatibles todos los intereses sociales. El esquema general del plan, elaborado por la Oficina de Planificación, es discutido primero por todos los órganos de la sociedad y del poder a nivel municipal, comarcal y regional; tras esta primera discusión, habrá que contar con las observaciones procedentes de organizaciones empresariales y sindicales por sectores económicos; luego, se coordinan los planteamientos territoriales y sectoriales; a continuación, el gobierno interviene también para engarzar el plan con las previsiones presupuestarias; finalmente, debe discutirlo y aprobarlo el Parlamento. Este sube y baja del Plan por las diversas instancias, siempre abierto a nuevas discusiones y observaciones, da origen a cinco versiones provisionales del Plan antes de su aprobación definitiva.

Por último, Tamames describe el dechado de virtudes que debe reunir la planificación del futuro:

— la más amplia base representativa en su elaboración;

— atención a la vinculación con el exterior (pues cada vez es mayor la integración de las economías) y, al mismo tiempo, un enfoque regional, para discutir a fondo las tensiones contrapuestas entre las diferentes regiones y procurar unas tasas de crecimiento mayores en favor de las zonas menos desarrolladas;

— planificación vinculante para el sector privado en las industrias básicas y auténticamente coercitiva para las empresas y los servicios públicos;

— preocupación por la calidad del crecimiento y la distribución de la renta, mediante las reformas estructurales necesarias;

— mayor atención a la coyuntura, a fin de compensar el ciclo, compatible con un horizonte de planificación a más largo plazo, con algunas previsiones a diez e incluso a quince años;

— mejor empleo de las técnicas en la elaboración del Plan y en su vigilancia.

ANEXO

Como anexo se incluye el sistema de cuentas nacionales de las Naciones Unidas, con la lista de las 88 cuentas. Este nuevo sistema de Contabilidad Nacional preparado por la ONU data de 1970, y su detallada explicación figura en la publicación de la Oficina de Estadistica de la ONU que lleva por titulo "Un sistema de cuentas nacionales". Aquí se reproduce el capítulo de Introducción de dicha publicación, donde se resume el método seguido en el nuevo sistema, así como sus aplicaciones.

VALORACIÓN DOCTRINAL

Como puede verse por la exposición del contenido, los análisis estrictamente técnicos se amalgaman con interpretaciones ideológicas revestidas de ropaje científico. Los capítulos más objetivos y asépticos (V a VVII) corresponden a la segunda parte del libro, donde se exponen los instrumentos para el análisis de la estructura económica.

En la primera parte, los tres capítulos iniciales ofrecen un panorama sintético, pero suficiente, de cómo han enfocado las distintas corrientes del pensamiento económico los conceptos de estructura, instituciones y sistemas económicos. Bien es verdad que se privilegia de modo acrítico la concepción marxista. El capítulo cuarto sintetiza las diferentes concepciones de las etapas del crecimiento económico e identifica las raíces del atraso de los países subdesarrollados; sin embargo, no profundiza en los medios para salir de esa situación, ya que su diagnóstico se reduce a denunciar la voluntad explotadora de los países capitalistas.

l. El marxismo como metodología

A lo largo de estas páginas, Tamames se esfuerza en revalorizar el papel del marxismo en cuanto metodología. Es consciente de que los análisis marxistas han perdido buena parte del atractivo que tuvieron hace algún tiempo: "Son muchos los intelectuales que viven dentro de un marco capitalista que piensan, o que aparentan pensar, que el marxismo es una visión fenecida de la realidad, tal vez adecuada a una etapa del capitalismo, pero en ningún modo al momento presente" (p. 34). También podría haber añadido que el descrédito es mayor entre los intelectuales que viven en los países socialistas. Por eso, no alude a las leyes económicas marxistas ni a sus predicciones, que han sido desmentidas por el transcurso histórico. Hasta llegar a decir, con Garaudy, que lo esencial de la herencia de Marx no es un catálogo de principios económicos y filosóficos, sino un método de prospectiva, "una ciencia y un arte de inventar el futuro".

Sin embargo, es más fiel a la concepción marxista de lo que él mismo dice. Así, defiende explícitamente el materialismo histórico (apartado 1.3), el modelo de etapas del desarrollo social cuyo motor es la lucha de clases (4.3), el materialismo dialéctico (5.1) o la teoría leninista del imperialismo (5.2.4).

2. Olvidos históricos

No pretende presentar como modelo las experiencias de los países socialistas, pero no puede evitar un sesgo a su favor en las digresiones históricas. Por ejemplo, cuando afirma que, en el decenio de 1930, mientras los países capitalistas se debatían en el paro masivo y la depresión, la URSS realizaba importantes avances (p. 90). Pero no menciona a que precio sentó Stalin las bases del poderío soviético: de 1926 a 1938, murieron siete millones y medio de rusos a consecuencia del hambre provocada por la colectivización, las ejecuciones y las deportaciones.

Su caracterización del fascismo (pp. 86 y 98) responde también a la interpretación marxista, desarrollada especialmente por P. Sweezy en "Teoría del desarrollo capitalista". Según esta teoría, los fascismos no son sino intentos de defender el capitalismo tras épocas de intensa degradación del sistema. De ahí que la verdadera finalidad de la guerra fuera el ataque del capitalismo alemán contra el socialismo soviético. No cree oportuno recordar que, antes del ataque alemán contra Rusia, Hitler y Stalin habían firmado un pacto de ayuda mutua que les permitió repartirse Polonia; ni parece importarle que, en la lucha contra el fascismo, Rusia estuviera aliada con una serie de países capitalistas. También advierte que las circunstancias creadas por la Segunda Guerra Mundial permitieron la expansión del comunismo, pero no menciona que en esas circunstancias nada influyó la opinión de las urnas.

Al referirse al subdesarrollo, indica que suele coincidir con la dictadura política, con la explotación económica y la satelización política por parte de las grandes potencias, ya sean los Estados Unidos, Inglaterra o Francia (p. 105). No cuenta en esta enumeración el poder hegemónico de la URSS sobre Europa del Este u otros países, como Cuba o Vietnam. El olvido se repite cuando advierte que los países que emprenden una revolución socialista se exponen al cerco económico, a la financiación de revueltas por la CIA y, en caso extremo, a la intervención armada (p. 111). También podría añadir que no están exentos de estos riesgos los países —como Hungría o Checoslovaquia— que intentan seguir un modelo socialista que les aleje de la órbita soviética. El imperialismo aparece también en el libro como un rasgo típico de los países capitalistas. Este fenómeno sigue vigente, pues la descolonización no implica que estos países tengan el control de sus propias economías y de sus decisiones políticas, tan susceptibles de ser influidas "por medio de intervenciones armadas y fuerzas expedicionarias de paz" (p. 183). Análisis que recobra toda su actualidad tras la invasión soviética de Afganistán, posterior a la publicación de este libro.

3. La experiencia del socialismo real

Esta actitud apriorística le lleva a contraponer los defectos —reales o imaginarios— del capitalismo con las virtudes de un socialismo ideal. Como no puede alegar que el socialismo real haya dado mejores resultados económicos, sus críticas contra el capitalismo se centran en presentarlo como un sistema inhumano: la producción ha llegado a considerarse como un fin en sí mismo, donde sólo cuentan los beneficios inmediatos y no la satisfacción de las verdaderas necesidades sociales, lo cual aliena a los trabajadores, mientras perpetúa la explotación por parte de la oligarquía.

En realidad, este tipo de crítica puede dirigirse contra toda concepción materialista del trabajo, de la cual el marxismo es el más acabado exponente. Si se tiene en cuenta la experiencia de los países comunistas, se comprueba que el paso al socialismo no ha erradicado estos defectos, sino que los ha acentuado. La retórica que acompaña a los planes quinquenales ("superemos al capitalismo", héroes del trabajo...) muestra hasta qué punto la producción se presenta como un fin en sí mismo, excepto para los propios trabajadores, cuya débil productividad es un mal crónico de las economías planificadas. Las verdaderas necesidades del pueblo, que aspira a alcanzar un nivel de vida ya generalizado en Occidente, han sido sistemáticamente marginadas por la asignación de recursos hacia sectores que sostienen el poder de la clase dirigente, coto del partido comunista. El que los bienes de producción hayan pasado a manos de un Estado "sin clases", no parece haber estimulado ni la diligencia ni la satisfacción de los trabajadores. No es en los países socialistas, sino en los capitalistas, donde existen poderosos sindicatos libres, importantes asociaciones de consumidores y un libre debate político, que aseguran un contrapeso de poderes.

Esta experiencia histórica del socialismo real es silenciada sistemáticamente por Tamames. Advierte que Marx y Engels consagraron casi todo su esfuerzo al análisis de la sociedad capitalista de su tiempo, y apenas aludieron a temas tan importantes como el de la planificación socialista, "por la aversión a resultar más utópicos que científicos". Como botón de muestra de la aversión a la utopía, puede confrontarse la afirmación de Engels en Anti-Düringe —citada por Tamames a pie de página— sobre el modo de producción en la nueva sociedad socialista: "El viejo modo de producción forzosamente debe ser destruido a fondo y, sobre todo, debe desaparecer la vieja división del trabajo. En su lugar debe establecerse una organización de la producción, en la cual ningún individuo pueda descargar en otros la parte que le corresponde de trabajo productivo, condición natural de la existencia humana. Por otra parte, en esa organización el trabajo productivo, en vez de ser un medio de servidumbre, se convierte en el medio de liberación de los hombres, ofreciendo a cada individuo la posibilidad de perfeccionar y de poner en servicio, en todas las direcciones posibles, el conjunto de sus facultades físicas e intelectuales; de esta forma, el trabajo deja de ser una pesada carga para convertirse en un placer" (pp. 42-93).

Sin temor a parecer utópico, Tamames podría haber analizado por qué la realidad de los países socialistas coincide tan poco con las previsiones de los fundadores del "socialismo científico". Del mismo modo que critica los fallos del capitalismo y de la planificación indicativa, cabría esperar un examen de la estructura económica en los países socialistas y de los efectos de la planificación allí utilizada. En su lugar, sólo encontramos chispazos esporádicos para indicar que la planificación de los países socialistas no coincide con la que propugna Tamames. Así, cuando desmenuza los desequilibrios económicos del capitalismo, advierte de paso: "Lo cual no significa que en el socialismo no puede haber también gran número de aspectos negativos, tales como escaseces, el derroche de inversión y la falta de estímulos para innovar; debido todo ello a una planificación excesivamente rígida, no sometida a crítica, y que tiene como efectos aberraciones del tipo de la burocratización y de la falta de libertades" (p. 246). Critica así los efectos, pero no se molesta en averiguar las causas. Es claro que los países socialistas desearían que su planificación fuera flexible e innovadora, que no produjera derroche de inversiones y que condujera a la abundancia y no a la escasez; lo importante es ver por qué no lo consiguen. Para esto habría que considerar —al menos como hipótesis— si la pretensión de planificar toda una economía es compatible con la eficacia y con la supervivencia de un Estado de Derecho.

4. Capitalismo: mito y realidad

Mientras olvida los rasgos del socialismo real, Tamames ofrece una abusiva simplificación de la situación en los países capitalistas. Su visión del capitalismo monopolista de Estado puede ser válida para ciertos países subdesarrollados, pero en modo alguno refleja la realidad global de los países más avanzados. Es cierto que las grandes empresas tienen una capacidad de influencia mayor que antes, y que no faltan los intentos de utilizar en su provecho los mecanismos públicos, pero también el Estado ha acentuado mucho su intervencionismo y su papel en la economía. En los países más desarrollados de Occidente, la media del gasto público supera el 40% del Producto Nacional Bruto; el Estado ha nacionalizado o tiene una amplia participación en los sectores básicos de la economía; una fiscalidad cada vez más progresiva asegura un importante esfuerzo de redistribución de la renta; apenas hay actividad que no esté controlada por reglamentaciones estatales. En realidad, el tema que hoy preocupa a buena parte de los economistas es cómo reconducir el papel del Estado al nivel adecuado, de modo que sus intervenciones no provoquen fallos más graves que los que intentan corregir.

Tamames reconoce que el Estado desempeña un papel creciente en las economías capitalistas, pero su inclinación ideológica le obliga a presentarlo como un mero instrumento de las clases dominantes para explotar al resto de la sociedad. Es difícil entender cómo un Estado tan explotador —gobernado a veces por partidos socialistas— podría mantenerse tanto tiempo en países donde hay elecciones periódicas, libertad de prensa y de asociación política, sindicatos independientes...

Tamames se limita a sugerir que las masas son engañadas. La utilización masiva de las técnicas publicitarias puede hacer "que el más racional y democrático de los programas electorales se vea superado en la práctica por planteamientos electoreros" (p. 280). Riesgo cierto, pero que tal vez en este caso intente justificar el insuficiente respaldo electoral obtenido por los comunistas en España.

En cualquier caso, si fuera cierto que las presiones de los grupos capitalistas anulan la libre competencia en su propio provecho, la solución podría ser tomar medidas para quitar los obstáculos a la libre competencia, en vez de recurrir a la planificación que no está exenta del riesgo de acumulación de poder.

5. Racionalidad y planificación

Para Tamames, la libertad económica propia del capitalismo engendra inevitablemente desequilibrios económicos y desigualdades distributivas, que él identifica necesariamente con injusticias. En cambio, la idea de planificación evoca instintivamente un sentido de racionalidad, de eficacia, de crecimiento armónico y sostenido. Sin embargo, la planificación de los países socialistas —la única experimentada hasta la fecha— ha puesto en manos del Estado un poder que va más allá de lo económico, y llega a controlar y asfixiar lo político, lo cultural y lo social. Desde el punto de vista de la eficacia, el control de todos los resortes de la vida económica ha sido menos racional que la libre iniciativa, como lo demuestra el mayor bienestar material y la superior capacidad de innovación de los países no socialistas. Aun con todos sus fallos, la economía de mercado ha respondido con más rapidez y de forma más eficiente a los cambios de necesidades, y ha logrado superar hondas transformaciones estructurales. Lo que ocurre es que, para Tamames, los únicos cambios estructurales dignos de este nombre son los que conducen hacia el socialismo.

Es necesario también despejar un equívoco en el que a menudo se incurre, cuando se habla de planificación. En realidad, todo acto político es un acto de planeamiento, de previsión. Todo el mundo está de acuerdo en que los recursos deben ser asignados del modo más racional posible, y utilizados con la máxima eficiencia. La discrepancia surge en torno a cuál es el método más eficaz para lograr esos objetivo, y más acorde con la libertad y la justicia.

Todo colectivismo implica la dirección y organización más o menos centralizada de la actividad económica, de acuerdo con un modelo determinado de sociedad. El rechazo de este tipo de planificación no equivale a apostar por una especie de "ley de la selva" en la economía. La economía de mercado exige una estructura legal bien concebida, dentro de la cual el conocimiento y la iniciativa de los individuos encuentren las debidas condiciones para componer sus planes. Esto supone, por ejemplo, una legislación eficaz para combatir los monopolios. No excluye tampoco la política económica del Estado que, aun sin ser coercitiva en muchos aspectos, modifica el marco en que se desenvuelve la actividad económica. Y es evidente que los cambios estructurales más importantes exigirán, al menos, una concertación entre la iniciativa privada y el Estado. Hasta la fecha, este marco ha resultado más eficaz para afrontar con más éxitos que fracasos los cambios de estructuras. En cambio, todos los colectivismos han presentado como inevitable la sustitución de la libre competencia por la planificación, como ya afirmaba el propio Benito Musolini: "Fuimos los primeros en afirmar que conforme la civilización asume formas más complejas, más tiene que restringirse la libertad del individuo".

6. Los conflictos de la planificación

Sin duda, Tamames no desea que su modelo de planificación incurra en el autoritarismo burocrático de los países socialistas. Por eso la apellida "democrática", y afirma que debe proceder de abajo arriba. No es difícil conseguir esto sobre el papel e imaginar un proceso de elaboración democrática como el que propone. Pero, por desgracia, la realidad no siempre es dócil a estos proyectos de ingeniería social.

En primer lugar, toda planificación implica un amplio código común de valores, cosa cada vez más difícil de conseguir en una sociedad compleja y pluralista. Lejos de aumentar el margen de libertad, supone ampliar la esfera en que las acciones individuales quedan sujetas a reglas fijas. Es posible que el modelo que se siga se adopte por mayoría de votos; pero, en cualquier caso, quienes queden en minoría tendrán menos libertad que antes para desarrollar sus iniciativas.

La planificación democrática parte de la base de que todos los conflictos entre grupos pueden resolverse mediante pactos. Aunque la idea sea tentadora, la práctica suele revelar pronto el conflicto latente de intereses. Así lo hacía notar de un modo gráfico Friedrich A. Hayek: "Todos pensamos que nuestra personal ordenación de valores no sólo es nuestra, pues en una libre discusión entre gentes razonables convenceríamos a los demás de que estamos en lo justo. El amante del paisaje, que desea, ante todo, conservar su tradicional aspecto y que se borren del hermoso rostro natural las manchas producidas por la industria; lo mismo que el entusiasta de la higiene, que pretende derribar todos los viejos caseríos pintorescos, pero malsanos; o el aficionado al automóvil, que aspira a ver cortado el país por grandes carreteras; y el fanático de la eficiencia, que ambiciona el máximo de especialización y mecanización; no menos que el idealista que, para el desarrollo de la personalidad, quiere conservar el mayor numero posible de artesanos independientes; todos saben que sólo por medio de la planificación podría lograrse plenamente su objetivo; y todos desean, por este motivo, la planificación. Pero, sin duda, adoptar la planificación social por la que claman no haría más que revelar el latente conflicto entre sus objetivos" (Camino de servidumbre, pp. 85-86).

El modelo de Tamames parece tener una virtud taumatúrgica para conciliar armónicamente todos los intereses. Por ejemplo, los planes regionales elaborados democráticamente deberán ensamblarse con el plan estatal, de modo que las regiones más pobres tengan un desarrollo más rápido para recuperar su atraso. Tamames reconoce que se plantearán tensiones contrapuestas, pero confía en que triunfe el sentido de solidaridad interregional. Pero no todos entienden la solidaridad del mismo modo. ¿No se sentirán defraudadas las regiones ricas al ver que su planificación democrática es modificada para trasvasar recursos hacia las regiones más pobres?. Por otra parte, los criterios planificadores de una región donde gobierna un partido político distinto al del gobierno estatal pueden ser muy distintos del resto. El recurso al referéndum para las decisiones más trascendentales y discutidas tampoco zanja de por sí todos los conflictos: un proyecto de autopista o un trasvase hidráulico que afecta a dos regiones puede ser respaldado por la que se estima beneficiada y rechazado por la que se considera perjudicada—.

7. Planificación y democracia

En un sistema de libre iniciativa, los protagonistas de la actividad económica reaccionan con prontitud ante los cambios coyunturales y la aparición de nuevas necesidades. Según el esquema de Tamames, el Plan debe ser lo bastante flexible para, en un momento dado, acelerarlo en sus diversos programas y compensar así el ciclo. Pero los imprevistos pueden ser de tal entidad que impliquen cambios sustanciales en las previsiones acordadas. En tal caso, se supone que, aunque tengan que actuar al margen del plan, los planificadores sabrán tomar las decisiones oportunas, pues estarán perfectamente informados y serán suficientemente lúcidos. Pero si la planificación debe ir de abajo a arriba, habría que empezar a discutir democráticamente esas modificaciones.

Esta "planificación permanente", con revisión periódica de objetivos, logros y medios, supone "una continua ósmosis entre la Administración y la sociedad". En la economía de mercado, puede decirse que cada uno vota con su libre iniciativa cada vez que decide emprender algo, producir o comprar. Es cierto que estos votos son desiguales, aunque en estas disparidades influyen también las diferencias de dotes naturales, capacidad de trabajo e inclinación al riesgo. En cambio, en la planificación democrática, para decidir hay que participar en reuniones y votaciones explícitas. Lo cual supone dedicar un tiempo considerable a informarse y deliberar, aunque, de hecho, pocos tienen el necesario interés y conocimiento para juzgar los distintos proyectos. El que alienta a la marca X a fabricar tal modelo de coche porque acaba de comprar uno, no necesita saber cuál es la situación de la industria automovilística. En cambio, para votar como consumidor o empleado sobre la viabilidad de tal o cual proyecto, tendría que conocer a fondo los informes técnicos y financieros más complejos. En la práctica, los que tengan ésa capacidad de juicio, o los que sepan hacer creer que la tienen, decidirían pronto por los demás.

La planificación democrática tampoco parece muy compatible con las fórmulas de cogestión y autogestión que Tamames propugna para la empresa. Por ejemplo, no sería infrecuente el choque entre los intereses de una empresa pública autogestionada por los trabajadores y las exigencias de un plan de reestructuración de ese sector. Tampoco parece viable una "planificación vinculante para el sector privado en las industrias básicas", a no ser que previamente se nacionalice, decisión que Tamames no menciona. Lo que sí afirma es que "una planificación democrática conduce inevitablemente a una sociedad con un sector público más poderoso,más racional y más eficiente" (p. 291). El único calificativo indiscutible es el de poderoso, pues cuando el sector público domina el uso de gran parte de los recursos disponibles, los efectos de sus decisiones hacen que indirectamente domine el sistema entero. De este modo, se concentra en manos de los planificadores un poder muy superior al que tenían los capitalistas. Pero hay que suponer que, a diferencia de éstos, los planificadores usarán este poder de modo racional y desinteresado.

8. Una amenaza contra la libertad

Tamames supone que la conjunción de objetivos que implica la planificación es compatible con la descentralización, la economía de mercado, la autogestión y las libertades públicas. Pero es imposible decir a los hombres lo que deben hacer y pretender, a la vez, que lo hagan a su libre arbitrio. A no ser que, conforme a la concepción marxista, la libertad se confunda con la necesidad histórica.

Por eso, cuando la planificación quiere ser efectiva acaba chocando con las libertades públicas, como ha ocurrido en los países socialistas. La propuesta de Tamames, que no desea incurrir en los errores de la planificación central del bloque soviético, se asemeja más al sistema yugoslavo.

Pero esta experiencia autogestionaria no ha evitado las disparidades regionales, ni las tendencias autárquicas de cada empresa y región, ni los desequilibrios económicos manifestados en la inflación y el paro. Y, a medida que la lógica económica ha obligado a incorporar más elementos de mercado, el plan ha perdido importancia. Estas tensiones serían más profundas en cualquier país donde, a diferencia de Yugoslavia, hubiera un régimen de libertades públicas y no un partido único comunista.

No hay por qué poner en duda el propósito democrático del tipo de planificación propuesto en este libro. Pero, si la historia sirve de algo, hay que reconocer —con Hayek— que "los hombres más ansiosos de planificar la sociedad serían los más peligrosos si se les permitiese actuar, y los más intolerantes para los planes de los demás". Y es que, para defender la libertad, no basta que el poder se confiera por un procedimiento democrático. No es tanto el origen como la limitación del poder, lo que impide a éste ser arbitrario.

 

                                                                                                                   I.A. (1981)

 

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