TOUCHARD, Jean (con la colaboración de BODIN, Louis; JEANNIN, Pierre; LAVAU, Georges y SIRINELLI, Jean)

HISTOIRE DES IDEES POLITIQUES

Presses Universitaires de France, 4n ed. Paris 1971, 870 pp.

 

CONTENIDO DE LA OBRA

Se trata de un manual para estudiantes de 4° año de la licenciatura francesa en Derecho, incluido dentro de la Colección “Thémis” de P.U.F. Esta cuarta edición (1971) ha sido puesta al día y retocada respecto a las anteriores, de las cuales la primera es del año 1959.

Consta de dos volúmenes. Como se indica en el Prólogo al conjunto de la obra que encabeza el primer volumen, el autor de esta historia de las ideas políticas no es único: si Jean Touchard, según sus propios términos, “debe ser tenido por responsable de la concepción general de la obra” (Prólogo, p. VI), los diecisiete capítulos que componen los dos volúmenes —sin discontinuidad de plan ni de paginación—, han sido elaborados por autores diferentes cuyo nombre no aparece en la cubierta sino en el interior, de acuerdo con la siguiente distribución:

Primer volumen:

Capítulo 1 Grecia y el mundo helenístico (Jean Sirinelli)

Capítulo 2 Roma y los comienzos del Cristianismo (Jean Sirinelli)

Capítulo 3 La Alta Edad Media: un empirismo hierocrático (Louis Bodin)

Capítulo 4 La Edad Media: el poder pontificio entre los antiguos y los nuevos poderes (siglos XI, XII y XIII) (Louis Bodin)

Capítulo 6 La renovación de las ideas en las luchas políticas del siglo XVI (Pierre Jeannin) Capítulo 7 Victorias del absolutismo (Jean Touchard)

Capítulo 8 Decadencia del absolutismo (Jean Touchard)

Segundo volumen:

Capítulo 9 El siglo de las luces (Jean Touchard)

Capítulo 10 El pensamiento revolucionario (Jean Touchard)

Capítulo 11 Reflexiones sobre la Revolución (Georges Lavau)

Capítulo 12 El movimiento de las ideas políticas hasta 1848 (Jean Touchard)

Capítulo 13 La herencia de Hegel y la formación del marxismo (Georges Lavau)

Capítulo 14 El marxismo (Georges Lavau)

Capítulo 15 Liberalismo, tradicionalismo, imperialismo (1848-1914) (Jean Touchard)

Capítulo 16 Socialismo y movimientos revolucionarios (Georges Lavau)

Capítulo 17 El siglo XX (Georges Lavau, los dos primeros apartados; el resto, Jean Touchard)

A pesar de su presentación como manual, se trata de un ensayo de síntesis explicativa sobre la evolución de las ideas políticas desde la antigüedad hasta nuestros días.

VALORACIÓN TÉCNICA Y METODOLÓGICA

La presentación de la obra es clara y el aparato bibliográfico que sigue a cada uno de los capítulos es valioso por su abundancia y por sus clasificaciones.

1. Su valor es, con todo, desigual. Algunos capítulos presentan un abundante recurso a las fuentes y de investigación en la interpretación de los autores (por ejemplo, el dedicado a Grecia, los que se refieren a la Revolución francesa, o el último, en que se aborda el pensamiento político de nuestro siglo); otros, por el contrario, tienen bastantes lagunas (así, los dedicados a la Edad Media —especialmente el capítulo 3- y al absolutismo). En fin, algunas teorías políticas de la Antigüedad han sido voluntariamente desechadas (cfr. Prólogo), a pesar de su evidente interés histórico: se trata esencialmente de la concepción del poder en los imperios orientales (Egipto, Persia, etc.) y en el pueblo hebreo.

En conjunto, la atención dedicada en el primer volumen a las ideas políticas desde los orígenes hasta el siglo XVIII, deja mucho que desear. Mucho más elaborado y documentado es el segundo volumen. Resulta evidente que los autores —sobre todo Touchard—no se han apasionado, salvo raras excepciones, más que por las ideas de los siglos XVIII, XIX y XX.

Así, no es de extrañar que la primera parte de la obra ofrezca muy poco interés. Los errores del capítulo 2 (Roma y los comienzos del Cristianismo), la indigencia del estudio de las ideas políticas en los capítulos 3 y parte del 4 (Edad Media), la superficialidad del análisis de los capítulos 7 y 8 (dedicados al absolutismo), hacen prácticamente nulo el interés que podría suscitar el índice de este primer volumen.

Por el contrario, el segundo volumen (desde el siglo XVIII a nuestros días), es de una calidad técnica muy superior. La metodología adoptada en él avalora su interés para el historiador de las ideas, que tropieza con cierta escasez de obras que, como la presente, se propongan el estudio de conjunto de las ideas políticas de este período.

Esta desproporción entre los dos volúmenes resulta reveladora de un claro prejuicio “progresista” presente en su elaboración: sólo las ideologías del siglo XIX serían importantes, con sus predecesores (Marsilio de Padua, Maquiavelo, Hobbes), sus creadores (culto permanente e implícito al siglo XVIII) y sus sucesores contemporáneos.

2. La perspectiva de conjunto de los dos volúmenes ofrece menos la imagen de una historia de las ideas políticas, que la de una historia de la política (cfr. Prólogo). A pesar de la abundancia de las fuentes y la variedad de los autores de los diferentes capítulos, hay a lo largo de la obra una clara tendencia a subestimar las aportaciones de la historia de la filosofía o de la historia de la Iglesia a la hora de abordar las ideas políticas. En coherencia con un método teñido de sociologismo, es decir, más de fenomenología y de positivismo que de explicación y reflexión en profundidad, se llega—sobre todo en el primer volumen—a una historia de los hechos o de las instituciones políticas más que a una historia de las ideas políticas propiamente dicha.

En la misma línea, hay que hacer notar una inclinación—también en este caso sensible sobre todo en el primer volumen— a sobrestimar a los autores secundarios y, por el contrario, a subestimar a los tradicionalmente más considerados, cediendo a una moda relativamente reciente (es ilustrativo al respecto el poco caso que se hace de Santo Tomás de Aquino, o la casi total ignorancia de Isidoro de Sevilla).

Por último, esta historia de las ideas políticas es demasiado a menudo una historia de las ideas políticas francesas, a la que falta con frecuencia la necesaria apertura hacia las ideas alumbradas en los demás países, desprendiéndose de su lectura la impresión de que lo único universal es lo francés.

VALORACIÓN DOCTRINAL

1. El prejuicio “progresista” que impregna toda la obra confiere una importancia exagerada a la Revolución francesa y a la época en que se encuadra, cara a la historia de las ideas políticas. Respecto a éstas, la primera calificación que se hace se refiere a su pertenencia al “antes” o al “después” de la Revolución (es difícil no pensar en una imitación del uso cronológico habitual de la historia antes y después de Cristo). Está claro que no se trata de una cuestión puramente terminológica, pues los autores—y sobre todo Touchard—hacen suyo el relativismo religioso generalizado, característico del siglo XVIII, que les lleva a la aceptación de errores groseros sobre el sentido del Cristianismo.

Así, el tercer apartado del capítulo 2 (“El pensamiento político del Cristianismo”, escrito por Jean Sirinelli), tiende a mostrar el Cristianismo como un movimiento político (cfr. especialmente la interpretación puramente política del Apocalipsis de San Juan, que raya en lo absurdo). La enseñanza de Cristo se entiende de un modo completamente erróneo, tachándola, en concreto, de maniqueísmo dualista: “desde el momento en que el dominio del cuerpo y el del espíritu son escindidos de modo tan radical, no queda lugar para una política posible” (p. 95). Es asimismo ilustrativa la interpretación absolutamente carente de sentido sobrenatural e incluso humanamente absurda del Reddite Caesarem.

Consecuentemente, son abundantes los ataques generales e injustificados contra la Iglesia. Se afirma (p. 120) que “el Cristianismo es una religión nueva y totalitaria”, haciendo uso de una terminología ambigua que es también característica constante de la obra. En el mismo sentido se dice poco más adelante que “la Iglesia impone su acción” (p. 121). Los clérigos, “férreos defensores del orden feudal” (p. 176), son presentados como ejerciendo una acción represiva cara a los brotes de catarismo o de joaquinismo, a los que se justifica parcialmente. La Bruyère —según Touchard— “se mantiene encerrado dentro del programa del partido religioso (católico), con sus ilusiones y sus ingenuidades” (p. 359). Baste citar otras dos afirmaciones de semejante tenor. “El desarrollo del tema del bonheur está evidentemente ligado al relajamiento de la disciplina católica” (p. 388). “En muchos aspectos, Vico es un hombre del pasado. Como cristiano, está convencido de que la Providencia gobierna el mundo” (p. 401).

La exposición que Georges Lavau hace de las ideas de Strauss, de la izquierda hegeliana, se identifica formalmente, con toda probabilidad, con las ideas del autor: “En primer lugar, una crítica histórica de los textos evangélicos, donde el autor demostraba las contradicciones innumerables...” (p. 604). Y más adelante: “... él demostraba la imposibilidad de reducir a Cristo (por otro lado, personaje mítico) a la revelación total del Espíritu divino...” (ibidem). Y la posición de la Iglesia cara a las libertades políticas de 1848 a 1914 es analizada de tal modo que acaba en caricatura (pp. 684‑685), con la consabida reducción de los católicos y del Catolicismo a un papel político: identificación del Catolicismo con las “derechas” (p. 689); etc.

A estos a priori contra la fe y contra la Iglesia, que emergen episódicamente al filo de la obra, se añade una implícita profesión de ateísmo, especialmente perceptible en los capítulos redactados por Touchard, y sobre todo en los relativos al absolutismo, al final del primer volumen. Se trata de una insistencia complacida y aduladora del ateísmo de Hobbes, que el autor define como “materialismo científico”, y al que honra por tratarse de un “positivismo” (pp. 328‑329). Esta misma complacencia se encuentra a propósito de Spinoza, a través de una mención excesiva de su irreligión. Finalmente, en el capítulo 9 sobre el siglo de las luces, los escritos de Helvétius y del Barón d'Holbach sobre el “ateísmo radical” (p. 409) son presentados como “obras muy audaces en el dominio religioso”.

En resumen, el abuso de una terminología incierta, no definida, anacrónica las más de las veces, tomada de la logomaquia marxista, es rechazable no sólo por su carácter no científico, sino sobre todo por la utilización o la mala comprensión que pueden ser hechas de ella. Así, Plutarco es calificado despectivamente como “burgués nacionalista fuertemente dañado por un patriotismo cultural” (p. 85); el pensamiento de Lutero es “revolucionario en el plano religioso” (p. 269), mientras que la doctrina de Suárez es “anti‑revolucionaria” (p. 300). Hobbes es “positivista” (p. 328), como Buffon (p. 388), antes de que Augusto Comte fundase el positivismo. Lo que es “teológico” es opuesto a “lo que es racional y natural” (p. 366). El grupo constituido por la “universidad católica” a comienzos del siglo XIX es “políticamente reaccionario” (p. 526), etc. Sería abrumadora la enumeración de términos utilizados continuamente de modo abusivo, tales como burgués, conciencia burguesa, clase burguesa, proletariado, ideología, reaccionario, secularización, ciencia positiva, etc.

2. Los autores de esta obra, incluido Touchard, no parecen ser formalmente marxistas, ni aportar una explicación puramente marxista a la historia de las ideas. Sin embargo, un buen número de conceptos, de explicaciones históricas simplistas o simplificadas, de las que se recoge una simple muestra en el párrafo anterior, denotan una “marxistización” que afecta seriamente a su explicación histórica. Así, la oposición entre la nobleza y la burguesía como fuente del absolutismo monárquico en Francia es interpretada a través de una cita de R. Mousnier, según la cual “esta lucha de clases es quizá el principal factor del desarrollo de las monarquías absolutas” (p. 319). Veinte páginas más adelante, sin embargo, el mismo autor (Touchard), rechaza la tesis marxista sobre la explicación de la filosofía de Descartes (p. 339). Pero el fin del Antiguo Régimen en Francia es analizado en clave marxista de “ascensión de la clase burguesa” y de lucha de clases (p. 383). El liberalismo—para estos autores—“aparece (en cierta medida) como la filosofía de la clase burguesa” (p. 518). Es preciso resaltar, finalmente, las tomas de posición implícitas en algunos términos empleados según los cuales el único comunismo parece ser el comunismo marxista (p. 431), el único socialismo científico, el marxismo (cfr. p. 561).

Esta “marxistización” es especialmente patente en los dos capítulos —escritos por Georges Lavau— dedicados expresamente al marxismo. Hay en ellos una total ausencia de espíritu crítico respecto a esta doctrina. ¿Cómo no extrañarse ante la abundancia de críticas, excesivas y a veces injustas e injustificadas, no sólo respecto al Cristianismo y la Iglesia, sino también respecto a las corrientes políticas no marxistas (liberalismo, tradicionalismo, nacionalismo, etc.), mientras que el marxismo no sufre la más mínima sombra de crítica? Una de las raras reservas acerca del marxismo, es únicamente subrayada por el autor a través de su evolución bajo la influencia de Lenin, quien, al preconizar el fortalecimiento del Estado después de la revolución, habría restaurado la importancia de lo “político”, en contra del economicismo de Marx (pp. 774‑775). La misma asunción de la explicación marxista del anarquismo (p. 728), o la afirmación según la cual “las masas (están) poco preparadas para comprender el sabio Dr. Marx (p. 716), constituyen alabanzas abusivas que dejan planear un embarazoso equívoco sobre la posición personal del autor (Lavau) con relación al marxismo.

En conclusión, esta obra, a pesar de la valiosa documentación de algunos capítulos, es en conjunto netamente desaconsejable por la continua ambigüedad—a veces expresa asunción—respecto a muchas doctrinas gravemente erróneas que expone.

J.-L. CH.

 

Volver al Índice de las Recensiones del Opus Dei

Ver Índice de las notas bibliográficas del Opus Dei

Ir al INDEX del Opus Dei

Ir a Libros silenciados y Documentos internos (del Opus Dei)

Ir a la página principal