VARGAS LLOSA, Mario

Los cachorros

Alianza Editorial, Madrid, 1978

Como escritor, Vargas Llosa piensa que todas las novelas tienen algo de autobiográfico, pues la "experiencia personal es la raíz de todo". Para él es imposible inventar partiendo de la nada, del vacío. Sin embargo, la literatura empieza donde termina la autobiografía, no puede ser sólo documento sobre lo real; debe ir más allá. La literatura obliga a inventar. En cierto modo, la escritura es la mentira, la invención, el disfraz; se ponen trampas al lector, a uno mismo, y es a través de esta alquimia que aparece la verdad de la literatura, diría recientemente.

Cuando escribe tiene siempre gusto por las descripciones costumbristas, quizá como un enamorado de sus recuerdos de infancia, llenos de lucidez y de detalles muy pequeños, claramente autobiográficos en apariencia.

Concretamente, en Los cachorros trata de reflejar las costumbres cristianas del Perú, aunque sin fuerza en sus personajes, que las viven con poca convicción personal. En otras obras no se muestra respetuoso de las creencias de sus personajes, o es más bien irónico.

El planteamiento de la obra está basado en la descripción más o menos normal de una pandilla de amigos. Muestra el crecimiento de los niños y el desarrollo de su personalidad con la evolución natural hacia la madurez. Por contraste, el personaje central manifiesta su desarrollo inmaduro por su incapacidad física de aparecer normal —resulta castrado por la mordedura de un perro—, según la intención del autor.

Toda la obra se basa sobre este defecto físico, que el autor presenta de modo desorbitado, con la intención de mostrar la actitud hostil del protagonista hacia los demás, como una reacción egoísta ante la vida y sus males, y también ante el exceso de comprensión manifestado en la compasión, o más bien en la lástima que sienten por él sus amigos y sus padres.

Algunas veces las narraciones sobre la actitud de los muchachos en el noviazgo, parecen desconocer la existencia de la Ley Natural. En las conversaciones sobre este tema hay un clima de curiosidad morbosa, aun cuando los hecho narrados no sean en sí mismos contrarios a la moral.

Las relaciones de amistad son normales entre todos, con los cambios propios del ambiente de una pandilla. En algunas circunstancias se frecuentan con ligereza lugares poco recomendables, pero manifestando siempre lo insólito de ese comportamiento.

El autor se muestra conocedor de esta etapa adolescente que bien pudiera, según es su estilo, gozar de algún carácter autobiográfico, cosas vividas y recuerdos de su paso por el colegio.

La novedad de estilo es muy notable, al hacer intervenir a los personajes en un mismo párrafo, sin emplear apenas los signos de puntuación, como es habitual en Vargas Llosa. Este estilo se hace ágil por la intervención continua de todos, casi a la vez, aunque algunas veces también dificulta la lectura.

Las descripciones de ambientes naturales y de las actividades recreativas de los muchachos en ellos, es algo bien logrado. Se muestran buenos sentimientos de los personajes, en general, aunque el paso de la vida pueda crear barreras.

De modo especial se logra describir las depresiones y emociones del protagonista en el desarrollo inmaduro de su personalidad, que si el autor lo hubiera deseado, bien podría haber sido de otra forma, a pesar del accidente.

La actitud de los padres no deja de ser comprensiva, aunque ciertamente permisiva, con un cariño que el autor vierte más en cosas materiales que espirituales, desconociendo tal vez el sentido interior de esa etapa adolescente.

CONTENIDO

1.— Vargas Llosa inicia la descripción de una etapa de crecimiento juvenil que empieza mal y acaba mal para el protagonista. La descripción de los demás personajes es para manifestar el contraste de una vida normal con la de éste, que no pudo ser normal, por un accidente en la naturaleza de su mismo cuerpo.

La narración de algunas diversiones juveniles enmarcan la entrada de Cuéllar al colegio Champagnat, en tercero, y vendría a ser el más pequeño de todos los del grupo. Sin embargo, se sentaría al final del salón de clase, con los que llegarían a ser sus amigos: Choto, Chingolo, Mañuco, Lalo, Miraflorino.

Cuéllar es estudioso, gana los primeros puestos: recitaba sin respirar los catorce Incas, los Mandamientos, las tres estrofas del himno Marista, etc. Todos le admiran por su memoria y se convierte en el modelo que ponía el hermano Leoncio. Aunque presumía de sus dotes, era buen compañero y les soplaba en los exámenes y convidaba en el recreo: precisamente porque sacaba buenas notas sus papás le daban más dinero.

Al terminar las clases de primaria, a las cuatro de la tarde entrenaban fútbol. En la jaula, Judas, perro danés muy peligroso, les ladraba, "se volvía loco". Jugaban hasta las cinco, que salía la Media. Sudando recogían todo y se iban a la calle. Entonces, ahí empezaba una nueva fraternidad: barquillos, juegos, etc. e invitaban a Cuéllar a ir a jugar fútbol hasta las seis al "Terrazas". Sus papás no lo dejaban pues tenía que estudiar, y los amigos antes citados se iban a jugar solos, comprendiendo que no era culpa de Cuéllar sino de "sus viejos".

Cuéllar se entrenó en el verano, pues su ilusión era entrar en el equipo. Entonces fue puesto de ejemplo por el hermano Agustín; como quien es aplicado en los estudios y es buen deportista: "mens sana in corpore sano".

Para Cuéllar había esto supuesto sacrificar otras diversiones y se habían desarrollado en él muchas cualidades. Acabaron por meterle en el equipo y Cuéllar obra vez tenía motivo para volver a ser presumido.

Para el campeonato Interaños, el hermano Agustín autorizó a la selección jugar con uniforme dos veces por semana a la hora de Dibujo y Música. Salían de los camarines en fila india a paso gimnástico capitaneados por Lalo. En las ventanas de las aulas "aparecían caras envidiosas que espiaban sus carreras".

Una hora después el hermano Lucio tocaba el silbato y los seleccionados se vestían para ir a almorzar a sus casas. Sólo Cuéllar se metía siempre en las duchas después de los entrenamientos. Esta vez se soltó Judas y entró en los camarines. Estaban Lalo y Cuéllar bañándose. Choto, Chingolo y Mañuco saltaron por las ventanas. Judas atacó a Cuéllar. Lalo pudo verlo todo. Luego se lo cuenta a todos: gritos, aullidos, saltos, choques, resbalones y después sólo ladridos. Acuden los hermanos Lucio y Leoncio que se desesperan y asustan al ver el espectáculo. El hermano Agustín y el hermano Lucio metieron a Cuéllar en la camioneta de la Dirección tocando bocina y como los bomberos, como una ambulancia arrancaron a ochenta por hora. El Hermano Leoncio mientras tanto encerraba a Judas en su jaula y lo azotaba sin misericordia entre los alambres, "En esa semana, la Misa del domingo, el rosario del viernes y las oraciones del principio y del fin de las clases fueron por el restablecimiento de Cuéllar pero los hermanos se enfurecían si los alumnos hablaban entre ellos del accidente...". "Sin embargo, ése fue el único tema de conversación en los recreos, en las aulas".

El lunes siguiente al salir del colegio fueron a verle a la "Clínica Americana"; vieron "que no tenía nada en la cara ni en las manos". La habitación del hospital era agradable. Le cuentan que lo están vengando en cada recreo pues le avientan piedras, tantas, que no quedará en el perro un hueso sano. Hasta planean una venganza nocturna para acabar con él cuando Cuéllar salga del hospital. Dos señoras, su mamá y su tía, le acompañan, les reciben bien, con chocolates. Por fin le preguntan dónde le había mordido y ruborizándose contesta el sitio donde sufrió la herida.

El hecho del accidente determina todo el libro; la descripción que se hace del mismo determina el apodo del protagonista ("Pichulita").

2.— Cuéllar volvió al colegio después de Fiestas Patrias: vino más deportista que nunca; en cambio, los estudios comenzaron a importarle menos. En parte porque todo el mundo empezó a tenerle compasión: "se presentaba a los exámenes con promedios muy bajos y los Hermanos los pasaban, malos ejercicios y óptimo, pésimas tareas y aprobado". "Además lo hacían ayudar a Misa, Cuéllar lea el catecismo, llevar el gallardete del año en las procesiones, borre la pizarra, cantar en el coro, reparta las libretas, y los primeros viernes entraba al desayuno aunque no comulgara".

Los amigos lo envidiaban: "los Hermanos le sobaban de miedo a su viejo" que se había presentado lleno de ira al colegio: "les cierro el colegio, los mando a la cárcel, no saben quién soy yo..." todo esto lo contaba Cuéllar que les había oído a sus viejos en la clínica, aunque secreteaban.

También sus viejos le mimaban: ya le dejaban ir siempre a jugar al "Terrazas". Su papá le preguntaba si había metido algún gol. Su mamá no se molestaba si traía la camisa rasgada. Luego se iban "a la cazuela del Excelsior, del Ricardo Palma, o del Leuro para ver seriales,..., películas de Cantinflas y de Tin Tan".

Sus papás le daban gusto en todo: le aumentaban las propinas; fue el primero en tener patines, bicicleta, motocicleta. Sus papàs le llevaban a todas partes en auto.

El apodo salió a la calle, fue corriendo por el barrio Miraflores y se le quedó. Sus mismos amigos que se cuidaban al principio, poco a poco se les fue saliendo contra su voluntad. Cuéllar se ponía colorado, pálido, se enojaba. Al final, se resignó pues a otros también con defectos les llamaban con apodos: al cojito, Cojinoba; al bizco, birolo; Pico de oro al tartamudo... En sexto ya no lloraba. A veces hasta bromeaba. En primero de Media más bien se extrañaba de que le llamaran Cuéllar.

No pasaba su apodo a las muchachas. A esa edad ya se interesaban en ellas y pasó a ser el tema principal de sus conversaciones, y las relaciones que había entre ellos dejaban mucho que desear por la moral y la buena educación. Todos sus amigos se interesaban por alguna muchacha, menos Cuéllar. Iban como es natural a las cinco a las salidas de los colegios para bromear con todas, en buen plan: La Reparación, colegio de Villa María, de Santa Ursula y del Sagrado Corazón... "Ya no jugábamos tanto al fulbito como antes ".

Cuando las fiestas de cumpleaños se convirtieron en mixtas, ellos se quedaban en los jardines. Pero en los salones los mayores ya sabían bailar. Hasta que un día decidieron ellos también aprender a bailar. Se pasaban entonces los sábados y domingos íntegros bailando entre hombres, para aprender, en la casa de cualquiera de ellos. También en la de Cuéllar porque su mamá le regaló un pic up y muchos discos que pudo comprar en "Discocentro". Procuraban tener fiestas todos los sábados con discos de Pérez Prado y permiso de la dueña para fumar.

Cuando Pérez Prado llegó a Lima con su orquesta le siguieron por todas partes. Cuéllar hasta obtuvo su autógrafo. Asistieron al campeonato nacional de mambo. Escuchaban a Pérez Prado en el radio. Ya usaban para entonces pantalón largo. Se peinaban con gomina y habían crecido. Cuéllar el que más: el más alto y el más fuerte.

3.— En tercer grado de Media, el primero en tener novia fue Lalo: era Chabuca. Lo festejaron en "Chasqui". Ahí los demás querían conocer cómo se le había declarado. A Cuéllar no le interesaba preguntar. Y es que pensaban que ya no verían a Lalo. Cuéllar era el más sentimental. "Se pasaría los domingos con Chabuca y nunca más nos buscarás".

Acompañaron a Cuéllar hasta su casa "y todo el camino estuvo murmurando, cállate viejo y requintando ya llegamos, entra despacito, pasito a pasito, como un ladrón, cuidadito, si haces bulla tus papis se depertarán y te pescarán". Hizo mucho ruido al llegar. Sus papás se despertaron, "pero no le hicieron nada". "¿Quién te abrió la puerta? mi mamá y ¿qué pasó?, le decíamos, ¿te pegó? No, se echó a llorar corazón, cómo es posible, cómo iba tomar licor a su edad... lo bañaron, lo acostaron y a la mañana siguiente pidió perdón". Con Lalo, igual, como antes, como si nada hubiera pasado.

"Pero pasó algo: Cuéllar comenzó a hacer locuras para llamar la atención". Le seguían cuerda los demás: "¿a que me robo el carro del viejo y nos íbamos a dar curvas a la costanera, muchachos? a que no hermano" y se llevaba el Chevrolet de su papá, "a que bato el record de Boby Lozano, a que no hermano" y lo batía. Y así, muchas travesuras.

En cuarto grado de Media, Choto se enamoró de Fina Salas y Mañuco de Pusy Lañas y les dijeron que sí, Cuéllar se encerró en su casa un mes y en el colegio apenas si los saludaba". No le interesaba salir con ellos, pero poco a poco se conformó y volvió al grupo.

Los domingos Chingolo y Cuéllar se iban solos a la matiné. El resto del día casi se aburrían hasta las nueve que los otros despedían a las enamoradas. Cuéllar preguntaba por todo lo que hacían, pero sin buenos modales, ni buena intención. En realidad se notaba su malhumor.

No hacía más que preguntar cosas inconvenientes confundiendo el noviazgo bien plantado con un pasatiempo frívolo, y esto enojaba a sus amigos.

En quinto grado de Media, Chingolo se hizo novio de China Saldívar. Lo festejaron, mientras Cuéllar estaba triste. Todos querían ayudar a que Cuéllar tuviera novia, pero él no aguantaba la broma. Se iba a dormir.

Desde entonces Cuéllar anduvo más solitario. Se iba al cine solo y se reunía con los amigos sólo para el Billar, siempre con una cara amarga y voz ácida.

En el verano dejó su malhumor. Se iban a la playa juntos en el Ford convertible que le regalaron sus viejos en Navidad. Se habia hecho ya amigo de las chicas y se llevaba bien con ellas. Pero no aceptaba que le bromearan que se decidiera por una, y ponía la excusa de que no cabían todos en el coche. Pero él no quería tener enamorada, prefería su libertad. Ya no iba a las fiestas aunque bailaba muy bien.

Se bañaban frente a "Las Gaviotas", y mientras las cuatro parejas tomaban el sol, Cuéllar se lucía corriendo olas. "Qué bien las corre decían ellas, mientras Cuéllar se revolvía contra la resaca, y de nuevo se acercaba al mar, era tan simpático y tan pintón. Se preguntaban por qué no tenía novia. La respuesta de todos era evasiva".

"A medida que pasaban los días, Cuéllar se volvía más huraño con las muchachas, más lacónico y esquivo. También más loco. Sus locuras le dieron mala fama. Lo regañaban Choto y Mañuco. Cuéllar se arrepentía y decía que cambiaría, pero no lo hizo".

4.— "Al año siguiente, cuando Chingolo y Mañuco estaban ya en primero de Ingeniería, Lalo en Pre-Médicas y Choto comenzaba a trabajar en la "casa Wiese" y Chabuca ya no era enamorada de Lalo sino de Chingolo, y la China ya no de Chingolo sino de Lalo, llegó a Miraflores Teresita Arrarte: Cuéllar la vió y, por un tiempo al menos, cambió ".

"De nuevo se volvió sociable, casi tanto como de chiquito. Los domingos aparecía en la misa de doce".

Las muchachas pensaban que ya le había llegado la hora. Los muchachos se preguntaban si se atrevería y si Teresita sabía de su defecto.

Sintió una gran desilusión cuando —ante ciertas esperanzas—, su padre le hizo saber que su mal no era remediable.

Anunció que iba a estudiar y entraría el año próximo a abogacía, para ser diplomático y viajar mucho y pasarse la vida en fiestas. Teresita se alegraba y coqueteaba con él.

Todos sus amigos no se explicaban por qué no había formalizado más su noviazgo si en todas partes estaban juntos y a todas partes iban juntos. Ellos le defendían diciendo que quería ir sobre seguro. Ellas ya habían preguntado a Teresita, que estaba dispuesta a decir que sí.

Cuéllar no se decidía.

Terminó el invierno, comenzó otro verano y llegó a Miraflores Cachito Arnilla " que estudiaba Arquitectura, tenía un Pontiac y era nadador. Se arrimó al grupo y aunque ellos y ellas le ponían mala cara, Teresita le defendía ".

Cachito se hizo novio de Teresita, a fines de enero. Ellos atacaban a Teresita, las chicas le defendían, porque ¿hasta cuándo iba a esperar la pobre Teresa a que Cuéllar se decidiera?

5.— "Entonces Pichula Cuéllar volvió a las andadas". Se dedicaba a correr olas en Semana Santa, y decía Chingolo: "olas no, olones de cinco metros hermano, así de grandes, de diez metros". Decían que lo hacía para que lo viera Teresita como dándole envidia de que Cachito, que era nadador, no lo hiciera.

A mediados de ese año, Cuéllar "entró a trabajar en la fábrica de su viejo: ahora se corregirá, decían, se volverá un muchacho formal. Pero no fue así, al contrario". Cuando salía del trabajo aparecía en el "Chasqui". Se anochecía allí.

Los sábados siempre salía con los amigos y se encerraban con Chingolo o Mañuco a jugar al póquer hasta que oscurecía. El manejaba el Nashua que su viejo le cedió al cumplir la mayoría de edad.

Uno de estos sábados Cuéllar salió sin despedirse. Sus amigos lo buscaron y lo encontraron acurrucado contra el volante del Nashua temblando, llorando.

Cuando lograron calmarle fueron a "El Turbillón". Cuéllar se serenó, se había entristecido un poco nada más. De qué, le pregunto Mañuco "y él de que los hombres ofendieran tanto a Dios, por ejemplo" y de que la vida fuera tan aguada, "porque uno se pasaba el tiempo trabajando, o chupando, o jaraneando, todos los días lo mismo, y de repente se envejecía y se moría"..." y también de pensar por la gente pobre, por los ciegos, los cojos, por esos mendigos que iban pidiendo limosna en el jirón de la Unión, y por los canillitas que iban vendiendo la Crónica, ¿qué tonto, no? y por esos cholitos que te lustran los zapatos en la Plaza de San Martín, ¿qué bobo, no?. Ellos procuraban hacerle correr en el coche y hacerle reír para que se le pasara.

6.— "Cuando Lalo se casó con Chabuca, al mismo tiempo que Mañuco y Chingolo se recibían de ingenieros, Cuéllar ya había tenido varios accidentes y su Volvo andaba siempre abollado, despintado, las lunas rajadas". Sus viejos le reconvenían para que no corriera sus amigos; le decían: "ya estás grande para juntarte con mocosos".

Las noches se las pasaba tomando en un bar. En el día vagabundeaba de un barrio a otro de Miraflores vestido como James Dean: "jugando trompo con las cocacolas, pateando pelota en un garage, tocando rondón". Se rodeaba de rocanroleros de quince años. Los domingos iba a "Waikiki" para subir en la tabla hawaiana. Les enseñaba a manejar el Volvo, "los llevaba al estadio, al cachascán, a los toros, a las carreras, al bowling, al box".

Sus amigos ya no querían juntarse con él. Lo despreciaban por su comportamiento, y por llevarse con gente mucho más joven.

Se dedicó un tiempo a corredor de autos. Participó en una carrera y llegó el tercero. Pero se hizo más famoso al ir de San Martín hasta el parque Salazar, "Con Quique Ganoza, éste por la buena pista, Pichulita contra el tráfico", los patrulleros los persiguieron y lo detuvieron. Estuvo un día en la Comisaría.

A las pocas semanas tuvo su primer accidente grave haciendo el paso de la muerte —con las manos atadas al volante— y los ojos vendados — en la avenida de Angamos".

"El segundo, tres meses después, la noche que le dábamos la despedida a Lalo." Iba con todos, desatado y no había forma de convencerlo: "Cuéllar, viejo, ya está bien, déjanos en nuestras casas, y Lalo mañana se iba a casar, no quería romperse el alma la víspera, no seas inconsciente, que no se subiera a las veredas, no cruces con la luz roja a esta velocidad..." Chocó contra un taxi en Alcanfores, y Lalo no se hizo nada, pero Mañuco y Choto se hincharon la cara, y él se rompió tres costillas.

Se pelearon, y aunque tiempo después se reconciliaron, algo se había roto entre ellos, "y nunca más fue como antes".

Cuando Mañuco se casó, Cuéllar no fue a la despedida. Cuando Chingolo regresó de Estados Unidos casado con una americana, no quiso saludarlo. Por fin, murió en un accidente de carretera, "hombre, decíamos en el entierro, cuánto sufrió, qué vida tuvo, pero este final es un hecho que se lo buscó".

Por contraste, los demás "eran hombres hechos y derechos ya y teníamos todo: mujer, carro, hijos, que estudiaban en el Champagnat, La Inmaculada o en el Santa María..."

 

                                                                                                                J.F.T. (1982)

 

Volver al Índice de las Recensiones del Opus Dei

Ver Índice de las notas bibliográficas del Opus Dei

Ir al INDEX del Opus Dei

Ir a Libros silenciados y Documentos internos (del Opus Dei)

Ir a la página principal