VV.AA.

El feudalismo

Ed. Ayuso, Madrid 1973

(t.o.: Sur le feodalisme, Ed. Sociales, París 1972)

Este libro es resultado de un coloquio sobre dos temas dispares: la época del feudalismo clásico francés, y lo que sus autores llaman el "feudalismo precolonial" en el Maghreb. Se intenta situar en el mismo plano una sociedad del siglo XII, cristiana occidental, y otra del siglo XVIII, musulmana y mahgrebÍ. Al hacer la síntesis final, los organizadores del coloquio reconocieron en cierto modo las dificultades para hacer un "análisis marxista", aunque sin aceptar la incongruencia de su planteamiento. La comparación entre ambas épocas no se establece sobre documentos, sino sobre testimonios de autoridad exclusivamente marxistas. En la edición española, se ha introducido un prólogo muy hábil de Julio Valdeón Baruque, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Valladolid y candidato al Senado por el Partido Comunista Español. Aunque cita autores ya clásicos y de auténtico valor científico, y admite que "incluir en un mismo esquema de sociedad feudal a la Europa del siglo XIII y a la del siglo XVII parece una tamaña barbaridad" (p. 15), trata de llegar a la conclusión de que el término feudalismo no es unívoco (p. 9) y que, por tanto, un historiador tiene que considerar como igualmente válidas las concepciones institucionalistas y sociales basadas en los documentos y las marxistas. Esta especie de moderación inicial es engañosa, y busca sólo un asentimiento de principio. Inmediatamente añade que "la historiografía tradicional, ayudada no pocas veces y a pesar suyo por la pura propaganda interesada" (?) no puede compararse con el "renovador trabajo" que, por ejemplo, A. Barbero y M. Vigil (marxistas y desconocedores de la documentación), han podido realizar (p. 17).

Indice de la obra. Refleja sólo en muy pequeña parte el contenido:

Primera parte: feudalismo francés y modo de producción feudal.

I. Dossier preparatorio de la discusión sobre el modo de producción feudal.

— Primera ponencia: Caracteres generales del feudalismo, por Charles Parain.

— Segunda ponencia: Evolución del sistema feudal europeo, por Charles Parain.

— Tercera ponencia: La transición del feudalismo al capitalismo, por Pierre Vilar.

— Cuarta ponencia: Algunos temas de investigación, por Pierre Vilar.

II. Contribuciones al dossier.

— Algunas observaciones a propósito del dossier preparatorio de la discusión sobre el modo de producción feudal, por Jean-Jacques Globot.

— Contribución a la discusión sobre la transición del feudalismo al capitalismo: La monarquía absoluta francesa, por François Hincker.

— Observaciones sobre el dossier preparatorio de la discusión sobre el modo de producción feudal, por Ciro Flamarion Santana Cardoso.

III. Coloquio.

— Ponencias introductorias a la discusión: I) La Revolución francesa y el feudalismo: el tributo feudal, por Albert Soboul; y II) Feudalismo y sociedad rural en la Francia moderna, por Guy Lemarchand.

IV. A manera de transición. Feudalismo y modo de producción feudal: De la Francia moderna al Maghreb precolonial, por René Gallissot.

Segunda parte. Problemática del feudalismo fuera de Europa. El Maghreb pre-colonial.

V. Dossier preparatorio de la discusión sobre el modo de producción del Maghreb pre-colonial. Ponencia: la Argelia pre-colonial, por René Galissot.

VI. Contribuciones al dossier.

— Reflexiones criticas sobre el dossier: la Argelia pre-colonial, por André Nouschi.

— Estatuto agrario y relaciones sociales en Túnez antes de 1881, por Jean Poncet.

— Observaciones sobre las relaciones entre ciudades y campo en el antiguo Maghreb, por Jean Poncet.

— La relación campo-ciudad en la historia del Maghreb, por André Prenant.

VII. Coloquio.

— Ponencias introductorias a la discusión: I) Arcaísmo de la sociedad maghrebina, por Lucette Valensi; II). Las relaciones campo-ciudad, por René Gallissot.

Tercera parte: Conclusión.

— Síntesis de la Jornada de estudios sobre el feudalismo, por Charles Parain.

— Conclusiones y perspectivas: la sucesión de los modos de producción, por René Gallissot.

Contenido del libro

1. El dossier preparatorio, como enfáticamente se le llama, se compone de dos ponencias de Charles Parain (Caracteres generales del feudalismo y Evolución del sistema feudal europeo) y de otras dos de Pierre Vilar (La transición del feudalismo al capitalismo y Algunos temas de investigación).

— Parain establece, como punto de partida para todo el tema, el esquema marxista clásico: son las "relaciones sociales de producción", ligadas esencialmente a la tierra, las que de terminan las relaciones entre los hombres que, en el sistema feudal, ya no son de esclavitud, sino de servidumbre o de deber (pp. 25-26). Todo historiador que maneja documentos sabe que este planteamiento es falso, porque la tierra fue tan sólo un medio —y no el único— que se empleó en el feudalismo para remunerar servicios que eran honorables, de vasallos. La servidumbre, en cambio (término muy impreciso que se utiliza para definir situaciones varias de los cultivadores, tales como la encomendación, el precario, el colonato, los juniores y collazos, etc.), constituye una derivación del antiguo sistema romano, que resultó suavizado cuando se fue aceptando la dignidad del hombre proclamada por el Cristianismo.

Parain reconoce, de hecho, que la palabra feudalismo resulta poco adecuada, porque, a su juicio, el feudo no desempeñó el papel fundamental (p.27). Pero se atiene a la conclusión de los historiadores marxistas, los cuales afirman que no es necesario que exista feudo para que haya feudalismo. En síntesis, el contenido que se atribuye al término "feudalismo" no se basa en la realidad del feudo y del vasallaje, como parecería lógico, sino en la caracterización ideológica acuñada por Marx. De acuerdo con este postulado, son los historiadores de profesión, encerrados en un "peligroso formalismo", los que se equivocan de medio a medio al intentar obtener la definición del feudalismo a partir de lo que el feudo es.

Estas ideas marxistas constituyen una especie de clave: lo único que importa son las relaciones de producción establecida en torno a la tierra; la jerarquía feudal no pasa de ser una simple superestructura política. En consecuencia, es "feudalismo" cualquier sistema en que el trabajador agrícola se encuentra sometido a limitaciones que no son estrictamente económicas, "de tal forma que ni su fuerza de trabajo, ni el producto de su trabajo, se han convertido aún en simples objetos de intercambio libres, en auténticas mercancías" (p. 28).Es inútil que solicitemos, como parecería lógico, pruebas documentales en favor de esta afirmación. El marxismo no emplea otras pruebas que el testimonio de autoridad de Marx y Engels, para quienes el feudalismo no es sino una de las etapas del desarrollo social, cuyo motor es la lucha de clases. Y así como el capitalismo es la fase en la que las relaciones de producción se basan únicamente en el salario, también la anterior etapa tiene que tener una definición común. Escoge el término feudalismo porque lo empleó Marx, que no conocía sino investigaciones arcaicas y muy someras, y estaba influido además por el conocido error de la Revolución francesa. Las investigaciones posteriores —mencionaré aquí dos obras decisivas de las que se encuentra versión castellana: La sociedad feudal, de Marc Bloch, y Qué es el feudalismo, de Ganshof (enriquecida esta última con el complemento que Valdeavellano realizó sobre el caso español)— no pueden ser tenidas en consideración: se silencian. La autoridad, en el marxismo, se impone a la evidencia.

Este mismo criterio de autoridad (Engels, L. Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana; Marx, El Capital) es utilizado en el tercer punto de la primera ponencia, para sentar varios principios: el modo de producción feudal significa un progreso respecto a Grecia y Roma, y no a la inversa, como pretendió "el materialismo mecanicista del siglo XVIII", que tenia "una concepción antihistórica de la Historia" (p. 28); fue un sistema basado en la "pequeña explotación agrícola" y apoyado en avances técnicos como el molino de agua, el lagar y el horno de pan; su resultado fue, sin embargo, que los "me dios de producción acabaron estando en manos del señor".

Ahora bien, cuando los racionalistas de la Ilustración afirmaban la superioridad greco-romana, no estaban pensando en medios, modos ni relaciones producción, sino simplemente en que Aristóteles, Platón, Sócrates, el arte clásico del Partenón o de Policleto, el teatro de Sófocles y de Plauto, etc., l es parecían exponentes de una civilización superior a la medieval. Puede ser que en algunos aspectos se equivocasen, pero se sorprenderían si se vieran acusados de defender la superioridad del sistema latifundista romano sobre el propio de la época feudal. Tampoco fue nunca el feudalismo un sistema económico; ejerció influencia sobre las relaciones económicas, nada más. Todos los historiadores actuales están de acuerdo en sostener que inició un proceso de liberación del hombre, porque al acentuar los aspectos jurídicos y personales en las relaciones humanas, redujo los males que se derivan de cualquier estructura que fuese simplemente económica.

— La segunda ponencia, Evolución del sistema feudal europeo, en la que Parain contó con la posterior intervención de Pierre Vilar, se da como establecido ya que existe un "sistema económico, que puede llamarse feudal" (p. 31). Hay que advertir que se trata de una afirmación no probada, sino establecida como dogma en virtud de la autoridad indiscutible que se atribuye a los fundadores del marxismo. Como las circunstancias sociales e históricas varían según los países, Parain aconseja separar, para su análisis, cada modelo.

En un trabajo fundamental, En torno a los orígenes del feudalismo, Claudio Sánchez Albornoz ha demostrado, con gran abundancia de documentos y de datos, de qué modo el feudalismo nace de una sociedad romana cuando desaparecen los resortes de autoridad y se necesita establecer vínculos que la sustituyan. Parain y Vilar desconocen, acaso, esta aportación decisiva: para ellos toda la verdad se contiene en la obra de Engels, La ideología alemana, construida un siglo antes "con la documentación accesible a su época". En ella se dice que por no existir "una clase verdaderamente revolucionaria"(p. 32), los bárbaros que se instalaron en el Impero romano "restablecieron un campesinado libre organizado en comunidades de aldea" (p. 33). Hace ya mucho tiempo que ningún historiador se atreve a mencionar las famosas "markengenossenschaften" que nacieron a impulsos de un germanismo exagerado, si bien en la Unión Soviética es aún doctrina oficial que en los "gorods" anteriores a la Rusia de Kiev existía una especie de comunismo primitivo.

En otras palabras, lo que la ponencia trata de establecer es el principio de que cuando se desintegra una sociedad clasista, tiende a rebrotar el comunismo, que es natural en el hombre. Sólo que, en el caso del feudalismo medieval, los conquistadores se erigieron en clase social dominante y acabaron sometiendo a las hipotéticas comunidades de aldeanos a su opresión.

La guerra fue el instrumento normal que arruinó al campesinado libre y proporcionó al mismo tiempo a la clase social opresora, la nobleza, la oportunidad de apoderarse de los medios de producción. Procediendo entonces de acuerdo con la segunda ley del materialismo dialéctico, Parain y Vilar afirman que la nobleza necesitó generar cada vez más servidumbre para poder crecer, y esta servidumbre se convirtió en su enemiga más poderosa. Como la realidad demuestra lo contrario, los autores recurren al procedimiento de invertir los términos en que la investigación se sitúa, haciendo de los casos excepcionales (remensas catalanes, campesinos de Pomerania) el modelo normal, y a la inversa. Por esta razón, afirman que en América "los encomenderos eran designados por la poderosa monarquía española o por sus agentes" (p. 36), cuando sucedió lo contrario.

En cambio, podemos mostrarnos conformes con la idea de que "no hay que creer que se produce una evolución continuada y unilateral del esclavismo antiguo a la servidumbre y de la servidumbre a la libertad" (pp. 36-37). Pero ese es precisa mente el reproche fundamental que puede hacerse a la interpretación marxista: la Historia es compleja, y no puede ser sometida a dogmatismos unilaterales. Tomemos el tema de las "comunidades aldeanas", al que Parain y Vilar se refieren. La documentación medieval permite descubrir la existencia de dos tipos de propiedad, unitaria o plural, en relación con las aldeas, desde la época de las invasiones; los historiadores llaman a la primera "villicaria" y a la segunda "vecinal". Es un modo de entenderse. Pero cuando en una aldea existen varios propietarios (la legislación española llama a estos propietarios "hombres buenos"), las zonas colindantes son de aprovechamiento común. Por excepción, esto es algo que no se produce en Cataluña; por eso, mencionar los Usatges como único y singularísimo argumento, resulta poco científico. Además, lo que Parain y Vilar nos proponen es invertir los términos: aceptan la existencia de un ente previo y plural, "comunidad aldeana" —inútil buscar esta expresión en documentos de la época— porque necesitan, en apoyo de su tesis, establecer con claridad que se produjo una degradación por efecto de la lucha de clases. Los múltiples ejemplos que va revelando la documentación castellana, demuestran lo contrario: primero están los propietarios y luego, poco a poco, se establecen las relaciones jurídicas entre ellos.

Según Parain y Vilar, (en el libro no se dice dónde acaba y dónde empieza la colaboración de cada uno), el feudalismo se desarrolla en tres fases: de formación hasta el año 1000, de ascenso hasta mediados del siglo XII, de apogeo hasta comienzos del XIV (pp. 39-43). Esta división, que es correcta, corresponde a lo que los historiadores no marxistas sostienen, pero no a una estricta ideología marxista, pues deja en el aire lo que ocurre entre el siglo XIV y la Revolución francesa, tiempo muy largo, evidentemente. Según los historia dores no marxistas, en el siglo XIV la nobleza "antigua", cuyo poder se asentaba sobre las rentas de la tierra, dio paso a la "nueva" que se apoyaba en derechos jurisdiccionales y rentas de la Corte. En otras palabras, sostienen que, después del feudalismo, existe una época señorial.

En su apartado III, los autores de la ponencia ( pp. 43-46) retornan al esquema rígido de Marx-Engels (cabe suponer que Parain vuelve a tomar la iniciativa sobre Vilar) y contradicen lo antes manifestado al afirmar que "el carácter fundamental de estas sociedades reside en las relaciones de producción que se hallan en su base: propiedad del señor sobre la tierra y propiedad limitada del señor sobre el campesino"(p. 43). Ninguna de ambas cosas se da, salvo raras excepciones, en la baja Edad Media. En un señorío, el "señor" posee cierta jurisdicción limitada, dentro de la ley, pero no es dueño de la tierra —normalmente posee algunas propiedades dentro del señorío— ni mucho menos es propietario de los campesinos.

En el apartado IV, como si de nuevo cambiara la pluma de mano, se vuelve a exponer correctamente la crisis del siglo XIV. Pero se concluye con un ajuste exclusivo al dogma: "la mayor tentativa revolucionaria del pueblo alemán (?), constata Engels, termina con una derrota vergonzosa y con una opresión momentáneamente redoblada" (p. 48).

— Se advierte, al comienzo de la tercera ponencia, titulada La transición del feudalismo al capitalismo, que "Pierre Vilar no ha tenido la oportunidad de revisarla" y que se presenta "a título de orientación para la investigación" (p. 53 nota 1). La precaución no es ociosa, puesto que se inicia con palabras que pertenecen a la esquemática más arcaica del materialismo dialéctico, y sólo pueden ser entendidas desde este ángulo de visión: "el paso cualitativo de la sociedad feudal a la sociedad capitalista, no debe situarse demasiado pronto". En algunos casos, la aparición de la propiedad ilimitada y de los hombres libres se produce pronto —"Marx lo admite para algunas ciudades italianas en el siglo XIV" (p. 54), nos advierte el autor para tranquilizar la conciencia de los buenos marxistas—, pero "estos esbozos aislados retroceden en seguida" y, por tanto, no hay motivo para desconfiar de las afirmaciones científicas del marxismo de buena ley. Los historiadores más recientes, de Pirenne en adelante, hablan de un primer capitalismo que aparece en el siglo XV. Vilar nos advierte que esto "es un abuso de lenguaje", porque "estos personajes jamás dominaron la producción social de su época", que fue "casi exclusivamente obtenida bajo forma artesanal y corporativa", "No se da separación entre los medios de producción y el productor".

Estas afirmaciones se contradicen ásperamente con lo que hoy sabemos: allí donde aparece una gran industria, desde Flan des a Italia, se produce una separación entre los artesanos productores, de una parte, y el producto y medios de producción por otra. Esto explica las tensiones. Llamar a todo este sector, que va desde Jan Boinebroke hasta los Médicis, los Welser o los Fugger, "forma artesanal y corporativa", es casi una broma. En seguida se nos brindará la explicación: el capitalismo no es una forma de enfocar la realidad económica, con el dinero como protagonista, y los créditos y ganancias como instrumentos, sino aquella situación en que "todo es mercancía". Pero la totalidad nunca se ha dado. Si seguimos así, tal vez tengamos que borrar de nuestros manuales el término capitalismo.

Vilar, a diferencia de Parain, es suficiente historiador como para comprender el absurdo de encerrarse en un esquema demasiado rígido. Después de haber presentado tan tajantes afirmaciones, nos conduce hasta una conclusión sorprendente, en la cual coincide con los mismos historiadores no marxistas a quienes se ha acusado de abusos de lenguaje. Dice así: "De hecho, la primera etapa de la formación del capitalismo, tras la crisis de los siglos XIV y XV, no podía basarse más que en un salto adelante de las fuerzas productivas: éste tuvo lugar entre mediados del siglo XV y mediados del XVI" (p. 57). Es decir, sin cometer, según parece, abuso de lenguaje, afirma que, desde mediados del siglo XV nos encontramos en la primera etapa del capitalismo. Invenciones y descubrimientos ponen en marcha, según él, nuevas fuerzas de producción.

Uno de los problemas que más ha preocupado a los historiadores de la economía es el origen de los primeros capitales. Cuando se indagan los casos concretos de cada fortuna, comprendemos que no existe ninguna fórmula general: la explicación de Sombart (acumulación de las rentas de la tierra), la de Max Weber (espíritu de ahorro fomentado por el protestantismo) ya no son aceptadas como absolutas por nadie. Los historiadores afirman que nos encontramos ante un fenómeno muy complejo en el que concurren muchas y variadas causas, desde el simple azar hasta las conductas poco honradas, con toda una gama de causas intermedias, y que, por tanto, el único método de investigación es seguir el análisis de cada caso en particular. Vilar, que comienza diciendo que Max Weber y Keynes ejercen aún influencia nefasta, por cuya causa "la historia económica europea se deforma en muchos casos" (p. 59), brinda la siguiente explicación: "Marx demostró magistralmente... que su acumulación primitiva (de los capitales) se hiciera gracias a las crisis, las violencias, los desequilibrios, los acaparamientos y las usuras que marcaron el fin del régimen feudal", y se lamenta de que "ni siquiera los historiadores honestos se preocupan en todos los casos de sacar a la luz" estos "geniales esbozos que Marx trazó". Para sostener esta tesis, necesita afirmar que el oro de las Indias pasó a los Fugger y a los Welser. Pero Carande ha demostrado hasta la saciedad que los banqueros de Carlos V habían acumulado sus fortunas "antes" y no "después" de la llegada de los meta les preciosos americanos.

A continuación, Pierre Vilar expone una hipótesis, contraria a la de Hamilton, para demostrar siempre a partir de Marx (Trabajo asalariado y capital, 1847), que la aparición del oro y la plata americanos fueron, tan sólo, uno de los factores secundarios que contribuyeron al alza de precios; la causa fundamental no puede ser, desde su punto de vista, el elemento material, masa de oro y plata en circulación, sino las relaciones de producción, es decir "tiempo de trabajo". Esta hipótesis, ni demostrable ni demostrada, permanece en el aire. Pero el objeto que se persigue no es la comprobación de una hipótesis, sino la afirmación de que los supuestos de Marx se adaptan perfectamente al proceso histórico. Los capitales europeos, afirma Vilar, tienen su origen en la explotación del trabajador americano (pp. 62-63). Pero, si "la acumulación primitiva del capital europeo dependió tanto del esclavo cuba no como del minero de los Andes", tenemos que preguntarnos cuál es la causa de que dichos capitales no se formasen en España sino, precisamente, en el ámbito de predominio calvinista, beneficiado por el alza de precios que el oro y la plata estaban provocando. Vilar no plantea la pregunta, ni nadie la formula después en el coloquio; por tanto, sería inútil esperar una respuesta.

Una vez constituidos de este modo los primeros capitales, su desarrollo se produce, según Vilar, por tres vías: el préstamo usurario para el consumo, la especulación con la escasez y la especulación mercantil (p. 64). La tercera es verdadera y ha sido estudiada con precisión por los grandes especialistas del tema (Braudel, Felipe Ruiz y Valentín Vázquez de Prada), que disienten de Vilar en sus conclusiones. Las otras dos deberían ser expuestas con detalle y argumentadas con testimonios documentales: por lo que se sabe, el pequeño préstamo usurario y los negocios que se hacen en tiempos de escasez producen ganancias que no se integran en ningún capitalismo. Afirmaciones tan importantes deberían ser probadas, pero parece que no entra dentro de los fines del coloquio probar nada. Así lo expresa:

"Aquí estamos tocando el aspecto dialéctico(!) del fenómeno: la acumulación primitiva del capital engendra su propia destrucción (¿cómo y dónde?). En una primera fase, la subida de los precios, el aumento de los impuestos reales, los empréstitos grandiosos, estimulan a los usureros (¿quiénes?) y a los especuladores (¿sobre qué?), pero al final, en grado diferente según los países, las tasas medias del interés y de los beneficios tienden a igualarse y a disminuir. Entonces es necesario que el capital acumulado busque otro medio de reproducirse. Es preciso que los hombres con dinero —que se habían mantenido relativamente al margen de la sociedad feudal— invadan el Cuerpo social todo entero y cojan el control de la producción".

Así, concluye (pp. 65-69), llega a producirse, en tres etapas, el capitalismo moderno: en la primera, el capital mercantil toma el control sobre la producción industrial, en el siglo XVII; en la segunda, los Estados nacionales aplicaron una política mercantilista en beneficio de la acumulación de capitales, juzgados como única fuente de riqueza; en la tercera, se pasa al directo control de los medios de producción mediante la industrialización en masa y la nueva agricultura.

— La cuarta ponencia del dossier se preocupa de señalar Algunos temas de investigación. Se reducen en realidad a dos: I) Desarrollo de las fuerzas productivas —en este punto se hace la excepción de citar el libro de G. Duby, Economía rural y vida de los campos, que entonces era considerado como un simpatizante del marxismo, pero se silencia la enorme producción inglesa y americana— y II) Clases sociales y evolución del modo de producción feudal. Este segundo apartado de la ponencia no fue redactado, por Pierre Vilar, firmante de la misma, sino por René Gallissot que se instaló en un terreno más rigurosamente marxista. Hasta el siglo XIII, las luchas de clases se encuentran atenuadas por la producción suficiente de la agricultura, la fluidez en los movimientos de población, la expansión económica y demográfica y la aceptación de las autoridades. En este punto no hay graves discrepancias con los historia dores no marxistas, salvo que éstos se abstienen de hablar de lo que no ven y eluden la supuesta lucha de clases. Sí las hay en el tratamiento de los siglos XIV y XV. Los investigadores actuales reconocen en esos siglos la existencia de una crisis muy compleja que fue, desde luego, económica, pero además influyó el sentimiento, la ciencia y, tal vez, el clima. Pues bien, los autores de la ponencia dicen que ésta es "una interpretación vaga y confusa", aunque lo digan medievalistas de la talla de Postan, Roberto Sabatino López o Perroy, los cuales sin duda están "anticuados" (pp. 74-75) si se les compara con las geniales intuiciones que, sin necesidad de consultar los archivos, tuvieran Marx y Engels hace más de un siglo.

Pongamos un ejemplo. Después de aceptar que hubo una solución a la crisis en sentido progresivo en España, Inglaterra y Francia, por aumento de las fuerzas productivas y la transformación del sistema feudal (silencia otros aspectos más importantes, como el aumento de autoridad, la renovación religiosa y la maduración de las relaciones jurídicas, entre otros), se expresa del modo siguiente:

"En cuanto a la expropiación campesina, el problema es: ¿en qué medida el estudio de Inglaterra realizado por Marx bajo este punto de vista, ha sido:

1º confirmado por los estudios más recientes (hay ensayos que le combaten, pero no demasiado difíciles de refutar);

2º generalizable a otros países (en este punto el mismo Marx aconseja establecer matices)?" (p. 77).

El lenguaje en si es admirable. Nótese: los que critican a Marx no pasan de hacer "ensayos"; ninguna obra "científica" podría hacerlo. Por lo demás, son fáciles de refutar y el autor invita a los jóvenes a que lo hagan. No se trata de comprobar la veracidad o falsedad de unas afirmaciones, sino de defenderlas. Para los países no estudiados "en este punto" por Marx, se tolera en cambio cierta autonomía de matices.

2. Contribuciones al dossier. Las comunicaciones de Jean Jacques Goblot ("Algunas observaciones al dossier preparatorio de la discusión sobre el modo de producción feudal"), François Hinker ("Contribución a la discusión sobre la transición del feudalismo al capitalismo: la monarquía absoluta francesa") y Ciro Flammarion Santana Cardoso ("Observaciones al dossier") no aportan nada nuevo: solo insisten en que los errores de la historiografía "burguesa" deben ser más ampliamente descubiertos.

3. Coloquio. El breve coloquio que viene a continuación (pp. 157-178) no tuvo como centro el dossier, que nunca fue discutido, sino dos ponencias concretas, preparadas de antemano, una por Albert Soboul recogida en cinta magnetofónica y no revisada por su autor ("La Revolución Francesa y la feudalidad: el tributo feudal") y otra de Guy Lemarchand ("Feudalismo y sociedad rural en la Francia moderna"). Estos autores se proponen, oponiéndose a Roland Mousnier y a Georges Duby, demostrar de qué modo los hombres de la Revolución Francesa tenían razón al insistir en que luchaban contra el feudalismo porque éste había sobrevivido. En otras palabras: los tres órdenes estamentarios, típicos de la sociedad medieval y moderna, no son lo que parecen, porque se trata del disfraz de la clase opresora siempre en lucha con los oprimidos; fundidos en una sola clase, dominan los medios de producción. No se da ningún argumento para la demostración de esta tesis singular, excepto la autoridad suprema de Marx, que así vio las cosas. Las intervenciones carecen realmente de interés y se reducen a ciertas aclaraciones de los participantes.

4. En un último estudio, que se presenta como tránsito a —la segunda parte del libro, René Gallissot hizo el resumen y proporcionó una breve bibliografía exclusivamente marxista. Según él, ponencias y coloquios proporcionan claridad sobre tres puntos centrales: el modo de tributación feudal, los frentes de clase y la cuestión de la propiedad (p. 181). Pero advierte el peligro de olvidar lo que es exactamente feudalismo, y desviarse del tema fundamental expuesto por Parain y Vilar. "La reducción a un objeto como la evaluación del tributo no permite responder a la cuestión liminar contenida en la sombría (!) oposición de escuela mantenida actualmente por los historiadores franceses: sociedades de órdenes o sociedades de clases, y que manifiesta presupuestos ideológicos" (p. 182). De lo que se trata, precisamente, es de denunciar la obra de Roland Mousnier, Les Hiérarchies sociales —la cual ha causado un gran impacto, dicho sea de paso— y que es presentada como "una denuncia del marxismo". En esto, al menos, tienen toda la razón. El marxismo está apareciendo cada vez más atrasado y al margen de las corrientes investigadoras. El coloquio y sus conclusiones no aportan ninguna prueba, ningún argumento (aparte de la autoridad reconocida a los fundadores del marxismo),que permitan colegir que los órdenes, mencionados en los documentos y contemplados constantemente por el historiador, sean sólo formas superestructurales de una sola clase opresora feudal, que tiene en sus manos los medios de producción y domina así las relaciones de producción. Gallissot traza, en 24 páginas, el esquema de lo que hubiera debido decirse pero no se dijo. Hay que advertir que, a diferencia de Pierre Vilar, Gallissot no es un experto en temas medievales. Suyo es el dossier correspondiente a la segunda parte del coloquio, sobre el Modo de producción del Maghreb precolonial.

5. Segunda parte. Por no ser yo mismo un especialista del tema, ni tratarse en él de cuestiones históricas importantes y bien investigadas, pasaré rápidamente sobre dicha segunda par te. El propio Gallissot reconoce que "La Argelia Precolonial resulta un caso irritante para el análisis marxista" (p.209). Fundamentalmente intenta demostrar que no existe ninguna diferencia sustancial entre el haouch, comunidad campesina, y la forma germánica de propiedad tal como fue definida por Marx. Una vez establecida esta premisa, se tendrá la evidencia de que, pese a cualquier dificultad, el modelo marxista puede aplicarse a Argelia de modo válido. Reconoce también que el modo de producción feudal, en este caso, está más ligado a la jerarquía que a la propiedad de la tierra. André Nouschi hace algunas observaciones acerca de la originalidad que hay que atribuir al conjunto maghrebí, y Jean Poncet extiende el modelo a Túnez antes de 1881 y a Marruecos. Como en el caso anterior, no existe discusión; las intervenciones ocupan apenas cinco páginas, de la 335 a 339. Hay ponencias introductorias, de Lucette Valensi y del propio René Gallissot.

6. Tercera parte: Conclusión. Al hacer la síntesis final, Charles Parain reconoce que "no parece que la noción de modo de producción feudal haya hecho progresos decisivos" (p. 343) porque se trata de "una cuestión más compleja que todas las demás". Entre otras cosas, porque "la estructura feudal típica ideal" —es decir, el modelo marxista— aparece rodeada de "particularidades empíricas que inevitablemente complican, cuando no enmascaran, la estructura profunda de la realidad histórica, estructura que constituye precisamente el modo de producción". Advierte en seguida contra los peligros que para la interpretación marxista de la Historia entraña un análisis estático, pues de lo que se trata —y cita de nuevo a Marx— es de encontrar la ley de los fenómenos, pero no "bajo su forma petrificada", sino la "ley de su cambio". Parain quiere hacer una advertencia muy seria a sus interlocutores contra cualquier desvío del marxismo puro y sistemático. Condena el estructuralismo con el testimonio de autoridad de A.—J. Gremais.

En suma, según Parain, las distintas sociedades feudales que los historiadores creen descubrir, se identifican en un solo modelo, el del feudalismo marxista, que es, simplemente, un modo de producción. Este lenguaje confuso adopta expresiones en cierto modo herméticas, pero presentadas de un modo tan rotundo que aparentan una profundidad científica, como sucedía a las mujeres sabias de Moliere con el doctor Tritontin. Desde este punto de vista se dice que Boutruche es recusable porque se limita a "caracterizar a la feudalidad por el feudo y el vasallaje". Al historiador que carece de prejuicios, se le ocurre normalmente pensar que un feudo nunca fue una unidad de producción, sino un beneficio productor de renta que se entregaba a un vasallo para remunerar servicios honorables, especialmente servicios armados, del mismo modo que un monasterio no se propuso nunca como objetivo la mejora del trigo o el aumento de la producción, sino la santificación de sus miembros a través de la vida contemplativa. Frente a esto, los marxistas ensayan un gesto de desdeñosa superioridad: he ahí el error "formalista", dicen; existe en todo un único sentido oculto, "científico", el de los modos, medios y relaciones de producción, que se descubre únicamente leyendo a Marx.

Valoración crítica y metodológica

No parece que valga la pena extenderse más en el comentario a este libro, cuyas primeras ochenta páginas dicen todo lo importante. El coloquio no pretendió lograr el intercambio de puntos de vista entre historiadores de distintas tendencias, sino tan sólo adoctrinar a los historiadores marxistas para que pudiesen encontrar claridad en una etapa de la Historia bastante oscura, para ellos, porque lo cierto es que Marx apenas sabia nada del feudalismo. Por eso se comienza estableciendo un principio, el de las relaciones de producción, como clave esencial. Una vez aceptado este principio, "comprendemos" de qué modo el marxismo renovador nos pone en condiciones de enfrentarnos con la tarea de investigación.

Algunos de los autores de las comunicaciones son historiadores de profesión, conocidos; tal es el caso de Pierre Vilar y, en menor medida, de Albert Soboul. Pero la inmensa mayoría de los veinte que intervinieron en el coloquio, cuyo denominador común debe buscarse en la fidelidad completa al marxismo, es poco o nada conocida entre los historiadores. Sorprenden, sobre todo a quien no se encuentre familiarizado con los métodos de la historia marxista, la ausencia, casi total, de aparato critico. No tratan los autores de recoger resultados de investigaciones, sino de adoctrinar, con participación de la audiencia, acerca de criterios de autoridad que deben obedecerse. Por eso en el dossier preparatorio, redactado según se dice por Charles Parain y Pi erre Vilar, se cita exclusivamente a Marx y a Engels. También se ofrece una versión muy peculiar de un breve texto de los Usatges, aunque sin tomar el texto original (p. 37, nota 5).

Al analizar esta obra, conviene dejar claramente establecido este hecho: no se trata de un estudio del feudalismo europeo, como el —título del libro pudiera hacernos creer, sino de mostrar, sobre dos ejemplos concretos, de qué modo los postulados marxistas, que reducen la historia a las relaciones entre medios y modos de producción, constituyen la única explicación "científica" válida. Naturalmente, los documentos no pueden ayudar en esta tarea, porque no se intenta el examen de una realidad dada, sino establecer la trama que debe seguirse para conocer, en clave marxista, la explicación de los sucesos. El valor científico es, por tanto, nulo. El feudalismo cuenta con grandes historiadores, como Calmette, Marc Bloch, Ganshof y Boutruche —para no mencionar sino los de lengua francesa— que no son considerados, en el coloquio, como "válidos", porque se encuentran al margen de la "única y verdadera" filosofía: la marxista.

Da la impresión de que, en dos momentos, Pierre Vilar comprende la tremenda contradicción, lo que le lleva a indicar que su ponencia no ha sido revisada por él y a añadir, en el caso de la segunda ponencia, que ha sido "continuada y completada por Pierre Vilar". De este hecho nace un aspecto curioso: ciertos postulados expuestos al principio son desobedecidos en el momento en que Vilar toma la pluma y trata de acomodarse, en lo posible, a las líneas de investigación general. Si se prescinde de estas interpolaciones, todo el libro es tan sólo un alegato de propaganda con exposición doctrinal rígida.

Ante libros como éste, el historiador de profesión experimenta una inevitable sensación de desasosiego. Está acostumbrado, antes de exponer conclusiones, a hacer una minuciosa tarea de análisis que deje establecidos claramente los datos en los cuales habrá de apoyarse. Formula constantemente hipótesis de trabajo, advirtiendo que lo son, y busca luego comprobaciones que le permitan confirmarlas o, en caso contrario, abandonarlas. Pero los participantes en el coloquio han procedido de una manera muy distinta: existe una verdad establecida, "genialmente intuída" por Marx y Engels —también en una ocasión, al menos, por Lenin— y se trata tan sólo de mostrar de qué modo debe aplicarse al suceder histórico para hacerle comprensible. Siempre se ha afirmado que el método científico consiste en extraer de la realidad comprobaciones fidedignas. Para el marxismo, no: la clave magnífica dada por Marx, única a la que se puede calificar de verdaderamente científica, es la que permite entender. Cualquier otra hipótesis, cualquier otro método, deben ser rechazados como anticientíficos. El lenguaje es tan contundente, tan lleno de confianza en sí mismo, que puede resultar muy atractivo para jóvenes que no posean aún el hábito de la investigación: ni deja dudas, ni las admite. Es mucho más fácil creer en una ideología, que aunque sea falsa lo explica "todo", que ensayar una hipótesis de trabajo

Valoración de las conclusiones

Las conclusiones del libro están fijadas de antemano: demostrar la conocida tesis marxista, condenada varias veces por el Magisterio de la Iglesia, y ajena a la explicación científica, de que toda la Historia de la Humanidad es sólo una lucha de clases, y que el feudalismo es sólo una etapa de dicha lucha. El dossier, que fue la parte fundamental del coloquio, está concebido como un instrumento de combate, destinado a formar a jóvenes historiadores en el marxismo, proporcionándoles la falsilla que, aplicada a cualquier texto, antiguo o moderno, permite lograr la "interpretación marxista" calificada como la única científica y válida. Se niega, de una manera radical, la libertad del hombre, que pasa a ser un producto de las relaciones de producción.

La publicación de esta obra obedece a otro objetivo muy concreto: entregar un vehículo de propaganda en los seminarios de Historia para los profesores marxistas, a fin de fijar el lenguaje y precisar los conceptos. Su valor científico es absolutamente nulo, y constituye un abuso de los traductores españoles la modificación del título original, "Acerca del feudalismo", por el de El feudalismo, que engaña a los eventuales lectores. Mantener un coloquio en torno al feudalismo no es lo mismo que escribir un libro para explicar el feudalismo.

 

                                                                                                               L.S.F. (1981)

 

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