WILSON, Edmund

TO THE FINLAND STATION

New York, Farrar, Straus and Giroux, 1972; con introducción del autor fechada en 1971 (la primera edición es de 1940).

 

INTRODUCCION

El crítico literario Edmund Wilson pertenece a la generación de intelectuales americanos simpatizantes del marxismo en los años siguientes a la crisis económica de 1929. Como muchos de sus contemporáneos, Wilson nunca fue marxista convencido; al simpatizar con los movimientos revolucionarios y socialistas, mantuvo siempre una cierta distancia de ellos. Así es que To the Finland Station, al dibujar, en una serie de estudios, la historia del socialismo, no es propiamente una apología de la filosofía marxista, ni mucho menos del sistema instaurado en la Unión Soviética. Más bien representa una esperanza de un mundo mejor, que superara las injusticias sociales: «as Trotsky prophesied, the first really human society»[1]. Años más tarde, en la introducción a la edición de 1972, Wilson explica su punto de vista de entonces, y nota cómo sus esperanzas no se han realizado[2].

 

PRESUPUESTOS

Para comprender el espíritu en el que Wilson escribe sus reflexiones, es interesante tener en cuenta los presupuestos intelectuales y culturales de los que parte. Se trata de las «ideas de base» del liberalismo americano, muchas de las cuales se han convertido en una especie de fondo común de la «tradición liberal» en Estados Unidos. Entre estos elementos se encuentran:

          una actitud humanista, es decir, centrada en el hombre, que tiende a rechazar cualquier noción de lo sobrenatural más o menos instintivamente; la dimensión religiosa es rechazada como una idea del pasado;

          la preocupación social, que busca exclusivamente el bienestar material del hombre, a veces consecuencia de compasión, otras veces el resultado de una actitud sentimentalista;

          la «fe» en el progreso del hombre, que no es consecuencia de una filosofía razonada, sino una actitud basada en el sentimiento; sin embargo, esta fe en el progreso tiende a acercar a los intelectuales como Wilson al historicismo de los revolucionarios marxistas;

          el rechazo de cualquier norma moral de carácter absoluto que, en la práctica, lleva al establecimiento de otros «dogmas», en lo político y en lo social.

Estos presupuestos intelectuales son el trasfondo de To the Finland Station y colorean la historia socialista hecha por Wilson. Ayudan a ver cómo, aún simpatizando con el marxismo, Wilson tiende a rechazar lo que hay de «filosófico» en el sistema[3]. Su ideal sería más bien utilizar el marxismo «quitándole la iniciativa a los comunistas», para crear una sociedad más justa. Así, en To the Finland Station los revolucionarios aparecen como figuras heroicas, no por sus ideas, sino más bien por su ardor combativo.

El que sea así se explica además por el enfoque personal de Wilson, debido, sin duda, a su trabajo como escritor y crítico literario: en casi todo el libro, las personas, los hechos, las ideas, son tratados como literatura. Da la impresión de que lo que determina muchas de las actitudes del autor es la calidad literaria de su tema, la capacidad que tiene de ser objeto de literatura. De la misma manera, su apreciación de los escritos que cita depende en gran parte de la calidad literaria que Wilson vea en ellos[4].

 

CONTENIDO

To the Finland Station es una obra más bien «fragmentaria», una serie de ensayos sueltos, con un mismo tema general. De hecho, algunos capítulos del libro fueron publicados aparte, antes de formar parte de To the Finland Station. En general, se trata de una serie de estudios históricos, biográficos y literarios que pretenden trazar la historia del socialismo, desde el historiador francés Jules Michelet hasta la llegada de Lenin a San Petersburgo en 1917; de ahí el título del libro. Entre sus descripciones, que tienden a lo concreto y a lo anecdótico, Wilson intercala sus propias reflexiones. Quizá lo más notable de todo el libro sea el talento del autor para captar y transmitir el «sabor» de una anécdota, una conversación, un lugar determinado. Al intentar generalizar tiende en cambio a la vaguedad: el lector saca la impresión de que siempre hay algo «sobreentendido» que habría que explicar. Además, en muchos casos se trata de impresiones personales que —como admite el mismo Wilson— no reflejan ni una interpretación de la historia ni el pensamiento del personaje en cuestión[5].

En esquema, To the Finland Station consta de tres partes:

1. El pensamiento revolucionario en Francia, con varios capítulos dedicados a Michelet, seguidos de una sección titulada «La decadencia de la tradición revolucionaria en Francia», dedicada a Taine, Renan y Anatole France.

2. Una sección central, dedicada sobre todo a Marx y Engels, pero incluyendo también varios capítulos que tratan de los «precursores» de Marx: Gracchus Babeuf y los «socialistas utópicos».

3. Una tercera parte dedicada exclusivamente a Lenin y Trotsky.

Dentro de este esquema Wilson coloca una abundancia de material anecdótico, como por ejemplo las relaciones de Marx con Proudhon (pp. 181-184) o Lasalle (pp. 268-297) o la misma descripción de la llegada de Lenin a Rusia; To the Finland Station, curiosamente, termina con una anécdota. Gran parte de este material es relativamente de poca importancia para la comprensión del libro. En cambio, es interesante notar los puntos principales que subraya Wilson en cada sección.

 

MICHELET

En To the Finland Station, Jules Michelet aparece como un descubridor de principios fundamentales de la historia. Sus descubrimientos los atribuye Wilson a una intuición sacada de la lectura de las obras de Vico: «the social world is certainly the work of men»[6]. A partir de esta intuición, Michelet, según Wilson, desarrolla una visión de la sociedad como un todo orgánico, con sus propias leyes de desarrollo: visión que se encuentra en las distintas partes de la Historia de Francia, de Michelet, que para Wilson es una obra monumental. Su juicio se debe en gran parte al valor literario que ve en Michelet: su capacidad de ver la historia con la actitud de los que la han vivido, de pasar de lo individual y anecdótico a una síntesis general y viceversa (cfr. pp. 24-26).

La decadencia de la tradición revolucionaria en Francia

Después de tratar extensamente de Michelet, Wilson dedica unos capítulos a Taine, Renan y Anatole France. Estos tres escritores, representantes del liberalismo del siglo XIX, son tratados con desprecio; Taine, Renan y France representan —según el autor— el anquilosamiento de la burguesía, un «cul-de-sac» en la historia. La reacción en contra de este liberalismo produce, según Wilson, los movimientos literario-artísticos del simbolismo y del dadaísmo que, a su vez, llevan al deseo de sujetarse a una ley y a una disciplina: «The next step from Dadaism was Communism; and one or two of the ex-Dadaists, at any rate, were serious enough to submit themselves to the discipline of the Communist Party»[7].

Los primeros socialistas: Babeuf y los socialistas utópicos

La segunda parte de To the Finland Station comienza con un capítulo titulado «Babeuf’s Defense», que trata de Gracchus Babeuf, un revolucionario francés del tiempo del Directorio. Wilson no insiste en las ideas socialistas contenidas en los principios de la «sociedad de iguales» fundada por Babeuf, sino en la defensa de éste ante el tribunal del Directorio, que no es más que una acusación al gobierno por haber «traicionado» los principios de los enciclopedistas y de la Revolución.

      Sigue una sección dedicada a los llamados «socialistas utópicos» como Saint-Simon, Fourier y Robert Owen, que fundaron comunidades basadas en principios socialistas, con la idea de reformar toda la sociedad a partir de estos núcleos. Wilson admite que los socialistas de esta generación fueron por lo menos un poco excéntricos; simpatiza con su utopismo romántico (él mismo, en To the Finland Station, muestra un fondo de romanticismo), pero ve en ellos un error fundamental: querer influir en la sociedad desde unas comunidades pequeñas, en vez de procurar cambiar el todo de la sociedad.

 

MARX Y ENGELS

La parte central de To the Finland Station es, naturalmente la dedicada a la vida y a las obras de Marx y Engels. Wilson procede, en esta parte, de una manera más o menos cronológica y biográfica, insertando muchos detalles ambientales de la vida de estos dos autores. Para resumir estos doce capítulos, quizá sea útil dividir el material contenido en distintos temas[8].

Antecedentes y personalidad de Marx y Engels: Especialmente en los primeros capítulos de esta sección, pero también

de modo incidental en otros, Wilson procura dar una impresión de Marx y Engels en cuanto a su personalidad. En el caso de Marx, considera como hecho importante su origen judío; en él encuentra dos elementos que «explican» su actuación revolucionaria y su capacidad de influir en los demás: por una parte, Marx —según Wilson— ha heredado de su raza la preocupación moral, y en este sentido habla con la voz de un profeta del Antiguo Testamento; por otro lado, su origen judío le hace el defensor de todas las clases desheredadas. Junto con sus orígenes de raza[9], Marx aparece como influido especialmente por la filosofía hegeliana que estudió en Berlín y Bonn; filosofía que caracteriza Wilson del siguiente modo: «the abstractions of the Germans... are like foggy and amorphous myths, which hang in the gray heavens above the flat land of Königsberg and Berlin, only descending into reality in the role of intervening gods» (p. 142). Otros elementos de la personalidad de Marx resaltados en To the Finland Station incluyen su intransigencia tiránica y su incapacidad de ganar el sustento con su trabajo[10]. Así, el retrato de Marx que nos traza Wilson es el de un genio filosófico, dotado de una gran capacidad mental teórica, heredero tanto de la tradición judía como de la del idealismo alemán, sin capacidad ninguna para lo práctico, pero poseedor de un fervor revolucionario que da fuerza a todos sus escritos.

En lo que se refiere a Engels, Wilson es bastante más breve, pero presenta quizá una imagen más clara de su personalidad. Engels aparece como miembro rebelde de una familia de industriales de estricta tradición protestante. Contra esa tradición desarrolla su espíritu revolucionario, al mismo tiempo que, de su experiencia como gerente de una de las industrias familiares en Manchester saca una simpatía por el proletariado (huelga decir que Marx no tuvo una experiencia directa del mundo de la industria; ese elemento lo aporta Engels). Quizá se pueda añadir una observación incidental que hace Wilson: la tradición protestante, con su predicación fervorosa y más bien negativa, deja su huella en Engels, en cuanto que la «predicación» de los revolucionarios asume el mismo tono; sólo que el pecado y el infierno son sustituidos por el mundo del capitalismo y de la burguesía. Y, de paso, se podría añadir que, aunque queda clara la simpatía de Wilson por la personalidad de Marx —con el viejo argumento de que una persona más «tratable» sería incapaz de instaurar la revolución (cfr. pp. 178 179)—, para el lector resulta mucho más atrayente la personalidad de Engels, que, en To the Finland Station, es retratado como un hombre con sincera preocupación por los problemas sociales de su tiempo.

Hechos biográficos e históricos: La sección sobre Marx y Engels abunda en material biográfico y, en gran parte, anecdótico. En algunos casos, Wilson utiliza el elemento biográfico como modo de explicar las personalidades de Marx y Engels; en otros, la anécdota sirve como presentación de algún aspecto de la teoría marxista. Así, después de trazar los orígenes de los dos escritores, llega al momento de su colaboración —el primer encuentro entre Marx y Engels lo considera como un momento clave de la historia[11]— en el que los dos se dan cuenta de que se complementan perfectamente; de allí en adelante, hasta la muerte de Marx, se tratará, no de uno o de otro de ellos, sino del «equipo Marx-Engels». Los capítulos que siguen son una mezcla de datos históricos, explicaciones teóricas y reflexiones personales de Wilson. En el terreno de los hechos de la vida de Marx y Engels, Wilson resalta, por un lado, sus controversias con distintos socialistas y revolucionarios: Proudhon, al que Marx, y también Wilson (pp. 181-184), achaca el moverse en el terreno de las abstracciones; Weitling, atacado por Marx por haber intentado la revolución según un patrón distinto del modelo marxista[12]; Lasalle, personalidad extravagante que llegó a ser miembro del parlamento alemán[13]; y el anarquista Bakunin[14]. También aparecen detalles de la vida personal y familiar de Marx, con sus trabajos periodísticos, sus exilios y largas épocas de miseria y con los períodos de aislamiento y tragedias familiares; así como referencias a los hechos históricos: las revoluciones de 1848-49, la Commune de París[15], etc.

          Filosofía y teoría del marxismo: En medio de su relato biográfico-histórico, coloca Wilson su exposición de la teoría marxista, dedicándole dos capítulos enteros —The Myth of the Dialectic» y «Karl Marx: Poet of Commodities and Dictator of the Proletariat»— y secciones de otros varios capítulos. Dada la naturaleza del marxismo, y también la manera fragmentaria de su exposición en To the Finland Station, es difícil sacar en claro lo que realmente entiende Wilson de la filosofía marxista. Se podría resumir aproximadamente de la siguiente manera:

Basándose en la dialéctica hegeliana, que Marx y Engels toman en sustancia como artículo de fe, la filosofía marxista pretende estudiar la realidad como exclusivamente material y regida por leyes económicas. En esta realidad, que es social por esencia, una serie de movimientos dialécticos llevan a un punto «crítico», en el que el proletariado, explotado hasta el máximo, es forzado a una postura revolucionaria. La revolución consiguiente será el camino a una síntesis final, que consistirá en una sociedad sin clases, que es el fin principal: «the real bottom of Marxim.../is/...the assumption that class society is wrong because it destroys, as the Communist Manifesto says, the bonds between man and man and prevents the recognition of those rights which are common to all human beings» (p. 357).

Al paso que explica la doctrina del marxismo, Wilson va haciendo sus observaciones personales. Reconoce claramente que Marx y Engels adolecen del mismo utopismo que han repudiado[16], y que su teoría se base sobre unas premisas aceptadas gratuitamente[17]. También queda claro que Marx y Engels se interesan más por la destrucción de la sociedad de clases, a la que achacan la injusticia social, que por la construcción de un sistema social justo: éste vendrá ya de por sí[18]. Además, Wilson hace ver con claridad las inconsistencias del análisis económico de Marx, especialmente en cuanto se refiere a la teoría de la «plusvalía»: está claro, incluso para Marx y Engels, en algunos de los escritos citados que el valor de una mercancía, por ejemplo, no es determinado exclusivamente por el trabajo necesario para su producción[19]. Y no deja de achacar a Marx y Engels la falta de realismo al describir la naturaleza de los hombres, pues si se presenta la ocasión, el proletario llegará a ser tan «adquisitivo» como el burgués[20].

Pero quizá el punto principal de la crítica que hace Wilson se centra en el mecanismo fundamental del marxismo, la dialéctica. Para Wilson, la dialéctica es el «mito religioso» que lo explica todo: cuando hay alguna inconsistencia en el sistema o en su aplicación, se recurre a la dialéctica como a un deus ex machina que lo explica todo[21]. Y no deja de mostrar cómo el esfuerzo por aplicar la filosofía marxista, por parte de algunos científicos como Bernal o Haldane, es más el resultado de una convicción de tipo cuasi-religioso que de un esfuerzo por conocer la realidad[22].

Lenin, Trotsky y la revolución en Rusia.

La tercera parte de To the Finland Station consta de seis capítulos dedicados a los revolucionarios rusos. Siguiendo el mismo sistema que utilizó para presentar a Marx y Engels, Wilson explica los antecedentes de Lenin y Trotsky[23] y su entrada en el movimiento revolucionario, pasando luego a narrar la historia de su actuación. Merece una atención particular el cuadro confuso de las alianzas hechas y rotas sucesivamente con los distintos elementos revolucionarios rusos en el exilio: primero la «vieja guardia» de Plekhanov, con quien colaboró Lenin en la publicación del periódico revolucionario Iskra, y con quien rompió después; y luego la facción de Martov, que fue incluso amigo personal de Lenin antes de la rotura entre los mencheviques y los bolcheviques[24].

En estos capítulos, Lenin aparece como el headmaster, el revolucionario que enseña a los demás, con una fuerza de carácter y una unidad de motivación que, al final, son vindicadas por la historia en el momento de su llegada a la estación de Finlandia en San Petersburgo. Hay un paralelo claro con la figura de Marx: en los dos casos, Wilson presenta la imagen del revolucionario convencido de la razón de su teoría y dispuesto a ponerla en práctica a cualquier precio, que pasa por el exilio, el aislamiento y la rotura con sus colaboradores, para llegar a la vindicación final.

Los capítulos dedicados a Trotsky trazan su encuentro y colaboración con Lenin —menos estrecha que la de Marx y Engels, ya que Lenin y Trotsky se encuentran enfrentados el uno con el otro, en varios momentos de la historia compleja del movimiento revolucionario ruso— y algunos puntos teóricos, en particular la «fe en la historia» de Trotsky (pp. 508-512), su sentido por el historicismo marxista. Pero, en toda esta parte, Wilson se detiene poco en lo teórico o filosófico: la imagen que presenta de Lenin y Trotsky no es la de pensadores que originan un sistema, sino de «hombres de acción» que, con una fe inflexible en el sistema, trabajan por ponerlo en práctica.

 

VALORACION CIENTIFICA

To the Finland Station es un libro ameno, algo sentimental y retórico, pero con cierta fuerza en la descripción y transmisión de los sentimientos e impresiones personales de su autor. Quizá por eso ha tenido bastante popularidad en Estados Unidos, especialmente en círculos universitarios, como una introducción no muy especializada y relativamente fácil de leer, a la vida, obras y pensamientos de los revolucionarios marxistas.

Sin embargo, la fuerza literaria de algunos pasajes o capítulos no queda compensada por el carácter «deshilvanado» del libro. Naturalmente, no pretende ser un estudio sistemático; pero, de todos modos, como en el resto de los escritos del mismo autor, se nota una carencia de unidad. El resultado es que To the Finland Station no es ni biografía, ni historia, ni mucho menos exposición o crítica de teoría social, sino un conjunto de todos estos elementos, donde no predomina claramente ninguno de ellos. Quizá la mejor descripción del libro sería «una serie de impresiones personales sueltas, de un crítico literario enfrentado con el marxismo».

Visto desde este punto de vista —de impresiones personales y subjetivas—, To the Finland Station, a pesar de la calidad técnica literaria que pueda tener, tiene poco valor como exposición de hechos o de ideas. En cuanto a los datos históricos, suelen ser ciertos, aunque siempre queda la sospecha de que Wilson escoge los que coinciden con sus impresiones y que los «colorea» según sus prejuicios —por ejemplo, los prejuicios antirreligiosos[25]—. En cuanto a las ideas, él mismo admite en ocasiones, que su exposición es puramente personal[26].

Por otro lado, la contradicción fundamental entre la admiración hacia las personas y su actuación y el rechazo de la teoría marxista crean una impresión de incertidumbre. Es verdad que los socialistas primitivos estaban algo locos[27] pero ¡qué impresión produce en el autor el visitar la colonia socialista de Red Bank y contemplar los ideales nobles de los que la fundaron![28]. Es verdad que Marx fue un tirano intransigente, y que su dialéctica no es más que un mito que sustituye a la creencia religiosa, pero ¡qué fuerza tienen sus escritos y sus ideales revolucionarios!

Si a esto añadimos los prejuicios fundamentales de Wilson[29] y algunas observaciones simplemente absurdas —como «a normally polite and friendly person could hardly have accomplished the task which it was the destiny of Marx to carry through»[30]—, queda claro que el valor científico de To the Finland Station es bastante limitado.

 

VALORACION DOCTRINAL

La primera impresión que produce la lectura de To the Finland Station es que este libro proporciona incluso una crítica útil del marxismo. Como hemos visto, Wilson de hecho critica la filosofía marxista, a veces severamente; en 1938, él mismo ya preveía que To tite Finland Station «llenaría de horror a los marxistas»[31]. En la introducción a la edición de 1972, Wilson añade además una crítica fuerte de la Unión Soviética; y, en general, su tratamiento de los revolucionarios —a pesar de la evidente simpatía que siente por ellos— no deja de mostrar los puntos negativos.

Es verdad que la lectura de To the Finland Station difícilmente convertiría a nadie al marxismo, y que incluso podría apartar a algunos de esta filosofía. Sin embargo, quedan serios inconvenientes desde el punto de vista doctrinal.

En primer lugar, están los prejuicios «liberales» del autor, citados al principio de esta crítica. Su punto de vista esencialmente humanista y antirreligioso, su rechazo de valores objetivos (aunque luego, por necesidad de la naturaleza humana, acepte algunos valores como objetivos), y el fondo de historicismo evidente en su obra, aceptados por el lector ingenuo, llevarían a una falsificación de la realidad.

En cuanto a la preocupación social de Wilson, lo bueno y lo moral se identifican con la eliminación de la pobreza, o con una preocupación excesiva por bienes materiales que, con ser bienes, lo son sólo de una manera relativa: la salud, el estado de la ecología, etc. De este modo se cae en una «religión del hombre», que, necesariamente, es una religión sin Dios.

Otro punto negativo del libro es la actitud de admiración que siente Wilson por los revolucionarios. A pesar de no ser marxista, es desde luego un admirador de Marx. Por lo tanto, no deja de aceptar principios prácticos del marxismo, como, por ejemplo, el de la necesidad de crear una nueva sociedad, o el de la oposición y lucha entre las clases sociales. Y, en general, participa del «mesianismo social» de los revolucionarios: al rechazar todo lo sobrenatural y aun espiritual, se busca una «redención» en el orden natural, una utopía de «cielo aquí abajo» de algún tipo.

Ni la fuerza del estilo literario, ni la crítica de la filosofía marxista, compensan estos inconvenientes.

J.P.D.

 

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[1] Introducción, fechada en 1971, p.v.

[2] «We were very naïve about this. We did not foresee that the new Russia must contain a good deal of the old Russia: censorship, secret police, the entanglements of bureaucratic incompetence, an all-powerful and brutal autocracy. This book of mine assumes throughout that an important step had been made, that a fundamental «breakthrough» had occurred, that nothing in our human history would ever be the same again. I had no premonition that the Soviet Union was to become one of the most hideous tyrannies that the world had ever known, and STALIN the most cruel and unscrupulous of the merciless Russian tsars. This book should therefore be read as a basically reliable account of what the revolutionists thought they were doing in the interests of «a better world». Some corrections and modifications ought, however, to be made here to rectify what was on my part a too hopeful bias. What was permanently valuable —whatever that implies— in the October Revolution I cannot pretend to estimate». (Ibid., pp. V-VI.)

[3] Más adelante veremos cómo trata Wilson la teoría del marxismo. Un ejemplo de su actitud es el hecho de considerar la dialéctica como un mito de carácter religioso: «The Dialectic then is a religious myth, disencumbered of divine personality and tied up with the history of mankind» (p. 227). O, en la p. 221: «From the moment they (MARX y ENGELS) had admitted the Dialectic into their semi-materialistic system, they had admitted an element of mysticism.»

[4] La apreciación de la obra de MICHELET es, por ejemplo, en gran parte literaria; cfr. el resumen que hace WILSON, pp. 40-41; en cambio, su tratamiento de la vida de Marx, o de Lenin, da la impresión de una obra literaria: el protagonista, movido por su ideal, pasa a través de las luchas y de las dificultades a un triunfo final.

[5] Por ejemplo, pp. 40-41: «I am not here interpreting history, nor even quite faithfully interpreting MICHELET, if we follow all his statements and indications; I am describing the impression which he actually, by his proportioning and bis emphasis, conveys. »

[6] P. 5, traducción del autor de una traducción francesa, hecha por MICHELET de La vita nuova de Vico.

[7] P. 79. Es interesante el uso de la palabra «discipline». Su simpatía por el comunismo es evidente; si se tratara, por ejemplo, de la actitud de un católico dentro de la Iglesia, hablaría sin duda de «dogmatismo».

[8] La trama de esta parte es, sobre todo, la vida de MARX. Dentro de este tema general, se encuentran secciones y capítulos dedicados al pensamiento de MARX y ENGELS, más o menos según la cronología de sus obras o de las relaciones con otros pensadores socialistas o anarquistas, como PROUDHON, LASALLE y BAKUNIN.

[9] Cfr. p. 139, y especialmente pp. 358-360. WILSON ha sido criticado por esa insistencia en los orígenes judíos de MARX y el influjo que tuvieron en su filosofía (más tarde hará hincapié en el origen judío de TROTSKY (BRONSTEIN).

[10] Cfr. pp. 178-179 y pp. 245-248. «It was one of the most striking ‘contradictions’ of Marx’s whole career that the man who had done more than any other to call attention to economic motivation should have been incapable of doing anything for gain.» (p. 245).

[11] Lo compara a una corriente eléctrica que comienza a fluir entre dos polos, diciendo: «The setting-up of this Marxist current is the central event of our chronicle and one of the great intellectual events of the century» (p. 166).

[12] Pp. 193-199. Comenta WILSON: «It was the first Marxist party purge» (p. 198).

[13] Pp. 268-297. WILSON se extiende en este capítulo, de modo que se trata casi de una biografía de LASALLE. Por otro hado, este capítulo es un ejemplo del estilo inconsecuente de WILSON, en cuanto comienza tratando del conflicto entre nacionalismo e internacionalismo entre los socialistas en general: refiere la defensa de SHAW de la política británica contra los Boers, los giros curiosos de los socialistas y comunistas en sus alianzas, por ejemplo, «the contention of... the Communists of the Soviet Union, that the alliances desired by the Kremlin would somehow contribute to the proletarian revolution which the Kremlin was sabotaging in Spain» (p. 269); finalmente la carta de ENGELS a MARX en 1851, en la que aquél propone «a hair-raising policy of German Realpolitik in Poland» (p. 269) según la cual se trataría de conseguir que Alemania ocupara lo más posible de Polonia, ya que ésta carece por completo de utilidad como nación (pp. 269-270). Estos detalles, que pueden ser de interés, sirven de introducción al tema de nacionalismo e internacionalismo en LASALLE; pero en seguida el autor pasa a los detalles biográficos de la vida de éste.

[14] Pp. 311-332. El capítulo (pp. 305-337) lleva el título «Historical Actors: BAKUNIN», pero sólo una parte trata del anarquista ruso. El resto está dedicado a la actividad de MARX en varios congresos, y —al final del capítulo— a la Commune de Paríse.

[15] Pp. 332-337. WILSON señala la inconsistencia de MARX y ENGELS: «the Commune had not really followed the course that MARX and ENGELS had previously laid down for the progress of the revolutionary movement» (p.335); pero «MARX... allowed himself some inconsistency in praising the bold action of the Communards in simpli decreeing the old institutions out of existence» (p.336).

[16] «...there remained with MARX and ENGELS, in spite of their priding themselves upon having developed a new socialism that was ‘scientific’ in contrast to the old ‘utopian’ socialism, a certain amount of this very utopianism they had repudiated» (p. 355).

[17] Pp. 357-358, en las que WILSON explica cómo es imposible demostrar las premisas del marxismo, y por lo tanto cómo es necesario convencer de ellas por razones morales y emocionales, que es lo que hace MARX.

[18] Concentran su esfuerzo en la lucha de clases, ya que la victoria del proletariado llevará a una nueva síntesis, que será para toda la humanidad. Cfr. por ejemplo la síntesis que hace WILSON del pensamiento de MARX, pp. 232-233.

[19] Cfr. pp. 346-353, con la observación: «MARX dropped the class analysis of society at the moment when he was approaching its real difficulties» (p. 353).

[20] En pp. 376-379, WILS0N, utilizando el ejemplo de Estados Unidos, hace ver como el «hombre medio’, proletario o no, suele tener las mismas aspiraciones; el que MARX no haya entendido este hecho lo achaca a que las aspiraciones de MARX no eran las del «hombre medio». Con todo, a pesar de las inconsistencias que señala, WILSON admira las obras de MARX, no como obra terminada o teoría completa («Marx’s thought is not really a closed system», p. 381), sino como un paso adelante hacia la justicia y la igualdad.

[21] Cfr. n. 3 supra.

[22] Pp. 225-227. En p. 227, WILSON compara la actitud del profesor HALDANE, al defender el uso de la dialéctica marxista en la biología, a la de un neo-converso al catolicismo o al rearme moral.

[23] Como en el caso de MARX, WILS0N resalta los orígenes judíos de TROTSKY y de MARTOV.

[24] Los términos, originados por LENIN, han pasado a la historia; se trataba de la «mayoría» (leninista) en oposición a la «minoría» (partido de MARTOV).

[25] Cfr. supra, «presupuestos».

[26] Cfr. supra, n. 5.

[27] P. 95: «When we read about Saint-Simon’s life, we are likely to think him a little mad, till we observe that the other social idealists of this period were cranks of the same extravagant type.»

[28] P. 130: «Here was the center of that pastoral little world through which, as one of the Fouriesrists said, they had been desirous of escaping from the present hollow-hearted state of civilized society, in which fraud and heartless competition grind the more noble-minded of our citizens to the dust’; where they had hoped to lead the way for their age, through their resolute stand and pure example, towards an ideal of firm human fellowship, of planned production, happy labor, high culture —al those things from which the life of society seemed so strangely to be heading away.»

[29] Cfr. supra, «presupuestos».

[30] P. 179. También, p. 366: «It is a serious misrepresentation of Marx to minimize the sadistic element in his writing. »

[31] Citado en American Historical Review, vol. 79, n. 1, Feb. 1974, por JOHN P. DIGGINS, en el artículo titulado «Getting Hegel out of History», p. 60: «’What I have written’, he told John Dos Passos in 1938, ‘will fill the Marxists with horror.’»