ZOLA, Emile

Germinal

 

A) RESUMEN DE LA NOVELA

PRIMERA PARTE

I. Presenta a Etienne Lantier maquinista de ferrocarril que ha perdido su empleo por abofetear a su jefe buscando trabajo desde hace ocho días por carreteras y caminos, soportando las heladas, el hambre y las negativas. Llega cerca de Montsou, a la mina el Voreux, y allí traba conversación con un viejo carrero que transporta vagonetas de mineral. El anciano, sin dejar su faena y lanzando esputos negros y sanguinolentos, va contestando a sus preguntas y dejándose llevar de los recuerdos. No hay trabajo, diversas fábricas cierran, otras despiden o rebajan los salarios. El viejo se llama Buenamuerte, porque estuvo tres veces a punto de morir en la mina. Toda su familia, los Maheu, trabaja para la compañía desde hace un siglo y alguno de sus antepasados perdió la vida en accidente. Él mismo lleva cincuenta años de minero y ha hecho de todo en la mina, desde los ocho años hasta que el médico recomendó el trabajo en la superficie. ¿Es rica la compañía?, pregunta Etienne. Muy rica, diecinueve minas, trece en explotación, diez mil obreros, cinco mil toneladas diarias de extracción de hulla. ¿De quién es la mina? De gentes lejanas. Buenamuerte relata todo esto con calma, resignación, y hasta con orgullo.

Este primer capítulo tiene el mismo tono sombrío que impregna hasta la última página de la novela. Buenamuerte “hablaba de las gentes dueñas de la mina como de un tabernáculo inaccesible, donde se ocultaba el dios ahíto y agazapado al cual todos entregaban su propia carne”.

II. Se describe un amanecer en casa de los Maheu, en la colonia minera, “cuerpos de cuartel o de hospital, geométricos, paralelos”. En la única habitación del primer piso “huele a ganado humano” y duermen en montón, abrumados de cansancio, los hijos del matrimonio Maheu. En un lecho, Zacarías de 21 años con Jeanlin, de 12. En la segunda cama Leonore y Henri, de seis y cuatro años. En el tercer lecho Catalina, con su hermana Alcira, jorobada, de 9 años. Los padres en el rellano, con la cuna de Estelle, la última de sus hijos, de tres meses. Los dos hijos mayores y Catalina, trabajan en la mina.

Los hermanos se manifestaban “sin vergüenza, con el tranquilo desenfado de una camada de pequeños perros que han crecido juntos”. Se oyen procacidades desde las casas vecinas. Estelle grita pidiendo alimento. Maheu padre se exaspera. La Maheude, su mujer, anuncia que no tiene ni un céntimo para terminar la quincena. Catalina pasa el agua hervida por los posos de café del día anterior para que desayunen su padre y sus hermanos. “A pesar de la limpieza, un olor a cebolla cocida, encerrado allí desde la víspera, emponzoñaba aquel aire pesado, cargado siempre de una acritud de hulla”. De la colonia van saliendo los mineros hacia el Voreux, “con pisoteo de rebaño”.

III. Etienne sigue merodeando por la mina y presencia el cambio de turno, con la esperanza de encontrar trabajo. Se describen minuciosamente los volquetes, las máquinas, jaulas, cables, el pozo de 554 metros (pozo devorador que consumía “su ración cotidiana de hombres”). En la cuadrilla que dirige Maheu, se da la noticia de que ha muerto un minero. Es la oportunidad de Etienne, que ocupa el puesto vacante. En el trabajo conoce a Catalina.

IV. Detallada descripción del filón, de la tarea penosa de los picadores con calor y estrechez. Catalina y Etienne son cargadores que llenan las vagonetas con la pala y las arrastran por el túnel. Los picadores, negros y sudorosos, extraen el carbón con furia sin preocuparse de entibar la galería que van abriendo, con riesgo de derrumbamiento. Sólo les preocupa llenar un número de vagonetas que les permita comer. Catalina enseña su trabajo a Etienne, amistosamente. A la hora de comer, comparten un bocadillo y conversan. Etienne cuenta cómo abofeteó a su jefe a causa de la bebida. “Cuando bebo me pongo loco; me comería a mí mismo y a los demás...”. La chica habla de amantes “sin descaro ni vergüenza”. Asegurando que no lo tiene por no contrariar a su madre, pero que “forzosamente eso habría de ocurrir algún día”. Chaval, un minero joven de la cuadrilla, está celoso de la conversación, y de modo inesperado, se interpone entre los dos. La aversión entre Chaval y Etienne se va a prolongar durante todo el relato.

V. Continúa la faena en el tajo, el mismo día, entre las protestas de los obreros, silenciadas por miedo a los soplones. Aparece el ingeniero Negrel con el capataz Dansaert, que discute con Maheu acerca del entibado. El capataz les amenaza con multas si no apuntalan mejor los muros que van quedando al descubierto, y Maheu por su parte protesta de que no les da tiempo a entibar con lo que pagan. Etienne comienza a sentir una “sorda rebelión”, en contraste con la resignación general, que se limita a desfogarse en imprecaciones.

VI. Salida del trabajo. Etienne, destrozado por el esfuerzo, ha decidido en su interior marcharse. Chaval le provoca con indirectas sobre el escaso rendimiento del día, pero Maheu se lo lleva a la taberna de Rasseneur, un antiguo picador de la mina, despedido por encabezar todas las reclamaciones de los descontentos. Allí se habla de la crisis y del creciente número de parados. Se menciona a Pluchart, contramaestre en Lille, y uno de los jefes de la Internacional socialista. Rasseneur ha recibido una carta suya y Etienne lo conoce personalmente, hecho que acaba facilitando que el tabernero le dé crédito y habitación hasta que cobre la primera quincena. Etienne decide quedarse sin saber por qué: tal vez los ojos de Catalina o el deseo de sufrir y luchar junto a aquellos "diez mil hambrientos".

SEGUNDA PARTE

I. Nos introduce en la finca de los Gregoire, la Piolaine, a dos kilómetros de Montsou: treinta hectáreas con vergel, huerta y una casa grande, con varios servidores. Tranquilo despertar, abundante desayuno, exquisito bizcocho. Se cuenta la historia de los ascendientes del señor Gregoire: su bisabuelo, administrador del barón entonces propietario de la Piolaine, decidió invertir sus ahorros en una acción de la compañía minera. El resultado es que el matrimonio Gregoire percibe ahora 40.000 francos de renta y es dueño de la Piolaine. A pesar de la crisis industrial, “abrigaban una fe obstinada en su mina. Volverían a subir los dividendos, si Dios quería. Además, a esta creencia religiosa se unía una profunda gratitud por una propiedad que desde hacía un siglo sostenía a la familia en la ociosidad. Era como una divinidad suya, que su propio egoísmo rodeaba de un culto, la bienhechora del hogar que los arrullaba en su muelle lecho de ocio, que los engordaba en su mesa glotona”. Entra en escena Cecilia, la única hija de los Gregoire, tardía y esperada, mimada, ociosa, rolliza y casadera.

II. Minuciosos detalles en casa de la Maheude, mientras su marido y los mayores están en el tajo. Faenas de la casa, ayudada por la jorobada y responsable Alcira, de ocho años. Reparto de unos pocos fideos. La Maheude, con dos pequeños, decide salir a pedir crédito una vez más al tendero Maigrat, que no atiende a las súplicas. Ya se sabe que Maigrat sólo cede a las mujeres complacientes. La Maheude decide ir a pedir a la Piolaine. Por el camino se cruza con el abate Joire, el cura de Montsou, que “pasaba por allí remangándose la sotana con delicadezas de gato bien cuidado y nutrido que teme mancharse en el lodo. Era un hombre suave, que fingía no ocuparse de nada para no enemistarse ni con los obreros ni con los patronos". La Maheude entra a presencia de los Gregoire que “hacen la digestión en sus sillones” y que encargan a Cecilia la entrega de sus limosnas “como parte de una buena educación”. Nunca dinero, sino ropas de abrigo usadas. La Maheude se marcha humillada, sin los cinco francos que pensaba obtener y sin los restos del bizcocho para los niños. A la vuelta, pasa de nuevo por la tienda de Maigrat y le suplica tan insistentemente que éste le fía pan, café y manteca, e incluso cinco francos, con la recomendación de que Catalina venga a recoger las provisiones.

III. Cotilleo entre vecinas de la colonia minera, sobre diversos entendimientos morales entre sus habitantes. La Levaque habla a la Maheude de que Zacarías y Filomena deben casarse, pues ya pesan mucho los dos hijos que tienen. La Maheude no quiere perder aún los ingresos de su hijo Zacarías.

IV. Comida y baño en un tonel en casa de los Maheu, a la vuelta del tajo. Catalina sale con su vestido viejo de popelín a comprar una cinta y pasar la tarde. Su madre le recomienda que no la compre en Maigrat. La Maheude manda a Jeanlin a recoger collejas para una ensalada. Por la noche ninguno de los dos ha vuelto.

V. Etienne vagabundea por el Voreux. Ve cómo Zacarías le saca dinero a Filomena para irse al cafetín; a Jeanlin, que domina a la pequeña Lidia y a Bebert, haciéndoles vender de casa en casa las collejas y haciendo injustos repartos de las ganancias. Después, se aproxima a la mina abandonada de Requillart, donde vive el anciano Mouque y su hija Mouquette, de comportamiento abiertamente libertino. En los alrededores de Requillart, ya de noche, Etienne ve a Chaval, que está con Catalina. Etienne, que no ha sido visto, se siente engañado y frustrado.

TERCERA PARTE

I. Etienne va entrando en la rutina del trabajo e integrándose con sus compañeros. Bromea con Catalina, cuya situación con Chaval es como un “matrimonio reconocido” en la colonia; pero hay entre los dos jóvenes un fondo embarazoso de cosas no explicadas.

Velada en la taberna de Rasseneur, en la que charlan de cuestiones sociales el tabernero, su mujer, Etienne y Suvarin, un ruso anarquista, huido de su país tras un atentado frustrado contra el emperador. Etienne habla de su carteo con Pluchart, que le cuenta las sucesivas adhesiones a la Internacional y su deseo de crear una sección en Montsou. A Suvarin, que quisiera incendiarlo y abrasarlo todo, esto le parecen tonterías y se mofa de Marx. Etienne se enardece con la lucha del trabajo contra el capital, los trabajadores del mundo unidos sin fronteras: secciones, federaciones, naciones y toda la humanidad al fin encarnada en un consejo general que en seis meses dictaría leyes a los patronos. Habría que crear una caja de previsión, con cotizaciones de los obreros asociados, para poder resistir la huelga. Rasseneur se muestra escéptico; su mujer más radical. Los cuatro están de acuerdo en que “esto tiene que estallar”, porque la revolución no ha hecho más que “engordar a los burgueses desde el año 89”. Estas veladas se repiten todas las noches. Etienne siente la necesidad de leer libros sobre cuestiones sociales y lee también una hoja anarquista publicada en Ginebra. Pasa a ser picador en el equipo de Maheu y su rebeldía crece ante una subasta de tajos, donde los mismos obreros se rebajan el salario.

II. Último domingo de julio, día del santo patrón de Montsou. Día de fiesta, rondas de cerveza, conejo con patatas en casa de los Maheu, juego de bolos, parejas, tertulias en los bares, charla de mujeres, niños. Etienne aprovecha para hablar de la caja de previsión y sus beneficios en caso de huelga. Pierron se va perfilando una vez más como fiel a la compañía y soplón. Hasta Chaval y Etienne congenian por un día en la idea común de “barrer a los burgueses”. Bromas procaces de los hombres a la Mouquette, que ríe satisfecha y busca la compañía de Etienne sin resultado. La Maheude tiene que ceder ante las presiones de la Levaque sobre el casamiento de Filomena y Zacarías. Se entristece porque pierde los ingresos de su hijo, y se alegra de nuevo cuando su marido Maheu propone que tomen a Etienne como huésped. Etienne acepta.

III. Etienne se instala en casa de los Maheu, y en las veladas, a las que empiezan a concurrir algunos vecinos, comienza a inflamar los ánimos sumisos, venciendo poco a poco con sus charlas la resistencia de la Maheude y su marido, y la resignación de Buenamuerte; contando siempre con la silenciosa admiración de Catalina. Chaval asistía por celos y era de los que exigía siempre sangre.

IV. Día de cobro en la mina. La paga es escasa porque ha habido días de paro forzoso y multas abundantes por la deficiente entibación. Aparece un aviso público, de parte de la compañía, anunciando el pago aparte de la entibación y rebajando el precio de la vagoneta de carbón. Los obreros hacen cuentas y se sienten perjudicados en conjunto. Se habla de tretas de la compañía por exceso de existencias y para provocar la huelga antes de que la caja de previsión de los trabajadores alcance un nivel alto. A la sazón, Etienne había conseguido asociarlos y acumular en la caja tres mil francos, que no bastaban ni para resistir unos días de huelga. Después del pago de jornales todo son lamentaciones y lloros en la colonia. “Y crecían las ideas sembradas por Etienne, desarrollándose en aquel grito de rebelión. En la impaciencia porque llegase la edad de oro prometida; la prisa por recibir la parte de felicidad que les correspondía, más allá de aquel horizonte de miseria, cerrado como una tumba”. Por la noche queda decidida la huelga si en diciembre la compañía cumple la amenaza.

V. Mientras tanto continúa el trabajo. Se produce un accidente en la mina: un derrumbamiento en una galería, que mata a un obrero y parte las piernas a Jeanlin, hijo de Maheu, a quien la compañía intenta compensar con 50 francos y futuro trabajo de superficie para el niño. Todo el asunto se describe con multitud de detalles del desmoronamiento, el rescate y el cortejo hasta la casa de Maheu con la visita del médico de la compañía, que cree poder evitar la amputación. Maheu cae también enfermo con fiebres altísimas. Cuando vuelve la normalidad, Catalina comienza a no dormir algunas noches en casa y abandona por fin el hogar de sus padres. Se ha ido con Chaval, y ambos se contratan en otra mina.

CUARTA PARTE

I. Estamos situados en la espléndida casa del señor Hennebeau, director de la mina, el día que estalla la huelga. Pero los Hennebeau tenían un almuerzo con los Gregoire, con el objetivo de activar el casamiento de Cecilia con Paul Negrel, su sobrino. El almuerzo un interminable desfile de truchas, perdices, asados y postres variados, regados con diversos y refinados vinos transcurre entre bromas y ocultos temores acerca de la huelga. Se nos pone en antecedentes de los Hennebeau: él, honrado, trabajador, fiel a la compañía; ella, “rubia glotona”, de más alta extracción social, no le perdona que no haya sabido especular y enriquecerse como otros, y para mortificarle se entretiene con su amante de turno, que en este momento es su sobrino Negrel. Es ella misma la que ha propuesto casarlo con Cecilia y, efectivamente, el compromiso ha avanzado a lo largo del almuerzo. La reunión se interrumpe con la llegada de una comisión de mineros.

II. El señor Hennebeau recibe a la comisión de la que forman parte Maheu, Levaque, Pierron el soplón para cubrir apariencias, y Etienne. La narración de este encuentro está salpicada de descripciones de muebles y sedas y de la cohibición de los obreros. Habla Maheu en principio, ante la sorpresa de Hennebeau, que le tiene por un obrero resignado. Maheu explica que no son revoltosos, sino que piden justicia: páguennos más y entibaremos mejor. Concluye amenazando con no volver a bajar a la mina si la compañía no acepta sus condiciones: que las cosas queden como estaban y cinco céntimos más por vagoneta. Hennebeau acusa a los obreros de obedecer a incitaciones abominables de la Internacional. Etienne lo niega, pero afirma que se alistarán si les empuja la compañía. Hennebeau insiste en que la compañía es una providencia para sus hombres, que da medicamentos, pensiones, carbón y viviendas baratas, y que la caja de previsión es una provocación.

III. Han pasado dos semanas de huelga y se ha repartido todo el caudal de la caja de previsión. El hambre y la miseria amenazan. El tendero Maigrat ha empezado a negar créditos, se teme que instigado por la compañía. Etienne es el jefe indiscutible y tiene sueños de poder delirantes: se ve diputado. Todos están dispuestos a resistir la huelga sin llegar a la violencia. Nadie se queja. Catalina viene una tarde a traer dinero a su madre, que lo rechaza y le echa en cara su actitud en presencia de Etienne. Chaval entra en escena: poseído de unos celos absurdos, patea a Catalina y acusa a Etienne de entenderse ahora con la Maheude. Etienne pasea por la mina desierta, reflexiona y decide aceptar el ofrecimiento de Pluchart para organizar una reunión en Montsou y pedir la afiliación de los mineros a la Internacional.

IV. Asamblea de los mineros con Pluchart. Poco antes de la hora de la reunión, Rasseneur le espeta a Etienne que ha escrito a Pluchart pidiéndole que no venga, pues piensa que deben resolver sus asuntos sin presencia de extraños. Surge una violenta discusión entre los dos por tal motivo. Etienne le acusa de pasarse a los burgueses y de tener envidia de su protagonismo; Rasseneur por su parte insiste en que las reivindicaciones tienen que ser prácticas, sin violencia mientras se pueda, y acusa a Etienne de querer subirse al podio de secretario de la sección por pura vanidad. Suvarin tercia en la discusión, explicando, como siempre, que lo que hace falta es la exterminación total que predica Bakunin y la vuelta a la comunidad amorfa y primitiva para que surja un mundo nuevo. Etienne asegura que la reunión tendrá lugar con Pluchart o sin él. Pero Pluchart llega en el último instante, vestido de levita negra de “obrero acomodado”, “envanecido por sus éxitos de tribuno”. Se inicia la asamblea con unos cien mineros y se constituye la mesa. Rasseneur pide la palabra y con sencilla elocuencia trata de convencer a los mineros de que la continuación de la huelga no va a traer más que desgracias; pero la concurrencia le abuchea. Habla Pluchart y “colocó su discurso acerca de la grandeza y los beneficios de la Internacional”. Explica su estructura, sus fines, lee sus estatutos. “¡No mas nacionalidades; los obreros del mundo entero, reunidos en una necesidad común de justicia, barriendo a la podredumbre burguesa, fundando al fin la sociedad libre, donde aquél que no trabajase no cosecharía beneficios!”. Si se adherían a la Internacional, ésta aportaría socorros para la continuación de la huelga. Le interrumpen los aplausos y gritos de adhesión de los mineros. Etienne se apresura a distribuir las tarjetas de afiliación. Por aclamación se decide entonces la adhesión de los presentes y, por delegación, de los ausentes: los diez mil mineros quedan adscritos a la Internacional.

V. Pasa otra quincena de huelga y llegan los fríos de enero. La Internacional ha enviado cuatro mil francos que no han bastado para cuatro días de pan. Luego, nada más. La miseria se apodera de la colonia. Con ocasión de ayudar a una anciana desvanecida en plena calle, Etienne se tropieza con la Mouquette, que le invita a su casa, acabando por conseguir su propósito. Corren rumores por la colonia de que la compañía quiere negociar. Las galerías y tajos se deterioran, las máquinas se estropean con el desuso, las existencias agotadas hacen que los pedidos fluyan hacia Bélgica con riesgos para el futuro. Los mineros deciden ir de nuevo a Hennebeau, que les ofrece fríamente dos céntimos más por el entibado, los dos céntimos que ellos aseguraban perder en el cambio. Los mineros se obstinan en su petición inicial y la reunión acaba mal. La miseria se hace insoportable en la colonia. Los Maheu han vendido el cuco, los colchones, y no tienen con qué encender el fuego. La compañía comienza a devolver las cartillas a los mineros y corre el rumor de que muchos habían comenzado a trabajar en otras minas de la zona. Esto exaspera a Maheu y, con Etienne, deciden convocar una reunión en el bosque al día siguiente, invitando a todas las colonias mineras.

VI. Jeanlin, cojeando de las dos piernas, con sus sometidos compañeros Lidia y Bebert, se dedica al pillaje por el pueblo. Etienne va al encuentro de la Mouquette con idea de manifestarle su propósito de no volver a ella. La Mouquette suplica y se humilla. Catalina pasa cerca y Etienne, suponiendo que los ha visto, se queda “con el corazón desgarrado por un remordimiento inmotivado”.

VII. En un calvero del bosque, a la luz de la luna, tiene lugar una reunión de tres mil mineros. Etienne hace un resumen de la situación, señala la amenaza de la compañía de traer esquiroles de Bélgica, les anima a seguir la huelga hasta morir, les pinta detalladamente la explotación a la que están sometidos, les asegura que la mina debe ser de ellos, porque la pagan desde hace un siglo, con su sangre. Una aclamación resuena por el bosque: ¡nos ha llegado el turno! Rasseneur trata de hablar, pero no lo logra, en medio del tumulto, y lo tachan de traidor. Todos deciden continuar la huelga e impedir a los mineros cobardes que trabajen. Chaval está presente, celoso de Etienne, el cual le increpa como posible soplón capaz de avisar a los de la mina Jean‑bart. La muchedumbre rodea, amenazadora, a Chaval, que asegura que él no trabajará, sino que inundará las minas.

QUINTA PARTE

I. A la mañana siguiente Deneulin, dueño de la mina Jean‑bart, es avisado por sus capataces de que los obreros que no quieren trabajar impiden que bajen los demás. Chaval convencía a sus compañeros de que imitaran a los de Montsou y se produjo el tumulto. Chaval se enfrenta brutalmente con Catalina, que quiere trabajar porque a menudo paga por los dos, y teme acabar en la casa pública de Marchiennes. Los mineros reclaman cinco céntimos más a Deneulin, que se defiende inteligentemente, primero alegando que si él no resiste como empresario se irán todos al garete, que es lo que la compañía desea, para comprar la mina a bajo precio; luego, cuando se da cuenta del deseo de vanagloria de Chaval, llevándoselo a su despacho, donde con halagos le ofrece el puesto de capataz. Chaval cede, y consigue convencer a sus cuatrocientos compañeros de que adopten la actitud contraria a la que antes había mantenido. Todos bajan a la mina.

II. Catalina comienza a sufrir un calor asfixiante en la mina y a sentirse mal. Recibe los insultos feroces de Chaval. Pero hay, en efecto, un clamor en el fondo de la mina: los de Montsou están cortando los cables de las jaulas, y todos los mineros de Jean-bart corren por las galerías, atropellándose unos a otros, para alcanzar las escalas. La ascensión se hace interminable para Catalina, que acaba desvaneciéndose antes de llegar a la superficie. Es sacada a hombros de los obreros, salvada de caer por la estrechez del pozo. Todo se describe peldaño a peldaño.

III. Se narra lo sucedido en la superficie de la mina Jean‑bart. No habían acudido a la cita los tres mil quinientos mineros de la noche anterior, pero sí unos quinientos que se enfrentan con Deneulin, muy excitados, y que no atienden a razones. Etienne pretende que Deneulin haga subir a los mineros o no responde de la masa enardecida. El dueño intenta razonar sobre la ruina que vendrá para todos y el derecho al trabajo, pero Etienne ha perdido ya el control de la turba y todos se lanzan a cortar los cables de las jaulas a despecho de los obreros que hay abajo: apagan los hogares, destrozan el material, incendian. En la operación destacan las mujeres, a excepción de la Maheude, que intenta frenar a algunos. Van saliendo los mineros de Jean‑bart y Etienne se asombra de que hayan bajado tantos. Sale Chaval y se comprueba que ha faltado a la palabra dada en el bosque. La Maheude increpa a Catalina, que sigue fiel a Chaval. Se inicia una marcha enardecida hacia otras minas, poseídos casi todos de un furor destructivo.

IV. La muchedumbre cruza los campos. Etienne obliga a caminar delante a Chaval. La masa grita: ¡pan, pan, pan! y ¡a las minas! Se describe el asalto a varias minas, y la destrucción de sus instalaciones. “Años y años de hambre los torturaban con un apetito insaciable de matanza y destrucción”. Chaval intenta escapar, pero Etienne, ebrio, lo conmina a que destroce la bomba de Gaston‑Marie. Van todos allí y de camino lanzan pedradas a su paso por la Piolaine, en ausencia de los Gregoire y ante el servicio aterrorizado. Al llegar a Gaston‑Marie, son 2.500 y en un cuarto de hora vacían los hogares y las calderas, y destruyen los edificios. Etienne quiere obligar a Chaval a dar el primer golpe a la bomba, pero todos se adelantan y la destrozan, hostigando después a Chaval. A estas alturas la Maheude y Maheu, así como la Mouquette, están ebrios de furor y han perdido toda sensatez. Etienne pide que den un cuchillo a Chaval. “La embriaguez en él acababa siempre en deseos de matar”. Catalina se adelanta y abofetea a Etienne, llamándole cobarde. Etienne queda paralizado y les deja marchar ante el silencio de todos.

V. Estamos en casa del señor Hennebeau. El capataz Dansaert le ha notificado la reunión en el bosque celebrada la noche anterior, asegurando que no pasaría de ser una fanfarronada. Busca una nota redactada por Negrel para el prefecto y se encamina al dormitorio de su sobrino. Allí descubre el lecho desordenado, y comprende que no puede ocultarse a sí mismo por más tiempo el entendimiento entre su mujer y Negrel. El golpe le hace desviar la atención de los últimos sucesos, pero abajo le esperan cinco mensajeros con noticias y, mientras le informan, se oye el tumulto de los mineros. Sube de nuevo a la habitación de Negrel para ver mejor a la multitud. La alcoba ya está arreglada y su furor se entibia: ¿para qué promover un escándalo, si detrás de mi sobrino vendrá otro hombre? Mientras, llama imbéciles en voz baja y repetidas veces a los mineros. “¡Imbéciles! ¿Soy yo feliz acaso?”.

VI. Etienne, serenado por las bofetadas de Catalina, intenta evitar el desastre, pero ya nadie le obedece, y exasperado por los reproches de Rasseneur, se reincorpora a la muchedumbre, dispuesto a morir. Las mujeres “ladraban como perros”. La señora Hennebeau junto con las hijas de Deneulin, Cecilia y Negrel —que volvían de una excursión por el campo—, intentan entrar en la casa por una calleja trasera, pero son descubiertos por la multitud y, en la confusión, Cecilia queda en manos de la masa. Salen Negrel y Hennebeau al rescate. Ayudados por Deneulin, que llega, y por Etienne, que trata de llevarse a la multitud a la tienda de Maigrat, logran salvarla sin mayor daño. Ahora va en serio el asalto a la tienda de Maigrat. El tendero había cerrado, dejando a su mujer dentro, y se había refugiado en la casa de la dirección. Pero la avaricia al ver que le van a destrozar la tienda, puede más que su cobardía. Se esfuerza en alcanzar una ventana desde el tejado, con tan mala fortuna que se abre la cabeza al caer sobre el hito de la carretera y muere. La masa se dedica a escarnecer su cadáver. Catalina previene a Etienne de que escape, porque Chaval ha avisado a los gendarmes. La llegada de éstos provoca la desbandada general.

SEXTA PARTE

I. Además de los gendarmes, vienen las tropas y se custodian las minas. Pero la huelga continúa y se acrecienta. Se guarda un silencio atroz sobre los hechos pasados. Todo recae sobre Etienne, único nombre que Chaval ha denunciado. Los burgueses del pueblo están aterrorizados. El abate Ranvier, sucesor del abate Joire, toma la defensa de los huelguistas. Culpa a la burguesía de haber hecho un mundo injusto, por su ateísmo; amenaza a los ricos en nombre de Dios. Etienne se oculta en la mina abandonada, economizando la luz de las velas, remordido por la pasada embriaguez salvaje, “la enfermedad hereditaria, la larga herencia del alcoholismo”. No obstante, se encuentra a sí mismo por encima de los groseros instintos de los mineros, y quisiera dedicarse solamente a la política. Jeanlin le comunica que los gendarmes le creen huido a Bélgica. Etienne trata de recuperar su fe en la huelga apoyado en las noticias sobre las pérdidas de la compañía, el agotamiento de existencias, la ruina en cadena de empresas y familias por todo el país, el creciente desmoronamiento de las minas abandonadas. Pero de nuevo caía en la desesperación al comprobar que la compañía tenía las espaldas demasiado bien cubiertas y se compensaba, además, comprando a bajo precio la mina de Deneulin. En una de las salidas nocturnas, habla con el soldado centinela del Voreux, de compañero a compañero. Sueña con que los soldados se unan a los huelguistas y fusilen en masa a los dueños de la compañía. Pero el “soldadito” sólo piensa en volver a su Bretaña.

II. En el hogar de los Maheu se consume de nuevo la “última paletada de carbonilla”. Alcira, la hija jorobada, está muriéndose y esperan al médico. El abate Ranvier visita a la familia y les habla largamente; “explotaba la huelga, aquella espantosa miseria, el rencor exasperado del hambre, con el ardor del misionero que predica a los salvajes, para gloria de su religión. Decía que la Iglesia estaba con los pobres y que algún día haría que triunfase la justicia, invocando la cólera de Dios contra las iniquidades de los ricos”, “atacaba veladamente a los curas de las ciudades, a los obispos, al alto clero, ahítos de goces, que pactaban con la burguesía liberal”. Los Maheu no le hacen caso, quieren pan y no sermones. Etienne hace una escapada para ver a los Maheu. Tanta indigencia le exaspera y murmura que hay que rendirse, pero la Maheude, en un arranque feroz, declara que antes mataría a todo el mundo. “Sus palabras caían como hachazos en la noche”. Viene el doctor, pero Alcira muere.

III. Etienne va a entrevistarse con Suvarin y se reconcilia con Rasseneur, que le sigue tendiendo la mano amistosa, lo cual no obsta para que discutan largamente sobre el porvenir de la Revolución. Se habla de que al día siguiente vienen los obreros belgas a trabajar en las minas. Chaval entra en la taberna amenazando a Catalina, desafiando a quien quiera oponerse a que él sea capataz de los belgas y provocando a Etienne. Mantienen una pelea feroz y Catalina teme que se note su preferencia por Etienne, que queda de manifiesto cuando le avisa de que Chaval ha echado mano del cuchillo. Etienne le arrebata el arma y ya tiene sometido a su contrincante, cuando, venciendo su “necesidad de gustar la sangre”, arroja el cuchillo y echa a Chaval de la taberna. Catalina va en pos de Chaval, que la rechaza con insultos.

IV. Catalina y Etienne tienen una explicación sobre la Mouquette y los malentendidos pasados, pero, a pesar de las invitaciones de Etienne, la muchacha decide volver resignadamente a casa de Chaval, decidida a dejarse pegar. Etienne vagabundea de noche por el Voreux y observa cómo Jeanlin mata de una cuchillada por la espalda al soldado que custodia la mina. Cuando le pregunta el porqué, el chico responde: “no lo sé. Tenía ganas de hacerlo”. Etienne se enfurece, pero al final se dedican a ocultar el cadáver bajo unos escombros de la mina abandonada. De madrugada, las tropas se aprestan a defender a los mineros belgas de los huelguistas, que comienzan a concentrarse.

V. Los sesenta soldados que defienden la mina se ven sucesivamente increpados, requeridos, vitoreados, de nuevo insultados y apedreados. El capitán no cede: manda calar las bayonetas y espera refuerzos. Las mujeres, especialmente la Quemada, llevan su furia al extremo e incitan a todos para que acorralen a los soldados a ladrillazos. Finalmente los militares abren fuego. Los pequeños Lidia y Bebert caen a los primeros disparos en medio de la confusión. Caen también la Quemada, el viejo Mouquet, la Mouquette con dos balas en el vientre, y Maheu, herido en el corazón. Etienne, a pesar de estar en primera fila con Catalina, no resulta alcanzado. Se inicia la desbandada. La mina queda liberada. Aparece el abate Ranvier invocando la cólera de Dios “con el furor de un profeta”.

SÉPTIMA PARTE

I. Los sucesos son aireados por la prensa de París, pero la compañía decide echar tierra sobre el asunto, olvidar los destrozos, despedir a los belgas, hacer cesar la ocupación militar, acallar la cuestión del centinela desaparecido y, en fin, invitar mediante carteles públicos a los obreros sensatos a volver a la mina, bajo promesa de estudiar benévolamente las mejoras. En casa de la Maheude, enterrado el marido, reina la miseria y el silencio. Catalina ha sido admitida nuevamente en la casa tras los sucesos. El mismo Etienne vuelve a quedarse como huésped, harto de esconderse, pero la Maheude y toda la colonia le muestran su hostilidad, haciéndole responsable de todo. Todos le tiran piedras, Chaval el que más, y mal lo hubiera pasado Etienne si Rasseneur no le hubiera acogido en su taberna, calmando a la multitud con sus palabras moderadas. Etienne reflexiona sobre la irracionalidad, injusticia y veleidad de la masa. Catalina quiere volver a trabajar en la mina, pero la Maheude le asegura que la estrangulará si lo hace. Entretanto, en casa de los Hennebeau se ha concertado definitivamente el matrimonio entre Cecilia y Negrel. Por otra parte, se va a conceder al Sr. Hennebeau la Legión de Honor por la manera de vencer la huelga. Su prestigio en la compañía ha subido tras la magnífica operación de adquisición de la Mina de Deneulin, que se ha visto obligado a ceder, aceptando un puesto de ingeniero en su antigua propiedad.

II. Etienne vagabundea de noche por la mina y se tropieza con Suvarin. Hablan sobre Darwin que, a la sazón, ocupa la cabeza de Etienne a través de lecturas fragmentarias y resumidas. El ruso sigue con su anarquismo destructor, pero en un rapto confidencial cuenta a Etienne cómo murió su querida compañera Annuchka, apresada, juzgada y ejecutada públicamente tras su participación en un atentado. El día de la ejecución él estaba entre el público y nada pudo hacer salvo dirigirle la última mirada amorosa. Hablan también de que el “rebaño” de mineros bajará de nuevo a la mina sin remedio, y el mismo Etienne los disculpa: “una multitud que se muere de hambre carece de fuerza”. Suvarin anuncia que se va a marchar definitivamente de la región. Se despiden amistosamente, pero en la oscuridad de la noche el ruso va a la mina y, jugándose fríamente la vida, desciende por el pozo. Una vez abajo, realiza una labor salvaje de sabotaje en el encubado, aflojando tornillos, perforando con el berbiquí, aserrando maderas, deteriorando las estopas embreadas. Lo suficiente para que al día siguiente la subida y bajada de las jaulas provoque una fatal inundación. Catalina se levanta de madrugada decidida a volver a la mina. Etienne la acompaña a pesar de que ha jurado no bajar. Se encuentran con Suvarin, que les recomienda vivamente que no vayan a la mina. Etienne no le hace caso y se despiden de nuevo.

III. A las cuatro de la mañana el capataz Dansaert empieza a admitir obreros y no puede ocultar su sorpresa al ver a Etienne. Luego tienen que soportar los insultos y chanzas de Chaval. Bajan en las jaulas y a los dos tercios del descenso se produce el tremendo crujido. Pero los obreros, superado el obstáculo, lo achacan al deterioro normal por abandono de la mina. Chaval se introduce en el mismo equipo que Catalina y Etienne, dispuesto a provocar. En un momento determinado del trabajo, se oyen ruidos extraños, carreras apagadas. Catalina, después del primer arrastre de vagonetas, trae la noticia de que todos se han ido. Se lanzan por las galerías desiertas hacia las jaulas, pero allí se percatan de que ha cedido el encubado y cae un verdadero torrente de agua. Se han juntado los mineros procedentes de diversas galerías y hay un enloquecimiento por subir a las jaulas, en la sospecha de que pronto el ascenso se hará imposible. Dansaert y Pierron, muertos de miedo, logran pasar a la jaula. Los que quedan abajo contemplan el desmoronamiento fatal del encubado y la realidad de que la jaula no podrá volver a bajar. Catalina, Etienne y Chaval, se encuentran entre los veinte que han quedado atrapados. El agua les llega a los muslos. El relato se desvía aquí hacia lo que sucede en la superficie de la mina. El ingeniero Negrel ha llegado. Las familias han invadido los terrenos reclamando angustiosamente los nombres de los mineros atrapados. Negrel, sólo y con riesgo de su vida, baja en la jaula para inspeccionar el encubado, y se da cuenta de la tremenda realidad del destrozo, y de que aquello ha sido perpetrado por un loco. Hennebeau le espera arriba y ambos comparten en secreto el convencimiento de que la mina está herida de muerte. Cinco mineros logran escapar por el pozo de escalas de la vieja mina de Requillart, y cuentan cómo los otros quince han quedado impedidos por los derrumbamientos. Ya se sabían todos los nombres de los sepultados: Chaval, Etienne y Catalina entre ellos. Horas después se hunde todo el encubado, el cobertizo, la torre y por fin, con estruendeo de detonaciones subterráneas, desaparece el edificio de calderas, la chimenea, todo absorbido por la tierra. Para remate se rompe un dique del canal y todo el Voreux queda hundido en un lago fangoso. Suvarin, que ha estado espiando el suceso, se levanta y se marcha.

IV. La compañía decidió guardar silencio sobre el descubrimiento del sabotaje por la dificultad de descubrir a los culpables —parecía obra de varios— y para no hacer mártires. Hubo, sí, despido inmediato: el de Dansaert, el capataz, por su cobardía al abandonar a sus hombres. Deneulin se encarga de la reparación del canal. Negrel del salvamento de los atrapados, para el cual todos los mineros se ofrecen. Se suponía que todos estaban muertos, pero había que intentarlo. El único acceso posible era la vieja mina de Requillart, también inundada, pero cuyas galerías superiores podían quedar a corta distancia de algunas galerías del Voreux. Golpeaban la veta de carbón y pegaban después el oído para percibir alguna contestación. Negrel “era presa de un sentimiento de abnegación, pese a su irónica indiferencia por los hombres y las cosas”. La Maheude montaba guardia fuera. Zacarías “habría sacado la tierra con los dientes para encontrar a su hermana”. A los tres días de la catástrofe, Zacarías asegura que han contestado a las señales. Negrel lo comprueba: un sonido lejanísimo que se calcula a cincuenta metros. Comienzan a perforar y en el primer día excavan seis metros. La contestación a las señales se oía ya con una sonoridad musical transmitida por la veta de carbón, pero al noveno día habían avanzado sólo treinta y dos metros. Ese día Zacarías, en su locura por acelerar el trabajo, abre la lámpara para ver mejor y se produce una explosión de grisú. Lo sacan carbonizado, y a varios obreros heridos. El derrumbamiento facilita el progreso de la excavación pero el aire es cada vez más viciado y, por otra parte, el duodécimo día dejan de percibirse señales. El nuevo accidente “redoblaba la curiosidad de las gentes” y los Gregoire y la Sra. Hennebeau son descritos como curiosos y distanciados observadores que hacen comentarios frívolos. Los Gregoire, con Cecilia, aprovechan para hacer una visita al hogar de los Maheu, que tantas víctimas ha cosechado en poco tiempo. Encuentran al abuelo Buenamuerte solo y a oscuras. En un descuido de los Gregoire, que pasan a la casa de al lado, el anciano estrangula a Cecilia. Esa misma noche esperan llegar hasta los obreros sepultados, seguramente muertos.

V. Este capítulo nos sitúa en el fondo de la mina, una vez consumada la catástrofe. Tras la inundación del pozo, el viejo Mouque sugiere la salida por la antigua mina de Requillart, pero se producen desacuerdos en cada encrucijada. Se salvan los que siguen a Mouque, y el resto va siendo diezmado por los derrumbamientos. Al final quedan Etienne, que arrastra a Catalina, muerta de cansancio, y por otro lado Chaval. Etienne, ante la imposibilidad de salir ahora por Requillart, sólo piensa en subir, cargado con Catalina, hacia los tajos superiores, huyendo de las aguas que ascienden lentamente. El asunto se describe hora a hora, con las ropas mojadas, el agotamiento, la oscuridad, hasta que llegan a una oquedad en la que encuentran a Chaval, que se burla sarcásticamente de ellos. Con él se ven obligados a convivir en lo que parecen sus últimas horas. Chaval dispone de tres lámparas y de algunas rebanadas de pan, que ofrece a la muchacha. Catalina rehusa porque “las miradas con que la llamaba tenían un fuego que ella conocía de sobra”. Chaval provoca a Etienne. Finalmente luchan, y Etienne acaba con su rival, hendiéndole el cráneo con una lámina de pizarra. Echan el cadáver al agua. Una nueva subida de nivel se avecina y quedan acorralados contra la roca, inmersos hasta el pecho. Pero excavan tras ellos con las uñas para practicar un banco elevado donde se sientan en posición forzada por encima de las aguas. Allí, en la oscuridad, esperan hasta el tercer día. Catalina, con la cabeza apoyada en la roca, oye entonces las señales del salvamento. Contestan con los zuecos. Hablan entre ellos, con renovadas esperanzas:

“—¡Eh! —gritaba ella alegremente— ¡Qué suerte ha sido que yo haya apoyado la cabeza!

—¡Oh, es que tienes un oído!... —decía él a su vez— Yo no había percibido nada”.

Se relevan en la escucha. Hace ya seis días que están en el fondo de la mina. Las aguas se habían detenido a la altura de las rodillas, “y parecía que se les deshacían las piernas en aquel baño de hielo”. “Engulleron glotonamente” trozos de madera medio podrida del entibado. “Durante dos días vivieron de aquella madera carcomida”. Masticaban la tela de sus ropas y trocitos de cuero del cinturón. Bebían del agua en el hueco de la mano, pero una de las veces Catalina grita horrorizada porque había sentido un cuerpo y el “bigote” de Chaval. Tratan de alejarlo, pero no lo consiguen. “Todavía pasó un día y otro día. Etienne, a cada agitación del agua, recibía un ligero choque del hombre al cual había matado”. Crisis de llanto y somnolencia de Catalina. El agua baja a los doce días y se lleva el cadáver. Catalina muere. Los golpes del salvamento se oyen muy cerca, pero Etienne “iba debilitándose”. Pasan dos días. Al fin, sacan a Etienne vivo y el cadáver de Catalina.

VI. A las seis semanas de hospital Etienne se siente con fuerzas y se marcha de Montsou. La compañía le compensa con 100 francos y el consejo de que no vuelva a trabajar allí. En todas las minas se había reanudado el trabajo y todo había vuelto a la normalidad. Se encuentra con Pierron, que ya es capataz. Se despide de la Maheude, que se ha visto obligada a trabajar en la mina por su situación. En el último apretón de manos, percibe en ella “que lo emplazaba para el día en que volviese a la lucha”. Etienne va por la carretera a coger el tren y reunirse con Pluchart. “Su educación estaba terminada; íbase armado ya, como soldado razonador de la revolución que ha declarado la guerra a la sociedad”. “Aquellos obreros cuyo olor a miseria le desagradaba hoy, le inspiraban la necesidad de exponerlos en un marco esplendoroso; los mostraría como los únicos verdaderamente grandes, impecables, como la única nobleza y la única fuerza en que podía volver a templarse la humanidad”. Pero tal vez la violencia no ayudase a apresurar las cosas; mejor organizarse, conocerse, sindicarse en la legalidad: “millones de trabajadores frente a millares de ociosos, tomar el poder, convertirse en los amos”. Etienne creía oír el sordo rumor de los picadores bajo tierra. “Bajo los rayos encendidos del astro, en aquella madrugada de juventud, ese rumor era lo que preñaba el campo. Estaban brotando hombres, un ejército negro, vengador, que germinaba lentamente en los surcos, espigándose para las cosechas del futuro siglo, en una germinación que pronto haría estallar la tierra”.

B) VALORACIÓN CRÍTICA

1. Las novelas de Zola y el “naturalismo”

Tras una breve etapa romántica, Zola deriva hacia el realismo y el naturalismo, movimiento del que se puede considerar fundador. Therese Raquin (1876) y Madeleine Ferat (1868) son novelas que presentan ya ese sello, una década antes de que el escritor expusiera su doctrina en Le roman experimental (1880) y Les romanciers naturalistes (1881).

Zola sueña con aplicar a la creación literaria un rigor en nada inferior al del científico en el laboratorio. Así, piensa, la novela se convierte en un instrumento para conocer las leyes de la naturaleza humana y social, y, por tanto, en auxiliar del progreso.

El novelista naturalista, según Zola, debe subrayar las condiciones fisiológicas, la influencia del medio ambiente, y las circunstancias determinantes de la persona humana. Además, el novelista será “un experimentador”, cuya “experiencia” consiste, como la del científico, en partir de una hipótesis —el determinismo en este caso— y “demostrar” que viene exigida por la concatenación de hechos de la historia que se narra. Puesto el “hecho generador”, toda la secuencia se deduce matemáticamente.

Bajo la presión de estas ideas concibe Zola una novela cíclica con el título general de Les Rougon‑Macquart y subtitulada expresivamente “Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio”. Los veinte volúmenes de que consta la serie —Germinal es el número 13— irán saliendo año tras año de la pluma de Zola, con la pretensión de demostrar que la conducta individual está determinada por la herencia y el medio. Cada tomo se centra en un miembro de la ramificada familia y en un ambiente concreto: los banqueros, los políticos, los artistas, el proletariado de París, etc. En la base del árbol familiar está la Tía Dide, internada a causa de su locura, cuya tara inicial, en palabras del autor, “pesa sobre toda su descendencia, y determina, según el medio, en cada uno de los individuos de esta raza, los sentimientos, los deseos, las pasiones, todas las manifestaciones humanas, naturales e instintivas”.

2. Crítica de las teorías zolianas

a) La novela como experimento científico

La pretensión de convertir las novelas en demostraciones experimentales no resiste el análisis. No se puede asimilar la experimentación biológica, cuyas hipótesis son siempre sancionadas por el fracaso o por el éxito, a una “experimentación” novelística donde se ejerce libremente la imaginación en el marco de unas pretendidas leyes de la naturaleza. Las narraciones de Zola no demuestran el determinismo, sino que simplemente lo suponen y desarrollan.

b) Determinismo, biologismo mecanicista

Influido por la euforia científico‑naturalista de su tiempo, Zola cree en la subordinación de la psicología a la fisiología. Son las condiciones fisiológicas y las circunstancias ambientales las que determinan el comportamiento humano. Valga como ejemplo lo que se dice en Therese Raquin acerca del asesinato: produce remordimientos que “consisten en un simple desorden orgánico”.

El determinismo psicológico afirma que los hechos psíquicos son efectos necesarios de las condiciones previas, lo cual supone que no queda espacio para la libertad humana. Si se conoce el carácter, los hábitos, las inclinaciones y las motivaciones de un ser humano, cabe predecir sus decisiones, su conducta. La conciencia de libertad que tienen los hombres procedería de un juicio erróneo por desconocimiento de los móviles inconscientes. Todo acto humano responde a una causa que lo determina necesariamente.

Desde luego, hay muchos automatismos y reflejos que influyen en nuestro comportamiento y lo condicionan parcialmente, pero no alcanzan —en la normalidad de los casos— a suprimir la libertad. Por supuesto que ser libre no es ser indiferente a las tendencias que se manifiestan en la conciencia, pero tampoco sufrir indefectiblemente la imposición de la más fuerte. Un apetito, un impulso, un deseo, un ideal, nunca actúan como una causa eficiente que determina mi acción, sino como una causa (final, ejemplar) de que “yo mismo” me decida y determine. Es cierto que no puede haber acto libre sin motivo, pero el motivo no es causa del acto, sino parte integrante de él.

La fácil aceptación del determinismo, como la de cualquier teoría que niegue la libertad humana, encuentra su explicación en la cómoda seguridad que proporciona la ausencia de decisiones responsables. Si no hay libertad, no existe responsabilidad. Ante un determinismo absoluto carecen de sentido la declaración de derechos humanos, la recusación de cualquier totalitarismo, y la denuncia del mismo Zola contra sus oponentes. Toda acción queda justificada por su misma necesidad.

Se entiende mejor que algunos pensadores —como Zola mismo— hayan sustentado una teoría que niega su propia libertad personal si tenemos en cuenta las circunstancias históricas. El éxito evidente de las ciencias físicas facilitaba la extrapolación del método mecanicista al campo biológico y psíquico. El ser humano aparecía como más comprensible si se reducía la actividad consciente a secreciones biológicas; las secreciones a fuerzas físicoquímicas; la físicoquímica, en fin, a masas en movimiento, a mecánica. La idea de que sólo lo mensurable es inteligible, y de que lo no cuantificable es sospechoso de no formar parte de la realidad, favorecían aún más el deslizamiento.

3. Germinal

“Germinal” (1885), es la novela de la serie Les Rougon‑Macquart dedicada al proletariado de la mina. Está documentada con observaciones acumuladas en cientos de fichas, tras una visita a las minas del norte. Esto es lo que permite a Zola hacer descripciones detalladas, minuciosas, en las que late la intención de recoger toda la realidad, si bien esa exhaustividad, que atesora el último pliegue o arruga material, olvida importantes zonas del mundo real.

Quizá por esto resulta corta la psicología de los personajes, llevados a situaciones excepcionales por el autor para “demostrar” sus tesis. Los tipos se quedan en haces de reacciones nerviosas, generalmente poco normales y humanas, de sabor patológico. En su afán de pintar lo fisiológico evolucionando bajo la influencia del medio, Zola concede tal preeminencia a los instintos de la “bestia humana” que sus héroes se ven impulsados a cada acto de su vida por el fatalismo de su carne. Etienne ha heredado la tara del alcoholismo y la bebida le incita siempre a matar. Chaval es sólo envidioso y pendenciero, sin complejidad humana alguna; Catalina sólo resignada; Suvarin exclusivamente nihilista. En realidad no sabemos realmente cómo son: quedan, como el resto de los personajes —incluidos los dos sacerdotes, en los que se ceba la ironía sectaria— curiosamente lejanos y desconocidos, a pesar de las minuciosas descripciones. La mayoría de los críticos reconocen en Zola mayor capacidad para la animación de multitudes y objetos (la masa enfurecida de huelguistas, la mina) que para la creación de tipos individuales.

Las luchas obreras que narra Zola tienen como telón de fondo histórico la Revolución industrial, que provocó, como es sabido, el crecimiento y concentración masivos de los trabajadores, y acentuó las desigualdades económicas y sociales. La huelga minera de “Germinal” transcurre en las años de la I Internacional (1864‑1872), en la que triunfó el “socialismo científico” de Marx. Aún no habían aparecido los partidos socialistas nacionales y descentralizados que, surgidos de la II Internacional, intentaban corregir los excesos centralistas de la I.

El socialismo que empapa las páginas de “Germinal” posee un carácter libertario, mítico, auroral —germinal—, vengativo, violento; entusiasta y firmemente decidido. La lucha social se plantea según el esquema dialéctico de proletarios contra burgueses, hasta el exterminio. Es un socialismo que, ignorando cualquier fin trascendente, sitúa al hombre en un universo cuyos fines exclusivos se centran en la posesión de bienes materiales. A esa visión materialista del hombre se subordina la libertad humana, la familia, la educación de los hijos y cualquier bien moral o espiritual.

La mezcla de miseria obrera, burguesía aprovechada y clérigos ambiguos que pinta Zola, hace conveniente recordar aquí las palabras de Pío XI en la Encíclica Quadragesimo anno:

Hay “quienes, confesándose cató1icos, apenas si se acuerdan de esa sublime ley de justicia y de caridad, en virtud de la cual estamos obligados no sólo a dar a cada uno lo que es suyo, sino también a socorrer a nuestros hermanos necesitados como si fuera al propio Cristo Nuestro Señor, y, lo que es aún más grave, no temen oprimir a los trabajadores por espíritu de lucro. No faltan incluso quienes abusan de la religión misma y tratan de encubrir con el nombre de ella sus injustas exacciones, para defenderse de las justas reclamaciones de los obreros”.

Pero con la misma fuerza de este reconocimiento, tras aclarar cuál ha sido la actitud continua de la Iglesia ante los problemas sociales, queda condenado el socialismo de inspiración marxista.

Proletarios contra burgueses en “Germinal”. Zola, que desde luego era un burgués, ve al obrero como un camarada de lucha, y los burgueses que presenta en su novela son, en general, detestables. Ambas galerías de personajes resultan imparcialmente acartonadas en servicio del determinismo básico. Hay que reseñar que, en medio del escándalo que levantó en su tiempo “Germinal”, se alzaron las organizaciones obreras francesas, negando semejante pintura de sus afiliados: masa amorfa y animal, sin libertad y sin inteligencia.

En resumen, el sectarismo y la superficialidad de las ideas filosóficas del autor, especialmente su determinismo, su populachera irreligiosidad y la sórdida descripción de conductas y ambientes gravemente inmorales —quizá con una genérica intención moralizante—, sin ninguna referencia a la trascendencia, dejan como poso en esta novela —algo envejecida por un lenguaje reiterativo que desprecia la estética— la amargura de la existencia humana, consumida vanamente, como una pesadilla, dentro de un tejido de pasión colectiva cuyos móviles son la riqueza y el poder.

J.G.P.

 

Volver al Índice de las Recensiones del Opus Dei

Ver Índice de las notas bibliográficas del Opus Dei

Ir al INDEX del Opus Dei

Ir a Libros silenciados y Documentos internos (del Opus Dei)

Ir a la página principal