Observaciones a la Carta del Prelado del Opus Dei de noviembre 2006

I: Párrafos omitidos

Trinity, 8 de noviembre de 2006

 

            Este mes de Noviembre, la web oficial del Opus Dei ha publicado un extracto bastante amplio de la Carta pastoral que el Prelado dirige mensualmente a los fieles de la prelatura.

 

            En mi opinión, algunos párrafos merecen diversas observaciones, que dejo para otro día. Hoy deseo llamar la atención sobre los párrafos de la carta original que no han sido publicados en Internet. Para que puedan ser reconocidos, los copio subrayados en la Carta, que añado a continuación...

 

            De estas supresiones me llama la atención lo siguiente:

            -Supresión 1ª: Quizá se haya quitado porque podría criticarse sea la falta de rigor que supone citar una fuente poco contrastada, sea el voluntarismo ascético que se refleja en sus dos últimas líneas.

            -Supresión 2ª: Su supresión demuestra que los de la Oficina de Información son plenamente conscientes de que los no ofuscados por el fanatismo podrían ingresar en Urgencias al leerlo, por la falta de correspondencia con la realidad. Hasta tal punto es así que Juan Pablo II, nada sospechoso de animadversión contra la Obra, les dijo el mismísimo día de la beatificación de su Fundador, que tenían que vivir mejor las obras de misericordia.

            -Supresión 3ª: Que se haya quitado es significativo de que saben que hoy día –y más después de la encíclica de Benedicto XVI sobre la caridad- resulta eclesialmente inadmisible instrumentalizar las obras de misericordia como medio de captación iniciática de adeptos.

            -Supresión 4ª: Quizá hayan preferido no dejar constancia pública de que el Fundador dejó constancia de este proyecto -tan chocante, según veremos- nada menos que en una carta fundacional, la Adserviendum, que dirigió a sus hijos sacerdotes.

            -Supresión 5ª: Este corte de dos citas consecutivas –del Fundador y del Papa actual- manifiesta que los de la susodicha Oficina se han dado perfecta cuenta del escandaloso contraste entre al activismo voluntarista del Fundador (la Obra crece a base de rezar y mortificarse sus miembros; no es Dios quien la saca adelante) y la equilibrada espiritualidad del Papa (es Dios quien obra en nosotros la comunión con Él).

            -Supresión 6ª: No me parece significativa. Pienso que se debe simplemente a que se trata de una exhortación que sólo tiene sentido para los miembros del Opus Dei.

 

            Estas supresiones demuestran que, entre los que colaboran con los dirigentes de la institución, hay personas muy conscientes de estos despropósitos. Me apena mucho que no puedan hacérselos notar, sin grave riesgo personal, a la cabeza de la Obra, y tengan que conformarse con disimularlos ante los de fuera. Quizá harían mayor bien dejando que se publicaran, pues así se pondría en evidencia el nivel de ofuscación en que andan los dirigentes del Opus Dei, y sería más fácil que las críticas externas ayudaran a los de dentro a despertar de su fanatismo.

 

                                                           Trinity

 

 

Carta completa del Prelado del Opus Dei de noviembre 2006

 

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

 

El mes de noviembre recibe su tonalidad espiritual de las dos jornadas con las que comienza: la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los fieles difuntos. El misterio de la comunión de los santos ilumina de modo particular este mes y toda la parte final del Año litúrgico, orientando la meditación sobre el destino terreno del hombre a la luz de la Pascua de Cristo [1].

 

La Iglesia no sólo crece en este mundo, sino sobre todo en el "más allá". Así nos lo hace presente esta gran fiesta de hoy, en la que recordamos a la inmensa multitud de almas que, después de haber pasado por la tierra, gozan de la bienaventuranza eterna contemplando a Dios cara a cara en el Cielo. Mañana, día 2, conmemoramos a los difuntos que se purifican aún en el Purgatorio, preparándose para el momento en que Jesús les dirá: entra en el gozo de tu Señor [2]. Todos juntos formamos el Cuerpo místico de Cristo, cuya Cabeza es el Verbo encarnado; con Él y bajo Él tributamos a Dios Padre un incesante canto de gloria, por la virtud del Espíritu Santo. La consideración de este misterio de nuestra fe ha de movernos a dar gracias a Dios por su bondad y por la constante compañía de los santos, tratando de sacar más provecho de esta verdad tan consoladora.

 

[supresión 1] Pienso muchas veces en la alegría con que nuestro Padre contemplaba esta realidad. A la hora de la oración mental nos decía—, y también durante el resto del día, re­cordad que nunca estamos solos, aunque quizá materialmente nos encontremos ais­lados. En nuestra vida, si somos fieles a nuestra vocación, permanecemos siempre unidos a los santos del Paraíso, a las almas que se purifican en el Purgatorio y a to­dos vuestros hermanos que pelean aún en la tierra. Además, y esto es un gran con­suelo para mí, porque es una muestra admirable de la continuidad de la Iglesia Santa, os podéis unir a la oración de todos los cristianos de cualquier época: los que nos han precedido, los que viven ahora, los que vendrán en los siglos futuros. Así, sintiendo esta maravilla de la Comunión de los Santos, que es un canto inacabable de alabanza a Dios, aunque no tengáis ganas o aunque os sintáis con dificultades ¡secos!—, rezaréis con esfuerzo, pero con más confianza[3].

 

Apoyado en esta realidad, nuestro Fundador buscó siempre —además de la protección de los santos del Cielo y de sus buenas amigas las almas del purgatorio [4]- la oración y la mortificación de las personas que trataba. Especialmente en los primeros años de la Obra, ante la grandeza de la misión que el Señor le había encomendado, acudió lleno de confianza a mendigar plegarias y sacrificios entre los pobres y enfermos de Madrid, convencido de que después de la oración del Sacerdote y de las vírgenes consagradas, la oración más grata a Dios es la de los niños y la de los enfermos [5]. [supresión 2] Al cabo de los años, podía afirmar con plena seguridad que la Obra ha nacido o mejor— se ha consolidado en los hospitales y entre los pobres de Madrid [6]. Y afirmaba que hacer obras de misericordia es una tradición que no se interrumpirá nunca en la Obra [7].

 

Estas reflexiones acuden a mi pluma, porque en este mes se cumplen setenta y cinco años del momento en que San Josemaría comenzó a atender a pobres y enfermos en compañía de los primeros jóvenes que se acercaron a su labor sacerdotal. Ya varios años antes, como capellán del Patronato de Enfermos, se dedicaba personalmente a esa labor, con la que además asentó firmemente los fundamentos de la Obra. Pero en octubre de 1931, al cesar su servicio en aquella institución benéfica, para ocuparse de la iglesia y del Patronato de Santa Isabel, echó en falta el trato intenso con los menesterosos y los enfermos que había desarrollado durante los años anteriores. Lo relata en una de las anotaciones de sus Apuntes íntimos, cuando se refiere a su cambio de actividad pastoral: ayer hube de dejar definitivamente el Patronato, los enfermos por tanto: pero, mi Jesús no quiere que le deje y me recordó que Él está clavado en una cama del hospital... [8].

 

Venía de lejos ese afán de servir a todas las almas: apenas ordenado sacerdote, organizó catequesis y atención material a familias necesitadas en Zaragoza, acudiendo a varios barrios extremos de la ciudad, haciéndose acompañar por estudiantes universitarios; no pocos de ellos se incorporaron luego al Opus Dei, movidos por el celo apostólico de aquel joven sacerdote.

 

En cuanto comenzó a trabajar en el Patronato de Santa Isabel, desde el primer momento buscó el modo de seguir ocupándose de ese apostolado, en el que —como señala en otro lugar— quiso el Señor que yo encontrara mi corazón de sacerdote [9]. Conoció la existencia de una asociación de caridad, integrada por sacerdotes y laicos, que se ocupaba de atender a los enfermos del Hospital General, cercano a la iglesia de Santa Isabel. Tomó contacto con esa institución y el 8 de noviembre de 1931 formalizó su modo de colaborar. Los domingos por la tarde acudía al hospital para prestar los servicios necesarios a los pacientes. Allí conoció a algunos de los primeros que luego vieron que su camino de fieles de la Iglesia se encontraba en la Obra: [supresión 3] esa asistencia a pobres y enfermos era otra manifestación de lo que sería la obra de San Rafael. Por eso nuestro Fundador afirmaba que la actividad externa de la Obra nació con las visitas a los hospitales y a los po­bres, y con las catequesis [10]. A partir de ese momento, esas obras de misericordia co­menzaron a ser medios de formación de la labor de San Rafael: las almas aprenden (...) a gustar el ejercicio de una caridad fraterna viva y práctica; y, al ver a otros que están material o espiritualmente necesitados, agradecen al Señor los bienes que de El han recibido[11]. Los muchachos o las chicas de San Rafael ven de una manera prácticaa Jesucristo en el pobre, en el enfermo, en el desvalido, en el que padece la soledad, en el que sufre, en el niño [12].

 

 

Me detengo en estos detalles porque nada de lo que se refiere a San Josemaría carece de significado para los fieles de la Prelatura. Hasta en las circunstancias más pequeñas de su vida se refleja fielmente el espíritu de la Obra, que cada una, cada uno, debe acoger, conservar y transmitir con veneración a las sucesivas generaciones. ¿Somos hombres y mujeres de caridad? ¿Cómo rezamos por las personas indigentes del mundo entero? ¿Ofrecemos mortificaciones, desprendimiento concreto según las reales posibilidades de cada uno, para ayudar a esos hermanos?

 

No quiero dejar de contaros la gran alegría que me ha causado la noticia de que ya comienza a ponerse en práctica un antiguo proyecto de San Josemaría: realizar en el Opus Dei todas las tareas para preparar la materia del sacramento de la Eucaristía. [supresión 4] Lo explicaba así en una de sus Cartas: tengo desde el comienzo el deseo que es delicadeza de amorde que, en cuanto se pueda, se ocupen vuestras hermanas, no sólo de preparar las for­mas y el vino, la materia del Sacrificio, sino incluso de cultivar el trigo y las vides ne­cesarias: ut nobis Corpus, et Sanguis fíat dilectissimi Filii tui Domini nostri lesu Christi (Missale Romanum, Canon Missae); para que se nos convierta en el Cuerpo y Sangre de tu amadísimo Hijo Nuestro Señor Jesucristo [13]. Se lo he oído comentar mu­chos años antes, manifestando siempre el deseo de "acariciar" en nuestras almas al Señor, en las especies sacramentales, cuidando de su elaboración material en todas sus fases.

 

Gracias a Dios, este sueño ya se ha convertido en realidad, porque en Chile —y espero que pronto pueda suceder en otros lugares—, con el cultivo del trigo y de las vides necesarias, ya disponen del vino y —dentro de poco— de las hostias para la celebración del Santo Sacrificio. Me imagino el gozo de san Josemaría, pues recuerdo con cuánto cariño hablaba de ese deseo.

 

Vuelvo al tema de esta carta: la importancia de vivir la Comunión de los Santos, no sólo rezando, sino también mediante el ofrecimiento del dolor y del sacrificio.[supresión 5] Se trata de un punto fundamental —imprescindible— para sacar adelante el apostolado, tanto per­sonal como corporativo, y para colaborar en la expansión apostólica por el mundo ente­ro, para hacer Iglesia. Ya que así se comportó nuestro Padre, en los comienzos de la Obra y siempre, también así debemos conducirnos nosotros. La Obra está saliendo adelante —escribía en 1940— a base de oración: de mi oración y de mis miseriasque a los ojos de Dios fuerza lo que exige el cumplimiento de su Voluntad; y de la oración de tantas almas sacerdotes y seglares, jóvenes y viejos, sanos y enfermos—, a quienes yo recurro, seguro de que el Señor les escucha, para que recen por una de­terminada intención que, al principio, sólo sabía yo. Y, con la oración, la mortifi­cación y el trabajo de los que vienen junto a mí: éstas han sido nuestras únicas y grandes armas para la lucha [14].

 

Hablando de este tema de la Comunión de los Santos, el Papa Benedicto XVI enseña que Dios nos llama a la comunión consigo, que se realizará plenamente cuando vuelva Cris­to, y Él mismo se compromete a hacer que lleguemos preparados a ese encuentro final y de­cisivo [15]. Pero ya ahora el futuro, por decirlo así, está contenido en el presente o, mejor aún, en la presencia de Dios mismo, de su amor indefectible, que no nos deja solos, que no nos abandona ni siquiera un instante, como un padre y una madre jamás dejan de acompañar a sus hijos en su camino de crecimiento [16]. Seamos generosos, hijas e hijos míos, para ofrecer al Señor con una sonrisa todo lo que nos contraríe; pidamos a las enfermas y a los enfermos que hagan a Jesús la ofrenda gozosa de sus penas y enfermedades, sabiendo que de este modo, además de acumular méritos para la vida eterna, colaboran de manera decisiva en el establecimiento del reino de Dios en la tierra, en la eficacia del apostolado. Tenemos un gran tesoro en quienes están aquejados por alguna enfermedad. Tratad a cada una, a cada uno, como lo haría el Señor. Ved en ellos al mismo Jesucristo.

 

La consideración de esta realidad alimentará además nuestra esperanza cuando las fuerzas del mal se hagan presentes con mayor virulencia en el mundo, abriendo quizá una puerta al pesimismo. ¡No demos cabida a esta tentación, hijas e hijos míos! Jamás olvidemos que existe la gran realidad de la comunión de la Iglesia universal, de todos los pueblos, la red de la comunión eucarística, que trasciende las fronteras de culturas, de civilizaciones, de pueblos, de tiempos. Existe esta comunión, existen estas "islas de paz" en el Cuerpo de Cristo. Existen. Y son fuerzas de paz en el mundo. Si repasamos la historia —comentaba el Papa recientemente—, podemos ver a los grandes santos de la caridad que han creado "oasis" de esta paz de Dios en el mundo, que han encendido siempre de nuevo su luz, y también han sido capaces de reconciliar y crear la paz siempre de nuevo. Ha habido mártires que han sufrido con Cristo, que han dado este testimonio de la paz, del amor que pone un límite a la violencia [17].

 

Durante mi reciente viaje al Líbano, he tenido constancia una vez más de la fuerza de esa comunión en Cristo de oraciones y de sacrificios. Me han comentado que, durante la reciente guerra, notaban que mucha gente estaba rezando por ellos. Se cumplía, una vez más, lo que nuestro Padre escribió en Camino: vivid una particular Comunión de los Santos: y cada uno sentirá, a la hora de la lucha interior, lo mismo que a la hora del trabajo profesional, la alegría y la fuerza de no estar solo [18].[supresión 6] También allí despunta la labor apostólica, que tanto encomendó nuestro Padre. ¿Tú consideras que tu jornada está empapada de hambres de ayudar a todas las Regiones? ¿Viene a tu mente con frecuencia que la Obra está en tus manos?

 

Seguid rezando por la Iglesia y por el Papa, y por todas mis intenciones (…). Recordaremos también en este mes el anuncio de la erección del Opus Dei como Prelatura personal, por el queridísimo Juan Pablo II. Soy testigo de cómo rezó san Josemaría por esta intención, y de cómo tomó el relevo nuestro don Álvaro, también en esto: conservo muy presente su visita a la Medalla Milagrosa, aquí en Roma, para dar gracias por ese paso. Ahora nos toca a nosotros el deber de jugarnos la vida, por este reconocimiento tan esperado: uníos, por favor, a mi intención. Y encomendad también a los fieles de la Prelatura que el próximo día 25 recibirán la ordenación diaconal.

 

Con todo cariño, os bendice

 

vuestro Padre

 

+ Javier

 

Roma, 1 de noviembre de 2006

 

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[1] Benedicto XVI, Homilía, 11-XI-2005.

[2] Mt 25, 21.

[3] San Josemaría, Apuntes tomados en una tertulia, septiembre de 1973.

[4] San Josemaría, Camino, n. 571.

[5] San Josemaría, Camino, n. 98.

[6] San Josemaría, Instrucción, 8-XII-1941, nota 86.

[7] Ibid.

[8] San Josemaría, Apuntes íntimos, n. 360 (29-X-1931).

[9] Ibid., n. 731.

[10] San Josemaría, Apuntes tomados en una tertulia, 18-IV-1972.

[11] SAN JOSEMARÍA, Carta 24-X-1942, n. 42.

[12] Ibid.

[13] San Josemaría, Carta 8-VIII-1956, n. 19.

[14] San Josemaría, Carta 11-III-1940, n. 32.

[15] Benedicto XVI, Homilía, 26-XI-2005.

[16] Ibid.

[17] Benedicto XVI, Homilía, 23-VII-2006.

[18] San Josemaría, Camino, n. 545.

 

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