EL INTEGRISMO DEL OPUS DEI

Capítulo 6.- Apuntes para una historia de la “santa coacción”: El “Sodalitium Pianum

Ávila, 5 de mayo de 2006

 

“El terror pánico, sembrado por el Integrismo

mediante sus citadas odiosas armas de la difamación en la Prensa

y de la persecución con las secretas delaciones,

ha llegado a tales extremos

que no solamente falta valor para decir de la secta

lo que tantos dirían si se sintieran libres,

sino que hasta son incontables,

y no precisamente de las capas humildes

y con facilidad dominadas por el miedo,

los que ni siquiera se atreven a dar las gracias

o a enviar un simple acuse de recibo cuando se les remite algún trabajo donde se impugne a los integristas”

D. Maximiliano Arboleya Martínez (1930)

 

Después de hacernos pasar por la “santa intransigencia”, san Josemaría pretende llevarnos a la santidad con un segundo principio: la “santa coacción” (Camino, 387). Antes de entrar en la concepción que tenía Escrivá de la “santa coacción”, me parece conveniente recurrir a la historia buscando los antecedentes. Creo encontrarlos en el “Sodalitium Pianum”, una organización eclesial de tiempos de Pío X. La introducción a su historia puede servirnos para preguntarnos en la siguiente entrega si el Opus Dei es su continuación.

 

El “Sodalitium Pianum

 

Humberto Benigni nació en Perugia el 30 de marzo de 1862, diócesis gobernada en aquel momento por quien más tarde sería Leon XIII. Fue ordenado sacerdote en 1884. Era de temperamento ardiente, hombre tenaz y sacrificado, disciplinado, culto y conocedor de varios idiomas. En 1906 monseñor Gasparri lo eligió como colaborador en la Secretaría de Estado...

 

Benigni tuvo una idea: organizar desde Roma una central de información utilizando en todo el mundo los recursos de la Secretaría de Estado. Le dio forma de agencia desde mayo de 1907, ofreciendo a las redacciones de los periódicos católicos un servicio de noticias denominado Corrispondenza Romana, o simplemente Romana. En principio no tenía carácter oficial.

 

Sucedió que Pío X había publicado la Pascendi y estaba llevando a cabo una sistemática liquidación del modernismo. Benigni incorpora su agencia a las campañas de represión, y de instrumento informativo pasa a ser instrumento de combate. La agencia se convierte en una trinchera. A este primer error se añade otro: crea una ambiente de secretismo, sectario, en orden a una mayor eficacia y concibe el “Sodalitium Pianum”, una red internacional de personas escogidas por su valía y apego a la Santa Sede, que debían constituir una especie de guardia pretoriana del Pontífice. La ejemplaridad de conducta y la transmisión confidencial de noticias serían sus señas de identidad. El Sodalitium, o Liga de san Pío V, llamada en Francia La Sapinière, será una organización religiosa de sacerdotes y seglares bajo la autoridad de la Congregación consistorial con sede en Roma y miembros esparcidos por todos los países. No eran muchos y se consideraban “católicos romanos íntegros”.  Los nombres de los miembros eran conocidos por la Congregación, pero eran secretos para los de fuera.

 

El servicio informativo era doble, uno ordinario, por el cual los miembros comunicaban a la dirección cuantas noticias estimaran oportunas; una vez en Roma se distribuían desde la Secretaría de Estado a cardenales, congregaciones, o al mismo Pío X. Un segundo servicio, extraordinario, a petición expresa de la persona competente, de espionaje y delación. El Sodalitium trabajaba bajo la supervisión del cardenal De Lai, prefecto de la Consistorial y hombre de confianza de Pío X en problemas de disciplina eclesiástica. De Lai revisaba las listas de futuros obispos, vigilaba el cumplimiento de los deberes episcopales y la reforma de las instituciones. En la lucha contra el modernismo era la mano dura. Fue temido, no amado. Aunque Pío X era enemigo de secretos, De Lai vio con agrado el sigilo del Sodalitium. Según el historiador José María Javierre (a quien he seguido hasta ahora), ni Pío X, ni Merry del Val intervinieron de manera directa en el montaje y funcionamiento del Sodalitium (cf. AA.VV. Historia de la Iglesia, coord. Fliche- Martín, vol. XXV (2), Valencia 1991, pp. 413 y ss). En esta interpretación de los hechos, Pío X pudo haber bendecido una obra buena apoyada por De Lai,  asignándoles una pensión de 1.000 liras anuales, pero nunca la aprobó canónicamente ni recibió personalmente a Benigni. No se espió a los obispos ni se utilizó ninguna violencia en su contra. Eso sí, al grupo de Benigni se adhirieron los integristas pendencieros de diversos países. Muerto Pío X se dispersaron los miembros, pero en 1915, con el apoyo del cardenal De Lai, vuelve a funcionar de nuevo hasta 1921, fecha en que fue definitivamente disuelto. Desde entonces Benigni se dedicó al estudio y falleció el 26 de febrero de 1934.

 

Hay más datos y otras interpretaciones. La gravedad de los hechos hace que en una misma Historia de la Iglesia escrita por diversos autores, aparezcan matices e incluso divergencias entre ellos. Para el historiador  Juan Eduardo Schenk (ver la obra citada anteriormente, vol. XXVI (1), Valencia 1979, pp. 55-71), en el Pontificado de Pío X se creó un clima de inseguridad, de acusaciones y delaciones que paralizaban las buenas voluntades. El cardenal Gasparri habla en el proceso de beatificación de Pío X de una “asociación oculta de espionaje, fuera y por encima de la jerarquía, que vigilaba a los miembros de la jerarquía hasta a los mismos cardenales (…) una especie de masonería en la Iglesia”. En sus memorias manifiesta este punto cuando afirma: “Se ha dicho repetidamente, y por desgracia parece cierto, que las denuncias que partían del “Sodalitium Pianum” explican plenamente la actitud de grave reserva que Pío X adoptó al respecto de personalidades eclesiásticas dignas de la mayor consideración. No deseo entrar en particulares (…), citaré el ejemplo de los padres jesuitas, tan mal vistos por monseñor Benigni. El Santo Padre no se hallaba seguro de su ortodoxia, y los consideraba poco menos que infectados por el modernismo”.

 

Según Schenk, Pío X no llegó a estar enterado de todo, aunque conforme pasaban los años de su Pontificado se fue haciendo más intransigente. A partir de 1910 , la constante ansiedad y temor en que vivía le llevó a decir que “lo peligroso del mal permite la aplicación de medios extraordinarios”.

 

Los historiadores se encuentran molestos. Prefieren exculpar al Papa Pío X de aquellas oscuras maniobras. Personalmente creo que las opiniones del cardenal Gasparri, tanto durante el proceso de beatificación de Pío X, y otras en sus memorias escritas para la historia, son de gran valor.

 

Los papeles de Gante

 

Una vez constituido, el grupo entra en acción en toda Europa. Pretenden monopolizar el catolicismo y se pasan la vida dando lecciones de ortodoxia llamando liberales vitandos a cuantos no dan su nombre a la secta (dirá D. Maximiliano Arboleya, a quien sigo a continuación en su libro ya citado sobre el Integrismo).

 

Las circunstancias hicieron posible lo imposible cuando los alemanes descubrieron en casa del abogado Jonckx, en la calle Carlos V, número 100 de Gante, algunos centenares de cartas, memorias, documentos de toda clase, la mayor parte de los cuales llevaban la indicación de “confidencial”,para quemarlo”, “sub sigilo”, pero cuyo texto resultaba en la mayor parte de los casos indescifrable. Requerido por la autoridad alemana el abogado para que revelase las claves de los escritos, entregó un diccionario de pseudónimos empleados en los documentos. Se trataba, ni más ni menos, que del archivo secreto del Sodalitium.

 

Gracias a los papeles de Gante se ha podido reconstruir cómo funcionaba la organización de Benigni. De 1909 a 1914 fue una Sociedad secreta, o mas bien una Federación de Sociedades secretas extendida por toda Europa, con un centro en Roma y otro en Gante. Por las cartas y documentos sabemos que Benigni intervenía directamente en todos los movimientos de la Organización (Quentin, en el lenguaje secreto de la secta). Muy pronto, al lado de la Organización principal surgieron otras: “Las Conferencias de san Pedro” formada por amigos de La Sapinière; una oficina de información que recoge información en el secreto más absoluto; la “Agencia Internacional Roma” encargada de recopilar los mayores secretos, no publicables en la Corrispondenza Romana”; y una Asociación de escritores integristas, que tenía por órgano el boletín secreto “Borromeus”.

 

Los adheridos de todas las naciones – cuenta D. Maximiliano después de leer los originales-, que en 1912 llegaban al millar, no debían revelar a nadie nada de lo que allí pasaba. Sus estatutos se completan con un programa muy largo y detallado, donde se declara que su objeto es denunciar en todas partes, siempre y bajo todas las formas: el interconfesionalismo, el feminismo, la Democracia cristiana, el sindicalismo implícita o explícitamente arreligioso, la manía o la debilidad de tantos católicos por aparecer condescendientes y reformistas, propicios a un optimismo sistemático, etc”.

Los asociados formaban grupos, pero también los hay que trabajan aisladamente. A los más íntimos se les llamaba “Paulus”. Se recomienda con insistencia el secreto a todos los miembros. Los documentos más importantes llevan la indicación “sub sigilo”. Los miembros deben escuchar, hacer hablar a los otros, recabar información y guardar la mayor reserva para así ser eficaces en la denuncia contra todas las artimañas modernistas o modernizantes, aun de los que no merezcan por completo ese nombre. Benigni firma los documentos con trece nombres distintos, Ars, Charles, Arles, etc. Al Papa se le designa con los nombres de Michel, Michaelis, o La Baronesa Micheline. De manera especial el secreto debe ser guardado ante los obispos, de quienes se desconfía siempre y se los llama “Tías” y a los sacerdotes “sobrinos”. Todos los obispos alemanes son sospechosos menos dos. Al cardenal Merry del Val (Secretario de Estado) no se le debe confiar ninguno de los secretos y algunas averiguaciones tampoco deben ser comunicadas al Papa Pío X.

 

Objeto de la organización secreta

 

En su programa, una especie de manifiesto, declaran ser integralmente contrarrevolucionarios, católicos integrales, contrarios al liberalismo religioso y social y a la democracia cristiana. Luchan por la Tradición y la Autoridad. Son enemigos de la Iglesia Católica la secta judeo-masónica y, dentro de la Iglesia, los modernistas y los demo-liberales. Combatirán a los enemigos externos e internos bajo todas las formas, con todos los medios honestos y oportunos. Lucharán sin rencor y sin debilidad o equívoco, “como un buen soldado trata sobre el campo de batalla a todos aquellos que combaten bajo la bandera enemiga”. Señalan los puntos a combatir: la disminución del poder del Papa, la “Cuestión Romana”, el laicismo, el interconfesionalismo, el sindicalismo no religioso, neutro y amoral; lucharán contra toda acción individual o social que no tenga en cuenta la verdadera moral, la verdadera religión, y por tanto la Iglesia; el nacionalismo pagano, el feminismo, la separación de la Iglesia y el Estado; cualquier filosofía, teología o manifestación artística de influencia modernista; el falso misticismo de tendencia individualista o iluminista; la utilización de la Acción Católica en beneficio de posturas partidistas que quieren sacar al clero de la sacristía y dedicarlo a tareas sociales. Y, por último, se declaran contrarios a la debilidad de tantos católicos tolerantes y avergonzados de su fe y pertenencia a la Iglesia (publicó el manifiesto Émile Poulat en 1969; se puede leer en internet, traducido del francés al italiano por los seguidores de Lefèvre http://www.sodalitium.it/Default.aspx?tabid=42).

 

En la práctica el fin perseguido lo realizaron por medio de delaciones. La sociedad no viene a ser, en resumidas cuentas, más que una vasta empresa de denuncias, centralizada por Benigni. “Inquisidores sin mandato”, los llamará el P. Guitton. Los afiliados a la secta se juraban una fraternidad mutua, que recuerda las prácticas de la Masonería.: “Católicos integristas, tened buen ánimo; sed amigos de los bravos, todos por uno y uno por todos. El momento psicológico ha llegado, en el que se va a saber quiénes merecen nuestra confianza, en el que se sabrá quién es un buen hermano y quién es un cobarde y un traidor. Nosotros todos queremos ser no más que buenos hermanos, todos buenos hermanos, nada más que buenos hermanos”.

 

Los informadores se extienden por todas partes. En Asturias el encargado de vigilar e informar era un funcionario de Hacienda. En Alemania la organización tiene un activo agente, cierta Madre Gertrudis y M.H.F.; en Bélgica, M.J. y M.M., en Francia, el abate R. y el abate B.

 

La lista de denunciados se haría interminable, sólo daremos algunos nombres: el cardenal Amette de París, acusado de proteger a los democristianos; el arzobispo de Viena, el de Malinas, varios obispos franceses, los dominicos de la Universidad de Friburgo, el provincial de los jesuitas alemanes, escritores, periodistas, casi todas las Universidades católicas y la mayoría de los jesuitas, llamados “Nazly en el argot de la secta.

 

Las acusaciones son siempre las mismas: defender la aconfesionalidad, tener tolerancia excesiva con los no católicos, halagar a los obreros, fomentar la lucha de clases por medio del sindicalismo, ser liberales, desobedecer al Papa (de la obediencia a los obispos nunca hablan porque la inmensa mayoría “no son de fiar”), apoyar la democracia cristiana queriendo casar dos contrarios, democracia y catolicismo, crear sindicatos obreros junto a los protestantes…

 

Los miembros de la organización fundada por Benigni se creían en la obligación de defender “mordicus” (a mordiscos) la única Verdad de la Iglesia.

 

Los informes secretos

 

Una vez constituido el grupo y hermanado bajo la dirección de Benigni, se trataba de recoger información confidencial y elaborar los informes que más tarde se utilizarían según conviniera. Dos cartas dirigidas a un sacerdote pueden servir de modelo. El 13 de febrero de 1911, recibe el siguiente escrito “muy confidencial”:

 

“Mi reverendo y buen Padre: Uno de mis amigos sacerdote de gran valer, me pide, para Roma, los siguientes informes sobre los miembros del Consejo de Vigilancia y de la Comisión de Censura de las diócesis de T… y de M… 1) Sus nombres; 2) Sus ideas doctrinales; 3) Sus principales actos (Nota muy breve si hay algo saliente) ; 4) Sus publicaciones. Después de haberlas copiado le devolveré a usted las notas manuscritas que me haya confiado y su nombre no será jamás pronunciado; puede estar bien seguro de ello…”.

 

No habiendo recibido contestación, el integrista anónimo vuelve a la carga con otra misiva:

 

“Por delicado que sea el servicio que le pido me conceda, yo no puedo dudar que os sería fácil, aunque sea por segunda mano, reunir informes bastante exactos. En estos momentos en que nos vemos invadidos por infiltraciones modernistas la nota doctrinal es lo más interesante, y creo que es bien fácil adquirirla. Yo cuento, pues, con vuestra buena voluntad para completar la encuesta general o mejor el control general hecho sobre este punto”.

 

Se trataba, opina D. Maximiliano Arboleya (o.c., pp. 74-75), de confrontar y ratificar una encuesta perfectamente detallada de todo el clero diocesano de algún relieve dentro de aquella diócesis.

 

Una vez en Roma el material se clasificaba y la Agencia integrista difundía las delaciones por las naciones interesadas. El “terrorismo de los integristas”, expresión utilizada en 1913 por un diputado belga, actuaba presentando los informes a algún obispo afín. La revista “Mouvement de faits y D. Maximiliano explican el procedimiento:

 

“Ved con qué cuentos de portera es alimentada la curiosidad integrista (…). Informes tomados cerca de los aludidos en esas circulares aseguran que no guardan la menor memoria de los hechos que se les imputan resultando todo ello un monumento de delación”.

 

“Un cualquiera va con estos chismes y cuentos de comadre deslenguada a todo un dignatario eclesiástico, muy adornado de cintajos morados, como observa graciosamente La Civiltà Católica, y ese Monseñor los divulga con seudónimo entre los compinches de las diversas naciones para que, cada cual, en su radio de acción, contribuya en lo posible a la difamación de los tan bellacamente denunciados”.

 

La “santa coacción” en acción

 

Una vez puesta en funcionamiento la maquinaria represora, las gentes del Sodalitium, capitaneadas por Benigni, sembraron el terror por toda la cristiandad europea. Nadie estaba a salvo de la sospecha. Como sucede en gran parte de los casos, la mayoría optó por el silencio, o miró para otro lado. Muy pocos osaron enfrentarse públicamente. Sus voces quedaron silenciadas por la historia. Hemos recuperado dos, la del P. Guitton y la del arzobispo de Albi.

 

El primero se quejaba amargamente de la situación con un diagnóstico certero: “Mientras la Masonería triunfante nos pisotea y nos trata como proscritos, falsos hermanos que se dicen integristas se convierten en denunciadores de todos los hombres celosos que emplean su vida, su fortuna y su inteligencia en el servicio de Jesucristo y de su Iglesia (…). Esta persecución de los nuestros es más dolorosa, y sobre todo, más perjudicial, que la de nuestros enemigos. Si los católicos hubieran comenzado antes a fundar sindicatos, el socialismo no se habría apoderado de nuestras poblaciones obreras”.

 

Merece la pena que nos detengamos un momento con el segundo. No fue el único que tuvo la osadía de enviar informes a Roma. Otros obispos y cardenales denunciados por los integristas hicieron llegar sus protestas. El arzobispo de Albi, Mons. Mignot, tuvo la originalidad de enviar una memoria extensa dirigida al recién nombrado Secretario de Estado, cardenal Ferrata, nada más ser elegido Papa Benedicto XV. (La resumo respetando entre comillas y cursiva las citas literales):

 

Tras una breve introducción, expresa la fidelidad de la Iglesia de Francia a la Santa Sede. “Por eso –continúa- nos ha causado pena, en estos últimos años principalmente, el ver no sólo a nuestros hombres de Estado, los más moderados y mejor dispuestos, sino a la gran mayoría de los católicos franceses, tachados de sospechosos y echados a un lado por gentes sin mandato. Parece – sigue diciendo- , que sólo se quiere confiar en energúmenos sin influencia en el país, gente poco profunda que descalifica y trata de dudosos a hombres honrados. Semejante actitud ha llenado de amargura y desaliento el corazón de estos servidores tan abnegados. Periodistas, diputados, apóstoles generosos han sido maltratados por escritores privados de autoridad que se declaran sin cesar amigos de Roma. “Si se continúa persiguiéndonos así -le decían al arzobispo de Albi un grupo de seglares-, nos será forzoso abandonar la defensa de los intereses católicos y retirarnos a la soledad y la paz de nuestros hogares, contentándonos con lo estrictamente necesario para permanecer fieles a nuestros deberes”.

 

Estas gentes han abusado y con un poder secreto pretenden imponer su voluntad a obispos, generales de Órdenes, clero secular y regular. “Este poder irresponsable, anónimo y oculto, disponía de dos medios para reducir a los que rehusaban inclinarse delante de sus caprichosas exigencias: La prensa y la delación (…). Bajo la apariencia de una intransigente y feroz ortodoxia, sus redactores no satisfacían de ordinario más que rencores personales. Parecían no tener otra tarea que desacreditar a los mejores apóstoles. En Francia no había nadie que quisiera fundar algo nuevo en medio de tantas enormes dificultades “a quien estos libelos no abrumase con sus críticas y sus injurias”. Católicos meritorios han sido “arrastrados sobre las zarzas y tratados como traidores a su fe. A los obispos que rehusaron aprobar estos procedimientos no se les perdonó jamás”.

 

Acusa a los periodistas sin escrúpulos de haber establecido una “tiranía” creando entre los fieles un verdadero “terror” que se manifiesta con frecuencia en el desaliento y el abandono de la lucha. Acusa a Benigni de ser un ambicioso que vio frustradas sus aspiraciones bajo el Pontificado de León XIII. Insiste en que los métodos de intimidación extremos causan gran confusión y son “una obra nefasta, porque fue obra de división realizada por la maledicencia, por la calumnia, por un olvido total de las reglas elementales de la caridad cristiana y de las consideraciones debidas tanto a los católicos meritorios como a la autoridad episcopal”.

 

Estas gentes “ariscas” han impedido la acción de hombres que se proponían extender la influencia de Jesús en las sociedades. “Un cardenal italiano, ilustre por su virtud y su ciencia, a quien se le dijo un día que estos escritores tan pródigos de consejos y de críticas, no hacían nada positivo, replicó indignado: “¿Cómo que no hacen nada, si están a punto de destruirlo todo?” (…).

 

“Han tomado en la Iglesia un lugar bien importante. Se arrogan el derecho de juzgar, desde la cumbre de su incapacidad, a todos aquellos sacerdotes, Obispos, y aun al mismo Papa, que no consienten sufrir en silencio su dictadura. Han usurpado las funciones de la Iglesia docente con el más grande perjuicio para las almas, a las que han desorientado para la disciplina, por ellos debilitada, y para la doctrina, que han desfigurado frecuentemente porque la ignoraban” (…).

 

“En un gran número de diócesis de Francia y del Extranjero pareció organizarse un sistema de espionaje. Los Obispos, los sacerdotes, los hombres de acción, los rectores y profesores de Universidades católicas, eran vigilados. Se denunciaban sus escritos, sus discursos, sus menores palabras, a las publicaciones de la camarilla o a la autoridad suprema. Estas denuncias, nosotros lo sabemos, eran frecuentemente secretas y anónimas, pero testimonios dignos de fe han revelado que venían casi siempre de laicos desequilibrados, de sacerdotes que habían tenido dificultades con sus superiores, o de religiosos perturbados que servían a mezquinas pasiones de partido o a envidias de cuerpo (…). La víctima no tenía más remedio que inclinarse, porque defender su inocencia contra un calumniador anónimo y secreto le era imposible”.

 

Terminemos con la memoria del arzobispo de Albi. Llega a decir que el “poder oculto” se alaba de nombrar incluso a los obispos. Y que se tiene la sospecha de dos pesos y dos medidas en la Iglesia: extrema severidad con los grupos más abiertos e indulgencia con los integristas. En este punto hace referencia a los jóvenes “sillonistas”, un grupo numeroso que pretendía crear un catolicismo liberal de izquierdas; fue condenado y, obedientes, se disolvieron.

 

Benedicto XV

 

Ante Benedicto XV aparecía una doble tarea: pacificar la Iglesia y pacificar Europa. Al día siguiente de su elección – cuenta Schenk- con ocasión de recibir al cardenal Pietro Maffi, arzobispo de Pisa perseguido por el Sodalitium, le aseguró que “el tiempo de las delaciones había ya terminado”. De igual modo se expresó ante el cardenal Ferrari, otro de los perseguidos. Si bien seguía con sus actividades secretas, Benigni dejó de pasar informes confidenciales al Papa. Éste desconfiaba y Benigni le tenía una viva antipatía. El cardenal Gasparri, testigo de excepción, cuenta en sus memorias un detalle revelador: “Monseñor Benigni, en un viaje a París acudió a visitar a monseñor Baudrillart, rector del Instituto católico de París, quien posteriormente me contó que Benigni, muy imprudentemente, le había dicho que sentía una viva antipatía hacia el Papa Benedicto XV y hacia el cardenal Gasparri. El Papa y el cardenal están conduciendo la Iglesia a su ruina. Pero esto no será por mucho tiempo, pues la salud del Papa, afortunadamente, no es nada buena y no puede dudarse de que su sucesor cambiará totalmente de rumbo”.

 

A los dos meses de recibir la memoria del arzobispo de Albi, Benedicto XV publica su primara encíclica. Escribe: “Nos procuraremos resueltamente que cesen las disensiones y discordias que hay entre los católicos y que no nazcan otras en lo sucesivo”. Además del llamamiento a la unidad invita a todos a someterse a la autoridad del obispo y pide que ninguna persona privada se tenga por maestro en la Iglesia. Para disgusto de los integristas, también confirma la doctrina social de León XIII.

 

El cardenal Gasparri nos cuenta en sus memorias que la Sagrada Congregación Católica fue informada de todos los movimientos del Sodalitium y disuelta mediante carta del 25 de noviembre de 1921, en cumplimiento del canon 684 del Código de Derecho Canónico, donde se prohíben las asociaciones secretas; la orden fue hecha efectiva el 8 de diciembre del mismo año. En la carta se dice textualmente que, “habiendo cambiado las circunstancias, parecía conveniente la disolución del Sodalitium”. El mismo cardenal había colaborado en su redacción y esa frase se puso “por respeto a las precedentes aprobaciones obtenidas por el Sodalitium de parte de Pío X y del cardenal De Lai (…). No cabía admitir por más tiempo la existencia de una asociación cuya finalidad era el espionaje y, además, por encima e independientemente de la jerarquía”.

 

Mutaciones

 

Según los historiadores y el mismo cardenal Gasparri, Benigni aceptó la orden y disolvió la asociación. Esto no es del todo cierto, pues nunca llegó a desaparecer. Terminada la gran guerra y con la proliferación de partidos demócrata cristianos volvieron los ataques y las denuncias. En el número de Mayo de 1927, la revista belga Le Mouvements de faits titulaba: “El Integrismo reaparece”. A través de diversas mutaciones el integrismo había preparado el camino a la “Acción francesa”, condenada posteriormente y más tarde rehabilitada por el Papa. Dos circulares o comunicados dan a conocer su posición, apoyando la Acción Francesa e interpretando la condena vaticana:

 

“La sola fuerza humana, el único escudo de que disponemos en Francia contra el triple peligro –y bien inminente- de que estamos amenazados: la revolución, la invasión… y la persecución religiosa”. A continuación, afirman que quien ha dirigido la mano del Papa obligándole a firmar la condenación no ha sido tanto la protestante Alemania como la influencia judía: “En cuanto al golpe romano que acaba de caer sobre la Acción Francesa, no se necesita ser muy perspicaz para descubrir en él las trazas de la influencia judía (…). Se deja invadir por una multitud intrigante de convertidos judíos, da alientos a Internacionales más o menos blancas (se refiere a la Internacional demócrata cristiana), sin caer en la cuenta de que éstas son los trozos de la serpiente hebrea dispuestos a unirse y que  pretende confiscar todas las Obras sociales, surgidas de la iniciativa privada de los católicos, para internacionalizarlas en las manos de los RR. PP. Jesuitas; y de todo esto es el judío quien saca provecho, a expensas de la Cristiandad”.

 

Como tienen una tendencia permanente a querer cambiar la realidad a través de la política, crearon al principio su propio partido político. Tras su fracaso se hicieron carlistas en España, fascistas de Mussolini en Italia y franquistas en España.

 

En 1950 vuelven a organizarse en Francia alrededor de la revista “La penseé catholique . Cuando salió el primer número, en 1946. muchos pensaron en la reaparición del catolicismo intransigente y antimodernista. Y así fue. Los cuatro fundadores de la revista, entre los que se encontraba Lucien Lefèvre (1895-1987), se conocieron cuando eran estudiantes en Roma. Proponían una educación intransigente que se definía negativamente: antiliberalismo, antilaicismo, antimodernismo y antisillonismo. Exigían la aplicación total de la verdad católica, en particular lo que concierne a las relaciones de la Iglesia y el Estado y el lugar social que se debe reservar a aquella. Eran partidarios de la unidad de todos los católicos en un mismo partido político, a fin de obtener un poder político susceptible de cambiar las leyes laicistas emanadas de la Revolución francesa. Francia debe volver a ser católica. Habían quedado traumatizados por la condena de la Acción Francesa y querían recuperarla para su causa. Según ellos, consiguiendo el poder político, donde se juegan los principios, podremos de nuevo volver a ser una nación católica (para más información http://www.catholica.presse.fr/decouv-23-1.html).

 

Los seguidores de Lefèvre rechazaron el Concilio Vaticano II y siguen sin reconocer a los últimos Papas. Consideran vacante la Sede de Pedro. Juan Pablo II excomulgó a Lefrève cuando ordenó sacerdotes. En 1985 cuatro de ellos se separaron creando una nueva organización, la cual publica una revista llamada “Sodalitium”. El actual Papa Benedicto XVI recibió en audiencia al sucesor de Lefèvre y nombró una comisión de diálogo con ellos. Entre sus miembros se encuentra Darío Castrillón, cercano al Opus Dei, y el cardenal Herranz, miembro de la Prelatura.

 

En una palabra, el integrismo es un virus mutante, con diferentes formas y presentaciones. Está presente en la Iglesia desde la Revolución francesa. Desde entonces, la diferente forma de enfrentarse a la Modernidad, ha dividido a los católicos.

 

Reflexión con pregunta

 

Al terminar la exposición debo manifestar mi dolor ante el contenido de las líneas precedentes. El mismo malestar han debido de sentir los historiadores católicos a la hora de relatar los hechos. Unos prefieren silenciarlos, otros los cuentan de pasada, dejando claro que con la prohibición del Sodalitium por parte de Benedicto XV, la secta se desintegró por completo y aquello no fue sino una mala noche de la Iglesia. Pero los hechos se empeñan en desmentirlo. El integrismo siguió adelante, se recompuso de mil formas diferentes y a mediados de los años 20 del siglo pasado actuaba de nuevo, acusando, entre otros muchos, a D. Maximiliano, quien tuvo que acudir a Roma para defenderse (cf. Domingo Benavides, El fracaso social del catolicismo español, Arboleya Martínez 1870-1951, Barcelona 1973, pp. 417-477).

 

Según el historiador Hubert Jedin, tuvimos que esperar hasta la llegada de los exhaustivos trabajos de Émile Poulat, para llegar a conocer toda la verdad. En su libro Intégrisme et catholicisme integral (Tournai 1969), demuestra la inconsistencia doctrinal del Sodalitium, el escaso número de sus miembros (no superaba los 50), y el mal que causó a la Iglesia. Entre muy pocos consiguieron sembrar el terror en la Iglesia católica, dividieron a los católicos, se organizaron como una secta, difamaron, calumniaron y denunciaron. Y todo lo realizaron con la aprobación del Papa Pío X. La realidad era mucho más modesta y al mismo tiempo mucho más oficial de lo que ellos mismos hicieron creer. Siendo pocos, estaban bien organizados y tenían abundantes contactos, aunque en ocasiones también surgían profundas diferencias de criterio entre ellos. Los escasos miembros del Sodalitium, además de buenos contactos, tenían una buena red de simpatizantes, que transmitía la sensación de ser muchos. El Papa apoyó La Sapinière, conoció la actividad de su fundador, la aprobó y estimuló. Benigni lo informaba a diario a través de monseñor Bressan y el mismo Papa le encomendaba la elaboración de informes y encuestas secretos. Personalmente respaldó una especie de policía secreta eclesiástica, que hoy día nos repugna. Se mostró complaciente con la “Acción Francesa”, el grupo de extrema derecha dirigido por Charles Maurras, amigo de los integristas en su afán por desbancar a la democracia cristiana. Estaban convencidos – y Pío X les daba la razón-, de que la religión fundamenta el orden social y que si se quieren resolver los problemas sociales y políticos fuera del control de la Iglesia se perdería la “civilización cristiana” (cf. Hubert Jedin, Manual de Historia de la Iglesia, VIII, Barcelona 1988, pp. 651 y ss.).

 

A mi entender, hay algo todavía más grave: El totalitarismo se había incrustado en la Iglesia. En el corazón del Vaticano, con el Papa a la cabeza, se habían aceptado y promovido las ideas totalitarias con todo lo que esto supone. En aquellos años, las organizaciones secretas y sus formas de funcionamiento se habían infiltrado en el Vaticano. También las instituciones sectarias. Y la coacción, el terror y las purgas. A propósito de estos años, M. Trevor ha llegado a hablar de “la era estaliniana del Vaticano” (cf. Roger Aubert, en AA.VV., Nueva historia de la Iglesia, V, Madrid 1977, pp. 199 y ss.).

 

La mayoría de los historiadores dan por zanjado el asunto con la desaparición del Sodalitium. A la vista de los hechos, yo no estoy tan seguro. La Iglesia, desgraciadamente, se había visto involucrada en el mal del siglo XX, el totalitarismo. Una vez dentro, no es tan sencillo erradicar el error. La medida de Benedicto XV en contra del Sodalitium era necesaria, pero un decreto no borra de las mentes las malas artes aprendidas. Los seguidores cismáticos de Lefèvre siguen reivindicando la figura de Pío X y la memoria del Sodalitium.

 

Por eso termino estas líneas con una pregunta:

El Opus Dei, ¿es una continuación del Sodalitium Pianum?

 

Ávila

(Continuará, si Dios quiere)

 

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