LA VOZ DE LOS QUE DISIENTEN

Apuntes para san Josemaría

Isabel de Armas

 

CAPÍTULO V

APUNTES SOBRE LOS SACERDOTES

 

 

Controladores de almas, no maestros

 

Desde Barcelona me escribe un empresario que durante años fue asociado numerario del Opus Dei. Hijo y nieto de empresarios de la misma empresa, es ingeniero y filósofo, y muestra su enganchadera intelectual, cuando, entre otras muchas cosas, su carta dice:

 

[...] Si lo que ellos llaman vida interior sigue siendo lo que hacíamos en mis tiempos, es una mezcla de masoquismo de inmolación individual y repetir y repetir frases de Escrivá. Muy pocos conozco yo con inclinación mística, con tendencia a la contemplación -a pesar de aquello de que éramos «contemplativos en medio del mundo»-, porque ésta, como prueban con sus vidas todos los meditadores, requiere una relajación, una despreocupación del mundo exterior, que es todo lo contrario del trajín que uno se trae en el Opus. Para mí, dada la orgía de realizaciones externas, los de la Obra han dejado por una parte de pensar, si es que alguna vez hubo quien lo hizo, en el sentido propio de la ocupación, y por otra de adentrarse en el misterio de la trascendencia, que es lo suficientemente profundo como para no poder resolverse con fórmulas estereotipadas o hipótesis colectivas. Yo me pregunto, ¿cuántos pensadores, filósofos o humanistas de categoría hay en el Opus Dei? Hay, sí, muchos catedráticos, sobre todo en ciencias y tecnología, pero en humanidades y ciencias sociales los que había se han marchado o han hecho el pacto de no volver a pensar por su cuenta. Son repetidores de doctrina, censores de pensamiento, y no pocos están, psíquicamente, muy desequilibrados a fuerza de reprimir su inteligencia. Aunque, bueno, la mayoría funciona por la vía de la adhesión emocional y, por tanto, son fanáticos y sectarios.

 

Desde un asentamiento vital del todo distinto, un sacerdote diocesano -durante más de veinte años fue numerario y sacerdote numerario-, me escribe: «[...] Sus conocimientos de teología le han llevado a admirar a los autores místicos. Estoy de acuerdo con usted cuando expone que Escrivá y los sacerdotes de la Obra, pésimos directores de almas y buenos controladores de éstas, no hablaron nunca de experiencias como "la noche oscura del alma"; según ellos, en la vida espiritual todo era coser y cantar con tal de que se cumplieran las Normas y los demás reglamentos: ¡absurdo!».

Como contraste, traigo a estas páginas la opinión de un amigo, vital y divertido, que en sus años jóvenes estudió la carrera de Derecho en la Universidad de Navarra y que en la actualidad se dedica, como él mismo dice, a «hacer dinero»:

 

A mí el mundo intelectual me parece una cosa lejanísima y para iniciados, aparte de que los que yo conozco son gente incapaz de hacerse cargo de la realidad. Yo diría que el Opus hoy está, sobre todo, en el mundo de los ejecutivos, de los burócratas, de los que hacen funcionar las cosas, y no les he oído más ideales que los de estrategia y pragmatismo. Son expertos en apoderarse en silencio de una empresa, de una operación, y sobre todo tienen una virtud fundamental para todo esto, y que yo les admiro. Se trata de que son discretísimos, y eso les da una gran ventaja entre tantos voceras como hay por ahí.

 

Al meollo de la cuestión creo que se aproxima bien jacinto Choza, catedrático de Filosofía de la Universidad de Sevilla y que durante muchos años fue numerario del Opus Dei, cuando escribe en Themata, revista de esta universidad:

 

[...] A propósito de la creación artística, Kant ponía el ejemplo de la diferencia entre una recta trazada con regla y otra a mano alzada. En la trazada con regla, el pensamiento y la mano han confiado todo su saber y pericia a un instrumento, la regla, que será la responsable y encargada de que la línea trazada sea verdaderamente recta. Si no lo es, la «culpa» es de la regla, o de algún movimiento fortuito que estorba el proceso del trazado. Cuando se hace a mano alzada, el pensamiento y la mano no hacen abdicación de su saber y su pericia en ninguna herramienta. Es el conocimiento de lo que es una recta y la pericia manual los que se están ejerciendo en cada momento, de manera que los responsables de que la recta salga bien son ellos, el pensamiento y la mano. Si un movimiento brusco o cualquier otra cosa altera el proceso, el pensamiento y la mano pueden corregirlo. En cada segmento de la línea a mano alzada está presente y se percibe la actividad personal de quien la ha trazado. Y ésa es la nobleza y el valor que le reconocemos a las cosas hechas a mano actualmente, en una época de proliferación de las herramientas1.

 

1 Thémata 30 (2003).

 

Una línea recta se puede trazar a mano alzada o mediante una regla. Una regla sirve para trazar rectas de un modo perfecto y rápido, pero no para trazar otro tipo de líneas que resulten necesarias en un proyecto.

Para el profesor Choza, una regla es una institución. «Las instituciones -dice- son procedimientos que se han mostrado fructíferos y útiles a la hora de hacer algo, y que cristalizan para asegurar la permanencia de esa eficacia y utilidad. Son conjuntos de normas con las que se han logrado determinados resultados, o con las que se quieren lograr.» «Las instituciones -añade- existen para la eficacia de las realizaciones. Pero al tener como objetivo la eficacia de la ejecución pierden el aliento moral, la inspiración espiritual que tenían cuando su logro era el único fin y el ideal de la acción. Una regla existe para trazar muchas rectas de un modo perfecto y rápido. Y las rectas trazadas así son perfectas y rápidas. La recta a mano alzada es imperfecta y lenta, pero en cambio es querida por sí misma en cada uno de sus segmentos. »

«Las instituciones -concluye Choza- sustituyen la razón práctica, cuya tarea es descubrir ideales, formularlos y proponer su realización, por la razón técnica, cuya tarea es alcanzar los fines preestablecidos de un modo certero y rápido. Por eso la disciplina es la virtud de la razón técnica. Lo que se elogia en un ejército disciplinado es su capacidad de ejecutar las órdenes por problemáticas que puedan parecer. La tropa está para ejecutar las órdenes, no para discutirlas. Para eso están los hombres del estado mayor.»

Para unos, la recta trazada con regla es suficiente, sin embargo otros necesitan, consideran imprescindible, el hacer la recta a mano alzada, para llevar a cabo una obra de arte personalizada y lo más perfecta posible. Si pensamos en términos de eficacia, pura y dura, la regla es utilísima y más que suficiente; quienes la manejan piensan que el apostar por el trazo a mano alzada no pasa de ser una sutilidad. Para los primeros, los controladores bastan; los segundos precisan de auténticos maestros y poner los cinco sentidos en la tarea que se traen entre manos.

Heteronomía y autonomía es el título de un escrito que me envía un profesor universitario que fue numerario del Opus Dei desde principios de 1970 hasta mediados de 1990 (lo escribió poco antes de despedirse):

 

Una consecuencia -y muy grave- de este sistema de concreciones formales, sociohistóricas, del espíritu de la Obra ha sido que sus miembros funcionen de modo heterónomo en muchos ámbitos de su vida.

La gente con la que convivimos se da cuenta de que los nuestros actúan muchas veces no según sus íntimas convicciones, sino según otras instancias ex­ternas, que asumen como pueden porque no tienen más remedio. Y esto no solamente ocurre en las relaciones con los demás, sino también en la propia vida interior. Entre los nuestros son muchos los que se juzgan según una serie de formalidades establecidas, pero sin una auténtica interioridad. Por ejemplo, en el trato ordinario, se funciona según lo «previsto»; es decir, si algo está previsto, se hace; pero, si no lo está, ni se pasa por la cabeza hacerlo, aunque sea una manifestación necesaria e importante de la fraternidad. En una palabra, nuestra vida está guiada por criterios -heteronomía-, no surge de auténticas virtudes -autonomía.

Esta heteronomía lleva a que las relaciones entre los directores y los dirigidos sean desconfiadas. Es decir, los directores funcionan como si no se fiasen de la rectitud del criterio de los dirigidos o de sus virtudes para vivir rectamente. Por eso se dan continuamente montones de indicaciones, criterios, concreciones sobre cómo vivir las cosas; se establece que un numerario debe consultar todos sus asuntos propios, y los directores deciden por él (aunque el interesado tenga que hacer suya la indicación que le hagan). Esto, además, está agravado por el hecho de que, muchas veces, los directores sólo han tenido trabajos internos, o una muy limitada experiencia profesional, o han vivido una buena parte de su vida encerrados en Roma, de ahí su insuficiente conocimiento de las exigencias actuales de la sociedad en que vivimos.

La combinación de esos dos aspectos (consultar todo y control de las actuaciones concretas) da lugar a un proteccionismo que, en mi opinión, origina que el carácter de muchos tienda a la inmadurez, al infantilismo, y que corran el peligro de convertirse en flores de invernadero o en puras marionetas.

Esta falta de cultivo de una auténtica intelección de cómo son las cosas, y el control práctico a que son sometidos, ha llevado a que, en muchos sectores de la sociedad, se considere a la Obra como una secta.

 

Otro interesante escrito habla de «formalismo en la dirección espiritual». El autor, filósofo de profesión, en la actualidad casado y padre de dos hijos, fue numerario durante muchos años y dejó de serlo en 1995. Transcribo en estas páginas una versión resumida:

 

Me parece que, muchas veces, la dirección espiritual en la Obra es meramente externa, pues no hay un auténtico conocimiento de las personas, ni puede haberlo, puesto que no hay amistad entre ellas ni auténtica confianza. La llamada «charla» suele hacerse casi siempre hablando de cuestiones externas (del cumplimiento de las normas, criterios, etc.), pero sin que haya una auténtica comunicación de lo que uno piensa, lleva en el corazón, le ilusiona, etcétera.

Además, con frecuencia sucede que el interesado no es capaz de hablar con claridad, porque el utillaje conceptual que tiene para examinarse es puramente criteriológico. Por eso, el mismo interesado sólo habla de cuestiones formales y externas, y ni se atreve a enfrentarse decididamente con los temas de fondo, o con la auténtica adquisición de virtudes, o con la formación del carácter, etcétera.

Quizá más decisivo aún es que el director actúa según los criterios dados, sin atender directamente a la realidad de lo que está sucediendo, con quién está hablando. Por eso, tantas veces se dan consejos «mecánicos»: lo que hay que decir en tal caso, el libro que se ha recomendado en general que todos lean... Por desgracia, en la dirección espiritual no se tiene en cuenta a la persona singular -lo personal no encaja en los criterios-, sino el colectivo.

En cuanto a los medios de formación, los contenidos no se han actualizado durante años y años. Incluso los ejemplos y anécdotas que se cuentan son los mismos y con frecuencia se utiliza una retórica manida -y vacía- en torno a la maravilla de todo lo que haga referencia a la Obra, lo ideales que son nuestras cosas, la felicidad de estar junto a un santo, etc. Esto hace que tales medios de formación sean extraños a mucha gente, o, mejor, sólo conecte con ellos un sector muy definido de la sociedad actual.

 

 

No querían ser «curas de granja»

 

A muchos lectores les ha llamado la atención, de forma especial, el modo en que se lleva a cabo la dirección espiritual dentro de la Obra, y, sobre todo, el gráfico ejemplo de «los curas de granja». Reproduzco aquí el párrafo que ha suscitado múltiples y variados comentarios:

 

«Nos faltan auténticos maestros de vida interior» -decía una numeraria que dijo adiós a la Obra después de veinte años de militancia-, Y remontándose a sus raíces rurales, comentaba preocupada: «En estas últimas generaciones, todos los sacerdotes que han ordenado son curas de granja; parece que los han alimentado con el mismo pienso compuesto y todo lo que transmiten sabe igual, no aportan nada de cosecha propia. Es como si les faltara intensidad espiritual; necesidad de seguir en la búsqueda infatigable de una última verdad, porque ya están en la verdad. Tiran de nota, de ficha estándar, de frase hecha, y ahí está la respuesta para cualquier problema vital».2

 

2 I. DE ARMAS, Ser mujer en el Opus Dei, Madrid, Foca, 2002, p. 239.

 

Entre las comunicaciones recibidas, he elegido tres escritos que me parecen especialmente esclarecedores y significativos. El primero es de un sacerdote ex numerario, de 46 años; el segundo es de otro sacerdote ex numerario, de setenta y pocos años y psicólogo de profesión; y el autor del tercer escrito es un sacerdote numerario profesor de Teología de la Universidad de Navarra. Al leer el texto de este último autor, el lector, posiblemente, se preguntará cómo llegaron a mí unas páginas tan críticas de un socio tan comprometido. Este impresionante documento me lo hizo llegar un profesor de Filosofía al que le pareció que me podría interesar el conocerlo3.

 

3 A. Ruiz Retegui, op. cit., en Opuslibros.org. Antonio Ruiz Retegui estaba a punto de irse de la Obra y con su carta de dimisión iba a adjuntar un escrito, «Lo teologal y lo institucional». El documento llegó a mis manos a través de un ex numerario íntimo amigo suyo, y sólo unos pocos lo conocían entonces. Hoy ya son muchos quienes han tenido ocasión de leerlo en la página de internet «Gracias a Dios nos fuimos».

 

Se trata de 41 folios, finalizados de redactar en febrero de 1999, en los que el mencionado sacerdote numerario hace un serio y profundo «repasón» al Opus Dei desde dentro: a gobernantes y gobernados; a las tentaciones de un gobierno asegurador; a la absolutización de lo institucional y, al tema que ahora mismo nos interesa, el papel que han de desempeñar los directores espirituales y confesores de la institución. El autor, de cincuenta y tantos años, cuando escribió este documento pasaba por una seria y definitiva crisis. Poco tiempo después sufrió un infarto cerebral y falleció, casi repentinamente, en los comienzos del año 2000. En fin, tras resumir esta triste historia, paso a citar los textos de los tres sacerdotes que, por diversos motivos, se negaban a convertirse en «curas de granja».

El primero escribe:

 

[...] En efecto, fui sacerdote numerario de la Prelatura Personal Opus Dei, es decir, fui uno de esos «pollos de granja», alimentados con el mismo «pienso compuesto», que usted con acertado sentido del humor presenta en su libro. Y precisamente porque mi vivencia sacerdotal me llevaba a rebelarme contra esa condición de «pollo de granja», pedí la salida de la Obra y actualmente soy sacerdote diocesano. Mucho más podría escribirle acerca de mí, pero, dada la breve extensión que ha de tener la presente carta, de momento creo que es suficiente con lo que le cuento [...],

 

Del segundo escrito, destaco lo que me parece más significativo:

 

[...] El estilo característico del Opus Dei -gradualmente acentuado a partir de los años sesenta- en lo referente a la orientación o dirección espiritual, aunque predominantemente cordial en la forma, era destacadamente directivo y claramente autoritario en el fondo. Las múltiples normativas que integraban su Reglamento interno, en el que están previstos múltiples detalles en las diversas áreas de la vida, se transmiten al pie de la letra, una y otra vez, semana tras semana, a sus socios. A la hora de ejercitar la dirección espiritual o de ofrecer medios de formación cristiana a los laicos, que sin ser socios de la institución buscan en ella apoyo espiritual, aquellas normativas experimentaban, indudablemente, adaptaciones y atenuaciones, pero el estilo acentuadamente directivo permanecía en la influencia que ejercitaban sobre estas personas tanto los laicos como los sacerdotes del Instituto. Eran sólo una pequeña minoría aquellos que, dentro del Opus Dei, se distanciaban o al menos amortiguaban este estilo. Pienso que yo me mantuve básicamente independiente en este punto, dentro de lo que era factible. Ello me condujo a que la mayoría de los años de mi permanencia en la institución debí ser considerado por sus directivos y por los socios típicos como una persona no segura, a la que había que vigilar, y corregir de vez en cuando respecto a sus desviaciones [...].

 

Al tercer escrito le dedico mayor extensión, porque es el más explícito al expresar muchas de las mismas cosas que los dos anteriores también dicen:

 

[...] No es raro que personas consideradas como buenas «formadoras» o muy «apostólicas» sean muy inseguras o débiles de fondo. En realidad son personas que viven a nivel superficial, aunque trabajen mucho y sean muy solícitos en su tarea de detallar mucho las cosas y de lograr información concreta sobre las personas. Pero se trata de una labor insegura que no alcanza el fondo de los corazones. Y no es infrecuente que llegue un momento en que esas mismas personas se encuentren vacías y sin un sentido claro de su existencia, pues advierten que han gastado sus años en cumplir las consignas que se les daban y en poner por obra unas habilidades o destrezas bastante superficiales.

Las personas formadas según ese modelo, para que puedan responder a lo que se les dice, han sido despojadas previamente de sus capacidades propias de advertir la realidad y de darle una respuesta personal. Los sentimientos, que son el lugar del entronque del ser humano con la realidad del mundo en que vive, son vistos con desconfianza, de manera que, más que formarlos, se pretende anularlos. De este modo ya se puede confiar toda la orientación para actuar según las indicaciones de la autoridad, que entonces podrán seguirse sin trabas. [...]

Análogamente, en la llamada «dirección espiritual», ésta se limita a vigilar la puesta en práctica de las normas de acción concretas, sin llegar a las disposiciones y al ejercicio de las capacidades más profundas del alma. Los que dirigen ya no son tanto personas que velan por la riqueza del espíritu de fondo, o por el logro de los fines, que casi desaparecen de la mirada, cuanto por el cumplimiento de reglamentos y normativas concretas. Por eso, no es necesario que esas personas tengan las especiales condiciones que siempre se han considerado necesarias para dirigir espiritualmente a otros: ya no se precisan tanto maestros de oración, cuanto buenos administrativos que apliquen con rigor las normas establecidas por las autoridades. [...]

En consecuencia, a los que gobiernan se les aplica la responsabilidad de mantener el orden previsto entre las personas, pero sin que ese orden tenga la hondura de un «espíritu» vivido, o del cumplimiento del ideal, sino únicamente un carácter disciplinar un tanto externo. No se mirará tanto la «calidad» de los medios de formación, cuanto la vigilancia por el cumplimiento de las indicaciones concretas establecidas. Esto conduce inexorablemente a una transformación de la naturaleza de la unidad, que queda reducida a la unidad mecánica de una disciplina rígida, en la que la dimensión «humana» resulta confiada exclusivamente a unos detalles externos, muy materiales y sensibles, pero no al respeto real a las personas y a su capacidad de conocer y de formarse opiniones por sí mismas.

Esto se trata de fundamentar a veces en la afirmación de que cuando se obedece a estas indicaciones la vida interior progresa automáticamente. Es como si se pensara que esos actos han de tener una eficacia cuasi sacramental. Pero no debe olvidarse nunca que incluso en los sacramentos, que sí tienen eficacia ex opere operato, ha de buscarse no sólo el acto ritual, sino la gracia de Cristo. De hecho no es raro encontrarse con personas que son muy puntillosas en el cumplimiento de las normas, pero que en verdad carecen de vida interior. Igualmente hay personas que cuidan mucho los detalles relativos a una fraternidad puramente externa, pero escuchan y comprenden poco a las personas, concretas.

La unidad que resulta es una forma de unidad degradada, que ya no es la unidad propia de personas singulares que tienen, cada una, una inteligencia y un corazón propios, sino la unidad de una disciplina férrea, en la que el aspecto humano es confiado exclusivamente a los modos edulcorados de intervenir, y a los detalles de atención a los aspectos materiales y corporales.

En cierto modo, la dirección espiritual se limita a una recopilación de datos sobre las personas para proporcionarlos a la autoridad, que de este modo puede alegar siempre que tiene «más datos». Se convierte entonces en algo esencial el hecho de que los datos que se conocen en la dirección espiritual se puedan y se deban comunicar a los que gobiernan.

Al mismo tiempo, los que han de impartir la dirección espiritual se ven forzados a abdicar de su conciencia para ser simplemente transmisores de las indicaciones de los que gobiernan. A quienes tienen el encargo de la dirección espiritual se les advierte que su misión no es tanto comprender a las personas, cuanto transmitirles enérgicamente las indicaciones que vienen «de arriba». Si alguien adujera que ha dado consejos según las normas morales generales y su propia conciencia, será advertido de que las respuestas «correctas» a las personas en cualesquiera situaciones están ya perfectamente determinadas por la propia institución a través de ciertas normas que han de considerarse universalmente válidas, y de las indicaciones de los que gobiernan.

Esto supone, sin duda, una confusión peligrosa entre el fuero interno, propio de la dirección espiritual, y el fuero externo, que corresponde al gobierno. Así, en no pocas ocasiones, quienes han de ejercer la dirección espiritual se sienten violentados en su conciencia y no se encuentran capaces de secundar las determinaciones que reciben. Quizá la raíz de esa confusión se encuentra en el hecho de que quien gobierna pretende siempre situarse en posición privilegiada, aduciendo que tiene «más datos» que nadie, incluyendo sobre todo los datos sobre la conciencia de las personas. Pero también es muy posible que quien tenga esos datos, incluidos los de conciencia, conozca poco a las personas. En efecto, las personas en cuanto tales no se pueden conocer principalmente a través de datos, sino que han de conocerse en la conversación libre y en la vida misma, y en un ambiente en el que las opiniones personales son dificultadas y sustituidas por los lugares comunes y las explicaciones institucionales, apenas pueden manifestarse. Habría que tener en cuenta que la conciencia pertenece sólo a Dios, y que, en cambio, hay que conocer otro amplio campo de la realidad personal, que sólo se manifiesta en un ámbito de libertad que revele lo que se piensa de fondo sobre las cosas más importantes.

En todo este asunto es esencial reconocer que cada persona tiene la capacidad propia para formar un juicio recto sobre el fondo de las cosas que vive, aunque no tenga conocimiento de todos los detalles. Lo decisivo está a la vista de todos, y no solamente a la vista de los que gobiernan, especialmente si éstos forman sus juicios desde unas informaciones que son indirectas y se refieren a detalles muy concretos. Por ejemplo, las consideraciones que se hacen en este escrito no se apoyan en especiales informaciones confidenciales, pero no por eso están más débilmente fundamentadas.

Estos defectos se hacen esencialmente patentes en los medios de formación colectivos internos (convivencias y cursos anuales). Los grandes y esenciales aspectos del espíritu de la Obra, como son la consecratio mundi, el poner a Cristo en la cumbre de las actividades humanas, se difuminan del horizonte y casi desaparecen de estos medios de formación. Porque todo el interés se pone en insistir en que los socios vivan las indicaciones concretas recibidas, pero apenas aparecen los fines amplios, que son los que deberían justificar todas esas indicaciones. Por eso muchas veces esos medios colectivos resultan un tanto estrechos. Los temas de más alcance, que son los que podrían mover a las personas a poner todos sus talentos en juego para mejorar, son confiados a clases y charlas rutinarias y aburridas, sin ninguna incidencia práctica, que se confían a personas con poca o ninguna preparación. Luego, al hacer una valoración de esos medios, se atiende casi exclusivamente a mirar si se vivieron las indicaciones ascéticas y disciplinares que se dieron, sin considerar si se han logrado los objetivos de formación de más amplio y profundo alcance. [...]

 

A propósito de este tema que tratamos, me parece ilustrativa la comparación entre las dos clases de chóferes y las dos maneras de conducir: por un lado, el conductor de un viejo autobús de dos pisos lleno de gente y, por otro, el piloto de un monoplaza deportivo, que puede permitirse una movilidad, una velocidad y una libertad de maniobra que aquél no puede permitirse, en atención al bien común y a las condiciones del vehículo.

Hasta aquí todo es correcto, pero lo que no me parece válido es realizar una normativa de circulación, pensando que la totalidad del enorme y variado parque automovilístico se reduce a un montón de destartalados autobuses de dos pisos abarrotados de gente.

Como consecuencia de los anteriores testimonios y de la frustrante experiencia personal vivida por tanta y tanta gente, estoy profundamente convencida de que la gran «asignatura pendiente» del Opus Dei es que sus directores y sacerdotes aprendan a ejercer una digna dirección -o, mejor, orientación o acompañamiento- espiritual, carente de superficialidades, tópicos y lugares comunes. No estaría de más que los superiores del Opus hicieran buen examen de conciencia y extrajeran propósitos de mejora a partir de la lectura del párrafo 2.690 del Catecismo de la Iglesia católica, en que se cita a san Juan de la Cruz:

 

El Espíritu Santo da a ciertos fieles dones de sabiduría, de fe y de discernimiento dirigidos a este bien común que es la oración (dirección espiritual). Aquellos y aquellas que han sido dotados de tales dones son verdaderos servidores de la tradición viva de la oración: por eso, el alma que quiere avanzar en la perfección, según el consejo de san Juan de la Cruz, debe «considerar bien entre qué manos se pone, porque tal sea el maestro, tal será el discípulo; tal sea el padre, tal será el hijo». Y añade: «No sólo el director debe ser sabio y prudente, sino también experimentado... Si el guía espiritual no tiene experiencia de la vida espiritual, es incapaz de conducir por ella a las almas que Dios en todo caso llama, e incluso no las comprenderá» (Llama, estrofa 3).

 

¡Cuántas y cuántas personas recuerdan que, cuando estaban en el Opus, no eran debidamente escuchadas en la dirección espiritual! Me han llegado confidencias de ex asociados y asociadas cuyo testimonio común es que, cuando acudían a los medios de dirección espiritual personal, habitualmente no se sentían acogidos, ni comprendidos, ni estimulados, ni consolados, sino prioritariamente controlados y exigidos en orden a ser eficaces dentro del Opus Dei. Pero ¿acaso no es eso lo contrario de un auténtico acompañamiento espiritual? La causa de tan craso error radica en la inexperiencia de muchos miembros en las delicadas tareas de la dirección de almas; otra causa es la absolutización de la institución, a la que ya aludo en otras páginas.

Tampoco estaría de más qué los superiores del Opus siguieran el sabio consejo que el benedictino Anselm Grün dirige a toda la Iglesia, en un libro que no tiene desperdicio:

 

Haría bien la Iglesia en ponerse también en contacto con las fuentes primitivas de su espiritualidad. Sería mejor respuesta a las aspiraciones espirituales del hombre que una teología moralizante, que no ha hecho más que paralizar durante los dos últimos siglos. La espiritualidad de los primeros monjes es mistagógica, esto es, introduce en el secreto de Dios y en el secreto del hombre. Y así como la antigua medicina vio en la dietética -la enseñanza de una vida sana- su tarea más importante, así los monjes entienden sus indicaciones para la vida ascética y espiritual como la introducción en el arte de una vida sana.4

 

4. A. GRÜN, ha sabiduría de los padres del desierto. El cielo comienza dentro de ti, Salamanca, Sígueme, 2000, p. 10.

 

El «arte de una vida sana» -y no el «arte de controlar eficaz y moralmente las conciencias»- es la sabiduría que subyace a un acompañamiento espiritual como Dios manda.

 

 

Más allá de una «lucha de clases intraeclesial»

 

Es doctor en Psicología, Teología y Filosofía y estuvo vinculado a la Obra durante 22 años, primero como numerario y después como sacerdote. En la actualidad es sacerdote diocesano. «Entré en mayo de 1950 -escribe- y me despedí el ocho de diciembre de 1972. De estos 22 años, estuve 14 en Andalucía y el resto en Roma y en Barcelona.»

Entre los muchos temas que hemos tratado a lo largo de una abultada correspondencia, merece la pena traer a estas páginas el contenido de la carta del 17 de diciembre de 2002, que me envió recién acabada la lectura de mi libro Ser mujer en el Opus Dei. La misiva consta de más de veinte páginas, pero aquí sólo quiero destacar el apartado que dedica a lo que llama «lucha de clases intraeclesial», algo de lo que piensa que hay que huir.

 

[...] Tu descripción sobre la figura de Escrivá me parece sumamente interesante. Asimismo, sobre el culto a su persona por parte de los socios. Tengo que reconocer que yo nunca lo tuve. Más bien lo que yo percibía en él como limitaciones podía ser un argumento a favor del origen sobrenatural de la institución. De forma análoga al hecho de que las limitaciones humanas (y espirituales) de los doce apóstoles son un argumento a favor del origen sobrenatural del cristianismo, teniendo en cuenta su capacidad expansiva en los primeros siglos.

Aun con todas esas limitaciones, y en contra de lo que piensan no pocos creyentes, no percibo como un problema el que se le haya canonizado.

Soy un acérrimo defensor del respeto al pluralismo en la Iglesia, no sólo respecto a ideologías políticas o corrientes teológicas, sino también a estilos de espiritualidad. Para mí es importante que dentro de la Iglesia haya personalidades y grupos de estilo innovador -incluso acentuadamente innovadores- y a la vez personalidades y grupos de estilo conservador, incluso quizá integristas. Pienso que todas son necesarias, y que hay aspectos de la acción evangelizadora para la que tienen más sensibilidad y aptitudes los primeros, y otros aspectos para los que tienen más capacidad los segundos. Aparte de que la polaridad innovadores y conservadores me parece una simplificación nada válida (todavía menos la de derechas e izquierdas). Pienso que en ambos colectivos -si se quiere mantener esta simplificación- hay personajes de gran inteligencia, y santos; y asimismo personas idiotas y también moralmente corruptas. Y luego todos los grados intermedios.

Lo que considero del todo inaceptable es que los conservadores se presenten presumiendo de lo contrario. Y éste es uno de los puntos principales de mi crítica al Opus Dei, tal como se presentaba en mis años de permanencia en él.

Por otra parte, no puedo dejar de reconocer que actualmente la mayoría de los colectivos eclesiales de más vitalidad y capacidad expansiva son de estilo doctrinal conservador -aunque no se caracterizan, en cambio, por el estilo de disciplina y autoridad militar del Opus-. Me refiero al Camino Neocatecumenal, a la Comunidad de San Egidio, Comunión y Liberación, los Focolares, los de Renovación Carismática, etc. Son colectivos ilusionados, con abundancia creciente de seguidores, esperanzados, productores de abundantes vocaciones sacerdotales y religiosas (en el caso de los Neocatecumenales).

De todos ellos, San Egidio es el colectivo con el que simpatizo más. A los Neocatecumenales los percibo muy fundamentalistas, pero en conjunto los respeto plenamente e incluso los admiro. Y me parece un grave error e injusticia el vacío y sistemático menosprecio con que los juzgan los colectivos más innovadores, del estilo de las «Comunidades de base» y que, en el caso de las predominantes en España -no así las de Brasil y otros países latinoamericanos-, me han ido perdiendo puntos, por la excesiva dedicación a la crítica intraeclesial (hasta el punto de llegar a practicar una especie de lucha de clases intraeclesial) y por el rol de víctimas que desempeñan.

[...] Con respecto al Opus Dei, mi postura actual es la de un respeto básico al mismo, como una variante dentro del pluralismo eclesial, que como todas las variantes tendrá sus peculiares capacidades y limitaciones en la evangelización del mundo. El que no pueda simpatizar nada con su estilo de praxis (no de espiritualidad, sino de praxis), el que mis años en esa institución fuesen uno de los factores principales de las experiencias dolorosas en mi vida, no por ello me conduce a querer contribuir a su desaparición; sí -si fuese posible- a cambiar su praxis.

Para mí es muy importante la frase «por sus frutos los conoceréis». A los colectivos eclesiales que se consideran llamados a criticar a otros o denunciarles como no concordes con el Evangelio, les preguntaré previamente: ¿cuáles son vuestros frutos evangelizadores? Si son suficientemente relevantes, les escucharé con interés; de lo contrario, no. Es parecido a lo que me ocurre en las periódicas concentraciones eclesiales, llámense Congresos, jornadas, etc. Si el porcentaje de sus mensajes que implican creatividad evangelizadora, propuesta de iniciativas prácticas e informes de realizaciones, es un porcentaje, al menos, de dos terceras partes de los mensajes, siendo no más de un tercio el dedicado a las quejas, las críticas, las lamentaciones respecto a la Iglesia como institución o a colectivos de sensibilidades opuestas, sólo en este caso, podré vivirlo con interés. De lo contrario, evitaré asistir y consideraré que es un acto provocador de desaliento, desesperanza, lucha de clases intraeclesial, sobrevaloración de lo propio e infravaloración de los otros.

 

Al finalizar su carta, el autor de la misma me cuenta que, precisamente sobre este tema, acaba de presentar una Comunicación en el XXVI Foro sobre el Hecho Religioso. Me la envía, la leo, me parece válida. De la totalidad del trabajo, me ha parecido especialmente interesante el apartado que hace referencia a la valoración positiva del actual pluralismo intraeclesial.

El autor hace hincapié en su convencimiento de que es mejor para la Iglesia, y para todos los hombres y mujeres que puedan beneficiarse de su acción humanizadora, que se encuentren integradas en ella personas con capacidades y limitaciones diferentes, relacionadas con sus peculiares tipos de personalidad; que haya católicos que en el binomio a) defensa de la propia libertad y la de los otros, y b) respeto a la autoridad institucional, acentúen con énfasis la primera de estas dos polaridades, con el peligro de no valorar la razón de ser de la segunda para el bien común; y que, por el contrario, haya católicos que tengan una gran sensibilidad y capacidad para valorar la segunda polaridad, aunque a veces tengan el peligro de minusvalorar la primera.

Considera beneficioso para la buena marcha de la obra evangelizadora que en la Iglesia se encuentren desde los grupos que ponen mucho énfasis en la llamada «denuncia profética», dirigiendo sinceros y valientes rapapolvos a los que detentan el poder político, económico, o cultural, administrándolo supuestamente para su beneficio personal o de sus grupos, y no para el bien común y, sobre todo, para quienes viven más desatendidos en sus derechos; y juntamente con ellos otros católicos que quizá jamás emplearán ni cinco minutos en denunciar a nada ni a nadie, y que no por ello dejarán de producir una influencia en su entorno, provocando procesos de conversión en personas opresoras.

«Lo que considero mejor y más enriquecedor -concluye-, para las causas de Dios y del ser humano protagonizadas por la Iglesia, es que en ella convivan representantes de ambos extremos, juntamente, claro está, con los tipos intermedios. En cambio, considero que acarrearía una lamentable pérdida que se diese una uniformidad -con sus consiguientes peligros-, cualquiera que fuese la dirección en que se manifestase.»

La teoría es casi perfecta, lo peliagudo llega cuando se intenta poner en práctica, ya que de poco servirá la convivencia intraeclesial de tipos humanos variados, representantes de todas las posibles polaridades, si entre ellos no se da un conjunto de actitudes de confianza básica, tolerancia y respeto a la diversidad, conciencia de los propios límites, capacidad de escucha empática y de diálogo profundo, reconocimiento de las contribuciones positivas de los otros, etcétera.

Al final de su trabajo, el autor plantea abiertamente si no es hora ya de dejar trabajar en paz, dentro de la Iglesia, a personas y colectivos de las más variadas sensibilidades y estilos. ¿No es hora de dejar de incordiar a los que protagonizan nuevas iniciativas pastorales, para que no tengan que repetirse padecimientos como los que sufrieron, siglos atrás, san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san José de Calasanz y otros? ¿No es hora de evitar que en el futuro los protagonistas de nuevas iniciativas evangelizadoras católicas tengan que sufrir descalificaciones, recelos, persecuciones, denuncias intraeclesiales como las que tuvieron que padecer en su día los sacerdotes obreros franceses, los Cursillos de Cristiandad, el Opus Dei, las Comunidades de Base promovidas por los teólogos de la liberación, el Camino Neocatecumenal, Comunión y Liberación, Legionarios de Cristo, la comunidad de San Egidio, los simpatizantes y propagandistas de Hans Küng, o los afines al cardenal Ratzinger?

 

¿Vamos a correr el riesgo -concluye- de caer en la actitud farisaica de sobrevalorar sistemáticamente a los de nuestro grupo e infravalorar a los de grupos con acentuadas diferencias de sensibilidad, con la suposición exagerada de que nosotros somos los inteligentes, los que estamos en la verdad, los fieles al Evangelio, los que tenemos buenas intenciones, mientras que los otros son todo lo contrario? ¿Y vamos entonces a hacer campaña para obstaculizar sus actuaciones, aunque estén dando frutos, porque, aunque hagan milagros, «no son de los nuestros»?

 

Todo este amor a la libertad me parece admirable y digno de ser vivido, pero también forma parte de este mismo amor el disentir y el manifestar con crítica positiva que esta o aquella forma de pensar o de actuar es poco acorde, o hasta contraria, al contenido evangélico.

 

 

Su misión no era la de regir seminarios

 

El presente escrito me parece interesante por todo lo que tiene de contradictorio. El autor es un antiguo residente del Seminario denominado Colegio Eclesiástico Internacional (o Seminario) Bidasoa de Pamplona, cuya dirección está encomendada a sacerdotes de la Prelatura Personal del Opus Dei. Después de vivir varios años en ese Seminario y de soportar las severas exigencias formativas del mismo, ese ex residente es en la actualidad sacerdote diocesano que ejerce su ministerio en su país de origen y no se relaciona con el Opus Dei después de lo mal que se lo pasó bajo la tutela del Opus en Pamplona.

De sus años de Navarra el mencionado sacerdote recuerda importantes vivencias, como, por ejemplo, la visita apostólica que en 1992 se hizo a todos los seminarios mayores de España. El Bidasoa fue visitado por el que más tarde fue obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez Pérez. Pero recuerda muchas más cosas.

En primer lugar, el autor del escrito se pregunta: ¿por qué el Opus Dei decidió fundar ese Seminario? Se da la circunstancia de que en el año 1967, concretamente el 8 de octubre, el entonces monseñor Escrivá pronunció una hermosa homilía en una misa celebrada en el campus de la Universidad de Navarra ante un numeroso grupo de hijas e hijos suyos. En esa homilía exaltó el carácter absolutamente laical del Opus Dei, libre de clericalismo y de influencias procedentes de la espiritualidad de las órdenes religiosas. Y como ejemplo gráfico afirmó rotundamente: «También las obras que -en cuanto asociación- promueve el Opus Dei, tienen esas características eminentemente seculares: no son obras eclesiásticas. No gozan de ninguna representación oficial de la Sagrada jerarquía de la Iglesia. Son obras de promoción humana, cultural, social realizadas por ciudadanos, que procuran iluminarlas con las luces del Evangelio y caldearlas con el amor de Cristo. Un dato os lo aclarará: el Opus Dei, por ejemplo, no tiene ni tendrá jamás como misión regir seminarios diocesanos, donde los obispos instituidos por el Espíritu Santo preparan a sus futuros sacerdotes»5. Por eso, la pregunta que el citado autor se plantea al comienzo de este párrafo no carece de interés: «¿Por qué el Opus Dei de­cidió erigir ese Seminario, precisamente en la misma ciudad en la que san Josemaría se opuso a una idea así?».

En un principio, las Facultades eclesiásticas de la Universidad de Navarra (Facultad de Derecho Canónico y Facultad de Teología) se fundaron para que los laicos del Opus Dei recibieran la formación eclesiástica que la Iglesia requiere como previa para recibir la ordenación sacerdotal. Tam­bién estudiaban -y estudian- ahí sacerdotes y religiosos procedentes de distintas diócesis españolas o latinoamericanas que son enviados por sus superiores para cursar estudios de Canónico o Teología. Además, con el paso del tiempo, y a consecuencia de la labor proselitista de los curas del Opus (tanto de la Prelatura como de los socios de la «Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz», unida a la Prelatura), éstos fueron enviando a algunos jóvenes seminaristas a que cursaran en la Universidad de Navarra estudios eclesiásticos y se empaparan allí del llamado «espíritu de la Obra».

 

5 La homilía completa está recogida en Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, Madrid, Rialp, 1989. Esta cita corresponde al párrafo 119.

 

El mismo autor me hace saber que esos seminaristas, más bien pocos en principio, residían en las mismas residencias sacerdotales en las que se hospedaban los sacerdotes estudiantes en la Universidad de Navarra. Pero sucedió que el entonces arzobispo de Pamplona, José María Cirarda, detectó en ese comportamiento algo irregular: todo seminarista debe residir en la sede de un Seminario mientras cursa estudios eclesiásticos y se prepara de cara a la futura ordenación sacerdotal. El mismo obispo Cirarda propuso la solución de que aquellos seminaristas pasaran a vivir en el Seminario diocesano de Pamplona.

El autor comenta entonces que los directores del Opus Dei hubieran podido reaccionar diciendo: «Puesto que nuestro fundador no quería que el Opus Dei regentara seminarios encargados de la formación sacerdotal de seminaristas, y puesto que en el Opus rige sin excepción alguna una estricta fidelidad a la más mínima indicación de nuestro fundador, vamos a aceptar el generoso ofrecimiento del obispo Cirarda». ¡Pues no! El Opus fundó, con autorización de la Santa Sede, el Seminario Bidasoa, que comenzó su funcionamiento en el curso académico 1988 / 1989, por la siguiente razón: los superiores de la Obra temían que, si esos seminaristas residían en el Seminario diocesano de Pamplona a la vez que estudiaban en las aulas de la Universidad de Navarra, podrían escuchar en ese Seminario opiniones críticas acerca del Opus Dei y recibir una orientación teológica diferente a la que se impartía en las Facultades eclesiásticas de dicha Universidad. Por ello, el Opus se vio obligado a desoír las claras palabras de Escrivá y a fundar su propio Seminario.

En la actualidad existen en la ciudad de Pamplona tres seminarios: 1) el seminario de la diócesis de Pamplona, cuyo responsable es el arzobispo de Pamplona; este seminario se encuadra en el canon 237 del Código de Derecho Canónico; 2) el Seminario de la Prelatura del Opus Dei, cuyo responsable es el prelado del Opus Dei y en el que residen los laicos numerarios y agregados del Opus que se preparan para el sacerdocio y que se incardinarán en esa prelatura; este seminario se encuadra en el canon 295 del Código de Derecho Canónico6; y 3) el Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa, dirigido por el Opus Dei, de modo que el responsable máximo de la formación en él impartida es el prelado del Opus Dei, mientras que al arzobispo de Pamplona se le reserva tan sólo una función remotamente inspectora del orden vivido en ese Seminario. En el Bidasoa residen jóvenes seminaristas procedentes-de diócesis españolas o latinoamericanas o de otros países que, después de cursar en la Universidad de Navarra sus estudios eclesiásticos con autorización de su propio obispo, no se incardinarán en la Prelatura Opus Dei, sino en sus respectivas diócesis7. El autor del escrito especifica que, como no es especialista en Derecho Canónico, no sabe exactamente en qué canon del Código se encuadra el Bidasoa, pero piensa que este detalle importa poco, ya que todo el mundo sabe que el Derecho de la Iglesia es el más flexible del universo jurídico.

 

6 La Prelatura personal de la Santa Cruz y Opus Dei también tiene en Roma otro Seminario sacerdotal, en el que se forman laicos numerarios con el fin de ser ordenados sacerdotes, si el Prelado así lo estima conveniente; una vez clérigos, se incardinan en la Prelatura. La sede de ese Seminario se denomina en italiano «Cavabianca»; además, en la terminología interna del Opus también recibe la denominación de «Colegio Romano de la Santa Cruz». Esos seminaristas cursan actualmente los estudios eclesiásticos en la «Pontificia Universidad de la Santa Cruz», que está dirigida por el Opus Dei.

7 Los sacerdotes del Opus Dei regentan en Roma otro Seminario sacerdotal, denominado en latín «Sedes Sapientiae», en el que se forman seminaristas que son enviados allí por sus respectivos obispos diocesanos para que, además de formarse sacerdotalmente en ese Seminario, cursen sus estudios eclesiásticos en la «Pontificia Universidad de la Santa Cruz». Una vez clérigos, esos seminaristas se incardinan en sus respectivas diócesis y no en la Prelatura personal del Opus Dei. Algunos de ellos, al igual que algunos sacerdotes formados en el Seminario «Bidasoa» de Pamplona o en otros Seminarios diocesanos del mundo, solicitan la admisión en la «Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz», que es una asociación de sacerdotes diocesanos íntimamente vinculada a la Prelatura personal del Opus Dei. El Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa de Pamplona está dirigido por la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei. Él ofrece una buena formación bajo todos los aspectos, a pesar de que el método educativo que se sigue en él sea original, fuerte y con tendencia a una vigorosa uniformidad. Por esto los que condividen el espíritu del Opus Dei se encuentran muy bien; no así aquellos que, no condividiendo dicho espíritu, se ven obligados a vivir una espiritualidad que no sienten como propia. Ante esta situación que emerge del informe de la visita, recomendamos a los Obispos que piensen mandar a alguno de sus seminaristas al Bidasoa, que previamente les informen con detalle sobre el tipo de formación que en él van a encontrar, y dejarles plena libertad de decisión para aceptar o no ir a dicho Colegio. Esto resultará beneficioso para el seminarista e incluso para el Bidasoa, que así podrá contar con una comunidad más homogénea y plenamente dispuesta a seguir con serenidad y docilidad las severas exigencias formativas.

 

¡Vaya sorpresa! Una institución cien por cien laical como es el Opus proporciona a la ciudad de Pamplona ni más ni menos que dos seminarios, a los que hay que añadir algunas residencias sacerdotales. Todo ello, naturalmente, para dar cobijo y domicilio a los seminaristas y clérigos que estudian en la Universidad de Navarra; un domicilio alejado de las perniciosas influencias que seguramente recibirían si residieran en el seminario diocesano de Pamplona.

A continuación, el mencionado remitente pasa a contar que, en el año 1992, se hizo, como ya indicaba en el inicio de su carta, una «visita apostólica» a todos los seminarios españoles, incluido el Bidasoa. Esas visitas son una inspección ordenada periódicamente por la Santa Sede para pulsar el grado de disciplina, de piedad y de nivel intelectual que hay en esos centros formativos, con el fin de introducir mejoras si fuera necesario. El visitador apostólico mantiene conversaciones privadas con cada uno de los seminaristas, para que éstos se expresen con plena sinceridad sin sentirse cohibidos por la presencia de los superiores del seminario. Mi fuente de información recuerda que los formadores del Bidasoa estaban algo nerviosos con la llegada del visitador apostólico, Ricardo Blázquez, y no querían que los seminaristas le dieran información negativa sobre la marcha de ese seminario; entre otras cosas, los formadores, revistiendo sus palabras con el tono «sobrenatural» que siempre caracteriza a los sacerdotes del Opus, les decían: «Cuando os entrevistéis con don Ricardo Blázquez, pensad que es como si estuvierais hablando con el Papa». Los formadores pensaban que, infundiendo respeto y algo de temor a los seminaristas, éstos informarían al visitador apostólico lo mejor posible, es decir, sumisamente, de la marcha del Bidasoa. Pero, gracias a Dios, buena parte de los seminaristas no mordieron ese anzuelo y se expresaron ante don Ricardo Blázquez con toda sinceridad, manifestándole lo mal que lo pasaban a consecuencia de la rigidez y las exageraciones de la «sobrenaturalidad» contenida en los muros de ese seminario.

Años después, el secretario de la Congregación para la Educación Católica, el portugués Jose Saraiva Martins, pronunció un discurso en Madrid, el 21 de noviembre de 1995, ante la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española. En ese discurso expuso las conclusiones de la «visita apostólica» que se había hecho a los seminarios mayores españoles en el año 1992. El discurso se publicó en una revista romana editada en la Santa Sede, la revista Seminarium 36, año 1996, p. 546. Las palabras que el obispo Saraiva Martins dedicó al Bidasoa están repletas de sabia diplomacia vaticana:

 

El Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa de Pamplona está dirigido por la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei. Él ofrece una buena formación bajo todos los aspectos, a pesar de que el método educativo que se sigue en él sea original, fuerte y con tendencia a una vigorosa uniformidad. Por esto los que condividen el espíritu del Opus Dei se encuentran muy bien; no así aquellos que, no condividiendo dicho espíritu, se ven obligados a vivir una espiritualidad que no sienten como propia. Ante esta situación que emerge del informe de la visita, recomendamos a los Obispos que piensen mandar a alguno de sus seminaristas al Bidasoa, que previamente les informen con detalle sobre el tipo de formación que en él van a encontrar, y dejarles plena libertad de decisión para aceptar o no ir a dicho Colegio. Esto resultará beneficioso para el seminarista e incluso para el Bidasoa, que así podrá contar con una comunidad más homogénea y plenamente dispuesta a seguir con serenidad y docilidad las severas exigencias formativas.

 

«He contado toda esta historia para destacar que hasta el Vaticano, que eleva a los altares a un santo, no tiene inconveniente en reconocer defectos o excesos en las obras impulsadas por tales santos o por los fieles seguidores del espíritu de ese santo», especifica el autor del escrito. Y el mismo concluye diciendo:

 

Por otra parte, los comentarios del obispo Saraiva, apoyados en el informe previamente redactado por el obispo Blázquez, son del todo coherentes. De la misma manera que el Opus desconfía de la formación impartida en el Seminario diocesano de Pamplona (y, en general, en casi todos los Seminarios diocesanos), es correcto que el obispo Saraiva, en nombre de los Seminarios diocesanos españoles, haga saber al Opus lo que éstos piensan de la técnica formativa del Bídasoa. El discurso del que en 1995 era secretario de la Congregación para la Educación Católica responde a la más justa y estricta recíprocidad. Y esa misma reciprocidad es la que me ha animado a escribir y enviarle el presente escrito.

 

 

La «Escuela canonística de Navarra»

 

«Escrivá y sus discípulos maniobraron permanentemente para lograr que al Opus se le reconociese la condición jurídica que más le convenía, por eso han vivido mucho más preocupados por el derecho canónico que por la teología», afirma un sacerdote que ha sido miembro de la prelatura y que durante algunos años estuvo dedicado al estudio del Derecho Canónico por indicación de sus directores.

Definida en un principio como «unión piadosa» de laicos, la organización se transformó en 1947 en el primer «instituto secular» de la Iglesia católica, antes de arrancarle a Juan Pablo II -lo que no consiguieron con sus antecesores Juan XXIII y Pablo VI- el codiciado título de «prelatura personal». Esta privilegiada categoría, creada a medida para el Opus, le concede los atributos de una verdadera diócesis sin limitación territorial. El prelado del Opus depende directamente del Papa, escapando así a la autoridad de los obispos diocesanos, a pesar de la ficción que pretende que los miembros laicos de la organización siguen dependiendo jurídicamente de su obispo.

Con este sacerdote, ex miembro de la prelatura, he mantenido una larga e interesante charla en la que hemos abordado un tema importante para entender cómo esa institución ha llegado a tener tanto poder en la Iglesia actual. La conversación, marcada por su precisión científica e histórica, podría parecer al lector demasiado densa, aburrida o pesada, pues su contenido estuvo repleto de tecnicismos y de sutilezas de especialistas. Mi tarea, por tanto, va a consistir en aligerar lo que allí se dijo pero manteniendo íntegra toda la impecable exposición que no tiene desperdicio y aporta muchas luces.

En este apunte me voy a referir a una faceta de la formación doctrinal de los miembros de la Obra: el Derecho Canónico, que ha sido y es estudiado profesionalmente por algunos miembros del Opus, sacerdotes y seglares. La gran relevancia que el Derecho Canónico tiene para el Opus Dei se constata en la persona de Julián Herranz Casado, que desde 1994 preside en el Vaticano el «Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos»; Herranz es miembro numerario del Opus, arzobispo de la curia romana y, además, fue nombrado cardenal por Juan Pablo II en octubre de 2003.

Los canonistas del Opus más destacados en el siglo XX han sido el sacerdote Amadeo de Fuenmayor y los seglares Pedro Lombardía y Javier Hervada. Lombardía, cuando fue catedrático en la Universidad de Navarra, logró dar a su visión del Derecho Canónico una acusada impronta personal, de tal forma que los especialistas de esa disciplina acuñaron en los años sesenta del siglo pasado la denominación de «Escuela de Navarra» para catalogar las opiniones propias no sólo del profesor Lombardia, sino también del Opus Dei y diferenciarlas así de otras corrientes canonísticas.

Ahora bien, esta denominación de «Escuela de Navarra», pese a ser elogiosa, no complace en absoluto a los directores del Opus, porque san Josemaría Escrivá dejó establecido que el Opus Dei no impulsara «escuelas» teológicas, filosóficas ni canonísticas, a fin de distanciar la Obra de las órdenes y congregaciones religiosas que, como los franciscanos, dominicos y jesuitas, tienen desde hace varios siglos su propia «escuela» teológica. Escrivá exigía a sus hijos e hijas que en todo momento y circunstancia actuasen con mentalidad laical y no conventual ni frailuna. En conformidad con esta indicación del santo fundador, el número 18 del «Ideario de la Universidad de Navarra» establece que los profesores de las Facultades de estudios eclesiásticos (Facultad de Derecho Canónico, Facultad de Teología y Facultad Eclesiástica de Filosofía), además de proceder fielmente bajo la guía del Magisterio de la Iglesia, gocen de plena libertad personal en todas las cuestiones opinables que la Iglesia deja a la libre investigación, de modo que las Facultades de estudios eclesiásticos de la Universidad de Navarra nunca constituirán «escuela» en ninguna de esas cuestiones opinables.

Sin embargo, según he recordado líneas más arriba, desde hace algunos años resulta habitual entre los canonistas y también entre los teólogos referirse a la existencia de la «Escuela de Navarra» impulsada por Pedro Lombardía y proseguida por sus discípulos de la Facultad de Derecho Canónico de Pamplona. Aquí comprobamos que el Opus no se aprecia a sí mismo desde su interior como los demás lo ven desde fuera: el propósito de que la Universidad de Navarra no fundase escuelas canonísticas ha fracasado cuando todos los canonistas del mundo reconocen unánime y formalmente -sin que tengan animadversiones anti-Opus, sino más bien el debido respeto entre colegas y una admiración sincera por la meritoria labor del profesor Lombardía- la realidad de una «Escuela de Navarra», ex­presión sinónima de «Escuela canonística del Opus Dei».

La razón de ser de esta prestigiosa «Escuela de Navarra» no se explica simplemente por la tendencia a la uniformidad y a la falta de libertad intelectual que rige en el seno del Opus. Hay, además, motivos de mayor peso que han propiciado un perfil propio de la comprensión «opusdeística» del Derecho Canónico. El primero de esos motivos es de orden teórico, y el segundo responde a una vivencia práctica derivada de la propia historia jurídica del Opus Dei. Veámoslos a continuación.

En el plano teórico, los profesores Lombardía y Hervada consideran que la ciencia del Derecho Canónico es predominantemente una ciencia de naturaleza jurídica y, por consiguiente, forma parte de las ciencias del Derecho. Pero a este marcado juridicismo, tan característico de la escuela de Navarra, se contrapone la escuela de Winfried Aymans, profesor ordinario de Derecho Canónico en la facultad de Teología católica de la Universidad de Munich. Según Aymans, basándose en el renombrado teólogo Klaus Mörsdorf, la ciencia del Derecho Canónico es predominantemente una ciencia de naturaleza teológica y, por consiguiente, forma parte de la Teología; mas en concretó, el Derecho Canónico es concebido por Aymans y sus seguidores, entre los que destacó Eugenio Corecco, obispo de Lugano (Suiza), como una faceta de la Eclesiología, que es una rama de la ciencia teológica. En resumen, la escuela de Navarra (Lombardía, de Fuenmayor, Hervada, etc.) antepone el elemento jurídico de la canonística al teológico, mientras que la escuela de Munich (Mörsdorf, Aymans, Corecco, etc.) antepone el elemento teológico al jurídico.

Lombardía y Hervada, fieles a su predominante juridicismo, llegaron a proponer durante el periodo de elaboración del nuevo Código de Derecho Canónico que éste comenzara conteniendo una «Constitución de la Iglesia católica» análoga a las Constituciones de los Estados civiles. Pero esta propuesta constitucionalista de la escuela de Navarra fue desechada por los redactores del Código, porque prefirieron adoptar una visión más teológica y pastoral -y menos jurídica- en la redacción definitiva del Código, que está vigente en la actualidad desde su fecha de promulgación, el 25 de enero de 1983.

La vivencia práctica de la historia jurídica del Opus Dei, a la que anteriormente me refería, es el itinerario que esta institución recorrió hasta que el papa Juan Pablo II erigiera, mediante la Constitución apostólica Ut sit (28 de noviembre de 1982), el Opus Dei como la primera -y hasta ahora la única- prelatura personal de la Iglesia católica: el nombre completo es «Prelatura Personal de la Santa Cruz y Opus Dei». El santo fundador no se sentía satisfecho con que el Opus Dei tuviera el ropaje jurídico de instituto secular, próximo al de las órdenes religiosas, sino que deseaba expresamente una prelatura personal, pues, según Escrivá, esta figura jurídica se adecuaba mejor al carisma fundacional de su institución, dotada de mentalidad laical y no de mentalidad clerical. El Opus fue instituto secular desde 1947 hasta 1982, año en que desmontó su viejo e inapropiado andamiaje jurídico a favor del nuevo y más apropiado. Hasta conseguir este cambio de estructura organizativa y administrativa, los canonistas del Opus trabajaron varios años muy afanosamente, lo que también contribuyó a reforzar los rasgos característicos de la «Escuela de Navarra».

En el año 1969, san Josemaría convocó un congreso extraordinario del Opus Dei para estudiar el paso jurídico a prelatura personal, figura que acababa de crear el Concilio Vaticano II (decreto Prerbyterorum ordinis, n.° 10), celebrado en Roma desde 1962 hasta 1965. Pero, puesto que el papa Pablo VI no quiso conceder al Opus tal prebenda, hubo que esperar a que, fallecido Pablo VI (1978), el entonces presidente general de la Obra, Álvaro del Portillo, impulsara la tramitación del cambio de estructura jurídica. Del Portillo contó, entre otros, con los eficaces servicios de Pedro Lombardía y de Amadeo de Fuenmayor, el cual tuvo que reunirse frecuentemente, durante los años de esa tramitación, con canonistas de la curia romana, nombrados por la correspondiente autoridad vaticana para esos efectos. No es baladí apuntar que, durante la fase de redacción del decreto Presbyterorum ordinis del Vaticano II, Álvaro del Portillo intervino intensamente. Sin duda, él maniobró para introducir en el texto de ese decreto la mención de las prelaturas personales, con el fin de asentar una de las bases sobre las que posteriormente él mismo se apoyaría para lograr que el Opus fuese establecido en 1982 como prelatura personal. Pues bien, toda esta cuestión de la prelatura personal también incide de lleno en la configuración de la «Escuela canonística de Navarra». Los canonistas del Opus conciben las prelaturas personales como una entidad jurídica integrada en la estructura jerárquica de la Iglesia, esto es, equiparadas en derecho a las iglesias particulares (diócesis territoriales o personales). En cambio, la escuela de Aymans, que de nuevo polemiza en este punto con la escuela de Navarra, sitúa la figura de la prelatura personal no dentro de la estructura jerárquica de la Iglesia, sino dentro del plurifacético fenómeno asociativo de los fieles cristianos. También en este debate, tan especializado, la redacción definitiva del actual Código de Derecho Canónico ha dado la razón a las tesis de Aymans, pues los cánones 294-297 del actual Código, que legislan sobre las prelaturas personales, se encuentran ubicados en la parte 1 del libro II del Código, titulada «De los fieles cristianos», y no en la parte II, titulada «De la constitución jerárquica de la Iglesia».

«La figura de prelatura personal -matiza mi entrevistado-, al margen de que se adecue mejor o no al carisma fundacional del Opus -cosa que también se puede discutir-, proporciona a esta institución más beneficios jurídicos que si siguiera siendo instituto secular». El prelado puede ser elevado al rango de obispo, aunque no necesariamente haya de serlo (de hecho, Álvaro del Portillo lo fue, y Javier Echevarría también lo es). Los sacerdotes incardinados en una prelatura personal son pertenecientes al clero secular y no al de las órdenes religiosas, si bien el estilo de vida practicado por los clérigos de la Obra esté regido en realidad por una disciplina propia de frailes y monjes, bastante estricta por cierto. Pero muchas son las críticas que la «Prelatura Personal de la Santa Cruz y Opus Dei» recibe en el plano jurídico. Las principales quejas contra ella se centran en que los sacerdotes y los laicos de esa prelatura funcionan con actitudes vitales y con criterios pastorales muy distintos de los habitualmente establecidos por los obispos en las diócesis en que el Opus trabaja. Por ello, muchos canonistas y teólogos ponen en duda la utilidad pastoral de las prelaturas personales, que pueden convertirse de hecho en un medio para recortar y relativizar la autoridad del obispo diocesano en los ambientes en que esas prelaturas realicen su labor. El Opus Dei viene a ser en la práctica -no de derecho- como una especie de iglesia personal y casi autónoma dentro de la Iglesia católica: una iglesia dentro de la Iglesia.

Por consiguiente, ya se ve, a partir de esta serie de razones, que los canonistas del Opus han perfilado finamente la «Escuela de Navarra», miniándola incluso con detallitos de minuciosa filigrana jurídica. Y la han logrado crear no sólo a partir de sus presupuestos teóricos acerca de la ciencia del Derecho Canónico, sino también en medio de los complejos avatares que tuvieron que batallar hasta conseguir que la institución fundada por san Josemaría en 1928 llegara a ser en 1982 la «Prelatura Personal de la Santa Cruz y Opus Dei». Mediante la adopción de esta entidad jurídica el Opus tiene en la Iglesia católica, a partir de 1982, más poder y autonomía que antes.

Y no deja de asombrar a la vista de esta alambicada historia jurídica que la Universidad de Navarra siga insistiendo solemnemente en que esa Universidad nunca ha constituido ni constituirá «escuela» canonística o teológica, cuando de veras sucede que la evidencia de la «Escuela canonística de Navarra» es casi tan diáfana como la luz del sol. Pero aún causa mayor asombro el hecho contradictorio de que, por mucho que el Opus adopte un ropaje jurídico alejado de las órdenes y congregaciones religiosas, en la práctica de la vida real los sacerdotes y seglares de la Obra se comportan casi siempre según los parámetros existenciales de una disciplinada orden religiosa; así lo demuestra, entre otras muchas facetas, la existencia misma de la «Escuela de Navarra», perfectamente caracterizada y claramente diferenciada de otras escuelas canonísticas y teológicas. Mi entrevistado concluye la charla diciendo: «¡Cuán magistralmente han conseguido los canonistas del Opus trazar la cuadratura del círculo! Comportándose de facto (de hecho) como una estricta orden religiosa, han logrado que el Opus Dei no lo sea de iure (de derecho). Merecen una rotunda felicitación porque, además, han alcanzado para el Opus Dei el privilegiado status jurídico».

 

 

¿Es correcto que el Opus Dei sea una prelatura personal?

 

De mentalidad y formación germánica, como especialista en Ciencias Jurídicas y profundo conocedor del Opus Dei, en amigable charla me habla acerca de la conveniencia de cuestionarse si, desde el punto de vista del Derecho Canónico, es correcto o no que la Obra sea una prelatura personal de la Iglesia, ya que en la actualidad hay competentes especialistas, según los cuales el Opus no se ajusta Jurídicamente a la noción ni a la finalidad de las prelaturas personales. Este es el caso de Heribert Schmitz, catedrático emérito de Derecho Canónico de la Universidad de Munich y miembro del Senado de Baviera8. Seguidamente, mi interlocutor pasa a comentar, con pelos y señales, lo que este maestro escribe en el Manual del Derecho Canónico católico.

 

8 J. LISTL y H. SCHMITZ (eds.), Handbuch des katholischen Kirchenrechts, Ratisbona, Verlag Friedrich Pustet, 2 1999, pp. 650-655.

 

El profesor Schmitz, en plena sintonía con otros especialistas como Winfried Aymans, Lamberto de Echevarría, Oscar Stoffel, Peter Kaiser, Klaus Steger, etc., ofrece un estudio magistral de lo que es jurídicamente una prelatura personal, para luego compararla con la realidad del Opus Dei. Concluye así que la Obra no se aviene con la naturaleza jurídica de las prelaturas personales.

Según los cánones 294-297 del Código de Derecho Canónico, las prelaturas personales son agrupaciones de clérigos pertenecientes al clero secular, las cuales son erigidas por la Sede Apostólica para el cumplimiento de peculiares tareas apostólicas bajo una propia dirección, la del prelado personal, y con unos propios estatutos; a ellas también pueden pertenecer laicos, pero no es estrictamente necesaria la pertenencia de éstos. Tampoco es preceptivo que el prelado sea obispo; basta con que sea presbítero.

Los derechos y deberes de ese prelado se derivan del carácter de la prelatura personal como agrupación de clérigos en ella incardinados. El prelado, por tanto, tiene el derecho de formar a sus sacerdotes para la realización del concreto objetivo pastoral de esa prelatura y tiene el deber de velar por el sustento económico de aquéllos. Puede erigir un seminario sacerdotal (cánones 237-264), incardinar clérigos a la prelatura personal (cánones 265-272) y hacerlos ordenar al servicio de ella (cánones 1015-1023). En el caso de que algunos laicos pertenezcan a la prelatura con el fin de colaborar en los objetivos pastorales de ésta, sus derechos y obligaciones tienen que especificarse en los estatutos de cada prelatura. En esos estatutos también se han de normativizar las relaciones de la prelatura personal con los obispos de las iglesias particulares en que esa prelatura ejerza su ejercicio pastoral o misionero; eso sí, el obispo diocesano siempre debe dar su previo consentimiento a la actuación de una prelatura personal en el territorio de su diócesis. Las prelaturas personales no están exentas de la autoridad de los obispos diocesanos, a diferencia de las «diócesis personales» y de las «prelaturas nullius», figuras jurídicas que, aun siendo semejantes a las «prelaturas personales», sí disfrutan de esa exención y dependen directamente de la autoridad del Papa.

El profesor Schmitz observa que la fórmula jurídica de la prelatura personal es tan amplia, que pueden incluirse en ese marco asociaciones con fines muy diversos. Hasta ahora sólo existe una prelatura personal, la «Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei», que fue erigida mediante la Constitución apostólica Ut sit del 28 de noviembre de 1982; pero en el futuro podrán sumarse a esa figura jurídica otras instituciones. Al mismo tiempo Schmitz advierte que, por muy amplias que sean las posibilidades ofrecidas por esta figura jurídica, no sería correcto organizar como prelatura personal a cualquier institución, si no se salvaguarda la esencia y la estructura propias de la prelatura personal, establecidas por los cánones 294-297 del Código.

A partir de estos presupuestos, Schmitz pasa a comparar la noción general de prelatura personal con la realidad concreta, estructural y espiritual del Opus Dei. Éste no estaba satisfecho cuando, desde 1947 hasta 1982, era un instituto secular, ya que esta figura jurídica no se correspondía debidamente con la espiritualidad laical y secular del Opus. Pero sucede que la adopción de la nueva figura jurídica de prelatura personal también plantea cuestiones controvertidas que se enraízan, por un lado, en la esencia y estructura de la prelatura personal y, por otro lado, en la del propio Opus. Sigamos con detalle la argumentación de Schmitz.

Según establece la legislación eclesiástica, la prelatura personal es, por su propia naturaleza y finalidad, una agrupación sacerdotal orientada a la resolución de tareas apostólicas «peculiares», algo así como un equipo de sacerdotes especialistas (como una patrulla de bomberos, por poner un gráfico ejemplo proveniente de la sociedad civil). En cambio, el Opus Dei no se concibe a sí mismo de esa manera, sino, por el contrario, como un camino para que los cristianos normales y corrientes logren la santidad ejerciendo el apostolado en medio del mundo, sin que esos cristianos estén marcados por ninguna peculiaridad. ¡Cuántas veces repitió el fundador de la Obra que sus hijos e hijas nunca forman un grupo peculiar, sino que actúan apostólicamente en medio del mundo como el «fermento en la masa»!

Cuando el Código de Derecho Canónico establece que las prelaturas personales tienen como finalidad «peculiares obras pastorales o misionales a favor de varias regiones o diversos grupos sociales» (canon 294), los legisladores de la Iglesia piensan en problemas pastorales que, por estar cargados de una peculiar dificultad, no suelen ser bien cubiertos por el clero diocesano normal; entonces puede convenir que unos sacerdotes especializados en una peculiar tarea se incardinen en una prelatura personal para intentar abordar mejor esos difíciles retos. Pongamos unos ejemplos: la atención pastoral de sordomudos, de gitanos, de inmigrantes, de obreros, etc. Ya el papa Pío XII hizo erigir en 1952 la «Mission de France» a modo de una prelatura nullius para que los sacerdotes incardinados en ella ejercieran su peculiar tarea pastoral orientada a los obreros (aquéllos fueron conocidos como los «sacerdotes obreros»); la «Mission de France» fue, pues, un precedente de la actual figura jurídica de la prelatura personal. Esta serie de dificultades pastorales de diversos grupos sociales (sordomudos, gitanos, inmigrantes, etc.) suelen ser cubiertas en la actualidad mediante la fórmula de «delegación episcopal» o la de «capellanías» específicas o la de la «parroquia personal»; es decir, un obispo diocesano nombra a uno de sus sacerdotes «delegado episcopal para la pastoral gitana», o «delegado episcopal para los emigrantes», o «capellán de una determinada prisión», o «párroco personal para los sordomudos de una ciudad o zona», etc.; pero, si una o varias conferencias episcopales así lo determinasen, podrían solicitar a la Sede Apostólica de Roma la erección de una prelatura personal, nacional o internacional, para que los sacerdotes incardinados en ésta cubrieran algunos de esos objetivos peculiares bajo la dirección de un prelado personal, sabiendo que la autoridad de ese prelado no estaría exenta de la autoridad de los obispos diocesanos, a cuyo servicio trabajaría esa prelatura personal.

Para completar este panorama de actuales y posibles formas de gobierno jerárquico personal en la Iglesia, no debemos olvidar que el mundo militar o castrense suele ser atendido pastoralmente mediante fórmulas jurídicas como la diócesis personal castrense (éste es el caso de países como España o Argentina) o el ordinariato castrense. De todos modos, según la autorizada opinión de mi interlocutor -quien me advierte que esto no está dicho expresamente en el estudio de Schmítz-, las figuras jurisdiccionales de gobierno personal (diócesis personales, prelaturas nullius, ordinariatos castrenses) y las asociativas que se asemejan a las anteriores (prelaturas personales) han de ser en la Iglesia más bien excepcionales. El principio básico de organización eclesiástica es el «territorial» (y no el personal); lo normal en la Iglesia ha sido siempre que una iglesia particular sea gobernada por un obispo diocesano que está al frente de una porción del pueblo de Dios delimitada en un territorio concreto, el de la «diócesis territorial». Si abundaran en exceso las diócesis personales o las prelaturas personales, podría fácilmente originarse entre los creyentes la actitud de querer «apuntarse» a la estructura personal que a cada uno le complaciera más: «Prefiero pertenecer a tal o cual diócesis o prelatura personal porque su obispo me gusta más que el obispo de mi diócesis territorial». Evidentemente, esta forma de comportamiento, consistente en elegir un obispo a la carta, contravendría el sentido cristiano más elemental. Por eso, la prudencia aconseja que las diócesis y las prelaturas personales sean excepcionales.

El profesor Schmitz concluye con acierto que, el Opus Dei no responde en absoluto a esa definición de prelatura personal como asociación de clérigos destinada a la resolución de específicas y peculiares tareas apostólicas de una región o de un grupo social. El propio Opus no se entiende a sí mismo como un grupo social, sino como la vivencia de un carisma que impulsa, sobre todo a laicos, a llegar a la santidad en medio del mundo de acuerdo a la espiritualidad vivida y enseñada por san Josemaría Escrivá.

Un segundo argumento aportado por Schmitz se centra en que una prelatura personal es estructuralmente una agrupación de «clérigos» a la que no siempre han de pertenecer laicos; en cambio, el Opus Dei es estructuralmente, a partir de su carisma fundacional, una asociación de «laicos» a la que también pertenecen clérigos. Los sacerdotes de la Obra sirven sacramental y espiritualmente a sus hermanos y hermanas seglares para ayudarlos a vivir la espiritualidad del Opus; ésa es la misma finalidad pastoral que tienen los sacerdotes de cualquier orden religiosa, de cualquier instituto secular y de cualquier otra asociación, también laical, de fieles cristianos. En cambio, la finalidad de los sacerdotes seculares de una prelatura personal es la de especializarse para cubrir «peculiares obras pastorales o misionales» (canon 294) y no es la de vivir -ni ayudar a vivir- un carisma concreto.

La conclusión de Schmitz es clara: «La nueva forma jurídica que el Opus Dei se ha hecho dar no corresponde a la esencia ni a la estructura de esa asociación, y por eso hay que buscar en adelante una mejor solución»9.

 

9 J. Listl y H. Schmitz, op. cit., p. 654.

 

Schmitz no se pregunta por las causas que llevaron a la Sede Apostólica a erigir en 1982 como prelatura personal al Opus Dei, a pesar de que éste no respondiera a la finalidad pastoral ni a la estructura jurídica de las prelaturas personales. «Yo sí me atrevo a formular tal pregunta -afirma mi interlocutor- y, además, respondo que esa flagrante contradicción se explica con bastante probabilidad como un do ut des de intereses creados entre el Opus y la línea dominante del pontificado de Juan Pablo II. Puesto que resulta penoso que, años después de la celebración del Concilio Vaticano II, todavía se actúe en la Iglesia católica con un voluntarismo tan caciquil, es deseable que un futuro pontífice romano revise de nuevo el status jurídico del Opus para ponerlo en su lugar justo; y es también deseable que así sea, en favor del prestigio mismo de la Iglesia».

Pero, a pesar de esas serias objeciones, el profesor Schmitz concede que la forma jurídica de prelatura personal puede contribuir a que la actividad del Opus, al estar introducido en una estructura jurídica claramente precisada en sus estatutos y siempre sometida a una cierta tutela de los obispos diocesanos (canon 297), pueda volverse más transparente.

También en este punto ha acertado el profesor Schmitz, pues el Opus Dei, desde que el 28 de noviembre de 1982 fue erigido prelatura personal, se esfuerza por dar la imagen de una mayor transparencia ante la sociedad y, especialmente, ante los obispos y demás eclesiásticos. Al tratar este tema con un sacerdote ex numerario del Opus Dei, me dice que son, al menos, cuatro los motivos que explican esa mayor transparencia de la Obra en los dos últimos decenios de su historia reciente:

 

1) Uno o dos años después del 28 de noviembre de 1982, Álvaro del Portillo pidió explícitamente a los sacerdotes de la recién erigida prelatura personal que cambiaran de actitud en sus relaciones con los presbíteros y obispos diocesanos y con los monseñores de la curia vaticana10, Hasta esa fecha los sacerdotes del Opus eran críticos y distantes, incluso algo agresivos, con aquellos sacerdotes diocesanos abiertos a las tendencias renovadoras del Concilio Vaticano II. Pero, a partir de 1982, Álvaro del Portillo se esforzó por que sus hijos clérigos menguaran un poco el talante «lefebvriano» o reaccionario para aproximarse con espíritu fraterno a todos los sacerdotes diocesanos, manteniendo con éstos unas relaciones cordiales, amistosas y serviciales. Y así ha sido. Además, previa autorización del obispo prelado de la Obra, algunos sacerdotes de la prelatura son nombrados oficialmente por el obispo de una diócesis para que desempeñen en ella un cargo como, por ejemplo, miembro de un tribunal diocesano o profesor en el Seminario, etcétera, Por eso, actualmente, muchos obispos y sacerdotes ven el comportamiento de los miembros de la Obra con más transparencia que antes.

 

10 Uno de los grandes logros de los años en que Álvaro del Portillo estuvo al frente de la obra (1975-1994) fue el establecimiento de unas sólidas relaciones entre la sede central del Opus Dei y la curia-vaticana, ambas ubicadas en Roma. La potente inteligenciade del Portillo, su delicada habilidad en el trato personal con los monseñores del Vaticano, sus maduros conocimientos del Derecho Canónico y su eficaz mentalidad de ingeniero (pues fue la carrera de ingeniería la que estudió en su juventud madrileña) se plasmaron en la construcción de un sólido «puente» que desde entonces enlaza el Opus con el Vaticano. Y así ambas instituciones pueden intercambiarse cómodamente servicios y dones de todo tipo. Además, a los directores del Opus les haría ilusión que «puentes» de ese tipo de levantaran en todas las diócesis de la Iglesia en las que trabajan sacerdotes de la prelatura Opus Dei; pero puede suceder con frecuencia o que esos sacerdotes no sean buenos ingenieros o que esas diócesis no quieran soportar un «puente» así; y, por tanto, las relaciones entre la prelatura del Opus Dei y las diócesis no son, algunas veces, tan fluidas como a los directores del Opus les convendría (aunque otras veces sí lo son, porque todo depende de quién sea el obispo diocesano).

 

2) Álvaro del Portillo y su sucesor, Javier Echevarría, han autorizado a los laicos de la prelatura -cosa que antes de 1982 estaba casi prohibida y era muy infrecuente- a que colaboren en tareas o iniciativas diocesanas, prestando así un servicio a distintas necesidades pastorales o funcionales de una diócesis. Por eso, no es extraño encontrar a algún supernumerario e incluso numerario del Opus como asesor o gestor en la resolución de dificultades económicas, técnicas o jurídicas de una diócesis. Esta actitud de colaboración contribuye, sin duda, a dar más transparencia al Opus Dei.

3) Desde que el Opus Dei es prelatura personal, publica dos veces al año un boletín informativo, simultáneamente en varias ediciones (castellana, italiana e inglesa), acerca de las principales actividades oficiales del prelado y de obras corporativas de la prelatura. Ese boletín se edita en Roma, donde el Opus tiene su sede central, y se titula Romana. Boletín de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei. Además, el Opus Dei difunde también por internet mucha información oficial acerca de sus actividades.

4) En los últimos años, relevantes teólogos y canonistas del Opus han publicado libros científicos e históricos en los que exponen, siempre desde el punto de vista oficial y al servicio de los intereses de su prelatura, las novedades teológicas y jurídicas que, según ellos, ha aportado a la vida de la Iglesia la erección del Opus Dei como prelatura personal. Entre esos libros destacan los dos siguientes: P. RODRIGUEZ, F. OCÁRIZ y J. L. ILLANES, El Opus Dei en la Iglesia: introducción eclesiológica a la vida y al apostolado del Opus Dei, Madrid, Rialp, 1993; A. FUENMÁYOR, V GÓMEZ IGLESIAS y J. L. ILLANES, El itinerario jurídico del Opus Dei: historia y defensa de un carisma, Pamplona, Eunsa, 1990. Este último libro contiene en uno de sus anexos el texto latino de los estatutos de la «Prelatura Personal de la Santa Cruz y Opus Dei».

A la vista de estos cuatro datos escuetamente mencionados y de otros similares, tiene algo de razón el profesor Schmitz cuando afirma que el Opus Dei se ha vuelto en los últimos años más transparente. Sin embargo, me permito matizar la afirmación de Schmítz recordando dos ideas que, de forma generalizada, me recuerdan quienes han vivido de cerca el tema:

1) Ese cambio de imagen que el Opus Dei ofrece de sí mismo no pasa de ser una hábil estrategia de «política exterior», perfectamente calibrada y diseñada por los directores del Opus. A éstos les interesa transmitir la idea de que la Sede Apostólica de Roma acertó de lleno al otorgar al Opus Dei un «traje a medida» como fue la prelatura personal; por tanto, además de sentirse infinitamente agradecidos al Papa y a las conferencias episcopales, los miembros de la Obra tienen que estar ahora más serenos, más contentos y felices que antes de 1982, e irradiar más transparencia que nunca. Pero, en realidad, todo el mundo sabe que, en lo referente a la información e imagen, la Obra nunca informa públicamente acerca de sus facetas comprometidas, como son, entre otras, sus fuentes de financiación económica o el elevado número de vocaciones que ha perdido desde que estrenó su nuevo traje a medida. Todo esto, así como el mucho dinero con el que el Opus ha apoyado el pontificado de Juan Pablo II y el modo con que este papa se lo ha gratificado, queda excluido de la versión oficial que el Opus da de sí mismo y permanece en la quietud del silencio.

2) La vida interna de la Obra sigue estando dotada, en la actualidad, del mismo integrismo religioso que ya tenía antes de 1982. Los cambios de «política exterior», esto es, de imagen y de relaciones públicas, apenas han tenido correlato en el seno íntimo de esa institución, en la que todo se sigue practicando como siempre. Es cierto que el Opus Dei se rige por los «estatutos» de la actual prelatura personal y que esos «estatutos» garantizan en el plano teórico el carácter supuestamente laical de la Obra. Pero no debe olvidarse, al mismo tiempo, que los «estatutos» se complementan en la vida interna y en el funcionamiento práctico de esa institución con una serie de normas, indicaciones, costumbres y experiencias, que, recogidas en libros de uso exclusivamente privado de los directores y directoras, reciben el nombre de «praxis». Pues bien, esa «praxis» de gobierno -y no tanto los fríos «estatutos»- es lo que moldea realmente el pensamiento y el estilo concreto de vida que adoptan los miembros de la Obra. Y es en este nivel de actuación práctica donde el funcionamiento existencial de la gente del Opus se asemeja bastante al de los religiosos y religiosas de antaño; y es también en este nivel donde afloran el integrismo y el talante elitista de esa institución. La «praxis» apenas se modificó después de que el Opus, en noviembre de 1982, estrenara su nuevo traje a medida, teóricamente etiquetado con mentalidad laical; al contrario, esa «praxis» interna quedó así aún más prestigiada y ratificada.

Ha sido para mí muy interesante leer a fondo ese trabajo del catedrático Heribert Schmitz, ayudada por los ilustrados comentarios de un experto que me han llevado a entender y comprender. Y comparto el deseo de ambos de que en un futuro se busque alguna solución para que la Obra reciba la forma jurídica que mejor le corresponda en la Iglesia y que mejor encaje en su verdadera «praxis» de gobierno y de actuación.

 

 

Siempre van a su «bola»

 

Desde distintos puntos de España he recibido cartas en las que un buen número de personas que entre ellas no se conocen de nada -sólo tienen en común que casi todos son sacerdotes- coinciden en manifestar la creciente influencia que el Opus tiene sobre la jerarquía eclesiástica; a pequeños niveles y a grandes niveles, ya que la raíz de su «poderío» le viene, en definitiva, de Roma. Los autores expresan -con más o menos dosis de sorpresa, dolor y hasta con cierta rabia- que los del Opus se meten por todas partes para rectificar aquí o allá, en un incesante intento de marcar su pauta, porque consideran que es la más ortodoxa, la más pura, la más afín con lo que la Iglesia católica necesita de sus fieles.

Un profesor de Teología me cuenta que sabe perfectamente quién va de «oyente» a sus clases para tomar notas de lo que le parece que puede salirse de lo estrictamente correcto y poder así informar a la autoridad competente. Otros, también profesores, cuentan de ellos mismos o de compañeros suyos que, debido a estas actitudes, han llegado a ver en juego su puesto de trabajo. Según he podido saber, algo parecido ocurre en púlpitos, catequesis y otras actividades pastorales: los del Opus vigilan, informan y presionan para imponer su muy personal postura, y eso crispa mucho los ánimos.

«Van tan a su "bola" que pueden llegar a provocar un cisma», dice un joven sacerdote al hablar de cómo actúan algunos curas agregados de su entorno. Y lo afirma con suficiente conocimiento de causa, ya que él mismo, durante un corto periodo de tiempo, fue sacerdote agregado de la prelatura.

Algunos ven en la situación actual de la Iglesia católica una especie de cisma psicológico; a mí me parece, más bien, que existen dos grandes grupos que se encuentran en constelaciones distintas. El sol, la luna y las estrellas (como Dios, Cristo y la Iglesia) son los mismos para todos, pero la forma en que vemos esas realidades es diferente porque estamos en diferentes constelaciones. Vivimos -la misma Iglesia, pero parece que en mundos distintos.

El filósofo Ortega y Gasset venía a decir algo parecido cuando explicaba que la misma sierra de Guadarrama era del todo distinta vista desde Madrid o vista desde Segovia. En la Iglesia actual observamos que el Opus Dei y otros grupos afines parece que ven la «sierra» desde un lado y los demás desde el lado contrario. Pero ¿por qué hay que forzar a todos a que vean la «sierra» desde el mismo punto de mira? Si unos van a su «bola», dejemos a los otros que vayan, más o menos, a la suya.

Entre las cartas y comunicaciones recibidas, que dicen mucho de esta realidad de las dos constelaciones en las que los católicos parecen vivir hoy, he elegido un amplio informe por ser especialmente significativo. A continuación hago un resumen del mismo, pero siendo rigurosamente fiel a su contenido. El autor, un sacerdote diocesano catalán, en otros tiempos muy próximo a la prelatura, apunta lo que sigue.

El 20 de septiembre de 2004 fue ordenado obispo, y tomó posesión de la sede arzobispal de Tarragona, el sacerdote numerario del Opus Dei Jaume. Pujol Balcells, hasta entonces profesor ordinario de Teología Pastoral en la Universidad de Navarra. En el desarrollo de la solemne ceremonia litúrgica, celebrada en la catedral de Tarragona, el entonces administrador diocesano de la archidiócesis de Tarragona, Miquel Barbará, pronunció públicamente unas interesantes palabras. El administrador diocesano es el sacerdote que está al frente de una diócesis durante el breve espacio de tiempo en que esa diócesis se encuentra en sede vacante a consecuencia de la marcha de su anterior obispo (en este caso el arzobispo de Tarragona saliente, Lluís Martínez Sistach, pasó a ser arzobispo de Barcelona) y en espera de la llegada del nuevo. El administrador diocesano, Miquel Barbará, manifestó en su saludo protocolario lo siguiente:

 

Esta iglesia acoge generosamente vuestra persona y, como creemos en la eficacia de los sacramentos, cuando hayáis recibido la plenitud del sacerdocio y os sentéis en la sede de Fructuoso, seréis nuestro padre y pastor. Sabéis muy bien que venís en un momento delicado. Necesitamos una labor profunda de comprensión y de aceptación, de fraternidad, de paz y de serenidad. [...] He constatado que muchos presbíteros y seglares han trabajado por la unidad, la concordia, la serenidad y la paz. Creo que el último servicio que he de realizar como administrador es deciros que encontraréis personas satisfechas, otras indiferentes, pero también hay muchas profundamente afectadas, en su sentido de comunión eclesial y de pertenencia a la Iglesia. Las que más me han preocupado son las que están afectadas en el silencio solitario de su conciencia. Y todas son Iglesia de Tarragona. Iglesia que se siente cuestionada por el hecho de que, viviendo como vivía con normalidad, para nombrar a su pastor se haya seguido un procedimiento tan extraordinario. A pesar de todo, invito a todos los diocesanos a responder con actitudes humanas y cristianas maduras11.

 

11 Este texto ha sido publicado en un artículo del número 3.224 de la revista Ecclesia (25 de septiembre de 2004), p. 10. El artículo está firmado por Jaime Aymar.

 

Estas palabras no son meramente protocolarias, ya que expresan con educado formalismo, pero con valiente sinceridad, el malestar de una gran parte de los católicos tarraconenses a consecuencia del «procedimiento tan extraordinario» que se ha seguido para nombrar al sacerdote Jaume Pujol Balcells como arzobispo de Tarragona12. Este «procedimiento» ha consistido en que la Santa Sede ha cedido a las presiones del obispo prelado del Opus Dei, Javier Echevarría, que desde hacía muchos años deseaba que un sacerdote numerario del Opus fuera nombrado obispo de una diócesis española, deseo que siempre topaba con la oposición de gran parte de los componentes de la Conferencia Episcopal Española. Tras repetidos intentos, siempre infructuosos, Javier Echevarría ha conseguido colocar en el año 2004 a uno de los suyos al frente de la archidiócesis de Tarragona, cuyo obispo de mediados del siglo III fue san Fructuoso. Tarragona ha sido, pues, fructuosa para Javier Echevarría y Jaume Pujol. Lo que molesta a muchos católicos tarraconenses es que el Vaticano atienda antes, más y mejor los intereses del Opus que los intereses de la propia diócesis tarraconense. Pero así es como actualmente se gobierna en la Iglesia católica, y Javier Echevarría, consciente de ello, ha logrado por fin salirse con la suya.

 

12 Se da la circunstancia extraordinaria de que monseñor Pujol es el primer sacerdote en España nombrado directamente arzobispo desde el siglo XVI, cuando fue ordenado Bartolomé de Carranza.

 

«¿Por qué la Santa Sede ha preferido en este caso -y en otros también, se pregunta mi interlocutor- atender los intereses del Opus Dei con preferencia a los de la diócesis concreta?» Y dice lo siguiente: «Resulta complejo responder linealmente esta cuestión. Vayamos por partes. En primer lugar, hay que considerar la percepción que el Vaticano tiene de la diócesis en cuestión, en este caso Tarragona; y, en segundo lugar, se debe calibrar el peso específico que el Opus tiene en la política eclesiástica en estos momentos. »

El Vaticano percibe con seria preocupación lo que sucede en todas las diócesis catalanas, ya que Cataluña es una de las regiones de Europa que más se ha secularizado en la segunda mitad del siglo XX. El descenso de la práctica dominical entre los catalanes es masivo, el número de vocaciones para el sacerdocio y la vida religiosa también ha descendido en alto grado, la economía de las diócesis catalanas no pasa por su mejor momento, y el nivel de paganización de la ciudad de Barcelona clama al cielo. La visión materialista de la vida se impone junto con un hedonismo galopante y repleto de corrupción moral, la estabilidad de muchos matrimonios está en crisis, las ideologías anticristianas pululan entre intelectuales y artistas, y, además, el nacionalismo catalanista contribuye a enfriar el sentimiento religioso de la población. A los ojos del Vaticano, el catalanismo fomenta decisivamente el proceso de secularización de la sociedad, porque es una especie de pseudoreligión que suplanta la fe del cristianismo tradicional. Los católicos catalanes son vistos por Roma como un grupo de paletos o pueblerinos que se están mirando continuamente al ombligo y se olvidan de que el catolicismo es, como su nombre indica, una religión «católica» o universal.

A estas consideraciones se añade la circunstancia de que la Iglesia catalana no cuenta en la actualidad con buenos «padrinos» en la curia vaticana. Unas veces, el Gobierno central de España y, otras veces, la Conferencia Episcopal Española desprestigian ante el Vaticano las aspiraciones del catolicismo catalanista13, incluida la famosa reivindicación: «¡Volem bisbes catalans!». Por todo ello, el Vaticano concluye que las diócesis catalanas necesitan ser gobernadas por obispos «seguros», nada inficionados de catalanismo ni tampoco de ideas teológicas modernas que puedan fomentar -indirectamente, claro está, pero con una cierta complicidad- el proceso de secularización. Para frenar este proceso y promover el renacimiento religioso, tal como la Santa Sede entiende la «religión», los obispos catalanes han de estar libres de prejuicios nacionalistas y de ideas teológicas impregnadas de «disenso antirromano». En resumen, el Vaticano quiere para Cataluña obispos «universales», de plena comunión con Roma, y no quiere paletos que, mirándose al ombligo, contribuyan al enfriamiento de la vivencia religiosa entre los catalanes, que igualmente se miran todos al ombligo.

 

13 La Iglesia catalana contribuyó decisivamente al nacimiento del catalanismo cultural y político y se declaró abiertamente nacinalista en febrero de 1986. Para los obispos catalanes, Cataluña es una nación, y en un importante documento, la Conferencia Episcopal tarraconense, compuesta entonces por las ocho diócesis catalanas, proclamaba «la realidad nacional de Cataluña, plasmada a lo largo de un milenio de historia». Observadores cualificados opinan que la Iglesia catalana es más profundamente nacionalista que la propia Iglesia vasca.

 

De hecho, el último arzobispo de Barcelona, Ricard Maria Carles, ha estado siempre fielmente unido a las directrices del Santo Padre y se ha distanciado con moderación de la tendencia catalanista, mayoritaria hasta hace pocos años entre los obispos catalanes. Carles, que sí ha tenido y sigue teniendo buenos «padrinos» en la curia vaticana, consiguió en los últimos años de su pontificado que Roma nombrase a tres «pupilos» suyos para las diócesis catalanas de Lleida, Tortosa y Vic. Por tanto, la Santa Sede romana ya ha nombrado un buen número de obispos «seguros» y capaces de frenar la descontrolada secularización de la sociedad. Pues bien, el nombramiento de un sacerdote del Opus como arzobispo de Tarragona forma parte de esta política vaticana de situar obispos fieles, obedientes, controladores y piadosos al frente de las diócesis de Cataluña.

Pasemos ahora al otro factor: el peso específico del Opus en la actual política religiosa de la Santa Sede. Es bien sabido que el Opus ha apoyado con importantes sumas de dinero el pontificado del papa Juan Pablo II y, por eso, ha conseguido acrecentar notablemente su influencia en el Vaticano; en cambio, una diócesis como la de Tarragona poco dinero puede aportar a las arcas vaticanas y poco puede influir en las decisiones que se tomen en los dicasterios de esa curia. Los sacerdotes del Opus residentes en Roma han intensificado en los últimos decenios el trato personal con los monseñores de la curia Vaticana a fin de tejer una estable red de influencias favorables a la política eclesiástica de la Obra. También se ha de ponderar el influyente papel que ha desempeñado Joaquín Navarro-Valls en el ascenso del Opus al poder eclesiástico; el periodista Navarro-Valls, director de la Sala de Prensa de la Santa Sede desde hace veinte años, ejercía un determinante peso en bastantes decisiones que tomaba el papa Juan Pablo II.

El cardenal romano que por oficio se encargaba de nombrar a los obispos de las distintas diócesis de la Iglesia católica era Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación para los Obispos en los últimos años del pontificado de Juan Pablo II; Re se perfilaba como uno de los posibles sucesores de ese papa. Juan Pablo II nombró a lo largo de su vasto pontificado dos cardenales miembros del Opus Dei: Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima (Perú), y Julián Herranz, arzobispo de la curia vaticana. Monseñor Re contaba con que los votos de esos dos cardenales del Opus pudieran venirle muy bien en el cónclave cardenalicio que, tras el fallecimiento de Juan Pablo II, se reunió en la Capilla Sixtina para elegir al nuevo papa. Por ello, se comprende que Re no desatiendiera las presiones del obispo prelado del Opus, Javier Echevarría, el cual siempre ha deseado que un sacerdote suyo sea nombrado obispo de una diócesis española.

En la vida interna del Opus se ha estado diciendo durante largo tiempo que la Conferencia Episcopal Española cometía una grave injusticia por boicotear el nombramiento de un sacerdote del Opus Dei como obispo de una diócesis española, ya que los sacerdotes del Opus estaban muchísimo mejor preparados que los sacerdotes diocesanos para ejercer el ministerio sacerdotal y, por supuesto, las tareas episcopales. Esta queja era como una cantinela que se repetía en tertulias o en charlas dirigidas a gente de la Obra: «somos víctimas de una incomprensión sectaria por parte de muchos obispos españoles», se decía en el seno del Opus, unas veces claramente y otras veladamente. Además, se sabe que Javier Echevarría intentó en vano a mediados de los años noventa del siglo XX que el sacerdote numerario Tomás Gutiérrez Calzada, entonces vicario general del Opus Dei en España, fuera nombrado obispo de Barbastro-Monzón. Echevarría lo intentó astutamente, mediante visitas personales suyas a obispos españoles de su confianza, utilizando como argumento de conveniencia que el fundador de la Obra había nacido en la ciudad de Barbastro y que en el territorio de esa diócesis se ubica el santuario de Torreciudad; pero al final no se salió con la suya, o bien porque esos obispos no lo apoyaron a la hora de la verdad, o bien porque el entonces nuncio de Su Santidad en España, Lajos Kada, lo impidió.

Y es que una gran parte de obispos españoles no están del todo conformes con la praxis pastoral de los sacerdotes del Opus Dei, algo distanciada de la habitualmente utilizada por el clero diocesano. Por eso, muchos obispos no desean como colega suyo a un cura del Opus, pues consideran que un obispo no debería representar un sector concreto o parcial del catolicismo, sino abarcar todas las tendencias del Pueblo de Dios aunándolas.

Con el cambio de nuncio de Su Santidad en España, las circunstancias se volvieron más favorables a los intereses del Opus. El nuevo nuncio, Manuel Monteiro de Castro, debió de haber recibido instrucciones desde Roma en orden a acoger con sentido positivo los anhelos de Javier Echevarría. Así se puede explicar la sorprendente terna que el nuncio presentó a Giovanni Battista Re para cubrir la vacante de la sede arzobispal de Barcelona; esa terna estaba encabezada por un sacerdote del Opus, Jaume Pujol Balcells, según informó La Vanguardia el domingo 21 de septiembre de 2003. El Vaticano se ha pensado muy a fondo el nombramiento del nuevo arzobispo de Barcelona, esa ciudad tan paganizada y catalanista. Y, al final, éste (es decir, Giovanni Battista Re y otros más) ha optado por una jugada maestra: a mediados de junio de 2004 ha dividido la diócesis de Barcelona en tres diócesis, a saber, Barcelona, Terrassa y Sant Feliu de Llobregat; ha trasladado al arzobispo de Tarragona, Lluís Martínez Sistach, a Barcelona, y ha nombrado al sacerdote del Opus, Jaume Pujol Balcells, como arzobispo de Tarragona. Al frente de la recién creada diócesis de Terrassa ha puesto al pupilo preferido de Ricard María Carles, a saber, Josep-Ángel Saiz Meneses, hasta esa fecha obispo auxiliar de Barcelona; y como obispo de Sant Feliu de Llobregat ha situado al valenciano Agustí Cortés Soriano, hasta esa fecha obispo de Ibiza. Estos dos últimos obispos no son catalanes de nacimiento, los otros sí.

Normalmente la carrera episcopal tiene dos pasos: primero, tras varios años de experiencia sacerdotal, se pasa de sacerdote a obispo y, segundo, tras varios años de experiencia episcopal, se pasa de obispo a arzobispo. Jaume Pujol ha saltado directamente de sacerdote a arzobispo; y así preside no sólo la diócesis de Tarragona, sino también la Provincia Eclesiástica Tarraconense. El arzobispo Pujol, cuyas virtudes y capacidades personales no se cuestionan en estas líneas, tiene objetivamente mucha menos experiencia episcopal que los demás obispos de su provincia eclesiástica, la cual consta de las diócesis de Girona, Vic, Solsona, Seu d'Urgell, Lleida, Tortosa y la propia Tarragona, que es la archidiócesis. La nueva Provincia Eclesiástica de Barcelona consta de las diócesis de Sant Feliu de Llobregat, Terrassa y la propia Barcelona, que es la archidiócesis. La Santa Sede proyecta englobar en breve tiempo ambas provincias eclesiásticas en la Región Eclesiástica de Cataluña: ¿qué arzobispo la presidirá, el de Barcelona o el de Tarragona?

De esta forma Giovanni Battista Re ha contentado a todos los grupos. o lobbies que aspiraban a ocupar la sede arzobispal de Barcelona: 1) el Opus optaba por Jaume Pujol; 2) el arzobispo saliente, Ricard María Carles, optaba por Josep-Angel Saiz; 3) el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco, optaba por Agustí Cortés o por Manuel Ureña; y 4) los catalanistas optaban por Lluís Martínez. Gracias a la división de la diócesis de Barcelona en tres demarcaciones, el Vaticano ha conseguido repartir equitativamente el pastel a gusto de todos los golosos aspirantes. Ya lo dice el refrán: «Ellos se lo guisan y ellos se lo comen».

Y, al mismo tiempo, Giovanni Battista Re intentó mejorar sus posiciones de cara al futuro cónclave, sabiendo ganar amigos con ocasión del nombramiento de obispos. Tengamos en cuenta que en el cónclave elector del nuevo papa participaron los cardenales Ricard María Carles (emérito de Barcelona), Antonio María Rouco (Madrid), Juan Luis Cipriani (Lima) y Julián Herranz (curia vaticana); ninguno de ellos está descontento con su colega Giovanni Battista Re, sino que le están muy agradecidos por su gestión tan diplomática. Éste es el ambiente en que el obispo prelado de la Obra, Javier Echevarría, asesorado y respaldado por Joaquín Navarro-Valls, se ha movido para conseguir su objetivo y, tras años de frustrados intentos y de paciente victimismo, ha logrado bastante satisfactoriamente implantar su política eclesiástica.

El sacerdote diocesano catalán, autor del informe que comentamos, se muestra contundente cuando afirma:

 

Después de alcanzar su objetivo, Javier Echevarría, que antaño se topó con la reticencia de muchos obispos españoles, se regocijará seguramente haciendo lo que dice otro refrán: «Quien ríe el último, ríe mejor». Todos los miembros de la Conferencia Episcopal Española han tenido que acoger fraternalmente a su nuevo colega, el arzobispo Jaume Pujol, y a partir de ahora no tendrán más remedio que disimular las antipatías que muchos de ellos sienten sinceramente por el Opus Dei. Éstos son algunos inconvenientes de la comunión eclesial; quien comulga no sólo con Jesucristo, sino también con el sucesor del apóstol Pedro, que hasta hace poco tiempo ha sido el papa Juan Pablo II, ha de comulgar a veces con ruedas de molino. Pero este tipo de contratiempos no suelen causar crisis entre los «buenos» obispos, porque ya, están mentalizados para ello; expresado más rastreramente: para eso se les paga.

 

El mismo sacerdote concluye diciendo:

 

Desde la perspectiva romana, los pobres católicos tarraconenses son pueblerinos que se miran al ombligo14. Pero resulta que los monseñores de la curia vaticana también miran un ombligo, sólo que el suyo está mejor ubicado que el de los paletos de provincias: se trata del umbilicus mundi u ombligo del mundo, que se halla en la zona arqueológica del Foro Romano y ¡cómo no! en las panzas curiales de los mismos monseñores. Justamente desde ese «ombligo del mundo» los monseñores universales de la curia vaticana, sirviéndose de la mediación de obispos tan dóciles y controladores como los recientemente nombrados por ellos, frenarán sin duda la secularización de Tarragona y de Cataluña entera y relanzarán el espíritu religioso de los catalanes hasta elevarlos al cielo. Que san Fructuoso y la Virgen de Montserrat auxilien a esos obispos en su empeño, pues mucha falta les hace tal auxilio. ¡Amén!

 

14 Para mas información sobre este tema es interesante la lectura de Les ferider de Perglèsia catalana: la divisiò de la Diòcesi de Barcelona i els bisbes imposats, de Jordi Llisterri, Barcelona, Columna, 2005.

 

 

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