POSICIONES Y ARTÍCULOS

PARA LA CAUSA DE BEATIFICACIÓN

Y CANONIZACIÓN DEL SIERVO DE DIOS

ISIDORO ZORZANO LEDESMA

DEL OPUS DEI

Por José Luis Muzquiz, sacerdote numerario del Opus Dei -1948-

 

IX.-CARIDAD PARA CON EL PROJIMO

 

 

120.-Caridad heroica.-De su caridad heroica para con el Señor nació en el Siervo de Dios su amor hacia el prójimo. Durante su vida hizo todo el bien que estaba a su alcance, a todos, sin excepción ni distinción de clases, ideas ni categorías.

Heroica fué su caridad en circunstancias extraordinarias y particularmente difíciles. Delicada y fina con los pobres, con los obreros, con los alumnos. Admirablemente heroica en la naturalidad con que se olvidaba de sí mismo, para estar pendiente de las necesidades espirituales y materiales de los demás. Esta caridad alcanzó un grado supremo cuando, en su lecho de muerte, enseñaba a sufrir, a orar y a ofrecer por el bien de todas las almas, y muy en especial por la Obra y por sus hermanos, haciendo de sus dolores un apostolado de caridad, abnegación y sacrificio. Alguien que le conoció ha dicho a propósito

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del Siervo de Dios estas palabras: «Era todo corazón». Y este corazón, que ardía en amor de Dios, le llevaba a entregarse del todo a sus prójimos.

Todo lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído, o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además, sus fuentes de información.

 

121. Desde su infancia.-Desde muy niño empezó a dar muestras de lo que, andando el tiempo, había de ser una de sus virtudes más características: la despreocupación de sus cosas para atender a los demás.

Vivía la caridad con gran delicadeza: no había persona necesitada que, acercándose a su casa, no fuera socorrida por él. Tomaba parte en el sufrimiento ajeno y, olvidándose de sí mismo, trataba siempre de favorecer a los demás. Si su madre le decía: «Isidoro, debes hacerte un traje», él contestaba: «Este que llevo está todavía muy bien: que se lo haga mi hermano o mi hermana, que son más jóvenes».

Con toda delicadeza les corregía cuando era necesario. Bastaba con que pronunciase el nombre de uno de ellos con tono grave para que éste se diera cuenta inmediatamente de que había faltado, aunque no supiera en qué. Después, a solas, le explicaba lleno de caridad dónde estaba la falta.

Todo lo cual, etc.

 

122.-Perdón de las ofensas.-La caridad heroica del Siervo de Dios para con el prójimo se manifestó también en el perdón de las ofensas, de tal manera que nunca ni en ninguna parte tuvo enemigos. Era feliz cuando podía devolver bien por mal, «siempre dispuesto -como dice don Javier de Bustamante, ingeniero compañero suyo- a perdonar al que le agraviare, y a evitarle cualquier disgusto, aun a costa de su salud y bienestar».

En una ocasión fué denunciado injustamente, y el Siervo de Dios no se molestó lo más mínimo, sino que desde el primer momento se portó con el denunciante y con su hijo, al que poco después tuvo que examinar, con

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la misma delicadeza de siempre, de tal manera que cuantos tuvieron noticia del hecho quedaron edificados.

En los Talleres, su caridad le llevó en ocasiones a pasar por alto actitudes de los obreros que podían herir su sensibilidad. Terminada la guerra, cuando al Siervo de Dios se le presentó ocasión propicia para castigar a los que le habían perseguido, prefirió perdonar cristianamente.

Todo lo cual, etc.

 

123.-Evitó discordias-La bondad y caridad heroica del Siervo de Dios para con el prójimo hacía que todos los que le rodeaban se sintiesen contagiados por esta misma caridad, evitándose muchas veces de esta manera rencillas y discordias.

Una persona que le trató, dolida en cierta ocasión por un comentario inoportuno que se había expresado a propósito de un hermano suyo muerto en el frente de batalla, tuvo intención de buscar a quien lo había hecho. Se lo comunicó al Siervo de Dios «y no recuerdo que me dijese nada -refiere-; se sonrió con aquella franca sonrisa que él tenía, y no fué necesario más».

Nadie recuerda que tuviese discusiones nunca. Pero además, sabia enderezar las conversaciones de tal manera que cesasen las críticas e insensiblemente se pasase a hablar de las virtudes y buenas cualidades de aquellos mismos que antes habían sido objeto de comentarios desfavorables. A muchos servía este ejemplo del Siervo de Dios de norma de conducta y modelo al que imitar en sus palabras y conversaciones.

Todo lo cual, etc.

 

124.-Evitó murmuraciones.-Nunca se oyó hablar mal de nadie al Siervo de Dios; no censuraba los actos de los demás, ni se permitía el más ligero comentario que denotara falta de caridad para con el prójimo.

En una ocasión, durante la carrera, recibió una calificación

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cación absolutamente injusta en opinión de todos: la reacción del Siervo de Dios demostró su caridad heroica, pues se limitó a mostrar su sentimiento, sin hacer reproche alguno para el profesor que tan arbitrariamente le había tratado.

Durante su estancia en los Sanatorios, y a pesar de que en todo enfermo es natural y excusable la predisposición a ser exigente, jamás murmuró de ninguno de los que le atendían. Con indulgencia y buen humor disculpaba las faltas y las equivocaciones. Cuenta una de las enfermeras que el Siervo de Dios nunca se quejó de nada, y que aún se excusaba por las molestias que proporcionaba, cuando era la propia enfermera quien, por haber sufrido alguna equivocación, tenía que repetir algo.

Todo lo cual, etc.

 

125.-Con sus compañeros.-Sus compañeros de carrera le recuerdan lleno siempre de generosidad y desprendimiento; prestaba sus notas de clase, facilitaba sus ejercicios prácticos, y todos, incluso los que le trataron superficialmente, están de acuerdo en reconocer la bondad y afabilidad que ponía en su trato. Su madre acostumbraba a decirle: «Tú haces los problemas y ellos te los copian»; el Siervo de Dios, como siempre, sonreía.

Un compañero suyo, mutilado, que trabajó a sus órdenes, refiere la agradable sorpresa que le produjo el recibimiento que el Siervo de Dios le dispensó, «quien –dice-había cuidado personalmente de todos los detalles para que nada me faltara en el momento de empezar a trabajar. En un principio creí que todas las atenciones que conmigo tenía se debían a mi mutilación: después pude comprobar que no sólo se debían a esta circunstancia, sino principalmente a su excepcional bondad».

Todo lo cual, etc.

 

126.-Con sus inferiores.-El hábito de caridad del Siervo de Dios se extendía a todos por estar fundado en

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el amor divino. Trataba a sus inferiores con extraordinaria delicadeza y evitaba con sumo cuidado darles trabajo innecesario.

Una criada de la pensión donde vivió el Siervo de Dios en Málaga, recuerda muchos detalles de este tipo: «Fué -dice- el mejor huésped que tuvo la casa. A los pocos días de llegar se dió cuenta de que era preciso que una sirvienta se levantase a servirle el desayuno, puesto que oía Misa muy temprano y después marchaba a su trabajo: desde entonces no fué necesario que lo hiciesen más, porque les obligó a que se lo dejaran preparado por la noche».

De la misma forma se comportó siempre con sus inferiores. El peluquero que le atendía durante la enfermedad recuerda que el Siervo de Dios acostumbraba a pedirle perdón, por creer que le hacia perder el tiempo cada vez que, al sobrevenirle los ahogos -en cualquiera de los cuales podía morir- le obligaba a interrumpir su trabajo.

Todo lo cual, etc.

 

127.-Con sus alumnos.-Los que fueron sus alumnos en la Escuela Industrial de Málaga, conservan todos un recuerdo vivo y agradable del Siervo de Dios por su gran caridad para con ellos, que se manifestaba en la paciencia con que repetía sus explicaciones hasta que eran comprendidas por todos, en las facilidades que les daba cuando acudían a él en busca de orientación profesional, y en la exquisita delicadeza de su trato.

Alguno conserva todavía notas tomadas en la clase de matemáticas que explicaba el Siervo de Dios y que éste corrigió personalmente. «Se dió el caso -recuerdan- de citarnos en su domicilio particular para que con más tranquilidad expusiéramos nuestras dudas, sin reparar en hora ni tiempo y sin notar en él cansancio ni disgusto. Por el contrario, nos despedía siempre con su sonrisa característica».

Cansado del trabajo, después de las diez horas transcurridas

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en la oficina y en la Escuela, cuando llegaba a su pensión de Málaga atendía a los obreros alumnos con todo cariño, «como si no tuviera nada más importante que hacer» -escribe uno de ellos-, y como si no hubiera hecho nada durante el día.

Todo lo cual, etc.

 

128.-Con sus obreros de Málaga.-Su caridad en el trato con los obreros era sin limites, y más meritoria por realizarla con total independencia de ideología política y en un ambiente envenenado por doctrinas sectarias.

Se necesitaban entonces condiciones excepcionales para exigir a los obreros que cumpliesen sus obligaciones sin indisponerse con ellos. En una visita a los Talleres de Málaga, realizada a fines de 1947 por varios hermanos del Siervo de Dios en la Obra, recogieron numerosos testimonios de los obreros, quienes, a pesar del tiempo transcurrido, todavía conservan vivo su recuerdo y su cariño hacia él.

En los Talleres fué respetado en todo momento por contramaestres, jefes de equipo y obreros; al llegar a un pabellón ofrecía la mano con una sonrisa a aquellos a quienes tenía que dirigirse o dar órdenes. «Nunca tuvo ningún obrero queja de él -dice uno de ellos-. No creo que ninguno pueda tener- un resentimiento contra el señor Zorzano. La prueba es que muchos iban a Madrid a saludarle y que, cuando terminó la guerra, se alegraron todos mucho de que no le hubiera pasado nada».

Todo lo cual, etc.

 

129.-Con sus subordinados en Madrid.-En las oficinas de la Red Nacional de Ferrocarriles, al morir el Siervo de Dios, decían sus subordinados «que habían quedado como huérfanos», porque en vida se había ocupado mucho de ellos. Desde el primer día, al incorporarse a su destino, les había causado una viva impresión, pues se les ofreció con la mayor cordialidad. Todos hablan de

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cómo les animaba cuando tenían que sufrir un examen, cómo les facilitaba el trabajo y se interesaba por ellos sin hacer distinción alguna. Cuando alguno iba a visitarle al Sanatorio, preguntaba el Siervo de Dios por todos y cada uno de los empleados y por sus pequeños problemas o dificultades profesionales y familiares.

Todo lo cual, etc.

 

130. Su caridad al corregir.-Se manifestó esta caridad heroica del Siervo de Dios siempre que había de advertir a sus subordinados algún descuido en el cumplimiento de sus deberes.

Cuando en los Talleres tenía que corregir a algún obrero, lo hacía de forma que sus palabras no le pudiesen herir. Extremaba asimismo su delicadeza en las correcciones que había de hacer a los alumnos, y cuando éstos se hacían merecedores de alguna reprensión, procuraba hacerlo de manera que tan sólo los interesados recibiesen la indicación oportuna, corrigiendo lo que era preciso corregir, pero «quedando todos convencidos -recuerda uno de ellos- de su falta de violencia, pues su palabra comedida no daba lugar al más pequeño resentimiento».

Dice un obrero ajustador que estuvo a sus órdenes: «Jamás noté en él un gesto violento para ninguno de mis camaradas, y mucho menos le vi castigar a nadie; por eso y por todas las virtudes que le adornaban, sentimos en el alma el día que se marchó de estos talleres, y más aún su muerte».

Todo lo cual, etc.

 

131.-Caridad con los pobres.-Fué para el Siervo de Dios motivo de particular alegría poder hacer el bien entre los pobres y humildes, en quienes veía a Jesucristo Nuestro Señor, hecho pobre por amor a las almas. Todos los años, el día de Reyes, organizaba en Málaga un reparto de juguetes entre los niños pobres del Colegio de las Religiosas Adoratrices. Dedicaba los domingos a visitar a los pobres; en

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los barrios humildes atendía a familias indigentes y ancianos imposibilitados, que vivían en extrema pobreza. Muchos de ellos, enfermos, recibían su visita habitualmente, y el Siervo de Dios les hacía las curas con una solicitud admirable. Recuerda uno de los que le acompañaban que un domingo, paseando con él, como de costumbre, por el campo, llegaron a una aldea «en donde había un niño de unos seis años enfermo y con la cabeza llena de llagas, y cómo el Siervo de Dios le curó con todo cariño durante algún tiempo».

Refiere esta misma persona que un domingo llevó el Siervo de Dios a su domicilio a varios ancianos pobres a los que solía atender, «les besó los pies y se los lavó, y observando que uno de ellos estaba enfermo con tiña, todas las tardes, a partir de aquel día, lo lavaba y curaba, consiguiendo su curación en una semana. El enfermo manifestó que llevaba treinta años sin encontrar medio de curarse ni médico que pudiera conseguirlo. Aquello fué extraordinario en el barrio obrero, donde llegaron a llamarle el padre de los pobres».

Todo lo cual, etc.

 

132. Con los asilados.-En la Casa del Niño Jesús, Asilo de Málaga en que se recogía a los «golfillos», el Siervo de Dios, después de sus jornadas agotadoras, daba clases nocturnas, y muchos días salía con un grupo de asilados de paseo. En sus cartas de esta época cuenta cómo se había encargado él de estas clases, dedicándoles las últimas horas de las tardes; cómo acompañaba después a los niños a la Capilla, donde rezaban antes de acostarse, lo que obligaba al Siervo de Dios a salir del Asilo bastante tarde: «No os podéis dar idea -decía- de la extraordinaria satisfacción que experimento cuando estoy rodeado de estos desgraciados chicos, hijos del arroyo, desecho de la sociedad, sin cariño ni consuelo de los suyos; cómo vibran sus corazones cuando oyen hablar de El».

En varias ocasiones, se le vió entrar en la iglesia de

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San Juan de Málaga, seguido de veintiocho o treinta asilados, a los que llevaba para que hiciesen Ejercicios espirituales. Uno de éstos, a quien el Siervo de Dios se vió obligado a reprender varias veces y a reintegrarle al Asilo cuando pretendía escaparse, dice «que ahora veía claro y agradecía lo que entonces se había preocupado por él, y que por eso le recordaba con gran agradecimiento».

Todo lo cual, etc.

 

133.-Con los enfermos.-Con los enfermos extremaba también el Siervo de Dios-su delicadeza y su caridad heroica.

Cuando estudiaba en Madrid, acompañaba a Misa los domingos a una pariente lejana que, por ser de edad avanzada, no podía ir sola. Durante la guerra civil tuvo oportunidad de ejercitar obras de caridad con muchos enfermos y necesitados. El Siervo de Dios les proporcionaba alimentos con gran frecuencia y les animaba con su alegría y optimismo; «cuando mi padre estaba próximo a morir -dice uno de sus compañeros- la visita de Isidoro era una de sus mayores alegrías». Recorría cárceles y checas de Madrid buscando encarcelados y procurándoles consuelo y alivio.

En el Sanatorio no podía comer por sí mismo y era necesario ayudarle, pero si oía el timbre de otro enfermo, recuerda la enfermera que le solía decir el Siervo de Dios: «Vaya, hermanita, yo puedo esperar», y no quería seguir comiendo hasta que el otro hubiera sido atendido.

Recuerda asimismo uno de sus médicos que en una ocasión el Siervo de Dios tuvo que esperar ante el gabinete de rayos X durante largo rato, en un corredor frío e incómodo, de tal manera que el mismo médico llegó a impacientarse, mientras aquél, con una sonrisa, le hacía ver que se encontraba muy bien, y le recomendaba paciencia, puesto que se estarían ocupando de otro enfermo.

Todo lo cual, etc.

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134.-Con sus superiores.-Su espíritu de caridad para con el prójimo se manifestaba asimismo en el cariño y amor que tuvo continuamente al Fundador del Opus Dei; edificaba a sus hermanos el respeto con que el Siervo de Dios hablaba siempre de él y el grado en que se preocupaba de todas sus cosas. Hacía ver a los demás que el Fundador llevaba el peso de la Obra, y que era imprescindible que le tuvieran un amor muy grande y pidiesen a Dios una parte de la pesada carga que tenía sobre sí. Recomendaba que cada día ofreciesen sacrificios por él y le encomendasen en el Memento de la Santa Misa.

Le preocupaba la salud del Fundador más que la suya propia, aun en medio de sus sufrimientos. Incluso en los momentos de su agonía estaba pendiente de las molestias que pudiesen ocasionarle al Fundador sus frecuentes viajes; frente al domicilio del Fundador se había instalado un cine sonoro al aire libre -era entonces época de verano-, y el Siervo de Dios, en instantes de extrema gravedad, tenía la preocupación de que el bullicio y el ajetreo de aquel lugar de espectáculos «no dejarían trabajar al Padre».

Y para todos sus Superiores en el Opus Dei mostraba el máximo respeto y cariño.

Todo lo cual, etc.

 

135.-Caridad fraterna-El Siervo de Dios se distinguió siempre por la caridad para con sus hermanos en el Opus Dei, hacia los que sentía verdadero cariño, un cariño con base humana, pero hondamente sobrenatural.

Nunca un detalle de amor propio, ni en sus opiniones ni en su conducta, alteró esta caridad constante y heroica. Admiraba con facilidad las cualidades de sus hermanos, y en esta admiración experimentaba gran alegría; no distinguía con singularidades a nadie, sino que su cariño era igual para con todos; no juzgaba imprudentemente sus acciones y procuraba hacerles la vida agradable, adelantándose a sus deseos, evitándoles pequeñas molestias, con

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tan finos detalles de caridad que, en ocasiones, sólo más tarde eran advertidos por los mismos interesados.

Aquel a quien se dirigía notaba, con que sólo pronunciase su nombre, un cariño sincero y hondo, que no podía ser más que exclusivamente sobrenatural. Veía el Siervo de Dios en sus hermanos, efectivamente, miembros del Cuerpo Místico de Cristo, y se esforzaba por infiltrar en ellos esta realidad de la unión de todos.

Todo lo cual, etc.

 

136.-Preocupación por sus hermanos.-Una manifestación de este espíritu de fraternidad era la preocupación por sus hermanos; aquel seguir paso a paso sus asuntos y problemas, no era sino fruto de su habitual caridad heroica, que se encendía en las llamas del amor a Dios.

Diariamente tenía presentes a sus hermanos en la oración y encomendaba sus trabajos y apostolado. En sus conversaciones recomendaba mucho la fraternidad, pero sobre todo la enseñó con el ejemplo; en su vida de familia, en su trabajo, en sus estudios, no desaprovechó oportunidad de ayudar a los demás, muchas veces después de volver de la oficina cansado de su trabajo profesional.

En una ocasión, dice uno de sus hermanos, «teníamos que reunirnos Isidoro y yo para que me enseñase el manejo de la administración y copiar unos formularios de cuentas. Se organizó entretanto una visita a El Escorial. Isidoro comprendió que me gustaría ir y me dijo que fuese: al volver ya había copiado él todos los formularios».

Todo lo cual, etc.

 

137.-Durante la guerra (I).-El Siervo de Dios demostró de manera extraordinaria, durante la guerra, su caridad heroica, su celo y preocupación por sus hermanos. En momentos tan difíciles se preocupó exclusivamente del Fundador y de los demás miembros de la Obra.

Heroica fué esta caridad, ya que, por su condición de

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ciudadano argentino, podía perfectamente salir de Madrid y pasar a la zona nacional en cualquier momento; sin embargo, prefirió permanecer en zona roja, a pesar de todas las privaciones y peligros, tan sólo por ayudar a sus hermanos, que necesariamente habían de permanecer allí.

El Siervo de Dios ayudaba y sostenía de esta manera a sus hermanos perseguidos con su conversación, con su trabajo y, sobre todo, con su ejemplo. Les llevaba noticias y cartas de los demás, «calor de familia», como él decía, y, con una solicitud especial, las meditaciones que daba el Fundador en su refugio y que el Siervo de Dios se aprendía todos los días de memoria para que de esta manera pudiesen llegar a los que estaban aislados, sin contacto directo con el Fundador.

Todo lo cual, etc.

 

138.-Durante la guerra (II).-En aquella época, en que nadie visitaba a los presos por el riesgo que suponía para la propia vida, el Siervo de Dios no dejó un solo momento el papel de enlace de todos sus hermanos encarcelados o refugiados en Embajadas, aunque por ello tuviese que sufrir humillaciones y peligros.

Olvidándose de sí mismo, no cesaba de buscar oportunidades para conseguir alimentos, incluso en los cuarteles o en los servicios de la Cruz Roja, a donde iba en busca de rancho y pan que después repartía entre los demás miembros de la Obra; y con tal de lograrlo, nada le importaba sufrir largas esperas y numerosas groserías e impertinencias de ciertos encargados del .reparto; sus hermanos no se enteraban entonces de los procedimientos que el Siervo de Dios empleaba para conseguir víveres: con regularidad perseverante le veían aparecer provisto de los alimentos que a fuerza de paciencia y caridad había conseguido. Además, tenía que salvar, el obstáculo de ver que también algunos de sus parientes cercanos pasaban hambre, en aquellos tiempos durísimos para los habitantes de Madrid.

Todo lo cual, etc.

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139.-Corrección fraterna.-El Siervo. de Dios estaba lleno de comprensión, caridad y cariño para con sus hermanos, y por eso no descuidaba la corrección fraterna, realizándola siempre con gran delicadeza, con prudencia y caridad exquisita.

Recuerdan muchos de sus hermanos ocasiones en que tuvo que llamarles la atención sobre algún detalle y cómo siempre sabía hacerlo de manera que no sólo era imposible reaccionar mal, sino que la corrección les llenaba de tranquilidad y de alegría y aumentaba su visión sobrenatural. Todos quedaban agradecidos ante sus advertencias.

Sabía corregir de tal manera que ayudaba eficazmente a poner los medios para rectificar la conducta, de forma que el interesado se daba cuenta de que tenía en el Siervo de Dios un sólido apoyo. Recuerda uno de sus hermanos que, cuando tenía alguna dificultad o error en las cuentas, el Siervo de Dios le ayudaba a buscar la equivocación, y sus frases habituales eran: «Tenemos que fijarnos...»; «vamos a ver...», pronunciadas con un especial acento lleno de caridad que estimulaba a hacer las cosas con toda perfección.

Todo lo cual, etc.

 

140.-Celo por la salvación de las almas.-Su caridad heroica para con el prójimo alimentaba en el Siervo de Dios un verdadero celo por la salvación de las almas, que le hacía orar por los pecadores y realizar con su palabra y con su ejemplo una eficaz labor de apostolado.

Se dolía de la poca religiosidad de los hombres y de su apartamiento de Dios. «¡En qué estado más lamentable está este pueblo! ¡Qué labor tan enorme tenemos que realizar!», escribía desde Málaga en 27 de octubre de 1931; y en 4 de enero de 1932, decía: «En los templos se observa menos gente y menos devoción; es una verdadera

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pena. Parece en la vida moderna que todo lo que se crea, todo lo que se produce, tienda a oponerse al objetivo de nuestra existencia, que es amar a Dios».

Todavía recuerdan algunos de los que le trataron en Málaga, cómo su amistad e influjo hizo cambiar radicalmente a muchos que estaban apartados de las prácticas de piedad, y cómo les animó incluso a que fuesen socios activos de la Acción Católica. Otros recuerdan que les preguntaba con frecuencia, en tono lleno de caridad y de manera que les era imposible quedar heridos: «¿Te has confesado? ¿Has ido a Misa?», etc.

Todo lo cual, etc.

 

141. Espíritu de apostolado.-Este celo heroico por el bien espiritual del prójimo, le llevaba a hacer apostolado con todos los que le rodeaban, amigos, compañeros, inferiores.

Aún recuerdan algunos compañeros suyos de la Escuela de Ingenieros, cómo recibieron de él orientaciones y claro criterio en puntos de Religión, lo mismo en sus tiempos de estudiante que después. En Málaga no dejó de realizar su labor de apostolado en los Talleres, a pesar de la verdadera lucha social en que se vivía y de que gran parte de los obreros eran de ideas comunistas. Aprovechaba la intimidad de las clases particulares que daba a algunos de sus alumnos fuera de la Escuela para acercarles a las verdades de la Religión o afianzarles en ellas. Y todas aquellas excursiones organizadas por él servían no solamente para edificar con su ejemplo, sino también para afianzar la fe y las creencias de los demás con su palabra, o agudizar la conciencia de su responsabilidad como católicos. Don Rafael del Castillo, Juez de Málaga que le acompañó de joven en estas excursiones, dice que sus consejos y advertencias continúan siendo para él «normas de conducta que procuro sentir y seguir con toda la perfección y pureza que él indicaba, necesarias para que fuesen eficaces a nuestra salvación y agradables a los ojos del Señor»;

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y que esta labor del Siervo de Dios hizo descubrir a muchos que le trataban «nuevos horizontes de perfección».

Todo lo cual, etc.

 

142.-Obras de apostolado.-Además del apostolado que como ingeniero y como profesor llevó a cabo entre obreros y estudiantes, y de la eficaz labor que realizaba con la palabra y el ejemplo entre sus compañeros y cuantos le trataban, el Siervo de Dios realizó otros apostolados. Así, por ejemplo, fué el promotor y el alma de la fundación en Málaga de la Federación de Estudiantes Católicos; y trabajó activamente en la Acción Católica desde que esta obra comenzó- a desarrollar su apostolado en aquella ciudad.

Una vez en Madrid, este afán de apostolado se concretó en la labor con los estudiantes de las Residencias dirigidas por socios del Opus Dei. Y hasta tal punto se entregaba a esta labor de apostolado que en alguna ocasión le valió de su madre el siguiente comentario: «¡Qué necesidad tienes tú de educar a los hijos de los demás! ».

Todo lo cual, etc.

 

143.-Proselitismo.-Constantemente, y sin que fuera advertido, ofrecía al Señor muchas mortificaciones, muchas oraciones e innumerables detalles heroicos de su vida cotidiana, pidiendo por la labor de proselitismo. Ya en Málaga procuraba hacer amistad con estudiantes y compañeros para atraerlos al apostolado de la Obra, y expresaba su inmensa satisfacción y su agradecimiento a Dios cuando tenía noticia de alguna nueva vocación.

Durante la guerra animaba a sus hermanos y les contagiaba su fuego y su espíritu de proselitismo. «Donde antes mi fe sólo servía para sostenerme -cuenta un hermano suyo, recordando la influencia ejercida sobre él por el Siervo de Dios-, me vi impelido a hacer proselitismo con otros. Porque entonces me di cuenta de que, aun en

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medio de aquellas circunstancias, vivían a mi alrededor almas a las que pegar mi vocación».

Este espíritu de proselitismo hacía decir con frecuencia al Siervo de Dios: «Hemos de pedir intensamente nuevas vocaciones, pero sin que nos preocupe si somos muchos o pocos: el Señor ha ido enviando vocaciones conforme hacían falta». Y lleno de alegría comentaba frecuentemente lo hermoso que sería, al cabo de algunos años, «ir a cualquier parte del mundo y encontrar allí un hermano».

Todo lo cual, etc.

 

144.-Apostolado con sus hermanos más jóvenes.-Extraordinario fué el deseo de afirmar en su vocación a los más recientes en la Obra. Durante la guerra velaba por todos los que le estaban confiados, y sabía proporcionarles todo lo que pudiera ser acicate en su vida interior, aunque para hacerlo hubiera de poner en peligro su vida. De aquella época, dice uno de sus hermanos que el Siervo de Dios, «con paciencia extraordinaria, no cesaba de escribir y de animarme, aunque muchas veces no recibiese respuesta en mucho tiempo». Y ésto hacía que las vocaciones recientes sintiesen por él, en aquellos días de la persecución roja, «una admiración sin límites, provocada por su caridad heroica, por muy callada y discreta que fuese».

Eran constantes sus oraciones y sus sacrificios, grandes y pequeños, por las nuevas vocaciones y por las que habían de venir. Innumerables, son las pruebas de cómo sabía aprovechar las ocasiones para este fin. «Cuando volvía en el tranvía con alguno de sus nuevos hermanos -dice uno de ellos-, aprovechaba el tiempo para decir frases que hacían pensar sobrenaturalmente». En un viaje que hizo a Andalucía «preguntó antes de salir los nombres de los nuevos y sus estudios, y así, en cuanto llegó, pudo llamar a cada uno por su nombre y hablarles de sus cosas».

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«Me extrañó el cariño con que me trataba -dice otro- y las cosas tan útiles que me decía en aquellos momentos primeros de mi vida en la Obra. Cuando me despedí de él lo hice con, la convicción de que había encontrado un cariño verdadero».

Todo lo cual, etc.

 

145.-Caridad en su enfermedad.-Su preocupación por los demás, lejos de disminuir conforme su enfermedad paulatinamente se agravaba, fué creciendo de manera continua.

Recibía a todos con una sonrisa llena de dulzura y cordialidad, disimulando u olvidando su propio dolor. A pesar del apagamiento de la voz y de la asfixia que le interrumpía y le torturaba, sostenía heroicamente conversaciones familiares, siempre alegre, cariñoso y divertido; aprovechaba toda oportunidad para fortalecer con su palabra la vocación y la visión sobrenatural de los que le visitaban, quienes recibían así del agonizante ánimo e impulso. Y estaba siempre pendiente de todos, e incluso se les ofrecía por si de alguna manera les podía ayudar.

Las enfermeras estaban admiradas, porque era el enfermo que menos molestaba, a pesar de ser uno de los más graves de cuantos se encontraban en el Sanatorio; y es que el Siervo de Dios, por no causar la menor molestia, era capaz de prescindir del servicio más necesario.

Dice una religiosa de uno de los Sanatorios en que estuvo el Siervo de Dios, que éste, por su extrema debilidad, no conseguía hablar, aunque se esforzaba, sino en voz casi imperceptible: «y si alguna vez, por no haberle comprendido, se interpretaba mal su deseo, pedía perdón por no haber hablado bastante alto y haber sido motivo de molestias».

Todo lo cual, etc.

 

146.-Olvido de sí mismo.-A este hábito de caridad heroica del Siervo de Dios iba unido un absoluto olvido

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de sí mismo, siempre admirable, pero sobre todo durante su enfermedad.

Cuando, por haberse agravado, fué preciso velarle de noche, se lamentaba de ocasionar esta molestia a sus hermanos. «Una noche fui a velarle -dice uno de ellos- y resultó que fui yo el velado; Isidoro estuvo toda la noche preocupado por si yo dormía bien». El, que no podía dormir por sus dolores, se cuidaba de que nadie tuviese la menor incomodidad. Hay muchos testimonios como el siguiente: «Apenas pudo dormir algunos ratos sueltos. A la mañana siguiente, en cuanto vió que me levantaba, su primera pregunta fué: ¿Has podido dormir?; y cuando le dije que sí, quedó muy contento».

Decía el Siervo de Dios que no quería perder el espíritu sobrenatural pensando en los pequeños problemas de su enfermedad. Y que sólo deseaba preocuparse de la Obra y de los demás. Únicamente temía desaprovechar alguno de sus sufrimientos y no ofrecerlo al Señor.

Jamás hablaba de su enfermedad, sino cuando se le preguntaba, y siempre procurando quitarle importancia. Comentaba en cierta ocasión un pariente suyo que había ido a visitarle: «Pero este Isidoro siempre me dice que está muy bien. No hay modo de saber cómo se encuentra». En cambio, el Siervo de Dios de continuo estaba pendiente de los demás: «De todos me acuerdo mucho». «Este chico tiene que cuidarse». «Está muy delgado». «He encontrado a... con mala cara. Tiene mucho trabajo», etc.

El mismo día en que recibió la Extremaunción, llegó uno de sus hermanos a visitarle con la gabardina mojada por la lluvia. El Siervo de Dios, a pesar de su extrema gravedad, olvidado como siempre de sí mismo, le dijo: «Quítate la gabardina enseguida, que vas a coger una pulmonía».

Todo lo cual, etc.

 

147.-Apostolado en su enfermedad (I).-El celo de toda su vida hizo que aun en medio de sus cruentos dolores no

 

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disminuyese su preocupación por la salvación de los demás. Tan arraigado tenía el hábito de caridad heroica hacia el prójimo, que era ejemplo para sus hermanos de cómo puede hacerse labor de apostolado, no tan sólo mediante el ofrecimiento de todos sus dolores, sino incluso de una manera activa.

Procuraba, a pesar de su extrema fatiga, sostener una conversación con cuantos le era posible, y a través de sus palabras se traslucía el gran deseo que ardía en el fondo de su alma de que todos fuesen mejores. Incluso aprovechaba el tema de su propia muerte para hacer apostolado. De un amigo suyo que fué a visitarle al Sanatorio se supo que, después de hablar con él, salió tan edificado que decidió cambiar y mejorar su vida. A todos recibía con gran cariño, pero en estas ocasiones hablaba más íntimamente de la alegría, paz y tranquilidad que se siente al morir cuando se ha vivido entregado a Dios; o de otro tema propio para el aprovechamiento espiritual de quien le escuchaba.

Hasta sus últimos días se reanimaba cuando oía hablar de apostolado, y, con un susurro apenas inteligible, decía: «Hay que moverse; hay que trabajar por llevar más almas a Dios».

Todo lo cual, etc.

 

148. Apostolado en su enfermedad (II).-Muchos días a lo largo de su enfermedad, apenas podía prestar atención a lo que se le decía. Pero cuando se le hablaba de algo relacionado con la Obra, manifestaba inmediatamente su interés. Frecuentemente se interesaba por sus hermanos de una u otra casa, por los trabajos de todos, por cuanto tenía relación con la Obra. Y de pronto interrumpía la conversación para decir, por ejemplo: «En la Residencia de estudiantes de... hay Ejercicios estos días; ¡hay que acordarse!».

A propósito de la labor de estas Residencias de estudiantes, acostumbraba a decir: «A las casas hay que darles

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ambiente de amor de Dios y de servicio a nuestros prójimos. Tenemos que darnos más. Tenemos que pedir mucho y todo el día lo tengo presente». Con todo pormenor seguía la labor de estas casas y encomendaba las vicisitudes y progresos de las nuevas Residencias.

Y hablando de la expansión de la Obra, comentaba: «Se ha trabajado mucho, pero aún queda muchísimo que hacer»; y siempre animaba a todos, mostrándoles perspectivas inmensas en el trabajo al servicio de Cristo, propio de su vocación. Desde la cama seguía pendiente de los apostolados de la Obra y de cada una de las tareas concretas de sus hermanos.

Convencido de que la vocación es la mayor gracia que Dios concede a las almas, el Siervo de Dios mantenía viva en su lecho de muerte la preocupación por las nuevas vocaciones. «Hablaba con palabras entrecortadas -refiere uno de sus hermanos- y repetía: Vocaciones, vocaciones, animándome a la labor de proselitismo para propagar la gloria de Dios, y procurar que muchas almas le amasen hasta el entregamiento total»..

Todo lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído, o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además, sus fuentes de información.

 

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