CRNUMEROBAJO :
Era uno de esos profesores “enrollados” del Colegio. Quizá porque no daba clase y, por tanto, no tenía responsabilidad en el lado de la exigencia y la disciplina. Era subdirector y, en el fondo, era el encargado principal de supervisar la captación y la conexión de los chicos buenos del colegio –es decir, con buenas notas y buena familia con los clubes. Ese era, tiempo vista, su cometido. De hecho no era una persona especialmente capacitada para otra función docente y no la tenía. No sé qué habrá sido de él. Creo que pasó a una delegación, de auxiliar de algo. Le iban pasando a pupilos pre-pitables para que los tutorizara y dirigiera más o menos hacia los clubes. Siempre “respetando” su ámbito de libertad… pero empujando suaviter et fortiter para que esos chicos fueran por la pendiente resbaladiza –el famoso “plano inclinado”… con una táctica discreta que a él le salía mejor que a otros las fórmulas más beligerantes…
Tenía que haber sido capaz de leer en ese momento lo que, de inicio, me había chocado e incluso indignado –con la indignación respetuosa de un chico obediente y discreto de 14 ó 15 años–; pero en ese momento no fui capaz de verlo. Ahora, pasados treinta años, sí soy capaz de verlo y entenderlo. De ver que no capté los signos de mi propia verdad. Diré por qué.
Un día, como otro cualquiera, había acudido a la “tutoría” y esta había ido por caminos extra-académicos, como solía ocurrir a menudo. En el proceso de indagación sobre mi existencia y algunas de sus circunstancias y tras un paulatino intento de ir más allá de lo académico, el susodicho me dijo algo así como “me gustaría saber qué hay en tú cabeza”. En concreto: “si abriera tu cabeza como un si fuera un coco ¿qué es lo más íntimo que guardas ahí?”… Creo que fue así porque él había notado que, conforme iba yendo más y más allá en su intento de conocerme íntimamente y, así, conectarme con la labor de san rafael –de la que yo huía pese a que muchos compañeros querían llevarme a ella–, y de acercarse más a mi intimidad yo me cerraba. Yo lo sabía y él lo notaba; el lo sabía y yo lo notaba.
Tenía que haber visto ese signo de invasión de la intimidad y en tal momento, así lo sentí. De hecho no me abrí para nada. Tardé hasta dos o tres años en hacerlo. Lo hice con otra persona. Aunque la labor que él hizo contribuyó a tal paso.
Ese año, supongo que 1º o 2º de BUP habían pasado cosas. Un montón de compañeros habían ido a convivencias pre-BUP de los dos (o cuatro si contamos los de agregados) centros de san rafael de la ciudad. Venían con ideas de lucha, en parte imbuidas en esas convivencias, en parte vividas en sus familias “muy de casa”. Eran “pitufos” en ciernes o ya “pitados” como adscritos, cual era el caso de unos diez de ellos; curiosamente los más moderados en su forma de ser. Los más talibanes estaban en la línea de que estábamos ante un rubicón vital: o con ellos o contra ellos (es decir, con los broncas); de que había que ir adelante, de que Dios lo quería (Deus lo vult). Espíritu de cruzada hispánico de los años 80. Muy Juan Pablo II te quiere todo el mundo, movida madrileña de trasfondo (negativo) y el telón de acero, los Pershing y los SS-20 en apogeo como posibilidad de un futuro nada halagüeño…
Algunos de nosotros, compañeros, llevábamos en el Colegio desde primaria. Teníamos familias renuentes a los “retiros” para padres y otras cosas opusianas, así como al contexto general de cobros/pagos y cosas típicas del “apostolado de no dar” (es decir, de sangrar…), etc. Nos considerábamos bien avenidos, pero sin necesidad de tomar posturas tan radicales en un sentido u otro: ni de irnos de discotecas y canutos, como algunos hacían, ni de irnos a meditaciones y bendiciones... Teníamos vida libre por afuera de los círculos y las actividades de los clubes, por más presión que pusieran estos con planes de estudio, convivencias, planes de sábado, etc. Por eso no nos gustaba esa tesitura de ponernos “con nosotros o contra nosotros”. No queríamos ser ni “pitufos”, ni “porreros”… y hay tanto espacio entremedio…
Pero había una labor profunda, a largo plazo, que era la debilitación de nuestra autonomía de conciencia a base de clases, charlas, pláticas (meditaciones encubiertas), confesiones colectivas, etc. Todos los profesores de las materias “cerebrales” –filosofía, historia, lengua y literatura, teología (religión)– eran numerarios o agregados. Todos, por tanto, contribuían a facilitar que nuestra conciencia fuera adoptando la forma precisa para, luego, recibir la “llamada”. Lo que, dicho de otro modo, supone, en el fondo, ir debilitando nuestra capacidad crítica y apertura al mundo para, así, filtrados artificialmente los grumos de la vida misma, poder sembrar finamente la identidad corporativa sin hacer demasiada fuerza. Así nos llevarían, como nos llevaron, a ver la vocación como una predisposición del Alma para la llamada inculcada…
A esto se le unió el trabajo de apostolado insistente, inmisericorde, constante, incansable de varios adscritos y, sobre todo y finalmente, de un bon-vivant que, al cabo de un tiempo, pitó como numerario, convirtiéndose en una especie de icono pop del opus: alguien que había pasado del lado oscuro de los discotequeros, ligoncete de provincias y hasta fumeta, hacia el lado de la luz. Llamó mucho la atención y atrajo a muchos. Entre ellos a mí, pues si él era llamado ¿cómo no serlo en mi caso?
Así que no leí mi corazón y me dejé llevar por el cerebro pre-formado por años de trabajo de la labor del Colegio, los amigos pitufos, ese brillante converso, atracción de hormonas admirado y, también, por un ambiente familiar y regional proclive a entregar uno de sus hijos a Dios… (aunque, eso sí, de formas digamos más tradicionales).
Luego –ahora– releo estas señales de mi corazón como algo que el cerebro no entendió y que ahora comprende. Como parecen haberlo entendido, también, los corazones de todos esos que antes y después se fueron, como yo me fui después. Que son casi todos los que fueron. De todos los que estaban alrededor-de y no fueron “elegidos” por mediocres o por no sé sabe qué razones… como lo entendieron quienes no se dejaron embaucar y han podido vivir su vida con su libertad de conciencia, aciertos y errores que solo a ellos son achacables.
Pero, por suerte, casi cuarenta años después de eso supe leerlo y ahora soy feliz. Libre y feliz. Ya nadie quiere saber qué hay dentro de mi cerebro; y si lo sabe es porque se lo participo desde el Amor y bajo la responsable conciencia de que así lo hago.
CRNUMEROBAJO
Publicado el Friday, 02 July 2021
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