Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

El mundo secreto del Opus Dei

Autor: Michael Walsh
Indice del libro:
I. En busca del Opus
II. Los orígenes del Opus
III. Los años de expansión
IV. Un cambio de estatuto
V. Las constituciones de 1982
VI. El espíritu del Opus
VII. Política y negocios
VIII. Catolicismo sectario
IX. La apoteosis del fundador
X. Comentario del autor sobre la bibliografía
XI. La estructura oculta (Por Santiago Aroca)
Fin del libro
 
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EL MUNDO SECRETO DEL OPUS DEI. Michael Walsh

IV. UN CAMBIO DE ESTATUTO

 

Es parte de la mitología del Opus que Escrivá de Balaguer se apropió de las conclusiones del Concilio Vaticano Segundo (Vaticano II). El Concilio, convocado por el Papa Juan XXIII, reunió a los más de dos mil obispos católicos del mundo. Los documentos redactados y publicados entre 1962 y 1965 marcaron una mayor liberalización (el Papa Juan prefería la palabra "aggiornamento", ("puesta al día") en cuestiones como la tolerancia religiosa, la relación entre la Iglesia y el mundo, las estructuras de la Iglesia, etc. En especial, el Concilio subrayó el importante papel que debían jugar los cristianos laicos, y ésta es la razón por la que se sugiere que Escrivá fue un precursor de la visión del Vaticano II sobre el futuro de la Iglesia. La verdad del asunto, sin embargo, es totalmente distinta.

Lejos de aprobar el resultado del Concilio, Escrivá trabajó duro para oponerse a él. Sus biógrafos no intentan esconder la aflicción que el Concilio le causó, y se enorgullecen de sus esfuerzos por procurar que sus inoportunas conclusiones no afectasen a los miembros del Opus. El Concilio fue inspirado por el Papa Juan XXIII, pero su conclusión y sus decisiones fueron puestas en práctica por el Papa Pablo VI. María del Carmen Tapia sirvió durante diez años como directora de la sección de mujeres de Venezuela, pero antes había trabajado para la sede del Opus en Roma. Trató muy de cerca a Escrivá. Me dijo que en cierta ocasión le oyó decir de Pablo VI que "Dios en su infinita sabiduría debería llevarse a este hombre".

Nada molestó más a Escrivá -y esto también se puede decir de muchos sacerdotes mayores de la Iglesia en general, que encontraron difícil cambiar los hábitos de toda una vida- que las nuevas normas sobre la forma en que debía decirse la misa.

El propósito de la "misa normativa" (o "misa corriente"), como se la llamó, era celebrar la eucaristía de cada domingo de modo más inteligible para la congregación de fieles. Hasta entonces, los sacerdotes decían la misa dando la espalda al pueblo. Esta postura bastante extraña tenía sus defensores. Se alegaba que ejemplificaba mejor la estructura de la Iglesia: un sacerdote a su cabeza, dirigiéndose al Altísimo en nombre del pueblo. Era un concepto jerárquico, y ciertamente significaba que en su mayor parte la congregación no tenía idea de lo que estaba sucediendo en el altar, al ser eficazmente impedido por el cuerpo del sacerdote con su pesada vestimenta. Una de las primeras cosas a cambiar, por tanto, era la posición del altar. Cuando fue posible, se apartó de la pared posterior de la iglesia y se colocó más cerca de los fieles. El sacerdote debía estar de pie detrás del altar, frente al pueblo y asociándolos con él en la plegaria. Era una comprensión bastante más democrática de la celebración litúrgica.

En la residencia para estudiantes del Opus de Londres, "Netherhall House", a Vladimir Felzmann, el director, le gustaron mucho las reformas en la liturgia y decidió colocar el altar teniendo al sacerdote frente al pueblo. Lo hizo con la completa aprobación, en aquel momento, de las autoridades del Opus. La obra se llevó a cabo con el mejor gusto posible y muy costosamente. Quedó atractivo. Luego llegó un mensaje de Roma: no debía haber altares frente al pueblo. La obra de Felzmann fue desmantelada, de nuevo a un alto precio, y restituida la antigua posición de espaldas a los fieles.

Pero no era solamente cuestión de la posición del altar. La "misa normativa" tenía una variedad de estructuras que permitían al sacerdote un considerable grado de libertad adaptando la liturgia a sus fieles. La forma en que se utilizaba en las casas del Opus Dei era rigurosamente controlada, incluso hasta cuál de las cuatro aclamaciones debía utilizarse después de la elevación de las sagradas especies. Uno de los mayores cambios, desde luego, fue la lengua que ahora se podía utilizar. Las misas podían decirse en lengua vernácula, excepto en las casas del Opus Dei, en las que el latín seguía siendo la norma. Escrivá de Balaguer estudió con cuidado las nuevas reglas sobre la misa. Envió pautas detalladas a los miembros del Opus Dei sobre cómo debían aplicarlas, advirtiéndoles al mismo tiempo de los peligros a los que se enfrentaban por la disolución de la vida de la Iglesia. Vázquez indica que Escrivá de Balaguer también insistió en que se dieran conferencias a los miembros para ayudarles a "descubrir la verdad". Dictó instrucciones precisas sobre su contenido.

Después pasaría mucho tiempo en Latinoamérica, advirtiendo a sus fieles sobre los peligros que se habían originado a raíz del Concilio. Fue a México por un mes en 1970; en Brasil, Argentina, Chile, Perú y Ecuador; en Venezuela pasó tres meses en 1974; al año siguiente volvía a Venezuela y siguió hasta Guatemala. Latinoamérica, sin duda, era la cuna de la teología de la liberación con su peculiar modo de ver el mundo y la Iglesia a través de los ojos de los pobres. Escrivá de Balaguer no aceptaría ninguna de estas desviaciones de la tradicional teología de la Iglesia católica. Haciendo comentarios sobre los setenta clérigos que se habían "llenado la cabeza con psicología y que habían sido contaminados por una propaganda social de matiz marxista", Vázquez observa que establecieron la idea de que en el pasado la Iglesia había sido la Iglesia de los ricos. Para equilibrar los extremos, dice, muchos dieron apoyo a "movimientos comunitarios sospechosos, o se pasaron al sector "de los pobres". (El fundador, abierto a la llamada universal de Cristo, prefería hablar de la "Iglesia de las almas", porque la filiación divina nada tiene que ver con filiaciones sociopolíticas)". Los sacerdotes que se involucraron en tales "movimientos sociopolíticos", añade Vázquez, se metían en un callejón sin salida.

Mientras tanto, las cosas no le iban bien al Opus como Instituto Secular. El 1 de octubre de 1958. Escrivá escribió una carta algo ampulosa a los miembros de su Instituto. Su existencia era desconocida (excepto, es de suponer, para aquellos del Opus que la habían recibido) hasta que se imprimió como parte de la documentación incluida en el volumen de las nuevas Constituciones de 1982. Es la carta "Non ignoratis" ("No podéis ignorar"), y contiene la notable afirmación siguiente: "De hecho, no somos un Instituto Secular, ni en lo sucesivo se nos puede aplicar ese nombre." Para el momento era decir una cosa extraordinaria, dado que la aprobación formal del Opus Dei como Instituto Secular era solamente de ocho años antes, y toda la idea de los Institutos Seculares la había abrazado y llevado adelante el Opus sólo una década antes. Aún es más extraño que, si tal era la actitud oficial del Opus, continuase asistiendo a reuniones de Institutos Seculares y que sus miembros siguieran describiéndose como tales, al menos hasta 1962. ¿Qué había hecho cambiar de parecer a Escrivá?

La respuesta es clara en la misma carta. Aunque eran parte de un Instituto Secular, alegaba, a los miembros del Opus se les exigía cada vez más un modelo de vida equivalente al de los miembros de una congregación religiosa. El abogado canónico del Opus, Julián Herranz, escribió en 1964 que todos los demás Institutos Seculares se habían desviado del modelo propuesto originariamente como forma de vida; solamente el Opus Dei había permanecido fiel a su idea original. Quizás existía algún fundamento a esta crítica de que los Institutos Seculares habían sido asimilados paulatinamente al modelo de las congregaciones religiosas, aunque la gran influencia del Opus en la Sagrada Congregación de Religiosos debería haber sido capaz de evitar que sucediera. En su conversación con Peter Forbarth, a la que nos hemos referido en el capítulo III, el mismo Escrivá decía así:

"Una organización poderosa que prefiero no nombrar y que siempre he considerado que gastaba sus energías a lo largo de los años falsificando lo que no entendía. Insistieron en considerarnos monjes o frailes y preguntaron: ¿Por qué no todos piensan igual? ¿Y por qué no llevan un hábito religioso o al menos un distintivo?"

Según un antiguo miembro del Opus, la organización así culpada de traicionar el verdadero espíritu del Opus Dei era la Compañía de Jesús. Yo mismo era miembro de la Compañía desde hacía unos siete años. No recuerdo que el Opus figurase en ningún orden del día de los jesuitas.

Fuera cual fuese la razón, en enero de 1962 Escrivá de Balaguer dio los primeros pasos hacia un cambio de estatuto para su organización en una carta dirigida al cardenal Amleto Cicognani, entonces secretario de Estado, equivalente a Primer Ministro del Papa. Se le solicitó que trasladara el contenido al Papa Juan XXIII.

Llegado a este punto, Escrivá solicitaba que el Opus Dei fuese erigido como "prelatura nullius". Este curioso anacronismo que quedaba de la Edad Media cuando abades poderosos controlaban la tierra alrededor de sus abadías y tenían el derecho a tener tribunales, había demostrado ser útil recientemente. En esencia, un abad o un prelado tenía un enclave diminuto que le daba un estatuto más o menos equivalente al de un obispo. Podían unirse sacerdotes al enclave, y ser gobernados con acuerdo a sus leyes particulares, aunque trabajasen en otra parte. En 1954, la antigua abadía cisterciense de Pontigny se convirtió en la base legal para la Misión en Francia, una organización de más de ciento setenta y cinco sacerdotes que trabajaban para la reconversión de sus compatriotas. Cuando era capellán en Madrid, Escrivá se había unido a una "prelatura nullius". Sus estudios doctorales sobre la abadesa Las Huelgas le habrían informado bien sobre tales estructuras y sus posibilidades. Esta era la solución que quería para el Opus. Fue rechazado. Sus propuestas contenían, dijo el Papa Juan, dificultades insuperables no especificadas.

El Papa Juan murió dos años más tarde y Escrivá lo intentó de nuevo. De nuevo fue rechazado. Pablo VI le dijo asunto debería ser resuelto de acuerdo con las decisiones del Concilio Vaticano II, entonces en todo su apogeo. En la práctica, las principales organizaciones religiosas fueron puestas en un estado de muerte aparente. Si por alguna razón tenían que convocar una reunión general durante este período -como hicieron los jesuitas cuando murió el padre general-, ésta debía posponerse hasta que el Concilio completara sus tareas. Al reunirse de nuevo, la asamblea tenía que hacer concordar la estructura de la organización con las conclusiones del Vaticano II. Escrivá convocó un Congreso General del Opus para junio de 1969. Su propósito principal era decidir si las nuevas estructuras surgidas en la Iglesia desde el Vaticano II ofrecían mayor posibilidad que las de la "prelatura nullius" para establecer una nueva base legal para el Instituto. Cuatro años más tarde, Escrivá notificó formalmente a Pablo VI de la marcha del Congreso, pero dos años después, y casi en el mismo día, el 26 de junio de 1975, Escrivá de Balaguer murió. Murió de repente, a eso del mediodía, en "Villa Tevere".

Aquella tarde, su sucesor, Alvaro del Portillo, dijo misa e hizo una homilía sobre él. "Desde que ha muerto el padre -dijo-, he repetido muchas veces: ahora sí que nos hemos quedado huérfanos. Y no es verdad, ¡no es verdad! Porque, además de tener a Dios Padre, que está en los cielos, tenemos a nuestro padre en el cielo, que desde allí se preocupa por todas sus hijas y por todos sus hijos." El juego sobre "nuestro padre que está en el cielo" iba a llegar a ser común entre los miembros del Opus. La expresión elevaba a Escrivá a un nivel parecido al de Dios en la conciencia de la gente. Como mínimo, era un santo.

Santo o no, todavía no había entregado los documentos del Congreso de 1969 a la Santa Sede. A principios de marzo de 1976, Alvaro del Portillo, ahora encargado de la institución, fue a ver a Pablo VI. El Papa le dijo que la cuestión del estatuto jurídico del Opus todavía seguía abierta, pero que había una solución a la vista. Al llegar a este punto, el nuevo presidente general sugirió que, dada la reciente muerte de Escrivá, el momento podría no ser oportuno. Pablo VI estuvo de acuerdo, pero le indicó, como lo hizo en junio de 1978 cuando Alvaro del Portillo fue de nuevo a verle, que el Opus sólo tenía que pedir...

En noviembre de ese mismo año el nuevo Papa, el conservador Juan Pablo II, escribió una carta de felicitación al Opus en el decimoquinto anivesario de su creación. El cardenal secretario de Estado, al entregar el mensaje personal del Papa, añadió que Juan Pablo quería que se resolviera el asunto del estatuto del Opus. Aún le correspondía a la Congregación de Religiosos e Institutos Seculares, pero se autorizarían los pasos para que pudiera dejar de ser un Instituto Secular. En enero de 1979 el Opus tuvo su primer contacto oficial con la Sagrada Congregación para los Obispos. Fue un intercambio de impresiones o poco más, pero se expresó la esperanza de que el Opus pudiera pronto ser transformado en una prelatura personal (para esta estructura, ver págs. 87 y sigs.), dependiente de la Sagrada Congregación para los Obispos.

Al mes siguiente, Alvaro del Portillo fue de nuevo a ver a Juan Pablo II. Le contó al Papa todo lo que se había hecho hasta el momento, pero, como únicamente el mismo Papa podía iniciar formalmente el proceso para configurar al Opus como una prelatura personal, el presidente general del Opus le preguntó si se podía hacer. El Papa no solamente estuvo de acuerdo, sino que actuó prestamente. En la siguiente sesión de trabajo, el cardenal prefecto de la Sagrada Congregación para los Obispos, Sebastiano Baggio, amigo íntimo del Opus, recibió del Papa la tarea de llevar a cabo los estudios necesarios. Menos de una semana después, Baggio escribió a Alvaro del Portillo pidiéndole que presentase un estudio completo sobre el tema. Esto sucedía el 7 de marzo. El 23 de abril, un informe completo estaba sobre la mesa del despacho de Baggio. Aunque se había puesto al día tanto práctica como jurídicamente, el informe era en esencia el preparado originariamente para Pablo VI, así lo dejaba claro la carta de acompañamiento.

La primera parte de este documento repasaba la historia y el estatuto del Opus Dei, revelando de pasada que había entonces 72.375 miembros en ochenta y siete países distintos, y que más o menos el dos por ciento de los miembros eran sacerdotes. El informe subrayaba la naturaleza única del Opus, y los problemas que hablan surgido porque hasta entonces la Iglesia no había tenido una estructura legal apropiada para el mismo; este hecho, decía el informe, había ocasionado al fundador graves sufrimientos y había dificultado el trabajo de la organización. Después continuaba discutiendo las otras formas jurídicas que había sido obligado a adoptar, y finalmente apuntaba que el Opus Dei cumplía los requisitos para una prelatura personal. Habría ventajas para la Iglesia si se les concediera este estatuto, concluía el informe, porque reforzaría el servicio que el Opus podía ofrecer a la Iglesia 1ocal y pondría a disposición de la Santa Sede un "cuerpo móvil" (a propósito, una expresión utilizada comúnmente por los jesuitas) que podría ir adonde más se necesitase. Los miembros del Opus se verían con eso liberados de algunos de los problemas a los que se enfrentaban cuando trabajaban (y aquí aparecían de nuevo útiles pormenores estadísticos) en 479 Universidades y escuelas de segunda enseñanza en los cinco continentes, en 604 publicaciones, en 52 emisoras, tanto de Radio como televisión, en 38 agencias de Prensa de Prensa y publicitarias, en 12 productoras de cine y en empresas de distribución. Muchos otros Institutos religiosos con distintos estatutos jurídicos han conseguido, y siguen consiguiendo, funcionar de forma totalmente satisfactoria sin el beneficio de ser una prelatura personal. El Opus le Opus lo encontró difícil.

A comienzos de junio, Alvaro del Portillo escribió de nuevo a Baggio para explicarle algunos posibles malentendidos. Se planeó que esta carta, o parte de ella, la leyeran los españoles en un largo artículo publicado por el semanario católico Vida Nueva, de donde, de hecho, he tomado gran parte de lo dicho más arriba. Pero poco antes de su publicación, aparecieron dos miembros del Opus con una carta de las autoridades de Roma, prohibiendo la aparición del artículo, titulado "La transformación del Opus Dei". No está claro cuáles eran las objeciones; el artículo es, en su mayor parte, admirablemente objetivo a pesar de la prolongada hostilidad de Vida Nueva hacia el Opus. Se atenía exactamente a los documentos, excepto en el último párrafo final del comentario. Allí se hacían conjeturas sobre la oposición al avance del Opus en tiempos de Pablo VI, debido en especial a los informes secretos enviados a Roma por "personalidades de la Iglesia española". Existía oposición, dice el anónimo autor del artículo, incluso desde los sectores "más elevados". Que tenía en mente al cardenal de Madrid apenas puede dudarse. El director rechazó primero la petición de los miembros del Opus, pero "Vida Nueva" es una revista dirigida por la Iglesia. El artículo no apareció.

A pesar de la mencionada oposición española, la Sagrada Congregación para los Obispos constituyó un "comité técnico" que entre febrero de 1980 y febrero de 1981 celebró veinticinco sesiones de trabajo. También había una comisión especial de cardenales nombrada por el mismo Papa para examinar el asunto. Informó el 26 de setiembre de 1981. A continuación se solicitaron las opiniones de todos los obispos en cuyas diócesis operaba el Opus Dei, al parecer a unos quinientos. Esta información procede de una carta del cardenal Baggio, publicada en el periódico del Vaticano "L'Osservatore Romano" el 28 de noviembre de 1982, escrita para acompañar la declaración de que el Opus había conseguido el estatuto de prelatura personal que se había propuesto. El detalle sobre la consulta a los obispos es realmente muy curioso: no por el hecho de que fueran consultados, por supuesto, sino por el silencio que siguió a su respuesta. Si ésta hubiera sido indiferente, o incluso favorable, Baggio lo hubiese dicho con toda seguridad. El hecho de que no hiciese comentarios sobre la reacción episcopal, puede solamente entenderse como que ésta negativa. En realidad, la reacción española fue particularmente hostil.

No mucho después del informe de la Comisión cardenalicia se acordó el nuevo estatuto. Alvaro del Portillo les informó a sus miembros en una acalorada carta con fecha 8 de diciembre de 1981. La carta, sin embargo, debía seguir siendo un secreto por el momento, y ser compartida únicamente con los Consejos Generales (masculino y femenino) del instituto. Tuvieron que esperar bastante tiempo antes de podérselo decir a otros miembros. El Papa Juan Pablo II concedió una audiencia al cardenal prefecto de la Sagrada Congregación para los Obispos el 5 de agosto de 1982, en el curso de la cual "aprobó, confirmó y ordenó" la pubicación de una declaración anunciando la constitución de la prelatura. La Oficina de Prensa vaticana anunciaba el 23 de agosto que el Papa había decidido nombrar al Opus Dei prelatura personal. Los documentos se habían retrasado "por razones técnicas", pero llegarían en breve. Esta noticia fue dada por la Prensa todo el mundo, excepto en el mismo Vaticano. "L'Osservatore Romano" no traía la historia.

Cuando llegó la declaración formal, llevaba la fecha del anuncio del Vaticano, el 23 de agosto. De modo bastante precipitado estuvo disponible en un texto italiano y los servicios de noticias católicos informaron también. Se hizo público de forma oficial sólo el 28 de noviembre, fecha en que se aprobaron las Constituciones. Ésa es también la fecha de la Constitución Apostólica firmada por el Papa, que creaba formalmente la nueva prelatura personal. Sin embargo, ese documento no se publicó hasta marzo del siguiente año, cuando se tenía que tomar todavía otra medida. La iglesia de San Eugenio es una de las dos parroquias romanas controladas por el Opus. En este edificio el nuncio apostólico para Italia entregó las escrituras del nuevo título del Opus al presidente general. Era el 19 de marzo de 1983.

Extrañamente, la declaración que establece la prelatura personal se publicó con un comentario escrito por un miembro de la Sagrada Congregación para los Obispos, monseñor Marcelo Gostalunga. Es él quien refiere que Pablo VI encomendó la idea de una prelatura personal a monseñor Escrivá de Balaguer ya en 1969. Era el decreto del Vaticano II sobre el ministerio y la vida de los sacerdotes el que había lanzado la idea de las prelaturas personales. Al hablar de la necesidad le redistribuir al clero en las zonas de mayor necesidad, el documento Vaticano II añade:

"Para estos fines, por tanto, se pueden establecer algunos seminarios internacionales, diócesis especiales o prelaturas personales y otros órganos de esta clase. De una forma a ser decretada para cada empresa individual, y sin perjuicio a los derechos de los ordinarios locales (i.e. obispos diocesanos), los sacerdotes pueden por medio de las mismas ser asignados o incardinados para el bien general de toda la Iglesia." ("Decreto sobre la vida sacerdotal y el ministerio", párrafo 10.)

Lo que esto pudiera querer decir exactamente fue fijado por Pablo VI en un documento fechado el 6 de agosto de 1966 conocido como "Ecclesiae Sanctae".

Esta nueva estructura, sin embargo, no fue originariamente pensada como un medio de establecer una congregación cuasirreligiosa, sino como un medio "para la apropiada disribución de sacerdotes, para objetivos pastorales especiales en pro de grupos sociales diversos, tanto si estos objetivos deben alcanzarse en una zona dada, como en una nación o en cualquier parte de la Tierra". Estos "grupos sociales diversos" eran categorías identificables de personas que no podían ser adaptadas fácilmente dentro de las estructuras tradicionales, por su particular forma de vida, o por su movilidad: por jemplo, gitanos o soldados. Las prelaturas personales, en otras palabras, no fueron concebidas para personas como los miembros del Opus Dei.

Así pues, está lejos de ser evidente que esta nueva estructura vaya a resultar más satisfactoria para el Opus que su anterior encarnación como Instituto Secular. No habría problema en cuanto a los sacerdotes se refiere. Serán incardinados la prelatura de modo muy parecido al que otros clérigos son incardinados en las diócesis. Las dificultades surgen con los miembros laicos. La "Ecclesiae Sanctae" del Papa Pablo VI preveía que los laicos, tanto casados como solteros, pudieran asociarse al trabajo de una prelatura. Pero está claro que los laicos son considerados, en su mayor parte, como recipientes del ministerio de una prelatura, no como un elemento principal -en el caso del Opus el elemento principal- de dicho ministerio.

La declaración de la Sagrada Congregación para los obispos afirmaba que los miembros laicos del Opus Dei "se dedican a la realización de los objetivos apostólicos propios a prelatura, asumiendo compromisos serios y específicos". Lo hacen por medio de un vínculo contractual y no en virtud de votos particulares". "Particular Churches and Personal Prelatures" es la traducción de una obra española publicada por la Universidad de Navarra en 1985. El autor, Pedro Rodríguez, es, por supuesto, miembro del Opus, aunque este hecho no se menciona en la edición en lengua inglesa y el Opus es apenas mencionado y, naturalmente, tampoco discutido. Rodríguez sostiene un punto técnico de que el vínculo que ata a los laicos al Opus se incluye en el canon del nuevo Código de Derecho Canónico que rige los contratos. Puesto que el contenido de los contratos es realmente muy similar al contenido de los votos que hacen los religiosos y religiosas de una orden o congregación, no está claro cuál pueda ser el significado de esta distinción legal.

¿Qué implicaciones tiene el nuevo estatuto del Opus Dei para el futuro? El documento del Papa Pablo VI subraya que debía haber fuertes lazos entre las prelaturas personales y los ordinarios locales (obispos). Sin embargo, ninguna de las disposiciones de la declaración da a un ordinario mucho sobre los miembros laicos del Opus que viven dentro de su diócesis, aunque debieran estar técnicamente sujetos a su autoridad. Podría negar el permiso de abrir un centro del pero una vez abierto uno, sería realmente muy difícil lo. Podría negar al clero del Opus el permiso para asistir a los laicos bajo su jurisdicción, pero no podría negarles el permiso para asistir a otros miembros del Opus. De hecho, no parece haber razón para que un miembro del Opus no reciba su entera educación en la fe desde las clases de catecismo y primera comunión, hasta la confirmación y aún más allá, dentro de centros pertenecientes al Opus. Aunque tal persona en teoría estaría sujeta a la autoridad diocesana, los sacerdotes diocesanos podrían no tener nunca la ocasión de tomar contacto con dicha persona.

Una situación aún más anómala podría surgir del nuevo estatuto del clero del Opus Dei. Ellos siguen siendo sacerdotes "seculares", y como tales gozan de "voz activa y pasiva" en las asambleas del clero. Con todo, si un centro ha sido debidamente constituido, un obispo no tiene voz alguna acerca de su presencia en su diócesis entre su clero. Algunos miembros de su propio clero diocesano podrían ser reclutados para el ala auxiliar del Opus o "Tercera Orden". No necesitarían revelar su adherencia al mismo, a no ser que les fuera solicitado expresamente. Frente a este trasfondo, es posible imaginar a una asamblea de sacerdotes dominados por miembros del Opus.

Las situaciones esbozadas más arriba pueden parecer rebuscadas, pero, ¿lo son de verdad? En enero de 1985 hubo un curioso incidente en la diócesis española de La Rioja. En el curso de una asamblea de clérigos para discutir la estrategia pastoral, el rector del seminario de Logroño, en el que el mismo Escrivá de Balaguer había sido estudiante desde 1918 hasta 1920, mostró un informe sobre moral. Dijo que el Opus se había consolidado en el seminario mucho antes de que él hubiera sido nombrado rector. Entre los miembros del Opus y sus simpatizantes (algunos de ellos, añadió, menores de quince años) y el resto del clero diocesano, si no existía un conflicto abierto, sí existía al menos una guerra fría constante, dando lugar a la división, no solamente en el mismo seminario, sino en toda la diócesis.

Acusaba al Opus de anteponer los intereses de la prelatura al bien de la diócesis y de que, por medio de la guía espiritual que daban a los seminaristas asociados a ellos, estaban destruyendo la unidad de espíritu que debiera prevalecer en la diócesis. Cuando se pidió una explicación, no se dio ninguna. "¿Son realmente clérigos diocesanos -se preguntaba el informe-, o pertenecen a la prelatura personal?".

Está en la liturgia, dice el informe, que la gente muestre unidad de propósito. Los miembros del Opus, sin embargo, siguen fielmente la letra de la ley y no hay participación activa en el espíritu de la liturgia. El rector atacó después amargamente las pautas de enseñanza de los profesores del Opus Dei en el seminario y les acusó de ir a la caza de la herejía. Terminaba diciendo que el suyo no era el único seminario que lo sufría; otros en España estaban igualmente divididos. Quería que la situación fuese examinada por el comité de obispos españoles para seminarios y Universidades, y que si no podían resolver el conflicto entre la prelatura personal y las diócesis, el caso debería ir a Roma

La situación había empeorado, decía el rector, desde la creación de la prelatura personal. Ese acontecimiento había dado a los simpatizantes del Opus "cierto aire de victoria y de estar en el buen camino acerca de todo". Evidentemente, no les había inculcado el sentido de colaboración entre diócesis y prelatura que la legislación que establecía las prelaturas como una nueva forma de gobierno dentro de la Iglesia católica, esperaba y exigía.

La experiencia de la diócesis de La Rioja no inspira confianza. Es difícil no pensar en el Opus como en Iglesia dentro de la Iglesia, que es exactamente lo que los obispos españoles temían cuando presionaron a Roma, sin ningún éxito contra la concesión al Opus del estatuto del que ahora, claramente, goza.

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