NAUFRAGIO Y RESCATE DE UN PROYECTO VITAL

Testimonio de un ex cura-del-Opus Dei

Editorial Milenio, 2010

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 Naufragio y rescate de un proyecto vital

 

INTRODUCCIÓN

 

 

Todo tiene su tiempo y razón

todas las tareas bajo el sol:

tiempo de nacer, tiempo de morir,

tiempo de plantar, tiempo de arrancar [...]

tiempo de callar, tiempo de hablar.

(Biblia: Libro del Eclesiastés, 3)

Dificultades para decidirme a escribir

Me ha resultado difícil decidirme a poner por escrito mis reflexiones, tanto respecto a la praxis establecida, como a la vivida por mí en el Opus Dei. Se trata de reflexiones críticas y a la vez respetuosas y alejadas de toda actitud maniquea. Como puede suponerse, si yo estuve vinculado a esta institución durante veintitrés años -desde los dieciocho hasta los cuarenta y un años de edad (los cinco primeros como laico y los dieciocho restantes como sacerdote) hasta que finalmente decidí desvincularme-, esto no ocurrió porque sí. Tal como explico detalladamente en este escrito, tuve que reconocer que muchos puntos de la praxis del Opus Dei no se armonizaban -y a veces incluso se contradecían- con las ideas madres con las que se definía su proyecto inicial (supuestamente de inspiración divina) y que llegaba a suscitar interés, simpatía y atracción a muchas personas. Por otra parte, en mi caso la institución no podrá atribuir mi decisión a una crisis en mi vivencia de la fe cristiana, o en mi vinculación a la Iglesia, o en mi capacidad para mantener compromisos ascéticos como el del celibato sacerdotal, entre otros. Mi fe en el origen divino del mensaje de Jesucristo y mi vinculación a la Iglesia no sólo no ha quedado perjudicada sino, al contrario, fortalecida después de mi desvinculación. En mi caso ha sido principalmente la lectura de teólogos de distintas sensibilidades -la mayoría de ellos prohibidos, al menos en aquellos años, en la Obra-, la ayuda principal para poder conocer mejor y vivir con mayor ilusión unas convicciones cristianas apoyadas en experiencias acreditadas por la ciencia histórica. Su contenido se interpreta actualmente de forma mucho más correcta que siglos atrás -gracias al progreso de la Hermenéutica y la Exégesis bíblicas, y los fundamentos sobre lo razonable de su credibilidad me resultan más que suficientes. El que a la Iglesia se le puedan achacar errores o defectos en cuanto a su testimonio evangélico -aunque muchos menos de los propagados por las "leyendas negras", o por las típicas campañas provocadas en nuestro país por los que hubieran deseado su extinción- puede suscitar en mí sentimientos de tristeza. Pero no me afectan un ápice respecto a mi vinculación a ella. Yo nunca he pretendido que la Iglesia tenga que ser una institución perfecta, aparte de que la dimensión institucional no es lo más importante de ella. Me siento responsable, más bien, de colaborar -dentro de mis modestas posibilidades- en su nunca concluida construcción, la construcción del colectivo integrado por auténticos discípulos de Jesucristo, colaboradores activos de su obra evangelizadora.

 

Desde mi adolescencia he conservado una actitud abierta, respetuosa y receptiva respecto a los cristianos evangélicos, y a religiones no cristianas como el hinduismo (habría que decir más bien "los hinduismos"), el budismo y el Islam, siempre que no sean fundamentalistas,  y he escrito algo sobre lo que puedo aprender de ellos para vivir mejor mi espiritualidad cristiana. Como también puedo aprender -dicho sea de paso- de los agnósticos y ateos humanistas, siempre que no sean fanáticos -que no faltan entre ellos- y puedan dar razones de su posición. Pero, al mismo tiempo, tengo que reconocer y confesar con sinceridad que mientras más he profundizado en el conocimiento de estas respetables cosmovisiones -sean religiosas o no- más me convence el cristianismo, y más afortunado y agradecido me siento de haber sido llamado a ser discípulo de Jesucristo.

 

Además, a pesar del origen ambiguo de mi vocación sacerdotal -provocada dentro de la estructura del Opus Dei y no surgida espontáneamente en mí- yo, una vez desvinculado, decidí mantenerme en el sacerdocio ministerial, mientras comprobase que sus requisitos -entre otros el del celibato- no perjudicasen mi salud mental. Todo ello lo explico detenidamente en un capítulo de este libro. Soy consciente de que soy el primer cura-ex miembro numerario del Opus Dei que presenta por escrito sus reflexiones críticas sobre esta institución.

 

A diferencia de otros ex miembros, yo no he escrito ni publicado hasta ahora ningún artículo o libro crítico, durante los treinta y seis años que han pasado desde mi desvinculación. Una parte del contenido de lo que se ha ido publicando yo no la compartía. Además, uno de los factores que provocaron durante años el retraso de mi desvinculación fue debido -como explico en este libro- precisamente a la abundancia de visiones distorsionadas y de calumnias que se propagaron sobre ella entre los años 1950 y 1970, aunque ya en sus inicios no faltaron. En España principalmente, y de forma notablemente menor en una parte de los numerosos países donde alcanzaba a propagarse la institución, se produjeron -particularmente acentuadas durante la dictadura franquista- campañas sucesivas de críticas muy duras en la prensa y a través de algunos libros, descalificando los fines y medios del Opus Dei, atribuyéndoseles consecuencias destructivas por las actuaciones y actitudes éticamente rechazables de sus miembros.

 

La convicción de que la mayoría de las campañas críticas españolas a la institución erraban de blanco y resultaban injustas por calumniosas, dio lugar en mí -y seguramente en otros socios- a que se cumpliese lo que, si no me equivoco, fue una teoría del filósofo de la historia Arnold Toynbee. A lo largo de la historia de la humanidad, cuando un colectivo humano o una institución -que tenga una base suficiente de vitalidad- es acosada en abundancia por sus detractores o sus enemigos, dicho colectivo o institución, contra la intención de aquéllos, queda fortalecida, y todavía más si una parte importante del acoso supone una clara injusticia.

 

Así ocurrió en la historia del cristianismo durante los tres primeros siglos, a partir de las sucesivas persecuciones promovidas por los emperadores romanos. Fue a continuación, tras la conversión al cristianismo del emperador Constantino, cuando los cristianos, que hasta entonces habían experimentado una profunda unión entre ellos frente al enemigo común, pudieron dirigir por fin con más tranquilidad la atención hacia sí mismos, y comprobar que entre ellos se daban divisiones que cristalizaron en herejías y cismas. Así ocurrió también con la historia del pueblo judío, que "gracias" a las sucesivas persecuciones colectivas a las que se ha visto sometido, ha podido mantener su identidad cultural a pesar de haber perdurado veinte siglos (hasta hace poco tiempo) sin territorio propio.

 

Así pienso yo, le ocurrió en cierta medida al Partido Comunista español, que durante la etapa final de la dictadura protagonizó las actuaciones más eficaces para desestabilizarla -con la colaboración secundaria de otros grupos políticos o independientes- sintiéndose amenazado y perseguido constantemente por la policía de la dictadura. Sin embargo, una vez restablecida la democracia, y legalizado el Partido Comunista por el gobierno del presidente Suárez, se inició en él un rápido proceso de debilitamiento ("contra Franco vivíamos mejor", dijeron algunos de ellos) y de divisiones internas.

 

Desconozco con precisión la teoría de Toynbee, ya que me llegó de segunda mano, pero en cualquier caso la hipótesis descrita arriba se cumplió al pie de la letra en mi proceso personal y fue uno de los factores principales que retrasó mi retirada del Opus Dei. La llegada incesante de juicios de valor que en su mayoría percibía -y sigo percibiendo- como injustos por su falsedad me despertaba cierto sentimiento de lealtad y de necesidad de aclarar malos entendidos, y me desviaba hacia esto las energías que debería emplear para afrontar v consumar mi crisis con la Institución y mi conveniente separación de la misma.

 

De ahí que cuando, ya desvinculado, alguna persona me animó a escribir en un libro mi interpretación crítica sobre la Institución, dije que esto sólo lo haría cuando se apaciguasen los ánimos, pues no quería contribuir a retrasar el proceso de crisis de otros miembros. Además, mi reflexión crítica se referiría tanto al Opus Dei como a sus detractores. Apenas aparecieron en esas críticas aquellos puntos que constituyen, según mi experiencia, los que deben de ser el centro de cualquier reflexión crítica sobre la institución y en los que me detengo principalmente en los capítulos tercero, cuarto v sexto de este libro.

 

Otra dificultad que experimentaba al proyectar escribir mis experiencias y reflexiones críticas era el saber que dentro del Opus Dei permanecen personas con las que conviví y a las que valoré por sus cualidades humanas y por su generosa entrega al servicio de ideales cristianos. Aunque muchos de los que compartieron conmigo la experiencia de la pertenencia a la Obra llegaron a decidir su desvinculación antes o después que yo, y aunque he sido informado de que no son excepcionales los casos de los que padecen trastornos de estado de ánimo depresivo, o de ansiedad, o somatoformes, también reconozco que otros permanecen en el Opus Dei más o menos encajados en ese camino de su realización vocacional cristiana. Decidir poner por escrito unas reflexiones que, en el caso de ser conocidas por esos antiguos compañeros, puedan a veces interpretarlas como una especie de traición por mi parte no deja de resultarme doloroso.

Motivos para ofrecer mi testimonio

Y sin embargo, en las circunstancias actuales, mantenerme pasivo, absteniéndome de comunicar lo que pienso, lo consideraría por mi parte como una señal de mera comodidad y de despreocupación o indiferencia hacia las muchas personas que han sufrido en el pasado -hasta que decidieron desvincularse-, o que estén sufriendo en el presente a causa, principalmente, de algunas contradicciones importantes entre la teoría del Opus Dei y la praxis real. Porque esto es precisamente lo que me motiva a abandonar mi silencio: la abundante información que me ha llegado en los últimos cuatro años sobre el elevado número de personas que han padecido excesivo sufrimiento a causa de esa praxis, y del modo de aplicarla un porcentaje elevado de los directores y directoras, aunque no todos. De hecho, si prescindimos de los que no sin graves tensiones y angustia decidieron un día desvincularse, y de los que llevaban años padeciendo trastornos psicológicos, que en no pocos casos desaparecieron al despedirse de la institución, no hay que suponer que todos los que permanecen se encuentran a gusto en ese camino. Hay que tener en cuenta -como explico en el libro- que desde el comienzo la mayoría de las mujeres, aunque tuviesen estudios universitarios, no llegaron a ejercer una profesión civil, sino que tuvieron que encargarse de la administración doméstica de las casas tanto de varones como de mujeres, o bien se les confiaron tareas en la burocracia de la institución con o sin responsabilidades directivas. Tal como ha funcionado la Obra, si estas mujeres llegan a experimentar sus crisis y comprenden que lo más adecuado sería desvincularse, se encuentran no sólo sin ningún recurso económico, sin ahorros, sino también sin experiencia profesional relacionada con las carreras que estudiaron y, en muchos casos, sin haber cotizado a la Seguridad Social. En el caso de los varones hace veinte o más años no era así. La mayoría de ellos ejercían ciertamente profesiones civiles muy variadas. Sin embargo en los últimos años esta situación ha cambiado mucho. Entre los numerarios es crecientemente elevado el porcentaje de los que o trabajan en tareas de la organización interna, frecuentemente con cargos directivos de diferente nivel, o sobre todo, los que trabajan en obras corporativas o semicorporativas del Opus Dei, la mayoría relacionadas con la enseñanza primaria, media, o superior. Ante una situación de crisis vocacional, planificar una retirada se les presenta con dificultades cada vez más parecidas a las de las mujeres, aunque sin llegar a ser tan graves. Es decir: la hipótesis de que, entre los que perseveran en la institución, el porcentaje de los que sufren las consecuencias de la praxis es importante, puede considerarse una hipótesis frecuentemente comprobable. Pero a una parte de ellos les resulta en ocasiones demasiado arriesgado planificar su desvinculación.

Requisitos para expresarme con respeto a la verdad

El objetivo de mi escrito consiste, principalmente, en ofrecer una reflexión respetuosa, serena, lo más objetiva posible, y fraternal -ya que me dirijo principalmente a hermanos míos en la fe cristiana- ante la posibilidad -quizá poco probable- de que pudiese llegar a influir, junto con las aportaciones de otros, en plantearse la conveniencia de una revisión de la praxis por parte de la dirección de la Prelatura. Ahora bien, teniendo en cuenta lo afirmado al principio sobre los efectos perjudiciales de las antiguas campañas con críticas distorsionadas y frecuentemente calumniosas, y teniendo también presente los deseos de muchas personas de poder coleccionar datos que les puedan justificar su tendencia, un tanto obsesiva, a criticar a la Iglesia católica y a sus instituciones, o a las religiones en general, comprendo que debo tomar todas las precauciones necesarias para expresarme con el máximo respeto a la verdad. Y si busco la verdad, al presentar mis experiencias y reflexiones críticas, es preciso que evite dejarme influir por los que considero cuatro obstáculos importantes en la búsqueda de la misma. Me refiero en concreto a: 1) los prejuicios; 2) la actitud maniquea; 3) la dependencia de las modas, v 4) la credulidad.

 

1°. Todo lo que afirme en este escrito tiene que basarse en experiencias personales, o en experiencias de otras personas -no de una aislada- que me merezcan suficiente confianza respecto a su veracidad. No se basará en prejuicios.

 

2°. Tengo que evitar a toda costa la tendencia a las valoraciones maniqueas. Entiendo por actitud maniquea la que se manifiesta en la tendencia a evaluar las realidades y situaciones humanas de forma dicotómica, atribuyendo a una parte de ellas la plena posesión del bien -o de la verdad- mientras que a la otra parte se achaca únicamente la posesión del mal o del error.

 

Podemos comprobar fácilmente que la vida política, por ejemplo, constituye uno de los campos en los que se ha venido dando de forma más acentuada esta actitud. El hecho mismo del estereotipo de la clasificación entre partidos de derechas o de izquierdas ha favorecido el peligro del maniqueísmo. No es difícil comprender que diversificar con estos dos estereotipos la gran variedad de proyectos políticos es, en principio, una simplificación, utilizada frecuentemente de forma tendenciosa por ambas partes. Ambos términos "derecha" e "izquierda" han sido utilizados, por los representantes del bloque opuesto, como vinculados a una colección de rasgos peyorativos cuando no claramente perversos. Tal vez el posterior estereotipo de partidos de "centro", con sus variantes de "centro izquierda" y "centro derecha", hayan constituido -consciente o inconscientemente- un intento de amortiguar el grado de agresividad y desprecio mutuo frecuente entre los vinculados a las derechas o las izquierdas, pero no parece que con ello se haya logrado en general una superación de la distorsión maniquea.

 

Un porcentaje grande de los políticos y ciudadanos claramente adheridos a uno de estos bloques se manifiesta habitualmente como convencido de que sólo en el suyo se da la sabiduría y bondad o ética política mientras que en el o los otros bloques se da la estulticia o la maldad. Los adheridos a las posiciones de derechas -o al menos centroderechas- tendrán siempre el recurso de manifestar sus sospechas de la presencia, en sus adversarios políticos, de afinidades ideológicas o connivencias con líderes de izquierdas responsables de totalitarismos y de crímenes contra la humanidad como fue el caso de Lenin, Stalin, Mao Tse Tung, Pol Pot y otros. Los adheridos a las posiciones de izquierdas -o al menos centroizquierdas- tendrán siempre el recurso de atribuir a sus adversarios oscuras intenciones que los asemejen a los abusos totalitarios de un Hitler o un Mussolini, y venga o no a cuento calificarán frecuentemente de "fascistas" a sus contrincantes. Me he referido a las manifestaciones de maniqueísmo en los debates políticos sólo como un ejemplo. Esta misma actitud se presenta en debates y críticas en otros ámbitos de la vida social.

 

Confío en que al exponer lo que considero errores o conductas contradictorias y causantes de sufrimiento en miembros del Opus Dei no haya caído en una actitud maniquea. Ya he dicho que durante mis años de pertenencia a la institución conocí a personas muy valiosas y éticamente ejemplares. Y se crearon empresas de gran interés social. Mencionaré solamente un ejemplo. El que me precedió como responsable de la actividad sacerdotal en Cádiz -José Domingo Gabiola- fue destinado a Kenia en el año 1958, país donde los primeros miembros de la Obra que se trasladaron ahí llevaron a cabo una importante lucha contra la discriminación social. José Domingo era natural del País Vasco, pero había sabido integrarse muy bien entre la gente andaluza de Cádiz. Cuando yo me trasladé desde Sevilla a Cádiz para sustituirle, pude comprobar la valoración de mucha gente respecto a su actividad pastoral y el afecto que sentían hacia él. El periodista australiano William West dedicó el capítulo IV de su libro Opus Dei. Ficción y realidad, a la labor iniciada por Father Gabiola y compañeros laicos, en Kenia. Este periodista empleó cinco años recorriendo poblaciones de los cinco continentes en las que el Opus Dei hubiese creado alguna obra de especial interés a su juicio. Cada uno de los diez capítulos los dedica a un país. Varios de los iniciadores de la acción evangelizadora en ellos habían sido compañeros míos con los que había convivido al inicio de mi vinculación a la Obra. Entre otros, José Domingo Gabiola que, como he dicho, estuvo implicado en los inicios de la actividad en Kenia; y Fernando Acaso, que junto con José Ramón Madurga protagonizó el inicio en el Japón. Como una muestra de estar yo decidido a no dejarme influir por una actitud maniquea y generalizadora de los posibles errores o actuaciones poco éticas de miembros del Opus Dei, veo conveniente transcribir aquí unos párrafos del capítulo en el que William West valora elogiosamente esa actitud evangelizadora de Kenia y dialoga con Father Gabiola.

 

El racismo era el gran obstáculo. En Nairobi, las tierras estaban repartidas entre los europeos, los africanos y los asiáticos. Las que los miembros del Opus Dei encon­traron estaban situadas en la zona residencial de los europeos, que, naturalmente, protestaron. Oficialmente alegaron que no querían que se estableciese un colegio universitario en la vecindad, pero todo el mundo conocía el verdadero motivo de su rechazo: que en el colegio habría africanos negros. Se celebró una asamblea en el Ayuntamiento y tuvimos que responder a una serie de preguntas. Fuera, esperaban grupos numerosos de blancos, y la cosa se puso fea. Los blancos no nos podían ver. Y, al final, se llevaron el gato al agua. Perdimos los terrenos."

 

A la larga, la pérdida de esa primera batalla resultó ser providencial. Encontraron otros terrenos en Strathmore Road (actualmente Mzima Springs Road) y, en esa ocasión, no se podía alegar nada, pues había tres escuelas europeas más en las inmediaciones.

 

El proyecto consistía en construir un colegio-residencia que sirviera de puente entre la enseñanza secundaria y la universidad, pues hasta entonces los nativos tenían que abandonar el país si querían acceder a la enseñanza superior. "Era una gran laguna. Por eso queríamos crear algo capaz de formar a los estudiantes en distintas áreas: profesional, humana y, para quien lo deseara, religiosa.”

 

Tras los problemas de tierras se presentaron los de financiación. El primer director, David Sperling, y el profesor Kevin O'Byrne decidieron lanzarse a la aventura de iniciar las obras sin contar con los fondos necesarios. Los primeros estudiantes eran pobres, así que no podían ayudar. El gobierno colonial dio algún dinero y el resto se obtuvo mediante créditos hipotecarios, pero no era suficiente, por lo que David Sperling se trasladó a Europa y América para recabar fondos.

 

Cuando el problema monetario quedó más o menos resuelto, los agoreros empezaron a decir que el proyecto fracasaría. Un religioso amigo de Father Gabiola le advirtió que los alumnos no acudirían a un centro interracial. "Pero nosotros estábamos empeñados en que, con la gracia de Dios, no fracasaría."

 

David Sperling y Kevin O'Byrne viajaron por todo el país en busca de alumnos capaces de confiar en una institución que todavía no existía, y tuvieron éxito.

 

"Cuando mi amigo lo supo, dijo que sí, que tendríamos africanos, pero no europeos ni asiáticos. Y cuando, poco después, le dije que ya teníamos un alumno asiático, respondió: `Bueno, tendréis uno'. Y luego empezaron a venir europeos, sobre todo por razón de amistad, pues para entonces ya teníamos muy buenos amigos."

 

A1 principio, las condiciones de vida en Strathmore eran casi selváticas. El colegio estaba rodeado de matorrales silvestres que se prolongaban hasta el valle del río Nairobi y, cuando llegaban los estudiantes, lo único que se veía entre la espesura era lo que llevaban en la cabeza. La zona estaba infestada de cobras y un día se presentó un leopardo, seguido de una hiena, que obligó a un estudiante a subirse a lo alto de una columna junto a la entrada del edificio principal.

 

Peor que las dificultades físicas eran las barreras raciales. No sólo por las diferencias entre blancos y negros, sino también porque diversas tribus aborígenes se llevaban muy mal entre ellas.

 

Father Gabiola recuerda así la primera noche: "Nos habían dicho que los estudiantes africanos se escaparían saltando por las ventanas y que harían toda clase de barba­ridades, así que nos temíamos lo peor. Yo me escondí fuera, en el jardín, para ver qué pasaba, pero no pasó nada. Todo el mundo estaba tan tranquilo, estudiando.”

(West, pp. 58-60).

 

Yo soy consciente de que mucha gente del Opus Dei ha sabido llevar a cabo obras de gran interés desde el punto de vista de la promoción social y la evangelización (considero que lo primero ya forma parte de lo segundo), aunque sospecho que con importantes diferencias entre un país y otro. Probablemente las iniciativas llevadas a cabo en países alejados puedan haberse realizado con más desenvoltura y con más flexibilidad en la aplicación de las rigideces de la praxis institucional. Pero el reconocimiento de la validez y de los méritos de estos logros no justifica las contradicciones que describo en este libro que han dado lugar a multitud de crisis vocacionales, desengaños y sufrimiento peligrosos para la salud mental. Contradicciones de la praxis, sobre todo tal como la aplican la mayoría de los directores -por suerte no todos- que a quien más perjudican al final es a la propia institución y a lo que puede considerarse como su carisma principal. De ahí que pueda pensar que mi reflexión crítica debería considerarse una aportación para el bien de la Institución e, indirectamente, de la Iglesia católica, que decidió acogerla e integrarla como la primera Prelatura personal.

 

De los cuatro obstáculos que he señalado respecto a la búsqueda de la verdad y que he querido evitar en mi escrito, me he referido hasta ahora a dejarme influir por prejuicios y, sobre todo, a la actitud maniquea. Queda pendiente decir algo sobre los otros dos.

 

3°. En tercer lugar está el peligro de la dependencia de las modas. Es indudable que en algunos medios de comunicación españoles hace años que está de moda buscar pretextos para evaluar negativamente a la Iglesia católica y a sus instituciones. También, con frecuencia, a las religiones en general. Y durante muchos años, aunque parece ser que más durante el franquismo, estuvo de moda criticar al Opus Dei. No voy a pretender presentar aquí mis hipótesis sobre una serie de modas que durante sucesivos periodos de tiempo han podido contribuir a obstaculizar la auténtica búsqueda de la verdad, en colectivos implicados en la filosofía, o las ciencias, o las ideologías políticas o las artes. Pero lo que es importante subrayar aquí es que la persona que quiere ser consecuente con una actitud de búsqueda de la verdad, conviene que tome conciencia de las posibles modas ideológicas que sutilmente le puedan estar influyendo, consciente o inconscientemente, en los colectivos o grupos humanos en los que transcurre su vida. Una vez que vaya tomando conciencia de esos posibles influjos, deberá tomar las medidas necesarias para ser totalmente independiente de ellos.

 

Tengo el convencimiento de que durante el transcurso de la realización de este trabajo no he actuado por la presión de una moda. Es más, es todavía muy reciente el hecho de que se haya canonizado al padre Escrivá por parte de la Iglesia. Es decir que se le ha reconocido como santo digno de ser venerado como tal. Me referiré en algún momento a las inquietudes que ha suscitado en un sector de la Iglesia la rapidez con que se produjeron los sucesivos pasos de la beatificación y la canonización del fundador del Opus Dei, y también al hecho de que no fuesen tenidos en cuenta, ni siquiera escuchados, los testimonios de algunos ex miembros que habían pertenecido muchos años a la Institución y habían tenido un trato directo con el fundador también durante años. De todas formas, el acontecimiento de la canonización puede haber provocado -no sólo en los miembros de la Prelatura, sino también en un amplio sector de católicos- que lo que esté de moda sea más bien una valoración positiva de la institución.

 

4°. Un último obstáculo posible respecto a la búsqueda de la verdad que espero haber logrado evitar es el de la credulidad. Transcribiré aquí algunos párrafos sobre esta cuestión que escribí hace años. Si busco la verdad respecto a cualquiera de mis conocimientos, y en la gran mayoría de los casos llego a ellos no por una experiencia auténtica personal, o por un trabajo de investigación científica o una reflexión filosófica rigurosa, no puedo aceptar como válidas unas afirmaciones a partir meramente de mi simpatía respecto al transmisor de esas supuestas verdades, o por tratarse de una opinión pública mayoritaria, o porque me exige menos esfuerzo y más placer a corto plazo el aceptarla como válida.

 

Detengámonos, por lo tanto, en identificar algunos requisitos para no dejarnos arrastrar por la tendencia a la credulidad, respecto al poder seductor y manipulador de individuos y de la sociedad de masas. Dado que inevitablemente la gran mayoría de nuestros conocimientos implican un acto de confianza o fe en otros seres humanos -que como tales son falibles, imperfectos, no omniscientes- habrá que tomar algunas precauciones para no acabar siendo adictos y propagadores de ideas erróneas.

 

Se dan variadas formas de manifestarse la actitud de credulidad, entendiendo ésta como la aceptación de una información como verdadera, sin tener en cuenta el requisito de unos criterios de credibilidad. Se trata, por lo tanto, de formas de confianza o fe ciega en el mensajero o informador de tales supuestas verdades. Para que esta aceptación no fuese una confianza ciega habría que haber resuelto satisfactoriamente preguntas como las siguientes: a) ¿Hay garantías de que el informador haya adquirido un conocimiento por medio de un trabajo científico, o por una experiencia personal directa de aquello sobre lo que informa?; b) En el caso contrario, ¿deja constancia de la fuente original de esa información, es decir del testigo directo que alcanzó ese conocimiento no por vía de fe o confianza en algún informador, sino por una experiencia directa personal -fuese o no científica- que lo condujese a sus convicciones?; c) ¿Tengo suficientes garantías de que se trata de una persona que ha dado pruebas de ser veraz en sus comunicaciones, de tener amor a la verdad?; d) ¿Dispone de suficiente libertad para manifestar lo que piensa, en el canal a través del que se manifiesta -se trate de una editorial, un periódico, un canal de televisión-, o bien está condicionado a poder manifestar sólo una parte de sus conocimientos, silenciando en cambio otros que no se adapten suficientemente a las ideologías o preferencias políticas, científicas o filosóficas de los últimos responsables de ese canal? Con ello la persona que informa, al tener libertad sólo para exponer unas facetas de sus conocimientos y no para otras, aunque todos los hechos de los que informe sean verdaderos, al final, como resultado del conjunto, saldrá un mensaje distorsionado.

 

La razón principal por la que puedo tener la certeza moral de que mis informaciones en este escrito no están condicionadas por una actitud de credulidad -tan frecuente en mi entorno social- es el hecho de que en su gran mayoría se basan en experiencias personales mías y en informaciones acreditadas sobre el contenido de los documentos de la praxis del Opus Dei. En los casos en que mis declaraciones se basen en informaciones ajenas, creo haber tomado las precauciones suficientes para poder aceptar su credibilidad. Como ya he dicho, son datos transmitidos por más de una persona, y que se armonizan o concuerdan con otros de los observados o conocidos directamente.

Otros requisitos éticos y cristianos

Soy finalmente consciente del problema ético que aparece cuando uno ofrece una información que podrá provocar una disminución -en mayor o menor grado- de la fama o la honra de personas o instituciones. En el capítulo tercero -dentro del apartado que titulo Creciente decepción respecto a la persona v conductas del fundador- me detengo en la consideración de este problema ético, y en los requisitos que deben darse para que sea éticamente justificable -y, a veces, obligatorio- revelar tales informaciones. En cualquier caso, recibiré con respeto y agradecimiento cualquier observación crítica respecto al contenido de mi trabajo. Mientras tanto, espero que todo lo que he escrito no me impida ser fiel al mensaje espiritual cristiano contenido, por ejemplo, en los dos pasajes siguientes:

 

En primer lugar, las actitudes de cuidado que según el profeta Isaías (42,1-4) caracterizarían a Jesús el Mesías, y que el evangelista Mateo cita en 12,18-21 (la cursiva es mía).

Mirad a mi siervo, mi elegido,

mi amado, mi predilecto.

Sobre él pondré mi espíritu

para que anuncie el derecho a las naciones. No altercará, no gritará, no voceará por las calles.

La caña cascada no la quebrará,

el pabilo humeante no lo apagará,

hasta que haga triunfar el derecho.

Él será la esperanza de las naciones.

En segundo lugar, recojo el mensaje de la parábola del trigo y la cizaña que el evangelista Mateo incluye entre las parábolas que ofrecen unas pinceladas sobre requisitos y experiencias que se producirán en ocasión de iniciarse el reinado de Dios en el mundo, es decir, en el surgimiento de lo que san Pablo denominaba a veces la "Nueva Humanidad", iniciado con la presencia de Jesucristo. En esta parábola se advierte sobre el peligro de toda actuación que pretenda destruir el mal presente en las obras humanas.

El reinado de Dios es como un hombre que sembró semilla buena en su campo. Mientras la gente dormía, fue su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo, y se marchó. Cuando el tallo brotó y empezó a granar, se descubrió la cizaña. Fueron los siervos y le dijeron al amo: Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo?, ¿de dónde le viene la cizaña? Les contestó: Un enemigo lo ha hecho. Le dijeron los siervos: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? Les contestó: No; no sea que al hacerlo arranquéis con ella el trigo. Dejad que crezcan juntos hasta la siega. Cuando llegue la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, atadla en gavillas y echadla al fuego: el trigo lo metéis en mi granero (Mateo 13,24-30).

Razón de ser de las dos partes del libro

Ahora bien, este libro no tiene como objetivo único ofrecer una reflexión crítica -aunque respetuosa- sobre mi experiencia respecto a la praxis del Opus Dei. Mi intención es informar sobre lo que consideré mi proyecto vital o existencial, esbozado va alrededor de los dieciocho años, y que posteriormente fui perfilando con más claridad y precisión. Informar sobre lo más destacable de mi experiencia durante mis años en el Opus Dei me permite calificar mi decisión de vincularme a esta institución como el principal error de mi vida. Contribuyó a que gastase las energías de la etapa de la vida del "adulto joven", embarcado en una nave que obstaculizaba el logro genuino de mi proyecto existencial que, como era de esperar, acabaría naufragando. He querido preguntarme también hasta qué punto esta experiencia, basada en una decisión errónea, no por ello deja de poder ser para mí una fuente de sabiduría para la vida.

 

En la parte segunda, de forma más breve, he informado sobre la nueva nave que me ha permitido, al menos parcialmente, rescatar del naufragio mi antiguo proyecto vital. Mi esperanza, al elaborar esta parte, es la de poder animar a lectores que sean ex miembros del Opus Dei a que se pregunten -si no lo han hecho ya- cómo podrían "rescatar su proyecto vital" siendo fieles a sí mismos, a su auténtica vocación. Ciertamente que es posible que un porcentaje de los ex miembros no llegase a ser consciente de un proyecto vital personal. Pero nada les impide que en la actualidad, desvinculados quizá hace años, lleguen a plantearse esta cuestión. Por otra parte, no puedo dejar de suponer que otro porcentaje de ex miembros debió llegar, ciertamente, a experimentar con lucidez algunos ideales del estilo de los siguientes, entre otros posibles: a) optar por la vivencia de un cristianismo radical; b) vivirlo con una espiritualidad profunda pero, a la vez, integrando y tomándose muy en serio las realidades y actividades en el mundo; c) aspirar a contribuir en la renovación -por la influencia del Evangelio cristiano- no sólo de personas, sino también de estructuras sociales, económicas y políticas; d) cultivar la capacidad de un diálogo enriquecedor para ambas partes, entre fe cristiana y cultura; fe cristiana y ciencias, y entre fe cristiana y creencias no cristianas, como también agnosticismo y ateísmos humanistas. El hecho de que su experiencia como miembros de una institución concreta de la Iglesia católica la hayan finalmente percibido como un gran error y un fracaso existencial ¿es un motivo para tirar por la borda sus ideales humanizadores y cristianos? ¿No podrían descubrir o inventar una praxis personal que les permita rescatarlos? Incluso aquéllos a los que la crisis les haya conducido a abandonar la Iglesia católica y la fe cristiana, ¿no podrían descubrir una forma de llevar a cabo, fieles a sí mismos, ideales humanizadores implicados en su proyecto vital?

Seis advertencias al lector

Finalmente, veo procedente comunicar al lector algunas advertencias:

 

1) En este escrito la mayor parte del contenido de la parte primera son experiencias personales en mi vivencia del Opus Dei. De ahí que se basen en el funcionamiento de esta institución durante mis años de pertenencia a la misma (1950-1973). Sé que algunos aspectos tanto de su praxis escrita como de su praxis vivida experimentaron cambios posteriores a mi desvinculación en 1973. Cuando hago referencia a ellos ya no se trata, por lo tanto, de experiencias personales, sino de informaciones de segunda mano.

 

2) En relación con lo anterior está el hecho de que en aquellos años la figura jurídica de la Institución no era todavía la de "Prelatura personal", sino la de "Instituto secular”, aunque ésta pronto se viviese con incomodidad, dado el escaso carácter laical de la casi totalidad de las organizaciones que se integraron en esta figura jurídica eclesial. Esto ocasiona que en mi escrito no utilice los términos actuales, por ejemplo: fieles de la prelatura, prelado, vicarios, etc., sino: socios o miembros del instituto, consiliarios, presidente, etc.

 

3) Yo he podido leer, durante estos años, numerosas publicaciones sobre el Opus Dei, tanto aquéllas que informan casi únicamente sobre logros y méritos de la Institución, como aquéllas -parte de éstas de ex miembros- que se concentran en denunciar contradicciones, errores o injusticias atribuidas en su historia, principalmente a causa de su praxis y de su estilo de gobierno. Entre las primeras puedo señalar las siguientes: Berglar (1990), Bernal (1976), Fuenmayor y otros (1990), Serrano (1992), Vazquez de Prada (1984), West (1990). Y entre las segundas: a) De autores ex miembros: Armas (2002 y 2005), Azanza (2004), Moncada (1974 y 1987), Moreno (1976, 1978 y 1992), Tapia (1992), incluidos los múltiples escritos que, desde hace unos cinco años se publican semanalmente en la web www. opuslibros.org/nuevaweb; b) de autores ajenos a la institución: Albas (1992), Artigues (1968), Carandell (1975), Ynfante (1970) y Walsh (1990).

 

El lector informado podrá comprobar que mi testimonio se distancia en mayor o menor grado no sólo de las primeras -que presentan generalmente una interpretación idealizada de la institución-, sino también, en algún grado, de las segundas, cuando, al menos en algunos casos, caen, a mi juicio, en exageraciones, emocionalmente comprensibles, a causa de las experiencias dolorosas vividas por sus autores, en su propia trayectoria en la institución, o por compañeras o compañeros queridos. Respecto a algunas de estas publicaciones puede haber una parte de interpretaciones que no comparto. Hace más de treinta años, cuando recién desvinculado algunas personas me proponían escribir mi testimonio, les dije que veía más prudente dejar pasar los años, dada la falta de ecuanimidad, a mi juicio, de lo que se publicaba en España, tanto por parte de los panegiristas como por parte de los detractores, aunque con diferencias notables según los diversos autores. También dije que cuando escribiese una reflexión crítica me referiría tanto al Opus Dei como a sus críticos.

 

Cuando después de treinta y seis años he decidido romper mi silencio, no he querido, sin embargo, presentar un debate sobre mis discrepancias respecto a algunas de las críticas. En primer lugar, porque he llegado a la conclusión de que algunos de los errores o contradicciones de la institución se han agravado. Es decir, lo que hace treinta y seis años pude considerar como descalificaciones exageradas, hoy ya no lo percibo así. En segundo lugar, porque prefiero que el lector conocedor de publicaciones anteriores deduzca por sí mismo en qué contenidos me identifico y en cuáles me distancio respecto a ellas. De lo que sí me he ocupado con claridad -al principio del apartado que dedico al padre Escrivá- es a criticar la persecución que tuvo que padecer por injustas calumnias, principalmente entre los años 1930 y 1950.

 

4) Conviene también advertir sobre el significado de algunos términos propios de la jerga utilizada en el Opus Dei. Sus miembros, cuando se refieren a la institución, utilizan preferentemente los términos "la Obra" y "en Casa". Para indicar que un joven con el que han practicado su actividad proselitista ha decidido -o, más bien, aceptado- pedir la admisión en la Obra, dicen que "ha pitado". "Pitajes" significa, por lo tanto, conjunto de resultados positivos tras un proselitismo. Sobre otros términos, las aclaraciones va aparecen en el texto, por ejemplo: los tres tipos de miembros ("numerarios", "agregados" y "supernumerarios"); la "labor de San Rafael" se refiere a actividades apostólicas y, sobre todo, proselitistas, con jóvenes (o adolescentes); y la "labor de San Gabriel" a la que conduce a posibles vocaciones de supernumerari(@s.

 

5) ¿Qué significan los párrafos incluidos al comienzo de algún capítulo a modo de instantáneas de vivencias emocionales? Buena parte de ellos son textos redactados por mi compañera Ana, que sabe captar y, revelar mejor que yo lo que pasaba en mi interior, en experiencias de mi pasado, que yo le conté hace va treinta años. Vienen a compensar, desde la inteligencia emocional de una mujer (generalmente con mayor potencia del hemisferio cerebral derecho que los hombres) la insuficiente revelación de mis emociones a lo largo de mi escrito.

 

6) Dado que el conjunto de todos estos capítulos viene a constituir unas memorias, vi conveniente, en la primera parte del libro, describir también las circunstancias, tanto familiares como históricas, en las que me encontré situado desde mi nacimiento, y que ciertamente pudieron influir en el posterior desarrollo de mi personalidad. Como dijo el filósofo Ortega y Gasset: "Yo soy yo y mi circunstancia." Antes de vincularme al Opus Dei, habían ocurrido acontecimientos de trágicas consecuencias en España y en mi familia. Probablemente mi aspiración prematura a llevar a cabo una vida en la que pudiese contribuir claramente en disminuir sufrimiento pudo surgir, al menos en parte, por la influencia de situaciones vividas en mi infancia, entre otras la muerte de mi padre por asesinato al comienzo de la guerra civil, el fusilamiento de un tío mío, y el profundo sufrimiento de mi madre al quedarse viuda a los veinticinco años, tras convivir apenas cuatro años con mi padre en una relación amorosa ideal y llena de grandes esperanzas.

 

Posteriormente, y por requisitos editoriales, este libro tuvo que reducirse en unas doscientas páginas. Para atender la demanda de la editorial, decidí suprimir principalmente los dos primeros capítulos, que versaban sobre esas circunstancias familiares y políticas durante los años de mi infancia. Su contenido ha quedado aquí concentrado en las cuatro primeras. Si algún lector tiene interés en conocer su contenido, puede pedirlo dirigiéndose al e-mail ramonrosal@terra.es, y se le enviará contra reembolso un fascículo encuadernado con ese contenido.

 

 

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