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 Tus escritos: Mediopensinista con tu familia.- Nacho Fernández

076. Agregados
nachof :

MEDIOPENSIONISTA CON TU FAMILIA

 

El otro día, Edu  nos hablaba en Opuslibros de la situación que  había experimentado con su familia en sus muchos años de numerario. Eso le hacía tener menos cariño a sus padres. ¡Qué cosas, el fundador decía que vivir la relación con los que te han traído al mundo es un "dulcísimo precepto" y así lo exigía! Pues bien, entre los agregados, en la mayor parte de los casos, se da una situación de “mediopensionista”.

 

El diccionario de la lengua de la Real Academia Española define mediopensionista como la “persona que vive en una institución, sometida a régimen de media pensión”. A su vez, la RAE define en su segunda acepción la media pensión como “régimen de hospedaje en que los huéspedes tienen derecho a la habitación y una comida diaria”. Este libro acierta plenamente...



Al pasar de numerario a agregado, tuve que volver a cambiar el esquema de mi vida. Yo ya estaba preparando a mis padres para el cambio de irme a vivir a una residencia, pero tuve que cambiar de táctica sobre la marcha. A partir de ese momento, tenía que participar de los dos sitios: el centro de la Obra y mi vida con mi familia.

 

Yo me hice de la Obra poco después de cumplir los veinte años. Siempre había estudiado en mi casa y los resultados académicos habían sido buenos. Los del Opus Dei me metieron en la cabeza que la sala del centro era el mejor lugar para estudiar. Por ello, dejé de estudiar en mi hogar paterno. Allí en la residencia existente en la calle General Oráa 5 de Madrid se producía un tráfico constante de entradas y salidas. Eso hacía que no te pudieras concentrar. En Vitruvio, 3, que fue el siguiente centro al que me incorporé, sucedía lo mismo, pero con una diferencia, éramos muy pocos los que acudíamos allí, pero había muchas entradas y salidas. Y en Recoletos 5 volvía a haber gente, pero la novedad era que pasábamos bastante frío y eso tampoco era un factor positivo. A todo ello se añadía la cantidad de tiempo que se perdía en desplazarse a los diferentes centros de la Obra. Mis padres me preguntaban: ¿Por qué te vas tan lejos, si en casa siempre has estudiado muy bien?

 

Mi padre sospechó que yo me había hecho de la Obra. A los cuatro días de escribir al fundador la carta de solicitud de admisión en el Opus Dei, me dijo que deshiciera lo que hubiera hecho, pues iba contra mí. Lo consulté en el centro y Martincho, el director, me dijo que insistiera que no me había incorporado a ningún sitio. Mentí claramente. Engañé a mis padres y todo por un consejo de quien “hacía cabeza”, como se decía dentro del entonces instituto secular.

 

Lo que no sabían mis padres era que me había incorporado a una institución en la que existía un plan de vida que incluía media hora de oración mental por la mañana y media hora de oración mental por la tarde; asistir diariamente a la misa y hacer diez minutos de acción de gracias al terminar la celebración; diez minutos de lectura de un libro espiritual que ellos señalaban y cinco minutos de lectura del Evangelio; la recitación de las tres partes del Rosario –hoy en día son cuatro--; el ángelus; una visita al Santísimo; un “círculo de San Rafael” semanal con mezcla de gente de la Obra y no de la Obra; un “círculo breve”  semanal solo para gente de la Obra; un retiro mensual toda la mañana de un domingo; una confesión con un sacerdote de la Obra en el propio centro; un curso de retiro anual (al principio terminaba como los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, con los que confundí a mis padres) y una charla semanal de dirección espiritual con un laico, además de otra con el sacerdote; el examen de conciencia al finalizar el día y hacer mucho apostolado y proselitismo.

 

Todas estas normas que he ido explicando llevaban a una situación: disminuía radicalmente la relación con mis padres. Me iba alejando de la familia, no solo de mis padres, sino de mi único hermano y de parientes más lejanos. En defensa de la pureza, se me prohibía besar a ninguna mujer que no fuera mi madre. En el verano de 1965, una de mis tías me lo echó en cara. Fue una situación violenta. Me explico su extrañeza. Yo que era un joven que había besado a mucha gente, ahora solo besaba a mi madre.

 

Una de las consecuencias más inmediatas de mi incorporación al Opus Dei fue que diminuyó radicalmente el nivel de las calificaciones de mis estudios. Yo llevaba a la oración mental lo que se nos decía en la Obra: santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar a los demás con el trabajo. Claro que como entonces mi profesión era la de estudiante, debía santificar el estudio y hacerlo bien, pero empeoraba cada vez más. No me estaba santificando con el Opus Dei. Esto lo veo ahora claramente.

 

Algunos que se incorporaron a la Obra por mi época lo entendieron mejor. Seguían estudiando en sus casas y, claro, sus notas académicas no bajaban. Yo fui un tonto que me dejé seducir por lo que ellos afirmaban. Por eso ahora estoy haciendo balance de mi vida y lo cuento al que me lea, para que no piquen en ese cebo que pone la hoy prelatura personal. Eso iba parejo al progresivo alejamiento de mis padres. No me extraña que ellos me dijeran que yo estaba en situación de "mediopensionista”. Eso se ve ahora. Entonces, no.

 

Dependía económicamente de mis padres y hasta la pequeña cantidad que me daban, la entregaba en la Obra. Pasados los años, cuando empecé a ejercer mi profesión, entregaba todo mi dinero el Opus Dei. Vivía gratis en casa de mis padres, hasta que un día mi padre me dijo que eso no podía seguir así. Empezó a cobrarme una cantidad simbólica. En la Obra no dijeron nada. Al morir mi progenitor me enteré que esa cantidad se iba convirtiendo en acciones de la compañía Telefónica. Al dejar de pertenecer a la institución,  con ese dinero me compré una casa junto al mar Mediterráneo, para pasar los veranos allí. Mi padre fue muy listo. Le estoy muy agradecido. ¿Cuánto dinero habrá ganado el Opus Dei a cuenta mía? Ni idea, pero mucho.  Las solicitudes de dinero para mejorar mi domicilio siempre caían en saco roto, con pretextos cada vez diferentes. El problema es general en todo el que ha sido numerario/a o agregado/a o numeraria auxiliar.

 

Durante los veranos, se producía otra situación curiosa: en vez de estar con mi familia, acudía a los cursos o convivencias anuales. Para que mis padres lo valoraran más, en la Obra se me decía que era una convivencia universitaria internacional con gente de otros países, lo que era mentira en la mayor parte de los casos. Era otra mentira que transmitía. El Opus Dei no era una institución abierta, sino una institución que engañaba a los padres para no perder lo que ellos llamaban vocaciones.

 

El colmo de todo era que cada 15 de agosto, cuando se conmemoraba internamente la consagración de la Obra y de las familias de sus seguidores al Inmaculado Corazón de María, se nos recordaba que había que aspirar a que todos nuestros progenitores participaran del entonces instituto secular e incluso pasaran a solicitar la admisión. Es algo que nunca entendí. Con las distancias que he descrito, se hacía difícil.

 

Desde finales de los años ochenta del siglo XX, en el mundo de los agregados surgieron nuevas iniciativas. Una de ellas era residencias para agregados y sus familias en algunas zonas de Madrid. Los padres podían vivir con nosotros en un ambiente marcadamente Opus Dei. Una residencia de este tipo estaba en el barrio madrileño de Moratalaz. No se lo que habrá sido de ella. También existían residencias en las que la mayor parte eran agregados, pero que externamente no figuraban como de la Obra. Una vez dije que había “empresas de paja” del Opus Dei y ahora añado que asimismo “residencias de paja”. Armando nos ha explicado que vivía en una que existía en la calle Leñeros. Al frente de la administración y cuidado de la casa funcionaba un grupo de mujeres, de las que la que lo encabezaba pertenecía a la prelatura. Casi igual que una residencia de numerarios, pero esto no es lo normal en los agregados.

 

NACHO FERNÁNDEZ




Publicado el Monday, 29 September 2008



 
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