Estoy de acuerdo con lo que Jiménez y Pepito escribieron el lunes 24 de noviembre sobre el vergonzoso asunto del joven que padeció abusos y que ahora, ya adulto, siendo miembro supernumerario de la Obra de Escrivá, se ha decidido valientemente a denunciarlos ante el Papa Francisco. Esa víctima cuenta con mi apoyo moral. Sin embargo, también coincido, al menos de momento, con la sospecha manifestada por Carmen Charo (21.11.2014), ya que un detalle terminológico de la carta que el joven envió al Papa me llama mucho la atención...

Según publicó el periódico El País el lunes 24.11.2014, el joven denunciante se presentó ante el Papa como “miembro supernumerario del Opus Dei”. Confío en que la redacción de El País haya sido del todo fiel a la literalidad de las palabras de la víctima y que no las haya modificado. Desde hace muchos años, el lenguaje oficial de la prelatura personal ha dejado de usar el término “miembro” (y ya antes dejó de usar el de “socio”) para referirse a los laicos que se incorporan al Opus. Cuando el Opus fue instituto secular, los laicos eran sus “socios”; cuando empezó en 1982 a ser prelatura personal, los laicos se empezaron a denominar “miembros”, pero pocos años después se desechó por completo ese término para pasar a emplear el de “fieles” de la prelatura. La terminología correcta sólo es “fiel” de la prelatura o del Opus Dei desde hace ya bastantes años, porque “fiel” responde a la consideración de que las prelaturas personales son equiparables a las diócesis, que constan de obispo, presbiterio y “fieles” laicos (y no miembros ni socios). Esta es la doctrina canónica que la Obra de Escrivá defiende acerca de la naturaleza jurídica de las prelaturas personales, doctrina que, como sabemos, es rechazada por la mayoría de los especialistas en Derecho Canónico, para quienes las prelaturas personales forman parte del fenómeno asociativo de la Iglesia.

Me extraña, pues, que ese joven haya usado la expresión “miembro” y no “fiel” en una carta datada en el año 2014, cuando el término “miembro” ya no se usa en el lenguaje oficial del Opus por las razones antedichas. Supongo que ese joven, antes de enviar la carta al Papa, habrá pedido asesoramiento a los directores del Opus acerca de su contenido, y tampoco sería exagerado suponer que la carta haya sido redactada no sólo por el joven, sino también por los directores conjuntamente con él. Me causa extrañeza que los directores no hayan corregido el término “miembro” aconsejándole emplear el de “fiel”. Más bien me inclino a pensar que los directores hayan dado su visto bueno en este caso concreto al empleo de la palabra “miembro”.

Para explicar este detalle, me hago la siguiente composición de lugar. Francisco admira al jesuita Gianfranco Ghirlanda, profesor de Derecho Canónico, a quien considera una indiscutible autoridad en su especialidad. Ghirlanda sostiene que las prelaturas personales no forman parte de la estructura jerárquica de la Iglesia y que no son equiparables a una diócesis o a una iglesia particular, que consta de obispo, presbiterio y fieles laicos. Por tanto, para Ghirlanda los laicos cooperantes de una prelatura personal no son ni pueden ser “fieles” de ella. De ahí deduzco que los redactores de la carta firmada por ese joven supernumerario hayan escrito la palabra “miembro” no por error o lapsus, sino de manera consciente para acomodarse así a la mente del receptor de la carta, el Papa Francisco, que sigue con sincera admiración el magisterio de Ghirlanda en estas cuestiones especializadas.

La sospecha de Carmen Charo, según la cual el Opus puede aprovechar esta coyuntura para mejorar su imagen ante el Papa y ganarse maquiavélicamente su afecto, no es del todo desatinada, aunque sólo sea, por el momento, una hipótesis y no una certeza. Carmen afirma en su escrito que los directores del Opus carecen de toda ética, al igual –añado yo– que los agresores del joven, y en esto Carmen no se equivoca.

Josef Knecht