Lo he visto con mis propios ojos, esa niña portentosa, guapa, inteligente y dócil la han devuelto hecha un harapo. Prometía mucho, pero su camino al estrellato estaba predestinado a la constreñida vocación de hacerse del Opus Dei como numeraria y seguir todos los pasos perfectamente diseñados y programados por la institución para ser instrumento eficaz, una simple herramienta a manos de los funcionarios corporativos.

No sólo han conseguido despersonalizarla como a la mayoría, pues arrastrará taras psicológicas de por vida, también está físicamente irreconocible. Estamos hablando de tiempos recientes, no es nada distinto a lo que hemos leído tantas veces en esta web de escenas similares hasta años atrás. Actualmente no se dan muchos casos por qué son menos los sujetos a quienes se puede dar, quedan pocos por abandonar, no es pues por razón de un cambio de praxis. No puedo en estos momentos mencionar mi vinculación con el caso, aunque no pierdo la esperanza de que algún día todo salga a la luz y poder demostrarlo de forma muy precisa. Ahora comportaría un riesgo incluso para ella misma.

De esta triste experiencia cercana, me viene a la cabeza la pregunta de cómo una organización con recursos, poder e influencia, puede sostenerse todavía con ese proceder. Pero diría aún más, se me hace incomprensible cuando veo que los que quedan son la mayoría gentes sin ningún atractivo intelectual, sin virtud conocida, individuos robotizados y sin ápice de talento. Se nota especialmente en sus obras corporativas, su existir es pura inercia del pasado. Ya no es cuestión de cantidad, se trata de la carencia de calidad, quizás no imprescindible para mantenerse a flote, pero sí para navegar. Anclados en el pasado diría que se han quedado sin futuro.

Romerito