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 Tus escritos: Pienso luego...- Gervasio

105. Psiquiatría: problemas y praxis
Gervasio :

 

Pienso luego…

Gervasio, 14/01/2022

            Descartes completó la frase así: Pienso... luego existo. Yo la completo asá: Pienso… luego existe. ¿Quién? Otro. Existe otro. Alguien o algo que no soy yo. Alguien tiene que haberme proporcionado esa capacidad de pensar, de la que carecen las piedras. Yo al menos las veo poco pensativas, salvo en el caso de Il pensieroso de Miguel Ángel que es pura piedra, me parece que de Carrara. Lo de que yo tenga capacidad de pensar se lo atribuyo a mis padres. En último término, también se lo atribuyo a Dios. Mi existencia me la han dado ellos. Gracias...



             También hay un pienso… luego existís. Hay quienes tienen existencia sólo en el pensamiento. Es la existencia propia de los unicornios. Los hemos inventado nosotros. Ellos —los unicornios— están muy ocupados y no se toman la molestia de existir en el mundo espacio-temporal. O quizá piensan que existen. Lo aprendí en inglés: Unicorns do not exist. Theyonly thinkt hey do. Unicorns do not exist. They have better thinhgs to do. Es la existencia propia de Sancho Panza y de don Quijote. Los pensó Cervantes. Pudo haberles dado una existencia con otras características. Agatha Christie inventó al detective Poirot. Pudo haberlo creado, por ejemplo, sin bigote, sin zapatos de charol, francés en vez de belga, etc.

            No pretendo subir, como pudiera parecer, por los peldaños de metafísica, de la ontología o de la sabiduría oriental. Pretendo adentrarme nada más ni nada menos que en el mundo de la “psicología de la personalidad”; adentrarme en el mundo de los rasgos y caracteres psicológicos de las personas. ¡Qué audacia! Y sin haber cursado siquiera los estudios correspondientes.

            Catalogo a €crivá de Balaguer en la categoría de pienso luego existís. Éramos sus “hijos”. Éramos hijos de su oración y de su mortificación, decía. Los numerarios, los agregados, los supernumerarios éramos y son fruto de su inventiva. Y mientras lo fuimos teníamos que comportarnos tal como él nos había inventado. Teníamos que bailar al son que él tocaba. Qué bailar. Mucho más. Éramos tan dóciles como Poirot era dócil a Agatha Christie. Si Agatha le mandaba que hiciese castillos de naipes, en eso ocupaba su tiempo. Si le mandaba viajar en el Oriente Exprés para resolver un caso, lo hacía sin rechistar. Etcétera.

            Los del Opus teníamos que dejarnos pulir, curar, sajar, dirigir, aconsejar, adoctrinar, etc., dóciles como un Poirot en la máquina de escribir de la Christie. Teníamos además que estarle agradecidos por ese sometimiento. Por una triste peineta que me diste p'a mi pelo, me quieres tener sujeta como el anillo al dedo. ¡Ay, ay, ay!, canta Carmen Linares. Y ¡ay del que se le rebelase contra esa tiranía! Dejábamos de existir. Hasta se nos eliminaba de una posible foto que hubiese aparecido en la revista Crónica o en otra publicación. Y si aparecíamos era para que se recreasen viéndonos llenos de rejalgar, miseria y al borde del abismo. Un novelista puede hasta decidir que uno de sus personajes se vaya al infierno. Es todopoderoso. €scrivá era todopoderoso y omnipotente en ese mundo suyo en el que nos había atrapado. Prosigamos con Descartes.

Nuestro profe de filosofía con sus gafas de culo de botella —en aquella época para ser filósofo de prestigio había que ser muy feo— nos leía en clase y en voz alta el Discurso del Método de Descartes, mientras paseaba y hacía algún comentario. En un determinado pasaje el protagonista, el que había llegado a la conclusión de que “pensaba, luego existía” se preguntaba a sí mismo si a lo mejor no habría sufrido engaño en su razonamiento. A lo mejor un demiurgo —me parece que lo llamaba así, si no era un demiurgo era otro fulano— lo había engañado, lo había inducido a error. Pero había motivo de preocupación. Tranqui colega, porque el tal demiurgo tendría que engañar a alguien. Y nadie puede ser engañado, si no existe. ¿Verdad?

Poirot ha adquirido una existencia propia independiente de su creadora, Agatha Christie, hasta el punto de que una vez tuve que enmendarle la plana a la mismísima artífice del personaje. Agatha decidió que Hércules Poirot era católico. Así le dio la gana a ella, no a Poirot. En una ocasión alguien preguntó a Poirot: ¿Va usted a ir a misa? Y según Agatha éste contestó: Sí, soy un buen católico. No tuve más remedio que escribirle a Agatha diciéndole que se había equivocado. Le aseguré que Poirot no había contestado eso, sino: Sí, soy un católico practicante. Y me dio la razón a vuelta de correo.

No conozco el desenlace del Discurso del Método, porque llegó el final del curso antes de que finalizara la lectura del libro. Terminamos el curso a medio libro. A mí me parecía que si un demiurgo me engañaba o podía engañarme, el que sin duda tendría que existir era él. En cualquier caso la posible existencia de demiurgos engañadores me parecía y me parece cosa mucho más interesante que lo de si piensan porque existen o si existen porque piensan o nada tiene que ver lo uno con lo otro. Me pasa como les pasa a los unicornios. Apenas nos preocupa saber si existimos o no. Tenemos cosas más importantes que hacer o con lo que darle vueltas al caletre. Y puestos a pensar, a uno pueden ocurrírsele las cosas más absurdas o inverosímiles. Durante el sueño se nos ocurre cada cosa… Uno puede engañarse a sí mismo, sin necesidad de un demiurgo. ¿Y si el engaño no es fruto de un demiurgo engañador sino autoengaño? Puede darse. Está loca rematá, que lo que sueña de noche camela que es la verdad. De nuevo Carmen Linares. Es que no siempre hay que echarle la culpa a otro. Nos bastamos y nos sobramos para engañarnos a nosotros mismos.

Pero, ojo al parche. El menda se considera engañado por  €scrivá. Me considero víctima de su peculiar “timo de la estampita”. Él se engañaba a sí mismo. Y luego a nosotros. El autoengaño de €scrivá, a mi modo de ver, consistió en situarse en el lugar de Dios. Fue así como nos engañó. Nos hacía creer que su voluntad era la voluntad de Dios. Y luego Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Y €scrivá no se cortaba un pelo al aplicarse a sí mismo la parábola de la vid y los sarmientos, pero de esta manera: Pegadicos mí, que soy la vid, gritaba. Se sentía y pretendía hacerse pasar por el mismísimo Jesucristo. Teníamos que considerarlo al él la vid y a nosotros sarmientos. Y luego don Álvaro nos decía que era nuestro camino para llegar hasta Dios. Y luego diz que estaba lleno de visiones y luces celestiales. Ese fue su modo de engañar.

Marcus Tank en su conocido estudio sobre la personalidad narcisista del Fundador toma en consideración hasta nueve rasgos —nueve me parece que son— característicos de su trastornada personalidad. Yo quisiera añadir, más que un décimo rasgo, que esos nueve rasgos adoptaban una modalidad o más bien provenían de pensar que uno es Dios o por lo menos algo o alguien muy cercano a la divinidad, algo así como un demiurgo, que me parece que eran una especie de ministros o herramientas de los dioses. Pero €scrivá no se parece nada a Jesucristo, que es el Dios con nosotros, el Emanuel. Es Manolo. Vivió y murió y habitó entre nosotros de manera muy distinta a€scrivá. $an Josemaría no es Dios con nosotros, ni camino reglamentario, ni narices fritas. Está muy lejos de serlo. Y concluyo con lo que empecé. Del pienso luego existo lo preocupante, en este caso, me parece que es el inicial engaño del demiurgo, que luego produce otro.

Gervasio




Publicado el Friday, 14 January 2022



 
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