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 Tus escritos: Mentira y ocultación a la familia.- Robredal

030. Adolescentes y jóvenes
Robredal :


Mentira y ocultación a la familia

Robredal, 8/03/2024

 

Estamos hablando mucho sobre la obediencia, tal y como realmente se ha vivido en el opus y no en la teoría que expone –pues el papel todo lo aguanta– Ocáriz en su última carta. Como se ha puesto de manifiesto tantos testimonios en los diversos foros ágora, esto versa sobre la libertad y la conciencia tal y como se viven en el espíritu del opus dei.

Una causa de este modo de vivirla es la ascesis opusiana del “plano inclinado”. La cual conduce a ir quedando, suave pero implacablemente, controlado, sometido, por el espíritu del opus. El cual se va empapando en la conciencia joven de quien entra como numerario/a, agregado/a en la obra, normalmente con grandes ileales y no poca generosidad. Ese control va aislándolo poco a poco de todo lo demás, sin dar lugar a un libre discernimiento vital y global. Sin dejarle espacio más allá de lo que, conforme al “conviene(nte)” “criterio”, señalan los directores. Abusando de la vulnerabilidad de una conciencia joven e idealista a la cual se conforma, pues es naturalmente dócil y maleable, a los usos y costumbres del opus. Hasta una suerte de punto-de-no-retorno...



En tal proceso queda paulatinamente sometida la inteligencia y voluntad, abrumadas por el chantaje psico-emocional que da tal cúmulo, esculpido y ordenado, profundo y sólido, de “creencias” y “obediencias” (ambas en sentido psicológico) que se imponen. Sobre todo, por el hecho, consagrado en el espíritu del opusdei, de que todo lo bueno, lo de Dios, llega solo y exclusivamente a través de lo que digan los directores y de que no existe otra misión que la corporativa (el fin corporativo de "ser y hacer el opus dei, siendo uno mismo opusdei").

Lo cual produce, a medio y largo plazo, una obediencia silente, que queda pronto teñida por la aceptación, creída bajo la supuesta voluntad consciente (“porque me da la gana”), que deriva en una actitud profundamente acrítica. Técnica psicológica que utiliza quien dirige mediante sucesivas manipulaciones que, como por capas, están basadas en la unidad, la fidelidad al Padre y a los directores y la humildad ante esa indirecta, pero inequívoca, voluntad divina. De modo que esa supuesta voluntad “consciente” que consigue inculcarse en la persona, y por más que él/ella así lo crea, no existe. Los mecanismos utilizados inhiben la más profunda libertad de conciencia y, así, el sentido del libre albedrío, incluso –y particularmente en el modo de creer en el camino a Dios. Pues este viene a través de una vía ascética-normativa rígida, indiscutible e inviolable. De ahí que, habitualmente, quien pierde o rompe tal lazo de obediencia/confianza, también pierde todo lo que la acompaña, en un torbellino entremezclado, sin un orden u origen claro (aunque pueda haber un factor gatillo): pérdida de la Fe, abandono de la “vocación”, desconfianza general a otros caminos, descoloque vital y psicológico, pérdida de autoestima, sensaciones de frustración estructural, dudas profesionales, etc.

Ese plano inclinado, camino de obediencia pretendidamente libre, pero más bien ciega, produce graves rupturas afectivas y psicológicas. Pues tal dependencia se basa, en gran medida, en la ocultación discreta y suave hacia fuera –para que, en cambio, quede reforzado en la propia psiquis– de ser un elegido/a y, como tal, ser parte de tal camino de gnosis elitista. Por eso tal ruptura y claudicación empieza con una imposición: la de ocultar y disimular, cuando no mentir a los propios padres, a la familia natural, sobre la decisión de hacerse miembro. Y desobedecer sobre el propio sobre el futuro vital, fiándolo a personas externas bajo el pretexto de que los padres –a los que, por otra parte, se hace “culpables” necesarios, al decir que el 90% de la vocación se debe a ellos– miran las cosas de puertas-adentro y, por eso, se presume que no remarán a favor de la entrega. Terrible mezcla de contradicciones manipuladoras.

Por eso uno de los primeros y más graves pecados institucionales del opusdei estructura –larga sombra institucional de la voluntad de su fundador, Escrivá– ha sido la gran mentira de que el 4º mandamiento era “el dulcísimo precepto”, puesto que esta afirmación, aparentemente gloriosa, no se compadece en absoluto con su modo de actuar en este ámbito concreto: el de las familias de sangre de los numerarios/as.

No entro en cómo se comportó él con su familia, ni cómo nos la metió hasta en la sopa a los miembros. Ahora no importa, eso. No obstante, la rareza que todo ello supone… Me centro en otro hecho. El de ocultar, disimular e, incluso, tener prohibido contar a los padres de uno/a que te hacías de la obra, siendo en muchas ocasiones (muy) menor de edad. Que es algo que ha estado institucionalmente consolidado durante años. Algo que va contra la naturaleza de las cosas.

Esa naturalidad es algo protegido, consolidado, en la propia sociedad, incluso con normas que protegen esa minoría de edad y la toma de decisiones de tal tipo: ¿no se exige, en concreto, el consentimiento canónico, para casarse antes de la mayoría de edad? ¿Y para hacer votos religiosos? ¿Sería civilmente válido hacerlo; lo aceptan las leyes de los países? ¿Se aceptan entre nosotros muchos comportamientos sociales como válidos cuando se hacen minoría de edad (conducción, alcohol, drogas…)? ¿Quién, de hecho, responde por determinadas conductas de los menores: ellos o sus progenitores?

Esa forma de actuar por la que se deja pitar a un menor de edad, va contra la legalidad y la justicia. Pero también va contra la moralidad. Porque está contra el mandamiento del amor a los padres; máxime en ese grado sublime que pretendía Escrivá (¿dónde queda el adjetivo “dulcísimo” cuando hablamos de ocultación y disimulo, cuando no mentira?). Va contra la piedad filial. Va contra la conciencia y la libertad. Si es una ocultación contra una sinceridad debida, entonces es una mentira. Luego es un pecado. Es una injusticia. Además de una vergüenza y un absoluto descriterio.

No valen los eufemismos, circunloquios, excusas o ficciones, convertidas en razonadas sinrazones. No vale decir que se pitaba de “aspirante”, que queda de “adscrito”, u cualesquiera otras fórmulas fingidas e irrazonables. No vale decir que jurídicamente no se es, todavía, miembro de la obra. No vale decir que ese pitaje no equivale al de un mayor de 21 años.

Tampoco vale decir que ahora hay que pedir permiso expreso a los padres. Por varios motivos. Primero: ¿qué hacemos con todas/os los pitados sin que tal requisito estuviera, todavía, internamente establecido (e incluso se insistió en que nunca se dijera)? ¿Subsana que se haga ahora a lo ocurrido antes, caso-a-caso? ¿Es un borrón y cuenta nueva global que blanquea todo lo hecho antes (hasta entrada la primera década de este siglo en muchos lugares)? Segundo: si los padres aceptan, como ocurre en ciertos casos de supernumerarios… entonces ¿es que puede aceptarse que hay patente completa? ¿Es válido civilmente? (no lo creo, pues es casi un tema de indisponibilidad de derechos). ¿Y si no se tiene el consentimiento y, como ocurre, se le hace vivir al chico/a, de modo disimulado incluso para él miso, como un pitado… aunque sin formalizarlo exteriormente (llevándole por el descrito plano inclinado…)? Sabemos que, cuando se puede, se evita este proceso y se mantiene en oculto como “aspirante” (¿todavía no aspirado?).

Además de lo dicho, tal pitaje disimulado, no formalizado, cae desde su propia lógica institucional. Si, según ellos, la vocación es divina y es a la obra y por vía de los directores –y conforme lo que ellos digan que se debe ser (numerario/a, agregado/a (…o, cuando no alcanza el nivel, como supernumerario, clase-de-tropa)–; entonces tal vocación es, como también se sostiene: radical, profunda, originaria y desde el primer momento. Es decir, fue es y será una llamada atemporal (desde la eternidad), con independencia de cuándo (o cómo) se formalice jurídicamente y cuando (o si) se obtenga un supuesto permiso paterno. Precisamente por eso se admite desde los 14 años (o por ahí) y se juega con ficciones y fórmulas justificatorias para no formalizarla, pero en cambio se actúa, como si esa personita ya fuera (y ya es) un miembro pleno del opusdei. Porque creen, hacen creer y han hecho credo de que esa persona es ya un elegido desde ese momento; que, al fin y al cabo, según ellos, es un momento divino, no humano. Por eso se oculta o disimula y, así, se engaña y miente a los padres. Tanto si se dice como si no se dice, tanto si se acepta como si no se acepta por su parte.

Por eso, para ellos, nunca es válida la retirada, la renuncia, el agotamiento y la vuelta atrás. Si la vocación es así y ese Dios al que dicen representar no se-echa-atrás, entonces solo hay traición a tal llamada. Solo es válida la reversión si son los directores –como voces de la voluntad de Dios- son los que lo ven, deciden y establecen. Pero nunca si es uno mismo. O lo son los padres. O lo fuera la ley civil (¿y la canónica?).

Todo lo que se ha hecho, en tal dirección, con menores de edad –y también con mayores; pero eso requiere otro análisis– es completamente ilícito e inválido. Nulo de manera completa o, como dicen los abogados, de pleno derecho. Canónica y jurídicamente es un acto radicalmente viciado que hace inválido cualquier subsanación posterior… Y ojo, todavía lo será más cuando no exista el amparo-comodín que ha supuesto el status “jerárquico-prelaticio” con el que han amparado, entre otras cosas, el vínculo vocacional-contractual que se adquiría. Porque, a partir de ahora, bajo cualquier fórmula asociativa, canónica o civil, que se produzca, deberá establecer un régimen formal estricto, preclusivo, voluntariamente contraído con pleno conocimiento y consentimiento, que sea jurídicamente lícito y válido mediante una norma previa y pactada que lo ampare. Necesitando, por tanto, una reformulación de todos y cada uno de los casos. Una sanación por renovación caso a caso, radical, personal y única.

Tal proceso, por tanto, debe quedar excluido cualquier pseudo tipología de pertenencia hasta la edad adulta. Y esta, según los neurólogos, no son los 14, ni los 16, ni siquiera los 18. Está más bien en torno a los 21-22 años, cuando el cerebro alcanza su madurez avanzada; la que permite tomar las decisiones más propias y completas, por alcanzar un nivel de juicio más completo (de ahí que tal edad sea la legalmente válida en muchos países). Estableciendo en este un requisito estatuario que la Santa sede y la legislación civil de cada país debe imponer sin ambages, ni excusas. Sin admitir fórmulas iniciáticas, pseudo noviciarias, y muy típicas de formas sectarias que sean distintas bajo cualquier tipo. Ni siquiera sería válido el consentimiento por los padres y/o tutores o equivalentes para evitar esta norma.

Considero que todo lo expuesto es la manifestación formal de un grave pecado que ha cometido y se sigue cometiendo el opusdei. ¿Qué contenido tiene el dulcísimo precepto si se han negado, una y otra vez, la participación consciente de la familia en la decisión de su hijo/a y en propio su itinerario vital? Si se ha negado a este/a, una vez pitado, que atienda las reuniones normales, la vida normal y, por supuesto, las ocasiones especiales de la vida familiar? (solo el hecho de pedir permiso para ello, aunque se diera, es prueba de que esa obediencia era y es radicalmente injusta).

Estamos ante una violación palmaria, probada y evidente que ha servido, además, de sustrato básico al abuso de conciencia interior y al abuso de la propia obediencia como método válido en cualquier organización humana. Imponiendo, supuestamente de por vida, un vínculo afectivo, estructural e ineludible, convertido en llamada divina, a una persona que carece de los elementos de juicio y voluntad necesarios para tomarlo. Más aún, manipulando gravosamente su conciencia y voluntad, su inteligencia, juicio y albedrio, con un completo proceso de impregnación formativa y comportamental que impide su libertad radical. Proceso en el cual los colegios de todo tipo, controlados por los directores correspondientes del opusdei, no son ajenos; más bien son cooperadores orgánicos e imprescindibles. Poniéndose, todo ello, por encima de todo lo demás como uno de sus pecados más primarios y radicales.

Por eso –y cierro con una historia personal– tras haber pitado siendo menor de edad, ocultándolo e incluso llegando a mentir a mis padres por seguir el consejo de los directores. Primero de discreción y, luego, escondiendo todo el proceso inicial. Convirtiéndome en un hijo silencioso, hosco y difícil. Por eso, tras haber hecho sufrir a mis padres y familia con mis ausencias, informalidades, vacíos, silencios y supuestas obligaciones que impedían compartir con ellos esos naturales momentos maravillosos de sus vidas y las del resto de familiares… con no pocos sablazos y chantajes emocionales. Por eso y pese a que esto produjo daños en el natural afecto y la normal comunicación; con dolores y enfados, lógicos, a las personas queridas. Incluso con ecos en la impericia para comunicar y vivir algunas cosas todavía posteriores a cuando me fui.

Por eso, por todo eso, el momento más bello de vida –junto con mi matrimonio– fue el momento en el que, tras decidir y tener claro que dejaba de ser del opus, tomé la inmediata determinación de contárselo a mis padres, ya ancianos, pero todavía muy conscientes. La de compartir con ellos ese proceso que estaba aún padeciendo. Llevándolos a mi propia casa para platicar, por horas sin término, sobre todo lo que no habíamos hablado en esos años. Y seguir haciéndolo. Y reconectar profundamente en y con nuestras almas.

Todo eso fue profundamente reparador (por mi parte hacia ellos), porque supuso revertir una injusticia estructural que, aunque forzada, fui yo quien la personifiqué en quien te trae a la vida. Fue enmendar un pecado. Fue sanador y alegre. Fue, además, precioso. Permitió, entre otras cosas, descubrir que mi madre había estado, como Santa Mónica, todas aquellas décadas mías como numeraria pidiéndole a San José que yo no renovara (sin saber que no necesitaba renovar…). Y que San José le hizo caso. Y la Virgen con él. Y la familia se reunió. Y Dios sonrió. Y nosotros también. Y Escrivá se llevó una magnífica bofetada allí donde esté (desde luego en su legado). Porque ahora sí que el dulcísimo precepto se cumplió de forma maravillosa.

Robredal




Publicado el Friday, 08 March 2024



 
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