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 Tus escritos: Descubriendo la pólvora (3). Rapacidad laboral.- Saturia Valentín

120. Aspectos económicos
Saturia Valentín :

 

Rapacidad laboral

DESCUBRIENDO LA PÓLVORA (3)

 

Tantísimas veces se ha ido contando en esta web la infinidad de casos en los que personas que trabajan para el Opus Dei y sus sociedades o empresas de diverso tipo no han sido dadas de alta en Seguridad Social, ni se les han pagado las correspondientes cuotas, ni se les ha hecho contrato, ni les consta en la vida laboral, ni han visto una nómina, ni su sueldo, y que sus condiciones laborales (horas, provisión de medios, prevención de riesgos laborales, etc,.) no cumplían lo establecido en la normativa laboral…, y resulta que hasta ahora no me había dado cuenta de que a mí me pasó lo mismo.

Sí, avezado lector, a mí también me la colaron. Aunque, comparada con otras y otros, aún tuve “suerte”, porque únicamente fueron 3 meses. Y si sólo fue durante tres meses, es porque, una vez más, hubo circunstancias externas que evitaron que aquello se eternizara. Mexplico…



Cuando llegué al centro de estudios, sabedoras mis dires que no nadaba en la abundancia, me propusieron ir a trabajar a la “Gestoría”. Para quien crea que el organismo, empresa o compañía (lo que sea) llamado “Gestoría”, es una empresa que, como su propio nombre indica, de alguna manera se asemeja a una gestoría, noticias frescas le traigo: nanai. No se dedica a trámites laborales, cuales altas y bajas de trabajadores, contrataciones, despidos, gestión de nóminas o contabilidad. No. Es más, paradójicamente, ni siquiera hace eso mismo para sí, manda narices (en el Opus Dei siempre rizando el rizo), ya que se tiene ordinariamente a los trabajadores sin alta, sin contrato y sin nómina (y vete a saber los chanchullos que habría con las facturas y los beneficios, por no hablar de que obviamente se pagaban los impuestos de aquella manera). Nada de eso. La finalidad de “Gestoría” es el comercio al por mayor de productos alimenticios, los cuales vende única y exclusivamente a los centros.

Si no me eternicé en ese trabajo fue porque me tuve que ir a hacer otro, irrenunciablemente. Y luego mis padres, cuando se enteraron de que estaba trabajando además de hacer la carrera, hicieron un esfuerzo económico suplementario para que no tuviera que trabajar fuera. Más de lo que ya trabajaba, quiero decir.

Ahí conocí yo la margarina del pingüino a la que hacía referencia Mediterráneo (la verde, la azul y la roja). El color se refería a la calidad de la misma, y por supuesto al precio. Si toda la margarina es altamente desaconsejable ya de por sí, desde el punto de vista nutricional, imaginad lo que era la de calidad inferior: basura nutricional, una cosa que se puede comer, pero que no es ni comida. El T-500 del que cuenta Mediterráneo que lo mismo servía para un barrido que para un fregado, tengo que decir que no lo recuerdo, pero es más de lo mismo: deleznable nutricionalmente. Aun así, era lo que se proporcionaba a los centros, y raro era el centro que no compraba la margarina del pingüino por arrobas. (¿A ver si va a resultar que aquella historia de “la tragedia de la mantequilla” hay que cambiarla por “la tragedia de la margarina pingüino verde”?) Una curiosidad: según comprasen la margarina roja, la azul o la verde, podías saber qué centro tenía más poderío y qué centro tenía menos. Otra cosa: habiendo yo trabajado algunas veces en mi vida (después) en o cerca de las cocinas de campamentos y/o residencias, no volví a ver la margarina del pingüino jamás. Pero he tenido la cuzería de ponerla en Google, y resulta que todavía se comercializa tan nefanda grasa alimentaria en bloques de 2 kilos y medio.

Se servía un pedido semanal a cada centro. El camión (camioneta más bien) hacía ciertas rutas y cada día de la semana le tocaban los centros que estaban en esa ruta. Lo normal era que todos los centros comprasen lo que teníamos de fresco, todo lo que no era fresco, y también los congelados. No obstante, había uno o dos centros “díscolos” en la ciudad, que compraban poco. Era evidente que la mayor parte lo compraban en supermercados, y estaban muy mal vistos en “Gestoría”. Había comentarios no muy amables con el tema, y si tales comentarios llegaban hasta mí, que era el último mono, no quiero ni imaginarme lo que se decía entre las jefas (todo muy libre, ¿eh? Todo muy en la órbita teórica de tener capacidad de elegir, pero que si no eliges lo “oficial”, hasta en la margarina, tienes mal espíritu). Como también estuve en el otro lado (ayudando en alguna administración), puedo confirmar que prácticamente sólo se compraba en supermercado los productos frescos que no servía “Gestoría”. Los centros de otras provincias hacían pedidos de vez en cuando, así como una vez al mes. Esos sí que compraban bastante fuera de “Gestoría”, como es lógico.

Aquella “Gestoría” la llevaban un par de numerarias. Desde la oficina, que estaba en otro local. Nunca pasaban por el almacén donde trabajábamos una agregada y yo. Jamás, ni asomar la cabeza. Las numerarias se encargaban de los pedidos (comprar y vender, poca cosa) (me llamaba la atención dos personas y todo ese papeleo, no era proporcional a un trabajo en el que los clientes están contados y tasados y siempre son los mismos productos y los mismos pedidos. Tenía una pinta de chanchulleo anexo...). La agregada y yo, en el almacén, preparábamos los pedidos en unas cajas, de esas cajas de plástico grandes, como las de la fruta. Cada día se preparaban los pedidos de la ruta que tocaba al día siguiente, y los centros se identificaban por su dirección, nunca por su nombre. Es más, si decías el nombre del centro (que no soy imbécil, sé perfectamente el club o la residencia o lo que sea que hay en la calle tal número cual), enseguida te corregían (de verdad que no entiendo tanto secretismo, ¡si era una empresa interna!). También servíamos fruta y verdura, pero sólo a centros de la misma ciudad, a través de una frutería grande que había en el mismo barrio. Bueno, más bien le pasábamos el pedido y lo hacían ellos.

Como curiosidad os contaré que había ciertas normas para hacer las cajas de los pedidos. La más importante de ellas era que no se podía dejar a la vista el vino, el café y el chocolate. Sobre todo, el chocolate. En cuanto al vino, no era un problema, porque no solía ir vino en los pedidos, excepto que hubiera cerca una fiesta. Pero como fuera en el mismo pedido bastante café (lo que era frecuente) y algo de chocolate, a veces no había cómo taparlo. Otra curiosidad: ahí aprendí yo que no tiene comparación la cantidad de café que se toma en los centros de mujeres con lo que se toma en los centros de hombres. Ganan por goleada las mujeres, pero por mucho (cada cual que lo interprete como quiera). Ah, por si alguien se lo pregunta: el motivo de ocultarlo era por el chófer. El café y el vino era de más caro que servíamos, y el chocolate… pues “para evitar tentaciones” (sic.). Hay que ver, cuánta confianza con un empleado que era siempre el mismo, desde hacía años, sin que se hubiera registrado incidente alguno. Confianza tutelada cauto-preventiva, podríamos llamarla.

Tiene toda la pinta de que todo esto estaba regulado en notas internas, porque las instrucciones sobre cómo hacer los pedidos eran muy precisas.

Ahora os voy a contar las condiciones de trabajo:

-          Sin contrato, sin alta en Seguridad Social, sin nómina, sin seguro de accidentes o seguro médico. No sabía ni siquiera la cantidad que se me pagaba. Lo ingresaban directamente en la caja del centro de estudios. Repito. No sólo no veía el pago, es que ni siquiera sabía cuánto se me pagaba. Cuando lo pregunté, me dijeron que tenían que mirarlo, que en ese momento no se acordaban, pero que no me preocupase, que junto a lo que aportaban mis padres, me llegaba para pagar la estancia en el centro de estudios. Es el día de hoy que no sé cuánto se me pagaba. 

 

-          En un barrio donde el viento da la vuelta. Tenía que atravesar yo todos los días la ciudad en autobús urbano (por supuesto el transporte me lo pagaba yo). Era imposible ir andando de lo lejos que estaba. Si ya perdía yo muchísimo tiempo de estudio haciendo los pedidos, a eso hay que añadir el tiempo para ir y venir.

 

-          Seguridad y salud en el trabajo. ¡Pero qué es eso?

Todo estaba puesto en el suelo o en unos estantes normales y corrientes. No había palés, las cosas se apoyaban en el suelo, así que no era infrecuente que se ablandase el fondo de las cajas por la humedad (cuando existen los palés es por algo). No había transpaleta, aunque, en honor a la verdad, manejábamos cantidades pequeñas. Lo que no quita para que en alguna ocasión tuviéramos que cargar bastante, sin medio auxiliar alguno. Las cajas de los pedidos, una vez preparadas, las teníamos que transportar a puro brazo, y no pesaban poco. No había ni una miserable carretilla de almacén, de esas altas con una base plana, para cargar las cajas. Calzado de seguridad, qué risa me da, nada de nada, por supuesto, todo esto lo hacíamos con la ropa de calle y el calzado de calle. Pero lo peor eran los congelados.

 

Había un par de arcones grandes de congelados. Servíamos congelados dos veces a la semana. El día de congelados, de estar con medio cuerpo metido en el arcón congelador un par de horas, doblando la lumbaguera, no te libraba nadie. Además no teníamos equipo especial alguno: cogíamos los congelados con nuestros propios guantes de lana, los que traías de llevar por la calle. Y si se te rompían (o necesitabas otra cosa), te lo costeabas tú. Ni que decir tiene que eso, en contacto con el hielo, no aísla nada. Es más, a veces se quedaban rígidos, y casi no podías asir las cosas. Yo recuerdo haber tenido las manos tan ateridas que, terminado el trabajo hacía ya un rato, no acababan de calentarse. Se te quedaban frías por mucho tiempo. Por supuesto los sabañones estaban a la orden del día. Todos los días nos teníamos que echar crema de manos varias veces (los tubos de crema iban que volaban), cosa que yo no había usado antes ni volví a usar después.

 

-          Sucedió que un buen día se me cayó una caja de vino y se me rompieron dos botellas (¿he mencionado ya que el fondo de las cajas se reblandecía?). Me “perdonaron” los daños, pero con la advertencia de que, a la próxima, pagaría el coste de mi bolsillo.

¡Habrase visto la cara dura!: no estoy de alta, no me pagan las cuotas de Seguridad Social, no veo una nómina, no tengo derecho a la asistencia sanitaria correspondiente a mi actividad laboral (que si no la hubiera tenido por una situación especial de mi madre, no la tendría en absoluto), y las muy jetas me dicen que a la próxima pago de mi bolsillo lo que se me haya roto por un accidente en el trabajo. ¿Y si se me cae algo encima (aquello era un almacén), o me hago una buena herida, o me rompo algo? ¡No hubiera tenido derecho a ser considerado accidente laboral! la gueule!, yo es que me lo flipo con el morro de esta gente.

Yo tenía 18 años recién cumplidos. Pero ni con los menores de edad se arredran, como escribe GD: “Yo era una niña”, y tantas y tantas otras. El que haya sido, comparativamente “poco” tiempo, no les excusa. Porque, de haberles dejado, eso se hubiera prolongado a todo lo que diera.

 

Una curiosidad más: se me había avisado de que no le contara a nadie en el centro de estudios (a las alumnas) que trabajaba en “Gestoría”. Es decir, ¿desaparezco mañanas o tardes enteras, y cuando vuelvo no doy explicación alguna? Si una hermana mía me pregunta ¿Qué tal? ¿Cómo te ha ido? pues me pondré a silbar, paseando arriba y abajo y tarareando “nana niana naniana”, como hacía Miliki en “Los payasos de la tele” (¡disimula Miliki, disimula!) (He aquí un trabajo más para “La deconstrucción de la persona”, ¡el superhéroe!).

 

Hacía yo referencia en mi primer artículo de Opuslibros al dolo: en el Opus Dei lo habitual es la práctica del dolo. En varios sentidos, pero aquí me refiero a que no se te diga, cuando empiezas a hacer algo, las condiciones de ese algo: te vas enterando a lo largo de los años, so excusa de plano inclinado.

En este caso no se trata del plano inclinado. Aquí, en lo laboral, directamente se trata de que si tú supieras la cantidad de fraude que se está encubriendo (laboral, fiscal, vulneración de derechos, etc.), te echarías las manos a la cabeza. Así que la política es directamente taparlo todo y que se enteren las menos personas posibles. Incluso la misma trabajadora, que sepa lo menos posible. Una vez más el Opus Dei operando bajo las más excelsas directrices: Chitón, Mutis y Secreteo. (Mmmmm *rascándome la barbilla*. Buenos nombres para unos payasos de la tele, ahora que lo pienso. Se podría hacer algo con eso: ”Había una vez, tarararara tará, un circooo…” ¡Ahí salen nuestros tres amigos! ¡Chitón, Mutis y Secreteo! ¡Bieeeen!…  Vale, voy a dejarlo, que me estoy divirtiendo demasiado.)

 

Agur y hasta otra.

 

Saturia Valentín




Publicado el Wednesday, 13 March 2024



 
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