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CORRESPONDENCIA

 

Miércoles, 19 de Septiembre de 2018



El bisturí.- MAT

Años después de una perversa manipulación para la admisión, racional o irracional; hecha con alevosía seguramente aprendida de sus predecesores. Después de intervenciones para la alteración de la libre conciencia. Después de un aprendizaje canalizador en cuanto a normas y costumbres. Después de aplastadoras acciones contra la más preciada cualidad humana, la libertad. Después de exprimir (quizá creyendo que hacían el bien en nombre de Dios, porque otros así se lo habían mostrado y explicado) material, espiritual y económicamente; viendo que no queda otro camino respaldado por la espiritualidad, se procede al periodo farmacológico.

En él, sin garantía alguna de que quien ordena la ingesta de tales productos entienda qué son, para qué sirven, si son o no necesarios, cuáles son sus efectos, etc., el exprimido ve cómo se altera su salud. Su peso puede aumentar de forma tangencial hasta alcanzar cotas que casi no son medibles. Entonces se le acusa de consumir alimentos compulsivamente, cosa que no obedece a ninguna verdad. Puede que las manifestaciones libidinosas, completamente normales en formato humano y ético, pueden desaparecer antes de que “alguien” que puede haberlas observado las considere pecaminosas. La ceguera en la obediencia acompaña una vida llena de prohibiciones y controles de todo tipo: una nueva etapa donde el NO predomina, coartando el espíritu crítico y fomentando el miedo, cosas las dos que impiden el crecimiento personal normalizado y lo substituyen por otro canalizado. El periodo farmacológico es en realidad un reseteo de tu persona para adaptarla a las necesidades y exigencias de la cosa. Cualquier ápice de desvío en este proceso reformador es considerado ENFERMEDAD. El consumidor obligado de fármacos ya tiene una nueva titulación, un nuevo post-it: está enfermo. Y los enfermos, débiles, incapacitados, discapacitados, no pueden ser de la cosa. No tienen cabida en ella. Y eso es así aunque se haya escrito y verbalizado aquello de que: “los enfermos son el tesoro de la obra”.

Viene a continuación una bifurcación, una dicotomía. El camino que seguirás obedece a la cantidad exprimida y a la que queda o no por exprimir. Si ya ha sido sacado todo el zumo o lo que queda es infinitesimal, no compensa mantenerte. Se entra en un tiempo más o menos largo (depende de tu respuesta) de bullyng. Te acosan, te ignoran, te desprecian, te faltan al respeto. Este es un momento crucial en el que si tu raciocinio deja de funcionar, te eriges como el salvador de la cosa. Todos los de tu entorno lo hacen mal. Menos tú, que sigues el renglón de las directrices constitucionales y fundacionales. Sientes que vas a cambiar la cosa, Ves una rigidez exagerada y una audición disfuncional en las personas con las que convives y, siguiendo la piramidal jerarquía quieres llegar a ser el mecánico que repare todos los elementos incorrectos. Pero el sistema auditivo de quienes habrían de escucharte parece fallar. Quizá algún jerárquico elemento te pida disculpas. Puede que alguno llegue a los golpes de pecho, pero tú estás asfixiado, casi ahogado por la rígida intransigencia.

Te sientes herido, con laceraciones múltiples que necesitan cicatrización. Pero nadie pone aceite en tus llagas. Aquellos que considerabas con talento los ves ahora tal como son: ambiciosos.

Por esta razón rápidamente relacionas la ocupación de los puestos y cargos más relevantes con una espantosa mediocridad sin escrúpulos. No era talento. Era hambre de poder. No era espiritualidad, era una depurada técnica quirúrgica instrumentada por un gran bisturí capaz de ser selectivo ante aspectos poco o nada deseados. Bisturí que, antaño ya había cortado vínculos familiares. Había separado familias. Quizá incluso más de un matrimonio. Había cercenado el amor para transformarlo en actuación obligada según los cánones.

Queda el final de la cirugía: tú y tus familiares (los de sangre) han sido “pulidos”, quizá cortados, puede que descarnados.

¿Quién y cómo recogerá los pedazos?

MAT





Y dejad que el temporal desguace sus alas blancas…- Lizzy B.

Hoy caminamos por la costanera con mi padre, mi marido y los niños. Hacía un cielo azul y nadie se portaba bien, que todos gritaban y querían hacer distintos panoramas. El menor insistía en comerse la arena y yo decidí dejarlo. Por fin me senté a contemplar el mar. De a poco me fue embargando aquella magnitud hasta alisar mis pensamientos: soy una persona libre y puedo hacer lo que yo quiera, siempre. No tengo que medirme con ningún racero, ni complacer a nadie. Mi corazón salta en cada ola y vuela. Es decir: estoy llena de responsabilidades familiares, más "robusta" de lo que me gustaría, con el cabello que parece nido del pájaro loco -ni yo ni mi vida es perfecta- pero elijo cada paso y en cada paso hay amor.

Todo esto lo medito mientras replican las olas, vuelan las gaviotas y mi nene se saca la arena de la nariz. 

En este estado, todo me parece bueno y bello. Asisto al espectáculo de los males del mundo en sus distintas versiones, y pienso que son batallas necesarias. El Opus, una de ellas. Un escenario más donde unos pocos quieren manipular y dominar a través de la generación de una deuda o culpa. El triunfo está en darse cuenta de la mentira y desenmascarar al traidor. 

Actualmente, en distintas partes del mundo, las campañas antibullying están enseñando a los jóvenes a precaverse de los abusadores emocionales. Cada vez les costará más y más conseguir vocaciones por la vía del "plano inclinado" o la "santa coacción". O cambian o mueren. Me imagino que sí el Opus sobrevive, tendrá que ser capaz de despertar sentimientos profundos e inspiradores de libertad, movilizantes... ¿o se quedará chiquito profitando de los hijos de supernumerarios? 

Mejor dejad que el temporal...

Lizzy B.




 

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