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Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

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CORRESPONDENCIA

 

Miércoles, 08 de Mayo de 2019



La Paradoja del Bien.- JasonJonas

Existe un dicho popular que refiere que “cada uno platica de la fiesta según le fue”. En esta fiesta, metafóricamente hablando de cualquier circunstancia en la vida, habrá quien en la general se la habrá pasado fantásticamente (porque todos los elementos se conjuntaron y la música, compañía, platica, bebidas, etc. concurrieron armónicamente en su vivencia) y quienes, desde el momento de su llegada, o a la mitad del evento, o probablemente casi al finalizar, aquello no fue lo que en principio le hubiese parecido genial (ejemplo simple y burdo, pero ilustra la experiencia de vivir, en este caso, el Opus Dei en carne propia).

Es verdad, hay, ha habido y habrá personas que han sido, son y serán “felices” (lo entrecomillo, porque ontológicamente eso de ser plenamente felices no se dará sino hasta que se esté en vivencia con Dios) en el Opus Dei y por igual hay personas que en su momento lo fuimos/fueron y que a cierto punto de transcurrido “esta fiesta” ya no lo fuimos/son: es más, la fiesta incomoda tanto que lo que quisimos/quieren es retirarse ya sea de forma tranquila y pausada o tan expedita y rápidamente como más se pudiera...

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Control mental.- neo

Esta mañana, leía en internet “técnicas de control mental de las sectas”, y no he podido por menos de “copiar y pegar”.

“El primer contacto será una forma de obtener información de ti, para luego mimetizar tus gustos e intereses, haciendo así parecer que tenéis cosas en común, así te acabas identificando con la persona que quiere reclutarte.

Luego, con esa información te ofrecen una oferta que no puedes rechazar. Será algo que estés buscando. Puede ser un seminario, una charla sobre un tema que te interesa, un café o ir a cenar. Las mentiras son la base de todo el proceso, puede que el seminario ni siquiera esté muy relacionado con lo que buscabas pero como te cae bien la persona vas. Estos reclutadores conocen muy bien las técnicas de reciprocidad (nos han invitado a un café y le debemos algo), consistencia (si hemos dicho que nos gusta algo mucho es inconsistente rechazar una invitación de ello) y compromiso (la oportunidad que nos ofrece es única y con un descuento que solo es efectivo ahora, empujando a que nos comprometamos)...



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What a privileged existence I had lived in Opus Dei.- Horatio

Dear Eileen Johnson

 

Thank you so much for you letter of the other day: "Dead or alive? An Opus Dei survivor speaks"

 

I was a Male Numerary in London at approximately the same time, but my experiences couldn’t have been more different. When I whistled, it was London in the swinging sixties, and everyone in the Work seemed incredibly laid back and cool.

 

I arrived at Netherhall in Hampstead at the age of nineteen, but no one seemed particularly interested in recruiting me, and I had to fight hard to be allowed to ask to join the Work, and I was given  the option of joining as a Numerary or Supernumerary, and frankly there seemed at that time, not much proselytism going on.

 

Anyway after a bit of persuasion they agreed that I could whistle, and three years later at the age of Twenty Three they asked me to be the Director of a house in South London. So it was in at the deep end. The strange thing was the virtual lack of any supervision, from the Regional Council, it seemed that one just had more or less ‘Carte Blanche’ to do what one wanted.

 

The Spanish on the Regional Council only seemed to have one ambition and that was to remain in London as long as possible and not to be sent back to Spain. Especially as they had a smart residence on the edge of Kensington Gardens, which was all very up market.

 

We did get the odd note from the Commission, and as Director, I probably should have read them, but they seemed tiresome, so I never bothered. So long as one didn’t make any waves and went with the flow, there was very little supervision, it was all incredibly lax.

 

I got the impression that things were probably much tougher in Spain and Rome.

 

And of course it was brilliant, a total breeze,  living in a smart five star hotel in one of the poshest areas of London, everything was done; cooking, cleaning, washing, ironing, mending, shopping, etc. I was still a student and could never have afforded to live in that luxury in the normal course of events. And then in the Summer to Wickenden Manor, a luxurious pile in Sussex set in wondrous gardens, with Croquet and a tennis court that had once been owned by Nancy Astor. Total bliss

 

Obviously the sex was non existent, well except for my confessor, who it seems, was far more interested in my body, than my soul.

 

After about ten years I was getting bored with prayer and penance and building the new Jerusalem. What I really longed for was sex, drugs, and rock and roll, and downtown Babylon.

 

It seemed pointless to mention these feelings to anyone in Opus Dei in England, as I had learnt how to play the system. Although I did talk the matter through with a friend who was a member of the General Council in Rome and he gave me discreet good advice, and not the usual platitudes. The upshot was that nobody in the region had any idea of my intentions,  I simply borrowed a car and climbed out of a rear window of the residence, with my bags, and went off into the sunset.

 

What a privileged existence I had lived in Opus Dei, everything was so comfortable being waited  on hand and foot. Now it was a case of the real world.  A cramped smoky flat above a betting shop in a dodgy part of London sharing with an actor friend, no central heating and more importantly no SF. However, what an exciting new beginning!

 

Strangely the same confessor kept writing to me most days after I had left, or as Alexander Pope would say, ‘Hope springs eternal’.

 

I had a wonderful time in Opus Dei, and it taught me a lot, and I was always treated with great courtesy and respect. However the last forty three years with a brilliant wife, family and career, have even surpassed that.

 

 I have never ever felt a victim.

 

Regards

 

Horatio





Qué existencia tan privilegiada había tenido en el Opus Dei.- Horatio

Traducido por Mediterráneo

 

Querida Eileen Johnson,

Muchas gracias por tu escrito del otro día: “¿Vivo o muerto? Habla un sobreviviente del Opus Dei”

Fui numerario en Londres durante la misma época, pero mi experiencia no pudo ser más distinta. Pité en Londres, en los joviales y libertinos 60’s, y todo el mundo en la Obra parecía increíblemente despreocupado y tranquilo.

 

Llegué a Netherhall, en el barrio de Hampstead, a los diecinueve años, pero nadie pareció interesado en reclutarme, tuve que insistir mucho para que me permitieran unirme a la Obra y me dieron la opción de unirme como numerario o como supernumerario. Francamente, no parecía haber mucho afán proselitista por aquel entonces.

 

Sea como fuere y después de insistir un poco, estuvieron de acuerdo en que podía pitar, y al cabo de tres años, cuando tenía veintitrés, me pidieron que fuera el director de un centro en el sur de Londres. Estaba metido dentro hasta las cejas. Lo más raro, sin embargo, era la virtual falta de supervisión por parte del Consejo Regional. Parecía que uno tenía más o menos carta blanca para hacer lo que quisiera.

 

Los españoles del Consejo Regional parecían tener una única ambición, y era la de permanecer en Londres el mayor tiempo posible y no ser enviados de regreso a España, sobre todo porque tenían una residencia muy elegante al borde de los jardines de Kensington, que era un auténtico privilegio.

 

Nos llegó la extraña nota de la Comisión, y, como Director, probablemente debí haberla leído, pero esas notas parecían agobiantes y cansinas, así que nunca me molesté. La actitud era que mientras uno no causara problemas y navegara a favor de la corriente, había muy poca supervisión, todo era increíblemente laxo.

 

Sí que tenía la impresión de que las cosas eran, con toda probabilidad, mucho más duras en España y en Roma.

 

Y, por supuesto, era espléndido, era un completo privilegio, vivir en un elegante hotel de cinco estrellas, en una de las zonas más lujosas de Londres, con todo hecho: comida, limpieza, colada, plancha, arreglos de costura, compras… Aún estaba estudiando y jamás hubiera podido permitirme vivir en semejante lujo, si las cosas hubieran seguido su curso normal. Y en verano, a Wickenden Manor, un conjunto residencial en Sussex, rodeado de jardines espectaculares, con campo de crocket y una pista de tenis que había pertenecido a Nancy Astor. Felicidad completa.

 

Obviamente, el sexo no existía, excepto para mi confesor, que parecía mucho más interesado en mi cuerpo que en mi alma.

 

Al cabo de unos diez años empecé a aburrirme de tanta oración y penitencia, y de construir la nueva Jerusalén. Lo que realmente ansiaba era sexo, drogas, rock and roll y conocer los bajos fondos de Babilonia.

 

Parecía inútil mencionar estos sentimientos a nadie del Opus Dei en Inglaterra, puesto que había aprendido cómo funcionaba el sistema. Sin embargo, hablé del asunto con un amigo que era miembro del Consejo General en Roma, y me dio un discreto buen consejo y no las banalidades habituales. La conclusión fue que nadie en la Región tenía ni idea de mis intenciones, así que tomé prestado un coche, cogí mis cosas, salté por una ventana de la parte de atrás de la residencia y desaparecí en el atardecer.

 

Qué existencia tan privilegiada había tenido en el Opus Dei, todo era tan confortable, todo servido en cualquier momento, todo a pedir de boca. Ahora estaba en el mundo real. Un apartamento estrecho y poco ventilado, encima de una casa de apuestas, en un barrio sórdido de Londres, compartido con un amigo actor, sin calefacción y, más importante, sin la Sección Femenina. Sin embargo, qué nuevo comienzo tan excitante fue ese.

 

Curiosamente, el sacerdote con el que me confesaba continuó escribiéndome casi todos los días después de que me fui. Como decía Alexander Pope, “la esperanza brota eternamente”.

 

Pasé muy buenos años en el Opus Dei, aprendí mucho, y siempre se me trató con gran cortesía y respeto. Sin embargo, los últimos cuarenta y tres años, con una esposa inteligente, una familia y una carrera profesional, los han incluso superado.

 

Nunca, jamás, me sentí víctima.

 

Saludos,

 

Horatio




 

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