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OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

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ANÉCDOTAS PERSONALES

Enviado por G.L. el 11-7-2003

Conocí el Opus Dei a través de una compañera de la facultad que vivía en una Residencia Universitaria. Como me gustaba estudiar me invitó a preparar con ella algunas materias en la residencia. Acepté, porque era muy buena persona y sabía que estudiaríamos bien juntas. Esa primera vez me comentó que allí mismo un sacerdote daba meditaciones y me interesó. Me sorprendió que apagaran las luces, pero me explicó que era para poder concentrarse mejor. Luego vino la bendición con el Santísimo y me sorprendió gratamente la solemnidad. De ahí en más nos turnábamos para estudiar en "su casa" y en la mía. Nunca me explicó que era una residencia del O.D. Como era de otro país pensé que se alojaba simplemente allí.

Al poco tiempo me encontré compartiendo tertulias con gente muy variada y agradable. Todas me saludaban con mucha simpatía y me preguntaban por la facultad. La verdad que hasta ahí todo me parecía muy normal. En ese entonces yo estaba en un impasse sentimental con mi novio y se lo comenté a mi amiga y también al sacerdote con el que había empezado a confesarme en el Centro. Un día me comentó que la directora quería conversar conmigo. Yo no la conocía mucho y no quise ser desatenta así que acepté. Ese día la directora me planteó si no había pensado en mi posible vocación. Sinceramente no entendí por qué me planteaba eso ni en qué consistía. Me preocupaba que mi vida tuviera también un sentido en función de los demás. Eso de "transformar el mundo" era algo que me entusiasmaba. Me puso de ejemplo a mi amiga y ahí me "desayuné" que ella era de la Obra. Claro que no sabía qué era eso de "ser de la Obra". Me fui corriendo a preguntarle qué es lo que ella vivía y me explicó un par de cosas, claro que no demasiado.

A esta altura parecerá un poco ingenuo de mi parte, pero lo que yo veía de ella me parecía normal y atractivo. Obviamente no sabía que tenía que irme a vivir a un Centro, ni que debía hacer todas las normas cada día, ni que debía ir a Círculos, Retiros, Cursos Anuales, ni usar disciplinas, ni cilicio; tampoco que debía entregar todo el dinero o que debía dejar todos los regalos, ni que la ropa que usaría la elegirían por mí. Ni tantas cosas que ya todos saben. Lo único que sabía era que uno entregaba toda su vida para siempre. Lo que yo supusiera por eso, nunca me lo aclararon. A esa altura tampoco sabía que había otros miembros: las supernumerarias, las agregadas ( de las numerarias auxiliares menos, porque yo estaba en la facultad).

Así que después de tres meses de conocer la Obra, me animaron a pitar. Y pité. Y esto es hasta "gracioso" si se quiere. Me dijeron que escribiera una carta al Padre. Me pareció exótico pero lo hice. Nunca me explicaron a qué Padre le escribía, porque don Josemaría (en ese entonces estaba lejos de ser beato) hacía unos años que había muerto. Pensé que era algo simbólico, como si le escribiese a los "Reyes Magos"!!!!!.

Me indicaron que no contara nada a mi familia porque podían no comprenderlo. Y ahí comenzó la vida de secretos y ocultamientos.

Yo me repartía mi tiempo entre la facultad, la asistencia al centro y la "vida de familia". Muchas veces no comprendía que me animaran a estudiar mucho pero me pusieran miles de encargos. Tenía que consultar todos los libros que me daban para leer en la facultad, que por cierto eran muchos. Cuando alguno no se podía leer, tenía que ingeniarme para buscar otros materiales, con lo cual me llevaba el triple de trabajo. Confieso que me parecía poco serio tener que estudiar textos a través de otros autores, pero como antes había leído mucho podía salir del paso. En otras oportunidades tenía que hacer malabarismos (muchos lo habrán pasado). A veces no podía preparar bien las materias y no quería rendirlas pero me "animaban" a que lo hiciera igual y me decían que en virtud de la "santa obediencia" conseguiría buenos resultados. Lo peor es que en dos oportunidades con ese sistema me fue espectacular. No podía entender como se podía especular de esa manera. Me parecía tan contradictorio lo de la seriedad profesional con eso que vivía.

Pasó el tiempo, terminé mi carrera y me fui a vivir a un Centro. Tuve que esperar a ser mayor de edad, porque apenas mis padres se enteraron me "cortaron los víveres". En la Obra se ocuparon de conseguirme mi primer trabajo para que me pudiera mantener. Y de ahí en más me ubicaron en trabajos sucesivos. Nunca me preguntaron si me gustaban. Nunca me interesó la docencia y lo sabían y me mandaron a trabajar a un colegio (de la Obra).

Muchas veces daba mi opinión sobre cómo quería orientar mi profesión pero tenían otros planes para mí. Cuando recuerdo eso de la "libertad personal" y que uno hace las cosas "porque quiere", me suena a cuento de hadas o mejor a cuento chino.

Y así transcurrieron pocos años, hasta que me planté por primera vez y dije "esto no lo quiero". Para qué explayarme si todos ya saben cómo sigue la historia. Cambio de centro y de ciudad. Vida nueva, vida de siempre. Allí tuve la suerte de convivir con gente más abierta, más preocupada por los demás. La Obra es "familia y milicia" (grandioso, no!!!). Esa fue etapa más de familia, hasta que llegó de nuevo la milicia redoblada.

A veces venían a vivir otras Numerarias que necesitaban descansar. Más que descanso lo que tenían era un agotamiento total. Me dolía ver cómo podían llegar a ese extremo sin que antes alguien hubiera advertido su desgaste. Hubo quien sólo se podía levantar a media mañana, ponerse al sol y que alguien le leyera los quince minutos de lectura. Era muy joven y su estado era inexplicable. Vi muchos casos así y esperaba no terminar de la misma manera.

Con el paso del tiempo descubrí que mucha gente mayor en la Obra, estaba mal anímicamente. Otras parecían estar bien pero tenían sus "válvulas de escape" a través de actividades que no estaban bien vistas. Más de una vez me dijeron que no me juntara con alguna porque lo que hacían no estaba bien. Ahora con el paso del tiempo comprendo que cada uno se las ingeniaba como podía.

He convivido con gente heroica de veras, que sabía estar pendiente de las demás y con otras que hacían abuso de poder.

Después de once años decidí dejar la Obra. Interiormente sentí que hasta ahí había llegado mi amor y que no podía seguir en algo que mostraba tantas contradicciones: no era una cristiana en medio del mundo como los demás, porque yo no era como los demás. Y quería serlo, por lo menos en ciertos aspectos esenciales. Quería tomar mis decisiones y equivocarme. Quería demostrar afecto a la gente, cariño verdadero y no simple formalismo. Quería ser amiga de mis amigas, fueran o no por el centro. Me preocupaba que se acercaran a Dios, aunque no participaran de las meditaciones o no quisieran ir a un Retiro. Y que si íbamos a hacer una Visita a los Pobres, los pobres les preocuparan de veras.

Quería que mi familia verdadera (no "de sangre") pudiera contar conmigo cuando alguien estuviera enfermo y no ser una simple visita de paso. Siempre dispuesta para recibir lo que ellos quisieran darme y nunca tener yo algo para darles más que mis escasos minutos mirando el reloj "porque tenía cosas que hacer".

Mi salida no fue traumática, pero si llena de misterios y ocultamientos. Me despedí de algunas personas con las que vivía porque me parecía de una desconsideración total irme sin saludar y agradecerles tantas cosas. Obviamente la directora me salió al paso diciéndome que eso "hacía mal a la gente". Que cada uno saque sus conclusiones.

Con el paso del tiempo me reencontré con otras personas que también se habían ido y nos juntamos para conversar de lo que nos había pasado. A partir de allí pasamos a llamarnos "ex combatientes" y fue y sigue siendo muy productivo. Todas teníamos mucha necesidad de hablar , de hacer catarsis y de reírnos juntas.

Después que me fui descubrí (oh sorpresa) que existía la Iglesia y que el Papa contaba también con los Carismáticos, los Focolares, etc, etc y que su único apoyo y su único consuelo no era el O.D. Aprendí también lo que es participar en una Parroquia, saludar al Sacerdote al terminar la Misa y desearle una buena semana (increíble, no?).

Recuperé la buena costumbre de ir al cine, al teatro y ver un buen espectáculo. Ver el programa de televisión que me interesa, y pasar por un kiosco y comprarme un alfajor (¡qué lujos!). Volví a sentarme en un café y leer el diario o una revista, sin que las páginas estén arrancadas (salvo porque algún interesado se llevó la hoja). Ya no me "adelantan" ningún video ni nadie se pone delante de la pantalla, salvo cuando alguien llega tarde al cine. Canto las canciones que me gustan y no más "las canciones de casa". Sólo escribo cartas a quien quiero y cuando tengo necesidad de hacerlo. (A propósito se le podrán mandar mails al Padre, ahora con esto de Internet). ¿Y cómo harán para que los que están dentro no escriban sin saber a quién lo hacen?)

No se imaginan lo que me alegré al ver que ustedes han publicado el libro de María del Carmen Tapia. Lo presté, nunca me lo devolvieron y ya no pude conseguirlo más en las librerías. Me explicaron que habían comprado todas las ediciones y no estaba más en el mercado. Además hay otros escritos que nunca pude conseguir. Mil gracias por tenerlos aquí.

Gracias queridos Orejas ¡!!!!!! "Qué felices somos, estando afuera, verdad?".

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