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OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

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¿DESPEDIDA?

R., ex numerario brasileño
9-2-2004

El texto original, en portugués
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Correo enviado por R. a sus amigos (del opus y no del opus) el 9 de febrero de 2004

El pasado 21 de diciembre envié a la Comisión Regional del Opus Dei en Brasil, con una carta al Prelado en la que solicitaba la dispensa de los compromisos asumidos al incorporarme a la Prelatura como numerario.

Los que conocen mi profunda y vital implicación con el Opus Dei en esos últimos 22 años, pueden hacerse una idea de lo difícil y doloroso que fue para mí tomar esa decisión.

Es relativamente conocida la historia de los hechos que culminaron en la entrega de esa carta.

En primer lugar la venganza perpetrada por el subdirector local por medio de una denuncia calumniosa y mezquina.

Después, el oportunismo del director del centro, quien, aprovechando mi ausencia por motivos de trabajo, remitió esa denuncia a la Comisión Regional del Opus Dei en Brasil, agravándola con otras acusaciones basadas en distorsiones de la realidad.

Y, finalmente, el desinterés por parte de la Comisión Regional en esclarecer la verdad de los hechos antes de tomar la decisión de expulsarme sumariamente del centro, sin darme oportunidad para defenderme o esclarecer los hechos.

El pasado día 30 recibí del Delegado del Consejo General para la Región de Brasil, la respuesta verbal a esa carta dimisoria. Desde entonces estoy formalmente desvinculado de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei.

Oscuridad y esclarecimiento

En los 7 meses y dos días que transcurrieron entre mi expulsión (del centro) y mi dimisión formal, busqué por todos los medios a mi alcance una posible solución.

Aunque algunas personas implicadas en los acontecimientos pretendan insinuar lo contrario (tal vez con el fin de justificar su conducta torcida), el hecho es que en ningún momento alimenté cualquier duda respecto a la sobrenaturalidad y a la realidad de mi vocación, ni "me arrepentí" de la inversión vital que representaron esos 21 años empeñados (con los naturales errores y aciertos) en "hacer el Opus Dei, siendo yo mismo Opus Dei".

Motivado por la esperanza de comprender y así superar esos acontecimientos recurrí, como es natural, a las autoridades de la Prelatura en busca de aclaraciones.

Recibido con alguna cordialidad (y mucho atraso) por parte de esas autoridades, al poco tiempo me vi forzado a rendirme a las evidencias y reconocer que no había disposición para un diálogo propiamente dicho, esto es, un proceso encaminado a superar conjuntamente las graves dificultades derivadas de la actuación de los directores implicados.

Aquello que mis interlocutores (en algunos casos evidentemente mal preparados para la tarea) presentaron como "oportunidad de diálogo" no pasó de un discurso unilateral e inflexible dirigido a reinterpretar los hechos (tal vez con el fin de así justificar la posterior evolución de los acontecimientos).

Aunque me haya mantenido abierto al contacto con los directores hasta el último momento, percibí que si dependía de ellos como única fuente de luz, permanecería en la oscuridad.

Me empeñé entonces en un verdadero maratón de auto-esclarecimiento recurriendo al diálogo (este, sí, verdadero diálogo) con miembros y ex miembros del Opus Dei cuya rectitud y honestidad fueron siempre un ejemplo para mí.

Para acortar una larga historia, el resultado de ese maratón fue la constatación de que, desgraciadamente, mi caso no era una excepción; el contacto directo con personas y situaciones diversas "generadas" alrededor del Opus Dei en Brasil me condujo a la triste conclusión de que un número muy significativo de personas que se desvincularon de la institución fueron empujadas a ello por la desatinada actuación de los directores.

¿Opus Dei en Brasil?

Durante algún tiempo creí que esos casos denunciaban una peculiaridad (¿distorsión?) de la praxis del Opus Dei en Brasil; que se trataba de episodios típicos de avatares históricos de esta Región, y que ilustraban lo dañino que puede ser cualquier desvío de la praxis con relación al Espíritu que todos en el Opus Dei solemnemente nos comprometimos a preservar.

Hoy, sin embargo, no me queda sino rendirme a la evidencia de que no es ese el caso.

Así como tuve la oportunidad de conversar con profundidad y franqueza con muchas personas bastantes curtidas por la realidad de la Obra en Brasil, también encontré testimonios, coincidentes con éstes en su substancia, referentes a otras Regiones donde el trabajo del Opus Dei alcanzó un cierto grado de madurez.

No hablo aquí de la habitual incomprensión que puede sufrir el trabajo apostólico pujante o el testimonio comprometido de la vida de personas que buscan llevar a la práctica las enseñanzas evangélicas.

Tampoco se trata de los conocidos "ataques" a la Obra o a la Iglesia motivados por el resentimiento o por el intento de justificar el haber 'mirado para atrás después de haber puesto la mano en el arado'.

Se trata por encima de todo del testimonio de personas que durante muchos años intentaron dar lo mejor de sí mismos buscando vivir íntegramente ese mismo Espíritu y que, a una cierta altura de su camino, se encontraron perplejos ante la misma disyuntiva paradójica.

No es posible dejar de impresionarse con tamaña coincidencia de experiencias y apreciaciones a partir de circunstancias tan diferentes de época, entorno y peculiaridades sociales.

La confrontación entre esas experiencias, la mía propia y la de tantas otras personas con quienes tuve el privilegio de conversar en ese periodo, fue sin duda importante para el esclarecimiento que yo buscaba. Definitivo, sin embargo, fue observar en el desarrollo de los hechos la dolorosa confirmación de tantas experiencias ajenas a la mía propia.

Con otras palabras, (y lo quiero dejar bien claro para evitar tergiversaciones) , no fue la impresión causada por el contacto con tales experiencias lo que me convenció de que no había otra salida sino la que conduce hacia fuera; fue la actuación de los directores a lo largo de ese periodo que, confirmando a cada paso mis temores, me encaminó para allá.

Como muy bien expresa el ex-capellán de la Universidad de Navarra, D. Antonio Ruiz Retegui, a quién ya aludí:

El bien de las personas está marcado por su teleología y no por lo que es definido como tal desde instancias institucionales, que suelen ser interesadas y parciales. Sí se adopta esta perspectiva es fácil imponer a las personas "lo mejor" según los juicios institucionales, sin atender adecuadamente a la persona. La persona presuntamente querida en el es reconocida entonces en su verdadera condición personal, sino solamente como miembro de la institución, como representante de unas cualidades u opiniones compartidas por todos los miembros. Ese nivel de la existencia no alcanza a lo verdaderamente personal.

Pido perdón por la digresión, pero no me resisto a transcribir el siguiente párrafo del mismo ensayo:

Por eso un criterio irrenunciable es el respeto a la libertad de cada uno y, de manera particular, el respeto a su intimidad. En este sentido la Iglesia Católica da una muestra egregia de respeto a la persona con su institución del sigilo sacramental. En efecto en el sigilo, que no puede ser violado absolutamente, se muestra que la intimidad de la conciencia no puede ser violada ni siquiera con la presunta intención de ayudar más a la persona. Esto enseña que el bien de la persona no se puede procurar a costa de ella misma. Ni siquiera en las instituciones vocacionales de búsqueda de la perfección se permite que la conciencia sea asunto que se pueda tratar en el fuero externo. El canon 630 §5 prohíbe taxativamente que los superiores traten de invadir el terreno de la conciencia de los que les están sometidos incluso institucionalmente.

pues describe (y explica) muy fielmente una de esas perplejidades que atormenta a muchos de los que tuvieron cargos de gobierno y/o atención de almas en el Opus Dei.

Los puntos 34 y 40 de Camino

34. No tengas miedo a la verdad, aunque la verdad te acarree la muerte.

40. Fe, alegría, optimismo. —Pero no la sandez de cerrar los ojos a la realidad.

En ese periodo también pude constatar que es considerable el número de personas que, permaneciendo vinculadas al Opus Dei, son bastantes conscientes de esos problemas.

Es un hecho que muchos y muchos, con su experiencia y rectitud, no dudarían en suscribir, por ejemplo, el análisis del ex capellán de la Universidad de Navarra, D. Antonio Ruiz Retegui, en su magistral monografía "Lo Teologal y lo Institucional" , si estuvieran convencidos de la utilidad de tal gesto.

Muchos y muchos escribieron al Prelado, muchos y muchos hablaron detenidamente con miembros de Comisiones de Servicio, muchos y muchos hablaron con directores regionales y locales sobre manifestaciones de las mismas causas que provocaron el incidente del que fui víctima y otros tantos, tanto o más graves.

¿Que sucede en esa multitud de casos?

Las respuestas parecen ser, también, muchas y muchas.

En algunos casos, se provoca un progresivo desgaste psicológico que conduce a trastornos psíquicos, tratados con mayor o menor acierto según la prudencia y experiencia de los directores inmediatos.

En otros ese desgaste, con el tiempo, puede llevar una situación de distanciamiento-vacío psicológico que convierte la luz de la vocación en una penumbra, cuyo efecto más visible es la proyección de sombras cada vez más alargadas (y los que viven la realidad de algunos centros - principalmente, pero no exclusivamente, de San Gabriel- lo saben muy bien).

Otros esperan, con fe y paciencia verdaderamente heroicas (que Dios no dejará de premiar, tengo la certeza), en el convencimiento de que "el Cielo está empeñado en que se realice" a pesar de lo que los ojos ven.

E infelizmente, en cada caso, parece ser que la decisión de continuar esperando, refugiarse en el trabajo, en la enfermedad o en lo que esté más a la mano, no pertenece a cada uno, pero sí a la dialéctica propia de una realidad donde lo "Institucional" amenaza constantemente con suplantar lo "Teologal".

¿Tienen razón los que esperan? ¿Tienen razón los que desisten? Dios sabrá. Cada caso es cada caso. El hecho es que la decisión NO PERTENECE a cada uno. Las circunstancias pueden determinar (y con frecuencia determinan) el destino de cada caso, usando sus instrumentos de forma que ni ellos mismos lo sospechan, como aconteció con Caifás [Jo. 11 , 46-53].

Sólo nos resta confiar (como repetí tantas veces en aquella inolvidable noche del 28 de Junio de 2003), "que Dios tenga misericordia de todos nosotros".

Samaritanos (¿y Fariseos?) del Siglo XXI

Es forzoso reconocer que, en diferente medida según cada caso, mi actuación en esos años al servicio del Opus Dei sirvió para aproximar a la institución varias personas que, como yo, se beneficiaron de su influjo.

Ante lo expuesto anteriormente, no puedo evitar un cierto temor por esas personas, consciente de que es muy posible que algunas de ellas pasen por momentos igualmente tenebrosos, muy a pesar suyo.

Quiera Dios que yo esté engañado. De lo contrario es inevitable sentirme responsable por la parte que me corresponde (aunque remotamente) en ese proceso y ofrecer desde ya mi apoyo en cualquier forma que esté a mi alcance, apoyo que recibí de forma gratuita de tantas personas en estos últimos meses.

La verdad es que, durante el periodo de postración de que fui víctima en esos últimos 7 meses, protagonicé una versión personal de la Parábola del Samaritano.

'Despojado y herido, abandonado medio muerto en el camino', recibí el socorro paternal de Dios por medio de las personas más inesperadas, de los "proscritos": personas que 'moviéndose a compasión se aproximaron' a pesar (?) de no ostentar las credenciales de "Buen Pastor autorizado".

Paradójicamente, como sucede en la parábola, aquellos de quienes sería razonable esperar ese amparo en función de esas mismas credenciales, 'viéndome, pasaron de largo' cuando no contribuyeron positivamente a agravar aún más la ya crítica situación ...

En el relato evangélico, después de subrayar la "moral de la historia" con la pregunta "¿Quien de esos tres te parece que ha sido el prójimo de aquel hombre?" la respuesta es "El que hizo con él misericordia".

Mi gratitud a mis prójimos no cabe en palabras:

En primerísimo lugar a Jean (a aquellas alturas todavia numerario del Opus Dei), quien me acogió como un verdadero hermano, afrontando con ello toda suerte de incomodidades. Legión es el número de numerarios(as) y ex-numerarios(as) que le deben gratitud por su generosa y desinteresada atención, que ha ahorrado no pocos sufrimientos. Aun así, creo poder contarme entre aquellos que tienen el privilegio de deberle más que otros.

A su hermano, P. João Sérgio, cuyo apoyo, consejo y compañía en las primeras semanas después de la expulsión me ayudó tanto en esos momentos dolorosos (por ejemplo, haciéndome compañía -y protegiéndome de agresiones- mientras recogía mis pertenencias del centro del cuál fui expulsado). Es muy lamentable que haya sido yo la última persona a quién su salud permitió dedicar ese desvelo, al mismo tiempo fraternal y sacerdotal, en una crisis de esa naturaleza (y Dios sabe cuántas más no habrá tenido que amparar). Consciente del desgaste que representó esa atención, no puedo evitar un cierto sentimiento de culpa al verlo reducido al estado en que se encuentra.

A mis padres y hermanos, quienes a pesar de que nunca tuvieron gran simpatía por el Opus Dei, heroicamente respetaron mi decisión de integrarme a la Prelatura y, con igual respeto (fruto del verdadero amor), me ampararon incondicionalmente en esos momentos en que tendrían pleno derecho de recriminarme.

A mis compañeros de trabajo quienes, a pesar de ser ajenos y no especialmente simpatizantes del Opus Dei, mostraron una inmensa capacidad de comprensión y ayuda a pesar de que (como yo, a aquellas alturas) comprendían muy poco lo que pasaba.

A (...) Vinícius, Luciano P., Gabriel, Márcio Silva y otros tantos quienes durante ese periodo, aunque en la distancia, me manifestaron su preocupación y acogida, que tanto bien me hicieron. Eso no tiene precio.

Al P. José Puy y a Pablo por la ayuda que me dieron buscando "reparar el estrago".

A todos los numerarios que, creo, preferirán que sus nombres "pasen ocultos" en ese agradecimiento, ya que la ayuda y apoyo que me prestaron se realizó fuera de los conductos oficiales.

A todos aquellos que fueron "mis prójimos", reciban mi mayor agradecimiento con la esperanza de algún día poder recompensar, aunque sólo en algo, su bondad.

Cuanto a los demás, lo mejor es seguir el consejo del punto 443 de Camino...

¿Despedida?

¿Por qué titulé "¿Despedida?" este mensaje?

Mucho me temo (basado en los acontecimientos de los últimos meses) que, aunque el Delegado del Consejo General para la Región de Brasil me haya asegurado que tal no ocurriría, a muchos de los que reciben este mensaje se les aconsejarán que me eviten, que no reciban ninguna comunicación de mi parte.

La mentalidad que no duda en sustituir las cerraduras del Centro que hasta el día antes fuera mi hogar, con la intención expresa de impedir mi comunicación con aquellos que hasta el día antes fueron mi familia, no tendrá escrúpulos en engrosar con mi nombre esa lista (preocupantemente creciente) de indeseables y proscritos cuyos nombres vienen siendo leídos en los Círculos Breves y otros avisos en esos últimos tiempos.

Con perdón por la digresión, eso me trae a la cabeza otros dos pasajes de los evangelios: la cura del leproso y la resurrección del hijo de la viuda de Naím .

En ambos pasajes San Mateo y San Lucas mencionan el hecho de que Jesús TOCA a los protagonistas.

Desde que comprendí el horror que comporta para la tradición judaica el tocar un cadáver o un leproso, esos pasajes empezaron a conmoverme especialmente.

Está claro que Nuestro Señor no necesitaba tocarlos para realizar esos milagros; los Evangelios narran profusión de curamientos sin que medie el contacto físico. Y sin embargo, Jesús parece que quiere provocar el escándalo público y volverse legalmente impuro al socorrer a esas personas de ese modo.

¿Por qué?

Los exegetas presentan varias razones para explicar ese comportamiento de Nuestro Señor. Al contemplar esos pasajes, como enseñó S. Josemaría, pienso que una de las razones puede haber sido la de ofrecer un gesto muy humano de cariño y empatía, al mismo tiempo que realizaba esos milagros tan impresionantes.

De ser así, una de las enseñanzas incluidas en esos pasajes sería que transmitir cariño, verdadero consuelo humano a los afligidos es más importante que el cumplimiento ritual de unas indicaciones que, a fin de cuentas, son establecidas por hombres, aunque "en nombre de Dios" ...

Volviendo al asunto, el hecho es que tengo razones fundadas para creer que perderé el contacto con tantas personas que aprecio y de quienes me considero deudor.

Si bien es cierto que, en última instancia, será la conciencia de cada uno la que decida cómo actuar delante de una disyuntiva de ese tipo, por otro lado no puedo ignorar la presión que pueden ejercer sobre la conciencia de un fiel de la Prelatura las órdenes de un sistema dirigido a la obtención de resultados más o menos inmediatos.

Por tanto, quiero que los que me leen ahora sepan que comprenderé, si consideran más oportuno ceder a ese tipo de presiones. Para esas personas este mensaje representará una despedida que lamentaré, ciertamente, pero comprenderé.

También yo pasé por disyuntivas así, donde conciencia y obediencia fueron enfrentadas; donde, en nombre de la unidad, de la humildad, de la visión sobrenatural acabé siendo co responsable (por acción u omisión) del sufrimiento (a veces agudo, a veces irreparable) de aquellos que debía tratar como hermanos, para descubrir más tarde que no siempre las indicaciones en cuestión provenían de una recta, consciente y desinteresada evaluación por parte de los directores implicados...

Esas historias tal vez algún día sean contadas, pero este no es el lugar ni el momento...

Pienso ahora que tal vez sea esa sistemática violencia contra la "recta ratio", practicada a la ligera por algunos directores, la causa del desgaste (con frecuencia preocupante entre los numerarios del Opus Dei) que degenera en depresión y otros trastornos psíquicos.

Sea como fuere, quiero hacer constar que incluso en esos casos en que este mensaje represente una despedida, sepan que comprenderé y que siempre podrán contactarme en el futuro.

Y en el caso de que, en el futuro, alguien pueda llegar a encontrarse en la misma situación que yo, que sepa que estaré siempre disponible y dispuesto a hacer lo que sea y esté a mi alcance para prestarle ese apoyo que, aprendí en esos meses, puede ser tan decisivo.

La Parábola del Samaritano a que me referí arriba termina con la exhortación de Jesús, "vete y haz tú lo mismo".

El único propósito claro que he formulado para mi futuro es ese: hacer lo que esté a mi alcance con el fin de ahorrar (o al menos disminuir) a otros el sufrimiento por el que pasé.

Pude comprobar en esos últimos meses cuanta necesidad existe de esa obra de misericordia.

Dejar (o ser echado de) la Obra, especialmente después de muchos años de dedicación, es una experiencia psicológicamente desgarradora. Más aún en los casos en que el interesado no pensaba en esa posibilidad y es forzado a ella por las circunstancias.

Personas en esa situación necesitan de un tipo de ayuda muy especializado, que de momento viene siendo dado por psiquiatras y psicoterapeutas que hacen lo que pueden, y por amigos en condiciones de comprender la situación, que también hacen lo que pueden.

En principio, la propia Prelatura debería prestar alguna atención a esas personas (así aprendimos todos), pero, al menos en Brasil, tal atención no pasa de un cumplimiento formal que permite llenar satisfactoriamente el debido informe para el Consejo General.

El resultado es la cantidad de ex-fieles de la Prelatura en situaciones tan penosas; la cantidad de ex-fieles de la Prelatura en los cuáles la gratitud por lo que la Obra representó en sus vidas se mezcla tan íntimamente con la decepción al ver como 'ven y pasan de largo' aquellos que hasta ayer afirmaban vivir su fraternidad como una "ciudad amurallada", "más fuerte que la muerte" .

 

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