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LA ENFERMEDAD HUMANIZA

E.B.E., 31 de enero de 2004

 

Carmen Charo comenta en su escrito (último capítulo) lo bien que se sentía en la Clínica de Navara y cómo le costó abandonarla, porque de alguna manera allí había encontrado un oasis. Y no me parece nada extraño.

Es que las enfermedades psiquiátricas son el vínculo que humanizan las relaciones en el Opus Dei. Tal vez sean el único que lo logra.

En el último centro donde viví, lo llamábamos la clínica, y no hay mucho que explicar por qué. Después me enteré que el nombre no era original, otros centros habían sido así bautizados. Unos iban al psiquiatra por depresión, otros por ansiedad. Todos con sus pastilleros, como decía Claudia recientemente.

Como le sucedió a Carmen, a mí también me resultó muy liberador ese ambiente tan especial, aunque la Clinica fuera en este caso un centro «más» de numerarios. Uno podía relajarse y hasta criticar las cosas de la Obra, algo que estaba prohibido decir en otras circunstancias. La credencial o la licencia de loco te daba estas libertades. Podías ver televisión más seguido y sin que cerraran con llave la TV. Si estabas muy loco, hasta podías ir al cine con permiso de los directores (y tal vez, acompañado de otro loco, de credencial), siempre que esa salida se hiciera con discreción y sin hablar en la tertulia de la película vista en el cine. Era un estado de excepcionalidad que -paradójicamente- se parecía bastante a lo que uno hubiera esperado de una vocación en medio del mundo y de igualdad con todos los hombres. Hacer lo que hacen los demás. Pero en la Obra había que presentar la credencial de loco.

Lo extraño de estas circunstancias es que uno llegaba a... ser amigo del que tenías al lado. Eso que estaba expresamente prohibido -las amistades particulares así llamadas- allí parecía dispensado. La verdad es que uno estaba contento de estar enfermo (qué mal había que estar... o qué mal que estaba todo) porque la enfermedad permitía una cierta humanización.

Los directores tenían otra visión del asunto: los tratamientos psiquiátricos debían ser efectivos. Si había tanta «concesión» en permitir un ambiente más relajado, era en realidad para «no ceder» nada en última instancia y para que «con ánimo de recuperar» el numerario en cuestión mejorara prontamente y volviera a la producción proselitista. Nada de humanizar las relaciones ni algo que se le pareciera. Nada que sea cambiar algo en la Obra.

El ambiente de distensión que se vivía en estos centros debía ser una excepción y de corto plazo. El lado «bueno» de la enfermedad -la humanización de las relaciones en la Obra- a los directores no les interesaba en lo más mínimo. Al contrario, la veían como una amenaza a «la Unidad». Era lógico que ese «paraíso» no podía durar mucho. Y de hecho, algunos pacientes recibieron el «tratamiento por coacción» para una curación más rápida. El resultado no es muy difícil de deducir. A algunos este tratamiento les «ayudó» a escarmentar en cabeza ajena y a «esforzarse por curarse». A otros, en cambio, a dar el paso para abandonar la Obra.

Finalmente, la clínica -al menos esa sucursal- fue desarticulada por los diferentes traslados y cambios de centros. También porque algunos «pacientes» terminaron salvando sus vidas fuera de la Obra.

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