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Mi punto de vista

R. A., ex numerario sacerdote, 26-08-2003

 

Hay muchas cosas que merecerían ser comentadas para bien de las almas en esta página web que ofrece la posibilidad de manifestar abiertamente nuestras ideas, sin que ningún director o directora las censure. Son abundantes los testimonios que expresan con objetividad y claridad lo que sucede "ab intra" en el Opus Dei. De los testimonios que he leído, me han llamado poderosamente la atención especialmente dos: el de Antonio Ruíz Retegui y el de H. E.

El primero de ellos viene de un sacerdote numerario con muchos años de sacerdocio. El otro, de un numerario con muchos años de experiencia como director en una delegación. Ambos casos deberían llevarnos a pensar, también a los directores del Opus Dei que de verdad deseen hacer la "obra de Dios", que no todos los que abandonan la obra lo hacen porque no son idóneos, o porque han sido infieles a su vocación, o porque se dejaron llevar por las tentaciones provenientes de las distintas concupiscencias, o porque simplemente se cansaron...

Un número considerable de personas han dejado el Opus Dei porque se sintieron engañados. Me atrevería a afirmar que hay bastantes numerarios y numerarias que siguen en el Opus Dei porque no saben cómo superar su situación, sea ésta de tipo ascética, o psicológica, o económica, o social... Porque ya son algo mayores y tienen miedo a enfrentarse con la realidad mundana (tan distinta a la que conocíamos dentro de la institución), porque es muy duro recomenzar la vida más allá de los cuarenta años sin tener ninguna seguridad y ningún apoyo económico, social y familiar; y, en ocasiones, hasta profesional, sobre todo los sacerdotes numerarios que se ordenaron sin ejercer su profesión y los numerarios dedicados exclusivamente a cargos internos de formación. No dudo que algunos están contentos y hasta felices con su vocación. Mi experiencia, sin embargo, y no es pequeña, me ha llevado a conocer que no todos en la Obra están a gusto; un número considerable de miembros no están contentos, porque pensaron que la Obra era otra cosa: la Obra los ha defraudado; con los años han llegado a descubrir el verdadero Opus Dei. Cuando uno pide la admisión, y no digamos si es a los catorce, quince o dieciséis años, uno no se imagina ni puede captar lo que viene a partir de ese momento.

El testimonio titulado Lo Teologal y lo Institucional, de Antonio Ruíz Retegui, quien falleció antes de que le concedieran la dimisión en la prelatura, expresa lo que muchos en la obra, especialmente quienes hemos tenido cargos de formación y de gobierno, hemos considerado; el gran mérito de Antonio ha sido expresar esas ideas con esa altura teológica, filosófica y espiritual. Antonio, un teólogo brillante, se lo aseguro, pasará al olvido en el Opus Dei por razones obvias: no les interesa a los directores del Opus Dei que exista disensión, sobre todo en temas fundamentales del espíritu del Opus Dei y proveniente de numerarios de mucha talla científica y espiritual. ¿Por qué? Porque no hay posibilidad de cambiar las cosas debido a que casi todo lo que está expresado en su Código Particular, en su organización, en el modo práctico de vivir, se considera de carácter fundacional. Nadie puede pensar diferente al Fundador o a sus principales intérpretes.

Lo que Antonio expresa en su testimonio es una realidad evidente: no es una mera interpretación; expresa una realidad palpable. Si los directores pudiesen hablar con libertad, les aseguro que en un porcentaje muy elevado, refrendarían ese escrito. Los medios de formación en el Opus Dei se han transformado en meros transmisores de indicaciones y avisos que no hacen otra cosa que dificultar la vivencia de la vocación, fomentar los escrúpulos de conciencia, y anular la capacidad intelectual de pensamiento libre y autónomo. Quizá sea ésta una razón para anatematizar a Kant, quien desarrolló magistralmente, en el ámbito de la Ética, el carácter autónomo de la conciencia humana y el valor absoluto de la persona humana sobre las demás realidades, entre las que se encuentran las instituciones sean del tipo que sean. Antonio transcribe unas palabras del Cardenal Newman que expresan con fuerza lo que pensamos muchos ex-numerarios con muchos años en la Obra: "Si yo fuera obligado a involucrar a mi religión en un brindis después de la cena (lo cual no me parece realmente muy indicado), yo, con su permiso, brindaría sí, por el Papa. Pero primero, por la conciencia, y por el Papa en segundo lugar".

El testimonio de H. E., es también muy claro y expresivo. Yo no dudo de la buena fe de quienes dirigen la Obra y de quienes permanecen en ella; sin embargo, me pregunto: ¿Por qué no hacen nada para cambiar algunas actitudes y modos de proceder contrarios al respeto sagrado que se le debe a la conciencia humana? Quizá porque quien se atreva -y así lo expresó el Fundador gráficamente- a cambiar un ápice del llamado "espíritu de la obra" hará que se levanten los restos del fundador de su tumba en Villa Tevere, es decir, tienen verdadero pánico.

La conciencia personal es sistemáticamente violentada en el Opus Dei, y no dudo en hacer esta afirmación con toda la fuerza de mi alma, porque no me puedo quedar callado. Por ello, tengo mis dudas sobre la buena fe de algunos; me atrevo a adelantar que es tal la deformación de las conciencias en este sentido, que ya no hay conciencia personal, sino única y exclusivamente colectiva, institucional. Y como ello lleva a una confusión permanente en las almas, las consecuencias no se hacen esperar, obsesiones, escrúpulos, manías, depresiones, esquizofrenias... una destrucción mental y espiritual. A todo esto habría que añadir el irrespeto a la intimidad de las conciencias, cuando los directores y sacerdotes hablan sin reparos, con toda libertad en las distintas sedes de gobierno, de la vida interior de los miembros, incluso poniendo por escrito esa información que obtienen a través de la charla fraterna o confidencia y de las charlas con los sacerdotes. ¿Este modo de proceder supone verdadero respeto a la conciencia personal? ¿Acaso lo que uno expresa en la dirección espiritual no forma parte de ese secreto natural, que es un derecho humano inalienable? Todo lo relativo a los trámites referidos a los informes ascéticos, son una violación grave, así lo considero yo, de la libertad e intimidad de las conciencias, aunque lo apruebe la máxima autoridad de la Iglesia, cuestión que dudo que lo haya hecho expresamente; ¿alguien nos preguntó, antes de pedir la admisión o de incorporarnos a la obra si estábamos dispuestos a relegar e incluso a anular nuestra autonomía interior por amor a la institución?

La vocación divina no se decreta, se descubre libremente. La llamada de Dios, sobre todo cuando implica una entrega absoluta, sin condiciones, debe nacer de lo más íntimo del ser humano y de un modo natural, espontáneo. Forzar a las personas, sobre todo si son jóvenes, a plantearse el tema de la vocación sin que antes haya existido en ellas alguna manifestación de esa llamada, es un atentado contra la libertad personal y podría catalogarse como un delito psicológico, por la presión indebida que ejercen quienes se autodenominan enviados de Dios. Durante mis años en el Opus Dei fui testigo de ello; gracias a Dios, nunca actué de esa manera, a pesar de mi condición sacerdotal que podría haber facilitado ese modo de actuar. Siempre me opuse a plantearle la vocación a alguien de manera impositiva, porque yo mismo sufrí ese modo de actuar en mi juventud.

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