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OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

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FUI NUMERARIO A LOS 14 AÑOS
Francisco H.
Febrero 2003

 

Yo no hablo de la iglesia, que no me importa, sino de mi y el daño que se me ha hecho. Y lo que más me interesa es que eso no le pase a muchachos de la edad a la que yo fui captado, sin conocimiento de mis padres, sin madurez mía de ningún tipo, sin consentimiento informado de ninguna clase. Eso, aparte de delictivo, puede destrozar la vida de una persona inmadura como son los adolescentes a los 14, 15 ó 16 años. Y para que lo vea, le voy a narrar como "pité", aunque sea largo. Y sobre todo quiero poner sobre aviso a los padres que llevan a sus niños a centros del Opus Dei.

Yo entré en la obra a los 14 años y 8 meses de edad. Lo hice atraido por el ambiente de un club juvenil donde tenían una bonita sala de estudio que yo no tenía en mi casa. Olía bien, era silencioso. Algunos compañeros de mi clase empezaron a ir por allí animados por sus padres que eran supernumerarios. Entonces yo no tenía ni idea de lo que era el Opus Dei (OD). Esto fue en octubre de 1975. Acababa de morir "el Padre" y ya decían que se le llamara "nuestro padre".

Allí me sentí especial. Me gustaba tener tiempo para estudiar en un ambiente tranquilo. Entonces, antes de ir al club, mi espiritualidad era sencilla. Oía misa los domingos, me confesaba semanalmente, hablaba con Dios con la naturalidad que teníamos los niños en aquella época. Mis pecados eran los de los niños de esa edad, la pureza, las mentirijillas... Cosas veniales. No había odio en mi corazón. Empezaba a descubrir el mundo, un mundo por cierto velozmente cambiante en España recién muerto el dictador Franco.

Y en ese estado me topé con el OD. Me sorprendía que hubiera sirvientas, la administración, que eran como hadas que solo se oían andar o golpear durante la limpieza, y dejaban un rastro de olor a limón y cera en el suelo que me recordaba a las casas de las familias bien de entonces. Aquello me cautivó. Uno de los estudiantes que vivía en aquél club empezó a hacerse amigo mio, a preguntarme por mis estudios, mi familia. Era muy agradable, valenciano, con bigote, muy fino. A la semana de empezar a ir, me dijeron que pronto habría una película de Mons. Escrivá. La ví y no me gustó aquél cura tan remilgado. Pero todos, en la película y fuera de ella, le hablaban o le miraban como si viesen al mismo Dios. Se reían emocionados de las cosas que decía en la película, algunas muy chocantes, como que si la iglesia había eliminado el índice de libros de lectura prohibida él usaría el suyo para señalarlos. Me dejó frío. Pero cuando mi nuevo amigo me preguntó qué me había parecido la película le dije que bien por no hacerle un feo, pues había tenido la deferencia de acompañarme hasta el portal de mi casa.

Pasaron pocas semanas, cuando me propusieron ir a un curso de esquí. Vivía en una ciudad con una estación de esquí cercana. Yo no esquiaba entonces porque era caro, y solo lo hacían los que podían permitírselo sus padres. Por eso me hizo tanta ilusión ir allí. Convencí a mis padres para que pagaran el curso y me compraran ropa y botas para la sierra. Mientras tanto mi amigo me acompañaba frecuentemente y me hablaba de oir misa todos los días en el oratorio del club, que al principio era en latín, o de acudir a la meditación de los viernes, a oscuras, con un cura elocuente que hablaba en una mesa camilla cuadrada, con todo el centro a oscuras salvo un flexo pequeño que proyectaba sombras alargadas por las cejas y los pómulos. También me preguntaban si tenía algún amigo que pudiera llevar por el club a estudiar. Y yo les hablé de mi primo. Y me pidieron que se lo presentara. Pero mi primo no quería ir allí porque decía que los del OD eran una secta y que si me descuidaba acabarían pillándome. Así que como yo me dedicaba cada día más al club, donde empezaba a pasar la mayor parte de mi tiempo libre, mi relación con mi primo se debilitó tanto que dejamos de vernos. Incluso el director del centro, cuando escuchó lo que me decía mi primo, me recomendó que dejara de verlo. Y así lo hice. Y no le veo desde entonces.

Por fin llegó el curso en la sierra. Fuimos tres de mi clase del colegio (de religiosos).Subimos en autobús. Era el puente de la Inmaculada. Llegamos a un albergue que estaba a casi 2500 mt de altitud. Todo cubierto de nieve y un frío que pelaba. Las paredes del albergue podían tener un metro de grosor, y estaba asomado a un cortado de varias decenas de metros. Al entrar me inundó el cálor de la chimenea y el olor de los troncos ardiendo y los suelos de madera. Todo limpio y ordenado. Dios mio, pensé, nunca había estado en un sitio igual.

Pero aunque era un curso de esquí allí no se hablaba de esquiar. Nos repartieron las habitaciones. Cenamos juntos y después nos reunieron en la sala junto a la chimenea. Se estaba la mar de bien con la lumbre. Pero no había venido mi amigo del club, ni ninguno de los otros inscritos del centro. Solo vino el elocuente cura, que había sido físico y había estudiado en Roma.Yo pensaba por eso que era una eminencia. Un señor con acento castellano empezó a hablar de cuando se hizo del OD. Cómo se lo propusieron, cómo "suspendió el juicio" porque no quería ni pensar que tuviera vocación, y cómo irremediablemente dijo que sí. Y se hizo numerario. Era la primera vez que oía lo de numerario. Aunque no entendía porqué nos contaba aquello aquél hombre castellano, que se veía educado y simpático.Yo lo que quería era esquiar. Pero al día siguiente no hubo clase de esquí. Nada de eso. Un compañero de mi colegio que también estaba en el "curso de esquí" y yo, nos fuimos como pudimos a las pistas, alquilamos unos esquís de madera con ataduras de goma, nos colamos en el telesilla, y nos tiramos por una pista azul, como dios nos dió a entender. Yo perdí un esquí que fue a parar a un arroyo al final de la pista. Y eso era el cursillo de esquiar. Luego, estudiar en una sala fría del albergue.

Algo que me picaba la curiosidad era que la gente era llamada para hablar con uno de los hombres que no conocía en una habitación contígua a la improvisada sala de estudio.Permanecían un cuarto de hora o veinte minutos allí y luego salían nuevamente a estudiar. Algunos de ellos llevaban una agenda que dejaban abierta encima de las mesas con una foto de la Virgen María o una estampita amarilla con la foto de Mons. Escrivá de Balaguer. Me hacía ilusión que me llamaran a mi también y sentirme así tan importante como aquellos elegidos. Y me llamó aquél hombre que no conocía, de ojos claros, muy atractivo, con gafas y que hablaba muy bajito. Me inundó con su mirada y me hizo sentir como si fuera mi padre. Hablamos de los estudios, si me sentía bien allí... y si me gustaría ser de la obra.., que me lo pensara un poco. Y salí otra vez a estudiar. Me puse un poco nervioso porque en realidad no sabía exactamente lo que me estaba proponiendo. Sólo sabía que el club estaba muy bien, muy limpio, que se estudiaba a gusto y que la gente era muy simpática conmigo. Aquél hombre de mirada paternal me llamó varias veces más a lo largo del "curso de esquí" y yo le dije, sin pensar nada, porque no había nada que pensar, lo que veía era estupendo, que sí quería ser numerario. Luego, cuando bajábamos de la sierra en autobús, me enteré que a mi amigo de clase le habían dicho lo mismo y que él también había dicho que sí.

Dos semanas después yo escribía una carta al padre solicitando mi admisión como numerario del OD.

Para entonces se me pidió que no le dijera nada a nadie de mi decisión. A mis padres no, porque no lo iban a entender pues ya empezaban a cansarse de que a mi casa fuera sólo a comer y a dormir. A los curas de mi colegio tampoco porque no aceptaban a la obra. A mi primo ya no le veía y a los demás amigos, ya se vería cómo hacerlo. Lo fundamental para entrar en el OD fue el aspecto lujoso del centro, pertenecer a la élite. Yo no tenía madurez ninguna para juzgar críticamente, no había tenido ninguna experiencia sexual aún, no podía valerme de mí mismo porque era un niño. Y se me llevó al OD poniendo un caramelito rico delante mía para que pasara al interior de la obra sin tener ni idea de dónde entraba. Esto fue sólo el comienzo.

Parte 2ª: Me fui de la obra gravemente trastornado

Aquella mañana de febrero de 1978 la recuerdo como algo muy especial en mi vida, como si fuera ayer mismo, llena de sol dorado brillando con la misma luz en mi interior. La noche había sido muy dura, como un parto, con una criatura que acababa de nacer de dentro de mí después de empujar durante algunos meses sin que yo fuera consciente de ello. Esa criatura era yo nuevamente libre, otra vez mío.

Me dirigía a mi colegio por un camino distinto al normal para no pasar por delante de la residencia que había decidido dejar para siempre. Y, curiosamente, sentía una paz profunda, serenidad, silencio en mi espíritu, alegría. Y digo curiosamente, porque después de haber decidido "desertar" se suponía que debería estar angustiado. Me faltaban un par de meses para cumplir los 18 años. Ese curso estudiaba COU, tenía que hacer la selectividad y decidir mi futuro profesional.

Había estado malo en la cama con una gripe los días anteriores. Estos últimos meses estaba angustiado con la situación que vivía. Mis padres, sobre todo mi padre, se mostraban radicalmente en contra de la obra y yo me sentía dividido entre mi vocación y mi familia porque eran irreconciliables. Como yo era menor de edad seguía bajo la tutela de ellos. Por eso me encontraba en una situación especial. Estaba haciendo el "centro de estudios", un periodo de adoctrinamiento especialmente intenso, pero viviendo en casa de mis padres con todos los conflictos que eso supuso puesto que "mi casa" no era la de mis padres sino la de la obra, y la "casa de mis padres" en realidad era como una pensión donde sólo comía, se me lavaba la ropa sucia y dormía, pues me levantaba antes que nadie en la casa, ,vivía el "minuto heróico", osea tirarse de la cama sin remolonerías, besaba el suelo diciendo "serviam", me duchaba con agua fría, me iba al centro, hacía hora y media entres unos rezos y otros, desayunaba en el centro, me iba al colegio donde empezaban las clases a las 9, volvía media hora a comer al mediodía la comida que había preparado mi madre, regresaba al centro, pasaba allí toda la tarde, y no regresaba hasta rayar la medianoche. Entonces no hablaba para guardar el silencio mayor.

Ya había hecho la oblación y tendría que renovar los votos el día de San José. Además de los estudios, que ya se estaban resintiendo gravemente con tanta dispersión, de la tensión en "casa de mis padres", de las obligaciones en el centro de estudios, del plan de vida, de las exigencias del apostolado, me cayó encima la apertura de un nuevo centro, que era un piso de un supernumerario, según nos dijeron, y que estaba en el otro extremo de la ciudad donde yo vivía por lo que tenía que coger el autobús para ir allí. Había que conseguir gente para las actividades del piso, sobre todo para las meditaciones. Y la cosa no cuajaba. De director se fue uno de los residentes del centro donde pité. Estudiaba 4º de biológicas y yo pensaba que estaba amargado por su humor ácido y su comportamiento antipático. Fue mi director espiritual un tiempo y tenía la impresión de que no me escuchaba. Quería que el club se llenara de estudiantes, Yo me sentía responsable de que no encontráramos gente para acudir al centro. Los viernes por la tarde me metía en la casa de alguien que apenas conocía, algún muchacho de mi edad, para intentar convencerle de que se viniera conmigo al centro. Pero no se venían porque ni eran amigos míos ni compartía nada con ellos. Yo era forzado por mis directores a hacer aquello tan indigno.

A esas alturas yo ya no tenía amigos. Los que tuve, o me habían dejado por no aceptar que les presionara para que vinieran a la obra, o ya estaban dentro y no podían seguir siendo mis amigos. Así que me sentía bastante solo y mal aunque yo pensaba que eso era lo que debía sentir porque tenía que ser consecuencia del camino de sacrificio que había elegido. En el colegio me sentía un bicho raro. Los recreos eran una tortura porque tenía una lista de personas a las que tenía que abordar para atraerlos a la obra. Esa lista la confeccionaba en la charla semanal con mi director espiritual, el enésimo para entonces.

Mi pecado fundamental era contra la castidad. Al entrar en la obra, durante dos años lo llevé perfectamente lo de la pureza (entiéndase, lo de no practicar el sexo de ninguna forma). Pero después de hacer el voto de castidad, la cosa se me puso muy difícil, sin saber por qué. Ahora veo con toda la naturalidad lo que le pasaba a un adolescente de 16 ó 17 años, con una eclosión hormonal. Pero entonces yo no comprendía que estuviera en una "tentación" permanente, ni ningún "director" espiritual fue capaz de hacérmelo entender o de guiarme con razones. Al contrario, cada vez me sentía peor, sucio, indigno,en pecado mortal. Y le cogí miedo y asco a mi sexo. Cada vez que caía cuando estaba a solas sentía un pesar profundo, el sentimiento de haber traicionado algo, y me veía impelido a la confesión urgente para no dejar la comunión diaria.

Eran tales el miedo y la vergüenza que me producía pecar contra la castidad que me serví de ellos para "sellar" mi salida de la obra. Pero de ese momento hablo después.

Yo quería ser médico. Mi abuelo lo era y cuando yo tenía 6 ó 7 años, un día me regaló un fonendoscopio de los antíguos, con una campana de pasta negra unida a dos gomas con tapones para los oidos. Desde entonces quise ser médico como mi abuelo. Pero el director de mi centro me dijo que yo no servía para la medicina sino que debería ser abogado o periodista. Y que lo mejor era estudiar periodismo en la Universidad de Navarra (la de la obra, claro). Ahora soy médico, y adoro mi profesión. Pero mucho me temo que habría acabado estudiando periodismo o abogacía, lo que por otro lado probablemente habría sido indiferente porque con bastante seguridad me habrían ordenado sacerdote sin llegar a ejercer ninguna profesión.

Un día, uno de los tantos residentes mayores que me dirigieron en la charla, me dijo que mi letra no me serviría para estudiar en la universidad porque era muy legible y por tanto muy lenta. Yo entendí que tenía que cambiar mi forma decescribir y así lo hice. Modifiqué completamente mi escritura para adaptarme a lo que se me insinuaba por mi director espiritual. La nueva letra era fea e iligible. Era un signo del control que la obra estaba operando en mí.

Siempre había sido brillante en los estudios, uno de los empollones de la clase. Supongo que por eso se fijaron en mí los de la obra porque mis padres eran de clase muy normal como para buscar dinero o influencia, y hasta con problemas económicos durante los años de la transición política española. Me gustaba aprender; de hecho en lo que me fijé cuando fui por primera vez a un club de estudiantes fue en la sala de estudio y la tranqulidad que había allí para estudiar.

No obstante en 2º de BUP, por vez primera en mi vida, suspendí un examen, el de física. Mi pensamiento estaba bloqueado. No entendía los conceptos mientras preparaba la prueba, ni podía razonar durante el examen. No había tenido tiempo, ni tranquilidad para estudiar con todas las tareas que diariamente cumplía. Eso fue un mazazo para mí (y para los que me conocían de siempre). Ya hacía algún tiempo que mi rendimiento escolar estaba bajando. Paradójicamente, al hacerme numerario pasé de brillante a mediocre en mis notas. Incluso suspensos. Yo notaba que mi raciocinio se estaba debilitando. Estaba perdiendo mi capacidad de análisis en los estudios y también me costaba recordar lo que había estudiado. Aquella incapacidad mental me asustó mucho. Me pasó con las matemáticas, con la lógica y con la química orgánica. Y se repitió durante el curso de verano cuando era incapaz de entender y recordar lo que se decía en las clases de filosofía y demás materias del primer semestre.

Un día se me acercó el "jefe de estudios" del centro para hacerme una corrección fraterna. Me dijo que estaba sacando malas notas y que tenía que mejorarlas. Me resultó muy injusto su comentario porque no tenía en cuenta lo que me estaba pasando, no me daba una solución y, además, no podía discutir con él si me parecía bien o no lo que me decía porque. Para colmo, ese muchacho, que también estudiaba biología, sacaba la carrera a trancas y barrancas. Y no me parecía muy listo porque tenía unas ideas bastante peregrinas en cuanto a la teoría de la evolución de las especies pues pensaba que la teoría no tenía fundamento y que igualmente las especies podían haber surgido como lo explica la biblia.

Y así estaban las cosas aquél mes de febrero de 1978. Caí enfermo de gripe, con fiebre alta. Supongo que a ello contribuyó el agotamiento mental y físico, y la desmoralización que padecía. Me sentía solo. Llamó mi madre al centro para decir que estaba malo en la cama y que no podría ir. Estuve 3 ó 4 días en cama con sudor y fiebre y durante ese tiempo nadie de la obra fue a verme, ni siquiera me llamaron por teléfono. Me sentí muy triste y abandonado. Pero allí estaba mi madre cuidándome, y me sentí bien en "su" casa. Al cuarto día de no tener noticias de ninguno de mis hermanos del opus, cuando caía la noche, me dije: si no me llaman hoy antes de la medianoche, me voy. Les dí una oportunidad aunque deseaba fervientemente que no llamaran. Pensé que si no lo hacían podría ser una señal del Señor para que me fuera. Y no me llamó nadie, por lo que decidí marcharme. Estaba muy nervioso, muy agitado, con un pellizco en el estómago. No podía haber marcha atrás, no soportaba ya más la situación mental y física en la que me encontraba, y ellos me habían olvidado. Yo tenía que terminar con aquello de una manera irreversible. Lo que hice fue pecar contra la pureza yo solo varias veces seguidas lo que supondría algo que no me atrevería a decir jamás por vergüenza. De esa manera me forcé a no volver más a cruzar el umbral de la obra.

Al día siguiente me desperté descansado y tranquilo. El sol ya había salido. Mi madre estaba escuchando la radio mientras desayunaba. Yo me levanté sin tirarme a besar el suelo. Me levanté bien erguido, le dí un beso a mi madre y le dije que ya no volvería a la obra. Y me fui al colegio siguiendo otro camino para no encontrarme con nadie del opus. En mi clase del colegio había otro numerario que yo había metido. Era muy buena persona, otro idealista manipulado. Me acerqué a él durante el recreo en los servicios y le dije: reza siempre mucho por mí porque me voy de la obra. Sólo tenía que aguantar hasta el día de San José para romper todos los vínculos.

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