Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

Tus escritos
Inicio
Quiénes somos
Correspondencia
Libros silenciados

Documentos internos del Opus Dei

Tus escritos
Recursos para seguir adelante
La trampa de la vocación
Recortes de prensa
Sobre esta web (FAQs)
Contacta con nosotros si...
Homenaje
Links

¿QUÉ NOS HICIERON?

ANGEL

1. ¿Qué nos hicieron? (8-5-2004)
2. El nuevo numerario (12-5-2004)
3. De Oblato a Agregado (16-5-2004)
4. De Vademecum liberanos Domine (27-5-2004)
5. Del Opus Dei virtual al real (6-6-2004)

¿Qué nos hicieron?

Es bueno comenzar por una obviedad. Por lo general, no hay páginas web de ex jesuitas o de ex Kikos, ni tampoco existe abundante literatura sobre las experiencias vividas, al interior de esas organizaciones, de quienes se salieron. ¿Qué fue lo que nos marcó de manera tan profunda que nos impulsa a realizar esta especie de catarsis pública? ¿Qué es aquello que nos afectó tan vitalmente que nos podemos, para bien o para mal, permanecer indiferentes ante lo que experimentamos en el Opus Dei?.

Hace casi 30 años que me fui del Opus, después de ser numerario por más de once: pité a los 16, en un continente y país lejano de Europa, y me marché a los 27 con la Fidelidad hecha. También conocí y conviví en varios breves periodos con Escrivá, durante los años que hice el Centro de Estudios en España y cursé mi carrera. Pero, a pesar del tiempo transcurrido, e incluso no tener ya fe, no he podido superar completamente esa etapa de mi vida y por lo que veo en esta página nos pasa casi a todos. La prueba es que estoy escribiendo estas líneas y que leo cuanto se publica sobre el Opus. En mi biblioteca personal libros sobre el tema ocupan un considerable espacio.

Paradójicamente, eso me ha permitido tener un conocimiento que nunca lo tuve cuando era numerario. No había acceso a las Constituciones, la información era dosificada y no era de buen espíritu ir preguntando, además de arriesgar una Corrección Fraterna.

Una parte fundamental, y peligrosa, del sistema del Opus es no dar la información completa de a qué te estás en realidad comprometiendo, para no espantar al candidato que no está preparado para asimilar algunas realidades. ¿Qué pasaría si les hablaran antes de pitar a los adolescentes que iban a tener que usar cilicios y disciplinas; o las candidatas a numerarias que no volverían a dormir sobre un colchón? ¿Qué sus cartas van a ser censuradas o que tendrán que renunciar a la familia?

Por eso, tal vez lo que daña y afecta a las vidas tocadas por el Opus, es un método de captación que oculta información, avasalla y tiende a no respetar la libertad para decidir, usando como excusa la “santa” coacción, ya que lo que importa en verdad no es la persona, sino el número de los que pitan. Esa compulsión también se explica por la cantidad de deserciones, pese a las dificultades que te ponen para salir. Lo que hace que no se discrimine si en realidad el individuo tiene vocación; o las consecuencias que puede tener, especialmente para una personalidad todavía no formada como es el caso de la adolescencia, el compromiso que asume. Lo que provoca que el Opus en su cacería frenética y compulsiva de vocaciones, deje tirada en el camino a mucha gente a la que ha dañado en su desarrollo personal y generado problemas de diverso tipo, incluyendo los sicológicos.

Voy a exponer mi caso. Hoy el Opus y sus métodos son conocidos. Pero no lo era hace más de 40 años y menos en mi país donde recién empezaba. Estaba en el colegio cuando un compañero –numerario adscrito- me invitó a conocer una casa de San Rafael, sin decirme de que se trataba. A poco de estar allí me di cuenta que se trataba de algo religioso y me preocupé, porque temí que fuera protestante. Recién comenzaba el Vaticano II y el ecumenismo no estaba de moda.

Mi amigo me presentó a un español mayor, todos lo que vivían en esa casa lo eran, que me empezó a hablar de vida espiritual y de cosas que yo no entendía. Mi catolicismo no pasaba de una aburrida misa dominical en latín. Pero para mi desgracia ese día me había confesado. El español me preguntó a bocajarro si me moría dónde me iría y yo que acaba de pasar por el sacramento de la penitencia, le dije que al cielo y que no tenía pecados mortales. Cuando se convenció de que no mentía, creyó que había encontrado un santo.

Desde entonces no me dejó en paz, me llenó de rezos del rosario, oraciones mentales y demás cosas por el estilo. Visitas a los pobres, meditaciones los sábados, convivencias. Un mundo nuevo que me deslumbraba. Como el ambiente me gustaba, sobre todo la tertulia sabatina y los paseos, le seguí la corriente, aunque no cumplía las normas. El Opus Dei casi no se mencionaba. Tal vez porque no hubiera sido fácil explicarle a un chiquillo inmaduro y sin mucha formación religiosa, conceptos totalmente ajenos como el de Instituto Secular (en esa época todavía lo era), término absolutamente desconocido.

Cómo el español andaba obsesionado por el apostolado, también invité a un par de amigos para que me dejara en paz con sus exigencias, aunque salieron corriendo. Pero quien me trataba quedó convencido de mi vocación proselitista, aunque después de escribir la carta me obligaría a romper mi amistad con ellos.

Lo que no sabía era que mis fingimientos adolescentes me costarían, además, once años de mi vida. Pasados unos dos o tres meses de ir a la Casa de San Rafael, me plantearon que tenía vocación y sin reflexionar escribí la carta. Por supuesto que me dijeron que no lo comentará con mis padres, ni con nadie.

Poco a poco me empecé a dar cuenta en que me había metido, aunque ya me había acostumbrado. Al poco tiempo me enviaron a Europa, a la Universidad de Navarra, y seguí tirando hasta que un día el hilo se rompió. Pero esa es otra historia que ya la contaré.

Creo que muchos podrían contar experiencias similares en esencia. A lo mejor si rastreamos por allí, podríamos encontrar las respuestas a las preguntas que planteaba al inicio.


El nuevo numerario

Una de las ventajas de mirar desde la experiencia personal y a la distancia el Opus Dei es que permite ver algunos cambios incluso en temas fundamentales, aunque se nieguen, y la adaptación forzada que ha sufrido la Obra a una realidad distinta a la España de la post guerra civil en que se forjó.

Los que fuimos numerarios hace más de 30 años (¿Qué nos hicieron?), podemos percibir con claridad esta evolución. Sin embargo, no hay que ir muy lejos, sino simplemente comparar las Constituciones aprobadas en 1950 y los Estatutos de 1982. Y no me refiero a la obvia transformación de ser miembro de un Instituto Secular, concebido como estado de perfección, a convertirse en fiel de una Prelatura Personal.

Uno de los cambios más evidentes es en el concepto del numerario. En el artículo 15 de las Constituciones de 1950, se recalcaba que el numerario –el único que era miembro en sentido estricto- asumía o conservaba sus funciones en la administración pública, en la enseñanza, en el ejercicio profesional, del comercio, etc. Había una insistencia en ocupar los puestos de primera fila académicos y en los cargos públicos o de dirección. Es decir, el numerario se santificaba en un “perfecto cumplimiento de su profesión o cargo”. Se trataba de cristianizar la sociedad desde dentro, con un concepto muy de milicia, para poner a Jesús –según se decía- en la cumbre de todas las actividades humanas. Era el catolicismo de cruzada, consecuencia de la Victoria en la Guerra Civil. De allí las invocaciones de Camino a ser caudillo. Este trabajo apostólico se orientaba, de manera especial, a los estudiantes de las universidades del Estado, para captar a los intelectuales y asegurar la catolicidad de la cultura. La vocación era cosa de hombres y no de adolescentes inmaduros.

Para el gobierno de la Obra y ejercer la formación interna, estaban los sacerdotes y particularmente un grupo de numerarios llamados “inscritos”. Ricardo de la Cierva los ha calificado como “especie de guardia pretoriana que actuaba como reserva exclusiva para cargos directivos”. Eran la elite de la elite, de entre ellos se escogían los “electores” cuya función principal era designar al Presidente General.

Los “inscritos”, de los cuales no se nos hablaba y sólo con tiempo en el Opus te enterabas de la existencia de esta categoría superior. Los “inscritos” constituían la burocracia interna, dedicada a las labores internas a tiempo completo; y estaban claramente diferenciados de quienes éramos simples numerarios, que ejercíamos nuestra profesión, encargos apostólicos y vivíamos en las casa de la Obra gobernados por los “inscritos”.

En mis más de once años en el Opus, me dedique casi todo el tiempo a mi profesión como un cristiano corriente y sólo en los últimos dos años, trabajé en una obra corporativa e integré, aunque por muy escaso tiempo, un Consejo Local. La época estaba cambiando. Esta experiencia, terminó siendo determinante en mi salida.

La figura de un célibe dedicado a la vida de apostolado y a la vez ejerciendo su oficio en el mundo, era viable en la España oficialmente católica de la post guerra –con la ortodoxia de la fe dominando la enseñanza pública-; sometida además severo control clerical de los usos y costumbres. En ella el numerario podía estar en el mundo protegido por la propia sociedad.

Pero la situación hoy es distinta. La figura del numerario de 1950 no sólo no se adapta a mundo competitivo, secularizado y en muchos aspectos descristianizado; sino que la propia perseverancia en la vocación de numerario corre riesgo al contacto con ese ambiente. Asimismo, las universidades públicas se han convertido en territorio hostil, al tipo de apostolado que se planteaba en 1950.

Por otro lado, es muy difícil desempeñar un trabajo profesional normal y con calidad, si tienes que hacer dos medias horas de oración al día y demás normas del plan de vida; comer al mediodía en casa a la hora fijada, participar después en la tertulia y rezar el rosario en familia; o que permanecer obligatoriamente por lo menos dos horas en el centro, para poder usar el cilicio. Encima, si llegas tarde en la noche, hay un numerario que se desvela esperando tu regreso, lo cual añade una presión adicional para que no tardes. De la misma forma, tienes que disponer de casi un mes al año, para el Curso Anual; cinco días anuales para el Retiro Espiritual; etc. Sumando a esto las charlas semanales que tienes que recibir; los círculos que tienes que dar; las convivencias a las que asistes; y cualquier otro encargo apostólico. Además, no se puede pretender ser un cristiano corriente si limitas tus relaciones profesionales con mujeres; si tienes censurada la televisión, los periódicos y revistas, los libros, el internet; si estás prohibido de asistir a espectáculos públicos; etc. Todo esto afecta al nivel cultural del numerario y a su comprensión e integración con el mundo que lo rodea.

¿Alguien se puede extrañar de las crisis y quiebres sicológicos de un numerario, sometido a las exigencias internas y al esfuerzo de estar obligado a desempeñar un ejercicio profesional a tiempo completo y exitoso?.

El Opus lo ha comprendido. En los Estatutos de 1982 ha cambiado radicalmente la figura del numerario. En el capítulo II, artículo 8 y punto 1, después de destacar que vive “celibato apostólico” se afirma que los numerarios “se dedican con todas sus fuerzas y con su máxima disponibilidad personal de trabajar, a las peculiares empresas de apostolado de la prelatura y habitan ordinariamente en las sedes de los centros del Opus Dei para cuidar de aquellas empresas apostólicas y dedicarse a la formación de los demás fieles de la prelatura”. Ya no más apostolado en cargos públicos o universidades del Estado. El numerario dejó de ser, como decía Escrivá, “una inyección intravenosa en el torrente circulatorio de la sociedad”. Ahora pitan para trabajar en las empresas de apostolado y a dedicarse a la formación de los demás fieles de la Prelatura. Por eso, en el artículo 9 del mismo capítulo, la primera y fundamental condición para ser numerario es “gozar de plena disponibilidad para dedicarse a las funciones de formación y a las labores apostólicas peculiares del Opus Dei”.

En los Estatutos de 1982 desaparecieron los “inscritos”, porque sus funciones han sido asumidas por todos los numerarios, que de esta manera han dejado el mundo, ya que la característica de su vocación es dedicarse de manera primordial a tareas internas. Hasta el énfasis en el trabajo profesional se ha matizado. El artículo 2 señala que (el subrayado es nuestro) “no abandonan el ejercicio del trabajo profesional o de otro equivalente”. Es obvio que el “equivalente” es la labor al interior del Opus. Se santifica el trabajo, pero no necesariamente el profesional. Por lo general, si los numerarios ejercen su profesión, lo hacen básicamente en obras corporativas y comúnmente como maestros, con horarios y exigencias adaptadas a su peculiar vocación. Estando siempre dispuestos a ser ordenados y formar parte del presbiterio de la Prelatura. Es decir, la figura del numerario se ha clericalizado, incluso en algunos aspectos recuerda a la función que desempeñan los religiosos al interior de sus institutos.

Pero hay un elemento adicional. El Opus ha evolucionado para concentrarse, cada vez más, en las labores de enseñanza que promueve de manera directa o indirecta. Hasta el extremo que hoy el acento está en lo educativo: colegios, universidades, academias, etc., en la medida que se teme a las consecuencias de la enseñanza pública y a la experiencia de lo difícil que resulta hoy obtener vocaciones en su ámbito. Los hombres ya no pitan de numerarios, de allí que se hace necesaria la labor con niños para irlos preparando. Por eso, los numerarios cada vez en mayor número se dedican a estas tareas.

Hace unos años había al interior del Colegio Romano, un Instituto de Ciencias Educativas, que dependía de la Universidad de Navarra –aunque sin reconocimiento académico de los estudios- donde junto con la formación interna, algunos numerarios recibían un barniz de ciencias pedagógicas para hacerse cargo de los centros de enseñanza que se multiplicaban. Algo similar, aunque lo hacen con mucho más profesionalismo, a lo que tienen los hermanos Maristas o de La Salle.

Todo esto, ha generado un proceso de endogamia interna. Los supernumerarios –una de sus obligaciones es que su familia sea semillero de numerarios- envían a sus hijos a colegios, directa o indirectamente de la Obra. Allí junto con otros muchachos que proceden de ambientes distintos, pitan de numerarios a los 14 o 15 años, van al Centro de Estudios, cursan una profesión en universidades del Opus y acaban trabajando en obras corporativas o de formación y dirección. Otros son destinados al Colegio Romano y se ordenan. En resumen, crecen y se forman en una pecera, sin experiencia directa de la realidad de la sociedad.

Un ejemplo, de este progresivo alejamiento del mundo del numerario, es el actual Prelado, Javier Echevarria. Desde muy joven vivió aislado en Roma, al lado de Escrivá. No tiene una profesión civil, y menos aún ha ejercido ningún trabajo, distinto a los cargos internos. Es el símbolo del nuevo numerario.



De Oblato a Agregado

Muy importante el debate sobre la figura del agregado, el cual revela la dificultad para entender esa categoría de socios, sobre todo en un sociedad cada vez más democrática.

Para tratar de comprender es necesario rastrear en el nombre que tuvieron inicialmente, de gran raigambre eclesiástica: oblatos. Las primeras experiencias para incorporar laicos a los moldes de vida religiosa, todavía ligadas al mundo monástico, fueron hasta fines del siglo XII, las de oblatos y conversos. Estos últimos, serían el germen de los legos, dedicados al servicio y atención personal de los conventos. Se trataba en ambos casos de sistemas voluntarios de asociación más o menos estricta a los ideales y formas de vida de los monjes, sin abandonar por ello el vínculo del matrimonio o el trabajo manual.

El modelo más antiguo fue el de los oblatos, que contaba ya con numerosos precedentes en la época altomedieval. Mediante este sistema grupos de laicos, generalmente campesinos, se ofrendaban con su prole a un monasterio para mejorar sus condiciones de vida tanto material como espiritual. A cambio del amparo y manutención monásticos, estas comunidades adoptaban formas colectivas de comportamiento religioso definidas por la austeridad, la oración y la abstinencia.

El oblato terminó siendo definido en el derecho de la Iglesia como una persona que se incorpora a una comunidad religiosa, haciendo donación de sus bienes y comprometiéndose a observar un reglamento, aunque sin abandonar las vestiduras laicales. En ese sentido, apareció la figura del “hermano” en muchas congregaciones o sociedades de vida común, algunas de las cuales terminaron llamándose Oblatos de Santa María o de San pablo, etc.

Según lo establecido en las Constituciones del Opus Dei de 1950, sólo el numerario era realmente miembro del Opus Dei. Por eso, concebido el numerario como un aristócrata social y de la inteligencia, físicamente impecable, en busca de la perfección espiritual; se dio la figura de los oblatos –dentro de la más rancia tradición religiosa- como aquellos que en la periferia del Instituto vivían como numerarios, aunque estaban imposibilitados de serlo por su extracción social, educación o cualquier otro impedimento. Eran oblatos, en la medida que se asimilaban al Opus Dei, viviendo de acuerdo a un reglamento y donando todos bienes, para vivir como numerarios sin abandonar su familia (ni sus “vestiduras laicales”).

El artículo 25, punto 1, de las Constituciones de 1950 era muy claro al respecto. Señalaba que los oblatos “siendo solteros y libres o liberados de todo vínculo, quieren de una manera sólida o animosa consagrar su vida entera al Señor y a las almas a la manera de los numerarios”. En esta frase está la clave: su vocación era vivir “a la manera de los numerarios”, sin serlos en la realidad. En síntesis, actuar como los oblatos de la historia de la Iglesia. Por eso, en algún momento Escrivá pensó también que asumieran la tradición de los conversos o legos, prestándoles servicios personales a los señoritos numerarios.

En este esquema, y dentro de una sociedad rígidamente clasista como la España de la post guerra, los oblatos provenían fundamentalmente de sectores no burgueses. De allí, la insistencia en las Constituciones de 1950 que su apostolado tenía que ser en su “propia clase y condición social” (art. 25, punto 6). Exigencia que no existía, por ejemplo, para los supernumerarios y mucho menos para los numerarios. Además, proporcionaban el ejemplo de que el Opus Dei era para todas las clases de la sociedad.

Al cambiar la sociedad volviéndose más horizontal, y extenderse el Opus Dei por el mundo, la figura del “oblato” –además de ser propia del mundo de los religiosos- se volvió muy complicada; y el “oblato” se transformó en “agregado”. Los “agregados" no podía ser eliminados tan fácilmente como la categoría de los “inscritos" (El nuevo numerario). Pero el cambio obligado trajo aparejado una dificultad: cómo diferenciarlo de manera clara del numerario. Ese problema, y confusión, lo reflejan los escritos que se han publicado de los ex agregados.

Ahora las fronteras entre el agregado y el numerario, se están difuminando teóricamente. Como indican los Estatutos de la prelatura de 1982, el agregado consagra “su cuidado a concretas y permanentes necesidades personales, familiares o profesionales” (art. 10, punto 1). Como si los numerarios no tuvieran “necesidades personales, familiares o profesionales”. Sin embargo, a renglón seguido se dice que de no disponerse otra cosa “asumen todas las funciones y obligaciones de los numerarios” (punto 2). También los agregados pueden hacer vida de familia, viviendo en casas especiales para ellos; incluso ordenarse y ser parte del clero de la Prelatura, denominándose coadjutores o sacerdotes agregados del Opus Dei.

Ha desaparecido el condicionamiento de la extracción social en los Estatutos de la Prelatura, aunque tal vez no completamente en la praxis. Otras diferencias entre agregados y numerarios son meramente accidentales, como el no tener enfermedades crónicas o carecer de título universitario, porque no están impedidos de hacer estudios superiores ni se les desalienta para que no la hagan, como a las numerarias auxiliares.

La categoría del agregado está en evolución, igual que la del numerario. En la medida que el Opus Dei se clericaliza -hoy es una Prelatura Personal (estructura clerical) con laicos constreñidos a ser asociados de la labor de los sacerdotes que integran su presbiterio-, también pasa lo mismo con la categoría del numerario; cuya vocación ahora se define en función de ser la principal cantera para los sacerdotes y constituir básicamente una burocracia interna, dedicada casi en exclusiva a labores apostólicas y de formación (El nuevo numerario).

Frente a esta realidad el agregado parece estar destinado a convertirse en el modelo secular paradigmático, de un fiel de la prelatura de entrega completa. Vive en celibato apostólico, como cristiano corriente en medio del mundo, en el seno de una familia y pertenece a todas las clases y profesiones sociales. Lo que los miembros numerarios nunca llegaron a ser. Cómo se ve el camino de oblato a agregado ha sido largo.


De Vademecum liberanos Domine

La publicación del Vademécum de los Consejos locales pone de relieve un aspecto muy negativo, del cual hemos tenido experiencia quienes teníamos algunas inquietudes intelectuales, del Opus Dei por las consecuencias que conlleva: la censura y control totales que se ejercen sobre el conocimiento y la información que adquieren los fieles de la Prelatura.

La lectura se acepta, dentro de una concepción utilitaria, sólo como un requisito –además peligroso- de las exigencias de la formación profesional. Leer por placer, para estar actualizado o sencillamente incrementar conocimiento no sólo no es considerado, sino que tácitamente se desalienta. Esta concepción negativa aflora cuando en el Vademécum, se advierte sobre esta tentación de leer que puede tener como trasfondo “posibles falsos motivos: desde la vana curiosidad, escondida quizá como ‘interés científico’, o ‘necesidad de estar al día’, hasta un posible complejo de inferioridad ante falsos prestigios construidos por una opinión pública hostil a la doctrina de Jesucristo” (pag.100).

Se lee por motivos profesionales y no para perder el tiempo. La única excepción son las lecturas para distraerse en épocas o momentos de descanso, que están rigurosamente reglamentados en el Estatuto: “Por las exigencias de la propia vocación, muchos fieles de la Prelatura han de leer libros y publicaciones en relación con su trabajo profesional, y con los distintos aspectos de la formación doctrinal y cultural, o, en fin, como distracción en momentos o temporadas de descanso” (pag.99).

Tampoco es prioritario ni necesario estar informado de las nuevas corrientes: “Lo aprovechable de las nuevas corrientes de opinión, en materia de fe y de costumbres, podrá ser asumido por los no especialistas sólo cuando tenga las necesarias garantías” (pag.96). De esta manera, la ignorancia de lo actual se convierte en virtud.

El objetivo es claro y para eso basta para la mayoría de los fieles de la Prelatura una formación básica de un catecismo que considera seguro: “Se trata de impartir, de manera concisa, la doctrina positiva, con claridad, sencillez y profundidad. También, para mejorar la formación doctrinal-religiosa, es conveniente que estudien el Catecismo de San Pío V, en edición antigua o, si es reciente, completa y sin interpolaciones: auténtica” (pag.93). A lo que hay que añadir que los Estatutos establecen el sometimiento total a la filosofía y teología de Santo Tomás de Aquino.

Por eso, finalmente la lectura, cuando no hay más remedio, queda reducida a: “Calificaciones doctrinales de libros, notas bibliográficas breves, recensiones, bibliografías positivas, bibliografía general de formación cultural, etc. Los Consejos locales archivan con orden este material —pueden colaborar otras personas del Centro—, para poder localizar enseguida la información necesaria. Por esto, no se saca de las sedes de los Centros. Cuando algún miembro de la Prelatura necesita consultarla, el Consejo local se la facilita, aunque muchas veces, especialmente a los más jóvenes, bastará transmitir de palabra la información necesaria” (pag.99).

El colmo es que este material de segunda mano, debidamente censurado, que termina por remplazar a los libros, ni siquiera puede ser leído por los más jóvenes –no vaya a ser que malinterpreten algo- y éstos tienen conformarse con el resumen que les haga oralmente su director.

Prohibido prohibir

El Vademécum va más allá que el desaparecido Index y prohíbe todos los libros y en particular los marxistas “que hayan sido expresamente reprobados por la competente autoridad eclesiástica; los libros y artículos de autores no católicos, que traten expresamente temas religiosos, salvo que conste con certeza que nada contienen contra la fe o las costumbres; los escritos contrarios a la fe o a las costumbres; los libros que carezcan de aprobación eclesiástica y que la necesiten a tenor del C.I.C., cc. 825–827; las obras de los autores de orientación marxista, teniendo en cuenta que la influencia de esa ideología se presenta en muy diversos campos culturales y científicos; los libros que sin ser explícitamente anticatólicos, heréticos, inmorales, etc., sean, sin embargo, ambiguos y confusos (y, por tanto, peligrosos) en puntos
referentes a la fe o a la moral”
(pag. 102).

De esta censura casi absoluta, no se libran ni la publicaciones con Imprimatur
eclesiástico: “Como enseña la historia, no raramente se editan libros y revistas con Imprimatur —seguramente por error—, que, sin embargo, deben considerarse incluidos en el párrafo anterior” (pag.102).

Tampoco se libran los documentos de la Iglesia. Recuerdo que en los sesenta en América Latina, estaba prohibido leer los textos aprobados en Medellín por la Conferencia Episcopal latinoamericana (CELAM), con participación del papa Paulo VI.

Sin embargo, el Vademécum aparentemente establece una excepción cuando “por razón del oficio que desempeña, o por causas de estudio, de investigación, o de trabajo, etc., una persona de la Obra precisa leer libros erróneos o que puedan conducir al error, el Consejo local, después de asegurarse de la necesidad de la lectura, pedirá el permiso correspondiente a la Comisión Regional, especificando la obra o las obras, el motivo y el tiempo (nunca más de un año) para el que se pide el permiso. En el caso de libros marxistas o de autores considerados como precursores próximos del marxismo, salvo casos excepcionales, sólo se concederá permiso para leer una obra cada vez” (pag. 103). Como se aprecia la obsesión sigue siendo el marxismo –y hasta quienes les parece “autores considerados como precursores próximos del marxismo”- que resulta a los ojos del Opus Dei más dañino que una obra teológica no católica: por eso una obra cada vez. Si estuvieran actualizados y pudieran informarse con libertad, sabrían que el marxismo está en revisión y hasta cuestionado en aspectos fundamentales. Razón por la cual esta fijación resulta un anacronismo, como preocuparse por el gnosticismo en pleno siglo XXI.

Pero esta aparente tolerancia resulta engañosa. En primer lugar, el procedimiento constituye una valla de obstáculos: primero tiene que convencer al Consejo Local y después a la Comisión Regional. Si lo consigues tienes como máximo, si vas con suerte, un año. Como se ve las posibilidades de hacer un trabajo serio y profundo son limitadas. Más aún, no sólo tienen que esperar y disponen de un tiempo o número de obras limitado, sino que además “a la vez que lee el libro, ha de ir redactando una nota crítica detallada —más o menos extensa, según los casos— que entregará a los Directores” (pag. 104). Es decir, mejor se dedican a otra cosa.

Qué hacemos com Stigler

Parece lógico que se vele por la fe y las costumbres. Sin embargo, para el Opus Dei este concepto es tan amplio que acaba englobando todo: “Suelen tener relación con la fe y las costumbres cristianas, no sólo las publicaciones de teología, filosofía o derecho canónico, sino también muchas novelas y obras de creación y publicaciones de ciencias como la psicología, la sociología, o la economía” (98). Asimismo, es peligrosa “una novela (o una obra de creación), con descripciones gravemente inconvenientes” (pag.103). Esto es una consecuencia de creer que todas “las ciencias humanas, en sus problemas más hondos y básicos, guardan siempre relación —más o menos directa— con el contenido de la fe” (pag.107)

Nada se escapa. Pero además el Vademécum deja muy clara la obligación grave de los fieles de la Prelatura de “solicitar el oportuno asesoramiento, cuando esas lecturas se refieren de alguna manera a la fe o a las costumbres” (pag. 98). En pocas palabras, en la práctica no se puede leer sin pedir permiso a las respectivas instancias.

Esto tiene que haber generado muchos problemas prácticos –y hablo por experiencia-, porque un Consejo Local no está necesariamente informado de todo. ¿Qué se aconseja a un estudiante de economía, materia peligrosa, sobre un libro de George Stigler?. Pero el Vademécum tiene la respuesta: “Cuando el Director o el sacerdote no tiene el suficiente conocimiento de una obra determinada —por ejemplo, cuando se trata de estudios especializados, o de obras poco conocidas—, han de pedir, a su vez, orientación a quien pueda darla con seguridad y competencia” (pag.99).

Mientras el Consejo Local pregunta a la Delegación o la Comisión Regional si se puede leer a Stigler, si no es marxista o de esos “autores considerados como precursores próximos del marxismo” (pag.103) –que también están prohibidos- al alumno se le pasó la aprobación de la asignatura o la fecha de entrega de un trabajo en la universidad.

Vade retro tutores

Pero hay algo peor que los libros: “Las explicaciones orales de algunos profesores o tutores, causan quizá más daño que las lecturas” (pag. 112) Por eso el Vademécum –haciendo a un lado la obligación de santificarse mediante un trabajo buen hecho- autoriza que un fiel de la Prelatura pueda ser mal estudiante, si tiene en la escuela un profesor que a juicio de la Obra no da sana doctrina: “El interesado debe plantear su asistencia a esas clases con criterio muy restrictivo: sólo cuando sea verdaderamente imprescindible (quizá, por ejemplo, si pasan lista de asistencias). En la medida de lo posible, y aun a costa de exponerse a aprobar esas asignaturas con calificaciones poco brillantes, preparará los exámenes correspondientes pidiendo información o resúmenes a algún compañero, etc.”

Si la presencia en clases es imprescindible, el método para prevenir el mal es bastante bizarro y absurdo: “Si no se puede evitar la asistencia a esas lecciones, se planteará al alumno que tome apuntes detallados de las explicaciones orales, que luego entregará a otra persona de la Obra, designada por el Consejo local, quien le expondrá después el contenido de la materia, con la crítica correspondiente. Para esto, a veces será conveniente que esa persona —y no el alumno— lea, con el oportuno permiso, el libro de texto, o los apuntes multicopiados, señalados por el profesor” (pag. 112).

¿Si el alumno “toma apuntes detallados de las explicaciones orales”, tiene algún sentido no permitir que lea “lea los apuntes multicopiados, señalados por el profesor”? ¿Por qué no se dispone mejor que vaya a clase con tapones en los oídos y una grabadora?.

Si los problemas subsisten como solución final “se podría aconsejar la elección de otra rama, de otra Universidad o de una carrera distinta” (pag. 111). Es decir, la libertad de elección de profesión queda totalmente condicionada.

Un clásico problema

Esto afecta especialmente a los numerarios. A su calidad intelectual y a su posibilidad de inserción en el mundo de la cultura contemporánea. Refuerza el aislamiento, la mentalidad de ghetto y una actitud sectaria; y explica también la prioridad que se da a la expansión de escuelas, universidades e institutos, controlados directa o indirectamente por el Opus Dei. El futuro parece estar en formar profesores y crear centros de enseñanza, pensando sobre todo en los hijos de supernumerarios como semilleros de la Obra.

Después de leer el Vademécum se entiende también por qué el Opus Dei no destaca por sus investigaciones teológicas –“ni la materia ni las circunstancias toleran impaciencias: el conveniente progreso en las ciencias teológicas se ha hecho siempre de modo prudente” (pag.96)-; y si más bien como canonistas.

Cuando tiene teólogos y estudiosos, como Antonio Ruiz Retegui, o Raimundo Panikkar, estos llegan a serlo a pesar del Opus Dei; y los Directores reaccionan silenciándolos o concediéndoles la salida.

Hay otra consecuencia más profunda. Esta radical censura del pensamiento, unida a una formación y praxis del más rancio integrismo, genera una actitud esencialmente conservadora. Como dice Antonio Saralegui después de algunas décadas de experiencia: “La santificación del trabajo, idea básica de la espiritualidad del Opus Dei, resultaba muy atractiva para las generaciones de la posguerra española, educadas en la fe católica, la moral rigurosa, floren y la sobriedad. Tenía un matiz progresista y abierto, unas gotas de calvinismo y una cierta apertura social. Pero lo que yo entiendo, dicha idea se fue envolviendo poco a poco en un estilo autoritario, al borde del totalitarismo y en un ambiente inmovilista y conservador” (Historia Oral del Opus Dei).

Agrega Saralegui: “Desde Trento y el latín hasta la sotana y la mantilla, desde San Agustín y Santo Tomás hasta la decoración de los centros, la balanza se inclinaba por el platillo conservador. La desconfianza era sistemática ante los teólogos modernos, ante las innovaciones litúrgicas, ante cualquiera adhesión que no fuera incondicional” (Historia Oral del Opus Dei).

A esto ha conducido la rigurosa censura y la reglamentación del pensamiento y el conocimiento. En el Vademécum, por ejemplo, se puntualiza que en las casas donde haya numerarios con los cuatro años de teología terminados, podrá existir “una pequeña biblioteca, con los manuales teológicos necesarios: libros clásicos y seguros” (pag.94). Nada moderno ni nuevo, sólo “clásicos”. Significa la fosilización del pensamiento teológico.

Pero, además habrá bibliotecas teológicas exclusivamente donde los numerarios hayan terminado sus estudios, porque tácitamente se prohíbe que los demás centros pueden disponer de una. No vaya a ser que se infiltre algo que no sea “clásico”.

Todo este proceso tiene también una consecuencia política. Saralegui tiene razón cuando afirma: “Si los esquemas en que uno vive son autoritarios, inmovilistas y conservadores, sólo con un esfuerzo mental casi esquizofrénico se puede ser, de veras, socialista o liberal” (Historia Oral del Opus Dei).

Los fieles de la Prelatura, y en particular los numerarios, se encuentran cada día más al margen de la historia y la vida. ¡Qué lejos se está del desafío de ser la “aristocracia de la inteligencia” para poner a Cristo en la cumbre de las actividades humanas!.


Del Opus Dei virtual al real

Como he comentado, hace casi treinta años que dejé de ser numerario, después de estar más de once dentro. Sin embargo, pese a los años transcurridos, veo que mis experiencias y en general las de los “veteranos”, son similares a las de quienes se han alejado recientemente. Podrá existir más o menos dolor, mayor o menor trauma, pero el origen de los problemas son los mismos y no están en las personas sino en la institución.

En primer lugar, no es malo –desde el punto de vista religioso y hasta humano- que exista una prelatura personal que se dedique a fomentar en los laicos una vida libremente escogida de entrega a Dios, mediante la santificación del trabajo ordinario sin dejar de ser cristianos corrientes. Además, esa apuesta de vida fue la que nos entusiasmó y finalmente constituyó el gancho que nos hizo pitar.

Pero ese es el Opus Dei virtual no el real, porque ese objetivo no se corresponde con la realidad de la praxis. En primer lugar, la forma de reclutamiento que avasalla (¿Qué nos hicieron?) y omite información al interesado, por aquello del plano inclinado. Lo cual resulta especialmente delicado cuando se tratan de comprometer a casi niños para toda su vida. Con el agravante de la recomendación de no contárselo a nadie y en especial a sus padres, para que no puedan interferir.

Los Directores “descubren” tu vocación y te meten en un molde, sin explicarte que hay otros moldes posibles; y tampoco a todo lo que te comprometes en la letra chiquita del contrato. Me acuerdo mi sorpresa cuando conocí, después de un buen tiempo, que existían supernumerarios a los cuales yo creí en principio que eran más importantes que los numerarios, al ser unos SUPER numerarios.

Esto es consecuencia de haber reducido, en los hechos, el apostolado a proselitismo. Lo que termina interesando son que existan muchas vocaciones. Este activismo conduce –como por un plano inclinado- a priorizar a la institución y sus objetivos, por encima de las personas que terminan siendo instrumentalizadas.

Pero después empiezas, como en 1984 de Orwell, a descubrir que las palabras no corresponden a la realidad. Incluso está la omnipresencia de nuestro Padre o del Padre, equivalente del Gran Hermano. El lo ve todo: desde el cielo o desde Roma. Recuerdo -hoy me causa risa, pero revela lo condicionado que estaba- que la mayor angustia que tenía, era escribir mi carta pidiendo a Escrivá la salida. No me atrevía, me daba pánico. Sin embargo, en esos días finales falleció y yo no pude evitar un respiro de alivio. La carta a del Portillo, la escribí inmediatamente.

En este uso de lenguaje equívoco se habla, por ejemplo de hacer apostolado de la amistad y la confidencia. Sin embargo, te enseñan a fingir amistad, para conseguir un fin apostólico. Si pita se acaba la amistad y si no lo hace con mayor razón.

De la misma forma, se dice que el numerario, la columna vertebral del Opus Dei, es un cristiano corriente cuando no hay en su vocación secularidad. Lo que caracteriza a la vida religiosa son hacer compromisos vinculantes ante Dios y la institución –llámense votos o como se quiera-, uno de ellos es el celibato; estar sometido a una regla; y hacer vida común. Más allá de los juridicismos, estas condiciones se cumplen en lo esencial, en el caso de los numerarios.

Si uno ingresa de postulante en un instituto religioso –en el Opus Dei te ocultan hasta que eres postulante- sabe a donde ingresa y las condiciones de vida. Uno tiene una idea bastante exacta lo que es un franciscano o un dominico. Además, te permiten –lo que es lógico- leer la regla. No hay sorpresas, sólo conocer si se estás en capacidad de adaptarte a esa vida de sacrificio y si es realmente tu vocación. En el Opus Dei esta prudencia no existe, desde el primer momento es para siempre y se actúa en consecuencia.

El problema surge cuando vives de facto a modo de los religiosos o personas de vida consagrada. Pero te insisten, como en el caso del Opus Dei, que son un cristianos corrientes, aunque estos no tengan que vivir el Tiempo de la Noche y el Tiempo de la Tarde (lo que antes se llamaba Silencio Mayor y Silencio Menor). Usar cilicios o disciplinas que tampoco los inventó el Opus Dei, por eso se compran en los conventos. En ese sentido, la Fidelidad equivale a los votos perpetuos de los religiosos o los Centros de Estudio a los noviciados. Incluso en mi época en los Centros de Estudios se rezaba en coro en las mañanas partes del Oficio Divino: vísperas, completas, etc.

El cuadro se termina de perfilar, si a esto se le agrega que la tarea principal del numerario es, cada vez más, la labor interna y las obras corporativas (El nuevo numerario), alejándose de un auténtico trabajo profesional secular. Hasta el extremo que la figura del agregado se está redefiniendo (De oblato a Agregado), en función a esta realidad.

En el caso de las numerarias -discretas, no sabias- su tarea principal es la de cumplir la función que tienen los legos en los conventos: mantener los locales limpios y aseados, para que quienes viven allí puedan tener las mínimas (en el caso del Opus Dei son máximas) condiciones materiales, para poder dedicar su esfuerzo a la oración sin distracciones. Sin embargo, la situación de las auxiliares es más dura que la de los legos, porque están aherrojadas a una administración; y bajo la vigilancia permanente, tratadas como niñas, de las señoritas que se encargan que no aspiren más allá de ser sirvientas.

Esto además del aspecto utilitario, no es sino consecuencia de la tradicional visión negativa del cristianismo, a la que se debe Escrivá, sobre la mujer. Para Santo Tomás de Aquino, cuya teología es la única permitida en el Opus Dei, el hombre es “el principio y fin de la mujer”; y ésta es aliquid deficiens et ocasionatum (“cosa defectuosa y ocasional”). Pero el doctor Angélico va más allá y sostiene que la mujer es un mas occasionatus, ¡un varón frustrado por la casualidad, ocasional!. El hombre es considerado el sexo ejemplar, y a partir de él se interpretan –en una relación de superioridad e inferioridad jerárquicas- la naturaleza y el papel de la mujer. Por eso, las numerarias no usan colchón sino duermen sobre tablas; tenían que pedir permiso para tomar agua entre comidas; no se alienta el desarrollo personal de las auxiliares, etc. Al sexo femenino se le considera débil e inferior, cuyo sitio es la cocina o la maternidad.

Allí comienzan las crisis. Al descubrir que la visión ligth y laical de la prelatura no se sostiene; la primacía que tiene la praxis que termina tiñendo todo; y que el individuo está al servicio de la organización y no al revés.

Peor aún si has sido reclutado de la forma conocida y tienes la capacidad crítica, que el Opus Dei trata de anular siempre por todos los medios, para ver la contradicción entre el discurso y la realidad. Y el quiebre se agrava cuando encuentras que las puertas no están abiertas, como afirman, de par en par para salir.

Aún recuerdo cuando hablé que me quería marchar y expresé mis motivos, me mandaron a un examen donde un médico de Casa, debería estar enfermo para plantear tal cosa. Este me revisó detenidamente los genitales y los pulmones, cuando mi problema no era precisamente una libido descontrolada, era todavía absolutamente virgen, o de una amenaza de tuberculosis. Después de eso, el Director –supongo desconcertado porque estaba sano y tampoco tenía un exceso de testosterona- me dijo que partir siempre parecía atractivo, porque era el espejismo de gozar de una libertad que nunca había tenido (sic). Es decir, admitía muy suelto de huesos, que yo no era libre, cosa que ya sabía.

Por su parte, el cura –que tenía mi edad- trató de convencerme que no se podía volver a empezar a los 27 años. Tal vez lo decía por él mismo, atado a una sotana. Mientras que yo sólo estaba esperando –trabajaba en una obra corporativa- cobrar mi sueldo del mes, tomar un avión y regresar a la casa de mis padres que, conociendo mi decisión, me estaban aguardando.

Quienes acaban en los consultorios psiquiátricos son esas vocaciones forzadas, algunas de las cuales se dejan llevar por la inercia hasta que es demasiado tarde, abrumadas de trabajo y de tensión ante una vida con la cual no se atreven a romper por temor –muchas veces justificado- al salto al vacío. Conocí casos, aunque recién me he dado cuenta de lo que pasaba. Conviví con numerarios, incluso sacerdotes, con autorización de dormir siesta, ver televisión y otras bulas más, porque estaban enfermos. La verdad es que en ese momento no le di mayor importancia.

Todo esto en un contexto de una institución cada vez más endogámica, cerrada y que tiende –a pesar de lo paradójico- a aislarse de un mundo, incluido el eclesiástico, que percibe como secularizado y ve como amenaza a su visión de la realidad que se busca imponer. Entonces se multiplican internamente los controles, las reglamentaciones, las correcciones fraternas y la desconfianza. Aparece así un espíritu sectario e integrista, que se auto considera ese resto del pueblo de Israel.

Esto no significa que no existan miembros del Opus Dei que se puedan considerar, desde una perspectiva religiosa, como piadosos y hasta santos. Tampoco que no haya quienes, al interior de la institución, estén sinceramente convencidos que sirven a Dios y a la Iglesia Católica. Asimismo, hay labores que promueve que son beneficiosas para la sociedad.

Pero esto no debe conducir a soslayar el hecho de que existe una praxis apostólica y proselitista que hace daño a personas, al instrumentalizarlas, y que se basa en principios muchas veces incompatibles con una actitud éticamente responsable. Antes la realidad del Opus Dei como Instituto Secular se disimulaba acudiendo a la “discreción”; ahora presentando una Prelatura Personal edulcorada y ligth, muy lejos de la verdad y la verdad es la que nos hace libres.

 

Arriba

Volver a Tus escritos

Ir a la página principal

Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?