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OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

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RETABLO DE CURIOSIDADES

SATUR, 2005

 

1. Se cuenta la anédota de aquél... (6/3/2005)
2. Don Pedro Lombardía (14/3/2005)
3. Ramón, Venancio y Sor Seneguer (28/3/2005)
4. Juan Pablo II (3/4/2005)
5. Anéldotas para pasar el rato (10/4/2005)
6. El Doctor Dallómesbó (15/4/2005)
7. Benedicto XVI (24/4/2005)
8. Conciencias algo confundidas (4/5/2005)
9. El ADN del Opus Dei (8/5/2005)
10. Un numerario en apuros (15/5/2005)
11. Agobiatas de la Opus toda (22/5/2005)
12. De apariciones y hechos extraordinarios (5/6/2005)
13. Historias del Poblado. MACARIO. (12/6/2005)
14. No me basta decir te quiero (19/6/2005)
15. Policarpio Polaino (26/6/2005)
16. Anéldotas al hielo picado (3/7/2005)
17. El subconsciente de Escrivá (13/7/2005)
18. Benedicto XVI y aviso para navegantes (25/7/2005)
y 19. Despedida (1/8/2005) FIN DE LA SERIE

 


1. Se cuenta la anécdota de aquél que se quedó encerrado una noche entera en una fábrica de perfumes, precisamente en los laboratorios donde se cultivan y preparan las fórmulas y los concentrados en su esencia. Toda la noche atrapado, el pobrín, entre aromas extasiantes y olores de diseño. Y dicen los que le vieron que, al salir la mañana siguiente, iba gritando como un loco al mundo todo “¡¡¡DADME A OLER MIERDAAA, DADME A OLER MIERDAAAAAA…!!!.

Un poco asín puede suceder a más de una/o cuando deja la opus. Se han formado durante tantos años en el mundo cerrado de las esencias de frases hechas, de valores maravillosos, de fraternidades de diseño, fórmulas magistrales que hacen de esta vida algo fantásticamente precioso. Y, además, han creído firmemente en ellas, se entregaron en cuerpo y alma; no sólo las vivieron, las comunicaron. Cara se paga una formación que olvida la debilidad de la condición humana ignorando lo peor de nosotros mismos. Tarde o temprano esa condición nos muestra a ese otro que anida en nosotros y, fíjate tú, resulta que no soy tan majete como me prometieron, o me prometí. Resulta que soy, también, un cuelpo pelsona y eso.

Y uno se pone a gritar “¡¡¡DADME A OLER MIEEEEEERRRRDAAAAA!!!”. Y se enfrenta al mundo todo. Normal. Todo volverá a su sitio. Los pecados de desmesura son los que Jesús perdonaba sin problemas, sin meter paquetes. Son como un río que se desborda y arrasa con todo, pero con el tiempo las aguas vuelven a su cauce: hay más debilidad que maldad.

Otra cosa es el río que sí está en su cauce, que nunca se desborda, que está sereno y tranquilo y, sin embargo, ¡ay!, está envenenado. Tiene la mejor de las apariencias, resulta maravilloso en su paisaje, pero todo el que beba de él morirá. Son los pecados del fariseo: la apariencia de virtud, el orgullo del que se siente poseído de una verdad sin amor, el juego de palabras muy bonitas faltas de contenido y de obras, la soberbia disfrazada de ser elegido, aristócrata del amor en el mundo, la vanidad de asimilarse siempre a los poderes del mundo y a una vida mollar cinco estrellas..

Y no es que Jesús no perdone con facilidad esos modos, es que el que los posee no se entera. Le cuesta mucho advertir que está hecho una gusanera de suficiencia y de engreimiento. Le resulta más fácil pensar y juzgar lo que ve en otros: el desmadre de la carne, una vida desenfrenada, desordenada, errática. Y las juzga con dureza. Incapaces de entender el corazón , les encanta juzgar las acciones sólo por las apariencias.

De hecho el exceso no siempre significa impureza: puede proceder de un impulso extremado superior al común de los mortales, o de una sed de infinito desorientada, pero no impura –así les sucede a tantas biografías apasionadas por una vocación interior-, o de la desesperación…

Y también sucede que la impureza no acarrea necesariamente excesos: hay hombres que tienen por Dios a su vientre y que son relativamente sobrios; otros son lujuriosos hasta los tuétanos y, sin embargo, se conforman con una sola mujer; hay ambiciosos que son moderados en su audacia, y tantos otros pecadores de la pradera “prudentes” que por acojone a las complicaciones de la vida, a los sufrimientos, o por automatismo social, mantienen su bajeza dentro de los límites permitidos por la ley.

Algunos de ellos se parapetan, por ejemplo, en los tan traídos y llevados “métodos naturales” para “follar”, así, con todas las letras, “follar”, sin respetar dignidades, sensibilidades y ternuras . Eso sí: están dentro de los límites prescritos por la ley… se confesarán de no haber guardado la vista con una secretaria, y pasarán por alto que aquella noche su mujer le pidió un poco de por favor.

Este pecado, que es el del fariseo, es siempre más difícil de curar que cualquier tipo de pecado de exceso, porque el que se pasa ve los diques que derriba, mientras que el fariseo se cree “virtuoso” por respetar esos diques: el agua más corrompida le parece limpia con tal de que corra por el cauce de los convencionalismos sociales.

Un fariseo es un señor que debería de saber que cada vez que su dedo índice acusa a otro, su dedo meñique, su dedo anular y su dedo corazón le están acusando a él.

En la opus puede haber un fariseismo muy cercano, es el que se describe también en los Evangelios. Eran gente que rezaba, que dirigía almas, que tenían unas formas exteriores de santidad, de orden, de ley…usaban el nombre de Dios, sus palabras y sus consejos con unos maquillajes de piedad maravillosos, con gestos graves y maneras muy litúrgicas. Y se lo cargaron. Lo mismo que se hubiesen cargado a María Magdalena a pedradas, o se fueron a por el ciego que recobró la vista a joderle la alegría del mejor día de su vida (“tú , que has nacido empecatado, ¿nos vas a dar lecciones a nosotros?”), se cachondearon de las parábolas de la misericordia, o se ciscaron de las amistades de Jesús. Eran la leche.

A la opus como institución –otra cosa son las personas- le encanta dar el pego. Los mineros de Mieres que fueron recibidos por Escrivá en Pamplona , tenían de mineros lo que yo de Batushi… pero si hay que ponerse, pues se pone: todo por la opus. ¿Que dicen que no hay noruegas numerarias auxiliares?, pues se busca una chica que se llama Francisca Garssen , Paca Garssen para los amigos, y se le coloca en primera fila en el UNIV para que el Papa vea que hay nivel Maribel. ¿Que no hay gitanos?, venga a por un gitano.

- Páááádrels, soy el Isra, y pos que le de quiero muso

- Yo también, hijo… ¡¡¡Otra pregunta!!!

En un UNIV los de la universidad de Navarra tuvieron los santos güevos de presentarse con un coro que cantó una canción en ruso. No sé cuantos tíos cantaron allí, cerca de cien, pero se presentaron como medio rusos… cuando allí sólo había un ruso, uno, que fue el que se acercó a saludar al santo Padre. Vete tú a saber dónde estará ese tío ahora… pero se quedó fetén. Y el Papa convencido del pedazo de labor que se hacía en la antigua Unión Soviética.

Ese mismo año salieron unas veinte japonudas vestidas con sus kimonos exuberantes, sus superlazos en el culo, sus vistosos abanicos, sus peinetas de aguja zen, y se marcaron una danza en plan “Mitokatokiski” que daba vergüenza ajena. Lo ve Hiroito y se hace el harakiri. Y es que japonudas, lo que se dice japonudas, tres, el resto del Colegio Mayor Andanda. Y el santo Padre, normal, emocionado con la labor en el Lejano Oriente. San Francisco de Javier, un pelanas.

Las tertulias con el Perlado cada vez se parecen más a ejercicios de marketing donde el número sí importa, los lugares de los invitados también importan, los “políticos” de nuestra cuerda, los influyentes, la prensa. Se afirma una y otra vez “somos pobres”, “somos amigos de Dios”, “cada vez nos quiere más gente”, “somos muy felices”… y a unos le dan ganas de gritar a la salida “¡DADME A OLER MIERDAAAA!”.

Nadie ha visto su cara directamente. Necesitamos un espejo, una fotografía, un vídeo, para saber qué careto tenemos. Algo que nos devuelva nuestra imagen. Hay gente que si se mirara en el espejo se mataría en defensa propia… pero es otra historia.

Y cuando estamos hablando con una persona, es ella la que tiene más capacidad de observarme a mi que yo mismo, en lo psicológico también. La opus está ciega a esas cosas, pues una de las posibilidades que tiene de mejorar, de cambiar modos, de ser ella misma, es la mirada del otro – “otro” entendido como alguien que de verdad la conoce y puede aconsejar, charlar…-, ahora bien, si nunca escucho al otro, si tapo cualquier tipo de carencia, si no necesito ayuda de nadie porque soy inviolable, perpetua, santa e inmaculada en todos mis modos, reglas y criterios, si lo que me dicen no me importa, o en realidad me creo superior, o sólo me interesa oír a la gente que me dice cosas buenas, entonces, habrá muchas cosas que nunca sabrá de ella misma. Nunca.

Por esa razón y otras, es tan difícil que las cosas cambien en la Cosa.


2. Don Pedro Lombardía

Le conocí en un curso anual. Lo nuestro fue un flechazo: dos gansos. Sólo coincidimos dos años –nos emplazamos para el año siguiente, pero alguien pensó que nuestra relación le aumentaba la tensión, le agotaba en lugar de descansar, que es a lo que se va a un curso anual, y nos prohibieron coincidir nunca mais. Era un andaluz barroco, muy divertido, de una imaginación explosiva y original. Contaba con chispa miles de historias, con un gracejo cordobés que daba color a todo lo que contaba, una cabeza prodigiosa y una memoria planetaria.

Feo, desgarbado, de ojos saltones, labios húmedos, que sostenían una pipa casi permanentemente, cabeza unida directamente al tronco, sin cuello, piernas que terminaban en unos pies que marcaban siempre las dos menos diez al andar, mariconera al hombro y sonrisa pícara tras unas gafas enormes . Nadie diría que ese hombre era entonces Presidente de la Asociación Mundial de Canonistas, Consultor del nuevo Código de Derecho Canónico, Catedrático de Derecho Canónico de la Universidad de Navarra … una eminencia. Ese hombre, en realidad, era Don Pedro. Nada más y nada menos. Después, todo lo demás. Los títulos, cargos, encargos y oropeles no le añadían nada...


Si no hablaba en las tertulias –algo muy difícil de conseguir– se dormía sin rubor alguno, a pierna suelta, con la boca mirando al techo, resoplando, cuando no roncando. Lo de dormirse debía de ser algo muy natural en él. Contaba que en el Colegio Romano, fue con dieciocho años, se dormía hasta en el hombro de Escrivá en las tertulias, mientras hablaba el santo, y que éste decía “ dejadlo, no le despertéis, que está agotado”.

“Una tarde, seguía contando Pedro, estaba haciendo la oración y veía que, por primera vez en toda mi vida no me dormía. Porque yo en el Colegio Romano lo que más tuve es sueño. Me moría de sueño. Y aquel día estaba feliz porque, por fin, podía hacer media hora de oración seguida tratando a Nuestro Señor. Y en esto que oigo “ ¡¡¡TANTUM ERGOOO SACRAMENTUUUUMMM…!!!” y pego un bote como un gato”… y es que estaba dormido, soñando que estaba despierto, hasta tal punto que habían terminado la oración, preparado el oratorio, comenzado la Bendición y el tío, raca raca, durmiendo como un bendito con la frente apoyada en el banco delantero.

Sus anécdotas eran muy floridas, y no se cortaba con nada, ni con nadie. Las adornaba hasta extremos inverosímiles, hipnotizantes. Una era muy famosa. Se la contó a Escrivá y, dicen, que muriéndose de risa, viendo venir el final de la historia, le lanzó un algo mientras le gritaba“ ¡¡¡calla, Pedro, no sigas, callaaa!!!”.

Comenzaba diciendo que a él había relatos de la Biblia que le costaba mucho aceptar. Uno de ellos eran esos que, al terminar una batalla el Pueblo Elegido, se cuenta que “omnes simul clamabant” (todos juntos cantaban),”y miles de tíos se marcaban todos unos salmos de la leche, más largos que un chorizo de Pamplona y con unos textos difíciles. ¿Cómo podían ponerse tantos de acuerdo y coincidir en el mismo texto de un modo espontáneo?” .

“Y Nuestro Señor, sabiendo de mi zozobra espiritual, vino en mi ayuda y me hizo ver que sí, que todo en la Biblia es palabra de Dios”.

Y es el caso que en Zaragoza, se rodó Salomón y la Reina de Saba , de Samuel Bronston, con Yul Bryner –el divino calvo-, y Gina Lollobrígida, conocida como “la Lollo”. Y Pedro estaba haciendo la mili allí. Mandaron a la tropa como extras de la película a rodar varias escenas al desierto de los Monegros. La peña emocionada –hay que ponerse en España años cincuenta– de poder ver a la Lollo en vivo. La Lollo entonces era un monumento de mujer, un símbolo, un ser de otro planeta, un referente, un canon de belleza que hasta los perros y los gatos se daban la vuelta para verla.…Y llegó la escena cumbre. Se trataba de representar el recibimiento de la Reina de Saba en las puertas de Jerusalem por Salomón y su ejercito. Colocaron a todos los soldados de reemplazo en dos filas, vestidos de judíos, lanza en ristre y cascos de época. Samuel Bronston dio las indicaciones para el rodaje con un megáfono.

- Señores, vamos a rodar la escena en que la Reina de Saba es recibida por Salomón en las puertas de Jerusalem. La Reina va a aparecer en un carro tirado por dos caballos por allí, entrará entre las dos filas que ustedes han formado, y ustedes deberán manifestar su alegría porque ella llega. Me da igual lo que digan porque no se va a grabar sonido, pero deben manifestar mucha alegría. Levanten las manos, griten alegres ,celebren y festejen el recibimiento.

Todos contentos, expectantes y nerviosos porque, por fin, iban a poder ver pasar a escasos metros de ellos a la auténtica Gina Lollobrígida. ELLA. Y eso se lo contarían a sus amigos, a sus hijos, a los hijos de sus hijos… ellos estuvieron allí.

Efectivamente, a lo lejos, ven venir un fastuoso carro tirado por dos corceles, negros como ala de cuervo, guiados por la mano de la Reina de Saba que asomaba de una magnífica túnica blanca, escote abierto por delante hasta la rodilla, frente altiva, mirada de leona: ¡¡¡LA LOLLO!!!.

“Y, de repente, sin ponernos de acuerdo, de un modo espontáneo, como los auténticos soldados de la Biblia, comenzamos todos a gritar “omnes simul clamabant”. ¡¡¡TÍA BUENAAAAA, TÍA BUENAAAAA, TÍA BUENAAAAAA”… Y vi que el señor me había hecho ver que la Biblia no miente”. Allí también todos “omnes simul clamabant”.

También contaba que un tal Pichurri –las historias que contaba de éste dan para un libro– pastor de Teruel, más bruto que un arado, ignorante y, como se verá, bastante primario, ya grabada la escena, consigue acercarse a la mismísima Lollo, le coge del brazo y le expeta emocionado “¡¡¡QUIÉN TE PILLARA CAGANDO, MAJAAAA!!!”. Poesía pura. La Lollo nunca volvió a ser la misma.

En las excursiones de aquellos dos cursos anuales se apuntaban dos o tres coches sólo por el hecho de que venía él. Era una de esas personas que sabía convertir de una anécdota algo de película. Probablemente ni él supiera de esa capacidad. Nos pasábamos horas cantando horteradas, relatando historias como la de las Hermanas Flamarique –conocidas cantantes de jotas que fueron a la Asamblea de Amigos de la Universidad de Navarra con un autobús de Tafalla y pillaron –el autobús entero- una gastroenteritis de Padre y Señor mío. Oírle contar el regreso -¡¡¡PARAAAA; PARAAAAA!!!, gritaban las Flamarique– era desternillante.

Contaba muy bien los chistes. El “del padre del viento“ lo bordaba, pero desdice del tono propio de Orejas. Los de caníbales le gustaban mucho.

“Van el caníbal padre y el caníbal hijo por la selva y, de repente, se encuentran una misionera rubia protestante que está de muerte. Y le dice el caníbal jijo a su padre:

- Qué, papi, ¿nos la comemos?.

- No. Nos la llevamos a la tribu y nos comemos a tu madre.

En las excursiones solíamos hacer rutas turístico, culturales-gastronómicas, y nos desfasábamos bastante. En una visita a la Monasterio de Poblet volvimos loco al pobre guía. Nos comentó que el retablo era del conocido escultor Damián Forment. Y uno va y le comenta.

- Yo tengo en mi casa una cosa de Forment.

- ¿Qué me dice?, y qué es, si puede saberse.

- Una colonia que pone “ For Men”.

Don Pedro allí se despachurraba.

Al mismo guía, cuando nos mostró un Cristo en la Cruz, otro le pregunta muy serio.

- Oiga, ésa talla de San José, ¿de qué siglo es?.

El hombre no daba crédito a la pregunta, y observaba el Crucificado pensando el nivel del que hacía la pregunta.

- ¿San José?, ¡¡¡pero si es un Cristo en la Cruz?.

- Pero, ¡qué dice! –le respondía- ¿no ve las barbas? Vamos, vamos, ese es un San José de tomo y lomo.

Don Pedro disfrutaba y comentaba “cuando lo cuente en la Facultad, no se lo creen… sobretodo la Culobien”.

- Y quién es la Culobien

- La Culobien es una secretaria de la Facultad que, la verdad, y vamos a dejarnos de leches, tiene un culo muy majo.

Pero lo que hizo que siempre quede en la memoria de mi vida fue el Día del Trovador.

Nos encontrábamos doce numerarios comiendo nuestra bolsa de excursión en los jardines adjuntos a un Parador Nacional cinco estrellas. Ya sabéis: dos bocatas, una lata, y dos piezas de fruta. Yo, aún conservo la costumbre, llevaba una guitarra. Y en esas estábamos cuando Don Pedro me reta.

- A que no hay cohóne para cantar en el comedor del Parador.

Don Pedro ignoraba que soy de esos que cuando le dicen “ a que no hay…”, pues hay. Así me ha ido. Él era un Peter Pan, pero yo era otro: dos chavales. Sucede que él entonces tenía sesenta años y yo veintitantos.

- ¿Qué no hay?.-le respondo-. Hay, pero sólo si usted pasa el platillo cuando termine el recital.

- Hecho.

- Pues, venga.

El que hacía cabeza del grupo –ya se sabe que en la opus siempre hay un tío que hace cabeza– “ya te vale, cabeza, que dicen los maños”-, me coge en un aparte y me dice “ oye, que es Don Pedro, ni se te ocurra”. Pero ya era tarde.

Entramos en el comedor y sin pedir permiso ni encomendarnos a nadie decimos.

- Señoras y señores, somos unos trovadores del siglo XX que vamos amenizando con nuestras canciones las viandas que comen las buenas gentes en mesones y cantinas . Sigan degustando de su comida y relájanse.

Y comenzó el recital, mesa a mesa, sin que a nadie le importara. Modestia aparte, el tono de las canciones era más que alto. Don Pedro a mi lado, con un platito de postre, se balanceaba al ritmo de boleros y rancheras. La pinta que llevábamos era, efectivamente, de trovadores con miles de kilómetros a la espalda.

Al terminar la última mesa nos despedimos.

-Y para finalizar cantaremos una última canción y aquí, Don pedro, presidente de la Asociación de Canonistas, Consultor del Nuevo Código de Derecho Canónico Y Catedrático de la Universidad de Navarra, pasará el platillo. Sean generosos, y gracias por su amabilidad al escucharnos.

Comienza la canción y una niña se acerca y deposita un billete en el platito. Don Pedro me ordena parar, besa el billete y dice al público.

- Esto que acabo de hacer es el “Osculum Vestalis”, el beso que daban las sacerdotisas en la Roma del Imperio, en el templo de Venus, cuando un ser inocente ofrecía su donativo. Y esta niña, símbolo de la inocencia, representa mejor que nadie ese momento.

La gente no sabía si ese hombre estaba hasta las patas de vino, si era catedrático, si estaba como un cencerro…

Con las ganancias nos pagamos los cafés de todos, las copas de coñac de todos, varios puros y aún sobró.

Por la noche, en la tertulia, nadie creía lo que contamos. Pero uno de los nuestros, actualmente periodista de prestigio, había llevado un cassette –otra cosa que hacíamos eran trabajos de campo y entrevistas a lugareños– y lo grabó.

Al día siguiente me llamaron a dirección. A Don Pedro le estaba subiendo la tensión, había venido a descansar y lo iban a devolver a su centro hecho unos zorros, me estaba pasando. Y, vamos, que nunca mais salir con él.

No volvimos a coincidir. Murió pocos años después de cáncer.

Y uno agradece haberse cruzado esos dos meses con él. Un tipo fantástico por dentro, y por fuera.


3. RAMÓN Y VENANCIO Y SOR SENEGUER

Paseaba ensimismado por una calle peatonal de una ciudad cualquiera preguntándome algo que me han explicado miles de veces, pero que no alcanzo a entender, y es por qué los de Chile Austral no sienten la sangre presionando sobre sus cabezas, por qué nosotros no advertimos que estamos peligrosamente inclinados sobre el vacío infinito, por qué el agua de allá abajo no se derrama por el Universo Todo… por qué, en definitiva, no nos subsumimos en la sopa de la Vía Láctea. Son cosas que me preocupan, y que creo que preocupan a más gente, lo que pasa es que no lo dicen.

Bueno, en éstas estaba, cuando alguien me requiere sorpresivamente – ¿ Tú eres ”Satur”?, me dice. “Pues, de sí: le soy”-le contesto.

- ¡¡¡Saturrrrrr!!! –me abraza emocionado-. ¡¡¡El hijoputa de Satur !!!. (En España hay gente que dice eso de “hijo de puta” como algo cariñoso y de buen rollito). ¿Sabes quién soy?... –iba a decirle que no, pero que creía que era el hijo de puta que me acaba de llamar hijo de puta hacía unos segundos, y que no le llamaba hijo de puta porque a lo mejor yo era su padre…- ¡¡¡soy Ramón G.!!!, ¿te acuerdas?. Me diste clase en el colegio Pijaró.

Por más vueltas que daba al careto de ese tipo no caía. Tenía delante de mi un prototipo de jefe de planta de Corte Inglés, rubio, un metro noventa, sonrisa “soy yo, soy yo, soy yo, Señor, que contigo quiere hablaaaaarrrr”, adornada por unos labios que recordaban algo parecido al cartílago de un caracol, traje impecable, mirada de iglú, pero nada en él me recordaba al niño que se suponía que yo di clase. Los que yo he dado clase, aunque fuese sólo durante un año, los distingo de seguida: están tocados del ala y tienen cara así como de desorden interior profundamente deteriorado, de alguien que está buscándose en alguna parte. No falla. Cuando me los encuentro y pregunto “yo te di clase, ¿verdad?”. La contestación siempre es “SÍ”.Y una mirada lobotomizada que te observa con la curiosidad de un proctólogo.

- ¡¡¡Jodeeeer, Satur!!! –insistía el jambo. ¿No te acuerdas?. Ramón, de la promoción de Borja, de Chusmari, de Oleguer… que íbamos por el club Andanda.

- Ah, sííí, ya caigo –mentí.

- Bueno, bueno, bueno. ¿Y qué haces por aquí?

- Pues, ya ves. Vivo aquí.

- Ya; dando clases y contando chistes.¡¡¡Campeón!!! –y me da otra palmetada.

- Pues, no. Dejé de dar clases y ahora el payaso lo hago en casa, y el que me quiera escuchar, que pague.

- ¡Juá, juá, juá!. Muy bueno.

La verdad es que me sentía incómodo. Son situaciones en las que te parece estar hablando con alguien que se supone debes conocer mucho muchísimo y, sin embargo, te recuerda medio bocata de chorizo fermentado y envuelto en papel albal que encuentras de repente en el fondo de la mochila de tu vida. Un bocata que sí, un día estuvo allí contigo, pero no le hincaste el diente lo suficiente.

Pero el tío te recuerda perfectamente.

En medio de tanta confusión y oscuridad, derrepenete, de pronoto, llegó la luz. Un fogonazo de magnesio que sí quedó reflejado en la retina de mi memoria. Ramón me contó una anécdota que protagonizamos los dos hace muchísimos años en una visita de pobres a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Yo había olvidado la historia –felizmente para mi-, pero él la llevaba grabada a fuego de tal manera que desde aquel día ya nada fue igual para él. Yo quedé para siempre en su biografía, y cada vez que ve un anciano desamparado, una monjita de anciano desamparado y algo parecido a una residencia de tercera edad, le vienen unos sudores, unos accesos y unas nauseas que no veas.

Acostumbrábamos a hacer las visitas de pobres a una residencia de Las Hermanitas -que, aunque se llaman así, “Hermanitas”, son duras como el pedernal, fuertes como una estalactita y de hermanitas nada: te llevan un agüelo de cada brazo como si fueran pétalos de rosas. Una hermanita de esas que parecen tan frágiles, escuchimizadas y arrugadas, te pega un tortazo y te manda donde el viento da la vuelta.

Casi cada semana acudía las tardes de sábado con algún chaval y echábamos una mano en la Residencia. Normalmente eran tonterías: acompañar a un tipo que conoció el Mar Muerto cuando estaba Enfermo, hinchar cientos de flotadores patito hasta el vértigo y el mareo total, flotadores que, supongo, les habría regalado algún cabrón y que nosotros debíamos comprobar cuáles estaban pinchados, servir la merienda o la cena…Ya digo, tonterías. Era fácil salir de esas visitas con una agradable sensación de buen chico, de buen samaritano, con una sonrisa de satisfacción y la conciencia de saberte tan cerca de Jesús, como un Cirineo del siglo XX.

Había una monjita, una hermanita, que no nos veía así como con muy buenos ojos. Le debíamos parecer los típicos “¡¡¡supersocorro, que me ataca un Lacoste!!!”, unos pijillos que no se sabía muy bien qué íbamos a hacer allí, unos yogurines guaperillas y chachis que bajaban de los barrios Ives Saint Lorans a hacer la buena obra del día. Y una tarde, la tarde que fuimos Ramón y el menda, la “hermanita” dijo “hoy pillas”. Y pillamos. Me lo recordó Ramón…¡¡¡pero ahora mismo, mientras tecleo, tengo que levantarme de la silla y tomar aire sólo de recordar aquellas horas de horror y asco!!!.

Sonriendo Sor Presa la Tocacojones nos dijo dulcemente.

- ¿Podéis acostar a Venancio?

Venancio era un hiperanciano que estaba sentado en una silla sobre un cojín más gastado que el de Ironside.

- Venga, Ramón, vamos a acostar a Venancio.

Ni Ramón ni yo habíamos acostado nunca a un agüelo. Pero, era Jesús con el rostro de Venancio Anciano, y allá que nos fuimos con Venancio –un brazo en mi hombro, otro brazo en el hombro de Ramón– hasta la cama. Venancio se dejaba hacer. Era buen chico.

- Ramón, tú le bajas los pantalones, yo me encargo de la camisa, ¿ok?.

Ramón debió de pensar que vaya cara, pero yo era el profe, qué caramba.

Estoy intentando desabrochar el botón primero de la camisa, el del cuello, con la lengua fuera y una halitosis de Venancio que anunciaba que algo no funcionaba allá dentro, cuando escucho a Ramón que le da una arcada, un arranque de nausea, un ataque de vomitera brutal, y se pone a potar a escasos centímetros de Venancio que, impertubable, sigue mirándome a los ojos fijamente. Yo, que soy muy mindunguis para esas cosas, y muy aprensivo, veo la potada de Ramón, y me pongo a potar yo también, pero en el otro lado de la cama. Venancio, nada, a lo suyo. Y nosotros como el Fontanone, dale que te pego.

Terminamos el primer pote de gomito y descubro alucinado y horrorizado que Venancio está en calzoncillos totalmente cagado. Una cascada de mierda que le cae calzoncillo abajo hasta los tobillos.

¡Vuelta a potar Ramón y yo! Y Venancio como un campeón. Nada. Sólo nos miraba.

Nos vamos a la monjita con lágrima en los ojos y cara de besugo con arcadas.

- Hermanita, que mire lo que nos ha pasado…

- ¡Vaya por Dios! –dice así como si le hubiéramos comentado que le compramos lotería de Navidad. ¡¡¡Ay Venancio, que no hay día que no hagas una!!!. Nada, no os preocupéis, ya limpio la habitación, y vosotros llevadle al baño geriátrico y le limpias con la grúa.

- ¿Que le que le qué…?. ¿Grúa?...¿Baño?.

Eso no era una monja. Era La auténtica Sor Seneguer.

Acompañamos entre espasmos y extraños movimientos corporales a Venancio. Lo de la grúa fue de traca. Lo colocamos como pudimos, lo colgamos de una especie de pañal enorme que se sostenía sobre un brazo hidráulico… pero la visión de esas pielnas repletas de heces, de ese cuerpo mortal, de esos miembros que en su día debieron de ser causa de admiración y no pocas sorpresas, nos hacía volver a gomitar y tener unas arcadas que nos dolía hasta el ombligo. Algo patético. Venancio, suspendido entre el baño y el brazo hidráulico, balanceándose, nos observaba agarrados a la pared y echando la leche que mamamos.

Ya una vez medio recuperados, los ojos llorosos, y sin nada más que echar, porque ya no había nada más que echar, comenzamos a limpiarlo. Pero nos parecía que allí se estaba produciendo un fenómeno extraño, porque más que limpiar esparcíamos: era como si le estuviésemos limpiando con una bolsa de patatas fritas. Y fue en ese momento cuando Venancio me coge por el cuello del jersey y me dice muy serio.

- ¿Porqué hacéis esto?.

Muy buena la pregunta, Venancio. Porque eso no lo sabía ni yo. Pero le contesté, así, por contestar.

- Porque me gustaría que me lo hicieran a mi cuando sea como usted.

No me llamó “ cabrón” porque lo tenía suspendido del brazo hidráulico y sospechaba en mi pensamientos asesinos, que si no…

Nos fuimos a la Hermanita y le dijimos que ya estaba hecho el encargo. La verdad es que nos tiramos con Venancio nuestras buenas tres horas, lo acostamos con algún palomino pero, bueno, para ser la primera vez –y la última– el encargo más o menos se hizo.

Las risas de la monjita todavía se deben de oír en la noches de luna llena en los pasillos de la Residencia.

Y a nosotros no nos volvió a ver el pelo en su vida.

Venancio, descansa en paz.

Ramón: lo siento.

Papá: te aconsejo que palmes de infarto, porque como me toque cuidarte a ti…


JUAN PABLO II

De Juan Pablo II algo se puede contar. Durante diecisiete unives, y los viajes que realizó y tuve la suerte de asistir, pude cruzar camino con él, de un modo breve, pero muy intenso, en muchas ocasiones. Fui muy afortunado, lo soy, y con frecuencia me gusta cerrar los ojos y recrearme en alguno de esos encuentros a solas. Aunque hubo de todo – desde anéldotas de lo más payaso y divertido, hasta la maravillosa posibilidad de poder hacerle alguna confidencia -, todas las considero fantásticas, únicas y exclusivas.

Si alguna vez alguien me preguntara cual fue el máximo instante de felicidad en mi vida sin dudarlo respondería que el primer encuentro personal con el Papa… y algunos muchos primeros momentos de mi biografía, que no vienen al caso.

Estaba uno en primera fila en el Cortile de San Dámaso. El Papa, desde un pequeño balcón, escuchaba las distintas actuaciones de unas y de otros, las anécdotas que contaban, las canciones…¡Lo tenía a tan solo unos metros de mi!. Aprovechando que la tuna iniciaba una canción pensé “ ¡ésta es la oportunidad de mi vida: ahora o nunca”. Me incorporé y acercándome al balcón le grité “¡Santo Padre, ¿puedo subir?!”...

Un segurata me coge del brazo y Juan Pablo hace un gesto indicando que me acompañe y que suba a su encuentro. En ese instante ignoro cuantos hombres verdaderamente felices habría en nuestro planeta -algún esquimal que miraría orgulloso su recién construido iglú, algún chaval enamorado dando vueltas alrededor de su chica con la que, por fin, había conseguido coincidir tan sólo un segundo cruzándose las miradas, alguna madre mirando el rostro de su hijo recién nacido, al lado de su marido que alucinado piensa “¿esto es un niño?...¡ si parece un lagarto!”, alguna monja clarisa que acabó de hacer los votos perpétuos y la visten con la toca aerodinámica alerón chúpame la punta alehop tirabuzón de Lancome y se mira en un espejo radiante de felicidad…-, todos esos y bastantes más, pero yo, mientras subía las escaleras para encontrarme con el Santo Padre, era un hombre que estallaba de felicidad, de emoción y de una alegría desbordante.

Cuando se abrió el balcón y veo al Papa mirándome y allá abajo toda la peña cantando eso del “Reina de reinas vengo a tu reino…” pensé “y ahora, ¿qué le digo yo a éste hombre?”. Porque la verdad es que con tanta emoción, tanta taquicardia y tanta improvisación, no tenía pensado de qué le podía yo hablar, como no fuera contarle un chiste o echar el grito de Tarzán desde el balcón (soy muy bueno imitando el alarido del hombre mono).

Nos cogimos las manos -las de él suaves, muy cálidas, blancas, las mías eran un chorro de sudor, algo parecido a un manojo de pepinillos a la vinagreta– y nos miramos. Ya no veía a la gente, ni la plaza, ni el balcón, ni la guardia Suiza, ni escuchaba las voces cantando. Sólo le véia a él. Y sentí unas ganas irreprimibles de decirle quién era yo de verdad: que era un desastre, un egoísta, un vanidoso, un guarro, un mediocre, un pobre hombre, un triste, un quedón… ése hombre despedía confianza, mucha comprensión, un corazón que intuías te iba a entender, una humanidad gigantesca.

Te hacía querer ser bueno, mejorar. Te requería de un modo difícil de explicar a que dijeras “ venga, lo voy a intentar”. Tenía un algo que te llevaba a Dios. Es de esas personas mejores que nosotros que su presencia y testimonio te hacen creer más profundamente en el bien absoluto y tender hacia él. Soy débil para subir por mi mismo, demasiado mediocre, pero con gente así uno es capaz de salir de esa mediocridad y subir por uno mismo. Con un hombre así uno se sentía capaz de ser guiado y sostenido. A mi, al menos, es lo que me provocaba su persona.

A otros les sucede lo contrario: la presencia de un ser puro, en lugar de atraerles, les repele y desanima: intentan manchar y destruir –al menos en su mente– una pureza que son incapaces de compartir y cuya sola presencia les hiere.

Son formas distintas de pobreza. Algunos tienen hambre de pureza, de querer ser mejores, de amar más, y el amor que viene a colmar ese vacío se recibe como una bendición, una liberación. En otros, ya no se puede comer, y el mismo amor que se le ofrece lo puede tomar como burla, humillación y ofensa.

- Santo Padre – le dije dispuesto a contarle todo mientras seguíamos con las manos juntas -, me llamo Satur y, y… ( un algo de lágrimas, como arcadas, iba a estallar pronto) y… ¡¡¡¡UÁÁÁÁÁÁÁ!!!.

Me pongo a llorar como un niño. Como una guardería de niños. Y, avergonzado, me escondo en su pecho. Él me abraza y me acaricia el cogote mientras me dice al oído con esa voz grave, segura, firme “eres muy bueno, eres muy bueno…” Y yo, gritando, escondido en ese pecho, negaba como un loco “¡que no, que no!.

La peña de la Prelatura –aunque todavía no había sido la Erección de ella (lo de Erección no va en coña, que conste) ya habían terminado la canción y comenzaron a mosquearse con el Satur y el rollo que llevábamos allá arriba. Era hora de marcharse. Recordé que los del autobús querían rosarios, así que le pedí al Papa entre pucheritos de emoción.

- Santo Padre, ¿me puede dar veinte rosarios para mis amigos?

Juan Pablo me miró como pensando “este tío está con una goteras de tomo y lomo”.

- ¿Veinte? - contestó.

- Sí, sí: veinte. Son para mis amigos.

El Papa ponía cara de desconcierto – luego supe por qué.

- Bien, veinte- contestó.

Al decir eso, yo pensé que me los iba a dar, pero nada. Me miraba sonriendo. Y yo a él. Pero allí no caía ningún rosario, ni una estampica, ni ná de ná.

Yo creo que en ese momento el Papa creía que yo era uno de esos sonaos que de vez en cuando se le cuelan y que andan forrados de estampas de San Genaro, con hojas de laurel en la mano, y con manifestaciones tipo “Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo, y me ha dicho San Genaro que te diga que cuidadín , que la Iglesia no va bien”. Le hago una señal con los dedos, imitando el pase de las bolitas del rosario, para que capte y tal. Entonces cayó en la cuenta y me indicó que su secretario me los daría. Como así fue. Ya fuera del balcón Don Stanislaw abrió un maletín repleto de cientos de rosarios, estampas y le digo “tranquilo, ya los cojo yo”. Si no me llevé de allí cincuenta o sesenta no me llevé ninguno.

La perplejidad del Papa con los rosarios que le pedí se debió a lo siguiente. Primero, el hombre, por aquel entonces, no dominaba el castellano, así que sí entendió, más o menos, algo de lo que le pedí. Pero es que en Italia el rosario es la oración a la Virgen, mientras que el instrumento para rezar el rosario se llama Corona. Así que el Santo Padre lo que me entendió es que le pedía, o que él rezara veinte rosarios por mis amigos –petición absolutamente absurda y enloquecida-, o que yo iba a rezar veinte rosarios con mis amigos por él –lo que no deja de ser motivo de preocupación por mi salud mental en aquel momento. Le debía de haber pedido veinte Coronas, y asunto arreglado. Eso hizo que en los sucesivos encuentros que tuve con él, el hombre me mirara siempre con cierto recelo y pensara “ ojo, Juan Pablo, que ya está aquí el paliza de los rosarios”, y que su secretario escondiera la maleta al verme.

Yo no sé exactamente como será eso del Cielo, pero creo que una vez estuve un rato allí. Y fue los segundos que estuve llorando en ese pecho, acariciado por esas manos, y con una voz cariñosa que me decía “eres muy bueno, eres muy bueno”. Y allí me voy muchos días, a ese recuerdo, que me ayuda a querer ser bueno.

Y ese es mi testimonio. Mi homenaje a un hombre, de verdad, bueno y santo.

Recuerdo que le chiflaba mucho cantar: disfrutaba de verdad. Y una de sus canciones favoritas -tenía muchas- era “Canta y no llores”. Le entusiasmaba el estribillo ése del “Ay, ay, ay, ayyyy, canta y no llores, por qué cantando se alegran, cielito lindo, los corazones”. Una buena letra para el día de hoy. Lástima que alguien de la opus –alguien tontaina, estrecho, escrupuloso y que si nace en verano sale botijo- decidió que esa canción no era conveniente para las tertulias del UNIV y dejamos de cantarla.

Se dice que el Papa tenía una sintonía especial con la opus. Puede ser. También la tenía con muchísimas instituciones, asociaciones y grupos. Más de lo que nos pensamos. Y también que sus modos, gestos y manifestaciones, estaban en las antípodas de los criterios de la obra: besaba, acariciaba, tocaba y se dejaba tocar, por todas y todos, con una sinceridad y naturalidad que en la opus es impensable. Era un hombre limpio de corazón. Sin miedos, sin criterios absurdos y sin hacer escrúpulos estúpidos.

Me voy a dar una vuelta con el coche, me voy a poner la canción de Celia Cruz “Te busco” a todo volumen y miles de veces, y me voy a perder por esos mundos hasta que me harte de llorar sin que me vea nadie.


Anéldotas para pasar el rato

Cuentan que Henry Ford en una ocasión, hablando de sus obreros, dijo: “cuando pido un par de buenos brazos, se empeñan en mandarme una persona”. Pues esa misma impresión tenía uno de algunos directivos de los colegios donde trabajé: cuando pido niños dóciles, cerebritos vírgenes, almas por formar –parecían decir–:se empeñan en mandarme personas. Y no era infrecuente que al comprobar que esas personitas piensan por sí mismas, desarrollan su propio carácter –cada uno el suyo- de un modo espontáneo, manifiestan poco a poco sus virtudes y sus defectos, sus rarezas, sus aptitudes para lo uno y sus negaciones para lo otro, se impacientaran –los directores, digo– y se agarraran unos mosqueos de intransigencia de mono cabreado...

En una visita al zoo, durante un curso anual, acercamos brevemente un mechero encendido a los testículos de un mono que nos ofrecía su culete pelado desde los barrotes de la jaula: el que ha visto un mono cabreado no lo olvida nunca. Nunca.

Por supuesto, fuimos expulsados del zoo por el guarda de turno.

Después de veintipico años dedicado a eso que llaman Educar, dudo mucho que fuera lo mío. Andaba lejos de tener una vocación pedagógica, de tomarme en serio programaciones, objetivos y proyectos. Lo mío se acercaba más a un tipo que se asomaba a un escenario y disfrutaba de aquellos críos haciendo de cada clase algo divertido, singular y, a poder ser, alegre. También más de un director, más de un sacerdote, topaba conmigo buscando “un par de buenos brazos, dóciles y serviles”, y se encontraba con algo parecido a una persona con una inmensa atracción hacia el exceso, y la vida como algo que tiene que ser muy alegre, divertido y , en la medida que se pueda, inolvidable. Que sólo hay una. Y los críos, pues felices con un señor que no suspendía, que se enrollaba sobre lo humano y lo divino, que contaba chistes…Y, aunque en alguna ocasión parecía que era yo el que los manipulaba, tengo para mi que sabían perfectamente de qué iba la historia, y se dejaban hacer: al fin y al cabo, el responsable último era yo.

Durante años preparé generaciones de niños de 7 y 8 años para recibir la Primera Comunión . Que nadie me juzgue.

Ignoro como nació la costumbre. Asistíamos con los críos a una Misa semanal en el colegio como parte de la preparación para recibir a Jesús Sacramentado. Un día se me ocurrió que uno de los críos que celebraba aquel día su cumpleaños podría apagar las velas del altar y mientras lo hacía comenzamos a cantar todos “¡¡¡CUMPLEAÑOS FELIIIIZZ, CUMPLEAÑOS FELIIIIIIZZZ, TE DESEAMOS TODOS, CUMPLEAÑOS FELIIIIIIIZZZZZZ!!!”. Y así lo hicimos. Éxito total. El chaval emocionado, y la peña excitadísima. El sacerdote, en la sacristía, ni se enteró. El asunto pronto se me escapó de las manos: todos los días, hubiera cumpleaños o no, se cantaba la dichosa canción. Y, bueno, mi papel era que lo hicieran por orden de lista. Los chavales se pegaban por apagar las velas. Incluso era un castigo inmenso el decir “Poyales, el próximo día no apagas las velas” O un premio muy especial.

Todo terminó un día que asistió el subdirector del colegio a esa Misa. Yo, acostumbrado, ni caí en la cuenta. La cara del hombre cuando ve que está soplando las velas una criatura y todos a una se ponen a cantar me recordó la del mono del zoo en el instante mismo que sintió que le ardían las pelotas. Y el paquete que cayó apoteósico.

De todas formas, la costumbre no se zanjó del todo… Años después todavía en alguna ocasión, ya con quince y dieciséis años, continuaban de modo espontáneo con el cumpleaños feliz. Pido perdón y penitencia.

Componía canciones para que la Misa fuera un poco más amena para los críos –no olvidemos que tenían siete y ocho años. Pobrines. El sacerdote que oficiaba era un agregado, hombre mayor, y que habitualmente habitaba en una dimensión mental cercana a la mística. Se enteraba más bien de poco de lo que sucedía a su alrededor, y atendía poco a las letras de las canciones. Las canciones eran tipo gregoriano con letras en castellano de perfil parecido a los salmos. Una , nuestra favorita, decía lo siguiente:

Soy tu cervatillo, Señor, y bebo de tus aguas. (Estribillo)

Aunque se me enrosquen los cuernos en las ramas,

Soy tu cervatillo.

(Estribillo)

Cuando voy por la praderilla,

Yo diviso cervatilla

¡¡¡PERDÓN, SEÑOOOOORRR!!!

(estribillo)

Lo de PERDÓN, SEÑOR, como reacción a la visión de la cervatilla, se cantaba en grosso forte piú forte y muy sentidamente.

El sacerdote, ensimismado en la liturgia del ofertorio, no movía ni una ceja.

Ése sacerdote. Porque un día vino un cura numerario y al escuchar el principio de la canción (juro que intenté que no la cantaran, pero ya se sabe que cuando los chavales le cogen el gustillo al cachondeo no hay forma de pararlos), pues le coló… hasta que llegó lo de la cervatilla. Su mirada me recordó la del guarda del zoo cuando oyó los alaridos del mono “de Arco”.

Otro paquete.

Otra que cantábamos en Cuaresma era “Vengo del polvo y al polvo voy”. Pero allí nadie se atrevió a comentar nada, aunque se me insinuó que, tal vez, mejor la de “perdona a tu pueblo, Señor”.

La inocencia de los niños, y su creencia de que un profe lo sabe todo, es maravillosa. Confían ciegamente en cualquier cosa que les digas, siempre que lo hagas con convicción, muy serio, con seguridad. Un día uno de los monaguillos se me acerca y me consulta ,”oiga, no encontramos la campanita de la Misa”. Todo un contratiempo, porque a los chavales les encantaba eso de darle a la campanita...“No te preocupes, hazlo con la boca. Cuando el sacerdote levante la Sagrada Forma y el Cáliz dices “¡tilín tilín tilín!”, tres veces, y muy serio. A Jesús le gustará que tu corazón haga de campana”.

No sé si a Jesús le gustó que el corazón del niño hiciera de campanita, pero el follón que se armó en el oratorio, el despiporre de la clase toda y la bronca del cura, que echó del oratorio al crío, fue planetaria. -Luego me pidió que le castigara. Le dije que es que el chaval no andaba bien de la cabeza y que no haría más de monaguillo. Cualquiera le dice la verdad.

Éste sacerdote, ahora anda por tierras del Levante feliz, les daba unas charlas en el oratorio que solían ser muy pedagógicas. Siempre comenzaba con una historieta, una anécdota, que desarrollaba después con moraleja. Tenía a los chavales imantados, porque las contaba muy bien. Una tarde comenzó, para glosar que en la vida había muchas tentaciones y peligros, con la historia de un pajarito que iba por el bosque feliz y contento, entre flores y árboles fantásticos, entre abejas que libaban y mariposas que revoloteaban locas de contentura… Los chavales, en los dos primeros bancos del oratorio, le escuchaban absortos, en silencio, expectantes.

- Pero había un gato negro, enorme, inmensamente malvado, oculto en el bosque y observando al pajarito en la oscuridad. Y nuestro amiguito cantaba feliz sin darse cuenta del peligro que le acechaba.

Los críos, sin respirar, no quitaban ojo del sacerdote.

- Y, entonces, sin avisar, sin hacer ningún ruido, el gato saltó y ¡zampa! : ¡¡¡SE COMIÓ AL PAJARITO!!!.

Decir eso el cura y un crío que estaba en primera fila, a un metro del presbítero, salta del banco y grita “¡¡¡OSSSSSTIAAAAA!!!.

Yo me quedé como el veterinario que atendió al mono del zoo. Frús. Y el cura me mira y dice “pero, bueno, a éste tío de donde le habéis sacado”. Después le intentó glosar el segundo mandamiento de la Ley de Dios, pero creo que no consiguió mucho.

Años después a este mismo sujeto le echaron del colegio por guasón. Tenía un agujero en el bolsillo del pantalón y no se le ocurre otra cosa a la bestia que ponerse el ciruelo, la minga, el varonil miembro erecto, saliendo por el agujero. Y aparece en clase con los dos brazos cargados de libros y le dice a un profesor que, la verdad, era bastante cabroncete, “oiga, Don Zutanín, ¿sería tan amable de sacarme el boli del bolsillo que yo no puedo?”. Lejos estaba aquel hombre, numerario piadoso y apostólico, de pensar con qué se iba a encontrar en aquel bolsillo.

Muy amablemente Don Zutanín introduce su mano en el bolsillo del urco y capta, alucinado que, o el boli es de Blandy Blú, o que lo que está tocando es un pepino muy parecido al suyo. La clase, que estaba al tanto de la broma, se despiporra viendo la cara del fiel de la prelatura –muy parecida a la del director del curso anual cuando le consultaron la corrección fraterna porque un hermano nuestro le había quemado los güevos a un mono en el zoo– y aplauden, y hacen la ola…Y al jambo le mandaron de patitas a la calle por guarro.

Otro día, más.


El Doctor Dallómesbó

Con La Piedra acostumbramos los sábados a visitar el Mercadillo de los Ríííchals, a ver qué hay por ahí. Es como ir al Corte Inglés, pero sin escaleras. La guasa que se llevan los gitanos es de por sí un espectáculo. Uno que vendía alfombras, un Heredia gordo, bigotudo, cetrino, engominado desde las cejas hasta la espalda, viendo que el viento le arrastraba una de las alfombras, gritó:

- ¡¡¡VÁÁÁMOS RUUUUBIA, COMPRA, QUE LAS TENGO VOLADORAS!!!

Allí pasas un buen rato con los reclamos. ¡`¡CANSONCILLOS DE PRIMERA MÁÁÁNO. UNO A TRES LEÚÚROS… Y, ATENCIÓNNNN, DOS A SEIS LEÚÚROS!!! – como si comprar dos fuera una oferta de no va a más.

De regreso, por una extraña asociación de ideas, me acordé del Doctor Dallómesbó...


En Cataluña a los sacerdotes se les llama Mosén; o sea, que no se dice Don Juan, o Padre Juan, o Father Juan, o Labé Juan: se dice Mosén Juan. Y si es molt important, o molt horinable, se le denomina Doctor. Cuando es así, que se le llama Doctor, se usa el apellido, nunca el nombre. Por ejemplo, Doctor Dallómesbó. Lo de Doctor es de nivel. Marca estilo. Pisas moqueta.

En un centro vivía uno de esos doctores. Mayor de edad, hombre de alta cuna y sordo. Muy sordo. Habitualmente llevaba un sonotone que le pitaba en los momentos más inoportunos: en medio de una meditación, dando la Comunión, en la Bendición con el Santísimo, o en lo más apasionante de una película de miedo. “¡¡¡ Píííííí!!!”, sonaba, y el hombre, nada, ni se enteraba, y el que estaba a su lado –había auténticas peleas para no estar a su vera– debía de darle un golpecito y señalarse la oreja como diciendo “EL MARTILLO, QUE LE CANTA EL MARTILLO”.

Un día estábamos viendo “La Jungla de cristal II”. En una de las escenas Bruce Willis, el poli protagonista del flim, se gira y le dice a uno que le pide acompañarle “ ¡vete a tomal pol culo!”. Nos reímos todos. El doctor, a mi izquierda, oyó las risas, pero no la frase que tanta gracia había hecho y girándose me pregunta.

- ¿ Qué ha dicho el poli?

Le contestó mientras sigo pendiente de la pantalla.

- Vete a tomal pol culo.

Y el buen hombre, de rancio abolengo, doctor, mayor de la opus, viendo atacada su dignidad, se levanta, la calvorota toda roja, se me planta delante y me grita.

- ¡Un poco de respeto, ¿eh?, un poco de respeto!. A ver si uno no va a poder preguntar. ¡Pues bonita caridad que vivimos!.

Y se larga dando un portazo.

Todos se me quedaron mirando y juzgándome culpable.. Salgo rápido a por él.

- Oiga, que lo de vete a tomal pol culo lo ha dicho el de la peli, que por eso nos ha hecho gracia, que es lo que usted preguntaba. Que yo a usted no le mando a tomal pol culo.

Pero ya era tarde para arreglar nada. Otro portazo, el de su habitación, fue la contestación a mis explicaciones.

Una tarde de excursión llamamos al centro porque no íbamos a poder llegar a cenar. Se puso el Doctor al teléfono.

- Oiga, que estamos en Pons y no vamos a poder…

- No, aquí no hay ningún Mosén Pons –contesta todo solícito, confundiendo “estamos en Pons” con “está Mosén Pons”.

- Que no…¡¡¡QUE ESTAMOS EN PONS Y QUE NO…

- ¡¡¡Que le digo que aquí no hay ningún Mosén Ponssss!!!

- ¡¡¡JODEEEEEERRRR; QUE YA SABEMOS QUE NO HAY NINGÚN MOSÉN PONS, COOOOOÑOOO, QUE ESTAMOS EN PONS Y QUE NO VAMOS A…

Y colgó el doctor .

El que hacía cabeza en la excursión me dice “déjame a mí”. Vuelve a llamar.

- ¿Doctor ?.-pregunta con voz de Ángelus de la Cope

- ¿Sííííí?.

- Mire, que estamos en Pons y…

- ¡¡¡QUE LE DIGO QUE AQUÍ NO HAY NINGÚN MOSÉN POOOOOONNNNSSSSS!!!, ¡¡¡QUE NO VIVE AQUÍ NADIE QUE SE LLAME POOOOOOOONNNNSSSSS!!!.

Y vuelve a colgar. Lo dejamos por inútil.

Una mañana nos comentó que iba invitado por un matrimonio amigo a uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Preguntó que si conocíamos cuál era la especialidad de la casa para pedir algo original, algo que habitualmente no se comía en los centros, que se saliera de lo normal. Y uno, muy guasón, le dice.

- Allí hacen unas angulas a la Navarra que son espectacularmente sabrosas. Algo inolvidable.

- ¿Angulas a la Navarra? –pregunta el Doctor.

- Efectivamente. ¡Un plato superior!.

- ¿Y eso qué es exactamente? –pregunta el Mosén.

- ¿Cómo, no ha oído hablar de las truchas a la Navarra?: esas que se abre la trucha y se introduce una loncha de jamón.

- Sí, ese plato lo conozco, pero el otro…

- Pues lo mismo, pero con angulas: se abre la angulilla y se le mete una loncha de jamón.¡¡¡Exquisito!!!

Y el hombre, todo convencido, se presenta con sus amigos en el restaurante y le dice al maitre cuando pide la comanda.

- Póngame esas angulas a la Navarra que preparan aquí que me han dicho que están para chuparse los dedos.

- ¿Perdón?...

- Sí, las angulas, que preparan abiertas con jamón dentro, como las truchas a la Navarra.

El matrimonio que invitaba no sabía donde meterse, el maitre se cogía el vientre porque se le iba la risa floja, y nuestro doctor sonreía ingenuamente mientras desplegaba la servilleta dispuesto a zamparse el manjar.

Al regresar al centro le preguntamos que qué tal las angulas a la Navarra…y allí le faltó muy poco para enviarnos donde Bruce Willis envió al de la peli.

Éste hombre no sabía pronunciar la “C” y la nombraba como “S”. Así decía “sosio” en lugar de “socio”, o “casería” por “cacería”. Una tarde, en una meditación, estaba predicando sobre el ciervo de no sé qué salmo y, muy serio, para en seco, nos mira fijamente y dice:

- Cuando digo “siervo” no me refiero a un esclavo; estoy hablando de los animales esos del bosque que tienen cuernos y comen hierba.

Y el oratorio estalló en risas como fuegos artificiales.


BENEDICTO XVI

BENECDITO XVI

Cuentan, o así me lo contaron, que Ratzinger visitó Cavabianca y quedó profundamente conmovido de lo que allí vio. No es para menos. La opus sabe mucho de eso que los expertos en marketing llaman “pasillo del cliente”: todo ese lenguaje no verbal, y verbal, que hace que uno quede impresionado de lo que ve, le cuentan e intuye al conocer una empresa, una institución o la tienda de Ester y Lisa Mernabo. La opus, se ha de reconocer, sabe muchísimo de eso que hace que uno se quede sencillamente acojonado, sinceramente asombrado y pasmado, de percibir un orden, una limpieza, una politesse en unos tipos admirables, guapos, elegantes, simpáticos, listos, alegres, serenos, apostólicos, fieles, piadosos, atentos y con unas capacidades que dejan alelado a cualquier obispo, cardenal, Papa, político, laico intelectual, aristócrata, y a quien se ponga por delante. Ése sabe cantar, aquél toca simultáneamente el piano, la trompeta, y la dulzaina vasca, ése otro recita poesías como chorizos de Gabriel y Galán, Quevedo, Rilke o Bramajatrha el Bramaputra, el de más allá hace acrobacias con platos, vasos, cepillos de dientes y, encima con traje y corbata, nada de leotardos que desdicen del cargo y posición. Otro es mago, y hace desaparecer el solideo al cardenal y aparece en la foto de Tía Carmen… Y el cardenal de turno no da crédito a lo que ve...


- Eminenchia –dice un numerario de colo – soy de una pequeña tribu de Burkina Fasso, y hasta hace tan sólo unos años yo iba de liana en liana, lejos de Dios, con un taparrabos muy pequeñito que sólo me ponía para comer cerebro frito de mono. Éramos animistas y adorábamos a Ñuguñugu. Un día me enviaron mis padres a Strahmore School, obra corporativa de LA PRELATURA OPUS DEI, y allí descubrí, gracias al apostolado de los fieles de LA PRELATUUUURA DEL OPUS DEI, el don de la conversión y mi vocación como numerario de LA PRELATURA OPUS DEI. Ahora soy muy feliz. Soy doctor en Ingenieria Nuclear, doctor en Filosofía del Ser y del Pneuma, Doctor en Derecho Canónico, tengo un master por el Emaití de Harvard, y este año me ordeno sacerdote de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei, para servir a las almas…

Y, claro, el cardenal de turno se queda a cuadros. Un flash. Luego el negrito va y le cuenta una anécdota apostólica de esas redondas, sin fisuras, que te pone toda la gallina de piel. Y, para acabar de acojonar al prelado, que está apunto de quitarse la faja, el anillo, el solideo, la púrpura, y dedicarse a ser monaguillo en la parroquia Oscar Romero de Leganés, el negrito agarra un arpa y le toca la Barcarola a dos manos y ciruelo, sin mirar las cuerdas y sonriendo.

Después aparece un japonudo que deja al negrito en mantillas, más tarde un libanés –doctor en Filosofía de los Espacios e Informática Sideral-, que trabajó en la Nasa, que le cuenta la conversión de un amigo judío y, de remate, le canta Nersum Dorma acompañado de lenguaje gestual para sordomudos… Y el cardenal, pues claro, que le da un yuyu y que le falta el aliento pensando en la mieeeeerda de seminaristas que tiene en el Colegio Español: una panda de desgarramantas, diplomados en magisterio, que sólo saben cantar “Túúúú, has venido a la oriiiiillaaaa…”, y “Antes muerta que sencilla”. “Cuando llegue allá les mando a su pueblo a todos, vaya peña”.

Para ahorcarse. Como aquél que, dicen, le pidió una soga a un amigo porque quería suicidarse.

- Pero, chico –le dice el amigo- ¿te vas a ahorcar?

- Pues, sí, estoy desesperado y no le encuentro sentido a la vida.

Le da la cuerda el amigo y poco después pasa por allí y lo ve ahorcado… pero por los pies.

- Oye, que te has ahorcado por los pies…

- Ya. Jolines, he empezado a ahorcarme por el cuello y se me cortaba la respiración

Bueno, que me he divertido -que diría Santa Teresa. Y el caso es que, según me comentaron, Ratzinger –hombre tímido, celoso de su intimidad y de manifestar sentimientos en público-, después de decenas de testimonios de latinoamericanos top ten, de yankees que rompen la capa del ozono, de amarillos sobrados, de mulatos geniales, de hispánicos bravos, nota que se le hace un nudo en la garganta. Siente que le embarga la emoción ante tanto fruto apostólico, ante tanto petronio entregado hasta la muerte y muerte de cruz, ante ése Cuerpo de Élite dispuesto a todo por Amor, y se levanta del sogiorno donde se realiza la tertulia y se va a un pasillo.

Don Álvaro y alguno más salen, desconcertados por la reacción del Prefecto, y lo encuentran llorando. Al parecer, le avergonzaba mostrarse así delante de aquella gente.

Más tarde le enseñan Cavabianca y el buen hombre no salía de su asombro contemplando aquel pequeño pueblecito seminario. Y, dicen los que lo vieron, que al ver el oratorio del seminario de la Prelatura -un retablo magnífico, espectacular, grandioso-, el cardenal se quedó boquiabierto. Al llegar a la sacristía –el despacho de la ministra Trujillo a su lado es un puesto de la ONCE- exclamó “¡pero esto qué es!”.

- Esto no está hecho con piedras, está hecho con Amor –le contestó Don Álvaro.

Es un modo de verlo. Aunque uno, por más que ama, no tiene pasta para demostrarlo. Me encantaría poder amar así.

Así me lo contaron, y así lo cuento.

Y así con Ratzinger, uno de sus colaboradores más directos era Don Fernando Ocáriz (O cáriz, o yo…), y con don Estanilao, secretario personal de Juan Pablo II que fue un verano al Pirineo acompañado de ilustres numerarios, viviendo en algún centro, visitando alguna delegación y haciendo senderismo, o con el primer ministro de Kenia -uno de sus ministros era de la opus-, o con Andreotti que visitó con frecuencia Villa Tévere, o de un conocido empresario –conocido por forrarse a base de especular y trincar hasta parar en la cárcel-, que donó las becas de un año de todos los seminaristas del seminario internacional con sede en Roma (hay que hacerse amigo de las riquezas injustas)… y así hasta el infinito y más allá.

Es su papel, el de la opus. Y en ello están.

Y tengo para mi que no siempre consiguen transmitir lo que desean, ese mundo perfecto, incorruptible, maravilloso, de celofán. Un mundo que, a pesar de tener portavoces del Vaticano, Presidentes de la Comisión de interpretación de los Textos –el equivalente a un ministro de justicia-, cardenales Camarlengos, y algunos obispos, no consiguen hacerse entender del todo. Demasiado potito .

Y creo que Benecdito XVI nos va a dar más de una sorpresa –no las que esperan algunos porque para eso se necesita un Papa que esté como un cencerro, y no es el caso. El que se ha paseado por su escritos –desde sus primeros libros (los que prohibió la opus y siguen vigentes, que yo sepa Benedicto no renegó de ellos), al último -lo sabe, y lo intuye.

Hay algo común entre la opus y Benedicto, o Juan Pablo II, y es que poseen un espíritu conservador pero, ¡ay!, tan distintos uno de otro.

La opus, en general, prefiere las “conservas”. Virtudes artificialmente sustraídas al riesgo de la corrupción y a las promesas de la vida. Quiere saber muy poco de eso que se llama la aventura de vivir al aire libre. Tiene miedo al mundo, que dice querer santificar. Y muchas de sus virtudes “conservadoras” proceden de técnicas muy parecidas a las de la fabricación de las conservas: impregnación de azúcar, sal o vinagre, (hay virtudes empalagosas , como ácidas, o amargas), de conservantes y colorantes, la esterilización que mata los gérmenes (esa vida triste, encerrada y egoísta de los centros de mayores), y la operación de enlatar que suprime los intercambios con el mundo exterior (nuestros colegios, nuestros médicos, nuestros lugares de veraneo, nuestros libros…)… Sin contar que la fidelidad conseguida sólo es provisional, porque las conservas así conseguidas acaban siempre por estropearse, y su descomposición es la peor de todas.

Y si uno se toma la molestia de leer y conocer la biografía de Juan Pablo II, o de Benedicto, observa que son gente con una fidelidad viva, que prolonga el pasado en el presente, que han vivido libres, a su aire, con sus equivocaciones y su visión del mundo, con su biografía. También con sus caracteres, tan diferentes. Una fidelidad que se asienta en su cultura y en su historia personal, lejos de instituciones y de criterios tribales.

Se equivocarán, como el que da limosna puede equivocarse de pobre, pero su corazón no se equivoca, ni confunde. Son gente que, en my opinión, buscan la verdad. Camino difícil. Y más entre esa maraña de instituciones bienpensantes, con fantásticas formas farisaicas y artificiales, que confunden al más experto en eso que llaman leer los corazones. Esos que hablan con voces aflautadas, dulces, piadosas, mientras se frotan las manos, y que te las están dando con mantequilla.

Lo más malo que he visto en mi vida han sido un cura y una monja, en años distintos. Y su maldad no estaba en el sexto y en el noveno. Pero malos, malos. También hay taxistas malos, lo que no evita que cuando necesite ir en taxi lo haga. Faltaría más.

Es como esas feministas que hablan de que las mujeres han estado oprimidas, y es cierto: hay que rectificar eso. Pero eso no las hace, en bloque, mejores o peores que los hombres. Hay hombres estupendos y mujeres estupendas.

Y uno se pone en la piel del Papa y eso de buscar la verdad en este mundo se le hace de pesadilla. ¿Quién cree que puede cambiar la crueldad humana, el egoísmo atroz, la mentira disfrazada de sentimientos epidérmicos, el orgullo de los poderosos, la miseria moral?. Sólo por eso ya merece cierto respeto y, quizás, compasión.


CONCIENCIAS ALGO CONFUNDIDAS

Me decía un amiguete de la güels que sería interesante tratar el asunto de la deformación de algunas conciencias en la opus, y no en la opus, donde uno se pierde en medio de tanta maraña de criterios, normas, de spíritus y costumbres aquí y allá , como lianas y enredaderas de una selva espiritual voraz y magníficamente trepadora, hasta quedar atrapado sin saber exactamente qué es lo que está bien, lo que está mal, lo que es una tontería, lo que es hermoso, lo que es feo, lo que es una debilidad, lo que es una pasión, lo que es una enfermedad, lo que es una gilipollez, lo que es un milagro, lo que es una histeria: hasta no saber donde está uno realmente y confundir, y confundirse.

Sorprende encontrarte con alguien que tiene las cosas claras. Conocí hace unos meses una dominicana que en pleno mediodía hacía autostop a la salida de un pequeño pueblo de Castilla. Iba andando aceleradamente por el arcén con una pequeña maleta y unas pintas que no dejaba duda alguna de su profesión. Prostritrutra, como la de Babilonia. Hacía un frío que pelaba la pava, y no era difícil imaginar el que debía de estar pasando la mulatilla. Paré.

Efectivamente, la chica huía de un puticlús de un pueblo de mala muerte y pedía ser llevada a una estación de autobuses donde iría desde allí a otra ciudad, a otro puticlús, donde una amiga le había prometido El Dorado: más nivel, más guita, y clientes urbanos, nada de primitivos agrícolas, babosos y con unas manos como cazos. Le acompañé hasta la estación y, encima, me sacó de gratis el billete. Durante el trayecto charlamos de todo un poco. De seguida un algo apostólico emergió de mi interior. Pensé “joder, como conviertas a una de éstas pasas la historia: el que salva un alma tiene su alma salvada… ¿Y si se bautiza, y luego se hace monja y funda una orden de ayudas a las Rameras del Gólgota y de Gerasa?”. Y, claro, yo emocionado y como transido. Le pregunté.

- Pero, chica, ¿tú sabes lo que quieres?, ¿sabes dónde vas en la vida?, ¿sabes el sentido que quieres darle a tus años?.

- Pues claro que sí, mi amor –contestó sin dudarlo ni un segundo. Busco al hombre perfecto y sé que lo encontraré…

- Si me buscas a mi –creí, en mi fatuidad, que ese hombre perfecto era YO- que sepas que éste anillo pertenece a una mujer que me espera.

- ¿Tú?. No, saborysón, mi hombre perfecto tiene las medidas 80-3-10.

- ¿80-3-10?...

- Sí ochenta años, tres infartos y diez millones de leuros, amor. Busco un viehito que me saque de pobre.

Eso es tener la ideas claras y lo demás son leches.

No sé en qué novela de Ferlosio o de Delibes al protagonista le sucede un hecho terrible que viene a cuento de lo que aquí se trata. Y es que el jambo se masturba una noche y al día siguiente estalla la Guerra Civil en España. El hombre está convencido de que todos esos muertos, todas las barbaridades que allí sucedieron, toda esa carnicería, fue por culpa de su pecado solitario. Tiene la certeza de que esa masturbación provocó la ira de Dios y que si no hubiese caído en la tentación no se hubiese desarrollado aquella guerra fratricida. Un millón de muertos – ¡un millón!- sobre su cabeza, por su culpa.

El drama de ese tipo es de una enormidad psicológica, de un peso interior, que asusta y, simultáneamente, uno no puede menos que compadecerle.

Cuando eso le pasa a uno, pues se entiende que es algo personal, que el tío está cortocircuitado… pero cuando eso le sucede a unos cuantos, quizás, el problema nace de unos modos de formar que se siembran en personalidades escrupulosas, obsesivas, rígidas. Quizás los propios que forman son también gente como el código de barras de leche El Castillo y, claro, se arma. El notas que llama a tu puerta a las dos de la madrugada con los ojos desorbitados, despeinado, angustiado, preguntando si tienes agua bendita; el jambo que sufre viendo cómo enciende las velicas en el oratorio un urco que va con la cerilla apurada apunto de quemarse el pulgar y el índice porque prende primero la más cercana al Sagrario por la izquierda, genuflexión, y se dirige a la más cercana al Sagrario por la derecha, genuflexión, corre a por el segundo cirio más cercano al Sagrario por la izquierda, genuflexión, esprinta a la segunda vela más cercana al Sagrario por la derecha, genuflexión, vuela a por la tercera más lejana al Sagrario por la izquierda, genuflexión (todos en el oratorio encomendando -¡que se quema, que se quema!), se despatarra a por la tercera y última vela por la derecha… ¡¡¡conseguido!!!. Y deja algo parecido a una mosca quemada en la bandejita junto a la caja de cerillas encajada en un estuchín de plata. Y el jambo que sufre, pimba, le casca una corrección fraterna explicándole que primero por la derecha desde la más cercana al Sagrario hasta la más lejana y después, previa genuflexión, las de la izquierda con el mismo criterio–hay auténticos especialistas en correcciones fraternas de cómo se encienden las velas en el oratorio: ¡no pasan una!.

El supernumerario que su mujer no aguanta que haga las normas delante de ella y en los viajes, al repostar en una gasolinera, se encierra en el lavabo, saca un evangelio en miniatura y lee los cinco minutos de rigor. El otro que exige en los hoteles que le quiten la televisión porque, afirma, tiene tentaciones de pureza. Y el recepcionista que le aconseja que la desenchufe, y el Goretti que no, que se la quiten, que él ya sabe lo que le pasa después, que a usted no le tengo que dar explicaciones… y lo cuenta como una auténtica virtud heroica, y hay quien piensa “estoy delante de un alma delicada”. Estás delante de un tío más sonao que el pecho de King Kong.

El que te hace una corrección fraterna “es que el año pasado coincidí contigo en un curso anual y contaste las mismas anécdotas que ayer y, la verdad, cambias algunas cosas. Se parecen, sí, pero hay detalles que los cambias, y eso son mentiras, pequeñitas, pero mentiras, y la mentira es un pecado venial que, como decía nuestro Padre, hemos de tener horror del pecado mortal y también del venial deliberado”. ¡Hala, tócate los cojones!. Y a callar. Para meterle el brazo por la boca hasta el agujero del culo, sacar el dedico, y darle la vuelta como un calcetín, como decía nuestro Padre, por cierto.

El que despierta al cura a las cinco de la madrugada “¿me puede confesar?” es que estoy en pecado mortal “; y es que el sacerdote, muy solícito y muy disponible, ha dicho en la meditación “estoy para lo que queráis, a cualquier hora… ¡¡¡a cualquier hora!!!”. Con que a cualquier hora, ¿eh?, pues toma, a las cinco de la madrugada.

El que está viendo a Humprey Bogart besando a ese pedazo de mujer que se llama Lauren Bacall y dice “cambia… que cambies… ¡quieres cambiaaaar!”. Y a uno le dan ganas de proponerle que vea las películas con una jarra de agua fría con mucho hielo picado y que de vez en cuando se abra el pantalón y, venga, una chorrico pa dentro.

El que llora porque tiene malos pensamientos con una imagen de Nuestra Señora, el que te monta un pollo porque no entiende que se canten canciones de Joaquín Sabina -¡unidad de vida, hay que formar en la unidad de vida!-. El que hace una guerra en una convivencia porque la que sirve en el comedor se le transparentan las bragas al pasar delante de un ventanal (realmente el problema no era que se le transparentaran las playtex, el problema es que la señora tenía un culo que no se sabía si compraba nalgas o vendía mollares). El que advierte que has tomado café por la mañana antes de Misa –hay centros que el comedor a primera hora es lo más parecido a la Santa Compaña, todos en pijama, despeinados, en silencio, preparándose un café -y comprueba escandalizado que has comulgado cincuenta y cinco minutos después de sorber la taza, que más es medicina que placer, y te comunica que debes confesarte porque has roto el ayuno eucarístico que está penado por la Iglesia como grave… Y así hasta el infinito y más allá.

Mala señal cuando se necesitan de cientos de criterios para formar hombres y mujeres con criterio. Criterios que se incrustan en cabezas que necesitan de semáforos, señales de tráfico que les aseguren si van bien o mal. Y, sin encambio, nada hay más inestable que las opiniones, los entusiasmos y los ideales del espíritu. En general nuestras pasiones carnales, nuestros hábitos físicos, son más sólidos que las sombras que pueblan el mundo de nuestra razón. Se descubre la fidelidad, y el amor, cuando está enraizada en nuestro cuerpo. Lo más inconstante en nosotros es el yo, siempre hambriento, con su orgullo, su curiosidad, su sed insaciable de nuevos ídolos. Se es más fiel no cuando se piensa mejor, sino cuando se siente más profundamente. Y sentir, lo que se dice sentir, se siente con el cuerpo y, a partir de él, esa sensibilidad conecta con la del espíritu. Por eso lo verdaderamente espiritual tiene más afinidades y está más en sintonía con lo sensible que con lo intelectual, y se graba más fácilmente en una emoción corporal auténtica que en una opinión intelectual, o en un criterio que sólo se fija por vía de razonamientos tan insípidos como una cuchara.

Curiosamente, tantos años allá dentro dejan su huella. También en uno. A mi me costaría horrores comulgar en la mano, aún sabiendo que no infrinjo ninguna ley. Y más de una vez he pensado hacerlo, pero nada, que no me atrevo. En algún lugar de mi cerebro está ese chip y no hay modo de extirparlo. Y en ocasiones, cuando estoy en la fila, mientras cantamos eso de “Jesús tú eres mi mejor amigo, sí” plas, plas, plas (aplausos), y delante de mi hay un señor de doscientos quince años, un papiro, y observo que el sacerdote que imparte la Sagrada Forma es otro anciano de setecientos dieciséis años, con un parkinson horrible, y que el abuelito que me precede al tomar la Comunión le pega un lametón a los dedos del presbítero que casi le leva la cara, me digo “macho, pon la mano, que aquí la coges del treinta y tres”. Y cuando voy a extender la mano izquierda, depositada sobre la derecha, así, de repenete, de pronoto, pimba, saco la lengua, y siento que unos dedos húmedos, temblorosos, hurgan el interior de mi boca mientras intento contestar a “Corpus Christi” con un “Abéddddnnjjj! más patético que piadoso.

Y que no puedo, oye. Que no puedo.


EL ADN DEL OPUS DEI

“Una corona de oro para un espantapájaros”. La imagen se aplica de maravilla a ciertas pretendidas vocaciones espirituales. Cuanta profundidad no purificada bajo una débil capa de virtud y de oración –el que lo probó lo sabe. Cuánto maquillaje de supuestas vidas cristianas, cuantos trucos baratos para ocultar lo que todos somos. Qué gran ventaja si la prueba o el pecado derriban toda esa aureola mentirosa y dejan al desnudo la podredumbre del alma, y descubrir la verdad en el pecado y la mentira de la virtud simulada.

Descubrir que no se puede decir “soy pobre” cuando se vive según los modos de esa sociedad consumista, anticristiana, que tanto se critica. Se vive en las más mejores zonas, los mejores pisos, las mejores parajes de casa de convivencias, los mejores coches –basta pasearse por el aparcamiento de bastantes colegios el día de la fiesta del colegio, o en una reunión de padres-, se vive ese espíritu chincharrero, interesado, práctico, chato, sin aristas, acomodaticio, aburguesado, consumista y ridículamente capitalista, con esos modos de nuevo rico que ya no es privilegio de unos pocos, sino que, en su fatuidad, imitan muchos, aunque sea a costa de hipotecar su vida a un banco. Los colegios más caros, por el prurito de una pijez que no acaba de casar con algunas virtudes cristianas que se predican sin sonrojo alguno.

La última. Se monta un catering a lo grande –40 leuros por persona– para celebrar la primera confesión de las niñas bien de un colegio bien. Joder con las niñas pecadoras. Antes las propias mamás preparaban una chocolatada y asunto zanjado. Ahora las pedorras nuevas ricas han tomado posiciones en eso que, sin rubor, dicen que es “calidad de vida”.

En una primera confesión que organicé el sacerdote era un tipo original y algo lanzado. Chaparro y feo como él solo. La verdad es que era muy pequeñito. Un día fuimos de convivencia con los chavales y los padres que quisieran para celebrar la ceremonia de la primera confesión en un santuario. Primero fueron las confesiones y allí dio una pequeña plática para remover los corazones de las mamás que asistieron –no vino ni un padre. Una de ellas era una mujer de esas que hasta la escultura de un monaguillo de tamaño natural que había en la entrada de la iglesia, una de esas que el niño lleva un cepillo para las limosnas, se le iban los ojillos, al muy pillín. Iba la señora con una minifalda como la de Lulú cuando cantaba Bum bum ban a bang en el festival de Eurovisión: muy festiva, muy alegre, muy fresca. Y el caso es que cuando su niño va a confesarse le dice la mamá al presbítero “hemos hecho el Jonathan y yo una hojita con sus pecaditos, para que no se le olvide nada”. Y el cura va y le suelta “supongo que cuando entre usted al confesionario vendrá con un listín de teléfonos”. Frús total. Pero frús, frús.

Después vino la Misa. Todo bien hasta que llegó la comunión. Se gira el cura para abrir el Sagrario y coger las Formas y cae en la cuenta que el altar está altísimo, y el Sagrario lejísimos del altar. Y no se le ocurre otra cosa que tomar un poco de carrerilla y lanzarse en plan rodillo, lo contrario al estilo fousbury, o como se diga eso, para ver si consigue abrir la puerta del Sagrario. No lo consigue. Y se queda suspendido entre el cielo y la tierra, la barriga sobre la mesa del altar, los pies zarandeando el aire… descojone del personal, y va y me dice por lo bajini “¡mecagüen la puta, Satur, abre el Sagrario!”

Bueno, me he vuelto a divertir. Me convierto de nuevo.

Y es que muchas vocaciones no son tal. Piensan bastantes de la opus, y no de la opus, que la vocación es algo que justifica a toda costa su conducta mediante principios a priori. En lugar de reconocer espontáneamente lo diverso y contradictorio de muchos de nuestros móviles –no me refiero a los teléfonos-, y aceptar la vida como algo que se va haciendo, rectificando, volviendo a empezar, equivocándose y acertando, deciden de una vez para siempre que no, que ellos son elegidos y, por tanto, soy pobre porque sí, porque “nosotros somos pobres”, soy casto porque sí “porque nosotros somos castos”, soy alegre porque “nosotros somos alegres”. Y un jamón. La vida se anda, chino chano, y a ver qué pasa, con Dios en el bolsillo, o solo, pero se anda.

Es preferible el fanfarrón de la mentira y del pecado al fanfarrón de la sinceridad y del ideal: el que cree mentir diciendo la verdad al que cree decir la verdad y miente. Hay muchos que creen ser sinceros: creen amar y no aman. Hay quien decide que todo en su vida será moral, que hasta su misma sed de gozar, de dominar, de vivir la pobreza ésa, llevará la máscara de la virtud. El engaño es el precio de esa falsa unidad.

Sabemos que el ser humano tiene poco más de 30.000 genes, pocos más que el chimpancé (cosa que algunos intuían), y el doble que la mosca del vinagre (eso no lo intuía ni Tarzán). Sabemos que posee 50 trillones de células y, dicen, que si todo el ADN se pusiera en fila haría 60 veces el trayecto entre la Tierra y el Sol. Casi nada.

También nos aseguran que el ADN es el archivo en el que se almacenan cuatro letras químicas esenciales con instrucciones precisas para la vida. Pero todo esto no es la verdad, al menos toda la verdad, ni siquiera la verdad más relevante. Somos algo más que todo ese mapa: somos libres y responsables. Nada está escrito de antemano por mucho que así lo profetice de cada uno la opus cuando condena a la desgracia terrena, y quizá la eterna –por escrito y de palabra (ojo, que es muy grave el asunto)- a quien busca otros caminos honradamente y de buen corazón. Cuando afirma que traicionamos a la opus, a la Iglesia, a nuestros hermanos, al mundo entero. Cuando determina a priori las acciones de sus fieles según el código de un ADN muy particular, el suyo, que lleva inscritas las instrucciones precisas para ser feliz en esta vida y, después, en la vida eterna… ¡Ay, pero como rompas esa cadena de letras!: no vales ni un duro, ni dos pesetas. No vales nada.

No se me olvida la última noche antes de dejar la opus. Una conversación en una terraza de un colegio mayor con el que entonces era mi director. Fue a matar el tío: “te veo dentro de unos años solo, alcoholizado, en una barra americana, contando una vida muy triste”. Le contesté que yo también me veía así… porque lo cierto es que sí me veía así. Era una posibilidad.

¿Qué “letra” me saltó en la cadena del ADN para impulsarme a buscar una vida donde yo pudiera ser, quizás, mejor persona, mejor Satur, que la pedazo de cosa que estaba hecho?. ¿Qué letra saltó de esa cadena cuando me precipitó a un mundo sin garantías, sin nada más que pensar que las cosas “saldrán porque Dios viene conmigo”? ¿Fue la A (adenina), la G (guanina), la T (timina) o la C (citosina)? ¿O fue la I (ingenuo), o la C (caradura), o la T (traidor)?… ¿pudo ser la A (amor), o la S (sinceridad), o la C (confianza en Dios), o la P (de Piedra)... unas letras que los científicos más avisados, los opusimos listillos, y todos aquellos que creen que las cosas son como ellos las predican, no “ven” en el ADN, pero que ellas solas pueden revolucionar los 50 trillones de células que integran el ser humano. Una sola de esas letras, la A, hacen saltar por los aires todos los planteamientos más falsos, todos los intereses espúreos, todas las mentiras, todas las comodidades, todas las profecías agoreras y todas las tristezas.

Esas letras han hecho posible las mayores locuras de este mundo. Y por eso hoy, ahora, en algún lugar de este mundo alguien está quemando las naves.

Hablando de naves.

San Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás decía que la opus era una barca y a los que dejaban la opus les gritaba, glosando la idea de que preferían ir a un portaviones que quedarse en esa barca humilde, “vete, vete al portaviones…”. ¡Joder con la barca de la opus!

Yo no sé en que portaviones estoy, me muevo y ando, y desconozco cuantos de los que han dejado la opus viven en portaviones, ¡pero anda que no hay que tener cara para decir que la Prelatura Perlada es una barca!. ¡¡¡Joder con la barquita!!!: ¡¡¡QUIERO ESA BARCA!!!.

Y ante planteamientos así habrá que plantarse delante de esa opus y decirle que naranjas de la China: que están muy, pero que muy equivocados, que andan mal, que así no van a ninguna parte: una corona de oro para un espantapájaros.


UN NUMERARIO EN APUROS

Se puso de moda en las convivencias de El Poblado organizar excursiones a los Cañones del río Vero y a los Oscuros del Mascún. Lugares de una belleza extraordinaria, fantástica en sus formas, y con ese puntillo de aventura y riesgo que los hace inolvidables. Bajar esos cañones donde el río durante millones años ha excavado la roca como si fuera mantequilla, encajonado en murallas gigantescas, donde el sol apenas acaricia las aguas, entre “Oscuros” que parecen la guarida de Gollum, era una experiencia más que divertida. Horas saltando entre rocas, zambulléndote desde un saliente en una pequeña y fresquísima poza, dejándote arrastrar por una corriente brava que corre entre sinuosas curvas calcáreas, buceando cuevas donde parece que has vuelto al seno de Gea, mamá Tierra, rodeado de una humedad que recuerda a la del líquido seminiolílitico, o como se escriba eso. El regreso al barro primordial. ¡Una experiencia difícil de transmitir!

En principio no era peligrosa la excursión pero había que andar atento en la entrada del Cañón donde se avisaba de peligro de tormentas. No de tormentas en esa zona, sino en el Pirineo, a cuarenta kilómetros de allí. En tan sólo dos horas las aguas bajaban bravísimas y salvajes desde las montañas y se encajonaban en el Cañón convirtiéndose en minutos en una trampa mortal: la estrechez de los Oscuros hacía que subiera el nivel del río, y con una fuerza imposible de resistir por muy en forma que se estuviera. Más de uno no ha regresado del Mascún.

Y es el caso que cuatro numerarios decidieron ir de excursión en un curso anual a los Oscuros del Mascún. Y no se percataron del aviso de tormenta del patín de la baraja que se anunciaba en la entrada del Cañón, y allá que se fueron pertrechados tan sólo de un traje de baño de media caña y unas zapatillas deportivas cantando eso de “¡adelante sin miedo no miréis patrás!...”. Y cuando estaban a mitad de recorrido de los Oscuros, en una zona estrecha, entre paredes inexpugnables, oyen un ruido feroz a sus espaldas y comprueban que una masa de agua marrón salvaje y desfasada se les acerca y atrapa. Con la rapidez que sólo da el miedo suben a una enorme roca que pronto se convierte en una pequeña isla en medio de aguas turbulentas que aquí y allá chocan contra todo.

- ¿Qué hacemos? -pregunta el que hace cabeza– esto va a seguir subiendo y…

Observan que un poco más abajo el Cañón se abre en una curva y que allí es posible salir a tierra abierta.

- Voy a dejarme arrastrar por la corriente hasta ese recodo -comenta otro de ojos achinados- y aprovechando la fuerza centrípeta el río me expulsará a tierra y voy a pedir ayuda al pueblo.

- Ok; inténtalo. Nosotros encomendamos, y si es fácil te seguimos.

- Encomienda.

- Encomiendo.

- Yo también encomiendo –añade un tercero.

- Y yo –comenta el cuarto-. Yo encomiendo que no veas.

- Y yo –exclama una trucha que estaba oculta debajo de una piedra.

- Pas (hay gente que dice “pas” en lugar de “pax”).

- In aeternum (nunca mejor dicho)

Nuestro héroe reza un avemaría y en la parte de “ahora y en la hora de nuestra muerte” dice “ahora, y en la hora de ÉSTA muerte”, y se zambulle en las bravas aguas.

Bravas aguas que le subsumen, le hacen desaparecer a la vista de sus hermanos, y allá abajo, le voltean, le garrapiñan, le centrifugan de lado, de espaldas, de culo, de cúbito supino, de cúbito pronoto, de cúbito derrepenete… le zarandean como un muñeco, le golpean contra las rocas. Y el tío que nada, que no sale en el recodo, que no le centripetan. El tío sigue en el interior de toda esa masa de agua sin saber ya ni quién es, ni de donde viene, ni a donde va, ni que é lo que é, ni ná de ná.

- ¡¡¡Fumanchúúú!!! –gritan los de la isla- ¡Éste tío se ha matado!

El río, harto de arrastrar al chino, lo gomita en otro recodo a cientos de metros de los de la isla. El hombre está aturdido. Tirado como un pollito mojado jadea en la orilla, tose, escupe, chorrea, bocanea, e intenta saber qué hace allí, y cual es el encargo que le han dado. Entonces se observa detenidamente a sí mismo y se pregunta “vamos a ver, si yo no me llamo Curro Jiménez, ¿cómo es que tengo un TRABUCO tan grande?”. Y es que entre tantas revueltas y más revueltas, el río le había despojado del bañador. Caronte, el barquero, le había cobrado la limosna de esa prenda a cambio de su vida.

Sí: estaba en pelota picada. Con zapatillas, pero con la misma impresión que Adán cuando mordió la manzana y Eva le preguntó “ ¿y ese ciruelo, desde cuándo lo tienes?”. Y Adán, todo rojo, “¡andanda!, pues que no lo sé, oye”. El bañador a esas alturas estaba en la confluencia del Vero con el Cinca.

He aquí un auténtico dilema moral. He aquí la santidad puesta en crisis. He aquí una de esas pruebas que nos envía la Providencia como. miles de años antes, Dios hizo con Abraham –ése que le llamaban así porque llegaba todos los días tarde a casa y no tenía llave y mamporreaba la puerta gritando “¡¡¡Abrááán, Abrááán!!!”… y con ese nombre se quedó. Por palizas.

“ ¿Qué hago? -se pregunta angustiado nuestro atribulado ser humano: ¿me voy en pelotas por los campos hasta el pueblo, como el de Gerasa, y pido ayuda para mis hermanos que están apunto de perecer?; ¿voy en busca del bañador y regreso después?; ¿decido quedarme por estos páramos dedicando mis días al ayuno, a la oración y a la vida eremita? Enorme las dudas de esa pobre alma que sufre y que no sabe qué decidir: si sigue el 6º mandamiento –lo que significa la muerte de los desdichados que ha dejado a merced de la brutal naturaleza- o, por el contrario, se aferra a la norma de la Caridad, que borrará la muchedumbre de su pecados.

Vence la Caridad y se decide a subir una pendiente de media hora de camino sin senda, entre abrojos, espinos, piedras y “quédateconmigo”, esas plantas con púas que te agarran de la ropa –si se anda entre ellas con ropa– y parecen querer retenerte. Y sufre en silencio los pinchazos en su piel sólo acariciada antes por las suaves manos de su madre, hace muchos años.

Se acerca al pueblecito de Alquezar. Está como un auténtico Ecce Homo: sólo le falta la corona de espinas y la clámide –que para sí quisiera. Reza, encomienda encontrarse en la primera casa con un viejete que pueda prestarle un modesto pantalón de pana negra, pero, quiá, el pueblo entero está a esas horas en la calle, tomando la fresca, de tertulia, repleto de excursionistas y de aventureros que en la terraza de un bar toman unas cervezas mientras comentan la jornada. Arranca una rama de un arbusto, se la coloca en salva sea la parte y, todo coloradote, se planta en medio de la plaza y grita “¡¡¡por favor, por favor, hay unos compañeros que están aislados en el cañón y necesitan ayuda!!!.

La peña le mira con absoluto desconcierto y perplejidad mayúscula, incluso alguno con envidia. Una ancianita suspira sentada en una sillita pensando, quizás, en otros tiempos, cuando Honorio era un campeón. Hay quien le hace fotos. Y le socorren, auxilian y dan pomada. Llaman a la Guardia Civil que acompaña a nuestro fiel amigo hasta donde están apunto de perecer sus hermanos. Tan sólo se apoyan cada uno en un pie, como aves zancudas, sobre la roca que está en un plis de ser cubierta por las aguas. Curiosamente cada uno lleva un rosario de dedo entre sus idems.

Con una polea y una sirga lograron rescatarlos. Alborozados y festivos se abrazaron celebrando el reencuentro.

- ¿Y ese pantalón tan hortera y esa camisa de flores?; ¿no llevabas un trajedebaño? O sea, que encima de que estábamos jodidos vas tú y te dedicas a comprar ropa en el pueblo –le dice el que hace cabeza.

- Bueno… es una historia muy larga de contar. Pertenece al fuero interno, ya sabes.

El tiempo pasa y olvidamos muchas historias. Es probable que a estas alturas, veinte años después de ésta que aquí se ha contado, sus protagonistas no recuerden el día que aquel hombre, Fumanchú, les salvó de una muerte segura. Dio su vida, su honor, su pudor y vergüenza por esas almas desagradecidas. Y se hablarán de otros milagros, de otras proezas y de otras hazañas. Se canonizarán santos por mucho menos, y mártires. Pero esa santidad heroica y escondida de nuestro hombre quedará para siempre esculpida en el silencio de los Oscuros del Mascún. Y en el corazón de Dios.

Vero


Agobiatas de la Opus Toda

Que estamos hechos de lo mejor y de lo peor se puede constatar día a día desde que bajamos del árbol y nos pusimos a andar a dos patas: a Caín le costó muy poco darle un mangazo a Abel –que debía de ser un tipo algo rarito y repelente– y darle billete… después vinieron los demás hasta hoy.

Aristóteles y Santo Tomás se muestran unánimes al definir la virtud como el justo medio entre dos extremos opuestos. Así nos mantenemos en pie. Olvidar esto trae consecuencias desastrosas; negar que en nosotros se desarrollan juntos el bien y el mal tarde o temprano nos encamina al desequilibrio espiritual y psíquico...


Esta es la causa de tantas neuras, tantas depresiones, tantos agobios en bastantes algunos fieles de la Perlatura y de instituciones donde impera un pesimismo moral que no quiere saber nada de uno de los extremos opuestos: el macarril. En su formación se tiende sólo a la santidad, se diluye la presencia del mal, se siente el vicio como enemigo, como algo de lo que mejor no hablar. Tendamos a la virtud, sólo a ella. Somos santos, somos puros, somos alegres, somos pobres, somos ordenados, somos generosos, somos piadosos.

- ¿Y no puedes ser también, por ejemplo, vanidoso, perezoso, orgulloso, tacaño, violento y/o estúpido?

- No. Imposible: yo soy santo. Tú sí porque no luchas, no rezas y, claro, te pasa lo que te pasa.

- Ya. ¿Y no sientes “el tigre” enjaulado que quiere saltar y…

- Yo no hablo de “ESO”.

Las virtudes y los vicios tienen la misma base humana; no existen entre ellos ninguna diferencia de naturaleza, sino una diferencia de posición. Una casa bien construida y otra que cae en ruinas pueden estar hechas con los mismos materiales y la proporción en que se emplean aseguran el equilibrio o provocan el hundimiento del edificio. ¿Por qué entonces la constatación de este hecho elemental escandaliza a “formadores” consagrados que se dedican a revelar caminos de santidad?. ¿Exigirían acaso que el deseo de los bienes materiales fuera radicalmente diferente en el ladrón y en el hombre honrado, que la sexualidad del esposo fiel nada tuviera que ver con la del adúltero, la del pedófilo o la del anadófilo (amor desmesurado por los patos que hacen cuá cuá de un modo sospechosamente seductor)?.

Hemos llegado al quid de la cuestión. Lo que no pueden soportar esos chicos es que la virtud proceda de la misma fuente que el vicio, que entre las cosas buenas y las malas no hay diferencia de origen. Y es que no perdonan a la virtud su procedencia “ demasiado humana”, que diría Ních –ése gran cabrón que le jodía ser sólo hombre. Hay en esos modos de formar una terrible desconfianza e insatisfacción ante el ser humano. Y eso, a la larga, destroza, lleva a la ruina y se desmorona. Al pensar así se tiende de un modo histérico a huir hacia arriba escapando de lo humano y se habla de la “gracia para escapar de la gravedad“, de la “caridad que es de otro orden”, o de los famosos “actos gratuitos” que tanto gustaban a Gide, Graham Green y compañía. Les requetejode descubrirse “humanos, demasiado humanos”, “frívolos”, “superficiales”, “epidérmicos”.

Pero lo son. Lo somos. Les encantaría que el hombre tuviera dos naturalezas, una para el bien y otra para el mal. Pero no; sólo tenemos una, y hay que quererla para ir andando con cierta chulería, garbo y soltura por este mundo. Sabiendo, y aquí está la sustancia, que hay un Ser más allá de la muerte que nos ama y nos comprende, que para eso nos hizo, qué leches. No sé quién dijo – que a lo mejor era gilipollas – que si conociéramos el fondo de todo tendríamos compasión hasta de las estrellas. Y es verdad.

Por eso, queridas y queridos depresivos provocados por esas formaciones, estimados agobiatas, neúroticos todos, os pasa lo que os pasa. No comprendéis nada y os desespera ver las sombras que la luz proyecta en vuestras vidas.

¡Benditas sombras!


De apariciones y hechos extraordinarios


Estaba en la cocina preparándome un delicioso bocata de fuet, queso, jamón de York, todo él bien untado de tomate, un diente de ajo desmenuzado, y acompañado de una lata fresquísima de cerveza cuando ella entró. Ella es La Piedra.

- Quiero hablar contigo –me dijo solemne

- OK; termino de echar esto por el agujero de la cara y charlamos, amol –le contesté echándole varios perdigonazos de algo parecido a un embrudo de migas con cosas raras

Minutos después, con un kilito más, me dirigí a la sala de estar donde ella me esperaba de pie junto a la ventana. Era la viva imagen de una gran dama a punto de estallar. Esperando a Godot. Confié en poder estar a la altura del tema que iba a plantear. Me encomendé a San Pablo Miki y los Toni y puse cara de “soy tuyo, para ti nací, dime Piedra, ¿qué quieres de mi?”. Con ese careto he salido de situaciones muy difíciles. Temí lo peor, escuchar la única frase salida de sus labios que puede hacerme perder pie: "estoy esperando quintillizos… y no son tuyos”...

- Aquí estoy, cielito, dispuesto a hablar –dije-. ¿Qué querías?.

- Sabes muy bien lo que quería –me contestó-. Dejémoslo así.

Se dio la vuelta y marchó al dormitorio, sin duda para mirarse en un espejo que no le refleja, introducirse en el féretro, cerrar la tapa, juntar las manos sobre su pecho y dormir.

¡Hala!, y uno allí con cara de tontolaba preguntándose si será que volví a dejar la nevera abierta, o que olvidé sacar los zapatos a la terraza (¡¡¡qué alegres cantaban aquella mañana los pajaritos!!!) o, quizás, que ella regresó a casa y se encuentra que no hay nadie y está Rafaela Carrá con el sonoro a tuti plein cantando eso de “Fiesta, que fantástica, fantástica la fiesta…”. No sé. También podría ser que en la última salida a cenar con los amigos me pasé de Jacks Daniels y le pedí al baranda del bar de copas que me pusiera un CD que llevo en el coche: un recopilatorio de cantos gregorianos de la Abadía de Solesmes. Y allí me bailé un agarrado del “Ite ad Joseph” con alguien que ahora no sabría definir exactamente. Alguien que tenía un enorme parecido a Magdeleine Albright hasta el moño de Hemoal, creo…¡Yo que sé!. Y sí que recuerdo que la cara de la Piedra al verme bailando todo serio era como muy chunga, pero pensé que le habría sentado mal algo -¡cosas de mujeres!.

Trasladé a un amigo mis zozobras con La Piedra.

- Es hora de que hagas un viaje con ella, que descanséis, que hagáis un alto en el camino. Tu mujer necesita que le dediques tiempo.

Me gustó la idea de mi amigo que, por cierto, trabaja en una agencia de viajes, y nos fuimos los dos a pasar unos días lejos de todo. Cuando escribo los dos no me refiero a mi amigo y yo, quede claro. ¿No me he tragado cientos de cursos de retiro de cinco días sin rechistar?, pues, venga, con La Piedra a pasalo guapamente.

Esa es la razón de no haber escrito estos días en Orejas. Estaba en el féretro, dejándome morder, apuñalando su corazón con mi cuchillo de plata, sobrevolando la noche con nuestras capas negras, limpiando colmillo. ¡¡¡Wakawakaaaaaaa!!!

Repaso Orejas y disfruto leyendo nuevas aportaciones, algunas de nivel que te rilas, como la de Choza y la cosa sexual, o la de Esquivias sobre la dirección espiritual, las aportaciones de Marytepé al mundo de san Gabriel y, en fin, todo lo que se ha publicado estos días.

Leyendo a Juan Diego –gracias por lo que escribes de mi, yo también te quiero, manito– y toda la historia esa del sacerdote y su encuentro con la cabra luciferina me preguntaba como puede ser que en una institución que dice no hay plazas de tontos, con unos tipos que se afirma de ellos que son la aristocracia de la inteligencia, pueden caer en creerse a pie juntillas los cuentos más increíbles. Cuela todo. Y cuela a pequeños y grandes, hombres y mujeres, obispos y teólogas, a todos en contri seres humanos (in tanti contri ergo humanun sum criaturas ad conversionem).

Pozí, asín es. Y basta que uno cuente que una supernumeraria se encontró a San Josemaría acostando a sus hijos porque la probre no había podido ir a Misa y la muy bruta va, encomienda al santo a sus hijos y se larga a ver qué pasa. O el sacerdote que se encuentra al santo confesando en su confesionario. O el supernumerario que, se dice, tiene alocuciones eucarísticas en la acción de gracias que le duran horas. O aquel sacerdote que, se comenta en los pasillos, ve a Nuestra Señora y habla con Ella…

A éste le conocí. Efectivamente, la verdad es que el hombre hablaba en voz alta, cuando estaba a solas en su habitación, con La Virgen. Soy testigo porque lo sufrí: era su vecino de pared. No se cortaba un pelo y a mi me tenía más que acojonado: hiperacojonado. Estaba convencido de que a un metro de mi María y Don Ándale hablaban y hablaban, aunque sólo se le escuchaba a él. Tanto sufrí que en varias ocasiones me propuse sorprenderles para serenar mis nervios y salir de dudas. Un día llamé; Don Ándale dijo “adelanteeee”, y nada. Allí no había nadie. Ni tampoco ese olor que, dicen, se desprende en lugares donde la Virgen ha estado.

En mi paranoia creí que si llamaba les daba tiempo a que la visión desapareciera así que decidí abrir la puerta y sorprenderle en plena alocución o locuela, como la madre de San Josemaría cuando le sorprendió a éste con la Madre de Dios. Esperé a que comenzara su charla habitual y, pimba, abro la puerta como si hubiese confundido la habitación.

Nunca olvidaré el careto de es hombre, el respingo que dio: en pijama, despeinado panocha, ojos alechugados que me miraban como si fuera el espectro de Búster Keaton. Pero ni rastro de la Virgen.

Nunca salí de dudas.

Estas historias, y más increíbles, se cuentan y transmiten con una velocidad fantástica: de tertulia en tertulia, de charla en charla, de confidencia en confidencia, de meditación en meditación… miles de Tarzanes de liana en liana llevando de aquí para allá milagros, favores, hechos extraordinarios y actos sobrenaturales de primer orden.

Es la anónima necesidad que todos tenemos de “tocar” la fe, como sea, aun a costa de dejarnos engañar. Incluso sabiendo que no es verdad. Es querer un certificado de que estamos en el verdadero camino hacia la santidad. Estamos “con los buenos”, vivo en la verdad y Dios está conmigo. No me bastan los bienes más humildes, esos que nos acompañan todos los días: el trabajo diario, el sueldecillo que me gano para ir tirando, soportar al vecino, cultivar al amigo y, en fin, vivir la puta vida, tan maja ella. No basta con descubrir que en esa vida, tan normal, hay algo sagrado, más que un pretendido milagro. Y se busca un atajo que me demuestre que sí, que voy cojonudamente, que no hay misterios ni intimidades intuidas: que “toco a Dios” .Y se necesita saber que hay Niños Jesuses que reviven, imágenes que sonríen, custodios que hacen favores a saco, muertas que resucitan para advertirnos que “no recéis por mi porque no fui sincera en la charla y ahora vivo un castigo que merezco… escarmentad, hermanas”. Y, claro, a quien se le ocurre no contar que merendaba los sábados, y que se ponía hasta el culo de caramelos Sugus de Suchard. Hala, pues a joderse, por no ser sincera.

Al final de ese camino, que es una mentira mezcla de histeria y superstición, disminuye el vínculo en la tensión que todos tenemos entre el ser y el tener. En último término, la fe que no procede de una vida vivida en la normalidad, que se adorna de milagros, favores y hechos extraordinarios que salen de la chistera de un mago vestido de sacerdote, de monje o de laico comprometido, es sólo un talismán anónimo, que lo consigue todo, pero hiriendo de muerte todo lo que toca: maridos, esposas, hijos, amigos, trabajo y supuestas santidades.

Podrán reunir en un solo ramo todas las flores del mundo -de plástico-,pero serán incapaces de hacer brotar la más humilde violeta. Vaciarán todas las floristerías de milagros y hechos sobrenaturales, pero no tendrán ni puta idea de lo que es la alegría del jardinero… ése que sí sabe lo que es “un milagro” de verdad. Ciento por ciento milagro.

En un comité directivo de un colegio se llegó a la conclusión, con un convencimiento maravillosamente estúpìdo, de que el problema que había allí era “que el diablo había metido el rabo y estaba enredando”. Y no había quien les sacara de allí.

- Pero, bueno, no será eso…

- Que sí, que sí, convéncete, que el diablo ha metido el rabo. Esto es cosa de Satanás.

Y no eran los únicos. Conocí un encargado de casas de convivencias, un tipo original e irrepetible, con nombre de muñeco de ventríloco que merecerá un capítulo para él sólo, y que cuando había algún problema, fuera del tipo que fuera, siempre decía “es el diablo, Satur, es el diablo, que aquí pasan cosas muy raras”. Y lo decía más que convencido.

La verdad es que era un recurso que de vez en cuando escuchabas en bastantes de los de la opus: el diablo está metiendo el rabo.

Vamos, hombre, le digo yo al director de mi empresa que no se cumplen los objetivos porque el diablo está metiendo el rabo y el tío me pega una tortazo a mano abierta que veo al coro de la Abadía de Solesmes vestidos de primera Comunión cantando con la voz de los Bee Gees “freres aqué, freres aque, donevú, donevú, sonelepatine, sonelepatine, din don, din don…”


HISTORIAS DEL POBLADO. MACARIO.

El Poblado es un conjunto de casas de convivencias al pie de las paredes de un pantano de aguas azuladas, muy cerca de Torreciudad – los lugareños contaban “mira que listos los del opus que echan “ azulete” en el agua para que quede más bonito (imaginaban que una vez al mes un bedel -probablemente agregado– iba con una barca derramado azulete por las aguas).

Miles de convivencias se han hecho allí, y miles de historias han sucedido y, glosando a San Juan, si se escribieran una por una, me parece que en el mundo entero no cabrían los libros que podrían escribirse. Y gran parte de esas historias no hubiesen sucedido de no haber sido por la existencia de un hombre -una mezcla de vendedor ambulante, actor, feriante e histrión. Un tipo de otro planeta: poliédrico, exagerado, pillo, de una fantasía excesiva… Le llamaremos Macario del Poblado. Y tengo para mí que es uno de los personajes más interesantes y desconcertantes que he conocido; con él llorabas, reías, desesperabas, te subías por las paredes, jurabas no creerle más, no volver más allí… y siempre se regresaba, aun sabiendo que él seguía allí, más inamovible que las paredes de cemento del pantano.

Macario era el encargado de administrar todos aquellos barracones desde su inicio. Unos barracones miserables (entonces, ahora ya son otra cosa), donde en habitaciones de apenas tres por tres metros el tipo era capaz de meter un crucifijo, una imagen de la Virgen, tres literas, tres armarios, seis toallitas que por la textura podrías deducir que eran eso, toallitas, aunque no eran pocos los que la usaban de pañuelo, tan pequeñas eran. La sala de estar era un conjunto absurdo de tapices, retales de mercadillo: cada sillón, cada silla, era un caledoscopio muy difícil de explicar, un amasijo de pegotes sin sentido alguno, muebles ideados por un decorador que, supongo, esa prueba debía de ser el examen de recuperación de la primera evaluación de la especialidad de FP II de la Escuela de Barbastro de Arte y Decoración. Por supuesto, se lo zingaron, pero allá quedó su obra maestra. El comedor era una nave inmensa, repleta de mesas enormes, gélido en invierno y la gehena en verano… sin embargo, allí se pasaba de maravilla, esa es la verdad.

Macario administraba todo aquello con un criterio: no gastaba ni en bromas y, si podía, a la hora de facturar te metía unas cuantas multas por desperfectos y extras varios. Para él desperfectos eran el cambiar un aspersor de lugar “¡¡¡hala, mecagüen la leche, ya me habéis jodido un aspersor: cinco mil duros, a tomal pol culo!!!. ¡¡¡Por favor, por favor, que me ha dicho el Padre que cuidemos el Poblado, que es para la Virgen, oyes!!!.

Macario mezclaba sin rubor alguno, y esa era su táctica, los tacos, con el Padre con el que parecía tener contacto directo a diario, Nuestra Señora, la pobreza, el proselitismo, calcular todo en duros y terminar con ese “oyes” que conmovía mucho … y lo bueno es que le funcionaba, al menos el primer año, cuando no se le conocía. Cuando ya se le había pillado el hilo la cosa cambiaba. Una tarde de agosto llegaron en autobús cuarenta de Granada. Bajaron en pantalones cortos, naúticos y polos vistosos. Nada más verlos bajar Macario sale a su encuentro como un loco.

- ¿Quién es el director?, ¡aquí no baja nadie así!. ¡He dicho que quién es el director!

Baja un tipo así como muy guaperas, un Petronio con rayban, melena muy cuidada, pantalón corto, mocasines de pala corta sin calcetines y un Fred Perry blanco inmaculado.

- Yo soy el directó, qué paza.

- Pues que les digas a tus chicos que El Poblado es como un centro, como Torreciudad y, mecagüen la leche, que no se puede ir aquí medio en pelotas, como si esto fuera la playa, oyes. Aquí nadie va en pantalón corto. Eso es lo que pasa.

- Perdone, ¿con quién hablo?.

- Soy el Director de todo esto. Y el Padre me ha pedido que no bajemos el tono, así que a ver si echamos una mano y colaboramos, oyes.

Petronio se le queda mirando y presiente que ese tío no cede ni a tiros así que se gira y ordena al conductor del autobús “a Barbastro, a buscar un hotel”. Macario no da crédito a lo que acaba de escuchar. Se acerca a Brumel, se le abraza al cuello y le expeta.

- ¡¡¡Mecagüen la puta, qué tío!!!. ¿Sabes lo que te digo?: pues que a mi los soberbios me dan pol culo y, ¿sabes lo qué te digo, oyes?

- ¿Qué me dice?

- Pues que me estás dando pol culo, así que ya te estás marchando de aquí. Y esto se lo voy a contar ahora mismo al Rector de Torreciudad, pero ahora mismo (otro recurso habitual era apelar al rector).

Otra de sus estrategias era echar la culpa de lo que sucedía al diablo, o a un encargado al que había avisado de algo y, curiosamente, no estaba en ese momento, cuando se le necesitaba. Así todos los directores de cualquier convivencia, curso de retiro o evento espiritual avisaban con días de antelación (sobretodo en invierno) que recordara que llegaban el viernes y que estuviera encendida la calefacción y el agua caliente. Pero, quiá, lo habitual era que el viernes el diablo había estropeado el termo, la caldera. Y puedo asegurar que el frío era de ir a mear y no encontrártela. Macario con ese ahorro, semana a semana, mes a mes, le sacaba beneficio al consumo del Poblado.

Una noche de viernes llegaron veinticinco chicos de Barcelona a un curso de retiro. No había calefacción ni agua caliente. Y el director arrambló con todas las perchas del barracón, las puso en medio de la sala de estar, y organizó una hoguera que dejó aquello como la cueva de Altamira. Al día siguiente se largaron con viento fresco, sin decir oste ni moste…

A Macario se le invitaba a la tertulia y allí era cuando Macario era un espectáculo. Yo le he escuchado su pitaje de miles de formas distintas, todas dramáticas, extrañas, misteriosas y que te ponían la gallina de piel. Toda la gallina de piel de piel. Nunca conseguí averiguar cuál era la verdadera, si alguna era la verdadera.

- Yo era ateo. Pero ateo, ateo. No creía en nada. Ganaba mucho dinero y tenía un Mercedes y la vida no me importaba nada. Un día, volviendo de una noche de farra con cuatro amigos tuvimos un accidente, fue algo terrible… aquí al lado fue, y se me murieron los tres amigos. Me quedé solo…¡¡¡Y ESTÁBAMOS EN PECADO MORTAL!!! ¡¡¡TODOS EN PECADO MORTAL!!!. ¡¡¡Y EL ÚNICO QUE QUEDO VIVO FUI YO, OYES!!!...

Juro que en aquel momento, escuchándole gritar, con esa voz trémula y sentida, te saltaban las lágrimas.

- Y decidí que esa vida no tenía sentido. Poco a poco fui convirtiéndome gracias a un sacerdote –aquí glosaba la importancia de un amigo sacerdote en quien confiar– y ahora soy el hombre más feliz de la tierra. No soy millonario pero, oyes, no me cambio por ese otro porque tengo un amor que vale más que todo el dinero del mundo. Y no hay día que no rece por aquellos amigos míos para que el Señor les haya dado un momento de luz antes de morir… ¡qué sabemos, oyes!. Acordaos de ellos, por favor.

Y terminada la tertulia más de uno y de diez corríamos al oratorio para rezar por el alma de esos pecadores que, muy probablemente, caso de haber existido, estuvieran en una discoteca poniéndose ciegos de cubatas, pecando los tíos a troche y moche.

Memorable fue la tertulia de Macario en un curso de inglés. Un mes de convivencia da para mucho y Macario tendía a tener sus enchufados entre los chavales. Conocía la vida de bastantes de ellos, sus circunstancias familiares y personales, y le dolía que esos chavales, después de un mes allí, viviendo cerca de la Virgen, rezando, en gracia de Dios y tal, marcharan en agosto a la playa, al abandono espiritual, a ir en pantalón corto y eso. Y en aquella tertulia no se le ocurre otra cosa que contar lo siguiente:

- Cuando yo era ateo y me importaba todo un comino decidí ir con mi familia a veranear a Sitges (pueblo costero conocido por sus laxas costumbres). Yo entonces no conocía para nada el opus dei, pero mis hijas iba por un club como el que vais vosotros. Yo, oyes, pues las respetaba, porque allí les decían que fueran mejores hijas, mejores estudiantes, mejores amigas y, oyes, a mi eso me gustaba. Además que mis hijas son un sol, que las quiero con locura. Y allí que nos fuimos, a Sitges. No sé cuantas horas de viaje nos pegamos para llegar allí, oyes. Y cuando entramos en el pueblo, viendo el ambiente que había por las calles, van mis hijas y me dicen “para papá, para y date la vuelta, por lo que más quieras”. Y yo les digo “¿pues, qué pasa, hijas?”. Y las chicas, muy serias, me contestaron “PARA, PAPÁ; SI NO QUIERES VER A TUS HIJAS EN PECADO MORTAL”… ¡¡¡Y ME DÍ LA VUELTA!!!. ¡¡¡QUÉ LECCIÓN, DIOS MÍO, QUÉ LECCIÓN!!! Para que veáis la fuerza que tienen los hijos y el ejemplo que pueden dar. Y vosotros, pues lo mismo, ¡que no sabéis la fuerza que tenéis cuando vuestros padres os ven majos y enamorados de Dios, oyes...

Claro, luego siempre había algún chaval que chutado de Macario iba con esos modos a sus padres y la armaba bien armada.

-Oye – llamaba un padre – que me dice mi hijo que no quiere ir a la playa porque está en pecado mortal y que, además, no quiere que lo estemos nosotros.

Macario no paraba ante nada y ya fuera por la playa, o por si uno tenía los padres separados, o tomaba droga, siempre tenía alguna anécdota donde él estuvo a punto de separarse y su hija le ayudó a no hacerlo, o conoció a un amigo íntimo que estaba en la droga… Nunca salió el tema de la homosexualidad, pero estoy seguro de que de haber surgido, o Macario fue maricón una temporada en su vida, o conoció alguno que, arrepentido, volvió a la heterosexualidad y ahora es padre feliz y enamorado con diecisiete hijos. No problemo.

En aquella tertulia del “para, papá”, el problema me lo creó a mi, que era el director. Y es que a mi lado estaban unos nativos ingleses, unos profesores del curso de inglés cogidos a lazo que lo de opus dei le sonaba a Luke Skywalker. Y los tíos, la verdad, estaban muy quemados. Se habían hecho a la idea de venir a España un mes: sol, mujeres bonitas, monumentos, cerveza… y se encuentran en un Poblado de Huesca, un secarral, entre tipos que van a clases de inglés a reírse de ellos, rezan, van a Misa, suben al Santuario, bajan del Santuario y juegan al fútbol como posesos. Y, encima, el día libre tienen que acompañarles de excursión a un valle perdido donde la única especie femenina que pueden ver es la trucha, la vaca y la oveja. Planazo. No ganaban para sustos, los pobres. El primer día del curso sale uno de la ducha igual que Adán antes de la caída: un tipo con poderío, todo hay que decirlo. Un campeón. Un crack. Los chavales, normal, alucinados, escandalizados y divertidos. Yo, al verle, me acerco y le susurro “ponte la toalla”

- Ya la tengo ponida -me señala tocándose el hombro donde, efectivamente, está la toalla.

- No, en el hombro no, en la cintura, que me los acomplejas…. (y a mi, qué caramba)

Los british se pasaban las horas en la piscina con unos trajes de baños minúsculos cuyos paquetes no los gira ni Seur 10 –y con el cabreo correspondiente de Macario ante tanto derroche exhibicionista.

A la salida de la tertulia los profes de inglés pidieron entrevista conmigo.

- ¿Qué ser Sitges? –preguntan con ojos vidiriosos.

- ¿Sitges?... bueno, Sitges es un pueblo costero, cerca de Barcelona. Un lugar de veraneo

- ¿Por qué hombre de gafas decir que darse la vuelta al llegar a Sitges?. ¿Qué sucede en pueblo de Sitges?

- Nada, que Macario es un exagerado y…

- ¿Por qué hombre decir que sus hijas estar en pecado mortal?, ¿qué pasa en Sitges?

- Joder, ya, hombre, que no pasa nada, lo que pasa es que la gente va en traje de baño a la playa y toma el sol y esas cosas y este tío se cree que van en pelotas… ¡¡¡que es un exagerado, hombre, ya, joder!.

Allí metí la pata, y de qué manera.

- Queremos conocer Sitges –impusieron con los ojos como sapos.

- Pues de que no.

- Pues de que sí, porque estar hasta los eggs de aguantar niños y rezos y excursiones a montañas.

- Pues de que no.

- Pues go away, aquí quedas con niños y hombre de gafas. Ir a la mierda todos.

Me limpié la espuma de los labios. Estaba perdido.

- Pues de que sí, venga, que no es para tanto, hombre, coleguis.

Y allí se fueron los cuatro el día de excursión. Y regresaron, ya de madrugada, felices, agotados y gambas total. Hartos de ver curvas mollares y de cervezas y de daikiris: super en pecado mortal .

El Poblado creció, se mejoró y dejó de ser un apeadero del far west. Macario envejeció con él. Dejó de ser sherif y pasó a administrar con nuevas leyes y modos que la civilización fue pautando. Pero un nuevo enemigo descubrió para su cruzada particular: los Tozales, y todas esa chicas pijas que los habitaban, con sus pantalocintos cortos, sus falditas, sus polos, su simpatía contagiosa, su libertad, sus visitas a la cafetería de la Hostería donde se encontraban con los chicos del Poblado. La tentación vive arriba.

Pero eso ya es otra historia, oyes.


CONTINUACIÓN




 

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