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YO, ROBOT

FLANPAN, 15 de diciembre de 2004

 

A primeros de Enero cumpliré un aniversario leyendo asiduamente Orejas.

Pienso que salvo los ladrillos de JoseCarlos (siempre tan “propio”) y las controversias sobre política (no me parece el lugar) me he zampado todo el correo diario y la mayoría de los testimonios.

De todo lo leído he sacado una conclusión: pese a pasar desde los 14 a los 30 años en la Casa, y pese a haber sido un Nume de los “convencidos”, tengo la impresión de que mi nivel de entrega estuvo muy por debajo de los de la mayoría de los aquí escribientes.

Leo y leo testimonios varios sobre Orejas que durante años hicieron apostolado con fruición, consiguieron pitajes, se ciliciaron puntualmente y se pelaron el culo a discreción; hicieron las normas rellenando todas las casillas de la hoja de normas con “x” y vivieron los tiempos de la tarde y noche; escribieron al Pater con asiduidad, se forraron a hacer correcciones fraternas y practicaron la “enmendatio”.

Yo no puedo sumarme a ese carro de los “honrados numeratas”. Hasta mi marcha de la Prelatura cumplí exteriormente con las normas más habituales: no faltaba a las oraciones matutinas, no calcé pantuflas en el centro, cumplí mi encargo material, fui a donde me dijeron que fuera,...

Pero interiormente me creé mi propia burbuja. Desde que disfruté de habitación propia (más de 10 años) me acostumbré a leer por las noches una horita por lo menos (novelas, se entiende). Creo recordar que la norma de la lectura –con el tiempo- dejó de ser una norma para mi. Las correcciones fraternas las podría contar con unas pocas manos. Creo que una vez o ninguna hice enmendatios (la verdad es que fueron dos). Las cartas al Pater eran anuales, más que mensuales. La cuenta de gastos la “arreglaba” el último día del mes. El cilicio fue enmoheciendo los últimos años, y para las disciplinas la verdad es que nunca encontraba una buena hora. Para tomas birras con los amigos siempre encontraba un momento y para dar “paseos semanales” con el cura de turno en chándal siempre tenía una excusa. Las amistades particulares las practiqué hasta el día de mi marcha. ¿Agua bendita por la noche? Con los años fui adquiriendo lo que unos llamaban “manga ancha” y otros “libertad de espíritu”. Me hice mi hueco en ese lugar que me había tocado vivir, y procuraba estar lo más cómodo posible.

Ahora me pregunto ¿qué c. hacía yo en esa santa hermandad durante tantos años? ¿Cómo pude aguantar tanto si mi vida diaria de apoltronamiento me indicaba que realmente NO quería vivir así?

He tardado mucho en llegar a una explicación, que tal vez les pueda servir a otros.

Como he dicho antes, veo muchos Orejas que han sido durante años almas entregadas a la Causa, cumplidoras, convencidas y anodadadas. También veo que muchos Orejas, incluso con muchos menos años de permanencia que yo, han salido destrozados interiormente, y han sufrido mucho para reconstruirse.

Opino que cuanta más exigente ha sido la entrega, cuanto más intensa y verdadera, mayor ha sido el posterior descalabro interior. Me parece que 16 años a la sombra de la obra son bastantes, y se convierten en 20 si cuento los 4 años de “preparación” que precedieron a mi pitaje. Exteriormente, yo era un “niño de club”, un “hijo de supernumerarios”, un “hermano de numerarios”, yo era más Opus que la Ermita del Campus. Desde que nací lo mamé. Y así hasta los 30 años.

Pero cuando marché de la Casa con algo más de 30 años no sufrí depresión ninguna. Que yo recuerde –han pasado ya una docena de años- mi preocupación estaba en encontrar casa, trabajo y organizar mi nueva vida junto a la que era y es el amor de mi vida. Mantuve, claro está, ciertos modos y maneras numeraliles, que se fueron desgajando con el paso del tiempo. Pero salvo eso, conseguí ir arrancando, encontrando trabajo y formando mi familia de verdad.

Lo único que me perseguía era el tema de los sueños recurrentes, sobre que seguía en la Opus, casado y con hijos y todavía en la Opus, dispensado y todavía asistiendo a círculos breves, exnume y viviendo en un centro. Pero los sueños se terminaban al despertar y afortunadamente conseguía descansar a pesar de ellos. Después de empezar a leer Orejas... desaparecieron.

Desde que conocí Opuslibros, un montón de recuerdos volvieron a salir y las cuestiones fundamentales de mi entrada, permanencia y salida de la Casa se pusieron sobre el tapete ¡por primera vez en mi vida!

¿Por qué aguanté yo tanto en la Casa? Ahora creo que lo veo claro. La clave está en la programación. Yo no he sido yo hasta los 30 años. Desde que nací he sido programado como un robot. Está claro que se trata de una comparación. No llego a ser tan idiota como para pensar que fui totalmente el producto de una programación externa. No fui Determinado pero sí bastante Condicionado: lo suficiente como para aguantar hasta los 30 años.

Si a un niño desde que nace se le pone todos los días a jugar al ajedrez, su padre y su madre juegan el ajedrez, todos los veranos va a un campamento de ajedrez, estudia en una academia de ajedrez, sus hermanos son ases del ajedrez, compite semanalmente en una liga de ajedrez, da clases particulares de ajedrez, vende tableros de ajedrez y ha escrito a los 14 años un libro sobre ajedrez... está claro que el muchacho tiene claro que en su vida lo importante es el ajedrez. Y si le pones frente a un tablero de “damas” o de parchís, te dirá que el ha nacido para juegos más importantes.

Yo recibí una “programación” de padres, hermanos, familia, colegio, club, que hizo que pensara que efectivamente “la opus” era Mi lugar, Mi casa, Mi familia. Y pongo Mi con mayúscula, porque realmente creía que era Mio. Y esa programación hizo que durante más de 16 años no se me pasara por la cabeza que pudiera haber para mí otro sitio distinto a la Opus. No es que tuviera miedo a marcharme: es que no me lo planteaba. Cuando la mayoría de mis compañeros que pitaron a los 14 se fueron marchando, jamás se me pasó por la cabeza que yo pudiera irme. Cuando empecé a sentir que las chicas me gustaban, jamás se me ocurrió pensar en tirar la toalla. Yo estaba totalmente convencido de que ese era mi sitio: pero no por Vocación Divina. Simplemente porque siempre había sido mi sitio.

Ahora pienso que nunca debió de serlo. También pienso que para otros pudo serlo o lo es. Pero para mí no era mi sitio. Y me fui creando una “burbuja-coraza”, un modo de vivir, que hacía que los criterios y las cosas inexplicables que a tantos ha perturbado y destrozado, me afectaran lo mínimo. Y no quiero decir que no me esforzara o que fuera de pasota por la Opus. Realmente intentaba “ser santo”, pero mantenía a la vez un “espacio propio” en todos los sentidos que impedía que la Casa me ahogara. La programación mandaba, y me impedía pensar con libertad o ver las cosas desde fuera, con su verdadera perspectiva. Realmente, la cabeza se te iba empequeñeciendo, y la madurez brillaba por su ausencia en una edad en la que muchos compañeros de estudios ya llevaban años establecidos. Mi reina fue el detonante que hizo que todo eso se desmoronara. Pero no ha sido hasta hace un año que he empezado a darme cuenta de todo esto.

Por eso me parece horrible la captación de niños jóvenes por la Opus. Pienso que es lo peor de la Opus. Se puede engañar a los jóvenes, a los adultos: pero por lo menos ellos pueden defenderse, ya que tienen algo de conocimiento. Pero “comer el coco”, condicionar y violentar la cabeza y el corazón de los niños me parece aberrante. Y lo siguen haciendo. Y los niños ni se enteran de lo que les pasa hasta que son muy mayores.

Son robots.

Son todos igualitos. Alvaritos, Josemarias y Javieres. Y cuando se van a dormir, sus madres les dan un beso y les dicen “pax”.

¡Qué asco!

 

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