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 Tus escritos: Cuatro razones para no ser del Opus Dei.- Carmen Charo

010. Testimonios
Carmen Charo :

Hola a todos de nuevo!

 

He leído el siguiente artículo en el blog de Ivan y me ha parecido estupendo para traerlo aquí. Da 4 razones por las que éste señor, jesuita, no sería del Opus Dei. Yo me uno a sus razones plenamente y acabo de caer en la cuenta de que la primera es genuino espíritu de la obra, pero que yo nunca oí antes de pitar ni una vez dentro. Tras esta razón va el “todo vale” de los chicos de Josemaría, y los destrozos aquí recogidos de quienes nos hemos ido. Este señor opina muy bien, pero si supiera mas, ¿qué diría?. Es todo un ejemplo, por otra parte de tolerancia y amor cristiano en su tono.

 

Carmen Charo

 

¿POR QUÉ NO ES USTED DEL OPUS DEI?

 

JOSÉ MARÍA DE LLANOS, SJ. Pozo del Tío Raimundo. Madrid.

Me lo preguntan, dando por supuesto que no lo hubiera sido, lo cual, posiblemente, es suponer demasiado. No podría «razonar» en verdad con exactitud por qué soy jesuita, cuanto menos me atrevería a decir que jamás hubiera sido del Opus. Creo tanto en mi inseguridad como en la fuerza e iniciativa del Espíritu. No sé lo que hubiera o no hubiera sido; únicamente sí me atrevo a bosquejar algo del por qué aquí y ahora no me siento movido a seguir los caminos del Opus. Aquí y ahora, ni más ni menos...



Y desecho todo lo que pudiera parecer y ser dictado por un estado de animosidad, unas «razones de pasión» que no creo que me lleven «a priori» a un no precipitado y ciego. Tengo amigos en el Opus, ayudé a varios de sus miembros actuales a ingresar en la Obra, y procuro, sobre todo procuro, no tomar posiciones de adversario respecto a todo grupo o institución donde hombres de mi fe trabajan. Son hermanos, y esto es para mí no sólo serio, sino primordial. 

 

Voy a explicar, pues, el no desde otras líneas o razones, desde mi carisma, como hoy se dice, personal, desde mi inseguridad -repito- también que me obligue a poner bridas a las personales opiniones, y desde un conocimiento muy somero de la Obra. Sobre ella he leído muy poco, no he visitado sus casas apenas, y el trato con mis amigos en ella es cada día más somero, más alejado y, también, más cargado de respeto silencioso. (Y aprovecho la ocasión para manifestar mi disgusto, porque me han dicho que en cierto libro muy de actualidad hoy, editado por «Ruedo Ibérico», se citan unas palabras mías escritas hace años en «Signo» referentes al Opus. Quiero suponer que se ha documentado bien el autor del libro, yo sólo recuerdo que en cierta ocasión escribí algo en aquella inolvidable revista, pero en plan de «echar puentes» y abrir diálogo. No fue otra la intención; si de tal trabajo se toma una frase separada de su contexto, creo que se comete una ligereza y se ocasiona un daño que hoy lamento.)

 

Pero, vamos a las respuestas escuetas y bien precisas. Ciertamente, aquí y ahora no sería del Opus principalmente por cuatro razones:

 

1ª Nunca entendí ni pude hacer mía la nota bien conocida de espiritualidad llamada ignaciana, nota que el padre Ángel Ayala destacó en sus escritos -los cuales, sin duda, influyeron mucho en los prolegómenos del Opus-: El apostolado desde los puestos de influencia, el apostolado de arriba a abajo, el apostolado tomando experiencia de «los hijos de las tinieblas», y ello a título personal y desde el imprescindible compromiso con ciertos niveles de poder desde los cuales se pueda evangelizar al mundo.

 

Respeto y creo valorar todo lo que tal sentido tenga de prudente y hasta de cristiano, de cristiandad, pero no puedo desechar la sombra de lo que se me figura "prudencia de la carne", prudencia no semejante a la de Cristo que procedió de otra manera en su predicación del Reino. Se comprometió más bien con los hombres de abajo, y por ello le acusaron y desecharon los de arriba, y no utilizó influencias ni tácticas de tipo humano, sino escuetamente los signos u obras de su Padre que venían precisamente a oponerse al mundo. Pablo siguió una actitud semejante desde lo que denominó estulticia del Evangelio, trabajó con sus manos y pareció insensato a los ojos de los sensatos.

 

Bien sé que todo aquello debe ser proyectado según exégesis al día sobre una sociedad bien distinta de aquélla, pero no puedo, desde mi simplicidad evangélica, no puedo conformarme con la línea que después se llamó constantiniana, según la cual es menester aprovecharse del poder o poderes de este mundo para hacer la Obra de Dios, que precisamente se hace desde la debilidad humana y la fuerza del Espíritu. La llamada hoy eficacia no puede, pues, caracterizar, según opino, a la acción apostólica (el marxista cree también a pies juntillas en la necesidad de anteponer a todo el principio-eficacia).

 

Creo en la siembra no sólo silenciosa y testimonial, sino desde el pueblo y sin apoyarse en las industrias y poderes de este mundo: a cuerpo limpio y sin más.

 

Por todo ello no armonizo con el estilo evangelizador de la Obra. No creo que pudiera yo escoger su carisma, distinto del que tan torpemente intento vivir.

 

2ª Doy menor valor (con lo anterior me sería suficiente para mantener y explicar mi no, dado que se trata de un criterio que juzgo evangélico), doy menor valor a lo que para otros encierra gran importancia, a saber, el halo de misterio y de reserva que rodea a la Obra toda y a sus miembros. Ello me recuerda los comienzos de la misma Compañía tan denigrada en el XVI por algo semejante y ello sobre todo se me asemeja a un valor para mí muy estimado: el de la siembra silenciosa y sencilla del Reino de Dios. (Al fin y al cabo hay que reconocer que, a su modo, el Opus se adelantó a mucho de lo que hoy comprende y tanto se valora: la secularización.) Sin embargo, hay silencios y silencios: silencios propios de la sencillez y encarnadura humana, y silencios tocados de un misterio. A los primeros me apunto; a los segundos, quizá por mi natural espontáneo y nada propicio a los secretos, a los segundos, no. Creo en la diafanidad del hombre evangélico, que no recela ni reserva, que va iluminado por su ojo abierto y entregado a los demás confiadamente. Y no creo en el misterio que, como forma de existencia, hizo célebre a la masonería y a otras tantas «mafias», para mí realmente desagradables por ello ya solamente. El célebre y clásico «sigillum» de los orígenes cristianos creo que no tiene sentido a estas calendas en una sociedad que viene de vuelta del cristianismo y donde las catacumbas ya no cuadran, como sí las persecuciones.

 

Misterios, pues no; nos bastan los que nos impone la fe estructurados en dogmas. Creo, por lo demás, que el misterio origina la secta y la aristocracia, es decir, segrega más que integra. Y lo que urge más hoy a nuestro cristianismo en crisis es la integración sincera, como la del fermento de la masa, la integración silenciosa pero no origen de casta y aristocracia alguna. La Iglesia, opino, necesita hoy tanto de silencio como de diafanidad y apertura.

 

3ª En tercer lugar, y como tema que me llevaría a optar por el no, apunto el tan conocido y criticado de la «pesca». Muy jesuítico también -yo he pecado de lo mismo y por ello me considero capaz de crítica  pero poco evangélico; Jesús nos habló del oficio de pescador de hombres, también del de pastor de ovejas. Imágenes éstas que no pueden ni deben conducirnos a una estrategia o táctica de pesca o caza que parece no compaginar con el respeto y la libertad de los hijos de Dios. No menos con la acción del Espíritu, que sopla donde y cuando quiere. Creo que no es calumnioso -recuerdo anécdotas sucedidas en torno mío- reconocer que el celo de bastantes miembros de la Obra les llevó a un literalismo en esto de sentirse pescadores de hombres, literalismo que hizo incluso antipática la Obra por coactiva y secretamente presionante. Hoy en la Iglesia todo lo que no parta de la confesión y respeto de esta libertad en el último de los hombres de fe, ya es mal visto.

 

Juzgo que la célebre pastoral de vocaciones -incluso ella- hoy se va limitando a orar al Padre para que envíe operarios a sus mieses y dar el testimonio de una entrega a los hombres doblemente sacrificada porque va iluminada por las exigencias de la fe en Cristo. Todo lo demás ya es táctica y prudencia humana, en este caso y esta hora inoportunas.

 

4ª Y, por último, mi no se apoyaría también en algo ciertamente marginal pero que me ha impactado mucho siempre. Cada día apreciamos más lo que es y vale la Palabra de Dios revelada y reveladora. Cada día y no sólo en el servicio litúrgico, sino en la vida ordinaria de los fieles a quienes ponemos en contacto directo con el Libro.

 

Entonces, todo otro libro, que por muy fiel que sea al Libro venga como a sustituirle originando una espiritualidad precisa y hasta un cierto culto publicitario, todo ello nos parece que inconscientemente atenta contra la primacía de la Palabra de Dios, pues viene como a «taparla» a fuerza de explicarla y aplicarla.

 

«Camino» es un libro más y de cierto valor que no  discutiré; el culto a Camino, su «éxito» confieso que me puso en guardia y me conduce de nuevo a decir sencilla y discretamente, no.

 

Artículo traducido al italiano




Publicado el Wednesday, 26 March 2008



 
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