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 Tus escritos: Mi testimonio (II). Otro mundo es posible al margen del Opus Dei.- Humberto

010. Testimonios
Humberto :

MI TESTIMONIO (II)

 

OTRO MUNDO ES POSIBLE AL MARGEN DEL OPUS DEI

dedicado a quienes estando dentro no renuncian a pensar por sí mismos

 

Humberto, 23 de octubre de 2008

 

 

         En mi escrito anterior no incorporé unas notas que acabo de encontrar y que estaban perdidas en el ordenador en un formato extraño. Las tomé en uno de los últimos cursos anuales a los que asistí antes de dejar el Opus Dei. Es extensa pero quizás pueda ayudar a alguien. Creo que arroja luz sobre el itinerario que algunos hemos atravesado, no sé si muchos o pocos, con síndrome de Estocolmo incluido, hasta la salida de la institución. Al transcribirla prescindo, como en las notas anteriores, de fechas, lugares y nombres. Pero son  notas tomadas en diversos momentos de ese curso anual en mi etapa final.

 

         I. Al llegar al curso anual pensé en poner por escrito las impresiones que iba recibiendo, pero decidí no hacerlo porque me pareció que invertiría demasiado tiempo y quería centrarme en otras cosas. Ahora, cuando tan sólo han transcurrido cuatro días desde nuestra llegada, me decido finalmente a redactar algunas cosas con la idea de rumiarlas y contrastarlas y así, intentar, con la ayuda de Nuestro Señor y de los amigos, aclararme por dentro y  comprender qué pasa o qué me pasa.

 

         II. El ambiente a mi alrededor es de gente convencida. Creo que todos son directores a distintos niveles. Ya desde el comienzo se piden noticias del Padre. He podido escuchar relatos sobre virtudes del Padre, muchas cosas buenas. No puedo evitar confrontar todas esas noticias con mi experiencia de su visita en el pasado a mi ciudad. Las primeras tertulias fueron en este sentido muy duras porque me sirvieron para contrastar lo distante que me siento de todo eso. Me dio tristeza. Tuve ganas de salir corriendo. Luego, con el día a día, las aguas volvieron a su cauce. Me doy cuenta de la herida tan profunda que me produjo la visita del Padre a  mi ciudad. No consigo cerrarla. Es más, cuando escucho alabanzas al Padre, más se me abre esa herida. Ahora pienso que quizá la herida se había abierto antes de esa visita, con los acontecimientos que pude conocer y vivir sobre otros y sobre mí mismo...



        III. Siento una cierta envidia de los demás, en el sentido de que me gustaría tener el convencimiento que veo en ellos, los afanes apostólicos que transmiten, el amor por su vocación, que parece les sale a borbotones. Y, sin embargo, no puedo evitar pensar como pienso. Ojalá pudiera volver a esa vida “cómoda”, en el sentido de “vida sin problemas existenciales”, donde todo parece de color de rosa, donde todo está bien, donde uno siente lo que parece que hay que sentir. Digo ojalá,  guiado exclusivamente por el temor al sufrimiento, porque supongo que mi naturaleza se resiste a padecer y busca lo más llevadero, porque, por otro lado, la cabeza me dice que no, que no quiere renunciar a dar su parecer. Quizás hasta ahora he intentado conciliar ambas cosas, y sin embargo, al estar aquí, experimento cada vez más que no puedo. No puedo dejar de preguntarme, Señor, ¿qué he hecho mal?, ¿qué me pasa?, ¿por qué no siento lo que otros sienten? Intento reafirmarme en mis ideas, contrastadas con amigos, pero no puedo evitar el  pensar en tantos que, sin embargo, no piensan ni viven como yo y parecen inmensamente felices y satisfechos. Y lo cierto es que yo triste no me siento. Tengo la certeza de que quiero a Nuestro Señor. Soy consciente de que quizás no me exijo como los otros. No me mueven ya las llamadas a las luchas y exigencias en tantas cosas. Es como si desde hace algún tiempo me bastara con sentirme querido por Dios. Intento quererle con las cosas que de ordinario debo hacer pero sin dar importancia a estar continuamente haciendo cosas. Dejarme amar por Dios y vivir la caridad con los demás: esto es lo que intento vivir con la ayuda del Señor. Esto contrasta con lo que oigo. Lo que oigo es luchar, hacer, moverse, no perder ni una oportunidad .... Yo le pido al Señor por la salvación del mundo, pero no me muevo tanto. Quiero que aquellos a quienes conozco, conozcan y amen a Jesús. Pero siento tal incapacidad de convencerles que solo confío en que Dios les remueva, les haga ver. A veces pienso si todo esto que veo no será simplemente que me he buscado una excusa para no luchar: con el pretexto de que Dios hace las cosas, yo no hago nada. Y sin embargo, hago lo que hacía antes: normas, trabajo, encargos... Y también puedo decir que Dios ha puesto en mi corazón el deseo de amarle y de tratarle, con más fuerza que nunca. Y veo también que me esfuerzo, por gracia de Dios, por mirar con ojos de misericordia a los demás. ¿Es que todo esto es falso? ¿Será una tentación del demonio para apartarme del camino? Y, sin embargo, tengo paz.  Sólo estos días, al comienzo y por la noche, he sentido inquietud, la inquietud de verme distinto, de no sentir igual, de tener el corazón distante de los demás. ¿Será soberbia de creerme mejor que los demás o por encima de ellos? Aunque pueda tener razón en algunas cosas, ¿no debería pasarlas por alto y ser más comprensivo? ¿Serán avisos del Señor para que rectifique y encuentre la paz? Y, sin embargo, miro hacia atrás y veo personas del centro y directores y es como si algo por dentro me dijera: yo no quiero vivir así.

 

         IV. No voy a tratar de manera sistemática mis impresiones, aun a riesgo de ser desordenado. Intento solo transcribir lo más fielmente posible el sentir de mi alma. Hace un par de días hice mi  charla. Me ha tocado hacerla con un sacerdote que está en una delegación. Yo había preparado mi charla con la idea de contar tantas cosas que no veo, y llegué a decir, porque así es, que pensé en su momento en la posibilidad de dejar el Opus Dei. En particular mencioné el contraste entre lo que oigo aquí sobre el Padre y lo que viví en mi ciudad. El contenido de mi charla es más o menos el que se adjunta en documento aparte (nota IV de mi testimonio anterior), por lo que no me repito aquí. Creo que transmití mi estado actual: paz y serenidad interior pero una cierta inquietud al ver como si la distancia con el sentir de la Obra se hiciera cada vez mayor. También mencioné mi sensibilidad hacia la falta de confidencialidad en la charla fraterna. Me aconsejó el sacerdote que me esforzara por darme a los demás en el curso anual (al hilo de las carencias que veo en casa sobre la fraternidad) y que sea dócil a las indicaciones de la dirección espiritual, que no desprecie esas mediaciones humanas que el Señor pone a nuestro lado. Me llegó a reconocer algunas cosas que comenté, aunque nada en concreto, sólo invitando a decirlo y corregirlo. Incluso me dijo aquello que yo había pensado a veces de “que se vayan ellos” (de la Obra). Le pedí con sinceridad que rezara por mí, porque veo mi futuro con incertidumbre.

 

         V. Paso ahora a comentar una charla  —serán cuatro— que nos ha dado un director central sobre el libro Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas. Me he quedado muy sorprendido.  Ha hablado, entre otras cosas, de que con buenas personas no vamos a ningún lado, de que no basta con cumplir las normas, de que hay que hacer mucho más. Salieron a relucir los llamados “consejos imperativos”, que no serán lo normal —se dice— pero que a veces pueden darse y que muchas veces  han salvado vocaciones. Al final, casi al acabar, dijo que ahí —en esas Experiencias— se hablaba también del fuero externo e interno y que el que quisiera que lo leyera, que él no lo consideraba importante. Dijo que hay gente que “se lía” con esto del fuero externo e interno, que está claro que en Casa quien hace la charla sabe que lo que pueda decir, si es importante, será comentado por quien la recibe al director, para que le ayuden. Que la dirección espiritual la lleva la Obra, que a nosotros no nos importa nada lo que diga Menganito, que nuestra dirección espiritual la lleva la Obra. Que, eso sí, debemos cuidar mucho y hacer corrección fraterna en el tema del respeto al silencio de oficio. Me sorprendió, además de esa indiferencia hacia el asunto del fuero interno, el hecho de que  en ningún momento oí hablar de ayudar a crecer en la unión con Dios, en el amor a Jesucristo. Iba todo enfocado a ayudar a los demás a hacer su charla  para ser más eficaces apostólicamente. No hace falta decir que el tema de las 500 vocaciones es omnipresente aquí. La charla, la verdad, me pareció de una gran pobreza.

 

         VI. Hoy hemos tenido otra sesión sobre la charla fraterna. Han sido consideraciones —en general—  positivas, llamadas a comprender a las personas, etc. Se ha recordado también la importancia de la confianza en los directores, porque éstos son el cauce por el que viene la gracia y entonces ... si falta la confianza ... Esto no me parece acertado, francamente, no porque la gracia de Dios no nos pueda llegar a través de ellos, sino porque son considerados como cuasi-sacramentos, lo cual me parece un exceso.

 

         VII. Hoy nos han dado una charla sobre responsabilidad e iniciativa. El que la daba, además de hacerse eco de muchas cosas dichas antes por otros ponentes, especialmente los máximos dirigentes, hizo consideraciones grandilocuentes sobre libertad y verdad en torno a la célebre frase de “hacer el Opus Dei siendo nosotros mismos Opus Dei”. Insistía con vehemencia: ¡Cuanto más apostolado hagamos, cuanto más esfuerzo pongamos, cuanta más gente tratemos, cuantas más iniciativas tengamos, no sólo seremos más santos sino que seremos también más felices! Comparó la libertad con el uso de una determinada cantidad de dinero que nos toca en la lotería y que puede ser usado para fines mejores y peores. Ha sido una llamada a hacer más, lo cual me parece bien, pero pienso que se olvida con frecuencia la acción de Dios en las almas. No sé qué me habría respondido el ponente si en ese momento me hubiera levantado y le hubiera dicho que soy tetrapléjico y que no puedo levantarme de la cama. Bueno, sí, entonces me habría dicho que podría hacer mucho rezando, ofreciendo mis dolores, etc. Tengo la sensación de que para algunos la oración es el recurso de los incapacitados e inútiles físicos.

 

         VIII. Sigo con el sufrimiento de fondo por sentirme distante. Me da miedo en realidad hacer un disparate, marcharme de casa y arrepentirme luego. No puedo dejar de pensar en tantos años gastados en el Opus Dei y en la posibilidad de contrariar el querer del Señor. A veces me pregunto si la solución no estará realmente en olvidarme de mí, de lo que siento, de lo que me parece, de una vez por todas, y lanzarme a un apostolado continuo y tenaz como veo que hacen otros. Que Dios me ayude.

 

         IX. He hecho mi segunda charla del curso anual. He continuado manifestando el estado de mi alma. Me han aconsejado que me prepare una lista de todos los temas que me preocupan y los hable convenientemente con quien haga falta hasta que los aclare.

 

         X. El encargado de tertulias me ha dicho hoy que si me animo a contar esta noche en la tertulia. Le he dicho que no tengo inconveniente, pero que me lo diga cuando ya no tenga ningún “tertuliante” más. Me ha comentado además que las instrucciones del director son que los que den la tertulia toquen temas apostólicos, en vista de lo cual le he dicho que se olvide de mí. Ha sido como un “puyazo” más para sentirme mal, en vista de lo cual me he ido solo a dar una vuelta y liberarme. Tampoco es que la gente aquí se prodigue en ofrecerte planes. Nadie te sugiere nada. Algunos se lo montan y se van, pero no estoy en ese grupo.

 

         XI. Después de mi última charla estoy pidiendo al Señor que me ayude a convertirme, que me ayude a cambiar. Quizás soy culpable de haberme metido en líos dando demasiadas vueltas a las cosas y olvidando lo importante: el apostolado y los demás. Confío de verdad en que Él me saque de este embrollo porque a mí cada vez me resulta más difícil. Cada vez me siento más extraño y distante. Esto no puede ser normal. Ojalá pudiera cambiar mis sentimientos y comportarme como todos, pero no lo consigo. Deberá resolver el Señor las cosas. Así se lo pido. Me han tranquilizado mucho unas palabras del libro de André Louf que estoy releyendo: Tendremos que apoyarnos sobre estos muros en ruina, llenos de esperanza y de abandono, con la confianza de un niño que sueña con que su padre lo arreglará todo, porque sabe que todo puede reedificarse de otra manera, mucho mejor que antes.

 

         XII. Hoy ha predicado la meditación Don X., un sacerdote mayor que comenzó la labor en un país europeo. Es un hombre bueno y muy entrañable. Ha sido sobre fraternidad. El tono ha sido amable. Me ha gustado escucharle lo siguiente: que aunque no podemos hacernos confidencias de vida interior, podemos ayudar a algún hermano nuestro que vemos necesitado comentándole alguna confidencia de otro tipo, pidiéndole su parecer y su ayuda (parece como el intento desesperado —de alguien con más humano y sentido más común—  por “salvar” el disparate de que los miembros de la Obra no se hacen confidencias de vida interior ni de preocupaciones personales, recogido en el Catecismo de la Obra).

 

         XIII. Después de desayunar nos han dado una charla —serán dos— sobre tono humano. No es que quiera poner “peros” o ser crítico. Sobre el contenido no los tengo apenas. Es, sobre todo, lo exterior lo que más me ha chocado. El ponente pertenecía al consejo local de una delegación. Ha aparecido encorbatado, de punta en blanco. Ha adoptado un tono que yo, en las escasas ocasiones que le he oído, no conocía. En el fondo me parece que falta naturalidad, manifestarse como uno es. Para qué la corbata si en otra circunstancia no la llevaría. Me parece que hay bastante de pose en los modos. En realidad pienso que  los ponentes de las distintas charlas se sienten algo constreñidos —con la consiguiente falta de naturalidad— por la presencia de mandos muy altos que hay aquí.

 

         XIV. Nueva charla sobre el modo de llevar charlas fraternas: se ha comentado que hay que entrar a fondo en los casos de personas que manifiestan un cierto espíritu crítico hacia cosas de la Iglesia, del espíritu de la Obra... Hay que abordar estos temas porque, si no, luego a veces no tienen solución. Suelen ser personas más intelectuales; otras, en cambio, por ser  más superficiales o a lo mejor más sencillas  no les pasa esto. Hay que entrar.

 

         XV. Hay clima de euforia porque habrá en una casa de retiros no muy lejana una tertulia con el Padre. Yo había previsto no ir. No tuve posibilidad de quedarme porque fue todo el mundo. Me encontré tenso en el lugar: tenía la sensación de estar fuera de sitio, de verme como un bicho raro entre toda esa gente radiante. Noté el bajón. La tertulia transcurrió con normalidad y en unos términos de menor ansiedad de los que preveía. La impresión que saco es que toda la pastoral —incluyendo ahí este tipo de tertulias, los medios de formación, etc— no son sino una constante insistencia en buscar la eficacia y resultados apostólicos. Todo es lo mismo: el más difícil todavía.

 

         XVI. Comentario de un sacerdote, en la cena, que se había desplazado con un grupo de gente a un encuentro multitudinario con el Papa: contaba que una chica le pidió confesarse diciendo que podía hacerlo en inglés o italiano. El sacerdote vive en Roma. No la atendió, diciendo que no conocía el idioma para confesar. El nos dijo que temía que después de ésa viniera otra y le entretuvieran. No juzgo, pero creo que debería haberla atendido. Era más importante que cualquier otra cosa.

 

         XVII. Esta noche en diversas ocasiones me ha venido a la cabeza, en el duermevela, el amargo pensamiento de marcharme del Opus Dei. Me hace sufrir. Quizás sea la actitud natural de huida del sufrimiento. En otros momentos, ahora por ejemplo, mientras escribo, no deseo marcharme. No sé qué me pasa pero tan pronto me viene el impulso de dejarlo todo como el de quedarme y volver a empezar de algún modo que no me obligue a renunciar a opiniones que creo razonadas, razonables y fundadas. Estoy cansado. Querría ser y estar feliz. No dejo de pensar en la idea de renunciar con humildad a todo lo que he pensado y pienso, y acometer lo verdaderamente importante: darme a los demás. Pienso si no estaré perdiendo el tiempo con tantas vueltas y revueltas en el fondo sobre mí mismo, sobre lo que a mí me parece. Me gustaría ayudar, echar una mano, no ser el continuo espíritu crítico, ayudar de verdad. Me pregunto si puedo compaginar mi modo de pensar con esta actitud de ayudar a otros, hecho todo de manera que el trato con los directores sea transparente y cordial, sin tener que reservarme cosas. Sigo pidiendo al Señor que me haga ver el camino a seguir. Un ejemplo más de lo que me pasa: ayer mismo, sin ir más lejos, tuve ganas también de echarlo todo a volar. Fue día de excursión y me enfadé un poco porque las personas con quienes iba me informaron mal sobre el plan que iban a hacer y tuve que acomodarme al de ellos. Noté por dentro una rebelión de querer hacer lo que yo quisiera, de marcharme y organizarme yo la vida. Este impulso, lo veo ahora, me parece egoísta.

 

         XVIII. Escribo hoy, finalizando ya mi estancia aquí. Estoy ya muy tranquilo. No ha sucedido nada especial; creo que el Señor se ha compadecido de mí y me ha serenado por dentro. Hoy mismo la meditación me ha cansado. Sin embargo no puedo dejar de ver cosas buenas en el Opus Dei, en mis hermanos. Decido volver a cuidar algunas cosas descuidadas, la charla, las mortificaciones pequeñas, algún encargo apostólico que me ilusione. Voy a intentar ver lo bueno de las cosas, lo que une. No quiero pasarme la vida amargado, en una continua queja. Voy a intentar compaginar la autonomía espiritual con los modos de hacer oficiales, intentando corregir lo que vea que está mal. Voy a intentarlo al menos. Intentaré volver a hacer una charla confiada. A hacer lo que me indiquen —siempre que mi conciencia me lo permita— por crecer en humildad. Me ilusiona poder ayudar a los demás, poder ayudarles a que se acerquen al Señor. Pienso que puedo ser más sacrificado y buscar modos de ayudar.

 

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Publicado el Friday, 24 October 2008



 
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