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 Correos: De Rasputín a Escrivá.- HP

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HP :

 

Estimados lectores:

 

El ser humano tiene una disposición natural de la imaginación por la que tiende a relacionar ideas.

Como consecuencia de la asociación de ideas, una idea trae consigo la aparición de otra.

La lectura de “Rusia entre Dios y el demonio” del escritor Lev Tarassov hizo que por una simple asociación de ideas varios nombres históricos vinieran a mi mente; Grigori Yefimovich Rasputín y José María Escrivá Albás.

 

Concretaré en lo que a Grigori Yefimovich Rasputín el libro expone.

 

De niño Rasputín tuvo una pronta recuperación de una grave enfermedad, de aquella providencial recuperación contó que una hermosa señora con un vestido azul y blanco se le había apa­recido en sueños y le había dicho que tenía que curarse...  



El pope del pueblo, consultado sobre el fenómeno, no tuvo la menor duda: la señora que había visitado al niño era la Virgen. Le había elegido para una misión importante.

 

Más que ningún otro, el joven Rasputín estaba convencido de que los poderes celestiales se habían fijado en él.

 

Este monje adquirió fama ganándose el favor de la familia imperial de Rusia después de que, en apariencias, "curara" al hijo del emperador Nicolás II y de la emperatriz Alejandra Fiódorovna.

La emperatriz creía que a través de Rasputín comulgaba con Dios.

 

A Rasputín, sus adeptos le trataban con una deferencia rayana en la idolatría. Cualquier palabra suya era para ellos como una perla caída del cielo. Le entregaban espontánea­mente dinero para expiar sus pecados, cinco rublos para los pobres, quinientos para él. Con los bolsillos llenos y la frente serena, recompensaba a sus genero­sos discípulos con vagas predicciones y comentarios exaltados del Evangelio.

 

La gente murmuraba que tenía el don de la adivinación. Incitó a tomar decisiones políticas trascendentes sustentadas en sus dotes visionarias.

 

Rasputín, con su sagacidad habitual, era consciente de su popularidad. Dios le había trazado un camino, debía alcanzar, sin apartarse ni un ápice de su camino, el destino que le había asignado el Altísimo. Si al­gún día tropezaba, sería con el consentimiento del Cielo.

 

Rasputín era un hombre intuitivo, con un notorio afán de protagonismo en su entorno social. Rasputín padece un trastorno de narcisismo que después será patológico, quiere ser admirado, se cree absoluta y totalmente un elegido de Dios.

 

Se comete el error de tener a Rasputin por monje o sacerdote. Ni lo uno ni lo otro. La Palabra “staretz”, que le aplicaban sus adeptos, se aplica con su verdadero sentido en los monasterios rusos a monjes dignos de especial reverencia por su vida santa. Los fieles los buscan como guía espiritual, como consejero como intercesor con Dios. El “staretz” era y es producto raro, que suele encontrarse de tarde en tarde en algún monasterio ruso, lleva una vida ascética y se mortifica con todo género de privaciones. Rasputin no tenía nada de común con un “staretz” a pesar de que sus acólitos así lo calificaran.

 

Es creencia que la sangre de Rasputín llamó a la sangre de los Romanov, aduciendo una supuesta maldición por parte de Rasputín. Nada mas lejos de la realidad, los Romanov ya estaban condenados con anterioridad, la revolución Rusa fue la única causa.

 

Finalmente, el autor se pregunta:

¿Cómo es posible que Rasputín hubiese alcanzado semejante posi­ción y acumulado tal autoridad, a la que se sometieron altos dignatarios del poder temporal?

 

No deja de sorprenderme la analogía entre ambos personajes, no me extenderé en mencionar las oportunas correspondencias con la vida del señor Escrivá, aquí que cada uno haga su propia asociación de ideas.

 

Atentamente

HP




Publicado el Monday, 26 January 2009



 
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