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 Tus escritos: «Camino»: La anulación del discernimiento. Por José María Castillo

090. Espiritualidad y ascética
Gabuzo :

 

«Camino»: La anulación del discernimiento

Autor: José María Castillo, teólogo

Publicado en Concilium, 1978, n, 139

 

 

Como es sabido, el Opus Dei ha sido en los últimos treinta años una institución discutida, admirada por unos y atacada por otros. Pero hay algo indiscutible: el Opus Dei ha sido capaz de formar a sus miembros de tal manera que son personas generosamente entregadas y disciplinadas incondicionalmente en sus compromisos religiosos y en su apostolado. He ahí, según parece, el secreto de los éxitos que la Obra de monseñor Escrivá viene cosechando desde su fundación...



Camino, el libro más importante del «Padre» (así se designa en el Opus Dei a monseñor Escrivá), describe admirablemente el espíritu y la mística que inspira a los miembros de esta institución tan singular. En este espíritu y en esta mística se insiste abundantemente en el amor a Jesucristo, en la necesidad de la vida interior, en la generosidad y en la entrega para el apostolado y en otras virtudes como la pureza, la caridad, la humildad y la mortificación. En todo eso monseñor Escrivá no es original. Su espiritualidad es la espiritualidad de siempre, la que siempre han enseñado, poco más o menos, los autores que han escrito sobre piedad, devoción y vida espiritual.

Pero hay algo muy especial en el espíritu de los miembros del Opus Dei: una entrega incondicional, que no admite dudas ni sospechas, que no tolera la más mínima crítica y que hace de todos los hombres y mujeres que pertenecen a la «Obra» un cuerpo perfectamente disciplinado. Recientemente, una autora que ha pertenecido muchos años al Opus y ha ocupado cargos importantes en la institución ha escrito a este respecto: «Por el hecho de ser de la Obra, siempre estará uno en lo cierto, se dará la doctrina segura a esos pobres equivocados, deformados, ignorantes e ingenuos; porque nada más llegar, uno está ya avalado, apoyado y garantizado por los directores, personas especialmente selectas (así debe concebirse) que poseen, por estar unidas al Padre, el don de lo inerrable. Porque el Padre no se equivoca nunca, y en la Obra todo pasa por el Padre: Habéis de pasarlo todo por mi cabeza y por mi corazón, dijo repetidas veces monseñor Escrivá a los directores» [M.ª Angustias Moreno, El Opus Dei. Anexo a una historia (Barcelona 1977)]. Por eso, la misma autora afirma en este sentido: «Resulta impresionante la suficiencia espiritual que se vive en la Obra, y que se basa en ese hilo directo, en ese teléfono rojo que une al Fundador con Dios. Sin intermediarios. El cielo está empeñado en que se realice la Obra a través de lo que piensa y se propone monseñor Escrivá. Por tanto, no hay nada que temer. Como no hay nada que dialogar con nadie: Lo quiere Dios y basta. Hay que mirar sólo hacia arriba, hay que desentenderse de toda preocupación, hay que desechar necesidades personales, incluso la necesidad de razonar» [Op, cit., 61-62.].

Se puede pensar que quien ha escrito estas cosas exagera. Porque parece casi imposible que haya gente tan fanática y, por eso, tan curiosamente alienada. Sin embargo, quien lee despacio la obra cumbre de monseñor Escrivá, Camino, se persuade en seguida de que la raíz del fanatismo y la alienación reside precisamente en ese libro.

En efecto, una de las cosas que más llama la atención cuando se lee Camino es el espíritu de suficiencia y superioridad que engendra en todo el que se identifica con las enseñanzas de ese libro . Así, el miembro del Opus Dei no puede ser «del montón», porque ha «nacido para caudillo» (n.º 16) [El tema del «caudillos se repite insistentemente en Camino: n.- 16, 19, 24, 32, 365, 411, 833, 931. En el uso del español esta palabra se aplica al «jefe que dirige y manda gente, particularmente en la guerra» (M. Moliner, Diccionario de uso del español I, Madrid 1975). Se comprende esta manera tan extraña y tan antievangélica de hablar en un libro que fue escrito en los años de la guerra civil española y en la capital desde donde el caudillo Franco dirigía a sus ejércitos]. Por eso tiene que «subir como las águilas» (n.° 7). Tiene que ser «guía, jefe, ¡caudillo!», que obligue, que empuje y que arrastre, no sólo con su ejemplo y con su palabra, sino también con su ciencia y con su imperio (n.º 19). Ha de tener «ambiciones: de saber, de acaudillar, de ser audaz» (n.° 24). Tiene que subir «¡camino arriba!, con santa desvergüenza» (n.º 44). Y es que «la igualdad, tal como la entienden, es sinónimo de injusticia» (n.° 46). Sin duda, el «Padre» quiere que sus hijos del Opus se sitúen en un rango distinto, en un plano superior. Por eso les ordena de manera terminante: «Si sientes impulsos de ser caudillo, tu aspiración será: con tus hermanos, el último; con los demás, el primero» (n.º 365). De ahí que los miembros del Opus deban colocarse «en primera fila, como jefes de grupo» (n.º 411). Porque monseñor Escrivá no se contenta con poco, su aspiración es «todo lo grande» (n.º 821), la «grandeza imponente» (n° 823), las «aventuras gigantescas» (n.° 826). Por eso se comprende su consigna insistente: «¡Caudillos!... Viriliza tu voluntad para que Dios te haga caudillo» (n.º 833).

Esta suficiencia, esta ambición de grandeza y este espíritu de superioridad tienen su razón de ser en el modo peculiar como monseñor Escrivá concibe la manera de ser santo en el Opus Dei. En el número 387 dice Camino: «El plano de santidad, que nos pide el Señor, está determinado por estos tres puntos: la santa intransigencia, la santa coacción y la santa desvergüenza». Estas expresiones, quizá ingenuas o quizá petulantes, son la afirmación más absoluta de quien se considera en la posesión de la verdad indiscutible, que no admite dudas ni fisuras. Porque el «Padre» afirma que «la transigencia es señal cierta de no tener la verdad» (número 394). De ahí que «un hombre, un... caballero transigente, volvería a condenar a muerte a Jesús» (n° 393).

Pero ¿cómo se explica este grado de obstinación y esta seguridad en sí mismos? La respuesta es muy sencilla. Ante todo, es un hecho que Camino no habla para nada del discernimiento cristiano, de tal manera que en todo el libro no aparece ni una alusión en ese sentido. Eso quiere decir, evidentemente, que monseñor Escrivá desconoce lo que acertadamente se ha llamado la clave del comportamiento moral según el Nuevo Testamento [Cf. G. Therrien, Le discernement dans les écrits paulines (París 1973), que cita a O. Cullmann, Christ et le Temps (Neuchâtel-París 1957) 164]. Eso quiere decir también que Camino se sitúa al margen de la tradición espiritual de la Iglesia [La importancia capital que ha tenido este tema en la tradición espiritual ha quedado suficientemente expuesta por G. Bardy, F. Vandenbroucke y J. Pegon en el artículo Discernement des Esprits, en Dict. de Spiritualité III, 1247-1281]. Pero, sobre todo, eso quiere decir que para los miembros del Opus Dei la verdad y el bien no son algo que el hombre descubre por sí mismo, sino que es algo que le viene impuesto, algo que se tiene que aceptar incondicionalmente, porque en eso está toda la verdad y todo el bien.

Lo que acabo de decir no son exageraciones ni interpretaciones malévolas. En el número 377 de Camino dice monseñor Escrivá al ferviente seguidor de la Obra: «Y ¿cómo adquiriré nuestra formación y cómo conservaré nuestro espíritu? Cumpliéndome las normas concretas que tu director te entregó y te explicó y te hizo amar: cúmplelas y serás apóstol». Se trata de una formación especial, la «nuestra», y de un espíritu especial, el «nuestro». Esa formación y ese espíritu consisten en cumplir para el «Padre», o sea, para monseñor Escrivá (cumpliéndome), las normas concretas que dicta el director. No se recurre al evangelio ni a la tradición cristiana. La formación y el espíritu se basan en la normativa que dicta el director.

Por eso, en el Opus Dei la obediencia es cuestión de vida o muerte, de ser o no ser: «Obedecer..., camino seguro. Obedecer ciegamente al superior..., camino de santidad. Obedecer en tu apostolado..., el único camino: porque en una obra de Dios, el espíritu ha de ser obedecer o marcharse» (n.° 941). Y hay que obedecer hasta en el detalle «ridículo» (n.º 618) y en lo que resulta «estéril» (n.º 623). Porque, en definitiva, «es voluntad de Dios que la dirección de la nave la lleve un maestro para que, con su luz y conocimiento, nos conduzca a puerto seguro» (n.° 59). La dirección, por consiguiente, no se atribuye al Espíritu, sino a un hombre, el director, que es quien puede hacer que se construya «el alcázar de tu santificación» (no 60).

Sabemos que han sido muchos los maestros de vida espiritual que han recomendado la obediencia. Pero también sabemos que esos maestros han insistido tanto o más en el discernimiento [Ejemplo típico en este sentido es san Ignacio de Loyola, maestro de obediencia. Pero su doctrina va dirigida a quien ya ha pasado por la experiencia de los Ejercicios Espirituales, cuyo eje es precisamente capacitar el sujeto para el discernimiento]. Pero aquí no. Primero porque de discernimiento no se dice ni palabra. Y segundo porque Camino no admite la más ligera posibilidad de espíritu crítico, el derecho a pensar por sí mismo o a enjuiciar lo que se manda. [Dice Camino: «Entonces -preguntas, inquieto- ¿ese espíritu crítico, que es como sustancia de mi carácter? Mira –te tranquiliaré, toma una pluma y una cuartilla: escribe sencilla y confiadamente -,ah! Y brevemente- los motivos que te torturan, entrega la nota al superior y no pienses más en ella. El, que hace de cabeza -tiene gracia de estado-, archivará la nota... o la echará en el cesto de los papeles» (n.º 53). Véanse también los n.° 457, 798, 945].

A partir de este planteamiento, ya todo es posible. Es posible, por supuesto, la anulación y la alienación de la persona [Existe precisamente alienación cuando la persona se identifica acríticamente con una ideología que le es impuesta y que no corresponde ni a su experiencia personal ni a sus verdaderas exigencias. Para una introducción al tema, cf. E. Ritz, Entfremdung, en Historisches Wörterbuch der Philosophie II (Basilea-Stuttgart 1972) 509-525]. Es posible además que esa persona, encima de estar alienada, proceda con la mayor suficiencia y seguridad [Jamás en Camino asoma la posibilidad o la duda de que quizá otros tengan razón o más razón que el miembro seguro del Opus. Es elocuente lo que afirma en este sentido acerca de la «santa intransigencia» (n.°s 393-399)]. Y sobre todo es posible que se acepte la utilización incontenida del dinero, el poder y el prestigio como medios de evangelización, cuando en realidad ésos son los medios que el demonio sugirió a Jesús en la tentación del desierto [La pobreza que Camino recomienda es la pobreza «de espíritu» (n.° 631), que es compatible con tener y con ser rico (n.° 632). Y los medios que sugiere son, entre otros, gastar lo que se tenga y lo que no se tenga (n.° 481), de manera que el dinero no debe ser problema (n.º 487), hasta utilizar todos los instrumentos (n.º 488). Es decir, el dinero se debe utilizar sin hacer problema de eso. Con este mismo criterio se miden el poder y el prestigio. Cf., por ejemplo, el n.° 63. Es sabido que monseñor Escrivá no se dirige en Camino a la gente del pueblo, sino a los intelectuales, a los que tienen cargos de mando y poder en la sociedad. Las alusiones en este sentido son constantes].

La anulación del discernimiento acarrea graves consecuencias: el evangelio queda pervertido, la fe alienada y la persona deshecha.




Publicado el Wednesday, 09 September 2009



 
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