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ONCE AÑOS DESPUÉS (8)

Maripaz, 18 de enero de 2010

 

Con el paso de los meses, mi seguridad se iba haciendo mayor para todo. Era un proceso costoso y lleno de inexperiencia que, solamente el paso del tiempo, se iba encargando de hacer realidad. Bastaba con aprovechar la nueva oportunidad que me ofrecía la vida y tratar de olvidar los años vividos.

Ahora con el paso del tiempo, me parece mentira haber salido bastante bien parada de toda la programación que tenía en mi alma. Quizá me ayudo mi propia manera de ser, mi optimismo, mis ganas de vivir y la ayuda inestimable de mi familia...



Pude cuidar a mi padre los dos últimos años de su vida con todo mi amor. Puse en ello todo mi empeño, era tanto lo que le debía... Nunca le vi quejarse, era el típico castellano recio y fuerte. Muchas veces, sin decirle nada, acudía al médico de guardia para que fuera a visitarle porque intuía que se estaba aguantando el dolor por no molestar. Venían, le ponían una inyección y se calmaba.

Empecé a tomar las riendas de muchos problemas familiares y ayudar en todo lo que podía. Recuerdo con emoción como esperaba el beso de buenas noches, cuando le ayudaba a acostarse. Siempre había sido él quien nos lo iba a dar, todas las noches de mi infancia, a mis hermanas y a mí, ahora quería ser yo quien se lo devolvía, era amor por amor.

Aún así, su salud cada vez se veía mas deteriorada y muchas veces tuve que acompañarle en ambulancia al hospital de la capital para ingresarle durante unas semanas. La primera vez que tuve que hacerme cargo de él en este estado, estaba muy nerviosa. Yo era la responsable hasta que venían mis hermanos a echarme una mano y nunca me había visto en semejante situación.

Los cien kilómetros que separan el pueblo de la capital, se me hacían eternos. Mi padre en muy mal estado y yo haciendo lo que podía con una inseguridad tremenda. Con el paso del tiempo, aprendí a solventar estas emergencias sanitarias como una verdadera profesional y con una serenidad a prueba de bomba. También así pude conocer el dolor de cerca y la responsabilidad de aliviar a un ser querido.

En la obra, a mis cincuenta años, lo más que había hecho había sido acompañar a alguien al médico. Todo estaba programado y yo la mayoría de las veces, no formaba parte de esa programación a pesar de ser un miembro de la familia. Se vivía una discreción casi enfermiza respecto a las enfermedades de los demás.

En una de las veces que bajé con él, no volvió con vida. Llevaba unas semanas ingresado y parecía que le iban a dar el alta de un día para otro. Pero no fue así. Hacíamos turnos para cuidarle y despedí a mi hermano que no quería marcharse porque decía que mi padre había pasado mala noche. Llegó mi hermana con su marido a media tarde. Por la mañana le habían hecho una prueba y estaba como muy dormido. Ni los médicos, pensaban que estaba tan mal. Se tomó sus pastillas apenas sin moverse. Me despedí de él con un beso, me apretó la mano fuertemente. Se quedaba mi hermana con él. No habíamos llegado a casa cuando dentro del coche recibíamos la llamada de su muerte.

Para mí, era la primera muerte de un ser familiar tan próximo y además, le adoraba. A pesar del duro golpe, pude llorar, rezar a mi manera, sin necesidad de contener mis emociones y sin tener que estar de acuerdo con la voluntad de Dios.

Su recuerdo permanece en mí para siempre.

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Publicado el Monday, 18 January 2010



 
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