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 Tus escritos: Un Opus Dei decadente y bajo mínimos.- Fueraborda

010. Testimonios
Fueraborda :

UN OPUS DEI DECADENTE Y BAJO MÍNIMOS

¿Alguien sigue creyendo que el que abandona es porque se ha abandonado?

 

 

Permitidme que empiece con un acontecimiento personal que ocurrió fortuitamente y me ayudó a desprogramar mis más de cuarenta años dentro de la institución.

 

Precisamente aquél día en el que cumplía un mes fuera de la obra, para la que yo me había gastado desde la adolescencia, iba feliz por la calle camino a ninguna parte, cuando alguien me llamó. Era mi querida V. Mi pequeña y entrañable V, a la que vi nacer a la obra cuando su cariñosa y astuta mirada rebosaba deseos de vivir, y de la que un tiempo más tarde supe que deseaba la muerte y casi lo consigue. Durante años, no tuve más noticias de ella.

 

Me presentó a su marido y comprendí que había salido a tiempo de la institución, antes de que ésta acabara con ella. Toda su persona, su delgadez y su rostro reflejaban las huellas del dolor, pero su acogedora expresión era la misma que yo había conocido, aunque más moderada, cansada...



Aquella misma tarde tomamos un café y acabamos cenando en su casa. ¡Qué agradable acogida! Yo, que había “despitado” sin esperar ya nada de la vida, y me encontré, así, sin esperarlo, con lo más valioso que tengo después de la libertad: la amistad.

 

Intercambiamos noticias sobre nuestras vidas: los últimos años dentro, el primer tiempo fuera. Sus últimos años de dentro: una pesadilla que casi la lleva a la muerte. Tocó mi turno y le conté algo así:

 

No recuerdo ningún momento feliz en la obra, pero te puedo asegurar que hasta el último momento me he dejado el pellejo en ella. Me dejé robotizar y me premiaron con el maldito cargo de directora, y fui, desde muy joven, persona de confianza. Me trataban con especial atención y me encargaban misiones difíciles, que yo cumplía sí o sí, sin escuchar mi conciencia, sin pensar en las personas… sólo atendiendo a lo que creía que Dios me pedía a través de quien mandara. Sé que hice mucho daño, y lo siento, pero no me creo culpable porque en mis condiciones de abducción no podía obrar de otra manera. Yo nunca pensaba. Yo cumplía. No obstante, y no entiendo cómo, la gente me quería. Pasaron los años, y al llegar la madurez me sentí con derecho y obligación de pensar. Y pensé sobre aquellas cosas que empezaban a rondarme por la cabeza, como incordiando, y me atreví a enfrentarme a ellas.

 

Y me hice multitud de preguntas que expuse. Y ante la falta de respuesta, empecé a escribir con destino a los directores. Mi problema, resumidamente es que la praxis de vida que debíamos llevar, las notas y directrices… no coincidían con el espíritu que nos había llevado a la obra, y que, de la misma manera, la carnaza de la caña con la que pesqué ¡a tantas almas!, no era más que el atractivo de una vida que nada tendría que ver con las exigencias prácticas. Nadie habló de mis escritos, que descubrí habían sido secuestrados. Decidí entonces hablar con quien debía hacerlo (asesoría), pero se me prohibió tajantemente hacerlo.

 

En aquel momento empezó mi absoluta soledad, coincidiendo con una inusitada actitud por parte de las directoras que consistió en hacerme todo el daño que pudieron. Se empezó contra mí una especie de campaña: yo maltrataba a la gente, las hería y humillaba, yo tenía amistades particulares, yo me quedaba con cantidades importantes del dinero de la caja del centro, yo me inventaba mis neuralgias (aunque hubiera informes médicos), yo no merecía ninguna credibilidad, y mi charla era una invención. Mi cuenta de gastos debería ir acompañada por los tickets o facturas correspondientes, y todo lo que decía lo tendría que acompañar documentalmente. Y más, mucho más…

 

Todo dicho con acritud, con crispación, con enfado, sin datos y sin derecho al diálogo.

 

Así unos nueve o diez años. Tuve muy mala suerte con la gente -le decía a mi amiga V.-. Nunca he entendido qué chispazo hizo arder la hoguera que lo quemó todo. Por qué motivo pasé repentinamente de ser la “niña buena”, a la “mala de la película” Qué o quién había provocado todo esto, que había detrás de ello y por qué.

 

Qué buscaba alguien. Por qué ese alguien quería destruirme.

 

Y me consolaban las palabras que Del Portillo escribió en una carta: “¿Quién se atrevería a decir que el cirineo tuvo mala suerte?”

 

Continuaba en mi cargo de directora en el cual era humillada, machacada, y lo que más me dolía: injustamente maltratada por mis hermanas en la institución por la que yo daba mi vida y a la que siempre fui fiel.

 

Lo que más me hacía sufrir era el absoluto desconocimiento de los motivos de todo esto. De dónde surgía. Qué había pasado. Quien estaba llevando a cabo esta campaña. Porqué había surgido.

 

En mi centro no tenía problemas, pero las directoras me citaban con mucha frecuencia para machacarme. Se iban rotando, no era siempre la misma. A una, que fue muy cruel, yo ni la conocía. Otra me dijo: conociéndote como te conozco, nunca te lo hubiera dicho, pero lo hago por un encargo. Lo siento. (Tengo la alegría de saber que esta buenísima y sincera persona está ahora felizmente casada).  No me rebelé. Crecía para adentro en soledad.

 

Escribí una carta al Prelado en cuyo sobre ponía: “Para abrir después de mi muerte”; pues mi responsabilidad me llevaba a informar de lo que había sucedido, y no podía soportar la idea de que algo parecido pudiera ocurrirle a alguien más”

 

- ¿Entonces fue cuando te marchaste? Me preguntó mi ya buena amiga V.

 

- ¡Qué va! La idea de abandonar la obra no entraba en mi cabeza, pese a que mi vocación no me gustó nunca. Por un lado tengo un sentido de fidelidad hasta lo grotesco, y por otro, comprendo bien que las personas se equivoquen (yo también me equivoqué muchas veces) y por algún extraño motivo me hagan pasar por un calvario, y abusen de su autoridad para difamarme y darme un trato injusto y cruel. Tampoco entiendo a Dios, pero no le entenderé nunca, y nunca le he entendido.

 

Tardé cinco años más en marcharme. Tuve el acierto de coger mi maleta e irme lejos, donde no las viera más, porque me di cuenta de que mi resistencia física, moral y psíquica había llegado al límite final.

 

Aparecí en mi tierra natal, pedí cobijo y me lo dieron. Yo no era una persona, era un guiñapo. No tenía voz, no tenía fuerza, apenas podía recordar nada, pasaba las noches en blanco y me desorientaba espacialmente. Mi proceso mental era muy lento y parecía boba. No tenía opinión propia. Además, carecía de currículo laboral y de la mínima experiencia, tenía mucha edad, y suponía que tardaría tiempo en recuperarme.

 

Acabó la campaña persecutoria, aparentemente todo volvió a la normalidad en aquella nueva ciudad, pero mi debilidad física, moral y anímica, me impedían hacer vida normal. Aún así, busqué diversos trabajos para los que me consideraba preparada, pero de los tres fui despedida al poco tiempo. Me dijeron entonces que, si no podía ingresar en el centro un sueldo que cubriera mis gastos, tendría que buscarme otro cobijo.

 

Qué mala suerte tuve con la gente. ¡Si el Prelado se hubiera enterado, si me hubieran permitido comunicarme con Asesoría!

 

- No voy a discutir contigo ni voy a intentar convencerte, me dijo V., pero, a parte de que me dejas rota, tengo que decirte dos cosas que comprenderás en su momento:

 

1. Tú no tuviste mala suerte con las personas. Las personas son buenas. Como nosotras, entregaron su vida a Dios buscando la santidad. Pero tomamos un “camino a ninguna parte”. Las bendiciones que la obra tenía de la Iglesia, nos confundieron. El opus dei hace mucho daño, manipula las conciencias, destruye a la persona, la utiliza para cumplir sus fines, la incomunica y aísla utilizando sistemas sectarios. Ha engañado a la Iglesia, y engaña a los suyos.

 

2. Tu caso, no es el único. Puedes tirar al cesto la carta para el prelado “para abrir después de mi muerte”, porque él no solo lo conoce sino que no hace nada por evitarlo, es más, muchas veces lo provoca a causa de las enseñanzas del fundador. Hay cientos de casos como el tuyo ¡Abre los ojos!

 

- Entonces, me dice V., fue ese el motivo de tu marcha, ¡claro!

 

- No, no fue ese. El motivo de mi marcha fue algo que me ocurrió que tú, como todo el que me conoce calificaría como enorme desgracia, pero que yo pienso que se debió a la mano interventora de Dios. Otro día te lo cuento.

 

- Pues otro día.

 

Más de dos páginas me he alargado en mi relato, que pretendía ser introductorio, pero creo que con él ha quedado bastante claro el tema de mi escrito, y poco más tengo que decir.

 

Poco tardé en ir descolocando todas las piezas del puzzle que creía tener bien puestas según indicaciones “divinas”, y pasado un tiempo, gracias a opuslibros y sus amigos, el dibujo que resultó, con las piezas bien dispuestas, nada tiene que ver con el que yo estaba construyendo.

 

Son muchos y variados los motivos por los que tantos abandonan la obra.

 

En la mayoría de los casos, la gente sale por instinto de supervivencia, para no reventar, o para no morir. Se ahogan, se asfixian, y sin haber descubierto los motivos que le llevan a ese estado, saltan de la barca aun sin haber guardado la ropa en la orilla (os lo aconsejé en su día en esta web: A mis amigos de la barca: no queméis las naves).

 

Hasta que llega este momento final, hay un recorrido, largo o corto, que es cuando se empieza a notar la falta de aire, la falta de hogar, la falta de independencia, el sometimiento, el vacío, la mentira, la dificultad para el desarrollo espiritual y personal…y que te estas rompiendo por dentro y por fuera, que te vas a partir en dos porque el espíritu de la obra te exige que hagas a la vez una cosa y su contraria.

 

En todo este trayecto en el que uno continúa queriendo “ser santo y morir en casa”, pero la pendiente se hace tan excesiva, el trayecto es tan estrecho y tortuoso, los impedimentos tan fuertes, que cada uno tira por donde puede, y se hacen necesarias pequeñas paradas en el camino, respirar, beber agua de una fuente, agarrar la mano de otra persona, quitarse las botas, tumbarse en la hierba.

 

A eso le llaman en la Obra tener compensaciones, falta de entrega, y según entiendo, sinfirma, lo interpreta como abandono, o cara dura. Sinfirmita: no juzgaría yo tan superficialmente a unas personas que están dejándose el pellejo, recorriendo un camino de amargura y desasosiego en el cual ven que no avanzan.

 

Y ya para terminar, aunque como dices has leído todo lo de esta web, te aconsejo repases algunos artículos mucho más profundos y clarificadores que el mío, que se te han podido escapar, para que entiendas más a fondo que los que la abandonamos no es porque nos abandonemos, sino que como escribía D. Antonio Ruiz-Retegui ”la Obra es una estructura de pecado”. Hay que irse.

 

Y te recomiendo también estos artículos:

- La crueldad en Escriva: El holocausto del yo según Escrivá (E.B.E.)

- ¿Por qué el opus dei produce tanto daño? (E.B.E.)

- Lo que queda del día. Jacinto Choza.

 

- Mi testimonio: otro mundo es posible al margen del Opus Dei (Para quienes estando dentro no renuncian a pensar por sí mismos) Humberto

 

- El espíritu del Opus Dei hace daño a las personas (Por un ex numerario, Asia)

 

- El trastorno narcisista de la personalidad del fundador del opus dei (Marcus Tank)

 

Con todo mi cariño a los que tenéis que pasar por el shock de comprender que el Opus dei es una máquina de destruir personas,

 

Fueraborda




Publicado el Monday, 08 August 2011



 
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