Me envía editorial Palabra una nota electrónica para darnos a conocer un libro sobre Mons. Alvaro del Portillo.

Resulta que Del Portillo fue "una personalidad notable en la vida de la Iglesia" (sic), no por su sacerdocio, o su episcopado (plenitud del sacerdocio de acuerdo a la teología católica), ni por las veces que celebró la Eucaristía o perdonó los pecados en el sacramento de la Confesión. No señor. Tampoco lo fue por las veces que predicó la palabra de Dios o confirió el sacramento del Orden sacerdotal. No. Todo eso no importa.

Del Portillo, señores, fue "una personalidad notable en la vida de la Iglesia por haber sido el primer sucesor del Fundador (el subrayado es mío) del Opus Dei, y por su larga y prestigiosa labor jurídica y teológica en varios e importantes dominios".

O sea que aquí sucede lo mismo que con la parroquia del santo marqués en Madrid: el trabajo pastoral, no importa. Las personas concretas que buscan a Dios no importan.  La gloria y el honor y el reconocimiento para los hombres -en la parroquia, Escrivá; en el libro, Del Portillo- antes que para Dios.

Aquí (en el Opus Dei) Jesucristo no importa. Importan los hombres, importan los títulos, importan los aplausos. Importa que quede bien claro quién parte el bacalao.

Qué maravilloso (la cursiva es mía): cuando los santos dejaban lo terreno para seguir a Dios -pienso en Francisco de Borja, Francisco de Asís, Teresa de Calcuta-

Escrivá y del Portillo hacen todo lo contrario y la Iglesia lo aplaude. Este mundo está al revés ¿la Iglesia está al revés?

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