Estamos en los setenta y los “chicos” del CM Aralar, de Pamplona eran unos auténticos lideres del proselitismo.

Aterrizaban por el club los viernes por la tarde y se iban los domingos (o los lunes de mañana) En medio dejaban una fecunda labor con chavales. Todos los meses pitábamos alguno, aquello parecía inagotable. Era un pequeño club en una pequeña ciudad cerca de Pamplona. Era pequeño, incómodo, no reunía condiciones para los que se quedaban y la cocina era de juguete, ¡pero nos lo pasábamos genial!

Mucho deporte, tertulias con guitarras, estudio, oración, charlas, cenas frías los sábados (cada uno traía de su casa algo para comer o beber) Un ambiente sanísimo que nos enganchaba a los chavales y a los padres. Sin darte cuenta de nada, un día se acercaba uno de los "mayores" (18 o 19 años), numerario en el Centro de estudios de Aralar, y te decía algo más o menos así:

- ¿Te das cuenta de que el Señor te ha llamado para ser del Opus Dei? ¿Que eres un afortunado? ¿Te gustaría formar parte del Opus Dei?

En mi caso, era tan ingenuo y tenía tan poca experiencia a mis 14 años que llegué a preguntar que cuánto había que pagar para ser miembro de la Obra. No os riais, pero no tenía ni idea de lo que me hablaba. Para mi sorpresa ¡era gratis!, pero debía mantenerlo en secreto a todo el mundo, no sea que, y cito aproximadamente lo que me dijo:

“La llama de la vela recién prendida de mi vocación la podría apagar cualquiera solo con soplar”.

Pensaba que era único al ser llamado, aunque luego resultó que TODOS los habituales del club éramos llamados. Escribíamos la carta al Padre sin saber lo que hacíamos y, con la misma facilidad que uno pitaba, uno se olvidaba. De las más de dos docenas de chavales que pitamos en esos dos años, solo sigue dos.

De obligaciones o de distintos tipos de socios ¡no tenía ni idea! Solo veía lo divertido que era... hasta que conocí a mi primer EX (numerario), pero eso ya es tema para otro día

Pouis